Este artículo analiza la relación entre socialización universitaria y prácticas profesionales de los sociólogos en Argentina desde el regreso de la democracia. Por un lado, examina las orientaciones y formas de entender la disciplina transmitidas por la Carrera de Sociología de la Universidad de Buenos Aires y, por el otro, reconstruye los principales cambios ocurridos en el mercado de trabajo. A partir del examen de la noción de autonomía (y su par opuesto, la heteronomía), se propone mostrar que las prácticas profesionales de los sociólogos están fuertemente condicionadas por el conjunto de esquemas de percepción y clasificación incorporados durante la socialización universitaria. En la medida en que esos esquemas operan a partir de una serie de oposiciones, contribuyen a la producción de un conjunto de “oficios” o modos de practicar la sociología claramente diferenciados según el área o esfera de inserción.
This article studies the relation between university socialization and professional practices of sociologists in Argentina since democracy’s restoration in the mid-eighties. On the one hand, it examines orientations and ways of understanding the discipline transmitted by the Universidad de Buenos Aires (UBA) curriculum contents and, on the other, it reconstructs the main labor market changes. Through the examination of the notion of autonomy (and its opposite, heteronomy), it aims to show that the professional practices of sociologists are strongly conditioned by the set of perception and classificatory schemes incorporated during university socialization. Those schemes, operating through a group of oppositions, contribute to the production of a set of “crafts” or modes of practicing sociology clearly differentiated according to the area or sphere of insertion.
Desde el regreso de la democracia en Argentina, a principios de los años ochenta, los espacios laborales donde se emplearon los sociólogos experimentaron un notable crecimiento y heterogeneización. A la recuperación y normalización de las instituciones académicas, se sumaron un conjunto variado de instituciones no académicas que comenzaron a contratar un número cada vez mayor de sociólogos (dependencias estatales, consultoras especializadas en análisis de mercado o en estudios de opinión pública, grandes empresas privadas, ong y organismos multilaterales).
Aunque no se tratara de un hecho sin precedentes, la expansión de estas inserciones implicó una redefinición profunda del escenario de la sociología local, con un número creciente de personas que utilizaban las herramientas propias de la disciplina más allá del medio académico. Desde la orientación y confección de las políticas públicas contra la pobreza, hasta el diseño de las estrategias de comunicación publicitaria de grandes empresas multinacionales, el abanico de actividades y tareas asumido ha sido ciertamente amplio. En un marco social signado por la creciente valoración del saber técnico, los sociólogos mostraron una notable versatilidad y capacidad para penetrar en diversos campos de intervención profesional.
Frente a esos cambios, la Carrera de Sociología de la Universidad de Buenos Aires (uba) -la más antigua del país en lo que a ciencias sociales se refiere y la institución que producía año a año el contingente más numeroso de graduados-, mantuvo una marcada singularidad.1 En efecto, a diferencia de otras carreras universitarias en las que es usual que haya una definida preocupación por presentar una gama de opciones que se abre a partir de la graduación y anticipar de esa forma el ejercicio profesional, desde su reorganización iniciada con el regreso de la democracia, la Carrera de Sociología se configuró como un espacio poco receptivo a la preocupación por la inserción laboral de sus estudiantes y a las variadas experiencias desarrolladas por sus graduados.
La conjunción de ambos procesos -un mercado laboral sumamente dinámico y cambiante, y una carrera refractaria a pensar el problema de la inserción profesional de sus graduados-, se tradujo en una marcada discordancia entre el conjunto de ideas y expectativas sobre el ejercicio de la sociología que los alumnos adquirían durante la socialización universitaria y los roles que efectivamente asumían una vez graduados. Si bien es posible suponer que hay siempre una relativa distancia entre formación universitaria y ejercicio profesional, propia de toda transición e ingreso al mundo del trabajo, la magnitud que asume en este caso le imprime un particular interés.
Según se argumentará en este trabajo, las prácticas profesionales de los sociólogos están fuertemente signadas por el conjunto de ideas o esquemas clasificatorios que sobre la sociología y el supuesto rol del sociólogo fueron siendo incorporados durante la socialización universitaria. Es a partir de esos esquemas que los graduados perciben y jerarquizan las distintas opciones de inserción laboral. Así, se van perfilando y definiendo aquellos aspectos que gustan y aquéllos que no; aquéllos que disfrutan y los que les generan incomodidad; se establecen las temáticas que son consideradas más relevantes y aquellas que no suscitan interés. De este modo, las opciones y decisiones que toman en relación con su trabajo, son inseparables de las preferencias o valores transmitidos por la institución responsable de la formación.
En este sentido, nuestro enfoque, preocupado por el rol performativo de las ideas y su eficacia simbólica en la construcción de la realidad social, busca analizar el impacto que tienen en las prácticas profesionales los esquemas de clasificación de los sociólogos sobre su mundo laboral, incorporados estos últimos en buena medida durante la socialización universitaria. Entendemos que el análisis de la dimensión subjetiva, es decir, la forma en que los sociólogos conciben y se posicionan frente a su mercado de trabajo, es un elemento indispensable para abordar y comprender sus prácticas profesionales y su relación con las distintas instituciones o esferas en las que se insertan. Como indica Bourdieu, lo social tiene una doble existencia: está en las cosas pero también, y con fuertes consecuencias para la producción de esas cosas, en los esquemas de percepción, pensamiento y acción que los sujetos ponen en juego en sus iniciativas cotidianas (Bourdieu, 1997).
Fundado en un amplio trabajo de campo, este artículo analiza la relación existente entre socialización universitaria y prácticas profesionales de las y los sociólogos de la uba. En primer lugar, se reconstruyen algunas de las orientaciones que la Carrera de Sociología proporciona en relación con lo que sigue a la finalización de los estudios y la particular noción de autonomía que promueve. A continuación, se describen brevemente los cambios ocurridos en el mercado de trabajo. Luego, se analiza la forma en que las orientaciones transmitidas por la Carrera inciden performativamente en las prácticas profesionales de los sociólogos y sus efectos para el desarrollo de la disciplina en las diversas esferas sociales donde se insertan los graduados. Finalmente, se presentan unas reflexiones en torno al desarrollo de la sociología como profesión fragmentada.2
La reconstrucción de la Carrera de Sociología de la uba durante la transición a la democracia.La deslegitimación de la sociología aplicadaDesde su creación en 1957, la Carrera de Sociología de la uba ha tenido una trayectoria accidentada. Las cambiantes coyunturas políticas nacionales sumadas a la aparición de profundas controversias entre los sociólogos, delinearon una historia en la que resaltan las rupturas sobre las continuidades. Lejos de un progresivo proceso de institucionalización, se produjo una sucesión conflictiva de etapas en las que la orientación de la Carrera variaba sustancialmente. Cada etapa, que no duraba más de cinco o seis años, se presentaba como refundacio-nal e impugnaba lo hecho hasta entonces.3
En contraste, la reorganización de la Carrera tras la vuelta a la democracia inauguró un período de inusitada estabilidad que se extiende hasta nuestros días. Si hasta allí se había dado una sucesión desordenada de ciclos cortos en los que la orientación general de los estudios, el plantel docente y las materias cambiaban periódicamente, comenzó entonces una etapa caracterizada por la permanencia en el tiempo de los profesores, materias y programas. En aquellos años, en efecto, se consolidaron un conjunto de orientaciones de fuerte permanencia en el tiempo.4
La reconstrucción de la Carrera se dio en el marco de una decidida reivindicación de la tradición crítica que había dominado la institución en el período previo a la última dictadura militar (1976-1983).5 En un contexto signado por la fuerte movilización del estudiantado, el retorno de varios profesores del exilio y la reincorporación de ciertos sociólogos que habían sido expulsados de la Universidad, se afirmó una idea de sociología asociada al compromiso por la intervención social y política, que ponía en un plano ciertamente secundario la preocupación por la salida laboral de los futuros graduados. La sociología, antes que una profesión capaz de ofrecer sus servicios técnicos a una variada gama de servicios profesionales, fue entendida como una empresa con una misión trascendente: cuestionar las relaciones sociales y desenmascarar las relaciones de poder vigentes. Esa tarea, por supuesto, iba más allá del rol o ambiciones propios de cualquier ocupación profesional.
Lo anterior, sin duda, se inscribía en el proceso más amplio de reactivación social y política que signó los primeros años de la recuperación de la democracia. Ese momento, caracterizado por un fuerte optimismo respecto de las potencialidades del régimen que se reinstauraba, coincidió con una decidida afirmación de la voluntad política como instancia desde la cual propiciar profundas transformaciones sociales. El clima de efervescencia que agitaba a la sociedad permeó con fuerza el proceso de reorganización de la Carrera, impulsando una idea de sociología que buscaba mayor conexión con las preocupaciones y la práctica política en detrimento de las versiones más profesionalizadas de la disciplina.
En ese contexto, dos elementos fueron fundamentales: por un lado, la relevancia otorgada al perfil de aquellos profesores más prestigiosos, mucho más identificados con el papel de “intelectual” implicado en las discusiones públicas que con el de “técnico experto” o especialista que opera a partir de la racionalidad instrumental. Por otro, el espacio otorgado a las orientaciones del estudiantado movilizado, en particular de sus agrupaciones políticas que desde temprano ejercieron una considerable influencia en la reorganización de la Carrera. Analizando detenidamente sus consignas y reclamos se comprueba que lo que pretendían era un punto de miras y acción que los vinculara a la sociedad desde una posición crítica. Estaban atraídos, en ese sentido, por la figura del académico o intelectual comprometido con la política, mucho más que por la del “técnico experto” en problemas sociales (Blois, 2009).
En ese marco, es comprensible que los sociólogos de mayor trayectoria en las actividades vinculadas al análisis de mercado y los estudios de opinión, verdaderos promotores de estas actividades en el medio local, prefirieran no integrarse a la renovada carrera. El perfil que cobró destacada relevancia en esos primeros años se reveló ciertamente incompatible con el estilo de sociología que desde sus propias consultoras o en alguna empresa privada practicaban y estaban interesados en difundir. En un espacio donde se actualizaban los discursos más críticos de la “sociología aplicada” o “ingeniería social”, los capitales y habilidades acumulados en su ejercicio profesional estarían privados de una clara valoración.6
En esas condiciones, sólo la enseñanza y la investigación universitaria se presentan como horizonte profesional deseable para la mayoría de los estudiantes. En una institución que no refiere a los usos no académicos de la disciplina, aquella constituye de manera irremediable la opción laboral más viable. El resto de las salidas laborales aparece, en el mejor de los casos, como un consuelo y, en el peor, como una “traición” a la formación recibida. Lejos de considerar la disciplina como un conjunto de saberes o destrezas susceptibles de ser puestos en juego en diferentes campos o esferas sociales, la idea de sociología transmitida en la Carrera impone una fuerte censura a las aplicaciones profesionales de la sociología más allá de los muros universitarios (Bonaldi, 2009).7
En lo sucesivo, tal situación no fue modificada sustancialmente. Cuando el entusiasmo inicial fue dando paso a la desilusión por las promesas incumplidas de la democracia, las condiciones no variaron. Con el cambio de década y la instauración de los programas de ajuste y modernización económica que significaron para la Universidad de Buenos Aires un notorio agravamiento de su situación presupuestaria, buena parte de quienes participaban del espacio de la Carrera, asumieron el mantenimiento de lo dado como una defensa de la institución universitaria. Frente a las agresivas iniciativas oficiales, la renuencia a plantear cambios en la curricula aparecía como un acto de “resistencia”. En un marco social y político dominado por los discursos e iniciativas de corte neoliberal, el procesamiento institucional de la cuestión laboral y profesional de los sociólogos no se veía favorecido.8
¿La sociología como profesión?Autonomía y heteronomía en la socialización universitaria de la ubaDe acuerdo a la idea de sociología que se terminó configurando como ideal dominante en la Carrera, el ejercicio crítico de la disciplina supone una fuerte autonomía. Si bien su significado o alcance no siempre son tematizados y permanecen por lo general implícitos, predomina una visión que sospecha de cualquier vinculación con las demandas de un cliente o empleador no académico. La sociología “aplicada” conlleva, según esa mirada, una inevitable identificación con los intereses de quien la contrata, la transformación del sociólogo en un “mercenario” incapaz de poner en juego una mirada crítica en sus labores. Así, quienes trabajan fuera de la universidad quedarían presos de la lógica del mercado o de las organizaciones burocráticas que los emplean donde el que paga impone los criterios a partir de los cuales se realiza el trabajo.9
El sociólogo, de acuerdo a esa visión, carece de medios para incidir en su respuesta: no puede imponer tiempos o plazos mínimos que garanticen ciertos estándares de calidad, es incapaz de proponer la realización de preguntas de mayor alcance, no sólo circunscriptas al interés de la clientela, susceptibles de poner en juego ideas más complejas o interesantes. De ese modo, se plantea una opción de “todo o nada”. O el sociólogo mantiene la plena autonomía de sus decisiones (que en el contexto de la Carrera sólo parece posible si se dedica a la vida académica) o deja de ser sociólogo. O permanece como intelectual “crítico” o “se vende”.
Ahora bien, esta valoración de la autonomía en una clave que la restringe a la labor académica plantea, en contrapartida, ciertas dificultades para pensar las conexiones con los actores e instituciones no académicos. Si la autonomía facilita un ejercicio crítico, en principio la labor del sociólogo no debe contemplar otras orientaciones o intereses que los suyos propios y aquellos definidos por la propia comunidad de pares. Por otro lado, se revela problemática a la hora de plantear los vínculos con la intervención en la sociedad, valor compartido, según vimos, por buena parte de los profesores y estudiantes. Para ellos, como indicamos, la sociología tiene un papel trascendente como crítica de las relaciones sociales de dominación. Sin embargo, la idea de autonomía, en la medida en que es absolutizada, tiende a plantear un ejercicio autocentrado de la disciplina donde lo esencial de las iniciativas y la producción de los sociólogos, está dirigido a otros sociólogos.
Sin reconocer posiciones intermedias o matices, la socialización universitaria plantea una fuerte oposición. De un lado, postula el ejercicio de una sociología cuya autonomía le permite poner en juego una mirada sumamente crítica pero que, dada su autorreferencia, no tematiza las formas a través de las cuales sus iniciativas podrían alcanzar una incidencia social más ostensible. Del otro, requiere de una actividad inserta en instituciones sociales donde es posible desarrollar una intervención social pero que, en la medida en que se la piensa siempre atada a los intereses del cliente o empleador, es incapaz de desarrollar una labor crítica, razón por la cual su estatus “sociológico” es puesto en duda.10
Un mercado de trabajo en expansión. Las esferas laborales de los sociólogosDesde el retorno a la democracia, pero sobre todo a partir de la década de los noventa, el mercado laboral de los sociólogos experimentó profundos cambios. Expresión de las transformaciones más generales de la sociedad, estos cambios conllevaron una creciente ampliación y diversificación de las prácticas e inserciones profesionales de los sociólogos. Frente al imperativo de la modernización de las instituciones públicas y privadas, el saber técnico fue valorado como un recurso indispensable por diversas instituciones y gobiernos, lo cual llevó a la formación de un “mercado del saber experto” en el que los sociólogos, junto a representantes de otras disciplinas, pudieron participar ofreciendo su particular expertise (Beltrán, 2010).11
Los ámbitos o esferas donde se emplearon los sociólogos fueron variados. Por un lado, las instituciones académicas comenzaron un proceso de recuperación, visible en la constitución de un amplio sistema de posgrados, la multiplicación de becas y grupos de investigación y el crecimiento de los espacios donde ejercer la docencia universitaria. La vida académica logró un grado de consolidación que, merced a la accidentada trayectoria previa de la disciplina, carecía de precedentes en el caso argentino. Por otra parte, al calor de los procesos de reforma y modernización administrativa, diversas dependencias estatales (vinculadas a distintas áreas: desarrollo social, salud, educación, trabajo, seguridad y defensa, etcétera) devinieron fuertes reclutadores de graduados. En el Estado, los sociólogos se comprometieron en diferentes tareas: diseño e implementación de políticas sociales, coordinación y gestión de recursos humanos, producción de información estadística, etcétera (Beccaria y Golbfarb, 2010). Asimismo, un conjunto creciente de empresas, considerando la expertise de la disciplina como un insumo necesario para la toma de decisiones, contrató sociólogos para sus departamentos de recursos humanos, de análisis de mercado y de marketing (González y Orden, 2011). Del mismo modo, los sociólogos se incorporaron en diversas ong para realizar tareas de diagnóstico, planificación y/o intervención. También tuvieron un rol destacado en la realización de encuestas de opinión y asesoría política, donde movilizaron los recursos técnicos de la disciplina con vistas a legitimar su intervención en la esfera pública y mediática, alcanzando en ciertos casos una considerable visibilidad pública (Vommaro, 2008).12
La forma en que los sociólogos desarrollan sus actividades en las distintas esferas laborales está, por supuesto, fuertemente condicionada por la lógica de cada una de esas esferas. Por sus objetivos y dimensiones, esas esferas presentan importantes diferencias: persiguen orientaciones específicas, tienen un tamaño y alcance dispares, exigen tareas y ritmos de trabajo diferenciados, poseen formas de ingreso y jerarquías particulares. Al demandar distintas tareas y saberes y al presentar diversos desafíos e incentivos, esas esferas promueven, en efecto, la multiplicación de un conjunto diferenciado de “oficios” de sociólogo. El trabajo en una esfera, en efecto, se realiza con base en cánones distintos de aquellos propios de otras esferas.
Así, por dar sólo algunos ejemplos, si en la práctica de investigación académica los destinatarios del trabajo son por lo general los propios pares, en la investigación de mercado o de opinión pública, el trabajo es realizado en función de la demanda de un cliente que financia el estudio (que muchas veces tiene un definido interés en orientar las preguntas y la metodología utilizada). En esas condiciones, la amplitud del estudio, su conexión con las necesidades de algún actor social o los tiempos disponibles, varían fuertemente, condicionando el carácter de los informes o productos generados en uno y otro espacio. Otro tanto ocurre con las labores de gestión o intervención social que los sociólogos suelen desarrollar en ciertas áreas estatales u ong. Mientras la tarea de investigación (en la academia pero también en la consultoría de mercado) no suele ir más allá de la producción de información o diagnósticos, la inserción en aquellos espacios suele demandar la implicación directa y cotidiana de los sociólogos en la toma de decisiones, la negociación y el manejo institucional, conllevando un uso y una relación ciertamente diferente con el instrumental y los esquemas conceptuales propios de la disciplina.
Ahora bien, según se mostrará a continuación, a la hora de dar cuenta de la constitución de esos distintos “oficios”, los condicionamientos objetivos, los imperativos propios del trabajo en esas esferas, son un elemento central pero insuficiente. Para comprender las condiciones de posibilidad de tal multiplicación de “sociologías”, es preciso introducir la dimensión subjetiva y abordar la forma en que los sociólogos perciben y se representan su mercado laboral y los distintos espacios a los que pueden acceder.
Los sociólogos frente al mundo del trabajoLa forma en que los sociólogos de la uba se posicionan frente a la diversidad de prácticas profesionales está, como adelantábamos en la introducción, fuertemente condicionada por el conjunto de ideas o esquemas clasifícatenos sobre la sociología y el rol del sociólogo incorporados durante la socialización universitaria. Esas ideas operan como una matriz cognitiva a partir de la cual los graduados perciben y jerarquizan las distintas inserciones laborales y, en consecuencia, actúan. Tal matriz, originada en el proceso de socialización, está estructurada a partir de una serie de principios o pares opuestos que clasifican las distintas prácticas según una lógica binaria (sociología “autónoma” vs. sociología “heterónoma”; sociología “sustantiva” vs. sociología “irrelevante”; sociología “comprometida” vs. “sociología egoísta”, etcétera). Esa lógica, contribuye a la producción de un mundo laboral o profesional escindido en esferas marcadamente disímiles, cada una con desafíos y lógicas específicas, y que, según consideran los propios sociólogos, exigen comportamientos muy diferenciados.
Los sociólogos, antes de pensar los diversos ejercicios profesionales como parte de una misma empresa -la sociología como profesión unitaria capaz de nutrirse de la experiencia desarrollada en diversos ámbitos-, tienden a concebirlos como actividades entre las cuales no hay demasiadas vinculaciones o diálogos posibles. En torno a esas actividades se configura, en esas condiciones, un conjunto de modos de hacer u “oficios” estereotipados, cada uno definido por orientaciones y saberes propios: el “trabajo académico”, la “consultoría para ong”, el “trabajo en el Estado”, la “investigación de mercado”, el “análisis de opinión”, etcétera.
Al orientar las prácticas de los sociólogos, esos estereotipos ejercen fuertes efectos performativos. A cada uno se le asigna una finalidad o motivación específica así como saberes y destrezas particulares. De cada uno se esperan diversas orientaciones e intereses igualmente específicos. Reconociendo un conjunto de imperativos como propios de cada perfil profesional, los graduados le atribuyen una serie de constricciones que, asumidas como inevitables, condicionan sus prácticas (trabajar a un determinado ritmo, con un grado mayor o menor de rigor, reclamando o no cierta autonomía en la forma de responder a los encargos). De ese modo, el trabajo de los graduados en una y otra esfera, se diferencia y responde a cánones bien distintos.
Ello es así aun cuando entre las esferas no existen divisiones institucionales o campos con criterios de ingreso muy marcados, sino que, por el contrario, hay una alta circulación. En efecto, si algo enseña el estudio de las trayectorias laborales de los sociólogos es que el paso de una esfera a otra es una práctica habitual. Las líneas que separan esos mundos son continuamente trasvasadas por los individuos. Antes que excepciones o anomalías, los cruces constituyen una constante: de una dependencia estatal a la consultoría de mercado, de ésta a una ong, de allí a la academia y así sucesivamente. Si existen perfiles “puros” y carreras desarrolladas en una sola esfera, no deja de haber perfiles “híbridos” que pasan de un ámbito a otro a lo largo del tiempo o que mantienen múltiples afiliaciones y pertenencias en un mismo momento.13
Sin embargo, al pasar de una esfera a otra, como si fueran de un país a otro, los individuos tienden a adaptarse a las “costumbres” e imperativos locales. Se produce o refuerza, en esas condiciones, una compartimentación de los mundos laborales que, alentada por las oposiciones, hace que los sociólogos acepten las reglas de “cada” juego y no se planteen hacer cosas que, según su visión, corresponden a los otros ámbitos. De esa forma, promueven y refuerzan la reproducción de las distintas áreas o inserciones como esferas escindidas.
Lo anterior, desde luego, no implica desconocer que las distintas esferas tienen diferencias “objetivas”. Como se mencionó, cada una posee una organización o entramado social particular y demanda distintas tareas y destrezas. Las diferencias que los sociólogos reconocen tienen, en ese sentido, un fundamento “real”. Ahora bien, preciso es reconocer que el mercado laboral condiciona pero no es una estructura ya lista a la que los individuos no pueden más que adaptarse mecánicamente. Las iniciativas y opciones de los individuos, moldeadas por la matriz cognitiva con la que interpretan sus posibilidades e intereses y, en consecuencia actúan, contribuyen a su producción.
Por supuesto, centrarse en los efectos de la socialización no implica atribuir a las ideas o esquemas de percepción transmitidos por la Carrera un carácter estático que se mantendría inmodificado a lo largo del tiempo, indiferente a las distintas prácticas que van asumiendo los sociólogos una vez graduados. Como indica Piriou en su trabajo sobre los “sociólogos practicantes” en Francia, la identidad y la imagen de la sociología que adoptan los sociólogos tienen un doble anclaje. Son el resultado de un proceso de socialización universitaria -donde se adquiere no sólo un conjunto de conocimientos técnicos sino una visión moral sobre lo que es y debe ser la disciplina- pero también es el producto de las interacciones que los sociólogos mantienen entre sí y con otros actores en sus medios de trabajo (Piriou, 2006). De hecho, a medida que pasa el tiempo y en función de sus posiciones, los sociólogos van desarrollando sus experiencias, influyendo sobre los objetivos de las instituciones de las que forman parte y de sus nuevos mundos de referencia y desarrollando otras formas de entender la sociología que, en varios casos, cuestionan y se distancian de la definición adquirida en su paso por la universidad. Sin embargo, si bien están siempre sujetas a discusión en cuanto a sus sentidos legítimos, las oposiciones que organizan la matriz cognitiva siguen moldeando la percepción de las oportunidades laborales.
Ahora bien, a diferencia de lo que ocurre en otros países, en la medida en que en Argentina no hay instancias institucionales (publicaciones, jornadas académicas, colegios de profesionales con fuerte injerencia en el campo)14 donde los sociólogos con inserciones no académicas puedan discutir o intercambiar sus experiencias, al tiempo que forjar una identidad colectiva,15 el trabajo de redefinición de las oposiciones y del sentido o límites de la sociología, corresponde a los propios individuos. Son ellos quienes deben procesar por sí solos las tensiones que surgen del desajuste entre la idea de sociología incorporada durante la socialización universitaria y una práctica profesional que, en buena parte de los casos, resulta fuertemente discordante. A las dificultades por hacerse un lugar en un mundo laboral del que se sabe poco (pues la Carrera tiende a no referir la etapa que se abre con la finalización de los estudios), se suman los dilemas y angustias originados en aquel desajuste. En esas condiciones, su procesamiento recae sobre las espaldas de los individuos y por ello el recurso a sus discursos es insustituible.
En este sentido, resulta iluminador exponer analíticamente el testimonio de los graduados donde se evidencia la matriz cognitiva que orienta sus acciones a partir de la consideración de una de sus oposiciones (sociología autónoma vs. sociología heterónoma). Pretendemos ilustrarla forma en que un conjunto de categorías de pensamiento incorporadas durante la socialización universitaria, incide performativamente en las prácticas profesionales de los sociólogos.16
Sociología autónoma vs. sociología heterónomaPara los graduados de la uba hay esferas con un alto grado de autonomía y otras donde lo que prima es la heteronomía. Si todos reconocen que la figura del “intelectual libre” no existe y que hay siempre limitaciones de diverso tipo, la esfera académica aparece como el espacio donde se da la mayor libertad para fijar los temas, las preguntas y objetivos de la investigación de acuerdo a las propias orientaciones del sociólogo. En el resto de las esferas, lo que predomina -según la mirada de quienes allí se insertan- es el poco margen que deja la demanda del cliente o empleador. Aun cuando el trabajo académico esté condicionado por las reglas o usos que es preciso respetar para publicar un artículo, conseguir una beca o hacerse de un director, los condicionamientos propios de este ámbito laboral son percibidos como menores en comparación con la realidad que se vive en los otros espacios.
La academia es, según pudieron aprender los graduados en su paso por la Carrera, el ámbito en el cual (sin la necesidad de responder a las demandas de actores interesados o “poderosos”) es posible la construcción de un discurso “creativo”, “riguroso” o “cuestionador” de la realidad social. Para el resto de las esferas, de acuerdo a aquella mirada, esa finalidad está vedada. En su discurso encontramos el dilema del tipo “todo o nada” que se planteaba en la Carrera: o el sociólogo mantiene su plena autonomía, sólo asegurada en el mundo académico (única garantía de un ejercicio crítico) o, sucumbiendo a la demanda, deviene un “mercenario” capaz de cumplir sin mediaciones o redefiniciones ante aquello que le encargan. En esas condiciones, sus chances para reclamar mayores márgenes de independencia se debilitan, pues son en buena medida excluidas de su horizonte de posibilidades. Aun cuando quienes se insertan fuera de la academia echen de menos la autonomía de la que, según piensan, gozan los sociólogos en la academia, predomina una adaptación pragmática a las exigencias de cada esfera. El trabajo fuera de la academia, por la forma en que es pensado, hace del sociólogo un individuo sin margen de maniobra que debe asumir la realización de sus encargos en las condiciones y ritmos fijados por el cliente o empleador.
Esa percepción, sin dudas echa raíces en la realidad diferenciada de cada escenario laboral. Ahora bien, la forma en que los graduados leen esos escenarios y, en consecuencia, los comportamientos que asumen en uno u otro ámbito, es inseparable de las ideas sobre la autonomía que la Carrera les transmitió durante su formación. Si bien es cierto que cada esfera representa condicionamientos diferentes, pensarse en una posición inevitablemente subordinada es un supuesto de los propios sujetos que contribuye a la reproducción de las esferas como escindidas: una dotada de autonomía, las otras fuertemente heterónomas. Por cierto, los condicionantes existen, pero son reforzados por aquellos sociólogos que perciben su ejercicio profesional de un modo que cercena su margen de acción.
Así, es usual encontrar que los graduados insertos en el Estado se adapten a los formatos ya establecidos de una labor en la que aquello que se lleva a cabo, así como los procedimientos que se siguen y los formatos de presentación de resultados, ya vienen pautados. De este modo, se acomodan a la lógica “burocratizada” predominante sin cuestionar un trabajo poco permeable a sus iniciativas. Por supuesto, ello limita el alcance de las preguntas u objetivos que pueden plantearse, generando en muchos casos un profundo malestar y desmotivación. Siempre hay un debate en el área respecto de cuál es la especificidad de la investigación en el Estado por oposición o en relación a la investigación académica. Es muy diferente. En principio el público es diferente, se trata de una investigación que podemos decir que no es una investigación básica sino aplicada, cuyo principal objetivo es informar a los tomadores de decisión (…) Es decir, el público en el que tenemos que pensar es ese y esto determina un montón de cosas, no tanto en la metodología pero sí en los formatos finales con los que se presentan los informes. Y también los problemas, hay un recorte de problemas muy vinculados a la gestión pública (…) Los marcos teóricos posibles para relevar información del Estado son muy limitados… Desde ese punto de vista, resulta mucho más productivo y creativo el proceso de investigación académico porque tenés más margen de acción. (Sociólogo, 34 años, graduado en 2001, sector estatal, antes ong).
En el sector privado, tanto en investigación de mercado como en opinión pública, las necesidades del cliente -en la medida en que financian el trabajo- son un elemento a tener en cuenta. De hecho, ante la demanda a una consultora de un encargo estrictamente delimitado que indica lo que hay que hacer (estrategia y técnicas metodológicas a emplear, tamaño de la muestra, cantidad de entrevistas a realizar, etcétera) también surgen oportunidades donde lo que se encarga es más indeterminado y permite poner en juego una labor más creativa. En esos casos, el trabajo está lejos de la rutina o monotonía que puede predominar en buena parte de las inserciones estatales.
Ahora bien, para quienes se insertan en el sector privado, el mayor condicionamiento es, sin dudas, la necesidad de vender. Eso siempre aparece como un límite ante lo que se puede investigar, hacer o decir. Esa dosis de pragmatismo (innecesaria en el ámbito académico, según piensan estos graduados) puede implicar el abandono de las propias convicciones sobre la mejor forma de hacer el estudio. Si toda profesión que ofrece sus servicios en el mercado debe lidiar con las orientaciones de un cliente, la impronta de la oposición entre autonomía y heteronomía limita la posibilidad de condicionar la demanda. Así, es comprensible que las inquietudes del cliente impongan sin grandes resistencias o reformulaciones el tema, ritmo y velocidad del trabajo. Si ello facilita una próxima contratación, no deja de generar una marcada incomodidad o desencanto pues se sabe que, antes que realizar una investigación abierta, fundamentada o rigurosa sobre ciertos comportamientos de los consumidores, lo importante es “hacer un simulacro de investigación” en vistas a ofrecer argumentos susceptibles de legitimar o justificar decisiones previamente tomadas: Esta es la parte… pragmática, de la real politik, de la “real investigacionsik”. Hay dos maneras de enfrentar un problema, dos metodologías posibles. A mí me puede parecer por el objetivo de la investigación, por las características del producto, por una serie de razones, que es mejor un diseño que el otro. Y puedo estar bastante convencido. Ahora, a lo mejor mi cliente con otros argumentos (que a mí incluso me pueden parecer que no son los mejores), cree que hay que hacerlo de otra manera. Y la verdad que yo le quiero vender el estudio, así que vamos por ahí. ¡Si es para vos! Yo te ayudo mientras vos me dejes que te ayude. Si a vos te parece otra cosa… Entonces, otra vez, en la vida académica eso no pasa. Vos te sentarás con tu director y le decís “che, mirá, tengo diez entrevistas, la verdad que no sé si ordenarlas de una manera u otra”. Y si vos estás convencido con algo, la discutís hasta el final. Si tenés cierto respeto intelectual por tu director, te dejarás convencer. Acá yo tengo que vender un estudio y entonces lo que decís muchas veces tiene que ver con lo que vos te imaginás que es una línea de trabajo que te puede ayudar en la relación con el cliente. La investigación de mercado está cruzada por muchas otras cosas (sociólogo, 45 años, graduado en 1989, dueño de consultora de análisis de mercado, antes empleado en consultora de opinión pública y sector académico). Parte de lo que nosotros hacemos es político en términos empresariales. Nosotros tenemos un cliente que trabaja en un área, que tiene un jefe, que tiene unos objetivos y que nosotros tenemos, muchas veces, que ayudar a cumplir. A veces las preguntas no son tan genuinas, uno parte ya de una hipótesis y va a tratar de encontrar la mejor forma de llegar a algo, pero tal vez, para uno esa no es la pregunta. Vos querés, para avanzar en esta línea, agarrar este camino; yo no creo que este sea el mejor camino, pero bueno, hay un momento donde uno la para porque sabe que si el cliente quiere avanzar de todas formas en ese camino, uno avanza (…) Las investigaciones, no siempre obviamente, pero muchas veces, se hacen para tener un dato para legitimar políticamente algo y nada más (sociólogo, 35 años, graduado en 2000, empleado en agencia de investigación de mercado, antes sector estatal).
La producción de información agregada en una ong suele tener -en comparación con lo que ocurre en el Estado-, un carácter más flexible. De hecho, muchas veces los sociólogos son contratados por poseer el conocimiento metodológico necesario para la construcción de datos y el diseño de indicadores que resulta ajeno al personal estable de la institución. En esas condiciones, los sociólogos suelen contar con un importante margen para diseñar el estudio, definiendo preguntas y objetivos de manera más autónoma. Sin procedimientos estandarizados o previamente establecidos, el trabajo es más permeable a las orientaciones y decisiones individuales. Pueden, en ese sentido, llevar a cabo el conjunto de la investigación.
Sin embargo, no es inusual que las necesidades de la institución limiten fuertemente aquello que se puede decir. Pese a que en este caso no impera la necesidad de contemplar los intereses de un cliente, el pragmatismo no desaparece, sino que la necesidad de convencer a los financiadores de la utilidad o las bondades del estudio o la intervención a realizar, se impone como criterio. Entonces, nada que disminuya esas posibilidades puede figurar en el informe sin generar resistencias. Aquí, como en el mundo de las empresas, es necesario conocer el juego “político” donde se inserta quien encarga el estudio.
Para quienes llegan a este espacio entusiasmados con la posibilidad de desarrollar una investigación de carácter riguroso, el desencanto puede ser marcado. Trabajar en una ong (no menos que en el Estado o el sector privado), tal como rápidamente lo aprenden, puede demandar un ajuste a las necesidades del empleador. Ahora bien, la oposición incorporada durante la socialización universitaria (que dificulta plantear las condiciones de autonomía posibles en un trabajo fuera de la academia), puede facilitar una pronta adaptación. Aun cuando esa situación induzca un malestar más o menos desembozado, no produce grandes resistencias: Yo tuve cuatro investigadores. Uno era el más responsable, los otros tres ya sabían la dinámica de laburar adentro de la ong. Entonces, los otros tres hacían un laburo de mierda pero aceptable para trabajar en una ong. Uno (que lo había llevado yo), era el más crítico para mí, el mejor laburo sociológico… Le reescribieron el artículo porque el análisis que hacía era muy crítico. Y no había lugar para un análisis crítico. Entonces, con la cantidad de guita que venía, lo que había que hacer era un “como si”. Y yo me quedé re enojada, con una sensación de que no me hagan investigar si vamos a tener que mentir en los resultados. Para eso no investigo. Vamos a mentir desde el principio, no vamos a estar tres meses para escribir esto (socióloga, 34 años, graduada en 2001, consultaría free lance para el Estado, ong y empresas, antes empleada del área de investigación de mercado en empresa multinacional).
Según la matriz cognitiva con la que los graduados interpretan y actúan en el mercado de trabajo, frente a la academia las esferas no académicas aparecen como ámbitos heterónomos. Esa creencia tiene fuertes efectos performativos, pues contribuye a producir aquello que describe: la heteronomía de esos espacios es, en parte, consecuencia de la creencia en su heteronomía. Mientras en el Estado hay poco margen para diseñar investigaciones más “personales” y el trabajo asume un carácter fuertemente subordinado, en las empresas y ong (si bien el margen puede ser mayor y permitir la puesta en marcha de un ejercicio más “creativo”) la necesidad de responder a las demandas del cliente o del financiador, acotan el alcance de las preguntas y de aquello que se puede decir con base en los resultados de la investigación. Tal como la perciben los sociólogos, la oposición entre autonomía y heteronomía contribuye a la reproducción de las esferas donde los comportamientos son marcadamente diferenciados. En esas condiciones, aun cuando ello pueda generar un profundo malestar o incomodidad con su trabajo, los graduados terminan por amoldarse a las necesidades de cada esfera sin propiciar una redefinición de las demandas recibidas.
Ahora bien, si hay consenso en que la autonomía constituye una condición valiosa o necesaria, los graduados con inserciones no académicas no dejan de reconocer los riesgos que una exacerbación de la autonomía encierra para el desarrollo de la disciplina. De hecho, muchas de las críticas a sus pares académicos, y en base a las cuales revalorizan su propia práctica en diversas instituciones, van en este sentido. Señalan que los académicos, terminan “ensimismados” y “aislados” de la sociedad, “enfrascados” en discusiones abstractas que rara vez pueden “aterrizar”. En contraposición, y reforzando la oposición, quienes se desempeñan en la academia enfatizan la posibilidad de desarrollar un trabajo crítico que, gracias a su independencia de criterio, puede cuestionar las relaciones sociales sin las limitaciones sufridas por quienes se insertan fuera del medio académico.
Aun cuando el desarrollo de una disciplina supone siempre una cuota de autorreferencialidad, es cierto que esa tendencia se ve reforzada por el proceso de “profesionalización” del sistema científico. En el caso argentino, esta tendencia inició a mediados de los ochenta y tendió a premiar a aquellos antecedentes vinculados a la producción de una sociología destinada principalmente a los pares donde se jerarquizaba la publicación de artículos, la participación en congresos, etcétera, en detrimento de una producción dirigida a audiencias no especializado (más destinada a la divulgación, la transferencia, etcétera). De ese modo, las iniciativas y los esfuerzos de quienes quisieron insertarse en la academia, no carecían de incentivos para volverse cada vez más “autorreferenciales”.17
Pese a que no son inusuales las críticas o llamados de atención al respecto,18 para buena parte de los académicos, sus únicas audiencias o públicos son sus estudiantes y colegas. Mientras algunos viven con malestar lo que consideran un excesivo “encierro” y anhelan la posibilidad de generar vínculos con actores o instituciones no académicos, otros asumen con naturalidad ese estado de cosas y se acomodan a las exigencias propias del sistema académico.
Frente al “aislamiento” de los académicos, los sociólogos con inserciones no académicas destacan las relaciones de cercanía que tienen con los decisores en las diversas esferas donde actúan. Su labor no termina en una pura discusión de colegas, “aislada” del conjunto de la sociedad (o, peor aún, “cajoneada” sin mayor difusión). Su sociología es una sociología “conectada”.
De ese modo, estos sociólogos disputan el sentido o el “para qué” de la disciplina. Pese a que reconocen que la demanda condiciona y puede ser perniciosa, no dejan de atribuirle un efecto beneficioso: ayuda a evitar la tendencia al “encierro” que -según su visión- caracteriza a la sociología desarrollada en la academia y ofrece a las labores de los sociólogos una justificación o relevancia ostensible y perceptible en los usos que los clientes y audiencias no especializadas realizan de sus servicios.
En su perspectiva, ya sea informando las decisiones de las grandes empresas, asesorando a los políticos profesionales o altos funcionarios del Estado, o convenciendo a una fundación filantrópica internacional de la necesidad de desarrollar una intervención en un área determinada, la sociología se inserta (gracias a su práctica cotidiana y en contraste con la marginación de la academia) en procesos que hacen al núcleo de la producción y orientación de la sociedad.
Si no pueden reivindicar la autonomía de acuerdo a la matriz cognitiva que organiza sus percepciones y orienta sus prácticas, la consideran poco factible en sus espacios laborales. De este modo, los graduados con inserciones no académicas, exaltan la idea de intervención social para jerarquizar su trabajo (y recusar el de sus pares académicos). Yo soy hija de psicoanalistas. Mis padres fueron dos profesores en la Universidad de Buenos Aires, de Psicología. Y siempre se sorprendían de la cantidad de gente que iba ahí que creía que iba a curarse. Y en Sociología pasaba lo mismo. Yo creo que soy de las que iba a curarse, yo iba porque quería incidir en el Estado y cambiar la sociedad y me parecía que era el lugar desde el que se podía hacer. Pero me enseñaron otra cosa, tuve una formación académica. Empecé a trabajar en la mitad de mi carrera con una socióloga que se dedicaba a la investigación. Así que eso fue lo que aprendí a hacer, y cuando lo hice no me gustó. Y en cambio, cuando trabajé en el Estado siempre me gustó mucho. La sensación de poder participar en decisiones que efectivamente tienen un impacto muy fuerte sobre las condiciones en que las cosas ocurren (socióloga, 42 años, graduada en 1994, sector estatal, antes ong y academia). Y lo académico, más en términos de investigar… no tengo mucho ese perfil. Investigar para saber sin un porque, una cosa que hacer con eso, no me termina de encantar. Necesito un poco de “qué se hace con eso que aprendí”. Que es raro, porque me encanta leer… Pero yo no puedo producir eso. Me siento produciendo “aire” (…) De hecho, mi amiga, la que terminó el doctorado, sufrió de crisis de abstracción. “¿Y esto?” “¿A quién le sirve?” “¿Qué modifico?” (socióloga, 36 años, graduada en 1996, jefa del departamento de investigación de mercado de una empresa multinacional).
Ahora bien, la oposición entre autorreferencia y conexión, exaltada en las disputas por legitimar capitales, credenciales o estilos de trabajo diferenciados, impide pensar la arbitrariedad de los polos enfrentados y promueve, en ese sentido, una adaptación a las lógicas propias de cada esfera: una dominada por la relación entre pares; la otra, por la relación con audiencias no especializadas. Así, por la forma en que los graduados perciben esos espacios, se excluye en buena medida la posibilidad de plantear un ejercicio académico más receptivo a los desafíos sugeridos por públicos más amplios; y, por otra parte, la posibilidad de que lo producido en la academia dé sustento a la labor desarrollada más allá de sus fronteras.
Prueba de ello es que entre unos y otros predomina la indiferencia mutua. Si no es inusual que los académicos escojan temas de un elevado nivel de abstracción sin conexión con las preocupaciones más o menos inmediatas de algún actor o institución social, quienes se insertan fuera de la academia no ven en su propia labor insumos que puedan colaborar con el desarrollo de la sociología como disciplina académica. De ahí que la presentación de los resultados de los estudios realizados o los informes desarrollados por estos últimos en alguna jornada académica, sea tan poco frecuente. Mientras que para unos el carácter excesivamente condicionado o puntual vuelve “irrelevante” lo que hacen los otros, para éstos, en contrapartida, la elevada “abstracción” de sus discusiones (teñidas de un fuerte irrealismo), vuelve “inútil” el trabajo de los primeros. La mutua descalificación, motorizada por fuertes estereotipos, impide que se piensen como referencias recíprocas, y atenta, por ello, contra la comunicación o intercambio de los saberes producidos en una y otra esfera.
En ese marco, pensando que lo que discuten los académicos sólo tiene sentido en su mundo “cerrado”, quienes desarrollan su actividad en el Estado, las empresas o las ong, se hacen eco de las tradicionales críticas a los intelectuales que denuncian su incapacidad para comprender el mundo que, empero, dicen estudiar. Así, por ejemplo, quienes desarrollan un trabajo de asistencia en alguna ong, reivindican “poner los pies en el barro” contra los sesgos de un distanciamiento excesivo que ignora las complejidades y matices sólo accesibles a partir de la inmersión en el “campo”. Quienes estudian el comportamiento de los consumidores enfatizan su permanente contacto con la realidad social, favorecido por la multiplicidad de estudios encargados por las grandes empresas, capaz de generar un conocimiento más realista que aquel ofrecido por los libros o teorías -y los ocasionales y modestos relevamientos empíricos- de los académicos. Quienes participan de la formulación de la política pública, señalan la expertise práctica que surge de la acción sobre los problemas “concretos” de la gestión como un diferencial que los aleja de las interminables discusiones “teoricistas” de los académicos, muy “entretenidas” pero carentes de cualquier valor para la decisión en el Estado.
Por supuesto, las oposiciones son parte de las disputas que en toda comunidad profesional diferenciada se dan en torno a la clasificación y jerarquización de las distintas prácticas y saberes de sus miembros. Las oposiciones, en efecto, están siempre en función de legitimar ciertos estilos de trabajo en detrimento de otros. Ahora bien, más allá de los atributos o cualidades a partir de los cuales busquen distinguirse, en este caso “autonomía” vs. “conexión”, los sociólogos, inmersos en sus discusiones, comparten principios de clasificación que impiden pensar la arbitrariedad de tales divisiones. La vocación de distinguirse y disputar la superioridad de cada ejercicio profesional, antes que propiciar acercamientos, exalta las diferencias y refuerza la producción de un mundo laboral escindido en esferas fuertemente demarcadas: una academia autónoma pero “ensimismada” y una sociología “conectada” pero incapaz de propiciar mayores grados de autonomía.
Reflexiones finales.Fragmentación de la sociología y malestar de los sociólogosLas distintas esferas laborales donde se insertan los sociólogos presentan diversos desafíos y exigencias. Sin duda, ello condiciona la forma en que los graduados asumen su trabajo en cada una de ellas. Ahora bien, según nos propusimos mostrar en este artículo, esa forma está fuertemente condicionada por las percepciones y creencias sobre los espacios que los propios sociólogos movilizan en sus prácticas profesionales cotidianas. Tales percepciones, si bien siempre reinterpretadas en función de sus experiencias particulares, están moldeadas por el conjunto de principios clasifícatenos sobre la sociología y el rol de los sociólogos incorporados durante la socialización universitaria. De acuerdo a esos principios, los graduados conciben su mundo laboral como un terreno fragmentado o “balcanizado”. Cada esfera o escenario de trabajo exige, de acuerdo a una creencia que constata tanto como produce, una sociología u oficio de sociólogo específico o “a medida”.
Dado lo anterior, y en un contexto donde la circulación o multiposicionamiento son prácticas habituales, la asunción de un comportamiento “disociado” o “múltiple” es moneda corriente. Si en un caso los sociólogos reivindican una fuerte autonomía a la hora de diseñar los estudios, en otros se amoldan (sin demasiada resistencia o rediscusión) a los pedidos que reciben. Si en un caso los sociólogos trabajan en vistas a operar en una situación o problemática concreta determinada, en otros, aun a su pesar, son conscientes de que sus iniciativas e indagaciones no tienen otro destinatario que su propio grupo de investigación.
Como vimos, para buena parte de los graduados esta situación constituye una fuente de profundo malestar y desencanto con su disciplina. Hay quienes en la academia quisieran desarrollar una tarea que permitiese poner en juego algo de la vocación por la intervención social “concreta” (vocación que en muchos casos los llevó a estudiar sociología) y se quejan de un sistema de evaluación y acreditación que tiende a ponderar el trabajo dirigido a los propios pares en detrimento de aquel orientado a audiencias o públicos no especializados. También hay quienes, desde su inserción en el mundo no académico, quisieran acceder a una mayor autonomía frente a sus clientes o empleadores, una autonomía que los posicionara mejor para plantear estudios de mayor aliento, profundidad o rigor (y que, por lo mismo, les resultaran más “interesantes”).
En torno a la cuestión de la autonomía -y sus gradaciones- se plantea una tensión entre dos polos: crítica o incidencia social. Mientras, por un lado, el resguardo de una fuerte autonomía es capaz de asegurar el carácter crítico de las iniciativas del sociólogo, por el otro lado, puede conllevar como correlato indeseado un fuerte “aislamiento” o “encierro”, es decir, una pérdida de su incidencia o relevancia social. En contrapartida, la pérdida de ciertos niveles mínimos de autonomía frente a una clientela o público no especializado, ubica al sociólogo “cerca de la acción”, pero impide el distanciamiento susceptible de poner en juego una mirada crítica. Esta tensión recorre a la sociología como disciplina desde sus mismos orígenes y tiene en ese sentido un carácter universal, resolviéndose de manera particular según los distintos países y momentos históricos (Halliday 1992).
Según vimos, la idea de sociología transmitida durante la socialización universitaria en la Universidad de Buenos Aires hace de la autonomía un rasgo central de la práctica sociológica. Ahora bien, esa misma idea plantea una alternativa de hierro: o el sociólogo mantiene la plena autonomía de sus decisiones o deja de ser sociólogo. Cualquier demanda puntual (provenga de donde provenga) puede desnaturalizar su práctica.
Lo que la sociología de las profesiones (en su más diversas corrientes) le ha reconocido a las profesiones, -la posibilidad de mantener frente a las demandas de sus clientelas o públicos una cierta independencia de criterio para definir la forma en que se satisfacen esas demandas y se encara el trabajo, manteniendo de hecho una posición dominante en su relación con el cliente- le es vedado a los sociólogos. Ellos aparecen siempre en una posición subordinada, incapaz de condicionar las orientaciones e intereses de quienes contratan sus servicios. La posición o potestad de un médico, un abogado o un ingeniero, que toma distancia de las opiniones de su paciente o cliente a la hora de fijar sus diagnósticos o estrategias, no es pensable para el caso de los sociólogos. Por el contrario, según se los presenta aquí, quedan presos de la lógica del mercado o de la organización burocrática donde el que paga los servicios impone los criterios a partir de los cuales se realiza el trabajo (Freidson, 2001). Dado lo anterior, y sin posiciones intermedias a la vista, la oposición tajante entre autonomía y heteronomía promovida por la Carrera de Sociología de la uba y reproducida por los graduados en sus prácticas cotidianas, contribuye a producir, por un lado, una sociología ciertamente autónoma orientada a la crítica, pero que se distancia de la intervención social y, por el otro, una sociología que, sin reclamar un mínimo de autonomía, interviene en la sociedad y las instituciones pero a partir de una accionar que adhiere de manera pasiva a sus pedidos y demandas.
Licenciado en Sociologia y Doctor en Ciencias Sociales por la ubA. Profesor de Teoría Sociológica, Carrera de Sociología, Universidad de Buenos Aires e Instituto de Ciencias de la Universidad Nacional de General Sarmiento, (Argentina). Becario posdoctoral del conicet y becario de Consolidación de clacso. Sus principales líneas de investigación se inscriben en la sociología de las ciencias sociales y la sociología de las profesiones. Autor de varios artículos en publicaciones académicas, entre los que destacan: “Sociología y mundo del trabajo. Las trayectorias laborales de los sociólogos de la uba desde la restauración de la democracia” (2011), “Mundo universitario vs. Mundo laboral. El caso de los jóvenes sociólogos de la Universidad de Buenos Aires” (2012) y “Las ideas y las cosas. Los estudios sociales de la economía y el debate sobre la performatividad de la ciencia económica” (2011).
Fundada en 1957, la Carrera de Sociología de la uba constituye la carrera más antigua del país. Ubicada en la ciudad capital, a lo largo de los años y pese a una trayectoria sumamente accidentada, ha podido mantener una presencia destacada en el ámbito de la sociología local. Por un lado, siempre contó con la matrícula de estudiantes más elevada y con el plantel docente más amplio. Por otro lado, la mayoría de los sociólogos más reconocidos se formaron en este espacio y una buena parte de ellos formó parte de su planta docente a lo largo del tiempo.
Este artículo presenta algunos de los hallazgos de mi tesis de doctorado (Blois, 2012). Está basado en una serie de entrevistas en profundidad a una muestra intencional de sociólogos con distintas inserciones laborales. Los entrevistados, más de treinta, forman parte de distintas generaciones de graduados que realizaron sus estudios en la Universidad de Buenos Aires entre 1984 y 2002. Para el apartado destinado a analizar el proceso de reorganización de esta carrera, iniciado en 1984, se llevaron a cabo un conjunto de entrevistas a informantes clave (autoridades de la Carrera, el rector normalizador, estudiantes y profesores) a la vez que se analizó material documental del período (concursos docentes, programas de las materias, así como octavillas de las agrupaciones estudiantiles).
Sobre las etapas previas de la historia de la Carrera, existen referencias en Blanco (2006), Buchbinder (1997), Germani (2004), Neiburg (1998), Noé (2005).
Para una reconstrucción pormenorizada del proceso de reorganización iniciado a partir de la vuelta de la democracia, que aquí sólo podemos referir brevemente, ver: Blois (2009).
Durante la última dictadura, este espacio había sido fuertemente afectado por las iniciativas represivas del régimen: se reemplazó el plantel docente por un conjunto de profesores poco especializados, se alteraron los contenidos de enseñanza y se restringió el número de estudiantes (Raus, 2007).
Así lo demuestra la experiencia de algunos sociólogos más jóvenes dedicados al trabajo de consultaría en análisis de mercado y estudios de opinión que se incorporaron como docentes. En estos casos, se produjo un fenómeno curioso: su inserción profesional principal era invisibilizada: en sus clases no hacían referencia a sus trabajos por fuera de la academia. Incluso allí donde enseñaban metodología, no ofrecían contenidos vinculados a su experiencia profesional. Sin poner en cuestión la definición de la sociología como una práctica eminentemente académica, explicaban las técnicas e instrumentos de investigación sin destacar sus potenciales usos no académicos, aquellos con los que se ganaban la vida.
La configuración de una Carrera que relega el ejercicio más “aplicado” de la disciplina actualizó en parte los discursos y visiones que en el pasado habían cuestionado la figura del sociólogo como un profesional capaz de ofrecer sus servicios a una variada clientela, discursos de extendida presencia en los años sesenta, momento de fuerte politización de la disciplina (Rubinich, 1999). Esas posiciones recusaron a quienes defendían el desarrollo de la sociología aplicada -entre ellos, el propio Germani (1962)-. Sobre los debates y controversias en torno al rol de los sociólogos en la Argentina desde mediados del siglo pasado, ver: Blois (2012).
Desde que el plan de estudios fuera aprobado a comienzos de 1988, no se produjeron reformas del mismo que contemplaran los cambios que se fueron dando en las inserciones laborales de los sociólogos. Tampoco se constituyeron desde las sucesivas direcciones de la Carrera instancias institucionales donde se pudiera reflexionar colectivamente sobre la pertinencia de la formación recibida ni sobre la inserción laboral de los graduados en un espacio donde los estudiantes pudieran informarse sobre las posibilidades laborales que se abren al momento del egreso.
Por supuesto, los reparos frente al ejercicio “aplicado” de la disciplina no son una peculiaridad local. Lejos de ello, tal como sostiene Dubet (2012) han sido moneda corriente entre quienes abrazan unaconcepción de la sociología asociada al desvelamiento de las relaciones de poder (para mencionar sólo algunas referencias internacionales de esta corriente, recordemos las descalificaciones sin miramientos que Bourdieu, Touraine o Mills hacían de aquellos sociólogos que trabajaban como técnicos expertos o “ingenieros sociales” contratados por el Estado o las empresas). Tal visión suele contraponerse a aquella otra que considera que la utilidad de la sociología pasa por incrementar los grados de racionalidad de las instituciones aportando información a los tomadores de decisión. Si para estos últimos la sociología puede constituirse como una “profesión” como cualquier otra, capaz de ofrecer sus servicios en diversas esferas sociales, en la concepción de los primeros, el abanico de opciones está mucho más restringido pues, según ellos, la cercanía con los factores de poder (dependencias estatales, empresas, etcétera) convierte a los sociólogos en “servidores del orden”
Por cuestiones de espacio aquí sólo podemos hacer una presentación breve y centrada en la noción de autonomía, del perfil y orientaciones que promueve la Carrera. Para un análisis más detallado, ver: Blois (2011) y también Bonaldi (2009).
La expansión del mercado laboral de los sociólogos no constituye, por supuesto, una particularidad del caso argentino. Para el caso francés, puede verse Piriou (2006). Es interesante también el conjunto de intervenciones compiladas en Lahire (2006). Sobre Estados Unidos, Burawoy (2005). Para el caso brasilero, ver Bonelli (1993) y Braga (2011). Para México, entre otros, Machuca (2008), Mejía (2004) y Reinaga Obregón (1998). Cuando se observa lo ocurrido en otros países puede verse que si bien muchas de las tensiones y polémicas que se suscitan alrededor de la inserción laboral constituyen fenómenos universales, su expresión concreta y desarrollo es siempre dependiente del contexto particular.
De acuerdo a los últimos datos disponibles, casi el 75% de los graduados que comenzaron sus estudios a partir de 1984, desarrollaban como labor principal un trabajo fuera de la academia (en el sector privado, en el sector público no universitario, en ong, etcétera) (Rubinich y Beltrán, 2010).
Para una descripción y caracterización en profundidad de las distintas esferas laborales donde se insertan los sociólogos (la academia, el Estado, las empresas y las ong), puede verse Blois (2012), cap. V. Allí se describen sus demandas, formas de trabajo, saberes requeridos así como las disposiciones que suscitan en los propios sociólogos.
El colegio de graduados (denominado Consejo de Profesionales de Sociología) mantuvo una posición marginal en el escenario de la sociología argentina, siendo escasa su influencia en la estructuración del mercado laboral de los sociólogos. Aun cuando sus promotores pudieron conseguir ciertos resultados tendientes a la regulación de la sociología como una profesión “como cualquier otra”, carecieron de la fuerza necesaria para imponerlos en la práctica. Por un lado, lograron movilizar la sanción de una ley nacional que desde mediados de los años ochenta reconoce y regula el ejercicio de la profesión. Por el otro, sin embargo, la cantidad de afiliados fue siempre pequeña, siendo moneda corriente dar con sociólogos que desconocen la existencia de esta institución y de la obligación de matricularse que establece la ley.
En Estados Unidos, por ejemplo, las actividades no académicas no sólo tienen una sección propia en la American Sociological Association sino que alcanzan un importante grado de organización, visible en una profusa publicación de revistas (Journal of Applied Sociology, Sociological Practice, entre otras) y manuales de sociología “aplicada” y “clínica” (una dedicada a la generación de información, la otra a la intervención práctica). Existen también organizaciones formales de representación como la Society for Applied Sociology. En Francia, por su parte, desde la década del ochenta, ha habido una creciente edición de revistas, grupos de trabajo aplicado con inserción en universidades y el desarrollo de un buen número de cursos de posgrado con una fuerte presencia de contenidos aplicados (Dubar, 2006). Ese proceso ha permitido una revaloración de la sociología no académica que ha ido superando (no sin resistencias) la fuerte invi-sibilizacíón que pesaba sobre ella en un contexto donde las labores académicas eran la única referencia legítima de los sociólogos (Piriou, 2006). En uno y otro caso, esa organización hace que los sociólogos con inserciones no académicas puedan formular una “voz común”, discutir sobre los desafíos de supráctica y procesar nuevos sentidos parala disciplina de manera colectiva.
En la investigación que da sustento al presente artículo hemos reconstruido y analizado una serie más amplia de oposiciones, dando cuenta de sus orígenes sociales en el proceso de formación y de su impacto en las trayectorias laborales de los graduados (“sociología ‘pura’ vs. sociología ‘en duda’”, “sociología sustantiva vs. sociología irrelevante”, “sociología de tiempos largos vs. sociología de tiempos cortos”, “sociología como vocación vs. sociología como trabajo” “sociología austera vs. sociología con recursos”, “utilidad social vs. ganancia privada”). Ver: Blois (2012).
Recientemente, la política de los organismos de financiamiento científico ha buscado promover un mayor “impacto” social de las actividades de los investigadores (tanto en ciencias naturales, como también en ciencias sociales) a través de diversos medios (convenios de asesoría técnica, de investigación y desarrollo, becas de investigación a ser desarrolladas en empresas, etcétera). Está por verse si estas iniciativas (todavía incipientes) se traducirán en una mayor vinculación de la práctica académica de los sociólogos con audiencias o públicos más amplios.