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(1)</p><p id="par0020" class="elsevierStylePara elsevierViewall">La exigencia de perfección sobre las actuaciones médicas no es nueva ni exclusiva de nuestro tiempo. Unas veces criticando, otras alabando, la sociedad ha tratado, reiteradamente y desde tiempos remotos, de perfilar las cualidades de un médico ideal que respondiera a los deseos y expectativas de su tiempo.</p><p id="par0025" class="elsevierStylePara elsevierViewall">Tan incisiva pero cambiante mirada cuajó en una tradición literaria que arranca en la antigüedad clásica, cuando la Medicina toma ya visos de humana racionalidad. El propio Galeno<a class="elsevierStyleCrossRef" href="#bib0025"><span class="elsevierStyleSup">1</span></a>, entre otros, criticó a los médicos de su tiempo, a los que acusaba de carentes de voluntad, competencia y filantropía. Con algunos toques de humor y sátira, este tipo de crítica llego pleno de vigor hasta nuestro Siglo de Oro, durante el cual, la chanza se iba a cebar, sobre todo en el afán desmedido de lucro y en la discrepancia de los médicos entre sí (<span class="elsevierStyleItalic">«Un médico cura, dos dudan, tres muerte segura»</span>, del refranero español).</p><p id="par0030" class="elsevierStylePara elsevierViewall">Siglo y medio antes de que Giambattista Morgagni (1682-1771) mencionara la perfección del médico, en España y entroncadas en la mencionada tradición literaria, emergen 2 obras de enfoque contrapuesto, pero casi milimétricamente coincidentes en el título. La primera es de 1562, <span class="elsevierStyleItalic">«Diálogo del perfecto médico»</span><a class="elsevierStyleCrossRef" href="#bib0030"><span class="elsevierStyleSup">2</span></a> y, aunque publicada en Lisboa con título y varios textos introductorios en portugués, el texto principal está escrito en español. Se atribuye con bastante probabilidad a Alfonso de Miranda, Contador del rey Don Sebastián de Portugal, aunque para otros el verdadero autor sería su hermano Jerónimo, médico del mismo rey.</p><p id="par0035" class="elsevierStylePara elsevierViewall">El autor del <span class="elsevierStyleItalic">Diálogo</span> se presenta como enemigo de los médicos pero no de la Medicina, a la cual, sin embargo y vistos los resultados, terminará por considerar innecesaria. La nómina de ataques está en sintonía con otras obras de su tiempo: codicia, impunidad, orgullo, tratamientos agresivos <span class="elsevierStyleItalic">contra naturam</span>… Echa también en falta virtudes de las que muchos médicos carecen como discreción, prudencia, caridad con los pobres, humildad, diligencia, experiencia y conocimiento que —dice— debería ser vencida por la práctica de la Anatomía. Termina Miranda con un soneto, he aquí el último terceto:</p><p id="par0040" class="elsevierStylePara elsevierViewall"><span class="elsevierStyleDisplayedQuote" id="dsq0005"><p id="spar0005" class="elsevierStyleSimplePara elsevierViewall">«Aquí os podréis guardar de los engaños / de médicos idiotas, mal fundados /que a nuestra salud causan tantos daños»</p></span></p><p id="par0045" class="elsevierStylePara elsevierViewall">La segunda, <span class="elsevierStyleItalic">«Retrato del perfecto médico»</span><a class="elsevierStyleCrossRef" href="#bib0035"><span class="elsevierStyleSup">3</span></a>, está publicada en Salamanca en 1595. Su autor es Enrique Jorge Enríquez, también portugués, médico formado en la Universidad de Salamanca y al igual que la anterior, está escrita en español. Si Miranda opta por la crítica más descarnada, Enríquez, que se propone darle cumplida respuesta, entona una loa en la que rebate una a una las críticas de su adversario para, por oposición, convertirlas en virtudes que va a enumerar y multiplicar generosamente.</p><p id="par0050" class="elsevierStylePara elsevierViewall">Sin embargo, y de acuerdo esta vez con Miranda, Enríquez no deja pasar la oportunidad de criticar la ignorancia de algunos médicos y la impunidad de todos. También coincidente, y como preámbulo al <span class="elsevierStyleItalic">De sedibus</span> (la definitiva contribución de Morgagni)<a class="elsevierStyleCrossRef" href="#bib0040"><span class="elsevierStyleSup">4</span></a>, es la positiva valoración que a ambos autores hispánicos merece el conocimiento anatómico:</p><p id="par0055" class="elsevierStylePara elsevierViewall"><span class="elsevierStyleDisplayedQuote" id="dsq0010"><p id="spar0010" class="elsevierStyleSimplePara elsevierViewall">«Una cosa veo ahora en España que me agrada mucho, y es, que hay cátedras en las cuales se enseña la anatomía del cuerpo humano, tan necesaria a la perfección de nuestro médico»</p></span></p><p id="par0065" class="elsevierStylePara elsevierViewall">No sabemos si Morgagni conocía estas obras del Renacimiento español, posiblemente no, pero al igual que hiciera Alfonso de Miranda, Morgagni, en la lección inaugural que leyó en la Universidad de Padua en 1712 y que luego publicaría bajo el título de <span class="elsevierStyleItalic">Nova institutionum medicarum idea</span><a class="elsevierStyleCrossRef" href="#bib0025"><span class="elsevierStyleSup">1</span></a>, parafraseando a Cicerón respecto al perfecto orador, configuraba un constructo idealizado, que él sabía inalcanzable y que denominó <span class="elsevierStyleItalic">«médico perfecto»</span>.</p><p id="par0070" class="elsevierStylePara elsevierViewall"><span class="elsevierStyleItalic">Ars longa, vita brevis</span>, primer aforismo hipocrático, alude a los límites naturales del individuo para dominar por sí solo el conocimiento de la Medicina. El propio Morgagni, tan amante de los clásicos y muy consciente de su utópica propuesta, optó por una metáfora artística ya acuñada con anterioridad y se refirió a su propósito de “bosquejar” el <span class="elsevierStyleItalic">«médico perfecto</span>» <span class="elsevierStyleItalic">(medicum perfectum adumbrans)</span>, aludiendo a cómo su visión señalaba simplemente el camino para un progresivo e imparable acercamiento al ideal de los ideales, en este caso en la formación del médico.</p><p id="par0075" class="elsevierStylePara elsevierViewall">A diferencia de las obras mencionadas, el discurso de Morgagni no tenía como finalidad ni la crítica ni la loa, aunque el punto de partida de su propuesta era la insatisfactoria calidad de la enseñanza en la Universidad de Padua; crítica constructiva, diríamos hoy. Nada tiene de extraño, para nosotros, que Morgagni —<span class="elsevierStyleItalic">medicus et philosophus</span>— elaborara una estrategia de superación que, aunque corría el riesgo de no ser entendida a la primera, lo entroncaba con el clasicismo filosófico más puro, tan familiar y querido para él: Platón, <span class="elsevierStyleItalic">La República</span>, el pensamiento utópico, una corriente muy en boga en el Siglo de la Ilustración.</p><p id="par0080" class="elsevierStylePara elsevierViewall">Morgagni encaraba la solución desde la filosofía (<span class="elsevierStyleItalic">«Que el mejor médico es también filósofo»</span> —como resumía el título del opúsculo de Galeno) para poder aproximarse a los más elevados horizontes teniendo como referencia la idea de un modelo perfecto. De hecho, él mismo fue consecuente a ultranza con sus ideas dedicando prácticamente toda su vida a un proyecto que rozaba lo imposible, el <span class="elsevierStyleItalic">De sedibus et causis morborum per anatomen indagatis</span><a class="elsevierStyleCrossRef" href="#bib0040"><span class="elsevierStyleSup">4</span></a>.</p><p id="par0085" class="elsevierStylePara elsevierViewall">Y aquí es donde quería llegar porque, desde mi punto de vista, la utópica propuesta de Morgagni, lejos de acusar el trascurso del tiempo, me parece demoledora en su modernidad. Con interesantes diferencias pero de acuerdo en lo esencial, la idealizada figura del médico perfecto encontraría parangón en los modelos actuales de Calidad con los que nos proyectamos hacia un horizonte de perfección absoluta, sin más límite que nuestra propia capacidad y nuestros siempre insuficientes recursos.</p><p id="par0090" class="elsevierStylePara elsevierViewall">No puedo estar más de acuerdo. El sistema es fecundo y prometedor porque anima a los profesionales a participar en la creación y configuración de modelos sobre los que visionar sin riesgo ni temor los más ambiciosos proyectos, con trascendencia de futuro, más allá de las personas y de los logros a corto plazo. Traspasar proyectos rayanos en lo realizable es cualidad irrenunciable para afrontar la calidad de excelencia, la que no deja resquicios, la que todo abarca, incluso el error que se convierte en imprescindible retroalimentador cíclico de la imparable mejora continua, la vieja y poderosa maquinaria tan cargada de futuro.</p><p id="par0095" class="elsevierStylePara elsevierViewall">Se trata, según mi parecer, de un proceso al que hay que mirar con perspectiva, detectar los avances y los retrocesos y descartar el objetivo de calidad como valor binario (ligado a la obtención o no de la acreditación) en favor de una ilusionante aproximación progresiva al horizonte ideal. Tanto los profesionales como las instituciones sanitarias y las agencias externas de evaluación deben tomar conciencia de lo necesario, fecundo y enriquecedor de este recorrido.</p><p id="par0100" class="elsevierStylePara elsevierViewall">Sin embargo, el plan de Morgagni, que se restringe al ámbito de lo personal, se nos queda corto. El médico perfecto de hoy precisa trascenderse a sí mismo y convertirse en un entramado social y profesional donde los límites de la capacidad individual, como ya había anticipado el propio Morgagni, habrán de ser compensados por el conocimiento de los especialistas (los que más saben de cada cosa).</p><p id="par0105" class="elsevierStylePara elsevierViewall">Se trataría en definitiva, frente a la fragmentación a que la necesaria especialización de la Medicina nos ha llevado, de rescatar y actualizar la visión integradora y totalizadora de nuestros clásicos, pero expandida a una nueva dimensión colectiva y más compleja. Precisamente los actuales sistemas de Acreditación de la Calidad en Anatomía Patológica, que nuestra Sociedad propugna, ponen aún más de manifiesto este hecho al realzar el papel del patólogo, al que compromete en el control global del proceso. Ya no nos vale ser solo magníficos profesionales del diagnóstico si todo lo que acontece en torno a nuestro paciente, antes y después de nuestra actuación, no se afronta con la misma dedicación y pulcritud que nosotros mismos nos hemos exigido. También esto nos concierne.</p><p id="par0110" class="elsevierStylePara elsevierViewall">Los sistemas de calidad a que nos referimos reintegran al patólogo a la centralidad que la historia nos asignó como agentes principales de la correlación clínico-patológica, nuestra marca de fábrica. Apostar por una calidad programada, supervisada y acreditada es hoy día ser mejor patólogo, mejor médico.</p></span>" "pdfFichero" => "main.pdf" "tienePdf" => true "bibliografia" => array:2 [ "titulo" => "Bibliografía" "seccion" => array:1 [ 0 => array:2 [ "identificador" => "bibs0005" "bibliografiaReferencia" => array:4 [ 0 => array:3 [ "identificador" => "bib0025" "etiqueta" => "1" "referencia" => array:1 [ 0 => array:1 [ "host" => array:1 [ 0 => array:1 [ "LibroEditado" => array:2 [ "titulo" => "El médico perfecto según Giambattista Morgagni. Incluye texto y traducción anotada de la <span class="elsevierStyleItalic">Nova institutionum medicarum idea</span> (1712)" "serieFecha" => "2015" ] ] ] ] ] ] 1 => array:3 [ "identificador" => "bib0030" "etiqueta" => "2" "referencia" => array:1 [ 0 => array:1 [ "referenciaCompleta" => "De Miranda, A. Diálogo del perfecto médico (1562), Lisboa, 1562. Edición de Manuel E. Mingote Muñiz. Biblioteca de Visionarios, Heterodoxos y Marginados. 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