¡Compañeros, sigo con mi cantar! Los mismos versos, mas con más coraje… Cuando la naturaleza da genio, da también fuerzas, tiempo y valor para vencer todos los obstáculos. Miguel Torga, 1945
Debéis ser clementes, al menos al comienzo de la lectura, ya que no puedo dejar de hacer referencia al “descubridor del método” y, al hilo del argumento, siento la necesidad de recordar que la primera edición del libro fundamental de nuestra terapéutica tiene por título Órganon de la medicina racional1. Si analizamos con la necesaria objetividad, nos daremos cuenta del motivo de nacimiento de esa nueva medicina, y no es otro que dar sentido y verdad a la terapéutica médica, en una época donde predominaba el empirismo irracional, especulativo e ineficaz.
Si, por otra parte, analizamos el momento que vive la medicina, que está sufriendo una epidemia de racionalismo, en la que destaca la corriente llamada “medicina basada en la evidencia”, percibimos cierto paralelismo con la homeopatía en los orígenes de este movimiento, que también busca la mayor racionalidad posible en cada decisión clínica o acto médico. Estamos habituados, al menos los que vivimos y transitamos los 2 mundos, a los cocientes de probabilidad (positivos o negativos), de tal o cual prueba, del número de pacientes que será necesario tratar para conseguir cierto objetivo o del número de pacientes que será necesario tratar para conseguir cierto efecto adverso. Y así, los nuevos y antiguos médicos nos movemos entre guías clínicas llenas de cifras, porcentajes y grado de evidencia.
Y nuestra antigua, humilde y denostada homeopatía ha quedado relegada, en el mejor de los casos, al mundo mágico. Cuando, como antes cité, en 1810 ya teníamos un método, que es racional, 39 años antes de que naciese Sir William Osler, el llamado “padre de la medicina moderna”, que está en el origen del modo de proceder de los clínicos y que también persiguió actuar con la mayor racionalidad posible basándose en la fi tología. Fantaseo con la idea de lo que hubiese ocurrido si estos científi os se hubiesen conocido y desde esa búsqueda propia de los genios hubiesen conectado. La racionalidad terapéutica y la diagnóstica de la mano. Probablemente este mundo sería otro, quizá parecido al Reino de los Cielos. Lejos de la nostalgia y la fantasía, lo cierto es que hoy las 2 medicinas se dan la espalda y ambas son criticadas, aunque no con la misma intensidad, una por supuestamente inefi e inocua y otra por deshumanizada y muchas veces inclemente, por no decir abiertamente tóxica.
Este es el momento que nos toca vivir y en la encrucijada hay que, lejos de confrontaciones, contribuir a la modernización de la homeopatía por el bien de la medicina, ya que esta condición será fundamental y necesaria para la supervivencia. Modernización desde dentro y hacia fuera.
Desde dentro empleando nuestro tiempo en publicar el resultado de nuestro trabajo, no olvidemos que también tienen evidencia los “estudios de casos”, aunque nuestro mayor nivel de evidencia proceda de las patogenesias, algo que no comprenden, por desconocimiento, nuestros compañeros de la medicina oficial. Inundemos pues la bibliografía de estudios de casos resueltos, bien realizados, bien documentados, con datos clínicos y con pruebas complementarias, con rigor científico, que lo poseemos desde los orígenes. Y esto lo tenemos que hacer desde dentro, sin dar por perdida esta batalla que no hemos comenzado ni queremos, ¿o sí?
Y, por otra parte, nos debemos volcar hacia fuera implicándonos en la formación de los nuevos homeópatas, utilizando medios actuales, formación presencial y on-line con programas atractivos y utilidad práctica directa, lo que no excluye que expliquemos también las bases del método, ya que de otro modo no será entendible ni practicable. Salir hacia la sociedad también, ya que un número importante de usuarios está desencantado con la terapéutica química y con la práctica deshumanizada y protocolizada. Nuestra medicina es, además de sustentada en la evidencia, una medicina racional basada en hechos y centrada en la persona. Verdaderamente, nosotros tratamos enfermos, personas enfermas, en su individualidad, con empatía; otra distinción radical con la medicina oficial, distante y centrada en las “enfermedades”.
Y el modo de crecer es salir del bosque, hacia los ciudadanos, hacia asociaciones de médicos, de enfermeras, de otros sanitarios y de pacientes que debemos promover, donde dar conferencias y promover coloquios y mostrar nuestro quehacer y nuestra diferencia. Después, los medios y el boca a boca harán el resto.
Nuestra medicina es como una hermosa catedral gótica. Limpiemos la fachada y abramos las puertas y mostremos el interior. Lo verdadero no muere… si no lo dejamos morir. Estimados compañeros, no perdamos tiempo, revisemos nuestro trabajo, cada uno de nosotros ha tratado muchos casos y tiene algo que comunicar, mucho que decir, salgamos pues de la apatía, del abatimiento y del desánimo, tenemos la virtud de la persistencia y los datos de la experiencia, publiquemos, tenemos que hacernos dignos de la medicina que queremos.