Una «mala muerte» es siempre una emergencia médica, y la asistencia al moribundo una obligación clínica ineludible. Nuestro propósito claro fue demostrar empíricamente que esto es posible en el ámbito clínico de un hospital general.
MítodoInvestigación clínica observacional y prospectiva, que describe los efectos de la intervención clínica «sedación terminal» en una serie de pacientes asistidos y en tiempo real.
ResultadosUn total de 36 enfermos moribundos (20 varones [55,5%] y 16 mujeres [44,6%], con una edad media ± desviación estándar [DE] de 70,47 ± 13,7 años), que presentaban una diversidad de afecciones médicas avanzadas e irreversibles (fallo respiratorio, 30%; neoplasia extensa, 23,3%; fallo cardíaco, 11%; fallo renal, 11,6%, etc.), recibieron como intervención de sedación, destinada a superar el último y extremo sufrimiento, uno de los siguientes fármacos por vía parenteral: propofol (5 pacientes [13%], con un rango de dosis de 8-480 mg; dosis media, 164 mg), midazolam (13 pacientes [36,1%], 2-100 mg; dosis media, 19,6 mg) y/o cloruro mórfico (23 pacientes [64%], 5-600 mg; dosis media, 156 mg).
Todos los pacientes contaron con garantías sistemáticas, que incluyeron tanto el consentimiento informado (autonomía) como la proporcionalidad, la segunda opinión y un registro sistemático documentado según el protocolo escrito. Se obtuvo el consentimiento de 25 (69,4%) pacientes a través de un familiar de primer grado, 8 (22,2%) mediante directiva verbal avanzada, y 3 (8,3%) directamente por el propio paciente aún lúcido.
El intervalo desde el inicio de la sedación y la muerte fue (media ± DE) de 39,56 ± 17,32 h. La moda fue de 12 h, la mediana de 22,5 h, y el rango de 1-216 h. En todos los casos se alcanzó el bienestar necesario.
ConclusionesLa asistencia que han recibido los pacientes de nuestro estudio facilitó el derecho a no sufrir inútilmente, y lo hemos probado empíricamente en el ámbito de un hospital general. Sugerimos que éste es un objetivo alcanzable y digno del mayor respeto, algo sustantivo, no propiamente retórico.
A bad death is always a medical emergency, and the care of the terminally ill is an unavoidable clinical obligation. Our aim was to empirically demonstrate that this is an attainable goal in a general hospital.
MethodObservational and prospective clinical investigation describing the effects of terminal sedation in a series of patients receiving healthcare in real time.
ResultsThirty-six terminally ill patients [20 men (55.5%) and 16 women (44.6%) with a mean age of 70.47 years (SD: 13.7)] with diverse advanced and irreversible clinical conditions [respiratory failure (30%), extensive neoplasia (23.3%), heart failure (11%), renal failure (11.6%), etc.] received venous administration of propofol [5 patients (13%), dose range: 8 to 480 mg; mean dose: 164 mg], midazolam [13 patients (36.1%), dose range: 2 to 100 mg; mean dose: 19.6 mg], and/or chloride morphine [23 patients (64%), dose range: 5 to 600 mg; mean dose: 156 mg) as sedation intended to alleviate final, extreme suffering.
All patients had systematic guarantees that included infor med consent (autonomy), as well as proportionality, second opinion, and systematic registration documented according to a written protocol. Consent was obtained from first degree relatives in 25 patients (69.4%), by verbal advance directives in 8 (22.2%) and directly from 3 (8.3%) still-lucid patients.
The mean interval from sedation to death was 39.56 hours ± 17.32. The mode was 12 hours and the median was 22.5 hours (range: 1-216). In all patients the required level of comfort was achieved.
ConclusionsThe care received by patients in our study made feasible the right to avoid unnecessary suffering, which was empirically tested in the general hospital setting. We suggest that a good death should cease to be a rhetorical issue and that it is an attainable goal, worthy of the greatest respect.