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Inicio Revista Mexicana de Ciencias Políticas y Sociales Las fuerzas tras la migración global*
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Vol. 59. Núm. 220.
Páginas 235-259 (enero - abril 2014)
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Las fuerzas tras la migración global*
The Forces Driving Global Migration
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Cuadro 1. Cifras de Naciones Unidas sobre población, migrantes internacionales y refugiados
Resumen

El traslado de las personas es un elemento crucial de la integración global. La mayor parte de los países de destino favorecen la entrada de trabajadores altamente calificados, pero restringen la de aquellos no especializados, o la de los que buscan asilo o refugio. Una causa importante de la migración es la creciente desigualdad de ingresos y de seguridad humana entre países más y menos desarrollados. Otros elementos que impulsan la migración incluyen un desarrollo económico disparejo; rápidas transiciones demográficas; y avances tecnológicos en transporte y comunicaciones. Cada vez más, los migrantes no trasplantan su existencia social de una sociedad a otra, sino que mantienen lazos transnacionales. La crisis económica global que empezó en 2008 trajo consigo un hiato en algunos de estos factores, pero no ha socavado su relevancia a largo plazo. El modelo tradicional australiano de migración para el asentamiento permanente, debe ajustarse a las nuevas realidades de movilidad y conectividad globales.

Palabras clave:
migración internacional
dinámica migratoria
desigualdad social
desarrollo económico
transición demográfica
Abstract

Movements of people are a crucial element of global integration. Most destination countries favor the entry of highly skilled migrants, but restrict that of lower-skilled workers, asylum seekers and refugees. A major cause of migration is the growing inequality in incomes and human security between more- and less-developed countries. Further driving factors include uneven economic development; rapid demographic transitions; and technological advances in transport and communications. Increasingly, migrants do not shift their social existence from one society to another, but maintain transnational connections. The global economic crisis that began in 2008 has brought a hiatus in some of these factors, but has not undermined their long-term significance. Australia's traditional model of permanent-settlement migration needs to be adjusted to the new realities of global mobility and connectivity.

Keywords:
international migration
migration dynamics
global inequality
economic development
demographic transition
Texto completo
Tendencias de la migración global

La información provista por el Departamento de Asuntos Económicos y Sociales de la Organización de las Naciones Unidas (undesa por sus siglas en inglés) indica que hubo 214 millones de migrantes internacionales en todo el mundo durante el año 2010. Esta cifra se compara con sólo 156 millones de migrantes en 1990. Sin embargo, como la población global ha aumentado al mismo tiempo, la proporción de migrantes respecto a la población mundial no se ha modificado mucho registrándose un aumento que va del 2.9% en 1990, al 3.1% en 2010 (véase el cuadro 1 del Apéndice).

Lo que convierte a la migración internacional en algo en extremo relevante en términos económicos y políticos, es su concentración: ciertos lugares se han vuelto zonas principales de emigración –como Filipinas, Indonesia, Sri Lanka–, mientras que otras se han vuelto polos de atracción mayores, como Corea del Sur, Malasia, Singapur y Australia, país que con el 27% (datos del censo de 2011), tiene la proporción más alta de población nacida en el extranjero de cualquier país de destino (aparte de los casos especiales de Israel y de los Estados del Golfo Pérsico).

Las cifras de undesa (véanse las figuras 1 y 2 del Apéndice) muestran que los migrantes se concentran fuertemente en los países más desarrollados y mucho menos en los países en desarrollo. En 1990, el 53% de los migrantes internacionales se encontraban en los países desarrollados que, sin embargo, albergaban sólo al 22% de las personas del mundo. Para el año 2010 se estimaba que el 60% de los migrantes vivían en países desarrollados, que entonces daban cuenta de sólo el 18% de las personas del mundo. Para decirlo con otras palabras, 10 de cada 100 personas que habitaban en los países desarrollados eran inmigrantes en 2010, comparado con 1.5 de cada 100 en los países en desarrollo. Respecto a los refugiados, el escenario era muy distinto (véanse el cuadro 1 y la figura 3 del Apéndice). Las cifras globales de refugiados descendieron a cerca de 18 millones en 1990 y a menos de 14 millones en 2005, sólo para aumentar a más de 16 millones en 2010. Hoy, cerca del 85% de los refugiados del mundo se concentran en países en desarrollo y sólo el 14% en los países desarrollados más ricos.

Durante muchos años, la División de Población de la onu (organismo miembro de undesa) ha sostenido que la migración internacional aumenta sólo un poco más velozmente que la población mundial, pero la migración de países en desarrollo hacia países desarrollados aumenta con mucha mayor velocidad. Desde fines de la década de 1990, la globalización neoliberal se ha vinculado con un aumento significativo de la migración internacional. A menudo esto se considera migración sur-norte, pero la clasificación sur-norte es demasiado cruda para capturar el crecimiento económico tan significativo acontecido en áreas que alguna vez se consideraron parte del “sur global”. En efecto, la migración al interior de la región asiática es en gran medida resultado de procesos desiguales de desarrollo económico, donde los trabajadores migrantes se mudaron de países con un sólido crecimiento demográfico, pero de crecimiento económico débil, hacia economías industriales emergentes, que a menudo ya experimentan una veloz transición demográfica. No obstante, una gran parte de la migración no está motivada primordialmente por razones económicas: la migración forzada sigue siendo un fenómeno extendido a la vez que las personas también migran por reunificación familiar, matrimonio, educación, y estilo de vida.

Además, centrase sólo en la migración internacional puede ser engañoso. Muchas personas migran al interior de su propio país. La migración interna atrae menos atención política, pero su volumen en países de gran población, como China, India, Indonesia, Brasil y Nigeria es mucho mayor que el de los movimientos internacionales, y las consecuencias sociales y culturales pueden ser igualmente importantes. En China, la “población flotante” de personas que se movilizan desde las provincias centrales y occidentales hacia las nuevas áreas industriales de la costa suman al menos 100 millones, y muchas experimentan marginalidad económica y sufren desventajas legales de manera muy similar a lo que sucede con migrantes internacionales en otros sitios (Skeldon, 2006). Es imposible conocer la cantidad precisa de migrantes internos, aunque el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo la calculó en 740 millones de personas para el año 2009 (pnud, 2009).

Factores que impulsan la migración internacional

La integración económica global es un factor importante que alienta la migración internacional, pero una comprensión tan sólo económica de la migración puede ser engañosa. Este artículo, por tanto, examina una serie de factores que impulsan la migración o que son factores causales de la misma, así como los lazos entre ellos. Estos elementos se refieren no sólo a factores que incitan la movilidad transfronteriza, sino también a factores que colaboran a dar forma a las modalidades que toman dichos movimientos. Estos factores, además, no implican determinismo: a excepción del caso de la migración de emergencia generada para escapar de la violencia o el desastre, siempre existe la posibilidad de elección o agencia en la decisión de migrar –después de todo, la mayor parte de las personas eligen no hacerlo–. Considero que estos elementos que impulsan la migración son factores que aumentan la probabilidad de que las personas decidan abandonar sus hogares para buscar una vida mejor. Se discutirán aquí los siguientes factores: globalización neoliberal y transformación social; desigualdad; seguridad estatal y seguridad humana; tecnología; demanda de mano de obra; cambios demográficos; razones políticas; el derecho y la gobernanza; la dinámica social de la migración; y el papel de las personas que se ganan la vida intermediando la migración (en ocasiones llamada “la industria migratoria”).

Ya que cada factor es muy complejo y está vinculado de múltiples maneras a los otros, el tratamiento que daremos a cada uno será inevitablemente breve y superficial. El artículo concluirá con algunas especulaciones sobre posibles perspectivas a futuro para la migración internacional. El artículo no trata sobre migración interna, lo que no implica de ninguna manera que sea menos importante que los movimientos internacionales.

Globalización neoliberal y transformación social

La revolución industrial que se llevó a cabo en Gran Bretaña en los siglos XVIII y XIX se ligó a una revolución agrícola, consecuencia del crecimiento del cultivo comercial y del cercamiento de tierras cultivables para pastoreo. La transformación del cultivo tradicional en comercial fue, en sí mismo, en parte resultado de la reinversión de ganancias excedentarias provenientes de las colonias, extraídas mediante la agricultura tipo plantación, fundamentada en la esclavitud. Los agricultores desplazados se mudaron a las nacientes ciudades industriales, donde se volvieron mano de obra para las nuevas fábricas. Pronto se les unieron los artesanos desposeídos, como los tejedores de telar manual, que perdieron su sustentabilidad debido a la competencia de los nuevos fabricantes. Esta “acumulación originaria”, como la llamó Karl Marx (1976: 873–876), sentó las bases de una nueva clase obrera “libre”, crucial para la industrialización.

En la actualidad se pueden observar procesos similares que se llevan a cabo a escala global. Conforme los países menos desarrollados en África, Asía y América Latina son atraídos a los vínculos económicos globales, se desatan poderosos procesos de transformación social. Las formas neoliberales de integración económica internacional socavan las maneras tradicionales de trabajar y vivir (Stiglitz, 2002). La “revolución verde” (un aumento en la productividad agrícola fundamentada en la utilización de productos químicos, de irrigación y de maquinaria) desplaza a las personas de la tierra. Los agricultores migran a ciudades florecientes como San Pablo, Shanghái, Calcuta o Yakarta. Se calcula que el 95% del crecimiento poblacional futuro se dará en las áreas urbanas de los países en desarrollo, cerca de la mitad en zonas marginales, y se predice que habrá unos “dos billones de habitantes de barrios marginales para la década 2030 o 2040” (Davis, 2006: 151). En el futuro, el cambio climático podría exacerbar la situación: los posibles descensos de la productividad rural debido a sequías o a sucesos climáticos extremos puede alentar la movilidad, pero las áreas de destino –a menudo zonas pobres o ciudades bajas, en costas o en deltas rivereños– frecuentemente son ellas mismas vulnerables a los cambios ocasionados por el cambio climático global (Foresight, 2011; Piguet et al, 2011).

Mudarse a las ciudades es producto no sólo de la pérdida de los modos de vida rurales, sino de la esperanza de tener mejores oportunidades e ingresos superiores en medios urbanos. Muchos migrantes rural/urbano en efecto se benefician, cuando menos a largo plazo, al obtener mejores empleos, volverse empresarios, o al garantizar el acceso a una mejor educación y servicios de salud (Saunders, 2011). Otros se ven atrapados en un ciclo de desempleo y empleos en el sector informal, que es inestable. Existen pocos puestos en el sector formal para los millones de recién llegados. Los estándares de vivienda, salud y educación son bajos, a la vez que destacan la criminalidad, la violencia y las violaciones a los derechos humanos. Tales condiciones son motivaciones poderosas para buscar mejores maneras de ganarse la vida en otros sitios, ya sea en zonas de crecimiento al interior de su región, o en el norte global.

En efecto, a menudo las personas con mayores recursos, ya sean financieros o educativos, son quienes pueden desplazarse a nivel internacional y en particular cruzar largas distancias. Las personas migrantes frecuentemente provienen de situaciones de recursos medios. Típicamente, las personas más empobrecidas en los países menos desarrollados no pueden migrar a nivel internacional por no poder costearse la movilidad. La migración de las personas con ingresos medios se debe, en parte, a la esperanza de obtener mejores niveles de vida, pero también a la falta de oportunidades en su país de origen. Los programas de ajuste estructural impuestos sobre muchos países del sur por el Fondo Monetario Internacional (fmi) y el Banco Mundial, han extendido la crisis a los empleos de la clase media al forzar a los Estados a hacer recortes drásticos al gasto en educación, salud y bienestar social. Esto ha ocasionado que muchos administradores y profesionistas migren, lo que provee, de manera conveniente, de personal con altas calificaciones a los países del norte (véase: Adepoju, 2000).

Al mismo tiempo, la globalización lleva a que haya transformaciones sociales en los países del norte. En los países ricos, miembros de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (ocde), la restructuración industrial que se llevó a cabo desde fines de la década 1970 ha significado una pérdida de calificaciones de los trabajadores, así como una jubilación temprana para muchos de ellos. Las nuevas industrias de servicios requieren de tipos de mano de obra muy diferentes. Sin embargo, debido al descenso en la fecundidad, son menores los grupos de jóvenes del país que ingresan al mercado laboral hoy, en comparación con el pasado. Conforme mejoran las oportunidades educativas, pocos jóvenes están dispuestos a tomar empleos de baja calificación. Los países desarrollados tienen alta demanda de trabajadores, tanto muy calificados como no calificados, y requieren de las personas migrantes, sean estas personas documentadas o irregulares.

Esta complementariedad entre procesos de transformación social en países en desarrollo y en países desarrollados, es un poderoso factor impulsor de la migración internacional (Castles, 2010). Los discursos públicos así como las políticas públicas han tendido a centrarse en lo económico, en cuanto a las diferencias entre el sur y el norte. Se trata de algo sin duda importante, pero está lejos de ser el único factor a tomar en cuenta. Las personas difícilmente abandonan sus comunidades de origen para obtener ingresos más altos, siempre y cuando sus modos de vida y sus empleos sigan siendo viables. Lo que suscita la partida es la destrucción de estos modos de vida.

En su obra sobre la “gran transformación”, Karl Polanyi hace una crítica de las teorías económicas liberales decimonónicas basadas en la idea de una economía “desencajada” de la sociedad y regulada eficientemente sólo por el principio de la ganancia (Polanyi, 2001). En la actualidad, estas teorías han revivido en la forma de neoliberalismo (Hayek, 1991) y proveen de una justificación ideológica para un proceso de globalización ostensiblemente fundamentado tan sólo en las fuerzas del libre mercado (Munck, 2009). Aún en los períodos triunfales del capitalismo global, como el que siguió al colapso de la Unión Soviética, esta ideología ha ocasionado daños agudos (Stiglitz, 2002). Esto es tanto más verdadero en la actualidad, en el contexto de la crisis económica global (Phillips, 2011b).

Desigualdad

Un aseveración crucial planteada por los defensores de la globalización neoliberal en sus años de apogeo, de mediados de la década de 1970 al 2007, fue que ésta llevaría a un crecimiento económico más veloz en los países pobres y, por tanto, a largo plazo, a una reducción de la pobreza y de allí a una convergencia con los países más ricos. De hecho, sucedió lo opuesto: según un distinguido economista del Banco Mundial, la desigualdad global para mediados de los años 2000 era “quizá la más alta jamás registrada” (Milanovic, 2007: 39). Se han reducido las tazas de pobreza absoluta en algunos lugares, en particular en China, en Corea del Sur y en Vietnam, aunque en ocasiones la desigualdad ha aumentado al mismo tiempo. No obstante, la promesa de reducción de desigualdad fue un elemento fundamental de legitimación política, porque apuntalaba los principios de “fronteras abiertas” y “condiciones de igualdad”. Se suponía que los flujos a través de las fronteras –de mercancías, capital, tecnología y mano de obra– garantizarían una distribución óptima de recursos y asegurarían que los factores de la producción se obtuvieran al costo más bajo posible.

Nunca se completó la liberalización de los flujos; por ejemplo, los países ricos protegieron su propia agricultura al tiempo que exigían el retiro de barreras para otros. Pero la hipocresía fue mayor respecto a los flujos de personas, para los que el control del traslado entre fronteras se consideró a menudo parte importante de la soberanía del Estado-nación. Los economistas arguyeron que el retiro de restricciones a la movilidad humana conduciría a grandes aumentos en el ingreso global y colaboraría a reducir la desigualdad norte-sur (Borjas, 1989; Straubhaar y Zimmermann, 1992). Los políticos de los países que importan mano de obra, no obstante, estaban conscientes de la sospecha que había a nivel popular en torno a la inmigración, y respondieron con una retórica de intereses nacionales y control (véase más abajo). Los gobiernos de todo el mundo intentaron resolver la contradicción entre una fuerte demanda de mano de obra y la hostilidad pública a la migración al crear sistemas de entrada que alentaran el arribo legal de trabajadores de altas calificaciones, a la vez que, o excluían a trabajadores menos calificados, o los regulaban mediante esquemas de empleo temporal. Como la demanda del mercado de mano de obra para personas menos calificadas es sólida, millones de migrantes se ven lanzados a la irregularidad (Castles et al., 2013). Los gobiernos con frecuencia se hacen de la vista gorda ante esta irregularidad en momentos de crecimiento económico, para después reforzar la seguridad fronteriza y deportar a las personas irregulares en tiempos de recesión.

Las reglas de la migración nacional diferencian a las personas sobre la base de su origen, género, capital humano y estatus legal. La migración internacional, así, es más un resultado de la desigualdad que una herramienta para aliviarla. Las diferencias en niveles de ingreso delineadas por las fronteras norte-sur (quizá el caso más dramático sea el de los límites entre eua y México) son, en efecto, enormes y las oportunidades de cruzar dichas fronteras distan mucho de ser iguales.

Seguridad de Estado y seguridad humana

Desde principios del siglo XXI los gobiernos han representado a la migración, cada vez más, como una amenaza a la seguridad. Los ataques terroristas en Nueva York del 11 de septiembre de 2001, las bombas que estallaron en Madrid en 2004 y en 2005 en Londres, llevaron a la creencia generalizada de que los migrantes islámicos pueden representar un peligro para las sociedades democráticas. Esto ignora el hecho de que la abrumadora mayoría de los musulmanes se oponen al fundamentalismo y que muy pocas de las personas involucradas en estos ataques fueron migrantes o refugiados. La idea de los inmigrantes, en particular los de origen islámico, como un “enemigo interno” potencial no es nueva (Guild, 2009). En efecto, durante siglos los inmigrantes se han considerado una amenaza a la seguridad del Estado y a la identidad nacional. Antes que los musulmanes, una serie de otros grupos jugó este papel (Cohen, 1994). Tales actitudes se han usado, a su vez, para justificar restricciones a la inmigración así como reducciones a las libertadas civiles –con frecuencia no sólo para personas inmigrantes, sino para el total de la población–.

Estos argumentos en torno a la seguridad de cara a la migración y a las minorías étnicas se fundamentan en una perspectiva que enfatiza la seguridad de los ricos Estados del norte y sus poblaciones, al tiempo que ignora la realidad de que la migración y los flujos de refugiados frecuentemente son consecuencia de la carencia de seguridad humana básica en muchos de los países más pobres. Tal inseguridad, que encuentra su expresión en pobreza, hambre, violencia y falta de derechos humanos, no es de manera alguna una condición natural, sino resultado de antiguas prácticas de colonización, así como de las estructuras económicas y de poder político más recientes, que han exacerbado la inseguridad humana. Ahí donde los Estados se rehúsan a crear sistemas de migración legales pese a una fuerte demanda de trabajadores por los empleadores, los migrantes experimentan altos niveles de riesgo y de explotación. El contrabando, la trata y la servidumbre de mano de obra, así como la falta de derechos laborales y humanos, son el destino de millones de migrantes.

Tecnología

Los avances técnicos asociados con la globalización alientan la movilidad. Resulta difícil distinguir entre los efectos de las nuevas tecnologías y las transformaciones culturales porque, en efecto, se puede considerar a la tecnología misma como una expresión de la cultura. Las comunicaciones electrónicas proveen conocimiento sobre las rutas migratorias y las oportunidades laborales, operando de este modo como base material para el desarrollo de “capital cultural”. Los migrantes a menudo son pioneros en el uso de las nuevas técnicas de comunicación, comenzando por el uso de cintas de audio y de vídeo en las décadas 1960 y 1970 para mantenerse en contacto con sus familias y con la cultura del país de origen, para después pasar al uso de correo electrónico, redes sociales y teléfonos celulares en la actualidad.

De manera semejante, viajar a largas distancias se ha vuelto más barato y accesible, lo que puede ayudar a fortalecer el “capital social” migrante; una vez que se establecen los flujos migratorios, generan “redes migrantes”; los migrantes precedentes ayudan a integrantes de sus familias o de sus comunidades, dándoles información sobre trabajo, vivienda y reglas oficiales. Tales redes no son nuevas, pero se vuelven más efectivas y durables en una situación de fácil comunicación y transporte. Las redes migrantes crecientemente forman las bases de las comunidades transnacionales –grupos de personas que tienen lazos políticos, económicos, sociales y culturales significativos que atraviesan fronteras nacionales– (Portes et al., 1999). La relativa facilidad de viajar a largas distancias también ayuda a explicar el aumento de la diversidad étnica en países de destino. En los años 1960, la mayor parte de los países europeos occidentales reclutaban migrantes de un rango muy pequeño de países de origen; en la actualidad los migrantes vienen de sitios mucho más distantes y revelan una asombrosa variedad de orígenes culturales y religiosos.

Demanda de mano de obra

Con frecuencia se sostiene que la migración de mano de obra de países pobres a ricos satisface necesidades mutuas. Los países menos desarrollados tienen demasiados jóvenes en edad laboral que sus débiles economías no pueden emplear, de modo que “necesitan” exportar a los trabajadores excedentes. Los países desarrollados y las economías industriales emergentes, en cambio, tienen menores cantidades de jóvenes en edad laboral y no pueden llenar las crecientes cantidades de empleos disponibles, así que “necesitan” importar mano de obra. Pero es importante darse cuenta de que esta “necesidad” de exportar mano de obra desde el sur es consecuencia de los procesos históricos de colonización y expropiación de recursos, mientras que la “necesidad” de mano de obra poco calificada en los países del norte es algo construido socialmente por los bajos salarios, condiciones, y estatus social de ciertos sectores (Münz et al., 2007: 7). Si se mejoraran las condiciones y el estatus de dichos empleos, es probable que los trabajadores locales tuvieran mayor disposición a ocuparlos, al tiempo que los empleadores marginales podrían perder sus negocios. El resultado podría ser que ciertos tipos de trabajo se volvieran inviables y se reubicaran en economías del sur, con salarios más bajos.

Tal “extra-territorialización” o “subcontratación” ha sido, en efecto, algo común desde la década de 1970 en el sector manufacturero, donde gran parte de la producción se ha trasladado a las nuevas economías industriales. La agricultura también parece una opción obvia para la subcontratación a partir de que la productividad es baja. Sin embargo, las industrias agropecuarias locales se verían perjudicadas por la producción off-shore, y han contado con la fuerza política para evitar que esto suceda. Esto explica la persistencia de la Política Agrícola Común de la Unión Europea y los subsidios agrícolas estadounidenses, ambas cuestiones costosas para los contribuyentes fiscales, desventajosas para los consumidores y perjudiciales para la agricultura en los países pobres (Oxfam, 2002). Recientemente, ha surgido la tendencia a subcontratar las operaciones “de trastienda” o back office tales como los call centres bancarios, e incluso labores de diseño y desarrollo institucional, para hacer uso de las reservas de oficinistas calificados en países como India y Filipinas.

Más que analizar la necesidad de mano de obra migrante, deberíamos analizar la demanda promovida por los poderosos intereses económicos y políticos. Las políticas gubernamentales en los países de destino han respondido, ya sea creando sistemas de reclutamiento y administración de mano de obra extranjera legal, o permitiendo de manera tácita (y en ocasiones regularizando) el empleo irregular de migrantes.

El empleo de mano de obra extranjera en Europa se estancó o descendió después de 1973 durante un período de recesión y reestructuración, del mismo modo que la inmigración a Australia disminuyó en esa época. Muchos países europeos adoptaron “políticas de cero inmigración”, pero no pudieron evitar la migración por reunificación familiar y el asentamiento permanente. El gobierno estadounidense modificó sus reglas de inmigración en 1965 para eliminar las restricciones sobre las personas no europeas, pero no esperaba un aumento significativo de llegadas de fuentes no tradicionales. Sin embargo, los primeros años de la década 1990 vieron un incremento importante de la migración a países desarrollados, impulsada por factores tanto económicos como políticos. La reacción de los políticos fue endurecer las restricciones a la inmigración y aumentar la cooperación internacional para el control fronterizo.

En años recientes ha habido un cambio gradual en la perspectiva oficial. Un factor relevante fue darse cuenta que los países desarrollados no podían exportar toda la mano de obra no calificada a países de bajos salarios. La manufactura podía enviarse a China, Brasil o Malasia, pero la industria de la construcción, de servicios alimenticios y de hospitales debía estar donde vivieran sus clientes. De 1995 a 2005 hubo un crecimiento sostenido en las economías de los países de la ocde (los países industriales avanzados de Europa, América del Norte, Oceanía, Japón y Corea), lo que llevó a una fuerte demanda de mano de obra. Para 2005, los trabajadores nacidos en el extranjero conformaban el 25% de la fuerza de trabajo en Australia y en Suiza, el 20% en Canadá, el 15% en eua, Nueva Zelandia, Austria y Alemania, y cerca del 12% en otros países europeos occidentales. Los migrantes conformaban entre una y dos terceras partes de los nuevos empleados en la mayor parte de los países de Europa occidental y del sur entre 1995 y 2005 (ocde 2007: 63–66).

Los inmigrantes resultan vitales no sólo porque ocupan los empleos disponibles, sino también porque portan habilidades. El viejo estereotipo del migrante no especializado que llega a ocupar los puestos menos calificados, ya no es válido. En Bélgica, Luxemburgo, Suecia y Dinamarca, más del 40% de los migrantes empleados que llegaron entre 1995 y 2005 tenían educación terciaria. En Francia la cifra fue del 35%, y en los Países Bajos, del 30%. En muchos casos, el trabador migrante tenía un perfil de calificaciones más alto que el de los trabajadores nacidos en aquellos países (Ibídem, 2007: 67–68).

Cambio demográfico

Una razón del cambio de perspectiva de los gobiernos de los países de destino fue la comprensión del nivel del cambio demográfico. Las proyecciones del Eurostat mostraron que la población de la Unión Europea (en este caso los eu-25, es decir los países miembro de la Unión Europea después de la ampliación de 2004) probablemente caería en 1.5%, de 457 millones en 2004 a 450 millones para 2050. Sin embargo, se pronosticó que el descenso sería mucho más pronunciado en Alemania (del 9.6%), Italia (8.9%) y en los diez países de nuevo acceso, principalmente de Europa central y del este, que se unieron a la Unión Europea en 2004 (11.7%). Aún más grave era el descenso de la población en edad laboral (de 15 a 64 años); en los eu-25, en el año 2005, el 67% de la población tenía edad laboral, comparada con el 16% de personas de 65 años y más. Para el año 2050, la población en edad laboral (57%) deberá mantener al 30% de personas de 65 años y más (cec 2005; véanse los cuadros 1 y 2 del Apéndice). Como sostuvo la Comisión Europea (ce):

A corto y mediano plazo, la inmigración laboral (…) puede incidir positivamente en los efectos de esta evolución demográfica, y será de crucial importancia para satisfacer las necesidades actuales y futuras del mercado laboral, asegurando así la sostenibilidad y el crecimiento económico (cec, 2005).

Las tendencias demográficas son menos alarmantes en los Estados Unidos, en parte como consecuencia de los efectos de la migración anterior sobre la estructura etaria y la fecundidad. Australia comparte esta situación, pero incluso aquí las advertencias son patentes; el envejecimiento de la población y el descenso en la proporción de personas en edad laboral ya se augura (Swan, 2010). Otras regiones industriales –de manera más notable Japón y Corea del Sur– ya comparten el dilema demográfico europeo.

Un importante factor social se vincula cercanamente a las transformaciones demográficas. Se proyectó que la proporción de menores entre los 0 y los 14 años para la población de los eu-25 caería del 16.4% en 2004 al 13.4% en 2050 (cec 2005; véase el cuadro 2 del Apéndice). Si existen menos jóvenes, esperarán contar con mejores oportunidades educativas, y muy pocos entre ellos aceptarán empleos no calificados. Los expertos europeos pronostican ahora que los trabajos manuales en la industria manufacturera y la agricultura podrían disminuir, pero existe la probabilidad de un aumento en la demanda no satisfecha de trabajadores de servicios no calificados en empleos domésticos y puestos de trabajo de cuidados de la salud (Münz et al., 2007: 9).

Con todo, los políticos de los países septentrionales parecen creer que las zonas menos desarrolladas de Asia, América Latina y África pueden proveer reservas ilimitadas de mano de obra con las habilidades y atributos necesarios para hacer frente a la demanda del mercado de mano de obra en el futuro inmediato. Esta creencia en un abasto sin fin de migrantes dispuestos a trabajar resulta miope por dos razones. En primer lugar, las transiciones demográficas de patrones de alta fecundidad y alta mortalidad (propios del momento preindustrial) a otros de baja mortalidad y fecundidad están llevándose a cabo aún en las regiones más pobres, de modo que las reservas globales de mano de obra pueden ser mucho menores para el 2050 (pnud 2009). Los países más desarrollados compiten para atraer a trabajadores altamente calificados mediante reglas de entrada privilegiadas. Conforme aumentan las brechas demográficas y la demanda económica de trabajadores, incluso los menos calificados pueden escasear. Por ejemplo, el rápido crecimiento económico en China comienza a crear una escasez estructural de mano de obra (Pieke, 2011).

La política

La política es crucial en la determinación de las formas que adopta la migración internacional: en especial mediante la diferenciación entre los grupos “buscados” (en particular personal altamente calificado y sus familias), que pueden cruzar fronteras y aceptar puestos de trabajo seguros y con una justa protección legal, y las categorías de personas “no deseadas” (en especial trabajadores no calificados y personas en busca de asilo), que enfrentan altos niveles de riesgo y explotación.

La migración internacional se ha vuelto un tema clave de la política nacional, en particular en los países de destino. En los primeros años de reclutamiento de mano de obra extranjera –por ejemplo en Europa occidental en la época de los años 1960– empleadores y políticos pudieron erigir un consenso nacional en torno a los beneficios de emplear a “trabajadores temporales”, pero conforme la preocupación sobre nuevas corrientes migratorias y una mayor diversidad poblacional tomó forma, en especial a partir de los 1990, la política migratoria se politizó y polarizó cada vez más. Se culpó a los efectos de la restructuración económica sobre el empleo y las relaciones sociales como símbolos visibles de la globalización y la pérdida de identidad nacional (Vasta y Castles, 1996). Los políticos de todo signo intentaron superarse unos a otros en la retórica anti-inmigración.

Sin embargo, al mismo tiempo, los políticos sabían que importantes sectores de la economía seguirían siendo viables sólo si podían importar mano de obra. Por otra parte, los políticos conservadores que lanzaron aseveraciones fulminantes respecto de las amenazas derivadas del fenómeno migratorio a la identidad nacional, a menudo eran muy sensibles a los deseos de los empleadores industriales y agrícolas. De este modo, los enfoques de las políticas respecto a la migración internacional están repletos de contradicciones (Castles, 2004 y 2007). Una contradicción central se da entre el Estado y el mercado: los políticos buscan admitir sólo a aquellos migrantes que son considerados económicamente productivos y políticamente aceptables, a la vez que los empleadores solicitan trabajadores de todo tipo y de todo nivel de calificaciones. Frecuentemente, las reglamentaciones migratorias dan la señal a los migrantes de quedarse afuera, al tiempo que el mercado señala que son bienvenidos.

En todo caso, las reglas oficiales frecuentemente resultan hipócritas: los gobiernos utilizan medidas represivas sobre los migrantes irregulares como un modo de apaciguar a la opinión pública, al tiempo que tácitamente permiten que la migración irregular de mano de obra cumpla con la demanda de los empleadores –Estados Unidos ha liderado esta tendencia (Passel y Cohn, 2009), pero Italia (Reyneri, 2001), España, Malasia, Japón, Gran Bretaña y muchos otros Estados ponen en vigor prácticas semejantes (Düvell, 2006a)–. En realidad, muchos empleadores prefieren a los migrantes irregulares porque carecen de derechos, no se pueden quejar ante autoridades o sindicatos y son, por ello, fácilmente explotables.

El objetivo declarado de las políticas gubernamentales es a menudo imponer un control estricto sobre la migración, pero los gobiernos también desean apoyar a las industrias nacionales y ayudarles a obtener la mano de obra que buscan. De este modo, los objetivos que se anuncian de manera pública y la política real no siempre equivalen. Sin embargo, la interacción entre las fuerzas del mercado, que exigen libertad de movimiento, y las fuerzas políticas que piden control, pueden verse como algo muy eficaz para la creación de un mercado global estratificado no sólo en función del “capital humano” (educación, capacitación y calificaciones laborales), sino también de acuerdo con el género, la raza, la etnicidad, el país de origen y el estatus legal (Castles, 2011b). El nuevo mercado global de mano de obra es expresión de las jerarquías globales de clase, en las que las personas con un alto capital humano provenientes de países ricos, tienen derechos de movilidad prácticamente ilimitados, mientras que otros son diferenciados, controlados e incluidos o excluidos de una diversidad de maneras (Bauman, 1998).

Derecho y gobernanza

En un mundo de libertad de movimiento humano –demanda proveniente tanto de economistas liberales (Nayar, 1994; Straubhaar, 2002; Bhagwati, 2003) como de defensores de los derechos humanos (Hayter, 2001; Harris, 2002; Pécoud y de Guchteneire, 2007)– no debería haber, por definición, migración irregular. Las fronteras abiertas serían la manera más simple de eliminar la migración irregular, pero las consideraciones políticas obstaculizan el hecho de que los gobiernos las adopten.

Se puede considerar a la migración irregular como resultado de las leyes y reglamentaciones estatales, que etiquetan a ciertas formas de movilidad como legales y deseables, y a otras como ilegales y no deseadas (Castles et al., 2013). El fuerte énfasis otorgado sobre el contrabando y el tráfico de personas por parte de los políticos y las agencias internacionales, legitima un control más estricto así como una mayor selectividad. Posibilita que se limiten los derechos humanos de los migrantes “no deseados”, lo que a su vez facilita su explotación. Algunos observadores subrayan el derecho del Estado a controlar la entrada a su territorio como un aspecto perdurable de la soberanía nacional. No obstante, un estudio histórico de Düvell (2006b: 21–29) revela que el concepto de migración ilegal se utilizó muy escasamente antes de la Segunda Guerra Mundial. En esencia, se generalizó tras el abandono de los esquemas de reclutamiento de mano de obra migrante por parte de las naciones europeas, a mediados de la década de 1970.

Por otro lado, los Estados muestran una marcada renuencia a aceptar las normas legales internacionales diseñadas para la protección de los derechos de los migrantes. La globalización ha llevado al establecimiento de instituciones de gobernanza global, como el fmi y el Banco Mundial en cuanto a finanzas, y la Organización Mundial del Comercio (omc) para el intercambio comercial. La migración, en cambio, se ha considerado ámbito de la soberanía nacional. Existe un serio déficit de gobernanza; la comunidad internacional no ha construido instituciones que garanticen una migración ordenada, protejan los derechos humanos de los migrantes, y maximicen los beneficios del desarrollo (Bhagwati, 2003). En efecto, existen elementos de marco internacional en las Convenciones número 97 (de 1949) y 143 (de 1975) de la Organización Internacional de Trabajo (oit), y en la Convención Internacional sobre la Protección de los Derechos de todos los Trabajadores Migratorios y de sus Familiares de las Naciones Unidas, de 1990. No obstante, esta última sólo había sido ratificada por 44 países en 2010, de los 193 Estados miembros de la onu. Los países de emigración se han preocupado por la reducción de los excedentes internos de mano de obra y por maximizar las remesas. Los países de inmigración han sido renuentes a tomar medidas que puedan incrementar los costos de la fuerza de trabajo.

Algunos organismos regionales buscan cooperar en el tema de la migración. La Unión Europea (ue) es el órgano que ha ido más lejos al introducir la libre movilidad para los ciudadanos de los Estados miembro, y adoptando políticas en común respecto al asilo y la migración de personas de países no miembros. En 2003, una Comisión Mundial sobre las Migraciones Internacionales (cmmi), convocada por el Secretario General de la onu, inició su mandato. El Informe cmmi (cmmi, 2005) sostuvo que la migración debía “volverse parte integral de las estrategias de crecimiento económico a nivel nacional, regional y global, tanto para el mundo en desarrollo como para el desarrollado”. El cmmi presentó propuestas para maximizar los beneficios de la migración internacional, incluyendo medidas para limitar la “fuga de cerebros”, evitar el contrabando y la trata de personas, para fomentar el flujo de remesas y mejorar el papel de las diásporas como agentes de desarrollo.

La migración y el desarrollo fue el tema de un Dialogo de Alto Nivel (hld por sus siglas en inglés) de ministros y funcionarios durante la Asamblea General de las Naciones Unidos en septiembre de 2006. Este dialogo llevó al establecimiento de un Foro Mundial sobre Migración y Desarrollo (fmmd) que se reunió anualmente entre 2007 y 2012. Ni el Foro Mundial sobre Migración y Desarrollo ni el Diálogo de Alto Nivel tienen poder de decisión, sino que cumplen una función meramente consultiva, y los Estados poderosos no han estado dispuestos a poner en práctica medida alguna que pueda conducir a aumentar los costos de mano de obra migrante. No obstante, las asociaciones de migrantes y las organizaciones de la sociedad civil han visto a estos organismos como espacios útiles para exigir nuevos enfoques de la migración basados en los derechos humanos de los migrantes y sus familias (Castles, 2011a).

La dinámica social de la migración

Con demasiada frecuencia, tanto las políticas gubernamentales como las percepciones públicas se basan en la idea de que los migrantes son seres económicos, cuyas motivaciones están determinadas por estrechas consideraciones costo-beneficio. Ignoran las relaciones sociales de los migrantes como integrantes de familias y comunidades, así como las maneras en que las características y las metas personales se transforman a lo largo del ciclo de la vida. Antropólogos y sociólogos usan el concepto de agencia migrante para analizar cómo los migrantes activamente dan forma a los procesos migratorios para alcanzar mejores resultados para ellos mismos, sus familias y comunidades. La migración es un proceso social, en el que los participantes sufren procesos de cambio y actúan, a su vez, para modificar las condiciones y prácticas con las que se encuentran. Estas dinámicas sociales juegan un papel importante en la conformación del volumen y formas de la migración internacional.

Las decisiones migratorias frecuentemente no las toman las personas en lo individual, sino las familias. En situaciones de cambios rápidos, una familia puede decidir enviar a uno o más de sus miembros a trabajar en otra región o país para maximizar el ingreso y las oportunidades de supervivencia. Las remesas que los migrantes irregulares envían a sus hogares pueden ayudar a que la familia salga de la pobreza y contribuyen a las inversiones y el desarrollo económico. Los vínculos familiares a menudo proveen tanto el capital financiero como el cultural (es decir, el conocimiento de las oportunidades y los medios de movilidad), que posibilitan la migración. Las motivaciones cambian a lo largo del ciclo de vida de los migrantes: en la migración económica, el migrante primario es por lo general un hombre o mujer joven en busca de empleo temporal, quien frecuentemente tiene la intención de volver a casa una vez se alcancen ciertas metas de ahorro. La dificultad para lograr dichas metas puede llevar a una estancia prolongada. Esto, a su vez, alienta la reunificación familiar o la formación de una nueva familia. Las personas comienzan a ver perspectivas de vida en el nuevo país. Una vez que los hijos e hijas de las personas migrantes van a la escuela en el nuevo país, aprenden el idioma, se unen a grupos de pares y desarrollan identidades biculturales o transculturales, se vuelve muy difícil que los padres partan del lugar de destino.

Las leyes y las reglas migratorias a menudo ignoran el carácter social del proceso migratorio y fragmentan a las comunidades en individuos que deben encajar en categorías burocráticas específicas. Tales categorías pueden no corresponder a las realidades económica y social, y la consecuencia puede ser la migración y residencia irregulares. Las personas que tienen la suerte de disfrutar de una posición de clase media en países desarrollados, tienden a construir una visión positiva del Estado y de la ley. La mayor parte de la población mundial, que vive en Estados ineficientes, corruptos y en ocasiones violentos, puede ver las cosas de otra manera. Deben sobrevivir pese al Estado, y no gracias a éste. Desde este punto de vista, las normas migratorias se convierten tan sólo en otra barrera a superar para poder sobrevivir.

La agencia de los migrantes también es importante al interior de los países de destino. Las experiencias de explotación e inseguridad pueden llevar a la resistencia. Los últimos años han sido testigo de un recrudecimiento de los movimientos de protesta de grupos desfavorecidos y vulnerables, tales como mujeres migrantes, trabajadores irregulares y minorías étnicas y raciales. En 2005, por ejemplo, algunos jóvenes, principalmente de origen norafricano, se revelaron en protesta contra la exclusión social y la brutalidad policíaca en varias regiones de la periferia urbana de toda Francia. En 2006, los trabajadores migrantes de la construcción en Dubái, muchos de ellos empleados en la construcción del edificio más alto del mundo, el Burj Dubái (rebautizado desde entonces como el Burj Khalifa), se declararon en huelga. También en 2006, algunos migrantes en los eua protestaron contra una propuesta de ley que habría criminalizado a los migrantes irregulares. El 10 de abril, millones de personas se manifestaron en 102 ciudades, en la mayor concentración de cerca de medio millón de personas en Los Ángeles. Más tarde, a fines de 2007, los jóvenes de origen migrante en Francia tomaron las calles una vez más en protesta contra las muertes de dos jóvenes electrocutados cuando intentaban escapar de la policía.

Tales movimientos representan retos, tanto para los principios económicos de la globalización neoliberal, como a la exclusión social que experimentan en los Estados que importan fuerza de trabajo. Su espontaneidad y falta de liderazgo convencional hacen que les resulte difícil encajar en los marcos convencionales. La resistencia a la desigualdad estructural en ingresos y en seguridad humana, inherentes al mercado global de mano de obra, deja claro que los migrantes no son victimas pasivas sino seres capaces de desarrollar nuevas formas de acciones políticas y sociales.

La “industria migratoria”

Como sucede a menudo en la vida contemporánea, si las reglas impuestas por los gobiernos y las burocracias se vuelven demasiado complejas, puede ser necesario buscar ayuda profesional. Así, otro factor que impulsa la migración es el sector empresarial, de rápido crecimiento, de personas que ayudan a facilitar la migración. Esta llamada “industria de la migración” incluye a agentes de migración, agencias de viaje, banqueros, abogados, reclutadores de fuerza de trabajo, intérpretes y agentes inmobiliarios. Los agentes migratorios a veces incluyen a integrantes de una comunidad migrante, representada por personas como comerciantes, sacerdotes, maestros y otros líderes comunitarios que ayudan a sus compatriotas de manera voluntaria, o a tiempo parcial. Facilitar la migración es un negocio internacional importante y principalmente legal (Salt y Clarke, 2000: 327). Por ejemplo, la mayor parte del reclutamiento de trabajadores migrantes para los Estados petroleros del Golfo y las economías emergentes de este y sureste asiático, se organiza mediante agentes migratorios e intermediarios de mano de obra.

Mientras que algunos agentes llevan a cabo actividades legítimas, otros engañan y explotan a los trabajadores. En ocasiones no hay una división clara entre las organizaciones que ofrecen un reclutamiento legítimo y servicios de viaje, y aquellos que se dejan llevar por el contrabando y el tráfico de personas. La industria migratoria o de la migración se compone de aquellas personas que se ganan la vida facilitando la migración. Existe la probabilidad de que lo sigan haciendo incluso si las políticas gubernamentales cambian. El perfil de la migración puede cambiar, por ejemplo, al pasar del reclutamiento legal de trabajadores, a la migración por asilo o la entrada indocumentada, pero el volumen puede no ceder. Así, a mayor intento gubernamental por controlar las fronteras, mayor el flujo de migrantes indocumentados. Los gobiernos siguen centrados en los modelos de control nacional, en tanto los migrantes siguen la lógica transnacional de los mercados globalizados de fuerza de trabajo.

Perspectivas futuras

Sería ingenuo hacer predicciones sobre las posibles tendencias futuras en torno a la migración. Antes de pensar en el futuro –digamos al año 2050– deberíamos mirar retrospectivamente al mismo margen temporal y considerar si la situación migratoria actual podría haberse previsto en los años 1970. Ningún observador de aquel momento imaginaba la expansión, globalización y politización masivas de la migración que, en los hechos, se ha llevado a cabo. No obstante, es interesante pensar en las tendencias actuales y especular sobre sucesos inesperados que podrían conducir a importantes transformaciones.

Uno de estos eventos fue la “crisis del petróleo” que comenzó en 1973 y resultó ser presagio de cambios relevantes: las grandes corporaciones modificaron sus estrategias de inversión fuera de las manufacturas ubicadas en las zonas industriales tradicionales, y se desarrollaron áreas de producción extraterritoriales en economías de bajos salarios. Esto condujo a una pérdida de empleos administrativos y a un descenso de la migración de fuerza de trabajo a Europa occidental pero, en lugar de partir como se esperaba, muchos trabajadores extranjeros se quedaron, trajeron a sus familias y se volvieron residentes permanentes. Al mismo tiempo, surgieron nuevos patrones de migración de mano de obra hacia los Estados de riqueza petrolera y a las nuevas zonas industriales (en especial a Asia).

Todo lo anterior lleva a la siguiente pregunta: ¿podría la crisis económica global que surgió en 2007, en sus múltiples etapas, conducir de manera semejante a una serie de transformaciones básicas en los patrones migratorios? En principio, hacia fines de 2008, los efectos del golpe de la crisis sobre la migración y las remesas en América del Norte y en Europa no estaban en la mira de muchos analistas. No obstante, para 2010 el estancamiento económico prolongado había llevado a caídas en la migración, en especial de trabajadores irregulares, no calificados. Por ejemplo, la migración mexicana a los eua había caído vertiginosamente (Passel y Cohn, 2011). Pero aún no queda claro si la crisis económica alterará las fuerzas fundamentales que promueven los flujos internacionales de personas, en un mundo crecientemente intervinculado (Phillips, 2011a). La desigualdad económica y los desequilibrios demográficos existentes entre las poblaciones envejecidas del norte y las grandes cohortes de personas en edad laboral del sur, siguen siendo importantes factores generadores de migración. A la vez, las mejoras en el transporte y las comunicaciones, inherentes a la globalización, facilitan que las personas vivan en espacios sociales y culturales expandidos que tienen poco que ver con las fronteras de los Estados-nación. Las viejas ideas nacionalistas sobre poblaciones nacionales homogéneas, cuyos horizontes políticos, económicos, sociales y culturales quedan contenidos dentro de los límites del Estado, parecen cada vez más irreales.

Con todo, los Estados aún tienen la capacidad de diferenciar entre aquellos que pueden ser móviles en condiciones de seguridad y dignidad (en especial las personas con privilegios y altas calificaciones), y aquellos que se ven forzados a arriesgarse a sufrir daños y explotación para buscar mejores niveles de vida en otros sitios (principalmente los trabajadores no calificados y quienes buscan asilo). A largo plazo, este orden migratorio desigual podría no ser sostenible. En la actualidad, los políticos de los países altamente desarrollados parecen creer que existe un abasto inagotable de mano de obra en los países menos desarrollados. Podría ser el caso para el par de décadas siguientes, pero no parece que pueda durar mucho más. La transición demográfica hacia una menor mortalidad y fecundidad está ocurriendo en todos lados. Para mediados de este siglo, muchas áreas de América Latina, del sur y del sureste asiático, y de África, pueden empezar a experimentar su propia escasez de fuerza de trabajo. Podrían no tener reservas de jóvenes entrantes al mercado laboral dispuestos a aceptar altos niveles de riesgo y explotación para migrar como trabajadores no calificados rumbo a las economías hoy altamente desarrolladas.

Los factores demográficos y de demanda económica de migrantes, seguramente permanecerán como algo sólido en el norte, pero es posible que los Estados deban erigir un nuevo orden migratorio basado, no en un monopolio unilateral del poder, sino en la cooperación entre los Estados de origen, los de destino y todos los grupos sociales afectados. Será crucial re-conceptualizar la migración no como un problema a ser resuelto mediante el control estricto, sino como parte normal del cambio y el desarrollo globales, en la que los políticos deberán orientarse hacia la minimización de los efectos negativos potenciales, y ayudar a hacer efectivos los beneficios viables para los migrantes, así como para las economías y las sociedades participantes.

Un paso importante hacia unas políticas migratorias más justas y efectivas es conseguir una transformación fundamental en las actitudes ante la migración. Es importante ver a esta migración no como una amenaza a la seguridad del Estado, sino como consecuencia de la inseguridad humana que surge debido a la desigualdad global. A lo largo de la historia, las personas han migrado para mejorar su modo de vida y para obtener mayor seguridad. La migración es un aspecto importante del desarrollo humano. Esta idea corresponde con el principio de “desarrollo como libertad” de Amartya Sen (2001). Según éste, la movilidad es una libertad fundamental y tiene el potencial de conducir al logro de mayores capacidades humanas. Reducir las restricciones a la migración y garantizar que las personas se puedan mover de manera segura y legal, colabora a realzar los derechos humanos, y también puede llevar a una mayor eficiencia económica e igualdad social (pnud, 2009). Este enfoque de desarrollo humano podría ofrecer un nuevo marco de referencia para pensar la migración y la diversidad. Las políticas nacionales más justas y la gobernanza global de la migración debieran ser parte de las estrategias de desarrollo integrales diseñadas para reducir la desigualdad global.

Los políticos australianos –como los de otros países desarrollados– aún se centran en lo que se percibe como los beneficios económicos de la migración. Esta postura se utiliza para justificar la preferencia por los migrantes altamente calificados, lo que a menudo contradice los intereses de los países de origen. El aumento reciente de la migración temporal, tanto de trabajadores como de estudiantes, también se basa en intereses económicos de corto plazo. El discurso público australiano en gran media ignora los factores sociales y culturales que dan nueva forma a los flujos migratorios. Cuando se trata de la desigualdad y de la inseguridad humana que impulsan la migración, las políticas y actitudes australianas aún tienden a mirar hacia adentro y excluir. Es de esperar que una mejor comprensión de los complejos factores tras la movilidad humana contemporánea ayude a que Australia tienda hacia puntos de vista más sostenibles y equilibrados.

Apéndice

Cuadro 1.

Cifras de Naciones Unidas sobre población, migrantes internacionales y refugiados

    Global  Global  Países desarrollados  Países desarrollados  Países en desarrollo  Países en desarrollo 
  Año  Miles de millones  Porcentaje  Miles de millones  Porcentaje  Miles de millones  Porcentaje 
Población  1990  5.3  100  1.1  22  4.1  78 
“  1995  5.7  100  1.2  21  4.5  79 
“  2000  6.1  100  1.2  18  4.9  80 
“  2005  6.5  100  1.2  19  5.3  81 
“  2010  6.9  100  1.2  18  5.7  82 
    Millones  Porcentaje  Millones  Porcentaje  Millones  Porcentaje 
Migrantes int.  1990  156  100  82  53  73  47 
“  1995  166  100  94  57  72  43 
“  2000  178  100  104  59  74  41 
“  2005  195  100  117  60  78  40 
“  2010  214  100  128  60  86  40 
    Millones  Porcentaje  Millones  Porcentaje  Millones  Porcentaje 
Refugiados  1990  18.4  100  2.0  11  16.5  89 
“  1995  18.5  100  3.9  21  14.6  79 
“  2000  15.6  100  3.1  20  12.5  80 
“  2005  13.9  100  2.5  18  11.3  82 
“  2010  16.3  100  2.4  14  14.0  85 

Nota: los datos corresponden a medio año para cada caso.

Migrantes internacionales se define como aquellas personas que han vivido fuera de su país de origen durante al menos un año.

Fuente: elaboración propia a partir de datos de la División de Población de la onu (undesa, 2009).
Figura 1.

Población mundial a mediados de cada año señalado (en millones)

LDC: países menos desarrollados

MDC: países desarrollados

World: global

(0.06MB).
Fuente: División de Población de la onu (undesa, 2009).
Figura 2.

Número global de migrantes (en millones)

(0.06MB).
Fuente: División de Población de la onu (undesa 2009).
Figura 3.

Refugiados (cantidades estimadas en millones)

(0.06MB).
Fuente: División de Población de la onu (undesa 2009).
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Este texto fue originalmente publicado en inglés en: Castles, Stephen, (2013) “The Forces Driving Global Migration” en Journal of Intercultural Studies, Vol. 34, núm. 2, pp. 122–140. Fecha de publicación: 10 de mayo de 2013. Editorial: Routledge. Reproducido con autorización de la editorial Taylor & Francis Ltd. Agradecemos al autor de la obra por su compromiso con la Nueva Época de nuestra Revista. Traducción: Lucía Rayas. Cuidado de edición: Judit Bokser Misses-Liwerant y Eva Capece Woronowicz.

Profesor investigador de sociología en la Universidad de Sídney, (Australia). Investigador Asociado del Instituto para la Migración Internacional de la Universidad de Oxford. Sus líneas de investigación son: dinámicas de migración internacional, transformación social y migración y desarrollo. Entres sus últimas publicaciones destacan: The Age of Migration: International Population Movements in the Modern World (2009); Migration and Development: Perspectives from the South (2008) y Migration, Citizenship and the European Welfare State: A European Dilemma (2006).

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