Como consecuencia del envejecimiento se produce un incremento de las incapacidades y de la morbilidad, lo que conduce a una mayor demanda de servicios sanitarios y del consumo de medicamentos (1). El tratamiento farmacológico de las personas de edad avanzada plantea problemas que no han sido abordados de manera específica hasta hace pocos años y todavía hoy disponemos de pocos estudios sobre aspectos relacionados con la terapéutica medicamentosa de los ancianos. Existen datos sobre el consumo global, que se puede considerar elevado por comparación con otros grupos etarios, lo que puede explicarse, al menos en parte, porque tanto la población general como algunos profesionales sanitarios no tienen suficientemente claro que el envejecimiento es un proceso fisiológico que no debe tratarse con fármacos.
Para conocer de manera adecuada lo que está sucediendo, y en su caso, tomar decisiones que puedan resolver los problemas existentes, se deberían realizar estudios observacionales de utilización de medicamentos en personas de edad avanzada. Ello permitiría obtener información sobre los medicamentos que se prescriben y su relación con la enfermedad tratada, la respuesta terapéutica, las reacciones adversas y el cumplimiento terapéutico. En estos estudios se deberían incluir aspectos farmacoeconómicos.
Como consecuencia de los cambios fisiológicos del envejecimiento se modifica la respuesta a los medicamentos, lo que debe tenerse en cuenta en la dosificación de muchos principios activos (2). Este fenómeno puede explicarse, a veces, por alteraciones en los procesos farmacocinéticos que están ligados a los cambios en el funcionamiento de órganos y sistemas y que producirán incremento o decremento de las concentraciones plasmáticas del fármaco. No obstante, para algunos fármacos aumenta la sensibilidad con la edad, mientras que para otros la respuesta es cada vez menos intensa, y esto no puede explicarse por los cambios anteriores, lo que nos lleva a aceptar que el envejecimiento puede también modificar los lugares de acción del fármaco. Este aspecto está mucho peor estudiado que los cambios en la farmacocinética y deberían diseñarse estudios para investigar la influencia de la edad en la farmacodinamia. Por otro lado, según avanza la edad se incrementa la incidencia de reacciones adversas (3) y además, como consecuencia de la polifarmacia, es más fácil que aparezcan interacciones medicamentosas.
Algunos fármacos, por ejemplo muchos de los activos sobre el sistema nervioso, pueden producir síntomas que incapaciten al paciente o que favorezcan las caídas, debería investigarse específicamente si estos tratamientos son siempre necesarios en el anciano y establecer una adecuada relación entre el beneficio obtenido y los riesgos potenciales. Esta es una cuestión que comporta incluso aspectos éticos particulares (4).
Las personas de más de 65 años no son, en general, incluidas en ensayos clínicos, lo que no evita que después reciban fármacos que han sido investigados en personas más jóvenes, y en ocasiones se han producido auténticos problemas de toxicidad que podrían haberse evitado. Los medicamentos utilizados en el tratamiento de las enfermedades más frecuentes entre los mayores deberían investigarse específicamente en ellos, y si es necesario se debería revisar la legislación sobre ensayos clínicos con medicamentos, facilitando la participación de ancianos en los mismos.
La incapacidad propia de la edad puede dificultar la administración de algunas formas farmacéuticas. Tanto éstas como los envases de medicamentos deberían adaptarse a las condiciones de este grupo de personas para facilitar el cumplimiento terapéutico (5). Por otra parte, debería investigarse hasta qué punto la información sobre medicamentos que reciben los mayores es comprensible y útil y sería interesante desarrollar programas de formación sobre medicamentos en los ancianos, tanto dirigidos a la población general como a los profesionales sanitarios (4). En este sentido, no debe olvidarse que la OMS considera que la educación sanitaria es uno de los elementos claves para mejorar la salud de la población.
La investigación de los problemas relacionados con el uso de medicamentos en los ancianos puede mejorar la atención sanitaria para este grupo de edad y además puede disminuir los costes económicos y sociales derivados de actuaciones inadecuadas que no siempre se basan en criterios científicos.