Las reuniones de expertos para obtener opiniones consensuadas tienen sus orígenes remotos en ámbitos de la sociedad muy alejados del científico. Basta con pensar en los concilios religiosos donde se tomaban decisiones por acuerdo sobre materias doctrinales. En medicina y en otros campos de la ciencia, los paneles de expertos son de gran ayuda para recomendar actuaciones en aquellos temas controvertidos en los que no existe una evidencia científica suficiente que determine cuál es la mejor práctica. Están formados por especialistas en la materia y su valor se basa en la aceptación de que la opinión consensuada de un grupo de expertos que aglutina distintos conocimientos es más válida que el simple juicio individual.
Muchas han sido sin embargo las críticas vertidas sobre la validez de estas recomendaciones, teniendo en cuenta que dependen muy directamente de la composición del panel: es difícil seleccionar a verdaderos expertos, bien informados, respetados por sus pares y con la independencia suficiente en el tema a tratar que les ponga al abrigo de la presión del grupo o de las ideas preconcebidas1.
Para intentar eliminar alguno de estos inconvenientes y estructurar las opiniones del panel, durante la posguerra mundial Rand Corporation puso en marcha una metodología denominada Delphi (en honor al oráculo de dicha ciudad griega) para predecir el impacto de la tecnología sobre las acciones bélicas. Posteriormente se ha utilizado de forma profusa en economía, industria o medicina. Básicamente consiste en la consideración previa de la bibliografía existente para posteriormente responder de forma anónima a una serie de cuestionarios o determinar el grado de acuerdo de cada uno de los expertos con determinadas situaciones clínicas. En una segunda ronda y una vez conocidos los resultados de la primera, se repiten las preguntas lo que permite a cada componente del panel reconsiderar su opinión2. Las respuestas se miden según el grado de acuerdo, lo que facilita la valoración estadística de los resultados. Esta sistemática tiene ventajas sobre el grupo de expertos al ser anónimo y evitar la «posición dominante» de alguno de los miembros, mejorando el proceso de decisión y dándole cierto viso de objetividad. Además es poco costoso, rápido y puede ser llevado a cabo de forma no presencial.
Tanto la anterior Junta Directiva de la SECOT como la actual han impulsado la realización de consensos sobre diferentes temas debatidos en nuestra especialidad. El primero de ellos dedicado a la profilaxis del tromboembolismo en cirugía protésica ya vio la luz en un número anterior de nuestra revista3 y el segundo sobre la artroplastia de rodilla dolorosa se publica en este número. Otros seguirán en próximas ediciones.
En definitiva, a pesar de ser considerados sus fundamentos como poco científicos, algunos autores piensan que no deberían encuadrarse dentro de la evidencia empírica por ser de superior valor4. En cualquier caso, estos documentos cuando están bien elaborados son de gran ayuda para el cirujano en áreas donde existe incertidumbre y pueden ser el germen de la elaboración de guías de práctica clínica o de futuras investigaciones más «científicas». Pero no olvidemos que deben de ser leídos con espíritu crítico y aceptados con reservas porque nunca debe sustituir a la evidencia científica proporcionada por los metaanálisis o las revisiones sistemáticas bien diseñadas. Su conclusión no es, en el mejor de los casos, más que una opinión5.