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Vol. 59. Núm. 220.
Páginas 7-20 (enero - abril 2014)
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Los desafíos de las ciencias sociales frente a las múltiples resonancias de lo global
Social Sciences' Challenges vis-à-vis globality's multiple dimensions
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Judit Bokser Misses-Liwerant
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Parte sustantiva de los cambios y transformaciones contemporáneos, tal como se articulan alrededor de los procesos de globalización, plantean nuevos interrogantes a las ciencias sociales, desafiando formulaciones vigentes. Alentando nuevas líneas de investigación y nutridos debates. Las múltiples resonancias de lo global dan cuenta del carácter no homogéneo, multidimensional y contradictorio de los procesos de globalización que se despliegan de una manera diferenciada en tiempo y espacio, con desigualdades territoriales y sectoriales. Son procesos que convocan lo económico, lo político y lo cultural, así como las interdependencias e influencias entre estos planos; y se expresan tanto en redes de interacción entre instituciones y agentes trasnacionales como en procesos de convergencia, armonización y estandarización organizacional, institucional, estratégica y cultural. Por su carácter contradictorio, son procesos que pueden ser intencionales y reflexivos, a la vez que no intencionales, de alcance internacional a la vez que regional, nacional o local (Bokser y Salas Porras, 1999). Todos estos planos de manifestación someten a prueba a las formas de organización social y política tradicionales y modernas, lo que ha obligado a las ciencias sociales en sus diversas vertientes disciplinarias y perspectivas teóricas a discutir las bases mismas sobre las que se han construido estos ordenamientos. Ciertamente también las obliga a explorar, a su vez, los términos en que se entretejen la incorporación diferencial de las regiones, los países y las sociedades en los diversos planos en los que se articulan a escala global.

El carácter complejo de los procesos de globalización se expresa, asimismo, en la emergencia simultánea de nuevas identidades globales y la afirmación de identidades étnicas, religiosas y nacionales, que se desarrollan e interactúan en virtud de la desterritorialización de las relaciones sociales y la intensificación de la movilidad humana y de las migraciones.

Recientemente, la organización Californians for Population Stabilization (caps) lanzó un anuncio de televisión que está siendo difundido en Los Ángeles, San Diego y San Francisco, a través de varias cadenas de televisión. En el anuncio un niño le pregunta a la audiencia: “Si los californianos están teniendo menos hijos, ¿por qué hay tanta gente? Si los californianos están teniendo menos hijos, ¿por qué hay tantos coches? Si los californianos están teniendo menos hijos, ¿por qué no hay suficiente agua?” Luego, con tono de consternación, remata: “Si los californianos están teniendo menos hijos, ¿de dónde provienen todas estas personas?”

Una voz en off resuelve sus dudas: “Prácticamente todo el crecimiento de la población de California previene de la inmigración. Podemos frenar la inmigración y ahorrar algo de California para el mañana”. Segundos más tarde, puede leerse en la pantalla: “Más del 98% del crecimiento de la población de California proviene de la inmigración”.1

Repasemos.

El vínculo entre crecimiento demográfico y degradación del medio ambiente ha sido ya investigado y sustentado a través de innumerables estudios científicos. Más gente significa más automóviles, camiones, autobuses y más contaminación. Más estacionamientos y condominios de altura significan menos espacios verdes; más productos químicos, más basura y aguas contaminadas en cascada que arruinan los arroyos, lagos y océanos; más gente significa más presión sobre los suministros de agua cada vez más escasos. Todo esto ya lo sabemos. No es esta línea argumental la que genera desconcierto del contenido del anuncio de la caps.

Entre los años 2000 y 2010, la población de California creció 3,39 millones y el estado espera que se incremente en otros 13 millones de personas para el año 2050 (sobre la base de las proyecciones actuales de población del Departamento de Finanzas de California). Sin embargo, los californianos nacidos en el país están teniendo menos hijos que en el pasado. Con base en los datos de la Oficina del Censo de ee.uu. y el Departamento de Salud Pública de California, el crecimiento de la población del estado está siendo impulsado por la inmigración masiva. Durante el período 2000–2010, 2,580,000 personas emigraron a California y 2,474,300 de nacimientos fueron de niños de padres inmigrantes.

Es a partir de esta información que Jo Wideman, Director Ejecutivo de Californians for Population Stabilization, sostiene: “Parte de la solución para revertir el deterioro ambiental de California, aunque no es políticamente correcto o conveniente, sin duda es simple. Si disminuimos la inmigración masiva podemos reducir el crecimiento demográfico y ahorrar algo de California para el mañana.”2 Más adelante, en el portal digital de la organización, puede leerse: “Es importante señalar que el caps no culpa a los inmigrantes. No culpamos a la gente de otros países que quieren venir a vivir aquí (…). Es la política de inmigración irresponsable de nuestro gobierno que hasta hoy sigue importando millones de personas con poca o ninguna consideración sobre si tienen un conjunto de habilidades que coincidan con las necesidades económicas del país, si van a ocupar el trabajo de un americano, si van a acabar con el bienestar o van a generar un impacto sobre nuestra infraestructura y nuestro medio ambiente. Otros países hicieron cambios inteligentes en sus políticas de inmigración hace años. Sin embargo, hoy, América sigue permitiendo que más personas se asienten aquí cada año que toda la inmigración de Inglaterra, Alemania, Francia y Canadá en conjunto.”3

América Latina y el Caribe constituyen un caso relevante en el marco de la situación mundial y la problemática de las migraciones internacionales. Específicamente, México se ha caracterizado siempre por altos flujos migratorios de carácter excepcional; cerca del 10,5% de su población total vive fuera del país. Se estima que 11,7 millones de migrantes nacidos en México viven en los Estados Unidos. Entre la población total de hispanos que viven allí -que supera los 50,5 millones de personas– más del 30% es de origen mexicano. Estos 50,5 millones de hispanos representan el 16,3% de la población total de los Estados Unidos. Por lo tanto, la población migrante que era de 35,3 millones en 2000, creció un 43% durante la última década. Así, efectivamente la población hispana representa la mayor parte del crecimiento de la nación (56%) entre el 2000 y el 2010.

De los aproximadamente 11,5 millones de migrantes indocumentados que viven en los ee.uu., 6,5 millones son mexicanos, lo que representa el 57% del total. Ahora bien, durante el transcurso del siglo XX, la mayoría de los migrantes mexicanos provenían de comunidades rurales del centro de México y se establecieron en Texas, California y Chicago. En las dos últimas décadas se ha producido una diversificación de los lugares de origen y de destino, lo que indica un posible nuevo patrón de dispersión. En el inicio del siglo XXI, la población nacida fuera de los ee.uu. aumentó 12% en seis estados tradicionales de destino y 36% en los “nuevos estados de asentamiento” –como Nueva Inglaterra, Washington, el sur de la Florida– (Lowell, Perdezini y Passel, 2008). Esto significa que los migrantes tienen más oportunidades de trabajo, redes de inmigración más amplias y más lugares para establecer la familia y desarrollar la vida comunitaria.

De hecho, América Latina muestra los niveles más altos de crecimiento relativo de migrantes calificados hacia los países de la ocde. Entre 1990 y 2007 esta población se incrementó un 155% –de 1,9 a 4,9 millones–. De estos 4,9 millones, un número alto (4,2 millones) emigró a los Estados Unidos, alcanzando así el 84,3% de los migrantes calificados totales de la región (Lozano y Gandini, 2011). En el caso de México, aproximadamente el 9% de los migrantes con educación primaria reside en los ee.uu. En contraste, el 20% de los migrantes mexicanos tienen educación secundaria y el 36% ha realizado estudios de postgrado (Lowell, Perdezini y Passel, 2008: 57). Precisemos aún más: en el año 2008, los inmigrantes con 12 años o más de educación representaron el 9% del total de la migración a los Estados Unidos, mientras que en el año 2012 alcanzó el 30% (bbva, 2013: 32); de este modo, el 33% de la población mexicana con doctorado vive en los ee.uu. (Olivares Alonso, 2013). Así, definitivamente, analizar losprocesos y las dinámicas transnacionales enmarcados en las múltiples resonancias de lo global se convierte –una y otra vez– en un desafiante ejercicio para las ciencias sociales.

Desde mediados del siglo pasado, la migración internacional se convirtió poco a poco en uno de los factores principales de la transformación social en las más diversas regiones del mundo. Hoy en día, más personas que nunca en nuestra joven historia como humanidad están viviendo fuera de su país de origen. En el año 2013, 232 millones de personas, o sea 3,2% de la población mundial, eran migrantes internacionales, a diferencia de los 175 millones registrados en el 2000 y los 154 millones del año 1990 (Naciones Unidas, 2013). La migración es cada vez más frecuente. Nos movemos en busca de seguridad, mejores medios de vida y mayor bienestar: desde los pueblos a las ciudades, de una región a otra en nuestro propio país, entre países y continentes. Pero incluso aquellos que no emigran se ven cada vez más frecuentemente afectados como familiares, amigos o descendientes de migrantes; y si no es a través de un vínculo directo, también los que se quedan viven experiencias de cambio vertiginoso en sus propias comunidades como efecto de la constante salida y llegada de migrantes.

La migración puede contribuir a un mayor desarrollo y a la mejora de las condiciones económicas y sociales de una población, o, alternativamente, puede ayudar a perpetuar y reproducir la desigualdad. Puede erosionar las fronteras tradicionales entre las lenguas, las culturas, las etnias, las naciones y al mismo tiempo abrir paso a una abigarrada (re) creación de sociedades híbridas y multiétnicas. Puede desafiar las tradiciones culturales, poner en entredicho a la identidad nacional y promover procesos de cambio institucional. Las experiencias transnacionales y trans-locales pueden convertirse en una forma de em– poderamiento que contrarresta la reproducción de la marginalidad. Pero a la vez, estas experiencias transmigrantes están surcadas por muros, fronteras, centros de internamiento, nuevas formas de control y represión, racismo, xenofobia, marginación y una multiplicación de enclaves donde los derechos desaparecen. Los flujos de capital y de materias primas son ampliamente promovidos, pero la inmigración y las diferencias culturales pueden ser vistas como potenciales amenazas a la soberanía y la identidad nacional. Las fronteras pueden generar motivos para ser cruzadas, pueden actuar como barreras o como oportunidades. Las zonas fronterizas pueden ser ese espacio liberado donde permea el estado de emergencia, un ambiente de inseguridad, violencia, prostitución y narcotráfico. Pero también recurrentemente se convierten en un espacio social abierto donde densos movimientos artísticos se desarrollan como respuesta al fenómeno político, económico, social y cultural y los significados de lo establecido están constantemente puestos en disputa (Glick Schiller y otros, 1995 y Bokser Liwerant, 2009).

Hace tiempo ya, la “teoría de los mercados de trabajo segmentados” (Piore, 1979) proponía como principal causa explicativa de los flujos migratorios una demanda estructural de mano de obra por parte de las economías más desarrolladas, en particular del sector económico intensivo en trabajo, de baja productividad, bajos salarios y poco prestigio social. Desde entonces y con una mirada anclada en nuestros días, es claramente perceptible el desarrollo de un doble patrón migratorio en esta nueva etapa global/transnacional. Por un lado, se destaca la migración de sectores marginales –mayormente de trabajadores no calificados y campesinos que carecen de educación formal– cuyo movimiento está asociado a la lógica de los mercados de trabajo y a la fluidez de las cadenas migratorias que conectan ciudades y países de egreso y recepción. Estos sectores se enfrentan al impacto del régimen surgido en el mercado laboral mundial de las últimas tres décadas caracterizado por precarias condiciones de trabajo y políticas restrictivas que responden y dan lugar a un aumento cuantitativo de los inmigrantes irregulares. Al mismo tiempo, hay un incremento sostenido de la población de la mano de obra calificada, incluyendo a profesionales, científicos y sectores empresariales. De 1990 a 2007, la población migrante calificada de los países de la ocde aumentó un 111%, pasando de 12,3 a 25,9 millones. En este entorno, el concepto de diásporas científicas es central. Históricamente asociada a la noción de dispersión de una población étnica fuera de su país de origen (Cohen, 1997; Sheffer, 1986), la categoría de diáspora se ha desplegado y ha sido objeto de distintas interpretaciones a lo largo del tiempo, hasta estar hoy analíticamente articulada con la noción de “comunidades transnacionales” (Faist, 2000; Wickramasekara, 2009, 2010 y 2011).

De hecho, en América Latina se observa una nueva dinámica entre los centros “externos” e “internos” y la nueva diáspora expansiva. Tradiciones, encuentros, crisis e interacciones conducen a profundas transformaciones, así como a convergencias y divergencias en la diversificación de las categorías sociales. Por lo tanto, somos testigos de los cambios en las representaciones colectivas y en el alcance y la naturaleza de las esferas públicas extendidas a lo largo de las nuevas articulaciones entre los niveles locales, globales y transnacionales y la consiguiente redefinición de la centralidad de la nación. Surgen nuevos escenarios caracterizados por profundas transformaciones en la constitución de las fronteras sociales, con los subsecuentes cambios sobre los criterios de membresía, y por lo tanto también, la nueva situación étnico-nacional-religiosa de las diásporas adquiere una dinámica transnacional que cuestionan los supuestos básicos del pensamiento social, en tanto que las diásporas son cada vez más indistinguibles de las comunidades transnacionales de migrantes y transmigrantes.

Por otro lado, a partir del desarrollo de la perspectiva “nueva economía de las migraciones laborales” (Stark, 1991), sabemos que los movimientos de población no pueden simplemente ser explicados a partir de las desigualdades existentes en la distribución de ingresos ofrecidos en comunidades determinadas, sino también por factores como la seguridad en el empleo, la disponibilidad de capital para las actividades empresariales, la necesidad de gestionar el riesgo sobre largos períodos de tiempo y toda una serie de complejas interdependencias entre los migrantes y el contexto en el que se produce la migración. En este sentido, la migración es –a su vez– generadora de transformaciones sociales tanto en los países emisores como en los receptores de personas migrantes (Castles, 2000). La importancia de la migración como factor clave en el cambio social debe ser vista a la luz del nuevo sistema de migración emergente que abarca una red de personas que viven en diferentes países vinculados a los flujos migratorios. Los migrantes de México y otros países de América Latina conforman redes que los vinculan con sus lugares de reubicación y aquellos países, ciudades y pueblos de origen (Portes, 1999). De este modo, el proceso migratorio adquiere dimensiones multinivel y diversificadas que involucran movimientos constantes (como son las olas más tradicionales de migración, repetidas y circulares), que se combinan con otras instancias bi-locales o multilocales y los procesos de retorno. Múltiples deslocalizaciones y la aparición de dinámicas transmigrantes generan interacciones diversificadas, así como el intercambio ampliado de recursos económicos y sociales, narrativas culturales, prácticas y simbólicas entre personas, actores colectivos y sociedades, creando así la redefinición de los marcos de asociación y de las identidades étnicas, religiosas y nacionales (Glick Schiller y otros, 1995). Así, en suma, la migración es resultado de la densa interacción entre la aplicación de políticas estatal-nacionales introducidas para responder a los objetivos políticos y los intereses económicos, la acción de los propios migrantes y el sentido social otorgado a la migración en los diferentes contextos.

Razones todas estas suficientes para convocar a las y los estudiosos e investigadores a dedicar el Dossier de este nuevo número de la Revista Mexicana de Ciencias Políticas y Sociales a la temática “migración y globalización”.

Más allá de la ausencia de cifras oficiales y modelos estadísticos confiables que nos permitan trabajar con cifras que se ajusten a la realidad del fenómeno migratorio, tanto regular como irregular, la expansión de la dinámica de lo global ha traído como consecuencia movimientos de población y olas de migración a niveles inesperados en intensidad, dinamismo y alcance.4 La migración internacional se ha convertido en un tema central de la agenda pública global en años recientes a partir del significativo incremento de los flujos migratorios perceptibles en distintas partes del globo. A su vez, durante las últimas décadas, la migración se ha diversificado (Durand, 2012), y esta mayor diversificación se ha reflejado en (y creado a su vez) una gran pluralidad de trayectorias –territoriales, culturales, sub-étnicas, etcétera– (Zlotnick, 1999; Castells, 2000).

Los procesos migratorios, en articulación con la particular configuración contemporánea de la globalización, han derivado en la emergencia de una enorme variedad de cuestiones problemáticas: la aparición de actores locales no gubernamentales con dimensión transnacional; el surgimiento y conformación de redes transfronterizas y desterritorializadas que conforman ciudades globales que a su vez se constituyen como espacios poscoloniales imbricados en una sumatoria de cruces de esferas donde lo digital, lo social, lo étnico, religioso, nacional, lo político y lo cultural interactúan, configuran y condicionan entre sí aunque conservando su carácter específico y mutuamente distinguible (Sassen, 2007). Las tendencias migratorias reflejan corrientes mundiales, regionales y locales en curso, así como limitaciones y oportunidades históricas de más largo plazo. Patrones nuevos y complejos de interacción se combinan con la emergencia de grupos con identidades colectivas en constante mutación, que subrayan la compleja dinámica de encuentros y articulaciones que trascienden las fronteras nacionales. El binomio ser nacional/ser transnacional (Bokser-Liwerant, 2012) a su vez despliega escenarios que amplifican la esfera pública. Estas múltiples resonancias de lo global –para mencionar sólo algunas– se enuncian como desafíos analíticos, teóricos y metodológicos cada vez más destacados para nuestro campo de estudio e investigación.

Los procesos de globalización acentúan y confieren nuevas facetas a fenómenos tales como la mundialización o la internacionalización; la globalización y sus resonancias refieren a las características de un sistema de interrelaciones que tienen la capacidad de funcionar como una unidad en tiempo real a nivel mundial, con tempos y alcances diferenciales que han puesto de relieve en las últimas décadas la ampliación, intensificación y aceleración de las interacciones y flujos y la pluralización de actores, desde el Estado en sus funciones y protagonismo cambiante hasta las redes de migrantes, las diásporas nuevas y su transnacionalización.

El difícil equilibrio entre la profundidad explicativa de un concepto o categoría y su extensión descriptiva ha permeado constantemente la producción del conocimiento dentro de las ciencias sociales. La doble lógica que acompaña el uso del término globalización ha contribuido a conferirle mayor complejidad a este equilibrio. Tal como adecuadamente analiza Michel Wieviorka (2002), su uso es tanto descriptivo como conceptual. Mientras que su dimensión descriptiva da cuenta de la realidad multidimensional de los procesos de globalización, su uso conceptual amplía su alcance para convertirlo en instrumento para analizar los problemas del mundo contemporáneo.

Cierto es que la importancia y fertilidad de lecturas desde este ángulo conceptual se ven amenazadas por acercamientos hiperglobalizadores y entusiastas, otros escépticos y estructuralmente críticos y tantos otros intermedios y plurales que multiplican y diversifican los caminos analíticos propuestos para descifrar las interrogantes inherentes a los procesos de transformación contemporáneos. Precisamente por las aportaciones que el concepto nos ofrece en un marco de pluralidad teórica, nos exige ser precavidos en convertirlo en un paradigma en el que el sentido de la historia se halla definido de antemano; por el contrario, el peso y densidad de lo global tiene que alertarnos para dar lugar a un análisis que recupere las articulaciones y los andamiajes siempre únicos de lo singular. Desafío que radicaría, precisamente, en dar cuenta de las variaciones en procesos, actores y acciones tanto individuales como colectivas (Bokser Liwerant, 2009).

Por ello, es desde esta arena reflexiva que nos preguntarnos, ¿qué tienen en común procesos tan divergentes como la intermediación política, la innovación democrática y las modificaciones sufridas en la dinámica de interacción y representación del mundo del trabajo desarrollados en el contexto de la economía neoliberal? ¿Qué vincula a estos procesos con los factores sociales que favorecen la reproducción, acentuación o superación de las desventajas sociales entre jóvenes mexicanos que experimentaron privaciones sociales severas durante su niñez y adolescencia? ¿Qué sentido heurístico tiene conjuntar los análisis generados de procesos tan diversos como los avances registrados en el reconocimiento de los derechos de las mujeres vis-à-vis la situación de inequidad que éstas enfrentan en México, con la dificultad del gobierno mexicano para aumentar su recaudación fiscal, la violencia después del conflicto en Guatemala, los inmigrantes laborales de la frontera sur de México y la migración latinoamericana en las ciudades europeas? ¿Qué lazos reflexivos encontramos entre la participación política de los migrantes en Argentina y la lucha por la vivienda en Nueva York?

Los artículos que contiene este nuevo número de la RMCPyS se adentran en el campo problemático que acabamos de cartografiar desde ángulos temáticos diversos y con términos temporales, espaciales e incluso disciplinarios muy diferenciales. Bajo la óptica de la necesidad de encarar procesos analítico-reflexivos de investigación y desarrollar una producción teórica relevante, las y los autores de este volumen ponen en juego una diversidad de encuadres, conceptos y herramientas metodológicas con el fin de dar cuenta de la complejidad y diversidad manifiesta en cada uno de los procesos bajo estudio, aunque todos –en algún sentido o dimensión– sumergidos en las múltiples resonancias de lo global.

Los dos primeros artículos, “Partidos políticos e innovación democrática: más allá de purezas y perversiones” y “Representación e intermediación en el ámbito del trabajo: actores, recursos y estrategias”, son resultado del Proyecto “Tras los hilos de Teseo: comparando circuitos de representación para el acceso a derechos ciudadanos en América Latina”, financiado en el 2013 por la Fundación Ford y la Latin American Studies Association (lasa). En este número de la RMCPyS, presentamos los primeros dos artículos derivados de esta investigación. Tal como sostienen los coordinadores de este proyecto, en buena parte de la literatura académica de las ciencias políticas, el concepto de representación alude automáticamente a la representación partidaria-electoral. En América Latina, especialmente la literatura sobre las transiciones a la democracia hizo hincapié en esta dimensión. Ahora bien, la necesidad de ampliar el concepto mismo de democracia para incluir discusiones sobre su calidad ampliaron también los parámetros del debate sobre representación. Nuevas experiencias participativas (como el presupuesto participativo de Porto Alegre) también impulsaron esta ampliación desde la empiria.

Es desde estos nuevos senderos que Adrián Gurza Lavalle, Wagner de Melo Romão y Gisela Zaremberg se proponen repensar los alcances conceptuales del término “intermediación política” para iluminar los recientes y novedosos horizontes de análisis de la política indirecta, cuya gama de posibilidades ha sido usualmente pensada como si estuviese confinada entre los extremos de la representación política y el clientelismo. Los autores nos ofrecen un ejercicio analítico como un camino posible y tentativo no sólo para especificar un vocabulario más sensible a las demandas del presente, sino para permitir inicialmente la reinterpretación de los símbolos viejos de nuestro vocabulario político. Para ello, además de un recorrido lingüístico y conceptual del término “intermediación” se desarrollan cada una de las tres dimensiones analíticas de la política indirecta, derivando así en un modelo analítico que denominan “cubo de la política indirecta”. Finalizan con un breve ejercicio de clasificación de casos con la intención de mostrar los desplazamientos producidos por el modelo en la comprensión de ciertas experiencias de política indirecta en diferentes puntos del continente (Brasil, Venezuela, Nicaragua y México).

Por su parte, Graciela Bensusán y Marta Subiñas, sostienen que ante el contexto global hostil a la tradicional labor sindical en defensa de los intereses de los trabajadores, sus representantes han tenido que innovar en sus recursos de poder y estrategias, a la vez que han ganado nuevos aliados como son las organizaciones no gubernamentales de defensa de los derechos humanos. Estas transformaciones complejizan el estudio clásico sobre el concepto de representación y de corporativismo, a partir de lo cual en el artículo se presenta una propuesta de tipos de interacción y representación desarrollados en el mundo del trabajo, ilustrada con los casos de México y Centroamérica. El argumento central es que si bien tradicionalmente los sindicatos han detentado el monopolio en la representación formal de los intereses del mundo del trabajo, este tipo de intermediación ha perdido fuerza progresivamente en el contexto de la economía neoliberal y global, por lo que para sobrevivir han tenido que renovar sus recursos de poder, capacidades y estrategias. Así, la transición hacia el desarrollo de organizaciones más afines con otros movimientos sociales, un diseño de agendas más amplias, una mayor inserción en las comunidades, niveles crecientes de democracia interna y la construcción de alianzas transnacionales, responderían a esta crisis de los viejos modelos de organización y a la necesidad de representar y dar voz a una comunidad de trabajadores cada vez más heterogénea, con demandas que van más allá de lo gremial y que tienen implicaciones más allá de lo local.

Minor Mora Salas y Orlandina de Oliveira nos presentan una sistemática investigación que logra identificar con claridad la articulación de factores sociales que favorecen la reproducción, acentuación o superación de las desventajas sociales entre los jóvenes. El modelo analítico que nos presentan estudia el curso de vida desde una perspectiva longitudinal y enfatiza su carácter procesual. El ejercicio de reconstrucción analítica que presentan en el artículo se realiza a partir de la sistematización y análisis de 34 relatos de vida de jóvenes mexicanos que experimentaron privaciones sociales severas durante su niñez y/o adolescencia en Oaxaca, Monterrey y el Distrito Federal.

A partir del desarrollo de esta investigación, los hallazgos presentados portan la contundencia de la realidad social: el origen social no determina la ruta de vida de los individuos, sin embargo, para jóvenes de extracción popular, remontar las desventajas sociales heredadas de la familia de origen es muy difícil. Más allá del haz de factores que al actuar de manera simultánea pueden generar rutas que favorezcan la superación de las desventajas sociales heredadas (apoyo familiar, solidaridad social, oportunidades laborales y agencia proyectiva-evaluativa), en simultáneo vela también una constelación de factores negativos que pueden precipitar procesos de acumulación y reproducción de las desventajas sociales que, por lo general, terminan decantándose en favor de la exclusión social.

David Moctezuma Navarro, José Narro Robles y Lourdes Orozco Hernández nos presentan un minucioso retrato de la problemática que padece la mujer mexicana, especialmente por la situación de inequidad que enfrenta en diversos ámbitos de la sociedad. No puede desconocerse que se han registrado grandes avances en esta materia, sin embargo, tampoco puede negarse que estamos muy lejos como sociedad de alcanzar una verdadera igualdad de género. Incluso, dicen los autores, se registran retrocesos en algunos temas relevantes como el de la atención a la salud, cuando se legisla en contra del respeto a las decisiones en torno a su cuerpo, o en la persistencia de las múltiples formas de violencia ejercida contra ellas. En esta investigación se busca destacar, de inicio, los avances registrados en el reconocimiento de los derechos de las mujeres para luego abordar las situaciones de desventaja que viven las mujeres mexicanas en la actividad productiva, en la salud, en la seguridad social, en la educación, en la pobreza, en la vida política y en la lamentable violencia que sigue ejerciéndose contra las mujeres.

Carlos Elizondo Mayer-Serra, en su artículo “¿Cómo recaudar más sin gastar mejor? Sobre las dificultades de incrementar la carga fiscal en México”, nos presenta una extensa y documentada investigación en torno a la situación recaudatoria mexicana. Se analiza por qué no se ha podido incrementar la recaudación en más de dos décadas, a la vez que se esbozan las estrategias que podría haber seguido la gestión del presidente Peña Nieto para incrementar los ingresos y hacerlo de forma progresiva. Un argumento central del artículo es que sin un mejor gasto público es difícil recaudar más y de forma permanente, sobre todo en una economía tan abierta y con instituciones tan débiles como las mexicanas. En una democracia difícilmente se aceptan mayores impuestos, por más progresivos que éstos sean, si no es claro que efectivamente se puede gastar mejor. De este modo, si no se avanza en la calidad y progresividad del gasto público, incluso no es deseable que el gobierno tenga mayores ingresos.

Por su parte, Katherine Aguirre Tobón conceptualiza la violencia después del conflicto en Guatemala, desarrolla su definición y los principales factores explicativos del fenómeno a partir de lo cual construye una tipología de ocho formas de violencia. Resultado de la investigación, Aguirre sostiene que pueden distinguirse diferentes niveles de relación entre la violencia de conflicto y la violencia después del conflicto con algunas formas de violencia completamente relacionadas, otras relacionadas sólo parcialmente y otras completamente independientes del conflicto armado. El denso análisis desarrollado sobre la regionalización de la violencia después del conflicto en Guatemala, llevado a cabo a nivel sub-nacional –justificado en tanto que la violencia no está uniformemente distribuida en el país– y sustentado con un oportuno trabajo gráfico, concluye diciendo que cuando los legados de la guerra se dejan sin atender, el riesgo de reproducción de la violencia es más alto.

Por su parte, los artículos presentados en el Dossier abordan, tal como hemos señalado, las temáticas de la globalización y la migración desde múltiples arenas y delimitaciones analíticas. La paleta cromática incluye el análisis del fenómeno migratorio desde una perspectiva comparada entre varios países y regiones; el estudio y clasificación de los elementos más sobresalientes que impulsan la migración en el presente; la puntual descripción de la dinámica migratoria laboral propia del flujo de la Frontera Sur de México; el análisis de la migración latinoamericana hacia las ciudades europeas; la lucha por la vivienda de una organización de inmigrantes indocumentados (mayoritariamente mexicanos) en la Ciudad de Nueva York, y su intento por detener el proceso de gentrificación en el barrio East Harlem; la participación política, tanto de los extranjeros que residen en Argentina como de los argentinos que residen en el exterior; así como la presentación de dos recientes publicaciones, una dedicada al estudio de la violencia de género en la población de mujeres inmigrantes y los temas más destacados de políticas públicas relacionados con este particular enfoque del fenómeno, así como el análisis del papel de los actores individuales y colectivos involucrados en el fenómeno de la participación política en el marco de la dinámica migratoria.

Como siempre, presentamos artículos de destacados investigadores entreverados con otros que son fruto de los resultados de las investigaciones llevadas a cabo por jóvenes investigadores con trayectoria en consolidación. Lo cierto es que en cada una de estas páginas, docentes e investigadores encontrarán una contribución de excelencia para el desarrollo de su práctica de docencia e investigación.

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Véase: Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (2009).

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