Estoy citado con la madre de J., quiere hablarme de su hija de 8 años (primero a solas) para explicarme el actual juego de fuerzas familiar y las amigdalitis pultáceas de repetición que la aquejan, invariablemente, cada mes y medio y que hoy conocemos en pediatría como síndrome PFAFA (Periodic Fever, Aphthous stomatitis, Pharyngitis, cervical Adenitis). Pero antes de empezar me sorprende diciendo: “Oye una cosa Xavier, ¿tú por qué te hiciste homeópata?”. Sin margen para elaborar una respuesta me sorprendí a mí mismo diciendo: “Mira, primero te diré por qué me hice pediatra y, después, por qué me hice homeópata. Me hice pediatra porque no quería que jamás ningún médico tratara a un niño que fuera como yo (Silicea like) como me trató a mí mi pediatra”. Se hizo el silencio y después balbuceé: “Con los años, sabía que había algo más. Llamé a la puerta de la medicina bioenergética, de la medicina tradicional china, la fitoterapia y, finalmente, de la homeopatía. Alguien —pensaba yo— en algún lugar habría traspasado el velo de la ignorancia (la mía); habría sabido descubrir aspectos que a mí se me escapaban cuando exploraba a los niños, cuando les preguntaba acerca de su mundo; alguien habrá recogido el testigo de una tradición terapéutica (quizás oculta) con recto propósito y voluntad de bien, libre de prejuicios, sobre todo libre”. Quizás no salió tan bonito. En fin, me esforcé en decirle que sabía que existía ese jesuítico “algo más”. Entonces no pude decirle lo que aprendí en el recientemente celebrado VI Congreso Nacional de Homeopatía en Madrid (por cierto, felicidades a toda la organización, fue fantástico): “El médico homeópata muere dudando; el médico alópata, ignorando” (de saber que existe este “algo más”, añadiría yo).
Quizás fuera oportuno recordar por qué se hizo “homeópata” Samuel Hahnemann. Escrito está en sus Escritos Médicos Menores que, como sabéis, fueron el resultado de la recopilación de artículos y escritos suyos publicados en revistas médicas que llevó a cabo el Dr. Ernst Stapf, gran amigo del maestro, como obsequio para él en el jubileo doctoral por los 50 años de ejercicio profesional de Samuel Hahnemann. Leamos pues en la página 77 el “Extracto de una carta a un médico de alto rango sobre el necesarísimo renacimiento de la medicina”1:
“Carísimo amigo:[…] Desde hace 18 años me aparté del camino habitual en la medicina. Para mí era una penitencia andar a tientas en las tinieblas con nuestros libros en el tratamiento de los enfermos, prescribir cosas de acuerdo con tal o cual opinión (engreída) de las enfermedades que igualmente recibieron su lugar en la Materia Médica solo arbitrariamente; tengo escrúpulos de conciencia para tratar estados patológicos desconocidos entre mis hermanos sufrientes con estos medicamentos desconocidos que, como sustancias vigorosas, cuando no convienen con exactitud (¿y cómo podría adecuarlas el médico cuando todavía no se han discutido sus efectos especiales propios?) transforman con facilidad la vida en muerte, o pueden producir molestias nuevas y males crónicos que a menudo son más difíciles de retirar que en la enfermedad original. Convertirme de esta manera en un asesino o un empeorador de la vida de mis congéneres era el pensamiento más terrible, tan terrible e inquietante para mí que en los primeros años de mi matrimonio abandoné el consultorio por completo y no traté casi a nadie médicamente para no perjudicarlo más y solo —como usted sabe— me dediqué a la química y a escribir.
Pero tuve hijos, varios hijos, y una y otra vez se me presentaron enfermedades graves que, como atormentaban y ponían en peligro a mis hijos —mi carne y mi sangre— de nuevo me causaron escrúpulos de conciencia más sensibles porque no había de poder prestarles ayuda con alguna seguridad […]”
Por un lado, Hahnemann —como hombre de conocimiento— intuía que “otro mundo era posible”, pero —como hombre sabio— había descubierto previamente que “ese mundo era imposible”. El camino hacia la libertad empieza con un “no”.
Y por el otro, el amor desesperado hacia sus hijos fue el empujoncito final en la búsqueda de ese otro mundo. Puro instinto paternal. El amor como fuente de inspiración.
Y en un momento como el actual —en el que se multiplican los ataques y los debates mediáticos acerca de la homeopatía y su validez, sobre su carácter aparentemente poco científi por parte de algún estamento académico, el debate de la consideración legal de medicamento homeopático y, por tanto, la prescripción exclusiva por parte de los profesionales sanitarios médicos, veterinarios, etc.— uno se pregunta: con la que históricamente ha caído y nos está cayendo, ¿por qué siguen viniendo todavía pacientes a nuestras consultas?
Porque creo que buscan algo más. Nos entregan su confianza y, de algún modo, quieren transformar también sus vidas.
Dejadme que os explique un caso ilustrativo2:“Cuando Alejandro Magno cayó gravemente enfermo, los médicos no se atrevían a tratarlo por miedo a pagar con su cabeza la muerte de tan insigne paciente. Solo Filipo de Acarnania, médico y amigo del rey, tuvo el valor de acudir en su socorro y preparó un remedio. Y entonces Parmenio, el más fiel de los cortesanos, mandó al soberano una carta de advertencia. ‘Majestad —decía la carta—, el rey de Persia, Darío, ha sobornado a Filipo con promesas de matrimonio con una de sus hijas, y este viene ahora a envenenarte’. El rey no mostró la carta a nadie, pero cuando Filipo le trajo el cáliz con la medicina, se la dio a leer mientras bebía la mixtura sin miedo. Uno leía y el otro bebía, hasta que, finalmente, se miraron a los ojos”.
Esta escena dramática revela alguno de los problemas importantes de la medicina. El valor del médico (conocedor de su ignorancia), la confi del paciente, las envidias y miserias entre médicos (¡también entre homeópatas!) y, por encima de todo, la mirada. La simplicidad de la mirada. Aquella que nuestros pacientes descubren en nosotros. Un día hablaremos de ella, tal como la describía Plotino, y de cómo esa misma mirada neoplatónica llegó a Hahnemann a través de Ficino y Paracelso e impregnó toda la homeopatía.
Me gustaría fi este primer encuentro con todos vosotros con un poema (v. anexo 1) de Salvador Espriu, del cual en 2013 hemos celebrado el centenario de su nacimiento, que vino a mi memoria en cuanto se me propuso como coeditor de la Revista Médica de HoMeopatía en representación de la Academia Médico Homeopática de Barcelona. Si en un solo caso, un solo ser humano a través de la revista puede recobrar la salud y ser más libre, nuestro empeño y el mío no habrán caído en saco roto.Soli Deo Gratias.