Bauman fue una figura excepcional, generalista, al que nada de lo humano le fue ajeno; a la vez ético-existencial y político-intelectual. En efecto, la larga vida intelectual de Bauman no ha dejado prácticamente ningún tema social y humano sin abordar, desde el socialismo, la modernidad y la postmodernidad, hasta la pobreza, pasando por la globalización, el amor, el trabajo, la educación, los intelectuales, las clases sociales, la comunidad, la política, el Holocausto, el consumo, el miedo y el arte. Destaca en Bauman su afán por introducirse, de manera siempre incisiva, en los temas y problemas más candentes de cada momento, estimulando a veces la discusión al interior de las comunidades intelectuales y, en otros casos, animando un debate público mucho más amplio. Y es que para Bauman la sociología no podía entenderse sino como actividad de crítica política y cultural, y como una fiel y aguda consejera del individuo, puesta al servicio de la emancipación humana. Se reconoce en el hombre y el sociólogo una auténtica y decidida vocación crítica y de intervención pública.
Bauman was an exceptional figure, a generalist, to whom nothing human was alien to him; both ethical-existential and political-intellectual. Indeed, Bauman's long intellectual life has left virtually no social and human issues untouched: from socialism, modernity and postmodernity, to poverty, globalization, love, work, education, the intellectuals, social classes, community, politics, the Holocaust, consumption, fear, and art. In Bauman stands out by his determination to introduce himself, always incisively, in the most pressing themes and problems of every moment, sometimes stimulating the discussion within the intellectual communities and, in other cases, encouraging a much wider public debate. For Bauman, sociology could only be understood as an activity of political and cultural criticism, and as a faithful and acute personal mentor at the service of human emancipation. One can see both in the man and the social scientist a genuine and determined critical and public involvement vocation.
Los imperativos de especialización del campo científico (y los mecanismos de evaluación que allí tienen su reino) exigen cada vez más la concentración en un tema, lo más pequeño y acotado posible, bien circunscripto y domesticado. Si eso acontece dentro de un solo espacio disciplinario o subdisciplinario o bien si sobrevuela los límites de varios, no cambia esencialmente las cosas. Lo importante es (y, al parecer, así seguirá siendo) la focalización en un tema o problema, gracias a la cual se conforman y fermentan las líneas de investigación, las revistas y las series de libros, las tesis de posgrado, los grupos y redes de trabajo en asociaciones académicas, las mesas en los congresos y, last but not least, los circuitos de financiamiento. En todo esto, no se observan actualmente mayores diferencias entre las ciencias sociales o humanas y las ciencias naturales, pese a que la tendencia a la especiali- zación se inició cronológicamente antes en las segundas.
Sin embargo, hay una característica distintiva de las ciencias sociales y humanas. Al margen de la tendencia dominante de especialización antes mencionada, en estas ciencias también hay algún lugar, de tanto en tanto, para la emergencia de unas figuras excepcionales, “generalistas”, a las que (por decirlo rápido, sin ironía alguna) “nada de lo humano le es ajeno”. Un muy buen ejemplo de esta actitud y de este posicionamiento, que es a la vez ético-existencial y político-intelectual, es el sociólogo polaco Zygmunt Bauman, recientemente fallecido y a quien aquí homenajearemos.
En efecto, la larga vida intelectual de Zygmunt Bauman (¡60 años de publicaciones, casi ininterrupidos!) no ha dejado prácticamente ningún tema “social y humano” sin abordar, desde el socialismo, la modernidad y la postmodernidad, hasta la pobreza, pasando por la globali- zación, el amor, el trabajo, la educación, los intelectuales, las clases sociales, la comunidad, la política, el Holocausto, el consumo, el miedo y el arte. Además, en todos estos abordajes ha habido por su parte algo que podríamos caracterizar como una enorme “puntería epocal”. Me refiero con esto a su afán por introducirse, de manera siempre incisiva, en los temas y problemas más candentes de cada momento, estimulando a veces la discusión al interior de las (relativamente pequeñas) comunidades intelectuales, y en otros casos animando un debate público mucho más amplio, lo que ocurrió sobre todo en los últimos veinte años de su vida.
Es que, para Bauman, la sociología no podía entenderse sino como actividad de crítica política y cultural, y como una fiel y aguda “consejera” del individuo, puesta al servicio de la emancipación humana. Desde mi punto de vista, no hay en todo esto por parte suya un simple esfuerzo oportunista para amoldarse o sobreadaptarse a los temas de moda (algo que quizá sí motivó a sus editores, como explicaré luego), sino una auténtica y decidida vocación crítica y de intervención pública.
Una obra de esta magnitud es imposible de sintetizar en el escaso espacio aquí disponible, pero de todos modos lo intentaré, relacionando de manera somera las diferentes preocupaciones que ha tenido en los diversos momentos políticos y culturales que le tocaron vivir, como ilustraciones de esa “puntería” de la que hablaba recién. Quiero decir con esto, por ejemplo, que cuando resultaba imperioso revisar críticamente las versiones del marxismo oficial de los regímenes de Europa del Este (ya por entonces fuertemente deslegitimados desde la oposición interna y no sólo desde las baterías ideológicas del capitalismo occidental), allí estuvo Bauman plantándose con toda firmeza. Por ello, debió pagar un precio ciertamente elevado, puesto que su doble condición de judío y de marxista heterodoxo en la autoritaria y antisemita Polonia de la década de 1960 lo llevó al exilio. Así, luego de un breve paso por Israel, se radicó en Inglaterra, donde transcurriría el resto de su vida. Cuando, ya en los años setenta, comenzaban a proliferar los “giros lingüísticos” e “interpretativos” en las ciencias sociales, allí aparecieron también sus interesantes esfuerzos por matrimoniar a la sociología con la hermenéutica.
Su producción intelectual de los ochenta se cerrará en 1989 con un libro impresionante, Modernidad y Holocausto, quizá de lo mejor de su obra, donde con magistral pluma de sociólogo crítico se distanciará de las miradas autocomplacientes de la modernidad, que consideran al Holocausto como una “anomalía” o un mero accidente. Allí, nos explica con gran agudeza en qué sentido el Holocausto es un fenómeno intrínseco a la modernidad, que resultó posible gracias a las tendencias propiamente modernas a ordenar, a taxonomizar y a seguir reglas procedimentales (temas que también estuvieron presentes en otro de sus grandes trabajos de aquellos años, como Legisladores e intérpretes, publicado en 1987).
Sus diversos trabajos sobre la modernidad y la condición postmoderna ocuparon buena parte de la década de 1980 y casi toda la siguiente, justo cuando la partida de defunción de la modernidad ya estaba prácticamente firmada. Quienes abogaron por la postmodernidad tuvieron su campo de actuación mayormente en los estudios culturales y la crítica estética, pero desde la sociología apenas habían aparecido algunas pocas respuestas, un tanto escépticas, frente al rótulo de la postmodernidad como eficaz descriptor del presente, tales como las de autores (por entonces mucho más famosos que Bauman) como Anthony Giddens y Ulrich Beck. En los últimos años del siglo xx nuestro autor se ocupará de manera siempre crítica de temas ciertamente candentes, como la globalización (1999), o el trabajo, el consumismo y la nueva pobreza (2000). Es que por entonces las promesas de derrame generalizado de riqueza y de armonización planetaria que, una vez terminada la Guerra Fría, habían anunciado los profetas de la buena nueva de la globalización, se daban claramente de bruces contra una situación que había visto profundizar las desigualdades sociales entre regiones del mundo (e incluso en el seno de sus centros más poderosos), generando así vastas legiones de individuos “superfluos” y “vagabundos”, vidas “desperdiciadas” y nuevas “clases peligrosas”.
En sus trabajos de los años noventa era todavía omnipresente una sensación de cierto desencanto, que adquiría a menudo un tono irónico, desilusionado, incluso “cool”, bien a tono con muchas otras elaboraciones postmarxistas de la época. Pero su tonalidad discursiva se vuelve otra con el cambio de siglo y asume mucho más los rasgos de la decidida denuncia y de la indignación moral, de la prevención contra el engaño, del esfuerzo (que, pese a todo, no deja de tener rasgos de una herencia ilustrada) por develar lo que no se ve, lo que deliberada e interesa damente se nos ha ocultado. Es el momento en el que, con la publicación de Modernidad líquida (2003a), su obra realiza un vuelco, a través de la introducción de una nueva metáfora rectora de su pensamiento, lo acuoso, que habría de desplegar de manera incesante y machacona hasta en la última de sus intervenciones, por lo que habremos de detenernos un momento en ella.
No es nueva la utilización en ciencias sociales de metáforas de licuefacción, disolución, derretimiento, desvanecimiento, etc. Todos recordamos muy bien aquel famoso pasaje del Manifiesto comunista de Karl Marx y Friedrich Engels, cuando, promediando el siglo xix y maravillados por la inmensa capacidad de transformación revolucionaria del mundo moderno, hablaban de “lo sólido” que “se desvanece en el aire”. En la estela abierta por aquellos aportes del primer materialismo histórico, pero también de la sociología clásica, Bauman inventa el sintagma de la “modernidad líquida” para, a la vez, subrayar las notas distintivas de un mundo en cierto modo nuevo (líquido), pero sin dejar de observar las continuidades respecto de momentos históricos precedentes (modernos). Así, encuentra el atajo para salir de la trampa conceptual de la postmodernidad (que incluso él mismo había venido abonando en sus libros anteriores), procurando a la vez introducir dentro de la modernidad nuevas periodizaciones y distinciones, entre una etapa sólida, o modernidad hardware, y una líquida, o software.1
Desde variados signos teóricos e ideológicos, y consecuentemente, con diferentes referencias valorativas acerca de este proceso, Marx, Engels y varios clásicos de la sociología, como Max Weber, Emile Durkheim, Georg Simmel, Ferdinand Tönnies, entre otros, pusieron en su momento sus mayores empeños en comprender los perfiles de la sociedad moderna emergente tras la disolución del viejo orden estamental. Tras esa disolución, según Bauman, los individuos fueron provisionalmente liberados de las ataduras que los sostenían, para ser luego reinsertados en nuevos moldes, sólidos, como los de las clases sociales, el mercado capitalista y el Estado-nación. En las más recientes transformaciones, en cambio, los individuos resultan nuevamente “liberados” de los férreos estuches en los que venían habitando, pero para no ser ya reinsertados en ninguna parte y descargando además sobre ellos la responsabilidad de la construcción de sus propios destinos biográficos. Ésta sería precisamente para Bauman la nota distintiva de la modernidad líquida, todo muy en consonancia con la generalización del neoliberalismo como racionalidad política dominante. Ante ese triunfo del neoliberalismo y en su afán por resaltar sus aristas más sombrías, Bauman termina muchas veces recayendo en una suerte de “glorificación” o “embellecimiento” retrospectivo del Estado de bienestar keynesiano, al cual, por buenas razones, dos décadas atrás él mismo y otros de su generación se habían visto en la obligación de cuestionar con firmeza.2
Lo cierto es que el éxito editorial de Modernidad líquida fue inmediato. Como nunca antes, desde entonces las nuevas publicaciones de Bauman pudieron salir de los pequeños anaqueles de las cadenas de librerías donde suelen alojarse los textos de sociología y otras ciencias sociales, y pasaron a lugares más iluminados, junto a otros best sellers. Así, se sucedieron numerosas traducciones hacia otras lenguas (publicadas casi al mismo tiempo que sus versiones originales en inglés), entrevistas en suplementos dominicales, giras de conferencias por todo el mundo, premios y distinciones internacionales. A un ritmo vertiginoso, de más de una publicación por año, fue apareciendo una serie de libros en los que, en sus títulos, a diferentes sustantivos (love, life, fear, times, surveillance, evil) se les adosaba siempre uno y el mismo adjetivo: liquid.
Como es fácil observar, en especial temas como el amor, la vida, el miedo o el mal, remiten directamente a experiencias existenciales, a temores y a ansiedades, a “cosas que nos suceden” en nuestra vida cotidiana. Cuando quieren serlo, cada vez que elaboran complejos y abstractos sistemas de conceptos (aparentemente) ajenos a cualquier praxis social normativa, las ciencias sociales pueden ser refractarias e incomprensibles incluso para lectores cultos, informados, sensibles a “las cosas de la sociedad, la política y la cultura”, pero no precisamente formados en las jergas especializadas y los modos argumentativos de una ciencia determinada.3 Pero no fue ése el camino de Bauman y quizá sea eso lo que explique (al menos parcialmente) el éxito de público de este particular tramo de su obra. Esto es algo que tal vez sus agentes editoriales supieron muy bien advertir, al punto de que engrosaron artificialmente su listado de publicaciones, incorporando, en el medio de todos estos libros de autoría propia, unos cuantos libros de entrevistas, algo que, como sabemos, es bastante más sencillo y, sobre todo, más rápido de producir. Así se da la extraña y, en cierto modo, también triste paradoja de que Bauman, uno de los más duros críticos de la modernidad líquida, acabó también él deglutido por las fauces de una industria y de una mercadotecnia editorial acelerada, desbocada, líquida...
Nada de todo esto pretende empañar el sincero sentido de mi obituario y el reconocimiento que quiero hacer de lo mucho que me ha enseñado Bauman para mi oficio de sociólogo que investiga y enseña y que le otorga, en ello, un importante papel a la creación y a la recreación teórica y conceptual, pero también a la defensa de otros valores sustantivos, como explicaré al final de este artículo. Por un lado, mis propios temas de investigación de los últimos años, en torno a la problematización teórico-sociológica del concepto de comunidad, se han servido abundantemente de sus aportes, en especial de su denuncia del carácter ambivalente y potencialmente peligroso de los variados “comunitarismos” contemporáneos.4 Por otra parte, en la docencia he incorporado sus valiosos textos en variados cursos, tanto en introducciones a la sociología como para estudiantes más avanzados de grado y posgrado. Para los primeros me he servido de uno de los manuales introductorios a la disciplina más amenos, ágiles y a la vez conceptualmente más serios y rigurosos que conozco, como lo es Pensando sociológicamente (1994). Cada vez que tengo que pensar en un texto que explique a lectores no iniciados los alcances y los sentidos que asume la “imaginación sociológica”, para usar la famosa expresión de Charles Wright Mills, no puedo dejar de recomendar este gran libro, dotado, además, de características de bella prosa (ése es precisamente otro rasgo de toda la obra de Bauman, que aporta la contundente evidencia de que la buena sociología no tiene necesariamente que ir reñida con la buena literatura).
A lo largo de esta larga vida, que atravesó los más intensos avatares del siglo xx y de las primeras décadas del xxi, tal como comenté más arriba, Bauman tuvo muy variadas preocupaciones intelectuales. Sin embargo, si tuviera que identificar una y sólo una línea conductora de su sociología, podría sintetizarla como una exploración de fuerte raigambre valorativa acerca de las posibilidades de una moralidad que pueda, a la vez, funcionar como argamasa de la vida colectiva, fundada en la solidaridad y el cuidado mutuo, pero sin socavar o pisotear la autonomía de la individualidad. Por todo esto, aun cuando algunos de sus análisis puedan envejecer con el tiempo o perder el aguijón de la novedad que tuvieron en el momento en el que surgieron, hasta en tanto esos valores no puedan realizarse de manera efectiva, Bauman seguirá siendo nuestro compañero de ruta y nuestro contemporáneo.
Sobre el autorPablo de Marinis es licenciado en Sociología, por la Universidad de Buenos Aires y doctor en Filosofía, por la Universitat Hamburg (República Federal de Alemania). Se desempeña como profesor de Teoría Sociológica, en la carrera de Sociología de la Facultad de Ciencias Sociales, de la Universidad de Buenos Aires, y es también investigador del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Argentina). Sus líneas de investigación comprenden la teoría sociológica clásica y contemporánea, la sociología de la comunidad y de las masas, y la teoría sociológica latinoamericana. Tres de sus publicaciones más recientes (todas como autor único) son: “The multiple uses of ‘community’ in sociological theory: historical type, ideal type, political utopia, socio-technological device and ontological foundation of ‘society”’ (en Potency of the Common. Intercultural Perspectives about Community and Individuality (2016); “Las comunidades de Max Weber. Acerca de los tipos ideales sociológicos como medio de desustancialización de la comunidad” (en Max Weber en Iberoamérica. Nuevas interpretaciones, estudios empíricos y recepción, 2015); “Gemeinschaft, community, comunidad: algunas reflexiones preliminares acerca de las variadas semánticas de la comunidad en la teoría sociológica” (Revista Argentina de Ciencia Política, 2013).
Las razones de este importante cambio de nomenclatura conceptual las explica Bauman con todo detalle en una de las entrevistas que le hace Tester (Bauman y Tester, 2002: 133-135).
Resulta interesante observar esta misma actitud en contemporáneos suyos, como Richard Sennett o Robert Castel, quienes, al igual que Bauman, en su afán por enfatizar su crítica al neoliberalismo o a las modalidades flexibles del capitalismo, en cierto modo terminan “lavándole el rostro” a los aspectos más autoritarios y controladores del Estado de bienestar.
Mientras Bauman publicaba uno tras otro los libros de su saga líquida y obtenía con ellos gran resonancia pública, Niklas Luhmann escribía sus diversas monografías sobre los sistemas funcionales particulares de la sociedad (la economía, la ciencia, el derecho, los medios de comunicación, el arte, la política, la religión, el sistema educativo, etc.), con una suerte mucho menor, apenas restringida a la lectura de sus seguidores y sin siquiera poder volverse best seller dentro del campo sociológico. Advierto, para que no se malinterprete mi argumento, que no me cabe duda alguna de que, aun con su estilo críptico y esotérico, también Luhmann estaba hablando de “cosas que le pasan a la gente”.
Véase, a modo de ejemplo, mi artículo (2011), en especial entre las páginas 150-158, donde me sirvo (principal, pero no exclusivamente) de su breve ensayo titulado, justamente, Comunidad (2003b), aparecido en inglés en 2001, justo cuando su serie de “libros líquidos” estaba apenas despuntando. Véase también la bibliografía secundaria sobre la obra de Bauman que allí cito.