Este artículo se propone examinar cómo se definió un campo de batalla simbólico en los medios de comunicación en el que se buscó, por un lado, defender la superioridad de la liturgia republicana y, por el otro, cuestionar su actual puesta en escena. Para ello se analiza la confrontación de las narrativas performativas que se suscitaron con motivo de la toma de protesta de Enrique Peña Nieto como Presidente de la República, a las que dio lugar el cuestionado fi- nanciamiento de su campaña. Se muestra cómo la perspectiva de la sociología cultural da cuenta de la estructura agónica de los códigos civiles y anti-civiles de dichos performances. Esto permite entender la configuración de la política en México y su incapacidad para garantizar mecanismos de representación de las demandas, la discusión libre y la organización autónoma de los centros de decisión. Para dibujar el paisaje de conflictividad simbólica se desarrolló una metodología que permitió reconstruir, primero, los momentos emocionales de los performances y, después, las narrativas de categorización y tipificación de dichos performances como auténticos o inauténticos. Del estudio se desprende la necesidad de realizar ulteriores trabajos que desarrollen herramientas analíticas para conectar las distintas liturgias republicanas que permitan entender la nueva configuración simbólica de la política nacional.
This article aims to analyze how a symbolic battlefield was defined and constructed in the mass media realm in which one side sought the defend the superiority of the Republican liturgy, while from the other side its current performance was questioned. The authors explore the confrontation of performative narratives of various natures that arose on the occasion of the inauguration of Enrique Peña Nieto as President of Mexico due to the controverted financing of his campaign. Peña Nieto and his staff sought to wane confrontation alluding to the liturgical nature of the investiture ceremony. Against this, a series of counter-performative acts were staged aimed at questioning him as a legitimate performer of those actions. This article reveals how the cultural sociology perspective sheds light on the agonal structure of civil and anti-civil codes of those performances. It allows understanding the configuration of Mexican politics, marked by a deficit to ensure representation mechanisms of demands, free discussion, and autonomous organization of decision centers. This study suggests that analytical tools linking the various Republican liturgies are yet to be developed in order to understand the new symbolic configuration of national politics.
La acción política en ocasiones puede ser observada a partir del esfuerzo deliberado de quienes la ejecutan con el fin de colocar un mensaje dirigido tanto a los destinatarios de la acción como al auditorio, a nivel cognitivo y emocional, a través de la combinación de discursos e imágenes (Eyerman, 2011). Estos actos intencionales pueden ser definidos como “performances”: formas en las cuales los actores, individual o colectivamente, despliegan hacia otros un sentido consciente o inconsciente de su situación social (Alexander, 2011).1Suber y Karamanic (2012)han mostrado el peso de los performances cuando grupos políticos y aparatos estatales enfrentan momentos de crisis e incertidumbre, pero también en las ceremonias gubernamentales rutinarias -como aquellas que marcan el ascenso a puestos gubernamentales de representantes electos.
En los performances políticos, en general, los actores producen un entramado de proyecciones simbólicas en las que tratan de articular su discurso, su imagen personal y su capacidad de liderazgo (Merciert, 2005) a fin de generar emociones, simpatías y empatias morales con distintos interlocutores y auditorios (Rivière, 2005). Si la conexión resulta efectiva, entonces el performance puede llegar a movilizar afectos y apoyos, de lo contrario, puede convertirse en objeto de crítica por parte de quienes no consideran que dicha conexión sea auténtica o verosímil.
Que un performance político sea considerado auténtico o inauténtico a los ojos del público depende de la forma en la que el público recibe, siente e interpreta el performance. Esto significa que mientras para algunos puede resultar creíble, para otros se trata de una puesta en escena falsa, montada con el objetivo de ocultar o distorsionar la realidad (Alexander y Bartmanski, 2012). El éxito de un performance radica, en buena medida, en la capacidad para controlar los medios de producción simbólica que permiten su definición, diseño y construcción (Alexander, 2012). Articular exitosamente objetos, imágenes y discursos en una puesta en escena (mise-en-scéne) en la que se visualizan motivos, valores y un marco moral delimitado requiere de “productores” y “directores” (Xu, 2011) aunque este despliegue de medios, recursos y conocimiento no garantiza un efecto de adherencia generalizado.
Ciertos performances, por su operación, generan la sensación de que funcionan independientemente de la capacidad y voluntad de sus actores. Es el caso de la liturgia. Ésta se puede entender como un proceso performativo en el que pareciera que los intérpretes actúan como “instrumentos animados”, sujetos a mecanismos tales como protocolos, reglamentos o leyes (Agamben, 2012). En estos performances, la supuesta intención consciente o inconsciente del agente se reduce al seguimiento del protocolo establecido por un canon, reglamento o norma, generando la sensación de que los actores carecen de voluntad. Aunque protocolizada, la liturgia tiene ejecutantes que definen su praxis específica (Agamben, 2012). Las liturgias hacen de estos últimos autómatas que comulgan con un ejercicio de la autoridad. A diferencia de otro tipo de performance, en la liturgia el ejecutante tiene una superioridad moral e institucional prácticamente incuestionable frente a los otros sujetos que forman parte de la ceremonia, superioridad que no se debe a la persona sino al papel que desempeña: el de representar a una entidad superior.
Por tal motivo, este tipo de performance no se encuentra expuesto a la crítica del auditorio en términos de su autenticidad o verosimilitud. Su despliegue representa la reafirmación del vínculo entre los ejecutantes, el auditorio y aquello que inspira la celebración litúrgica, por lo que es difícil establecer una crítica sobre su autenticidad o inautenticidad. La operación litúrgica es independiente de la capacidad dramática de sus oficiantes. Por tanto, son regularmente interpretados como indispensables, incluso para quienes no están de acuerdo con que se lleven a cabo. Para evitar los efectos de la reafirmación del vínculo se requiere que no se lleven a cabo. Si esto no es posible, resta tratar de minarlos, como a cualquier otro performance, a través de contra-performances (Alexander, 2011) con el fin de debilitar el vínculo que se pone en juego entre sus participantes y aquello que inspira su puesta en escena.
Muchas de las ceremonias gubernamentales rutinarias comparten con la liturgia estos elementos particulares. Se trata de ceremonias que actualizan el pacto imaginario entre autoridades y ciudadanía que hace posible al Estado moderno. Por su naturaleza republicana, la vigencia del pacto descansa sobre bases institucionales, no personales.2 El estatus representativo e institucional del Estado constituye ese elemento indispensable que hace que sus manifestaciones protocolarias se encuentren al margen de la crítica en términos de autenticidad. Llamaremos a estos performances “ceremonias litúrgicas republicanas”.
El presente artículo analiza la ceremonia de toma de posesión como Presidente de la República de Enrique Peña Nieto, así como los contra-performances que se desarrollaron en paralelo y que intentaron minarla. Se examina dicha ceremonia como un performance litúrgico compuesto por actos protocolarios estrictos, pero que establece un espacio donde el nuevo mandatario puede expresarse de forma más libre. Entre los primeros están la toma de protesta, la traslación de poderes y el pase de guardia, que se muestran como actos en los que sus participantes operan, gesticulan y se mueven conforme a un cuerpo legal y reglamentario: son operaciones normadas, donde los sujetos que participan parecen moverse y actuar como instrumentos animados por ciertos protocolos. Entre ellos se abre un momento en el que Enrique Peña está en posibilidad de establecer su posición como Jefe de Estado, a través de un mensaje a la nación: es aquí donde define un discurso y una imagen con el fin de avivar emociones, simpatías y empatías morales en el auditorio. Aunque este último performance no tuvo la rigidez de los actos estrictamente protocolarios, debe entenderse en la lógica de una liturgia en la que se trata de definir la superioridad moral e institucional del ejecutante Sin embargo, este espacio, al darle mayor autonomía al ejecutante, lo deja expuesto a la crítica sobre su autenticidad o inautenticidad. En paralelo se examinan las manifestaciones contrarias a la unción de Enrique Peña como Presidente, entendiéndolos como contra-performances. Éstos no estaban destinados a cuestionar la autenticidad de la ceremonia, sino a impugnarla.
Como el artículo intenta mostrar, la ceremonia litúrgica republicana y los contra-performances contribuyeron a dejar en claro un campo de batalla simbólico -la conformación de un paisaje de sentido que construye narrativas o discursos binarios (Alexander, 2006; Reed, 2011)-, que tiempo atrás se venía definiendo a la luz de otras confrontaciones per- formativas -entre otras, por ejemplo, el último informe de Peña Nieto como gobernador del Estado de México, las críticas a este político en la Feria del Libro de Guadalajara y en los hechos ocurridos en la Universidad Iberoamericana.
El análisis de estos performances es relevante porque materializa la disputa en torno a la legitimidad de las narrativas en competencia, así como su estatus diferencial. Los conflictos políticos suponen la confrontación de narrativas performativas que pretenden ser reconocidas como auténticas frente a los observadores. Esto significa que en la performatividad política se comparten sentidos entre quienes realizan el performance y quienes lo observan. Si esto sucede plenamente, el observador interpreta entonces al performance como algo auténtico o verosímil; de lo contrario, lo considera falso o inauténtico. El orden social, en general, está construido sobre la base de performances considerados auténticos. Del hecho de que cambien se puede deducir que estos performances o bien se desajustan respecto de la interacción social o bien están construidos sobre acuerdos no unánimes que suponen conflictividad y relaciones específicas de fuerza. Los performances en que está basado el orden social, entonces, son controvertidos y controvertibles. La dimensión política de la vida social surge de la naturaleza controvertible del orden y, al mismo tiempo, de que ese orden es necesario. Esta dimensión constituye el espacio en que se presentan las disputas en torno a la validez y legitimidad de los performances. No obstante, en el caso que estamos analizando, el conflicto no se manifestó en la confrontación de narrativas performativas de la misma naturaleza. Mientras unos buscaban imponer la naturaleza litúrgica de las ceremonias estatales, los contra-performances buscaban minarlos, pese a que los primeros, por su naturaleza, no pueden ser cuestionados en la lógica de su autenticidad.
El trabajo abre con una descripción de los actos que se desarrollaron durante la ceremonia de investidura de Enrique Peña Nieto, tanto los de carácter más protocolario como el de tono más político; esta unidad ceremonial le dio superioridad a cada uno de los actos. Posteriormente se describen los hechos de protesta contra-performativos que en paralelo se desarrollaron en la calles de la Ciudad de México. En ambos se describen las puestas en escena -objetos, imágenes y personas-, las cuales permiten resaltar los elementos que dan pauta a la construcción de las narrativas que se generan en la opinión pública. En la tercera parte se analiza cómo el conjunto de estos actos performativos permitió la construcción de un marco particular en el que la violencia condensa la tensión entre liturgias, performance y contra-performances. Así, la violencia fue el espacio en el que se expuso y representó el paisaje de sentido de la confrontación política. En la cuarta parte se examina cómo esto permitió la definición de una pauta para que ciertos medios de comunicación proyectaran narrativas binarias que definieron -y en algunos casos siguen definiendo- los paisajes de la disputa simbólica que caracterizaron el regreso del Partido Revolucionario Institucional (pri) al poder. Finalmente, el texto concluye con una reflexión general en torno a la relevancia del análisis de la liturgia, el performance y el contra-performance para comprender algunos elementos que definen el perfil de la política en México.
Nota metodológicaPara dibujar este paisaje de conflictividad simbólica se desarrolló una metodología que permitió reconstruir, primero, los momentos emocionales de los performances y, después, las narrativas de categorización y tipificación de dichos performances como auténticos o inauténticos. Con respecto al primer tipo de metodología, se revisaron fuentes secundarias -en particular, crónicas escritas y visuales publicadas en los periódicos más importantes de circulación nacional, de igual forma que en noticieros de televisión e Internet.3 Respecto de los videos, se hizo una minuciosa búsqueda de grabaciones hechas por distintos actores sociales, las cuales pueden encontrarse en plataformas como YouTube.4 Con ello se construyeron distintos marcos de interpretación sobre las condiciones de producción de emociones en los performances analizados. Es necesario apuntar que cuando se cuenta con este tipo de información es necesario compararlas entre sí con el fin de poder establecer un marco de interpretación lo más plausible posible -en la medida en que la crónica periodística es ya una interpretación sobre un acontecimiento. La interpretación final que construimos derivó entonces de la puesta en operación de una cierta imaginación sociológica para conectar nuestros distintos “modelos de interpretación y explicación con el objetivo de obtener una lúcida perspectiva de lo que está pasando” (Mills, 1959: 5).
Por otro lado, la metodología destinada a dar cuenta de la conformación del campo de batalla simbólico se construyó a partir de las columnas editoriales de la prensa y de la televisión, en la medida en que son ellas las que generan un espacio privilegiado en el que se discute la autenticidad o no de un performance político (Silver, 2011). Los editoriales y las columnas de opinión fueron analizados considerando la forma como decodificaron los códigos y la actuación de aquellos actores que participaron en los performances sujetos a su crítica. Con ello se trató de mostrar cómo se construyeron las tipificaciones, juicios y cate- gorizaciones sobre los actores involucrados y su desempeño dramatúrgico, en particular, y del performance, en general. Siguiendo la propuesta metodológica de Alexander (2010) y Alexander y Mast (2011) se trató de observar cómo los medios de comunicación construyeron narrativas binarias en función de tres esferas a partir de las cuales se clasifica y tipifica la acción performativa. La primera de ellas es la esfera de los motivos, donde se tipifica, por ejemplo, si las inspiraciones que están detrás de los actores derivan de un proceso libre y autónomo, o son el resultado de fuerzas que controlan y manipulan a dichos actores. En la esfera de las relaciones, por otro lado, se categoriza el tipo de vínculos que construyen los actores, definiendo en qué medida son abiertas, críticas y francas, o cerradas, discrecionales y estratégicas. En la esfera de las instituciones se clasifica, finalmente, el espacio en el que los actores están inscritos: si están regulados por reglas y normas, si son incluyentes e impersonales o, por el contrario, si predomina el uso discrecional del poder, las lógicas de exclusión y las relaciones personales.5 De esta forma, se define un espacio moral donde se cristalizan los valores sobre lo bueno y lo malo, lo puro y lo impuro, aquello que merece ser incluido o excluido, quién es amigo o enemigo;6 un emplazamiento organizado de patrones simbólicos que se comprende e interpreta de manera diferencial por los actores.
La ceremonia de la sucesiónLa ceremonia de investidura de Enrique Peña Nieto puede ser interpretada como una serie de tres actos solemnes entre los que se alterna un mensaje político. Este último se caracteriza por una puesta en escena y un discurso relativamente libres en el marco de una ceremonia protocolar. El primer acto solemne tuvo lugar un día antes, en Palacio Nacional, a través del cambio de poderes, cuando el Presidente constitucional y el Presidente electo llevan a cabo el llamado “relevo de escoltas de la bandera nacional”, acto que simboliza la traslación tanto de la custodia de la bandera, como del mando de la fuerza pública y del gobierno. El procedimiento consiste en la entrega, por parte de un escolta, de la bandera al Presidente constitucional saliente, quien la pasa al Presidente electo para que éste la entregue a otro escolta para su custodia. Posteriormente, ambos presidentes saludan a los miembros salientes y entrantes del gabinete presidencial.7 El objetivo de este acto es garantizar la transmisión de los poderes efectivos de la policía y el gobierno al Presidente electo, en dado caso de que aquél no pueda tomar protesta como Presidente constitucional.
El segundo acto solemne dota de la constitucionalidad debida al Presidente electo. Se trata de un evento que inicia con la entrada al Palacio Legislativo tanto del Presidente saliente como del entrante. En este caso, el primero arribó minutos antes al lugar y fue recibido por una comisión de legisladores. Sus correligionarios formaron una valla en las escaleras del pasillo central para acompañarlo en su trayecto a la tribuna legislativa con el grito de: “Felipe, Felipe, Felipe.” Poco después llegó el Presidente electo, quien primero saludó a la bandera escoltada por el Ejército y entró inmediatamente después al recinto de los diputados.8 Ahí se formó otra valla de diputados del priy del Partido Verde Ecologista de México (pvem) partidos integrantes de la coalición que lo llevó al poder, los cuales lo recibieron clamando : “Enrique, Enrique, Enrique” o “Peña presidente”. Las diputadas del priportaban para la ocasión un rebozo en color rojo, como símbolo de su adscripción priista. Los legisladores de oposición se encargaron de manifestar con rechiflas su repudio. Además, arrojaron monedas falsas, quizá para resaltar con ello que era una presidencia comprada, mediante un irregular gasto de campaña. A su arribo a la tribuna, Enrique Peña saludó al presidente de la Cámara de Diputados, Jesús Murillo Karam, al Presidente saliente, Felipe Calderón, y al presidente del Senado, Ernesto Cordero.
Una vez que Murillo Karam tomó la palabra para proceder a la toma de protesta, los diputados de oposición comenzaron a gritar “Monex, Monex, Monex” y a hacer ruido con silbatos.9 También colocaron una manta negra que decía: “Imposición consumada, México de luto”,10 y hacía referencia al caso de San Salvador Atenco.11 La reacción de los congresistas partidarios de Peña Nieto no se hizo esperar; comenzaron a corear “México, México, México” para tratar de sofocar los gritos de la oposición.12 En respuesta, los legisladores opositores alzaron pancartas en las que se acusaba al pride comprar votos por medio de los monederos electrónicos de Monex.13 Los miembros del pricomenzaron entonces a ondear pequeñas banderas mexicanas hasta que Peña Nieto se puso la banda presidencial y comenzaron a gritar: “Enrique presidente, Enrique presidente, Enrique presidente”.14
Las tomas del canal de la televisión del Congreso se centraron en la tribuna donde se llevó a cabo la toma de protesta y sólo se desvió algunos segundos para enfocar a las familias de los presidentes entrante y saliente.15 La ceremonia de investidura terminó con el himno nacional, pero antes de que este último diera inicio, algunos diputados gritaron: “¡Asesino!” Con todo, una vez que comenzó a entonarse el himno, el auditorio se unió en una sola voz, lo que permitió a la cámara de la televisión hacer una toma panorámica de la tribuna del Palacio Legislativo y observar la presencia de cuando menos 14 miembros de seguridad -probablemente del Estado Mayor presidencial-, quienes formaron claramente un muro humano entre el espacio litúrgico de la investidura presidencial y los congresistas. Luego de entonar el himno, el nuevo Presidente descendió de la tribuna y se dirigió a la salida del Congreso, entre vítores de sus correligionarios e insultos de sus opositores. A diferencia de otros espacios litúrgicos, en los congresos se manifiestan pública y legítimamente las diferencias de opinión que existen entre sus integrantes. No obstante, cuando el protocolo se puso en marcha, todos se volvieron uno. Las ceremonias litúrgicas republicanas en las que se reafirma el vínculo entre los ciudadanos y el Estado sirven para reconocer la vigencia de sus instituciones, a pesar de las diferencias. En su recorrido, Peña Nieto se detuvo a saludar a varios militantes del priy del pvemhasta salir del Congreso.
El tercer momento solemne fue el paso de revista de las tropas en el Campo Marte. Aquí, el Presidente izó la bandera, entonó nuevamente el himno nacional y fue saludado con salvas de cañón. El nuevo Secretario de la Marina Armada de México y el de la Secretaría de la Defensa Nacional pronunciaron sendos discursos de lealtad al nuevo Presidente, fusionando en su persona, finalmente, el poder administrativo, el constitucional y el de la violencia legítima.16 Este tercer acto tuvo por objeto celebrar la lealtad de las Fuerzas Armadas a las instituciones de la República.
Entre el segundo y tercer acto solemne, Peña Nieto abrió un espacio para poner en marcha un performance político en tanto que Presidente de la República. Transmitido en cadena nacional, el evento inició con una toma televisiva al interior de Palacio Nacional, en el que se le pudo ver portando ya la banda presidencial y saliendo de un backstage hacia el lugar donde habría de dar su discurso. Caminó flanqueado por los miembros de su gabinete y de las Fuerzas Armadas, a paso firme y rápido, mostrándose en todo momento seguro de sí mismo.17 Al ingresar al patio donde dio su mensaje, fue recibido por el aplauso del auditorio, que duró más de un minuto y medio. En su recorrido saludó a varias personas. Una voz en off anunció su presencia.18 La escenografía se conformó por dos columnas, una en color verde y otra en gris, que enmarcaron el escudo nacional. Al costado de cada columna se colocaron dos enormes pantallas, cada una de las cuales proyectó permanentemente la bandera nacional. Flanquearon a cada una de las pantallas dos plataformas de dos pisos. La del lado derecho fue ocupada por los gobernadores, la del izquierdo por los miembros del gabinete. En el centro, entre las dos columnas y bajo el escudo nacional, se colocó el atril que ocupó el Presidente, escoltado a su derecha por otra bandera nacional.19
La primera parte del mensaje estuvo destinada a agradecer la presencia de los invitados especiales, de los medios de comunicación y de su familia.20 La segunda parte se orientó a resaltar el pasado histórico de México, sus raíces hispánicas e indígenas, el legado liberal del siglo xix, la Revolución de 1910, así como la lucha por la democracia. Con respecto a este punto, enfatizó la importancia del movimiento estudiantil de 1968, así como las reformas políticas de la década de 1970 que permitieron la alternancia, el federalismo y la consolidación de las libertades y de instituciones como el Instituto Federal Electoral. En seguida, hizo referencia a la estabilidad macroeconómica que vivía el país desde hacía años y, tras este preámbulo, con el cual quiso dar cuenta de unas bases sólidas, el Presidente afirmó que México se encontraba frente a una oportunidad histórica para ser una potencia a nivel mun- dial,21 dejando atrás a esa nación que vive a dos velocidades: una inserta en el desarrollo y otra en la pobreza.22 En general, su mensaje trató de establecer que su gestión sería democrática, al servicio de los derechos humanos, eficaz y de resultados, con el fin de construir una sociedad de clase media.
Para alcanzar estos objetivos definió cinco ejes de acción: a) lograr un México en paz; b) incluyente; c) con educación de calidad para todos; d) próspero y, e) responsable a escala global. Para hacer operativos estos ejes presentó 13 “decisiones” presidenciales: 1) establecer un Programa Nacional de Prevención del Delito;23 2) acelerar la publicación de la Ley General de Víctimas; 3) trabajar para un nuevo Código Penal y otro de Procedimientos Penales, únicos y de aplicación nacional; 4) impulsar una Cruzada Nacional Contra el Hambre; 5) ampliar el Seguro de Vida para Jefas de Familia; y fortalecer el Programa “70 y Más”; 6) iniciar la Reforma Educativa; 7) implementar un Programa Nacional de Infraestructura y Transporte; 8) construir el tren México-Querétaro; 9) el tren México-Toluca y, 10) el tren Transpeninsular Yucatán-Quintana Roo; 11) dar pie a la Reforma en Telecomunicaciones; 12) a la Ley Nacional de Responsabilidad Hacendaria y Deuda Pública y, 13) dar cuenta de un equilibrado paquete económico y garantizar la austeridad y disciplina presupuestal.24
El mensaje pareciera haber tenido como objetivo dar cuenta del peso específico de Enrique Peña como Presidente. Las cámaras se enfocaron principalmente en él, pero, cuando hacía referencia a alguna propuesta, se orientaban a los responsables de llevarla a cabo y, sólo si había aplausos, al auditorio. No hubo respaldo visual a sus palabras en las pantallas, que permanentemente proyectaron la imagen de la bandera mexicana en movimiento. Esto puede interpretarse como una puesta en escena diseñada para resaltar y afirmar la presencia del Presidente, dotarlo de contenido y materialidad, dejando de lado cualquier soporte que no fuera el de los colores nacionales, que así fusionaban la figura presidencial con la nación, instituyéndolo como la personificación misma del país, el cual es puesto en movimiento por un ingeniero especializado, que es eficaz y claro en sus objetivos. Por eso no resulta extraño que al final de su discurso haya enfatizado en que era tiempo de “mover a México”.25 Al concluir el mensaje, el auditorio se volcó en un aplauso que duró más de un minuto antes de ser interrumpido por el himno nacional.26 Al terminar, el Presidente saludó desde el estrado, sonrió y se inclinó para agradecer a todos los presentes. Luego se encaminó a la salida, estrechando la mano de cuanta persona se encontraba a su paso: empresarios, deportistas, artistas, ministros, funcionarios y políticos.27
Contra-performancesPara comprender las acciones de protesta del 1 de diciembre de 2012 es necesario señalar que, poco después de que se conocieron los resultados de la elección presidencial, diversas organizaciones de la sociedad civil, encabezadas por el movimiento de San Salvador Atenco y el #YoSoy132, conformaron la Convención Nacional contra la Imposición.28 Ésta se encargó de realizar distintos actos de protesta a nivel nacional con el fin de concientizar a la población sobre lo que ellos consideraban una imposición (Convención Nacional, 2012). Conforme se acercaba la fecha de la ceremonia de investidura del nuevo Presidente, la Convención concentró sus energías en realizar una movilización simultánea a aquel evento.29 Emplazó a que la tarde anterior se llevara a cabo una concentración en el Monumento a la Revolución y, desde allí, se marchara al Palacio Legislativo. La intención era establecer un cerco humano alrededor de ese edificio y manifestarse contra -e impedir- la investidura de Enrique Peña mediante diversas actividades artísticas. Se tenía pensado organizar también una marcha hacia el Zócalo para llevar a cabo “un pronunciamiento de unidad nacional” (Animal Político, 2012a).30 La marcha era abierta y convocaba a distintas fuerzas sociales. Ante esta convocatoria, el gobierno federal instaló un fuerte cerco de seguridad alrededor del Palacio Legislativo. Utilizando granaderos y vallas metálicas, se apostó un muro de contención para evitar que los manifestantes llegaran al Congreso.
En la mañana del 1 de diciembre se sumaron a la marcha jóvenes autodenominados “anarquistas” que llevaban el rostro cubierto con paliacates, máscaras de Guido Fawks y máscaras antigases, quienes se enfrentaron con la policía (La Jornada, 2012a). Según la información disponible, los llamados “grupos anarquistas” (Bloque Negro Anarquista, Cruz Negra Anarquista y Coordinadora Estudiantil Anarquista) llegaron armados con palos, tubos, bombas molotov y piedras, chocando en distintos momentos con las fuerzas de seguridad (La Jornada, 2012b). Los enfrentamientos duraron poco más de cinco horas (Reforma, 2012a). El movimiento #YoSoy132 se deslindó de toda responsabilidad por los actos vandálicos suscitados, aunque ayudó a los jóvenes que resultaron heridos en las trifulcas (La Jornada, 2012c). Una vez que los enfrentamientos terminaron, la Convención Nacional contra la Imposición se reorganizó en las inmediaciones del Palacio Legislativo y se dirigió hacia el Zócalo de la ciudad, como se tenía planeado.31 No obstante, en las inmediaciones de la Alameda Central, junto al Palacio de Bellas Artes, se produjo otro enfrenamiento entre las fuerzas del orden y los llamados “grupos anarquistas” (Animal Político, 2012c). Durante los enfrentamientos, alrededor de 200 manifestantes, que no participaron en las trifulcas, fueron “encapsulados” en calles próximas a Palacio Nacional, mientras Enrique Peña daba su primer mensaje a la nación (La Jornada, 2012d).
La manifestación contra la ceremonia de investidura terminó secuestrada por la confrontación y el encapsulamiento (La Jornada, 2012e). Los manifestantes llegaron con una marcha deshilvanada al Palacio Nacional y ahí se suscitó una tercera confrontación, que terminó por opacar la protesta, desvaneciéndola en una confrontación violenta. Esto no sólo fue magnificado por los medios de comunicación tradicionales -que hicieron hincapié en la violencia-, sino también por las redes sociales. En las plataformas de Facebook y YouTube se subieron videos de los simpatizantes, dando cuenta de la violencia, la represión policial y las detenciones.32 Hay que señalar que las movilizaciones sociales que se desarrollaron durante y después de las campañas electorales permitieron a los activistas tomar conciencia de lo importante que era grabar las protestas para documentar la represión policial. Las imágenes que recogieron estos videos mostraron los gritos de enojo y frustración contra la policía, lo mismo que las embestidas de los granaderos contra los manifestantes e incluso contra la gente que sólo miraba. Los videos destacaron las imágenes de jóvenes aventando piedras o bombas molotov a las fuerzas del orden, destruyendo infraestructura pública y negocios, así como policías resistiendo, golpeando tanto a jóvenes “anarquistas” como a cualquier otra persona que se cruzara en su camino y también arrojando bombas lacrimógenas ante una multitud que huía y luego contraatacaba. El resultado final fue poco más de 105 personas atendidas por lesiones (Reforma, 2012b) y un número similar de detenciones arbitrarias, en franca violación de sus derechos humanos (cdhdf,2013).
Las protestas quedaron reducidas a escenas de dolor, ira e impotencia por la capacidad represiva del gobierno.33 Esto tuvo como efecto que otras protestas en el país pasaran casi desapercibidas (La Jornada, 2012g). El cerco humano al Palacio Legislativo y las actividades artísticas que se proponían cuestionar la investidura del nuevo Presidente de la República terminaron por convertirse en una deshilvanada dramatización cuyo eje central fueron las imágenes de violencia. Más allá de la posible presencia de provocadores infiltrados, consideramos que, como sugiere Alonso (2013), para el 1 de diciembre gran parte de los integrantes del movimiento en “resistencia activa” contra Enrique Peña habían vuelto a sus actividades cotidianas (La Jornada, 2012h). Esto dificultó la capacidad de convocatoria para realizar la movilización. La participación, si bien era manifiesta, no era lo suficientemente intensa para mantener su fuerza. Las redes sociales visibilizaban las convocatorias y las expresiones de rechazo al nuevo gobierno, pero no bastaron para mantener y garantizar la participación en las calles ese día. Si bien las redes se convirtieron en un espacio para circular información, también corrían por ellas distintos rumores que generaban el desánimo y la desmovilización. Cuando las expresiones de violencia se hicieron presentes, la reacción inmediata de los convocantes a la marcha fue el deslinde de ellas, sin capacidad para articular una explicación sobre lo sucedido.
La represión de las manifestaciones permitió un breve reavivamiento de las protestas contra el nuevo Presidente. Al día siguiente se llevaron a cabo marchas contra la represión, no sólo en México, sino también en otros países, como Francia, Canadá, Alemania, España, Italia, Reino Unido, Bélgica, Holanda y Estados Unidos. Sin embargo, dichas movilizaciones, al estar orientadas a liberar a las personas detenidas el día anterior, denunciar la violación de derechos humanos, evidenciar la supuesta presencia de grupos de provocadores que se hicieron pasar por anarquistas, y mostrar el rostro autoritario y represor del gobierno entrante, no fueron capaces de articular un frente definido y sólido para generar en la opinión pública un sentimiento de rechazo generalizado a la nueva figura presidencial.34 En este sentido, podría decirse que la ceremonia litúrgica republicana no sólo se impuso en términos de su despliegue simbólico, sino que se materializó de manera clara en el uso de la fuerza. Su superioridad simbólica terminó por imponerse a los contra-performances en la medida en que éstos no pudieron desarticular la legitimidad que pone a la performatividad del Estado a salvo de las expectativas de autenticidad. Para romper una liturgia no basta con objetar al oficiante -cosa que ni siquiera fue alcanzada por los manifestantes-; se requiere, además, poner en crisis la fuerza moral, jerárquica y simbólica que le da vida. Días después, la firma del “Pacto por México” habría de redondear la capacidad política del nuevo gobierno para sumar alrededor del Presidente a los tres partidos políticos más importantes del país (La Jornada, 2012i). Con ello se reforzó la idea de que existía un vínculo estrecho entre el oficiante y la institucionalidad republicana que le da dicho estatus.
El escenario de la violenciaA partir de los trabajos de Turner (1969, 1988) la ceremonia de investidura de Enrique Peña puede ser interpretada como una serie de performances, es decir, modos de acción simbólica destinados a generar procesos de transformación en una estructura o sistema social. Para el caso que nos ocupa se trata de instituir una autoridad de acuerdo con fórmulas reguladas por estrictos protocolos y tiempos, a los que se aplica una importante movilización y organización de recursos para garantizar ese fin (Turner, 1969). Sin embargo, el conjunto de los performances se diferenció por el sentido específico en el que dichas fórmulas fueron puestas en escena. Por un lado, está el férreo proceso de traslación de poder e investidura del nuevo Presidente y, por el otro, el acto caracterizado por el propósito de fusionar intereses, perspectivas y emociones para legitimar su ascenso.
La liturgia es la efectualidad que resulta de la articulación de dos elementos distintos y, por ello, complementarios entre el sujeto y la acción: “lo determinante no es la recta intención del agente, sino sólo la función que cumple la acción en tanto que oficio” (Agamben, 2012: 47). El oficio es una acción que se encuentra aparentemente vacía de sustancia personal: el actor aparece como un instrumento animado por una palabra que se encuentra dirigiendo su voluntad. Así, quienes encabezan el oficio no son percibidos como sujetos, sino como instrumentos de una acción específica dada desde un reglamento o ley. En la medida en que se distingue al individuo de la función que ejerce, se asegura “la validez de los actos que cumple en nombre de la institución” (Agamben, 2012: 42). En este sentido, la virtud de la liturgia es que su eficacia radica en el hecho de que sintetiza la acción divina de la ley y la colaboración de los hombres. En pocas palabras, garantiza “la independencia de la eficacia y de la validez objetiva del sacramento respecto del sujeto que lo administra en concreto” (Agamben, 2012: 41): la liturgia “es el misterio de esta praxis y de esta operativi- dad” (Agamben, 2012: 51).
El traspaso de poderes es una ceremonia litúrgica republicana compuesta por diferentes actos. El relevo del escolta de la bandera nacional, la toma de protesta en el Congreso y el paso de revista a las Fuerzas Armadas son actos que están sujetos a protocolos estrictos.35 Los actores que participan en ellos parece que son “llevados” de forma natural por fuerzas que los han puesto en ese lugar. Siguen pasos determinados de los que no se cuestiona su legitimidad, sino que se asumen -por lo que las protestas en su entorno no impidieron su operación. Son manifestaciones del Estado mexicano, los participantes intercambian la bandera, de un escolta a otro, con el fin de materializar el traslado de un poder -considerado en sí mismo como impersonal. Una vez cumplida esta parte de la liturgia, se llevó a cabo la siguiente: Enrique Peña y Felipe Calderón siguen, como instrumentos animados de la ley, un procedimiento establecido. Si bien ambos saludan y expresan sentimientos, en el fondo se presentan como sujetos en proceso de transmutación. Quienes hablan no hablan, es la ley y el protocolo lo que sale de su boca. Incluso, el auditorio inconforme que grita, lanza billetes falsos y muestra pancartas que denuncian la compra de votos está consciente de que no puede impedir lo que está más allá de la voluntad humana.36 El pase de revista se establece, finalmente, como el último performance del poder estrictamente protocolizado.
No obstante, el performance que se realiza entre los actos litúrgicos del Palacio Legislativo y del Campo Marte es precisamente el espacio -previsto en la ceremonia litúrgica republicana- donde se reconoce al oficiante en tanto que portador reconocido de la autoridad para hablar en nombre del Estado. Así como existen actos de la ceremonia litúrgica republicana sin margen para la interpretación individual, el mensaje que ofrece el Presidente permite la definición de un estilo de ejercicio del oficio. En el mensaje del 1 de diciembre, Peña Nieto se muestra en su papel de Jefe de Estado, como un hombre carismático, firme y decidido. Aquí es posible observar el guión que definió su trama argumental como oficiante de la voluntad estatal, en el que se construyó como el artífice que conecta en su persona el pasado con el presente hacia un futuro promisorio, define líneas de acción que considera claras y asertivas y toma decisiones que están dirigidas a “mover a México”. Genera un performance en el que, como Presidente y hombre con visión de Estado, establece el punto en el que se apalanca el futuro del país. Esto permitió compensar lo frío de los actos protocolares en los que sólo era un instrumento animado. En este momento, en cambio, se encarna como actor, adquiere corporeidad y recuerda que detrás de la liturgia hay un hombre con voluntad propia y con la intensión de cambiar al país.
Resulta relevante que la ceremonia de investidura estuviera acompañada por actos de violencia, documentados por los propios manifestantes, quienes utilizaron las imágenes capturadas como narraciones morales que subrayaron el supuesto carácter autoritario del nuevo Presidente. Estas narraciones intentaron mostrar que el fuerte operativo de seguridad que se desplegó tenía el propósito de mantener la sacralidad del Estado en un espacio y tiempo determinados. El uso de la fuerza fue interpretado como la pretensión de desacreditar los contra-performances de la sociedad. La intensidad del despliegue de la fuerza estatal fue directamente proporcional a la importancia que desde ciertos sectores del gobierno se dio a la ceremonia de investidura. Para estos sectores del gobierno la violencia de los contra-performances fue considerada como la expresión de quienes buscaban frenar, por medio de la fuerza, la irremediable e inevitable investidura que por ley debía darle al nuevo Presidente. Las protestas fueron vistas por la autoridad como impugnaciones, no a la legitimidad del oficiante, sino a la del Estado.37
El paisaje de sentido de la confrontación políticaLa ceremonia litúrgica republicana y los contra-performances generaron un debate entre la opinión pública en torno al nuevo gobierno y a la protesta social de gran escala. Un debate que dio cuenta de las coordenadas que orientan la lectura de la confrontación política en el país a partir de estructuras simbólicas binarias (Jacobs, 1996). Cuando la opinión pública interpreta los performances políticos lo hace a partir de clasificar y tipificar binariamente la acción de los participantes, sus propuestas e ideas. Es aquí donde se construyen los campos de significado en los que se establece si los actores son honestos o deshonestos, autónomos o heterónomos, discrecionales o imparciales, racionales o irracionales, tolerantes o intolerantes, justos o injustos, desinteresados o calculadores, buenos o malos, víctimas o victimarios (Everhart, 2012; Rauer, 2011). Los intérpretes califican a las personas y sus acciones como buenas o malas, sagradas o profanas (Bartmanski, 2011). Según Alexander (2006) los performances interpretados de forma binaria en la narrativa de los medios de comunicación tienden a ser localizados en tres esferas de significado, como ya se señaló más arriba: las de los motivos, las relaciones y las instituciones.
En este sentido, ¿cómo se definieron estas tres esferas en los acontecimientos del 1 de diciembre de 2012 y qué tipo de paisaje de sentido se construyó en torno al ejercicio del poder y la protesta social? Las narrativas binarias de los medios de comunicación interpretaron la ceremonia republicana desde dos perspectivas. La primera la consideró como una expresión inevitable del orden democrático y a los contra-performances como la resistencia de quienes querían socavarlo. La segunda interpretó, al contrario, que la ceremonia litúrgica republicana expresaba lógicas acartonadas del orden político y vacías de sentido, mientras que los contra-performances expresaban sentimientos populares de hartazgo que apelaban a un cambio. Frente a ambas narrativas, hubo quienes apuntaron que era necesario examinar hasta qué punto una y otra eran ciertas, planteando dudas sobre la consistencia de ambas interpretaciones. En su conjunto, cada una de estas dos narrativas se construyó a partir de considerar la ceremonia litúrgica republicana y los contra-performances -dependiendo de su lugar de enunciación- como actos de civilidad o barbarie, como actos autónomos o manipulados, basados en criterios de inclusión o exclusión, la norma o el capricho personal, la civilidad o intereses oscuros.
Orden democrático y violenciaQuienes vieron la ceremonia de investidura como un acto de culminación de un proceso electoral democrático propusieron una interpretación en la que se destacó el tono espe- ranzador y las trece propuestas del discurso presidencial se consideraron adecuadas e inteligentes.38 Para algunos de ellos era el augurio de un gobierno eficaz y el punto de partida para dar cuerpo, al fin, a un proyecto de nación (Aranda, 2012). Se subrayó, además, la presencia y discurso impecables del Presidente; el cuidado de los detalles, como el color y corte de su traje y corbata, de lo cual se concluyó que el Presidente estaba atento a los detalles en política (Esquinca, 2012; Excelsior, 2012b). Para algunos la prueba más clara de lo anterior fue la atmósfera pulcra, sobria, sin estridencias en la que se definieron las llamadas “13 decisiones presidenciales”: “las cosas -señaló un comentarista- que todos amamos porque somos mexicanos” (Álvarez, 2012). Para algunos, por tanto, con Enrique Peña no sólo comenzaba un sexenio, sino también una nueva etapa histórica, con un Presidente decidido, acompañado de un equipo de profesionales (Cárdenas, 2012). Además, se recalcó, en algunas editoriales, el hecho de que la ceremonia en San Lázaro fuera tranquila: “un día de campo con respecto a 2006, dijo un miembro del Estado Mayor presidencial”. En general, para la mayoría de los comentaristas afines a Enrique Peña los rituales habían salido bien (La Jornada, 2012j).
Estos comentarios que calificaron el mensaje como positivo, lo confrontaron con los hechos de violencia en las calles. Al supuesto mensaje inteligente, claro, preciso de la realidad mexicana del nuevo Presidente, opusieron la inclinación de ciertos grupos de izquierda a generar encono y división (Beltri, 2012). Estas opiniones enfatizaron que lo que sucedió en las calles no fue más que la expresión de un radicalismo que desvirtuó el derecho a la manifestación del disenso (El Universal, 2012a). Un derecho que, señalaron, ha sido utilizado por grupos que no entienden las reglas de la democracia (Excelsior, 2012b). Se encuentran aquí expresiones que califican a los jóvenes manifestantes como “muchachos transformados en bestias”, que deberían saber que “hasta para protestar hay que tener categoría” (Acuña, 2012)). Hay quien señaló que eran delincuentes disfrazados de manifestantes (El Universal, 2012c) violentos que, como el movimiento #Yosoy132, los campesinos de San Salvador Atenco, el Sindicato de Electricistas y los maestros disidentes, apoyaban a Andrés Manuel y no debían quedar impunes (Reforma, 2012c). La mayoría de esas opiniones consideraron que Andrés Manuel López Obrador era el responsable directo de los actos violentos, porque quería generar las condiciones para provocar una represión y, con ello, una escalada de protestas para deslegitimar al nuevo gobierno (El Universal, 2012d). Incluso hubo quien señaló que, si bien López Obrador no podía ser acusado de responsable inmediato, sí lo era al promover una violencia simbólica a través de sus discursos, porque difundía el odio, el rencor y la división entre los mexicanos. Su actitud, afirmaron ciertas columnas de opinión, acicateó la violencia física que desplegaron sus seguidores (Álvarez, 2012; El Universal, 2012e; 2012f; Zavaleta, 2012) y lo acusaron de no haber entendido que la política y la ley se consolidaron a partir de la ceremonia de investidura y el mensaje de Enrique Peña (El Universal, 2012g). Algunas editoriales pedían castigar a los “vándalos” con todo el peso de la ley y no recurrir a la excusa de la represión, que por miedo a repetir otra masacre como la de Tlatelolco, dejara que el desorden se apoderara de la política (El Universal, 2012h).
Tradición autoritaria y hartazgo socialEn el otro extremo de las narrativas editoriales, se organizó una estructura binaria distinta, en la que se contrastó lo que se consideró una ceremonia casi burocrática y despersonalizada, con la represión de grupos molestos por un proceso electoral marcado por formas tradicionales y autoritarias de hacer política (La Jornada, 2012k). De esta manera, ciertos editoriales apuntaron a justificar la violencia como una reacción de hartazgo frente al pacto de las cúpulas políticas y sus rituales respaldados por una estrategia mediática -con ceremonias impresionantes-, que son una forma de violencia oculta que dispara la violencia social (El Universal, 2012i). Para estas opiniones el descontento social derivó en violencia porque la ritualidad de la clase política encendió el cerillo que prendió la mecha. Concretamente se señaló que el dispositivo de seguridad alrededor de la ceremonia de investidura exasperó a tal grado los ánimos, que puso las condiciones para que todo se saliera de control (La Jornada, 2012l; 2012m; 2012n). Para algunos se trataba de una acción deliberada que apuntó a la necesidad de la represión (La Jornada, 2012o). Para estas narrativas Enrique Peña cumplió con lo prometido en la Universidad Iberoamericana: asumir la responsabilidad de la represión social una y otra vez (La Jornada, 2012p). Desde esta perspectiva crítica, se trató de transformar una ceremonia de Estado en un performance inauténtico de la clase política.
Entre estas dos narrativas contrapuestas hubo señalamientos que destacaron que habría que: 1) investigar quiénes fueron responsables de los hechos violentos; 2) ser cautelosos en llamarlos anarquistas o bárbaros (Reforma, 2012d; El Universal, 2012j); 3) distinguir entre actos de violencia y protesta (El Universal, 2012k) y, 4) tratar de entender que, con independencia del origen de los instigadores de la violencia, ésta dice algo sobre lo que está pasando en el país (Reforma, 2012e; 2012f; La Jornada, 2012q). Estos discursos se acompañaron de una visión de mesura sobre la viabilidad de las propuestas de Enrique Peña (Reforma, 2012g; 2012h; 2012i). Sin embargo, dejaron entrever que la violencia no era tanto la expresión de una molestia social, sino el trabajo de provocadores (La Jornada, 2012k; 2012r; 2012s; El Universal, 2012l; Espinosa, 2012; Reforma, 2012j) que actuaron con el objetivo de responsabilizar a Andrés Manuel López Obrador y a los jóvenes que lo apoyaban (Musacchio, 2012: 27).
Represión autoritaria y violencia contestatariaPor televisión se resaltaron los enfrentamientos como una forma de sabotaje de la ceremonia de investidura. La empresa Televisa, por ejemplo, hizo un amplio reportaje en el que mostró cómo se enfrentaron la policía y los activistas, y en el que el comentarista, después de asegurar el carácter vandálico de las manifestaciones, apuntó: “No voy a decir nada... vea las imágenes”, sugiriendo que éstas hablaban por sí mismas. En cierto momento del reportaje aparece en la pantalla un grupo de granaderos que, al parecer, sólo se defiende del ataque de encapuchados que les arrojan todo tipo de objetos. Segundos después se observa cómo la policía avanza frente a otro grupo -que el comentarista califica como “anarquista”-, el cual arrojaba bombas molotov que estallaban en el suelo. Con estas imágenes de fondo, el comentarista se anima a romper el silencio y sugiere algunos responsables: miembros de la organización #YoSoy132, del Sindicato de maestros, así como de distintas organizaciones del llamado “movimiento urbano popular”. Se presentan a continuación encuadres donde resaltan los destrozos al mobiliario urbano, las vitrinas rotas de comercios, bancos, oficinas gubernamentales y restaurantes. El reportaje hace énfasis en los cristales rotos que se encuentran a la entrada del hotel Hilton, así como los grafitis dibujados en monumentos históricos, particularmente el Hemiciclo a Juárez, que había sido restaurado apenas una semana atrás. En cada secuencia de imágenes, el comentarista insiste que no hará más comentarios para dejar que los hechos se observen sin ningún tipo de valoración subjetiva. Un silencio que rompe a cada momento cuando considera, quizá, la necesidad de hacer señalamientos puntuales sobre el caos causado por los activistas.39
De igual forma, las notas informativas de cnnen Español y tvAzteca apuntaron a destacar los actos de violencia entre manifestantes y policías, los destrozos que se generaron durante los enfrentamientos y el desorden social frente a una elección que era considerada controvertida pero limpia. cnnhizo referencia al posicionamiento de distintos líderes políticos sobre la violencia que se vivió en esa jornada -particularmente de López Obrador-, algunos de los cuales hicieron comentarios que sugerían que las manifestaciones violentas expresaban descontento ante las aparentes condiciones de desigualdad en las que se habían desarrollado las elecciones (Expansión, 2012).
Por su parte, las imágenes que se difundieron en redes sociales, capturadas en su mayoría por activistas políticos, también dieron cuenta de la violencia, pero enfatizaron los actos de represión policial. En distintas plataformas en Internet se podía ver cómo los jóvenes que no llevaban en las manos piedras u objetos para aventar a la policía apuntaban con sus dispositivos móviles a las confrontaciones entre activistas y fuerzas del orden. Los videos, de producción casera, fueron un testimonio auditivo y visual del fragor de la batalla. Se escuchaban los gritos que arengaban a romper el cerco policial, se notaba la desorientación que se produjo cuando la policía embistió a los manifestantes, los alaridos de satisfacción cuando el vidrio de algún comercio, banco o restaurante caía al suelo o cuando la policía retrocedía ante la explosión de una bomba molotov o de un petardo. Se escuchaban también las proclamas que exigían la renuncia de Peña Nieto, así como las arengas a los policías para que se sumaran a las protestas y dejaran de defender a la clase política.
En otros videos en las redes sociales se pudo observar cómo los propios manifestantes grababan el momento en que la policía golpeaba y arrestaba a activistas y ciudadanos. Muchas de estas imágenes circularon por la red y durante varios días fueron comentadas de forma masiva por los internautas, en cuyos comentarios podía apreciarse la indignación, el enojo y la impotencia por lo sucedido. En algunos casos se subrayaba que la nación vivía un proceso de restauración del sistema autoritario.40 En los días posteriores al 1 de diciembre, la investigación realizada por la Comisión de Derechos Humanos del Distrito Federal -apoyada en los videos de vigilancia de la Ciudad de México- concluyó que un número importante de personas habían sido detenidas de manera injustificada por el simple hecho de ejercer su derecho a la protesta o por estar grabando con dispositivos electrónicos la confrontación entre activistas y policías (cdhdf,2013).
El sentido de liturgia y los contra-performancesEn las redes sociales, la televisión y la prensa pudo observarse el contraste constante entre la lógica de la ceremonia litúrgica republicana y los contra-performances. Las narrativas contrapuestas permitieron a los observadores dibujar en los medios un mapa político en el que, por un lado, había actores que apostaban por el juego de la institucionalidad democrática frente a la barbarie de los radicales y, por el otro, estaban quienes trazaron un mapa político caracterizado por el regreso del autoritarismo. Ambas interpretaciones definieron paisajes de sentido sobre la democracia y, desde su posición, construyeron significados sobre la ceremonia litúrgica republicana y los contra-performances; elaboraron explicaciones en las que cada uno vio en los personajes que defendieron la condensación de actos de autonomía y respeto a la ley, observando en los otros a los representantes de la barbarie, la manipulación y la violencia que minan la civilidad, favorecen a grupos oscuros y apuestan por un regreso al pasado.
La ceremonia litúrgica republicana y los contra-performance dieron cuerpo a visiones alternativas en las que esos personajes fueron puestos en redes de sentido diferentes. Establecieron así una pugna por la interpretación de ciertos hechos que se consideraron significativos con base en los códigos que, según la interpretación de cada uno, expresaban las buenas y malas intenciones de los actores políticos y sociales involucrados. Cada una de las interpretaciones produjo un entramado de sentido del escenario político en el que se intentó distinguir claramente a los enemigos del país. Para quienes se colocaron del lado del Presidente electo esto significó contrastar el orden de la ceremonia litúrgica republicana con el desorden y caos de las protestas en las calles, donde además los activistas fueron presentados como carentes de capacidad organizativa para mostrar su descontento y susceptibles de caer en la violencia y el vandalismo. Para quienes justificaron las protestas se trató de mostrar que la ceremonia litúrgica republicana era la expresión del distanciamiento entre la política y el sentir popular y que éste había terminado por convertirse en impotencia y violencia. Proyectando el orden versus el caos y la auto-referencia de la política versus las demandas sociales democráticas, se establecieron las coordenadas bajo las cuales se construyeron las distintas narrativas sobre lo que sucedió el día que el priregresó a la Presidencia de la República.
El cuadro 1 puede ayudar a entender, de forma esquemática, cómo estas coordenadas se constituyen en referentes sobre el sentido de las liturgias republicanas y el orden democrático. Para un sector de la opinión el orden democrático mexicano tiene viabilidad en la medida en que se sostengan al máximo las liturgias republicanas post-revolucionarias (1,1). Esta posición, por lo regular, considera que sin estas últimas el orden democrático del país se debilitaría (1,4). Por el contrario, hay quienes consideran que mantener las actuales liturgias sólo contribuye a desgastar el orden democrático (1,2) por lo que sugieren su reducción o cambio para garantizar una mayor democracia (1,3).
ConclusionesEl análisis de los acontecimientos del 1 de diciembre de 2012 como una confrontación entre ceremonia litúrgica republicana y contra-performance permite observar no sólo la forma como se contrapunteó la lógica de la reproducción del orden político contra los esfuerzos de amplios sectores ciudadanos por impugnarlos, sino que también tiene una implicación política central: se genera una dialéctica liturgia/contra-performance que obliga a la recreación permanente de las bases de la legitimidad del Estado, impidiendo que ésta sea dada por hecho a partir de un fundamento formal. Como se ha tratado de mostrar, en la medida en que los performances del Estado estuvieron sustentados en protocolos litúrgicos, no estaban sujetos a la crítica sobre su autenticidad y la única forma de impedir sus efectos estribaba en evitar su realización. En ese sentido, se entiende por qué la fuerza y la represión del Estado hacia los contra-performances fue tan violenta: su presencia representaba un peligro potencial si pasaba de impugnar a los oficiantes a impedir la celebración del traspaso de poderes. Esto hubiese implicado, en última instancia, objetar la legitimidad del propio gobierno. Si la sacralidad de la ceremonia litúrgica republicana en su conjunto hubiera sido puesta en cuestión, se habría controvertido al propio orden político. Que esto fuera una amenaza real o no, poco importa para los efectos de este trabajo. Interesa destacar el hecho de que ese temor estuvo presente en las autoridades, cristalizándose en el despliegue de distintos dispositivos de seguridad, así como en el cerco del primer cuadro de la ciudad.
En este sentido, las ceremonias litúrgicas republicanas -como la transmisión de los poderes efectivos de la policía y el gobierno al Presidente electo, la toma de protesta y el pase de revista al Ejército- fueron desarrolladas cada una en su momento como procesos en los que se desplegaron símbolos particulares del Estado y donde se cuidaron las formas y las gramáticas del poder. La descripción detallada de esos eventos en la primera parte de este trabajo muestra precisamente cómo en cada movimiento, expresión, imágenes e iconos que se pusieron en marcha se tenía la intención performativa de mostrar la superioridad de las liturgias estatales con el fin de dejar clara la preponderancia de las ceremonias sobre los contra-performances que se desplegaron en distintos lugares de la Ciudad de México y en otros estados del país. Sin embargo, como se ha visto, esa superioridad litúrgica del Estado no fue sólo simbólica. El despliegue de violencia contra las protestas sociales, que se ha descrito en este trabajo, muestra la forma como se trató de socavar cualquier pretensión de autenticidad de los contra-performances de la sociedad, imponiendo con ello la sacralidad republicana del Estado frente a la sociedad. Dichas protestas se vieron entonces mermadas, como se ha visto, y terminaron por convertirse en una deshilvanada dramatización cuyo eje central fueron las imágenes de violencia.
La fuerza policial que se impuso para resguardar la sacralidad de una ceremonia litúrgica republicana, que no se puede cuestionar por su autenticidad o inautenticidad, expresa además la centralidad de eso que, parafraseando a Geertz (2000) es fundamental para toda pervivencia estatal: la pompa, ese despliegue del esplendor, esa exhibición y dignidad que debe mostrar todo aparato político, porque en ello se juega su capacidad de gobierno -en el sentido de dominio y control. Ese 1 de diciembre se expusieron las dimensiones simbólicas del poder estatal que interpretaron de distinta forma quienes apelaron a su carácter sagrado o a su carácter profano. Para los primeros la liturgia de la sucesión y el mensaje político expresaron la semiótica de un Estado que testificó la continuidad del orden político, la puesta en marcha de un gobierno eficaz y la presencia de un hombre con visión de futuro para país.
Frente a esa pompa, los contra-performances no pudieron hacer mucho. Fueron manifestaciones que, por sus características, no lograron colocarse en aquella esfera de sentido. Su fuerza simbólica no pudo establecer un cuestionamiento contundente, un resultado que no debe ser interpretado sólo por el uso de la fuerza por parte del Estado, sino que remite a su propia narrativa. Una semiótica de la protesta que si bien buscaba interpelar a la pompa del Estado y sus oficiantes, se movió en una lógica de sentidos y significados hacia otra sacralidad: la de la indignación política. En ese sentido, fue insuficiente para minar aquello que movilizó la pompa del Estado.
La relación entre ceremonia litúrgica republicana y contra-performance permite entonces comprender estos acontecimientos más allá de una simple parafernalia para revestir de legitimidad al ejercicio del poder o para desnudarlo. Dicha relación condensa la forma como se establece un campo de batalla simbólico en el que se juega, por un lado, la permanencia de una liturgia fundacional, con independencia de las circunstancias en las que se produce, y por otro lado, un sector de la opinión pública que cuestiona la viabilidad de su permanencia acrítica. El primero apela a la permanencia y creación de ciertos códigos, símbolos y signos que permitan la continuidad del orden político. El segundo, a revisar los fundamentos de la legitimidad sobre la que la liturgia tuvo lugar. Ambos hicieron referencia en su confrontación a un campo de batalla simbólico del paisaje político que es necesario comprender.
El análisis de los performances políticos resulta relevante en la medida en que permite observar cómo se cristalizan los conflictos de poder en referentes simbólicos determinados y, en ocasiones, se constituyen en rupturas de esos referentes simbólicos y abren paso a nuevas formas de representación del conflicto. Los performances no sólo suponen escenificaciones actualizadas de los conflictos de poder, sino que además presuponen una estructura de derechos diferentes entre los actores políticos y entre ellos y sus referentes sociales. Cómo se cristalizan esos conflictos, cómo se adhieren las personas a ellos, en qué medida toman posición con respecto a los actores políticos, depende en gran medida de los efectos emocionales que propicien. Esto se encuentra supeditado, sobre todo, a que los códigos transmitidos resulten verosímiles o creíbles para el auditorio. El análisis de los performances políticos, desde la sociología, necesita, entonces, subrayar la autenticidad performativa que generan las esferas y los espacios de poder en distintos ámbitos de la vida política.
En México, el análisis de distintos ceremoniales políticos desde la perspectiva del performance ha adquirido una fuerza relevante en los últimos años, en gran parte porque resulta una herramienta particularmente útil para examinar la forma en que, desde la esfera gubernamental, se trata de mantener a los referentes del poder simbólico en un país en el que las bases de la legitimación posrevolucionaria se encuentran erosionadas y la alternancia no ha logrado generar bases alternativas. Por otro lado, la perspectiva del performance permite dar cuenta de la emergencia de nuevos actores sociales que proyectan con ello su posi- cionamiento con respecto al campo de batalla simbólico que se disputa en el país y cuyos ejemplos más notables han sido las movilizaciones del #YoSoy132 o por los 43 estudiantes de Ayotzinapa desaparecidos. Los performances que estas movilizaciones ponen en marcha expresan la emergencia de referentes u objetos simbólicos, así como narrativas que condensan ideales y valores colectivos. Con sus performances decantan diferentes formas de clasificar y organizar las posiciones de los contrincantes, distinguiendo entre aliados y enemigos; entre quienes comparten ideales y valores que se consideran respetables, sagrados o puros, frente a otros estimados como execrables, profanos o impuros. Cada uno de estos acontecimientos, entre otros que han emergido en distintas partes del país, aparece por lo general al calor de la excitación política y supone el uso de recursos simbólicos o icónicos de carácter popular; se organiza a partir de los temas y posiciones que plantean los actores y en muchas ocasiones se convierte en referente simbólico e icónico.
Lomnitz (2000) planteó, en su momento, que las ceremonias cívicas y las campañas políticas o los informes en México eran rituales políticos que compensaban la ausencia de mecanismos de representación de las demandas colectivas, la discusión libre y la organización autónoma a los centros de decisión. De esta forma, el uso de los tiempos, espacios y gestos, así como ciertas palabras, tonos de voz e inflexiones tenían el carácter de señales interpretadas en un código compartido por los actores principales, los espectadores y los medios de comunicación (Adler-Lomnitz, Salazar y Adler, 2004). Estos mecanismos de producción y reproducción del poder estarían inscritos profundamente en la cultura política. En este sentido, las ceremonias políticas en México debían ser interpretadas simbólicamente, según Lomnitz (2000) incluso por encima de sus dimensiones instrumentales. No obstante, es cierto que el cambio en el sistema político mexicano, caracterizado por elecciones más competidas -donde la figura del partido hegemónico se desvaneció-, ha producido cambios significativos en la forma como se viven e interpretan los performances políticos y sus íconos. En este sentido, cabría preguntarse, siguiendo este argumento, qué papel juegan los performances políticos en la nueva configuración de la política en México que, pese a todos sus cambios, presenta aún un importante déficit para garantizar mecanismos de representación de las demandas colectivas, la discusión libre y la organización autónoma a los centros de decisión.
Sobre los autoresNelson Arteaga Botello es doctor en Sociología por la Universidad de Alicante, maestro en Sociología por la Universidad Iberoamericana y licenciado en Sociología por la Universidad Autónoma del Estado de México (uaem).Es miembro del Sistema Nacional de Investigadores, nivel iii,de la Asociación Internacional de Sociología y fundador de la Red Latinoamericana de Estudios de la Vigilancia, Tecnología y Sociedad. Sus líneas de investigación son: violencia, vigilancia, sociología cultural. Sus tres últimas publicaciones: “Securitization and urban space: the case of a skyscraper in Mexico City” (Order and Conflict in Public Space, 2016); “Política de la verticalidad: drones, territorio y población en América Latina” (Región y Sociedad, 2016); “Surveillance footage and space segregation in Mexico City” (International Sociology, 2015).
Javier Arzuaga Magnoni es doctor en Ciencias Sociales por la Universidad Autónoma Me- tropolitana-Xochimilco, maestro en Ciencias Sociales por la Facultad Latinoamericna de Ciencias Sociales (Flacso)-México y licenciado en Ciencia Política por la Universidad de El Salvador. Es miembro del Sistema Nacional de Investigadores (sni) nivel i,y actualmente se desempeña como profesor-investigador de la Universidad Autónoma del Estado de México (uaem).Sus líneas de investigación abordan temas relativos a los comportamientos políticos y electorales, la cultura política, los partidos políticos y los sistemas electorales. Sus tres publicaciones más recientes son: Consideraciones sobre la democracia interna en los partidos políticos. Modelos de partido y debates en torno a su vida interna en México (2012); “El rostro actual de las movilizaciones en la sociedad civil global” (Desacatos, 2015); “Del neofuncionalismo a la conciencia icónica: ensayo crítico para pensar la sociología cultural de Jeffrey Alexander” (Sociológica, 2016), estos dos últimos textos publicados en coautoría con Nelson Arteaga Botello.
Los performances que se analizan en este artículo suponen conductas re-establecidas, acciones que se entrenan, practican y ensayan (Schechner, 2012); por tanto, no se trata de un ejercicio de representación libre de parámetros ni de una interpretación sin conceptos previos ni espontáneos, como supone la definición coloquial del término. Aun cuando se trata de conductas re-establecidas, los actores gozan de agencia. Ésta consiste en la puesta en escena. Los actores arriesgan en cada performance su articulación con el fondo cultural. Los participantes y los observadores esperan del performance no sólo conductas re-establecidas, sino también un ejercicio de creatividad. El desafío para los actores consiste en asumir la necesidad de una puesta en escena creativa, al tiempo que hacerla inteligible para los parámetros con que cuentan los observadores. Sin el ejercicio de la agencia por parte de los actores, la vida social sería insostenible, ya que los performances serían todos iguales. Por otra parte, las conductas re-establecidas no provienen de un orden del discurso único. Si bien la performatividad de la acción social constituye una red de sentido que permite el entendimiento y la colaboración entre las personas, también genera la competencia entre distintas propuestas alternativas de inteligibilidad basadas en intereses específicos. En una primera instancia, estas manifestaciones fueron consideradas como rituales, en el sentido general que este concepto tiene en la sociología de inspiración durkheimiana; es decir, como reglas de conducta que prescriben cómo las personas deben comportarse ante la presencia de objetos sagrados (Collins, 2004). El modelo ritual permitió, de esta forma, entender distintos ceremoniales políticos como expresiones más o menos ritualizadas del ejercicio del poder. No obstante, consideramos que dicho modelo podría resultar hasta cierto punto limitado para explicar los ceremoniales políticos en las sociedades modernas, donde los procesos de diferenciación generan una fragmentación de los referentes simbólicos y de sentido. En la medida en que existe una pluralidad de semánticas y estratificaciones en cuanto a aquello que se considera como objeto sagrado, los ceremoniales como rituales se desdibujan en la medida en que las reglas de conducta no son necesariamente respetadas, sentidas y apreciadas por todos -incluso para quienes forman parte de ellos.
Se suele definir como tradición republicana un conjunto de expresiones heterogéneas en la historia del pensamiento político. Bajo el término “republicanismo” se engloban definiciones que van desde su oposición como forma de gobierno a la monarquía o a la democracia, hasta la protección de las libertades inherentes a las democracias puras. La tradición republicana moderna se distancia de la tradición democrática clásica a partir del reconocimiento de la desigualdad esencial del pueblo. Por tal motivo, no da por supuesta la unidad de la comunidad ni la libertad de sus integrantes y requiere para ello de la protección del Estado. Desde esta perspectiva, le asignamos una naturaleza republicana a este tipo de ceremonia en la medida en que contribuye a reforzar permanentemente la idea de la unidad del Estado frente a las diferencias sociales como un valor cívico esencial (Rivero, 2013).
Cabe apuntar que la referencia a las notas de los periódicos varían en función de su accesibilidad. Por ejemplo, El Universal puede consultarse a través de un enlace web, al igual que La Jornada, mientras que a Milenio se tiene acceso vía suscripción, por lo que se obtiene una referencia en PDF, que permite referir a la nota por página. Esto explica la variabilidad de las citaciones, las cuales responden al formato de soporte de la información.
La reproducción de algunos performances en Internet permite potenciar su fuerza una y otra vez (Kellner, 2003) desde un ámbito micro a una escala macrosocial (Chouliaraki, 2006, Höijer, 2004). Las plataformas como YouTube colocan los performances en el espacio de la posible repetición ilimitada de sus efectos emocionales. Años atrás, un buen o mal performance político tenía ciertamente efectos, pero éstos podían ser más o menos afrontados o potenciados si se contaba con un control efectivo de los medios de comunicación; en este sentido pasaban como sucesos limitados espacial y temporalmente. No obstante, un performance político tiene en la actualidad, gracias a la presencia de un amplio espectro de medios de comunicación, una audiencia sustancialmente mayor en comparación con el auditorio que lo conformó inicialmente (Xu, 2012). Las escenas reproducidas una y otra vez proyectan a una escala más amplia las emociones en una puesta en escena marcada por las relaciones cara a cara (Silver, 2011). Esto propicia que un cierto ánimo se transmita por medio de las escenas y sus elementos llegan producir emociones y afectos que se multiplican a través del tiempo y el espacio (Jasper, 2011) lo que prácticamente borra las fronteras institucionales, sociales y geográficas de la comunicación (Szabó y Kiss, 2012).
Así, por ejemplo, las demandas de un grupo determinado son puestas en la esfera civil bajo el crisol de quién, por qué razón y para qué hacen sus demandas (motivos) la forma en qué estructuran sus vínculos con otros grupos demandantes o instituciones (relaciones) y su funcionamiento como grupo (en tanto que institución). Los grupos y sus demandas adquieren legitimidad en la esfera civil en la medida en que sus motivos, relaciones e instituciones son interpretadas en el marco de los valores universales de la esfera civil.
Según Alexander (2006), esta forma binaria simple, que puede parecer esquemática, revela el esqueleto a partir del cual las comunidades construyen las narrativas que guían su acción -aunque al ser relacionales implican procesos dinámicos complejos- y permiten ubicar cómo se construyen procesos de inclusión y exclusión social.
Otras pancartas señalaban: “Candidato de telenovela”, “Presidente de ficción”, “Candidato de los poderes fácticos”, “Presidente de unos cuantos” (Reforma, 2012).
La prevención como eje de la política de seguridad pública ya había sido comtemplada antes, en el gobierno de Felipe Calderón. No obstante, el gobierno de Peña Nieto la impulsó más y le dio mayor visibilidad. Véase: Presidencia de la República (2006).
Véase: <https://www.youtube.com/watch?v=T2ElWpkLhf0> [00:00:47:50-00:00:50:07] [Consultado el 1 de septiembre de 2015].
Véase: <https://www.youtube.com/watch?v=T2ElWpkLhf0> [00:00:50:09-00:00:51:28] [Consultado el 1 de septiembre de 2015].
Véase: <https://www.youtube.com/watch?v=T2ElWpkLhf0> [00:00:54:56-00:00:55:15] [Consultado el 1 de septiembre de 2015].
La propuesta de la Convención, sin embargo, fue más allá en sus objetivos: luchar contra el capitalismo, establecer la educación socialista, defender los recursos comunitarios, defender la soberanía nacional, defender el petróleo, aumentar el salario mínimo y reformar la Ley de Telecomunicaciones, entre otros. Véase: <https://www.youtube.com/ watch?v=Ti_20XxIyGc> [Consultado el 1 de septiembre de 2015].
De hecho, días antes el movimiento #YoSoy132 había sugerido al Presidente que, para su comodidad, la Universidad Iberoamericana le podría prestar un baño de esa institución para que realizara su ceremonia de investidura como Presidente, haciendo alusión con ello al hecho de que Enrique Peña se había escondido en un baño de la Iberoamericana ante las manifestaciones de rechazo de una parte de alumnos de esa institución (Animal Político, 2012b).
Véase: <https: www.youtube.com%2Fwatch%3Fv%3DjUAytoapu3U&tit=Marcha+-+Toma+de+Posesi%C3%B- 3n+2012&c=4&sigr=11buvh7a1&sigt=10vm87ikd&sigi=11rghj4u0&age=1354425388&fr2=p%3As%2Cv%3A- v&&tt=b> [Consultado el 3 de julio de 2015].
Véanse: <https://www.youtube.com/watch?v=mC3aj_ogJnY> y <https://www.youtube.com/watch?v=H-vyb41ssxuU> [Consultados el 1 de septiembre de 2015].
El Partido de la Revolución Democrática (prd) y el Movimiento de Renovación Nacional (Morena) llevaron a cabo, cada uno por su lado, protestas callejeras contra la investidura de Enrique Peña. El primero en el Monumento a la Revolución y el otro en el Ángel de la Independencia. En este último se llevó a cabo un evento artístico a cargo de Jesusa Rodríguez, quien protagonizó un performance artístico (La Jornada, 2012f).
Esto no quiere decir que se disipase totalmente. Dos años después, a partir de la desaparición de 43 estudiantes de una escuela rural en Ayotzinapa, en el estado de Guerrero, las protestas contra Enrique Peña Nieto volvieron a activarse, mermando en gran parte su legitimidad.
El proceso de sucesión presidencial de Vicente Fox por Felipe Calderón estuvo marcado por la incertidumbre. Las críticas al proceso electoral y el intento por impedir la toma de protesta por parte de un sector de los diputados electos alertó al gobierno saliente y al entrante sobre importantes vacíos institucionales en la transmisión del poder político y administrativo. Eso llevó a instaurar protocolos y liturgias que por segunda vez se pusieron en marcha con el ascenso a la presidencia de Enrique Peña.
La única forma de frenar la ceremonia litúrgica republicana era que algo le hubiera pasado al candidato electo. Quizás eso explica el fuerte dispositivo de seguridad que se estableció tanto afuera del Palacio Legislativo, como en la tribuna.
Seis años antes no fueron las manifestaciones sociales las que pretendieron impedir la ceremonia de investidura del Presidente electo, sino los diputados y senadores integrantes del Congreso de la Unión. Allí, el conflicto se materializó entre poderes del Estado, por lo que las autoridades no pudieron recurrir al uso de la violencia.
Véanse: El Universal (2012a); El Universal (2012b); Aranda (2 de diciembre de 2012: 36); Beltri (3 de diciembre de 2012: 4); Cárdenas (4 de diciembre de 2012: 6); Álvarez Cordero (6 de diciembre de 2012: 26).
Algunos videos que dan cuenta de esto: <https://www.youtube.com/watch?v=3qYM8QigUcs>; <https://www. youtube.com/watch?v=fLKZqHvthaw>; <https://www.youtube.com/watch?v=o2oF69ZK0Wg>; <https://www. youtube.com/watch?v=XfNNdcUixDI>; <https://www.youtube.com/watch?v=uX7M0mhdF5I>; <https://www. youtube.com/watch?v=z1CO49tgxE8>; <https://www.youtube.com/watch?v=bHUHL7Ain2M> [Consultados el 1 de septiembre de 2015].