Luis Gil tenía la voz grave y poderosa de un barítono. No será recordado por su afición al bel canto, al que le habría gustado dedicar más tiempo y comprometer más esfuerzos, pero hoy nosotros, en homenaje a él, mientras escribimos estos párrafos que lo añoran, lo queremos imaginar sobre un escenario cantando un aria de Rigoletto, conmoviéndonos hasta la lágrima con la fuerza de su voz.
Además de una buena y entrañable persona, Luis Gil fue un gestor eficaz y honesto, comprometido con lo que hacía. De ello pueden dar testimonio quienes han trabajado con él en los diversos lugares –públicos y privados–por los que ha transitado su actividad profesional, básicamente desarrollada en el ámbito de la atención a las personas mayores.
Hubo una época en la que compartimos con Luis algunos proyectos. Fueron los últimos años de la década de 1980 y primeros de la década de 1990. Todos llevábamos ya algún tiempo trabajando con mayores y tratábamos de desarrollar proyectos asistenciales novedosos. Por cierto, que, entonces, defendíamos el término “viejos” para referirnos a ellos, mezcla de reivindicación y denuncia ante su marginación social. Hoy se dice “mayores”, por lo que pensamos que, tal vez, la reivindicación y la denuncia quedaron, como tantas otras cosas, en el siglo pasado.
Recordamos las tardes en las que comentábamos con él los aspectos técnicos y organizativos para la puesta en marcha de una “vivienda compartida” de mayores –era éste uno de los proyectos en los que andábamos enredados–. Eran encuentros gratos, amables, a la vez que esperábamos de ellos seriedad y rigor en los temas de discusión. Siempre recordaremos su sensato consejo, que nos facilitaba el consenso entre las consideraciones más pragmáticas y las más utópicas de nuestras discusiones. También hoy recordamos con risas cómplices y emoción contenida los “Winston” de Luis, que con tanto placer fumábamos en aquellas reuniones, porque los suyos eran los cigarrillos más deseados, los que nos parecían más apetecibles…, tal vez era por cómo Luis los saboreaba, o por la forma particular en que los sujetaba entre sus dedos.
En aquellos años la Sociedad Española de Geriatría y Gerontología (SEGyG) –que poco antes se llamaba Sociedad Española de Gerontología y Geriatría–se “abría” a sus socios “no médicos”. Se acababa de lograr que el voto de un “no médico” no valiese 25 veces menos que el de un médico1. Poco después se habilitó en la Sociedad una sección de Gerontología, y se decidió que una de las vicepresidencias recayese siempre en un “no médico”. Entonces se nos ocurrió que Luis podía ser una buena voz de los “no médicos”. Durante un tiempo, en nuestros encuentros se preparó la candidatura y sus apoyos, el programa… Finalmente, Luis fue elegido vicepresidente. Y entonces había que estar a la altura de lo conseguido. Propusimos la celebración de unas jornadas. La SEGyG organizó sus Primeras Jornadas de Estudios Gerontológicos, dedicadas al “Análisis de la atención institucionalizada”, los días 10 y 11 de mayo de 1991, en Madrid. También se promovió durante aquel mandato la creación del título de “Especialista en Gerontología”, avalado por la SEGyG.
Aquella vicepresidencia fue un trabajo colectivo, de grupo, en el que no participamos solamente Luis y los firmantes de esta nota, sino también, con diversos niveles de implicación, otras personas que, estamos seguros, recordarán con cariño estos momentos que revivimos ahora.
Luis sigue vivo en nuestro recuerdo. Descanse en paz.