“La ciencia no es especialista. Ipso facto dejaría de ser verdadera. El especialista ‘sabe’ muy bien su mínimo rincón del universo; pero ignora de raíz todo el resto”.
Ya es otoño. Por la ventana que mira al patio veo los geranios, el rojo de la hiedra y las nubes deshilachadas que navegan por el cielo y tomo conciencia del paso de las estaciones, de la brevedad del tiempo y de la necesidad de gestionarlo bien. Me entristece lo perdido en esta lucha estéril de supervivencia de la homeopatía ante los ataques de la sinrazón, y ciertamente, unos y otros —médicos que solo utilizan la terapia convencional y médicos que utilizamos también la homeopatía— seguimos estando de acuerdo en lo esencial: que la medicina es ciencia experimental dedicada al estudio del ser humano enfermo y a su curación, y no solo eso, también al mantenimiento del mayor estado de salud posible. Es evidente el objetivo y la razón de existir, que no es otra que curar. Y si la única misión es curar, cómo podemos entender esa ofensiva desatada en los últimos tiempos contra una parte de esa misma ciencia, que es la medicina homeopática: método que nació en 1810 cuando comenzaba a desarrollarse lo que conocemos como ciencia, con vocación de medicina integral y método de ciencia racional. Y en este tiempo de apertura, el primer libro en el que se describe el método homeopático se llamó Órganon de la Medicina Racional. Podemos ver, si estamos abiertos al conocimiento, la vocación de la homeopatía como ciencia experimental ya en su inicio.
Me voy a permitir relatar una vivencia personal. Puedo decir que nací a la medicina a la edad de nueve años. Con una mentalidad de niño, viendo agonizar a mi abuelo con terribles dolores, pensé que otra realidad y otro desenlace eran posibles, que había que hacer algo más, tratar de aliviar los padecimientos de la enfermedad y a ser posible curarla. Desde entonces ha pasado mucho tiempo, estudié la medicina convencional y, posteriormente, como tantos otros —decepcionado con los resultados del método alopático-enantiopático— conocí el método homeopático una década después de haber salido de la facultad. Con el escepticismo natural de un joven médico de la escuela oficial estudié el primer libro que cayó en mis manos (Homeopatía, del Dr. Paschero) y a partir de ahí me reconcilié con la medicina y vino todo lo demás: un cambio en el concepto de enfermedad, la idea que la enfermedad y sus síntomas son la suma de lo que nos desequilibra desde fuera y cómo reaccionamos en nuestro interior para tratar de reequilibrarnos. El descubrimiento de la ley de los similares y su correspondencia práctica. La inmensa posibilidad que nos brinda la naturaleza con los remedios y su dificultad para conocerlos. La experimentación en personas sanas. El medicamento único para cada proceso de enfermedad individual o epidémica. La posibilidad de volver a experimentar y comprobar así, con metodología doble ciego, la veracidad de la sintomatología patogenésica. La comprobación en la medicina práctica, en el día a día. Y sentir (perdonad que aquí vuelva a lo personal) que ahora estoy haciendo lo correcto, que el estudio es mucho, que el tiempo es limitado y, a pesar de ello y de una insatisfacción genética y muchas decepciones atribuibles a mis errores y no al método, sentir que he podido cumplir, por medio de nuestra terapéutica, lo que una mente infantil deseó en un momento crucial de su vida: aliviar el sufrimiento de los enfermos, mejorar su estado de salud previo y, cuando ha sido posible, curar sus enfermedades. Y a quien esto ha visto a la luz del conocimiento, nada, ni nadie, se lo puede rebatir.
Al hilo de lo anterior, pienso que lo fundamental, el objetivo básico, es curar la enfermedad (primer parágrafo del Órganon), mantener y recuperar la salud, y sería secundario el método a seguir, salvo que nos movamos en algún plano de fundamentalismo o sectarismo. De ahí mi perplejidad cuando algún colega desprecia este método de medicina experimental que posee un conjunto de conocimientos, objetivos y verificables, obtenidos mediante la observación y la experimentación, con una ley —la de los similares— que da origen y lo sustenta, con una metodología ordenada y una sistematización de los conocimientos propios y que persigue como objetivo la curación. Estos críticos rechazan una ciencia médica homeopática sin conocerla. Un método terapéutico que aporta ventajas y se muestra muy necesario cuando vemos el elevado número, y en progresivo aumento, de pacientes crónicos con pluripatología y polimedicación que llenan las consultas y los hospitales y amenazan con dinamitar la viabilidad de los servicios nacionales de salud de los países europeos.
Por otra parte, los homeópatas también tenemos que ejercer la autocrítica; no podemos seguir empleando como argumento frases conocidas, ambiguas e imprecisas, y como ejemplo, en lo referente a las altas potencias hablar de su naturaleza como “similar el espíritu”, que pudo ser útil en el siglo xix. Ahora, queridos colegas, tenemos la obligación, como científicos que somos, de investigar y de fomentar la investigación científica básica, y más sabiendo que con lo descubierto sobre “la memoria del agua”, los “agregados moleculares” y los trabajos de Luc Montagnier sobre los ácidos nucleicos y la transmisión de información, tenemos una línea de investigación abierta para demostrar, a la luz de los nuevos hallazgos, que las altas potencias homeopáticas llevan una “información” que se puede demostrar desde la física y por fin acallar las voces que nos relegan al campo del pensamiento mágico. Y soy de los que piensan que llegar a ese conocimiento no debe ser como reacción a la crítica; debe ser, como científicos que somos, una prioridad en nuestra ciencia, como también lo es seguir desarrollando el método en la experimentación de medicamentos y en el progreso del manejo de la dosis y las altas potencias. Y la autocrítica debe comenzar por asumir que el método homeopático no se descubrió y se completó en la época de Hahnemann y Boenninghausen: la ciencia, si en verdad lo es, debe progresar y desarrollarse. Me cuesta pensar que el método esté cerrado y ya esté todo dicho. La ciencia se acaba cuando todo el conocimiento posible es adquirido. Seguro que no es el caso, o nos situaríamos fuera del concepto de ciencia.
Este verano, un artículo de Javier Cercas titulado “La peor especie” estimuló mi curiosidad y leí “La barbarie del especialismo” de José Ortega y Gasset1 que en sus reflexiones sobre la ciencia y su avance hacia la especialización para desarrollarse dice que el hombre de ciencia ha ido reduciendo su campo de ocupación y perdiendo el contacto con las demás partes de la ciencia y al mismo tiempo separándose de la cultura integral y viendo incluso como deseable el no ocuparse de lo que está fuera de su estrecho campo de acción. Y en la misma obra escribe: “El especialista ‘sabe’ muy bien su mínimo rincón del universo, pero ignora de raíz todo el resto”1. De este modo, el especialista —el hombre sabio de nuestros días— es lo que Ortega llama “un sabio ignorante” que se comportará en los ámbitos que ignora con la suficiencia de quien es una autoridad en su especialidad: lo que Javier Cercas define como “la peor especie”. Y es lo que ocurre con algunos supuestos hombres de ciencia de otras disciplinas (o de la medicina oficial) que hablan de lo que no conocen y utilizando los medios de comunicación y las “redes sociales” siembran la oscuridad empleando la maledicencia.
En defensa de nuestro método, constatamos que lleva aliviando y curando la enfermedad desde hace más de 2 siglos y sigue desarrollándose de modo independiente y paralelo a la corriente médica convencional, que incluso podría incorporarse a esa ciencia médica con su método propio, sumando esfuerzos y contribuyendo a mejorar la salud de las personas, siendo como es una medicina humanizada, individualizada, cercana, que no produce daños iatrogénicos importantes ni irreversibles y que se revela como eficaz y eficiente. Es un método terapéutico que aporta muchas ventajas y no quiere, ni necesita, destruir al diferente.
Y a nuestros detractores, ignorantes del método, les invito a reflexionar sobre cuáles son sus verdaderas razones y objetivos: ¿eliminar al colega que conoce otro método terapéutico?, ¿demostrar que “ellos” son mejores médicos y están en posesión de la verdad?, ¿persuadirnos para que dejemos el camino erróneo?, ¿llevar la verdadera curación —la suya— a los pacientes que quieren otro método terapéutico?, ¿otras...? Siendo algo ingenuo, pienso que si hay sana intención, y en el fondo hay paternalismo, esa medicina mediante la cual el médico ejerce el papel activo y el enfermo el pasivo (dejándose llevar) está superada. La medicina actual y la homeopática se deben apoyar en una relación contractual, en un estar de acuerdo el médico (que conoce el modo de curar y lo aconseja) y el enfermo (que realizará el tratamiento si lo desea y pondrá su máximo esfuerzo en curarse), ya que la curación es un proceso complejo en el que intervienen muchos factores y uno de ellos, y fundamental, debe ser la libertad de la persona para elegir el “cómo” y la terapéutica. De otro modo, sería un autoritarismo cercano al fundamentalismo. Seamos serios, no podemos decir que la física no es ciencia porque aún no se conoce con certeza absoluta el origen del universo ni sus límites; como tampoco afirmar que la homeopatía es magia porque no se conoce el mecanismo fisiopatológico último por medio del cual actúan los medicamentos. Los hechos deben mandar sobre las ocurrencias; y los hechos, de modo reiterado, muestran que la medicina homeopática consigue curaciones. Y en este número de la revista hay buenos ejemplos de lo anterior, así como también puede —como parte de la medicina que es— ayudar a las personas a aliviar el sufrimiento, y por qué no, también ayudar a morir: otro momento vital ineludible en este plano de existencia.
A los sabios (propios y extraños), ignorantes de todo lo que ni conocen ni practican, les quiero hacer 2 peticiones. La primera y básica es que si quieren juzgar nuestro método deben conocerlo, estudiarlo y practicarlo; hacer una experimentación sin prejuicios y comprobar en ellos mismos que la medicina que no es “nada” produce en sus organismos cambios, da síntomas y, si tienen suerte y el medicamento es similar con sus dolencias, consigue eliminarlas. Esencialmente mejorarán y, si son verdaderos sabios que ejercen la medicina, estudiarán el método homeopático. En nuestra historia hay ejemplos de ello, es el caso del gran médico Constantino Hering que se acercó como escéptico para rebatirla con conocimiento; comprobó su potencial, se hizo homeópata y llegó a ser uno de los pilares de esta ciencia. La segunda petición es que si no quieren abrirse al conocimiento no consuman su energía con nosotros: dedíquense, con su método, a curar a los enfermos y nosotros seguiremos mejorando nuestra terapéutica sin ruido. Y espero y deseo que llegue el momento en que no sea necesario dedicar tanto tiempo y energía a este sinsentido. De verdad, concentren su esfuerzo en conseguir que la medicina convencional no genere iatrogenia; no perpetúe la enfermedad crónica y la cure y sea más humana. En definitiva, queridos colegas, ábranse a la ciencia y a la filosofía; no traten de rebatir terapéuticas ajenas a su campo y promuevan y mejoren las suyas. El enemigo es la enfermedad y la lucha requiere toda nuestra energía, pero también la suya, no lo olviden.