En el presente artículo se analizan las movilizaciones masivas que se sucedieron en el espacio social del Zócalo (Plaza de la Constitución de la Ciudad de México) durante la década de los sesenta del siglo pasado. Se muestra el cambio social y político, contrastando las movilizaciones de las bases sociales cautivas de apoyo de los gobiernos de Adolfo López Mateos y Gustavo Díaz Ordaz con los movimientos sociales emergentes de sectores medios que confrontaron al régimen político emanado de la Revolución mexicana, y demandaron democracia política, el fin el autoritarismo y el de la asociación corporativa de los trabajadores.
This article analyzes the mass mobilizations that took place in the social space of the Zócalo (Plaza de la Constitución de la Ciudad de México/Mexico City’s Main Square) during the 1960s of the past century. Social and political change is shown by comparing the mobilizations of the social bases in support of the governments of Adolfo López Mateos and Gustavo Díaz Ordaz with emerging social movements of the middle classes which confronted the political regime of the Mexican Revolution demanding political democracy, an end to authoritarianism and to the corporate association of organized workers.
Uno de los signos del cambio radical de la sociedad mexicana en el siglo xx se presentó durante la década de los sesenta. Esta transformación, que mostró el arribo de México a la sociedad de masas, se escenificó en el centro del país y de la capital de la república, “en el centro del centro”, en la “Plaza Mayor” de la Ciudad de México,2 el espacio emblemático que condensa, sobreponiendo las distintas capas arquitectónicas de los pasados de la nación, la densidad histórica del centralismo histórico de la ciudad que da firmeza al suelo patrio. El cambio que condensa la transformación social se muestra como innovación del espacio urbano y sucedió “en el centro del centro” de la República, dando cuenta en México –como ocurría en el mundo entero– del proceso de concentración de multitudes en las ciudades, proceso acelerado en la década de los sesenta que originó ese fenómeno sociológico, llamado en su tiempo “la nueva sociedad urbana de masas”.
En México, el tránsito acelerado de la sociedad rural a la urbana dejó en el campo muchos y pequeños poblados de campesinos e indígenas de menos de 2 500 habitantes.
En el principio de la década de los sesenta, estas 88 151 rancherías y poblaciones comunales tendieron a reducirse y en 1970 eran 75 410. En estos caseríos permanecía la organización social tradicional con formas institucionales de gobierno y ejercicio del poder caciquil; fueron núcleos de población dispersos, aislados y crecientemente deshabitados por la migración hacia los Estados Unidos de Norteamérica o hacia las tres grandes áreas metropolitanas del país: la Ciudad de México, Monterrey y Guadalajara, que coexistían con ciudades provincianas, medianas y pequeñas.
En 1960, por vez primera en la historia, la población urbana llegó a ser 50.7% de los habitantes y 58.7% para 1970; en ese lapso de tiempo, el Área Metropolitana de la Ciudad de México (amcm), espacio urbano que contenía al Distrito Federal y a la zona conurbana, pasó de 4 870 876 habitantes en 1960 a 6 874 165 en 1970, lo que hizo de “la Ciudad de México” el espacio social más importante de la sociedad de masas del país y el territorio de la mayor concentración de poder institucional y administrativo de la república, tanto el lugar de las acciones políticas de masas con mayor resonancia nacional como de los movimientos sociales más significativos de la década; todas estas características confirman el peso histórico de la concentración social y la centralización política ratificada en la sexta década del siglo xx.
El centralismo del Estado mexicano dio origen a una densidad de poder institucional creada y mantenida a lo largo del tiempo por los intereses, los privilegios particulares y de grupos, que en la década de los sesenta frenaron la transformación del régimen político para adecuarlo, institucional y culturalmente –cultura política, moral pública, ética privada de los funcionarios y prácticas democráticas– al cambio acelerado de la sociedad mexicana en proceso de expansión demográfica y de diversificación socioeconómica, cambio frente al cual los gobiernos perdieron dinamismo y capacidad de adecuar las instituciones políticas existentes a las nuevas formas de organización social, y la innovación en sus demandas políticas frente al uso clientelar y patrimonial de la administración pública que se acentuó en la medida en que era cuestionado. Este desencuentro entre el régimen político y la sociedad se confirmó en la segunda mitad de la década, durante el gobierno de Gustavo Díaz Ordaz (1964-1970).
El agotamiento de los recursos de poder y de mando en el gobierno de las instituciones sociales y políticas producido por el cambio social acelerado causó un desfase entre la organización institucional de Estado, las prácticas de la administración pública y la cultura política de gobierno frente a la reproducción del sistema social en proceso acelerado de diversificación, lo que dio origen a la distancia entre los actores políticos modernizadores de la sociedad, especialmente entre los sectores medios urbanos y los gobernantes, que vieron en el cambio social la amenaza y el cuestionamiento de su autoridad, diferencia entre régimen político y sociedad que se expresó básicamente en la desobediencia social y política que caracteriza la conductas opositoras y contestatarias de los años sesenta (Pozas, 2014: 109-114).
La confrontación política de la década se expresó, sobre todo en la Ciudad de México, convirtiendo al Zócalo en una plaza en disputa, en el punto de llegada de las masas sociales en protestas y a las burocracias políticas, sus policías y soldados, acompañados de sus huestes corporativas en defensores de la plaza. El Zócalo se volvió el territorio de los movimientos sociales que lo colmaron de consignas y gritos por la libertad, por el derecho a la libre asociación y la democracia política, en el centro de las batallas contra la cultura política autoritaria y patriarcal que acreditaba la verticalidad en el mando de las instituciones básicas de la sociedad. La cultura de la autoridad vertical configuró una concepción del mando social cargado de prejuicios y creencias que correspondía al autoritarismo político del gobierno surgidos de la tradición política de la Revolución Mexicana, una convicción del poder colmada de violencia y una necesidad de control que fue el sino del régimen político mexicano.
Los límites crecientes del régimen político se van mostrando en el desfase paulatino, pero constante, entre las prácticas de gobierno y la imposibilidad de legitimarlas en el ejercicio del poder –tendencia que inicia con Adolfo López Mateos y culmina en Gustavo Díaz Ordaz–, y la moral de los gobernantes y la auto concepción de la autoridad. Esta distancia fue desgastando a las instituciones, sobre todo la presidencia de la República, al perder credibilidad y confianza popular frente a la sociedad de los sesenta que crecía y se diversificaba, pues ya no era la misma de las colectividades rurales y el mundo agrario tradicional y cuyas instituciones de gobierno se habían edificado y consolidado entre 1928 y 1958, instituciones tradicionales que concentraban el poder político y se volvieron crecientemente incompatibles con la nueva organización social y entraron en contradicción y conflicto con los actores sociales de clase media masivos, que demandaban respecto a su nueva cultura e ideología, el derecho a la participación política libre y la democracia en la representación laboral. Los años sesenta fueron, en este sentido, un período de crisis de obediencia que se expresó políticamente como crisis de mando frente a los actores sociales emergentes más importantes: la masa de jóvenes, particularmente de los sectores medios urbanos.
La distancia entre, por un lado, la organización del Estado, el funcionamiento del régimen político con el sistema electoral de partido dominante, el ejercicio del gobierno vertical y autoritario y, por otro, la nueva organización social y su cultura política, explica los movimientos sociales y los conflictos políticos más importantes de la década; tales movimientos sociales tuvieron como escenario principal de la nación el nuevo Zócalo de la Ciudad de México, mostrando que el centralismo no solo se escenificaba en la dominación y el control, sino también en la protesta y oposición. De los aplausos y vítores al presidente en la concentración de masas con la que se inauguró el Zócalo la noche del 15 de septiembre de 1958, a los chiflidos que tenían el sentido de “mentadas de madre”3 en la noche de la conmemoración del inicio de la Guerra de Independencia en 1970, se sintetiza el cambio cultural.
La conversión del Zócalo tradicional de la Ciudad de México, herencia colonial donde los mexicanos por siglos hicieron su paseo dominical, era uno de los signos del desarrollo y la modernización del país. La innovación en el diseño de los espacios públicos de la corriente urbanística y arquitectónica del modernismo –representada a nivel mundial por Le Corbusier y su seguidor y discípulo en México, Mario Pani Darqui– fue una perspectiva y un referente teórico que dotó de un nuevo sentido estético a la edificación de la obra pública en expansión durante la sexta década del siglo, y que se sintetizaba en la remodelación de la Plaza Mayor de México, convertida en el espacio abierto de una plancha de concreto.
La remodelación que transformó el Zócalo tradicional, con jardines y fuentes, en una plancha de concreto, en una Plaza de la Constitución abierta, adecuó para la nueva sociedad de masas en México el espacio público de mayor densidad política y cultural a lo largo de la historia de la nación, en un territorio urbano construido al poniente del Palacio Nacional, que era el edificio que simbolizaba el Poder Ejecutivo Federal y en donde “el Señor Presidente” despachaba los asuntos de la nación.
Al sur de la Plaza de la Constitución se encuentra el Palacio del Ayuntamiento, construcción del siglo xvi remodelada en 1948 que se convirtió en la sede del Departamento del Distrito Federal a partir del 1 de enero de 1929, apenas un día después de que fuera publicada la Ley Orgánica del Distrito y de los Territorios Federales. A partir de esta ley, el Departamento del Distrito Federal se define como un Órgano Público Descentralizado de la Administración Federal, encargado del gobierno del Distrito Federal y en especial de la Municipalidad de México. El Jefe del Departamento del Distrito Federal era la autoridad principal del gobierno de la Ciudad de México y era designado por el presidente de la República (Secretaría de Gobernación, 1928: 265-279).
La Plaza Mayor colindó al norte con la Catedral Metropolitana, recinto institucional de la Arquidiócesis primada de México de la Iglesia católica apostólica y romana, que se erguía frente al poder político del Estado laico. La sede del poder simbólico de la religiosidad nacional, en cambio, era la Basílica de Guadalupe, templo ubicado al norte de la ciudad, territorio de los fieles y del más importante ritual masivo en México: el guadalupanismo. Esta expresión de la religiosidad del pueblo que constituía, junto con el nacionalismo fuerte de la época, las dos identidades colectivas de los mexicanos, que se habían mimetizado, acompañado y diferenciado a lo largo de la historia nacional –el estandarte de la Virgen de Guadalupe y la bandera nacional habían cabalgado juntos en eventos patrios significativos–; esta identidad y diferenciación de creencias que las elites que gobernaban las dos instituciones que las representan y regulan –Iglesia y Estado– habían compartido a la misma sociedad, coexistido con tensión y a veces con conflicto incluso armado –la primera guerra civil de la república independiente fue religiosa, como lo fueron muchas en occidente a partir del siglo xvi y la segunda guerra civil fue social, como lo fueron en el en el mundo durante el siglo xx– disputado frente a los individuos de la nación su primacía a lo largo de los tiempos.
En la Catedral, en el centro de la ciudad, estaban las burocracias eclesiásticas, que no son las depositarias de los milagros que sustentan y corroboran la esperanza de los fieles; ahí, frente al poder político laico, gravitaban los administradores institucionales que, con frecuencia, vacían de contenido y eficiencia simbólica a la religión. En el norte de la ciudad, en la Basílica de Guadalupe, la comunión popular forja la autoridad sacerdotal y los creyentes mantienen la fe en la imagen que ha impregnado el recinto de contenidos simbólicos.
El Zócalo era así el espacio de las masas secularizadas y el atrio de la Basílica de Guadalupe –conocido como atrio de la Plaza de las Américas– el de las masas devotas de la Virgen de Guadalupe; esta multitud mostraba su devoción y que acudía en busca de un milagro o bien para dar gracias por haberlo recibido, marchando en peregrinación desde todas las partes del país hasta formar una masa de devotos que, el 12 de diciembre –día de la Virgen de Guadalupe– de 1960, alcanzó más de un millón y medio de fieles, según la prensa nacional.
El inicio de la obraEn 1958, Ernesto P. Uruchurtu, jefe de Departamento del Distrito Federal y conocido como “el regente de hierro”, con la anuencia del presidente Adolfo Ruíz Cortines, dispuso la transformaron del espacio heredado del mundo colonial en una “plaza moderna”. Ernesto Uruchurtu Peralta nació en Hermosillo, Sonora, el 28 de febrero de 1906. Permaneció en su estado de origen hasta que entró a la Escuela Nacional Preparatoria en la ciudad de México, donde estudió el bachillerato. Entre 1925 y 1929, estudió en la Escuela Nacional de Jurisprudencia, donde obtuvo el título de licenciado en derecho en 1931. Ahí fue compañero de estudios de Miguel Alemán Valdés, Antonio Carrillo Flores, Andrés Serra Rojas y Alfonso Noriega. Su primer cargo político fue como Presidente del Comité Directivo Estatal del Partido Revolucionario Institucional (pri) en Sonora en 1937. Ocupó varios puestos políticos en su natal Sonora y en el Distrito Federal antes de convertirse en el “Regente de Hierro”. Entre 1946 y 1951 fue subsecretario de Gobernación; del 14 de octubre de 1951 a 1952 fue secretario de Gobernación. En 1952 fue nombrado jefe del Departamento del Distrito Federal, cargo que ocupó durante 13 años, 9 meses y 13 días, hasta su renuncia en 1966. Falleció el 8 de octubre de 1997 en la ciudad de México (Camp, 1992: 578).
Emilio Mújica Montoya, quien siendo director de Planeación Social de la Secretaría de la Presidencia de la República tuvo que tratar a Uruchurtu, afirmaba de él: Como oriundo de las zonas desérticas del noroeste del país, su modelo de la ciudad lo era Los Ángeles. En realidad estas personas no conocen ciudades hasta que llegan a Guadalajara y tienen contacto con la cultura”. El “Regente de Hierro” llegó a sembrar cactus en Paseo de la Reforma, que no es precisamente el desierto de Sonora (Magaña Contreras, 1991: 124).
Uruchurtu quería llevar su labor “modernizadora” a extremos tales que produjeron la oposición de las autoridades intelectuales y culturales del país, antagonismo que logró frenar el cambio de la traza urbana del Centro Histórico de la Ciudad de México. Esta defensa la inició Antonio Castro Leal el 24 de febrero de 1960, durante la mesa redonda organizada por la Asociación Mexicana de Periodistas sobre la ampliación de las calles de Tacuba (Castro Leal, 1962: 122-128). En la defensa de la tradición urbana y contra al ímpetu modernizador uruchurtiano, Antonio Castro Leal4 –quien había sido presidente de la Comisión de Monumentos y Sitios Arqueológicos de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (unesco por sus siglas en inglés) (1950-1952) y de la Sociedad de Críticos de Arte, correspondiente a la de París (1952-1955)– realizó una campaña para impedir el proyecto del regente de hierro de demoler las calles de Hidalgo, Tacuba y Guatemala, por donde pretendía que pasara un freeway, justo atrás del Zócalo, a espaldas de la Catedral Metropolitana. Tampoco pudo ver coronados sus propósitos de ampliar la calle Peralvillo y la de Jesús Carranza con otros proyectos de vías rápidas en el centro capitalino (Magaña Contreras, 1991: 124).5
Las obras de embellecimiento de la Plaza de la Constitución fueron iniciadas el 7 de julio de 1958 y se calculó que quedarían terminadas el 1° de septiembre (Excélsior, 1958b: 1-8), fecha en que el presidente Adolfo Ruiz Cortines, rendiría su último de informe de gobierno al Congreso de la Unión; en dicho informe, afirmó: La histórica Plaza de la Constitución, sitio que evoca la legendaria fundación de la vieja Tenochtitlán y del antiguo Anáhuac, es desde hace muchos años el lugar de reunión del pueblo mexicano para honrar y venerar la Patria en sus grandes celebraciones cívicas, sobre todo el 15 de septiembre: el día del Grito. Por tales motivos fue transformada en este año de tal manera que la embellece y magnifica más (Ruiz Cortines, 1958: 280).6
La modernización arquitectónica del centro colonial de la ciudad capital –iniciada a finales de los cuarenta, cobijada por la ideología dominante en el mundo de la modernización– culmina el 30 de abril de 1956 con la inauguración de la Torre Latinoamericana, edificio de 188 metros –si se incluye la antena de trasmisión de radio y televisión– y con 44 pisos, que comenzó su construcción en 1949 para ser concluida 7 años después. Fue el edificio más alto de la capital hasta 1972, año en que se completó el Hotel de México (Excélsior y Novedades, 31 de abril de 1956; Santa María González, 1997).
A principios de septiembre de 1958 ya era posible apreciar la remodelación del Zócalo capitalino: ya no quedaban ni las jardineras ni el césped. Las cuatro fuentes ubicadas en los cuatro puntos cardinales de la Plaza de la Constitución se habían borrado, los cables transmisores de electricidad que lo cruzaban colgados de los postes a lo largo y ancho de la ancestral Plaza de Armas fueron eliminados; se levantaron las vías férreas de los tranvías que estuvieron ahí desde el 1 de enero de 1858, cuando se inauguró el tranvía de mulas que iba del Zócalo a Tacubaya y que al principio del siglo xx se volvió eléctrico; se instalaron los arbotantes del alumbrado público de vapor de mercurio; se niveló el piso y se construyeron nuevas atarjeas y drenajes; se ampliaron las banquetas laterales de la Catedral y se pavimentaron los arroyos frente al Palacio Nacional; se uniformaron las fachadas de los edificios perimetrales del lado poniente salvo la del Centro Mercantil (hoy Gran Hotel Ciudad de México), y en el extremo sur del Portal de Mercaderes se retiró a los comerciantes ambulantes que habían estado ahí por más de 400 años. El astabandera, que medía 24 metros de altura, se centró en el eje de la puerta central del Palacio y con la avenida 20 de Noviembre; se regularizó la forma del Zócalo, dándole la misma medida a cada lado y, finalmente, se colocó una enorme plancha de concreto que medía alrededor de 350 metros por lado, es decir, 122 500m2 que, junto con las calles aledañas, le permitió albergar alrededor de 910 mil personas (Excélsior, 1958j: 1-A, 9-A; El Universal, 2006). A lo largo de la década de los sesenta, este espacio abierto se consolidó como el lugar de los eventos políticos de masas más importante del país.
Como complemento de la remodelación del Zócalo se ampliaron las banquetas de la Avenida Pino Suárez, que junto con la Avenida 20 de Noviembre se convirtieron en vías de un solo sentido que confluían en la Gran Plancha (Parra, 1958: 6). La ampliación de la Avenida 20 de Noviembre fue inaugurada el 20 de noviembre de 1936, y por esta gran avenida, el 23 de marzo 1938 “el pueblo” se volcó en apoyo a la expropiación petrolera, mitin al que asistieron 100 000 personas portando banderas nacionales7 y permaneciendo en el Zócalo por más de cinco horas (Excélsior, 1938a: 1).
Hasta los años sesenta, este “gran mitin”, como se le llamó en su momento, quedó fijado en el tiempo patrio y en la memoria colectiva como el mayor acto de masas sucedido en el tiempo histórico del nacionalismo revolucionario. En el imaginario colectivo de las coaliciones gobernantes, éste fue el mayor acto de masas llevado a cabo en el Zócalo de la Ciudad de México “en respaldo a un presidente, el general Lázaro Cárdenas del Rio y de júbilo nacional por la ‘independencia económica de México’, como lo llamó el licenciado [Vicente] Lombardo Toledano, por la nacionalización de la industria petrolera” (Excélsior, 1938a). En otras ciudades como Tampico, Mérida y Puebla también se organizaron manifestaciones solidarias y en las oficinas de las corporaciones obreras se izaron las banderas mexicanas y rojinegras, cuya conjunción fue el símbolo de la identidad entre el nacionalismo revolucionario y su compromiso proletario (Excélsior, 1938b: 1 y 9).
Cabe señalar que un día antes de la “manifestación monstruo”, como se describió en la prensa, hubo un desfile estudiantil organizado por los estudiantes de la Universidad Nacional Autónoma de México (unam). De acuerdo con el periódico Excélsior, asistieron entre 18 y 20 mil alumnos, tanto de la Escuela Nacional Preparatoria como de las licenciaturas de la unam, con el rector Luis Chico Goerne a la cabeza. Esta marcha comenzó en el Monumento a la Revolución, avanzó por Avenida Juárez y la calle de Madero y finalmente, desembocó en la Plaza de la Constitución. El presidente Cárdenas observó la manifestación desde el balcón central del Palacio Nacional y recibió ahí mismo al rector, quien le entregó el estandarte con la bandera de la Universidad (Excélsior, 1938b: 1 y 6).
En 1938 el nacionalismo fuerte de Estado encontró, en una parte de los estudiantes de educación media y superior, a la generación del relevo político que tenía como ideología el nacionalismo revolucionario; esta generación serían los padres de los llamados baby boomers mexicanos, que fueron los jóvenes de los sesenta y que irían al Zócalo a protestar en contra del autoritarismo del régimen político nacionalista de la Revolución Mexicana. Treinta años después, en 1968, el presidente Gustavo Díaz Ordaz, atrincherado en su oficina, no salió –como lo hizo Cárdenas– al balcón de Palacio Nacional para ver y hablar con los estudiantes de educación media y superior, por más que ellos pidieron verlo para expresarle las causas de su movimiento. La distancia entre el gobierno y el movimiento social empezó a ser evidente y diferente de la tradición popular (populista) de los gobernantes de la Revolución Mexicana, aunque no fue la única causal de la violencia armada de una parte de los jóvenes de los sectores de clases medias profesional, sobre todo maestros normalistas y médicos enrolados en la guerrilla, movimientos armados iniciado desde mediados de la década sesenta, pues se explica también por la distancia que construyó el autoritarismo entre los distintos órdenes de gobierno y la sociedad de jóvenes. En 1960, la media nacional de edad era de 22.9 y para 1970 se mantuvo en 22.3 (Garza, 2001: 610).
En 1958, terminada la obra de remodelación, el Zócalo quedó convertido en una de las tres mayores plazas del mundo junto con la Plaza Roja de Moscú y la Plaza de Tiananmén o Plaza de la Puerta de la Paz Celestial en China, inaugurada en 1959.8
Las tres grandes plazas existentes en la década de los sesenta tuvieron para los gobernantes de los tres Estados centralizados el objetivo explícito de ser el territorio del apoyo masivo al régimen político a través de sus celebraciones y sus actos de poder ritualizado con la movilización de las bases sociales cautivas promovida por los gobernantes e instrumentada por los aparatos institucionales de control político a través de los tres partidos “revolucionarios” de masas, característica de la sociedad moderna confirmada durante el siglo xx. La paradoja de la historia de estos espacios públicos abiertos, y dada la densidad simbólica contenida en ellos, es que fueron también las plazas en las que se reunieron las masas para protestar en contra de los regímenes políticos totalitarios y autoritarios que las habían creado para ser usada con el objetivo contrario.9
Uno de los múltiples diseños de la remodelación del Zócalo lo elaboró el arquitecto Luis Barragán (1902-1988) en 1954 (Monroy Valverde, 2005: 172-175), quien fue el diseñador del espacio urbano con mayor presencia en la construcción de la obra pública durante el desarrollo estabilizador entre 1958-1970.
En 1957, año en que se ideó la creación del espacio abierto del Zócalo, el arquitecto y urbanista mexicano Mario Pani planeó y proyectó la traza urbana de Ciudad Satélite, fraccionamiento de carácter residencial ubicado al noroeste del Área Metropolitana de la Ciudad de México (amcm), el primero con cableado subterráneo del país. Pani encargó a Luis Barragán, al pintor Jesús “Chucho” Reyes Ferreira y el escultor Mathias Goeritz que construyan la puerta de entrada al fraccionamiento más moderno de México y las torres de Ciudad Satélite,10 que es un conjunto escultórico formado por cinco bloques de hormigón, con alturas que varían entre los 30 y 50 metros, implantadas de manera aparentemente aleatoria sobre una plancha de hormigón, dura y desprovista de cualquier otro elemento. Estas torres triangulares son totalmente huecas y carentes de techo, y en la década de los sesenta se volvieron “el emblema nacional de la modernidad” urbana en México. En 1980, esta obra recibió el premio Pritzker de arquitectura, mundialmente reconocido.
En 1968, Mathias Goeritz diseñó “La Ruta de la Amistad”, que reunió 19 esculturas a lo largo de 17 kilómetros en la Ciudad de México y que fue la obra principal de la Olimpiada cultural, esculturas y conjunto de eventos, paralela a la deportiva y opacada por la Olimpiada política.
La modernización de la Ciudad de México culmina en la década de los sesenta –como en las grandes capitales del mundo– con la construcción del Sistema de Transporte Colectivo Metro, que se inicia el 4 de septiembre de 1969 con la inauguración de la línea uno (Tiempo, 1969: 53). Este proceso de modernización urbana se reitera con el lanzamiento de la línea dos, el 1° de agosto de 1970 y con la cual el Zócalo quedó comunicado de manera rápida con el conjunto de la ciudad (Ortiz Reza, 1970: 1, 10, 12).
Ciudad NezahualcóyotlEn el otro extremo social y geográfico del amcm, al oriente del Distrito Federal y en colindancia con el Estado de México, a partir de 1940 se fueron poblando los terrenos drenados y desecados del Lago de Texcoco, dando origen a “Ciudad Neza” –como la fue llamando el pueblo, con ese hábito lingüístico-popular de nombrar con acrónimos lugares y personas–; este territorio urbano se volvió el punto de llegada de los miles de inmigrantes rurales pobres que venían de todo el país, expulsados por la pobreza agraria y en busca de oportunidades. Este espacio urbano obtuvo su condición de municipio el 23 de abril de 1963, por parte de la legislatura local del Estado de México, y adquirió el nombre oficial de Ciudad Nezahualcóyotl, que en lengua náhuatl significa “Coyote en ayuno”.11
Para 1970, el municipio de Ciudad Nezahualcóyotl aparecía ya como el más grande del país con 580 436 habitantes y constituía la otra cara de la sociedad de masas de la capital de la República, la de la modernidad periférica ruralizada de las ciudades latinoamericanas, con las costumbres y tradiciones campesinas e indígenas de los inmigrantes del país; ruralización del mundo urbano, propia de las ciudades de América Latina que vuelven culturalmente híbrida, porosa y heterogénea a la sociedad urbana, confronta el mito desarrollista de la época con los efectos ciudadanizadores de la modernización urbana y sus consecuencias de cambio en las sociedades modernas.12
En estos espacios urbanos –recientes, masivos y pobres, de migración múltiple, con culturas de origen distinto y tradiciones fuertes– la coexistencia de la diversidad cultural de los grupos inmigrantes –diversidad lingüística, étnica, rural y urbana– rompió los referentes morales fijos e identitarios de cada una de las comunidades sociales que ahí confluyen; esta convivencia social tiene en la violencia uno de sus valores cotidianos como modalidad de relación entre los individuos que forman los grupos sociales y entre ellos. Al final la década de los sesenta, se decía: “si has vivido en Neza, podrás vivir en el infierno”.
La Ciudad de México se fue consolidando como una metrópoli de masas, lo que dio forma al entramado de su complejidad urbano cultural, en la cual el entretenimiento colectivo y la diversión también se volvió de masas, condición social que se confirmó el 29 de mayo de 1966 con la apertura del llamado Estadio Azteca, un estadio de fútbol con capacidad para 105 064 espectadores y uno de los más grandes del mundo.
El estadio fue construido para los xix Juegos Olímpicos de 1968 (realizados del 12 al 27 de octubre de 1968) y para la ix Copa Mundial de la Federación Internacional de Fútbol Asociación (fifa) en 1970 (celebrada del 31 de mayo al 21 de junio de 1970), con lo que México se convirtió en el primer país que realizaba estos eventos deportivos de manera consecutiva; ambos fueron “ganados” por el presidente Adolfo López Mateos, quien pensaba que su realización consolidaba la imagen de “progreso” de México y de confianza internacional en su gobierno.
El costo de los Juegos Olímpicos ascendió a 2 198 millones de pesos, de los cuales –según Gustavo Díaz Ordaz en su informe de gobierno de 1968- 399 millones de pesos serían aportados por el gobierno federal y 240 millones por el Comité Organizador. Para cubrir los gastos, el gobierno mexicano tendría que recuperar 1 156 millones a través de la venta de unidades habitacionales e ingresos directos e indirectos. Sin embargo, en 1969, Díaz Ordaz informó que las erogaciones ascendieron a $961 millones de pesos financiados con $250 800 000.00 de ingresos derivados del evento y $710 200 000.00 del subsidio otorgado por el gobierno federal.
El costo de la Olimpiada y la Copa se financiaron con deuda externa. Los capitalinos tuvieron sus dos grandes fiestas y empezaron a pagarlas al mismo tiempo que se realizaban. En torno al financiamiento de la Olimpiada, se afirma popularmente –aunque no hay posibilidad de verificarlo– que se fijó el peaje de la autopista del Distrito Federal a la ciudad de Cuernavaca; lo único constatable fue que lo recaudado en las casetas fue para para terminar de pagar a la Compañía Constructora del Sur –la encargada de la obra–, antes de que la autopista pasara a ser propiedad del Estado. Lo recaudado luego fue administrado por el Banco de México. En el caso de la tenencia vehicular, se creó en la Ley de Ingresos de la Federación en 1962 –en la cual no aparece ningún tiempo fijo de aplicación– para financiar la construcción de caminos y carreteras en México.
El Estadio Azteca fue diseñado por Pedro Ramírez Vázquez, quien presentó la maqueta a la Federación Internacional de Fútbol Asociación (fifa) y confirmó a la ciudad como el espacio social de las masas y sus espectáculos, y a la década de los sesenta como la temporalidad histórica en la que se edifica la arquitectura que las contiene y las exhibe como una modalidad del nuevo espectáculo urbano.
Con la asistencia de 105 000 espectadores, la inauguración fue hecha por el presidente Gustavo Díaz Ordaz y tuvo como primer juego oficial el encuentro entre los equipos “América” de México, campeón de Liga, y “Torino” de Italia, partido que terminó con un empate a dos goles. El programa oficial indicaba que la ceremonia de inauguración debía comenzar a las 11:20 horas, pero empezó casi una hora más tarde debido a que el automóvil presidencial había quedado “embotellado” en la Calzada de Tlalpan, por lo que la comitiva presidencial arribó tarde al estadio (Excélsior, 1966c: pp. 14).13
El presidente Gustavo Díaz Ordaz iba acompañado de Ernesto P. Uruchurtu, jefe del Departamento del Distrito Federal; de Emilio Azcárraga Milmo, presidente de Fútbol del Distrito Federal, y de Guillermo Cañedo de la Bárcena, presidente de la Federación Mexicana de Fútbol y del Club América. Cuando por fin entraron Díaz Ordaz y sus acompañantes a la cancha, la masa que llevaba una hora esperándolos los recibió con una “rechifla” que, de acuerdo con el periodista Manuel Magaña Contreras, fue “la más ruidosa de toda la historia nacional” (Magaña Contreras, 1991:19).
Es importante señalar que a su arribo al Estadio, la comitiva se encontró con una manifestación a un costado de la rampa número uno, por la que entraría el presidente. Un grupo de personas sostenía una manta solicitando al presidente y a las autoridades del Departamento del Distrito Federal que se hiciera “el reconocimiento oficial” de las colonias Ajusco, Santa Úrsula y Coapa ubicadas en el Pedregal de Monserrat, frente al Estadio Azteca, “asentamiento urbano espontáneo” –como lo llamaron los urbanistas de la época o “paracaidistas”, como se conocían popularmente– de más de 4 000 pobladores que habían comprado a 12 pesos por metro cuadrado de terreno a fraccionadores clandestinos (Gámez Terán, 1966: 11).
En respuesta a la demanda de los manifestantes y a lo “inoportuno” del tiempo y el lugar en donde fue hecha, sus gritos fueron la antesala a la rechifla y al “agravio” al presidente, echando a perder la ceremonia, que era su ceremonia. Los pobladores de las colonias Ajusco y Santa Úrsula fueron desalojados violentamente el 12 de septiembre de 1966 por trescientos trabajadores del Departamento del Distrito Federal, que llegaron junto con bulldozers, con doscientos granaderos y otros cuerpos policiacos para derribar las más de cuatrocientas casas y para expulsar a sus residentes. Los terrenos estaban en litigio y fueron obtenidos por el gobierno de la ciudad (Excélsior, 1966b: 18-A).
Las autoridades capitalinas declararon a través del general Raúl Mendiolea Cerecero, subjefe de la policía metropolitana, que el desalojo se había hecho en beneficio de la población, pues ésta se encontraba siempre en peligro debido a las explosiones de dinamita de las minas de piedra volcánica del Pedregal de Monserrat. Este último era el encargado de abastecer el material con el que el Departamento del Distrito Federal realizaba trabajos de pavimentación (Excélsior, 1966b: 19-A). Los regímenes políticos autoritarios tienen como principio simbólico rector de sus normas culturales acotar la demanda social a un tiempo prefijado y a un espacio dado, y solo a través de los canales estatalmente establecidos como legales y legítimos que confirman la centralidad individual del personaje que condensa el poder del Estado, personaje con poder que aparece en el espacio público como el que responde a la demanda social como concesión política y no como cumplimiento de una obligación gubernamental.
Un día más tarde, los diputados de oposición protestaron contra “la política de bulldozers” y la “orden ‘arbitraria e inmisericorde’ que se dio para demoler casas” (Ferreira, 1966: 1-A). Se nombró una comisión investigadora que estaría encargada de fijar responsabilidades. Después del discurso del diputado Jacinto Guadalupe Silva, del Partido Acción Nacional (pan), que pedía la renuncia de Ernesto P. Uruchurtu, desde las tribunas se escuchó el grito “¡Muera Uruchurtu!” (Ferreira, 1966: 24-A).
Dos días después del desalojo, el 14 de septiembre de 1966 y tras 14 años como jefe del Departamento del Distrito Federal (1952-1966), Ernesto P. Uruchurtu, el Regente de Hierro, –el segundo hombre visiblemente, más inflexible y autoritario del gabinete–, presentó su renuncia al presidente Gustavo Díaz Ordaz, de quien se dijo que primero no la aceptó. Este regente había realizado la mayor y más importante obra pública modernizadora de servicios en la Ciudad de México, y también expidió una legislación estricta para la reordenación urbana y para regular los usos del suelo, el ordenamiento urbano en una ciudad en proceso acelerado de expansión, por migración y crecimiento natural, con un alto nivel de especulación y corrupción con los terrenos como fue el caso de Santa Úrsula. El Regente de Hierro fue sustituido por el licenciado y general Alfonso Corona del Rosal, quien fue jefe de gobierno hasta el 1 de diciembre 1970, cerrando así el ciclo de los años sesenta.
El Zócalo, territorio de las protestas y lugar de las celebraciones de gobiernoEl territorio de las protestasAunque la reapertura del Zócalo se tenía prevista para el 1 de septiembre de 1958, no fue sino hasta los festejos de la noche del 15 de septiembre cuando la Plaza de la Constitución tuvo su reinauguración oficial.
En el tiempo en que estaban dándose los últimos toques a la plaza, el 21 de agosto de 1958 apareció en el nuevo escenario el primer sujeto social de los que formarían la trama de las protestas y que será una constante de los actores políticos que llenó la plancha de concreto del Zócalo y dio origen tanto a una de las imágenes públicas del mismo como a una percepción que la acompañaría a lo largo de toda la década de los sesenta: los estudiantes de educación superior.
Este movimiento estudiantil demandaba que no se aumentaran las tarifas de los camiones que iban a Ciudad Universitaria (Téllez, 1958a). Si bien los estudiantes ya podían ocupar la plancha del Zócalo, aún podían oírse “las barretas de aire comprimido de los trabajadores encargados de las obras que se realizaban en el Zócalo y que no suspendieron un solo instante sus labores” (Téllez, 1958b: 25). Estos sonidos acompañaban los gritos y consignas de la protesta estudiantil.
El Zócalo se volvió un punto de llegada de los estudiantes y sus demandas. En 1965, al inicio del gobierno de Gustavo Díaz Ordaz (1964-1970), fueron los médicos residentes e internos, estudiantes de medicina en los hospitales del sistema de salud y después, junto con ellos, los médicos de base y especialistas, los que llenaron el Zócalo de blanco, en donde culminaron las marchas de un movimiento social que demandaba tanto mejores condiciones laborales como democracia e independencia en la organización laboral frente a las organizaciones sindicales corporativas de los trabajadores del Estado.
El movimiento médico fue el primer movimiento social de sectores medios urbanos con formación universitaria que confrontó el régimen político presidencialista, del partido dominante y con bases sociales cautivas por los aparatos corporativos del Estado; las marchas de este movimiento social fueron agredidas por los trabajadores de los Sindicatos del Servicio de Limpia pertenecientes al Departamento del Distrito Federal. El movimiento terminó con la represión por las fuerzas de granaderos, y los médicos en paro fueron desalojados de los hospitales y sustituidos por médicos militares, estigmatizados como asesinos de pacientes y excluidos del Sistema Nacional de Salud a través de las llamadas Listas Negras que prohibían su contratación (Pozas Horcasitas, 1993).
En el año 1968 aparecen por tercera vez en el Zócalo de la Ciudad de México los estudiantes de educación media y superior en el que fue un movimiento social que se inició el 26 de julio por la represión de una marcha de apoyo y celebración de la Revolución Cubana, como se había realizado años antes (Ramírez, 1969:149-152).
El movimiento estudiantil inició con la represión policial de dos marchas14 autorizadas por las autoridades de la ciudad en el centro por grupos de granaderos que por orden del general Raúl Mendiolea Cerecero, subjefe de la policía metropolitana que junto con Raúl Estada, el jefe del Servicio Secreto, coordinaron y dirigieron las maniobras para impedir el arribo de los contingentes estudiantiles al Zócalo, en donde se encontraban las oficinas del presidente y del regente de la ciudad. El Zócalo aparece entonces como territorio vedado y protegido por la fuerza pública. La agencia de noticias Agence France-Presse (afp) reportó 500 heridos.
El movimiento estudiantil demandaba democracia moderna: la limitación al régimen autoritario a partir de la derogación de los delitos de Disolución Social, delitos creados durante la Segunda Guerra Mundial que se quedaron como reserva jurídica para la represión de los dirigentes sindicales que enfrentaron al corporativismo sindical de Estado a principios de la década, en los movimientos de 1958, delito tipificado que fue utilizado en contra de los líderes sindicales Demetrio Vallejo (de los ferrocarrileros) y Othón Salazar –del Movimiento Revolucionario del Magisterio (mrm)–, movimientos que lucharon en contra del control político del aparato corporativo y del uso perverso de la legalidad.
El movimiento estudiantil del 68 combatió el entramado construido por la representación laboral y el control político del Estado, demandó la libertad a los presos políticos; la sanción a los funcionarios que ejercieron el gobierno de manera violenta y autoritaria en contra de los estudiantes y ciudadanos en la manifestación inicial del 26 de julio de ese año, junto con la desaparición del cuerpo de granaderos y destitución del general Luis Cueto Ramírez, que era el jefe de la Policía Preventiva del Distrito Federal y del general Raúl Mendiolea, que era el subjefe de la misma. Por primera vez en la historia de México, estas demandas dieron sentido y contenido a la exigencia de los derechos democráticos como parte sustantiva de los derechos humanos. El movimiento estudiantil era la expresión del cambio social y su representación en la cultura política, y convirtió al Zócalo en el punto de llegada de las marchas por la avenida Reforma.
Desde el principio del movimiento estudiantil, el ejército intervino y reprimió a los estudiantes, a cuatro días de la golpiza dada por los granaderos, el 30 de julio, tras la persecución de estudiantes que se refugiaron en la Escuela Nacional Preparatoria número 1 de la unam, ubicada en el Antiguo Colegio de San Ildefonso, a dos cuadras del Zócalo. Por instrucciones del Secretario de la Defensa Nacional, Marcelino García Barragán,15 el ejército derribó la puerta de madera, hechura del siglo xvii y con gran valor histórico y artístico, con un bazucazo, en el que intervinieron unidades blindadas, un convoy de tanques ligeros, jeeps equipados con bazucas y cañones de 101 milímetros, y camiones de transporte de tropas con 650 soldados, policía militar y fusileros paracaidistas, todos bajo las órdenes del general José Hernández Toledo, mismo que estaría al frente de la operación militar el 2 de octubre en Tlatelolco (Ramírez, 1969: 161-170).
Un punto de quiebre en el movimiento estudiantil lo constituye la marcha y el mitin en el Zócalo realizado el 27 de agosto, a escasos tres días del informe presidencial. A esta marcha asistieron unas 30 000 personas, partió desde el Museo Nacional de Antropología y se dirigió al Zócalo. Ésta fue la primera vez que se insultaba públicamente al presidente de la República, Gustavo Díaz Ordaz. A su llegada al Zócalo, a las 7 de la tarde, los estudiantes izaron en el astabandera un banderín rojinegro de huelga. Al terminar el mitin uno de sus líderes estudiantiles, Sócrates Campos Lemus –quien años más tarde sería acusado de ser uno de los tantos agentes político policial infiltrado en el movimiento–, como orador en el mitin y sobre un camión que servía de templete se pronunció a favor de quedarse a esperar una respuesta de presidente, propuesta que encontró el apoyo de unos 3 500 estudiantes que permanecieron en guardia (Ocampo Ramírez, 1966: 6-A).16 La permanencia en el Zócalo y la exigencia de los estudiantes de esperar ahí la respuesta a sus demandas, confrontaba de manera abierta al presidente de la República, quien en cuatro días, a la misma hora en la que los huelguistas exigían su respuesta, estaría en el Congreso de la Unión rindiendo su informe de gobierno.
La madrugada del día siguiente, la del 28 de agosto, salió el ejército con bayoneta calada, junto con granaderos y camiones de bomberos, desde las calles de Pino Suárez, Seminario y Moneda. Siendo aproximadamente mil 500 personas, los estudiantes gritaban: “¡México, libertad!, ¡México, libertad!”, y se retiraron por Madero; otros trataron inútilmente de detener la marcha de los tanques ligeros tirándose al suelo a su paso o subiéndose a ellos. Al final, todos fueron desalojados del Zócalo (Excélsior, 1968a: 1-A, 10-A).
Los estudiantes no solo fueron desalojados, sino perseguidos a lo largo de las calles del Centro Histórico hasta la Torre Latinoamericana, donde el Ejército cortó cartucho; a los pies de la escultura ecuestre del rey Carlos iv de España, conocida comúnmente como “el caballito”, en las inmediaciones de las calles de Bucareli y Paseo de la Reforma, las fuerzas armadas arremetieron a culatazos contra los estudiantes. En el operativo participaron el 43° y el 44° Batallón de Infantería y el 1° de Fusileros Paracaidistas, al mando del general Benjamín Reyes García; así como 12 carros blindados de Guardias Presidenciales, cuatro carros de bomberos, alrededor de 200 patrullas de la policía preventiva, cuatro batallones de agentes de tránsito y unos diez motociclistas de la Dirección General de Tránsito y, durante la madrugada, algunos empleados del Departamento del Distrito Federal (Cazés, 1993: 97; Zermeño, 1990).
Esta fue la primera vez que el Zócalo de la Ciudad de México se torna en el escenario de la represión abierta de los ciudadanos por parte del ejército con uso de tanquetas. Diez años antes –el 12 de abril de 1958- los encargados de la represión habían sido los granaderos y la policía, cuando los maestros y las maestras de la sección ix del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación (snte) fueron golpeadas en el atrio de la Catedral (El Popular, 1958: 1, 8; Excélsior, 1958h: 1-A, 6-A, 12-A; Téllez, 1958a: 1, 8).17
La expulsión y la represión de los estudiantes por el ejército, con el uso de material de guerra en el espacio urbano abierto más importante de la ciudad confirmaba que el ejército suplía a las fuerzas policíacas como la fuerza represiva y contenedora del movimiento social. El presidente Gustavo Díaz Ordaz, comandante supremo del ejército y jefe político del Estado nacional, daba por agotada la negociación y se retrotraía a la represión militar abierta como único recurso de poder del que pensó que podía echar mano.
Esta fue la primera evidencia de que la política, como recurso de negociación entre las autoridades y las dirigencias estudiantiles, era imposible en movimientos sociales emergentes de jóvenes, con una nueva cultura política basada en las relaciones horizontales –con la asamblea del Consejo Nacional de Huelga18 (cnh), como la autoridad máxima del actor social en conflicto, la que validaba las acciones después de la discusión y aprobación de las mismas– para contener la posible autonomía en las decisiones de los dirigentes, en el entendido de que dicha independencia históricamente había dado origen a las dirigencias burocráticas cooptables.
Una vez expulsados los estudiantes del Zócalo, ese mismo mediodía del 28 de agosto, la regencia del Distrito Federal organizó un acto conocido como “Desagravio a la bandera”, al que fueron llevados trabajadores sindicalizados. Esa concentración fue infiltrada por los estudiantes huelguistas y contó con la simpatía hacia el movimiento de muchos burócratas, los encargados de subir la bandera nacional la dejaron a media asta y ese fallo fue aprovechado por estudiantes mezclados con los empleados de gobierno para gritar que se dejará así, como señal de duelo por la intervención del ejército. Esto desató un conflicto por el control del astabandera que culminó con la intervención de granaderos y militares, quienes hicieron un círculo alrededor de la bandera, lo que provocó una serie de enfrentamientos con los manifestantes durante cerca de tres horas alrededor del Zócalo y sus calles aledañas (Cazés, 1993: 98; Excélsior, 1968d: 1-A, 10-A). Durante la concentración, en varias ocasiones de los estudiantes infiltrados gritaron y los trabajadores públicos corearon con ellos: “somos borregos, somos borregos, no vamos, nos llevan” (Cazés, 1993: 98).
La intervención del ejército en el Zócalo el 28 de agosto culminó el 2 de octubre –un día después de la salida del ejército de los campus de la unam y del ipn–, cuando cerca de las seis de la tarde, casi finalizado el mitin, miles de manifestantes que se reunieron en la Plaza de las Tres Culturas, en Tlatelolco, fueron masacrados por el ejército. Diez días después, el 12 de octubre, se inauguraron las Olimpiadas por el presidente Gustavo Díaz Ordaz, quien fue recibido en el Estadio Olímpico de Ciudad Universitaria con chiflidos y gritos que la tecnología televisiva que trasmitía la ceremonia para 600 millones de personas en el mundo entero no pudo bloquear, como muestra del rechazo por parte de la público asistente y que recordaba el episodio del 29 de mayo de 1966 durante la inauguración del Estadio Azteca.
La prensa mundial convocada para los xix Juegos Olímpicos tuvo un total de 4 377 representantes de los medios de comunicación registrados por la Oficina de Acreditación de Prensa. Ésta era la mayor cantidad de personas que se habían organizado para cubrir un solo evento en la historia de los medios de comunicación, de acuerdo al Informe del Comité Olímpico Internacional. El número de periodistas internacionales rompió el cerco tradicional del aislamiento y control de medios del poder gubernamental sobre la información (Comité Organizador de los Juegos de la xix Olimpiada, 1969a: 303; 1969b).
El pueblo anónimo asistente a los grandes eventos de masas había adquirido la costumbre del desprecio y el insulto al presidente de la República, el mito presidencial fue en principio roto desde la muchedumbre que, antes de esta fractura ideológica, asistía entusiasta para ver al presidente, luego sumisa y, al final de la década, agresiva en contra de la autoridad suprema del Estado y la nación. La ideológica de la Revolución Mexicana que ligaba al pueblo “con su presidente” había acabado de golpe, la masa ya era otra y los presidentes tendrían que procesar el cambio cultural, lo que les llevó años hasta que transformaron el discurso político y retórico en mensaje publicitario, dejando atrás el proyecto ideológico del compromiso social presidencial surgido de la tradición de la Revolución Mexicana.
En su quinto informe de gobierno en 1969, Díaz Ordaz declaró: “Asumo íntegramente la responsabilidad personal, ética, social, jurídica, política e histórica por las decisiones del gobierno en relación con los sucesos del año pasado” (Excélsior, Novedades y El Día, 2 de septiembre de 1969: primera plana).
El lugar de las celebraciones de gobiernoPocos días después del 21 de agosto de 1958, en el que aparecieron los estudiantes universitarios demandando que no aumentaran los precios de los pasajes, el Zócalo quedó terminado y en él apareció el segundo actor social que realizó concentraciones masivas y que sería otra de las constantes funciones políticas de la Plaza de la Constitución a lo largo de la década: las reuniones masivas de trabajadores sindicalizados, obreros, campesinos y trabajadores de las instituciones del Estado.
Los principales convocantes a las concentraciones masivas fueron confederaciones: la de Trabajadores de México (ctm) y los sindicatos de industria; la Nacional de Organizaciones Populares (cnop) y la Nacional Campesina (cnc), que formaban parte importante de las bases sociales cautivas que sustentaban al régimen político de la Revolución Mexicana. La primera de estas manifestaciones en el nuevo Zócalo fue el 1° de septiembre de 1958, día en que Adolfo Ruiz Cortines rindió su sexto y último informe presidencial.
Durante el presidencialismo hegemónico, vigente en los años sesenta, el informe del titular del Ejecutivo al Poder Legislativo –erigidos en el mito democrático como los representantes del pueblo– era la ceremonia en la que se reiteraba el rito que establecía el vínculo entre el presidente y la masa institucionalizada. La transmisión del informe a través de los medios masivos a la nación era uno de los actos políticos más significativos del poder en el que el titular del Ejecutivo Federal, como en toda democracia formal, rinde cuentas de su gobierno y de la administración pública –a través de formas institucionales establecidas y particulares de cada Estado nacional– al pueblo que lo eligió en las urnas.
Ese 1° de septiembre, don Adolfo –como se le decía– asistió por mandato constitucional “A la apertura de las sesiones ordinarias del congreso y presentó el informe escrito en que señalaba el estado general que guarda la administración pública del país” (Cámara de Diputados del H. Congreso de la Unión, 2006: artículo 69). Este informe era el evento político de Estado socialmente más esperado, pues el presidente informaba a la nación de su trabajo y daba el mensaje político más importante del año, salvo coyunturas políticas particulares. Este evento se fue constituyendo, desde el último informe presidencial de Plutarco Elías Calles el 1° de diciembre de 1928 al abrir las sesiones ordinarias del Congreso y a raíz del asesinato del presidente electo Álvaro Obregón (17 de julio de 1928), mensaje en el que Calles anunció la institucionalización de la Revolución a través de la fundación del Partido Nacional Revolucionario (pnr), institución política que surgió el 4 de marzo de 1929 en la ciudad de Querétaro.
La reiteración del mensaje político construyó una tradición en el informe presidencial y se volvió uno de los ritos del presidencialismo mexicano que se confirmaba cada año reiterando la identidad revolucionaria institucional de los presidentes. Lo verdaderamente creíble e importante del informe presidencial –en la maraña infinita de las cifras– era el mensaje político, frente al cual todos los políticos y los interesados en ella estaban atentos.
El presidente Adolfo Ruiz Cortines incluyó en el texto de “64 cuartillas leído durante dos horas y 23 minutos, de su último informe presidencial una breve mención a la remodelación del Zócalo, en la cual destacó el carácter histórico de la plaza y su función social como lugar de reunión del pueblo mexicano para honrar y venerar a la patria en sus grandes celebraciones cívicas, sobre todo el 15 de septiembre: el día del Grito” (Ruiz Cortines, 1958: 280).
El informe fue transmitido por todas las estaciones de radio y televisión del país. Cuando terminó de leer su informe, el diputado Federico Ortiz Armengol, presidente del Congreso de la Unión, leyó su respuesta (Tiempo, 1958: 23). Después de escuchar al diputado Ortiz Armengol, el presidente se puso de pie y fue aclamado. A las 13:50 se escucharon 21 cañonazos, mientras el presidente se despidió de la comisión de legisladores y salió hacia su automóvil. A las 14:02, luego de recorrer nuevamente la valla humana de 300 000 personas que se había colocado en las calles que lo conducían al Zócalo, la mayoría era gente de los sindicatos (Tiempo, 1958: 27).
En el informe, el presidente recibía del Poder Legislativo la confirmación de la hegemonía del Ejecutivo Federal en la persona del “Señor Presidente de la República”. Se trató de un testimonio de superioridad dado por la inexistencia de crítica a la obra presidencial y por las múltiples interrupciones al discurso del titular del Ejecutivo Federal con los aplausos de los miembros de los poderes legislativo y judicial, con ministros de la Suprema Corte de Justicia de la Nación ahí presentes, así como de los gobernadores de los estados y demás miembros de la llamada “clase política” congregados en el recinto legislativo. Estar ahí era una prueba de que políticamente se era importante; para tales ovaciones se ponían de pie frente al presidente, quien agradecía con los brazos abiertos.
El informe presidencial era contestado por el presidente del Congreso de la Unión, quien en su discurso llenaba de elogios y celebraciones a la persona del presidente y su obra en “beneficio de México y los mexicanos”, contenido discursivo que confirmaban la subordinación cortesana de lo que debía ser la dignidad republicana de la división de poderes, y de la diferenciación e independencia de sus representantes.
Afuera del llamado Palacio Legislativo en la calle de Donceles, sede de la Cámara de Diputados del Congreso de la Unión, estaban las masas apoyando al presidente y formando una valla hasta el Zócalo, que el presidente recorría en un coche Packar negro convertible en medio de una nube de papelitos y confeti tricolor, vítores y gritos de apoyo.
En la Plaza de la Constitución, las vallas obreras hacían los honores al presidente, detrás de las vallas de los Guardias Presidenciales y de los cadetes del Colegio Militar. Grandes mantas pendían de los edificios del Departamento del Distrito Federal, de la Federación de Sindicatos de Trabajadores al Servicio del Estado, en donde se daba las gracias al presidente por los beneficios que había derramado entre sus servidores (Excélsior, 1958e: 10-A).
Terminado el recorrido, en Palacio Nacional seguía el rito de la “salutación” al presidente por parte de los miembros prominentes de las coaliciones gobernantes, así como del personal diplomático. Este evento, en el que los políticos se formaban en fila para hacerse presentes y rendir respeto “al jefe”, se le llamaba popularmente “el besamanos”.
Cada primero de septiembre, durante los dos sexenios de la década, se repitió el ritual de las masas y el de la salutación de la élite política. Los doce informes presidenciales fueron acompañados por la masa concentrada en la plancha del nuevo Zócalo, en la calle de Donceles y las calles contiguas, pero a medida que avanzaba la década de los sesenta, el rito del informe fue cada vez menos entusiasta y las masas movilizadas habían cambiado la actitud que tuvieron al principio de la década. Al final de los doce años, el evento del informe mostraba a un presidente Díaz Ordaz sin carisma, con conflicto de imagen pública, y el desgaste del aparato corporativo de sustentación política del régimen de la Revolución Mexicana daba ya pruebas de agotamiento.
El 27 de septiembre de 1960, durante el sexenio de Adolfo López Mateos, el gobierno mexicano nacionalizó la industria eléctrica y asumió el control de las empresas generadoras y distribuidoras de energía eléctrica que estaban en manos de capital extranjero o privado. Este último acto presidencial del nacionalismo del régimen de la Revolución Mexicana fue acompañado en el Zócalo de la Ciudad de México por una manifestación multitudinaria de masas que evocó, por última vez, el mitin del 1938 por la expropiación petrolera.
Otro conjunto de eventos que formó parte del ritual presidencial fueron las visitas de los presidentes extranjeros a México en las cuales, al igual que en las llegadas del presidente mexicano de sus giras por el extranjero, los trabajadores de las centrales corporativas eran movilizados para hacer vallas del aeropuerto al Zócalo, concentrando en éste a una gran masa. Las visitas más destacadas en todo el decenio fueron las del presidente norteamericano Jonh F. Kennedy y su esposa (del 29 de junio al 1 de julio de 1962), y la del presidente francés el general Charles De Gaulle (del 16 al 19 de marzo de 1964), ambas durante el gobierno de Adolfo López Mateos. El presidente De Gaulle –siguiendo su costumbre de hablar en la legua de la nación a la que visitaba– dio un discurso en español a la masa y terminó gritando “Viva México”,19 un guiño político nacionalista con el que ganó la simpatía de la masa reunida en el Zócalo, que se volcó en aplausos y vítores.
Durante su mandato, López Mateos realizó 16 visitas oficiales (Estados Unidos de América, Canadá, Venezuela, Brasil, Argentina, Chile, Perú, India, Japón, Indonesia, Filipinas, Francia, Yugoslavia, Polonia, Países Bajos y la República Federal Alemana) y recibió a 22 jefes de Estado o de gobierno. En el sexenio de Gustavo Díaz Ordaz, no se realizó ningún acto de masas en el Zócalo por la visita de algún presidente.
Las fiestas patrias y los desfiles conmemorativosAunque la reapertura del Zócalo se tenía prevista para agosto de 1958, fue en los festejos de la noche del 15 de septiembre cuando la Plaza de la Constitución tuvo su reinauguración oficial (Excélsior, 1958j: 1-A).
El presidente Ruiz Cortines salió a las 11:00 pm al balcón central del Palacio Nacional para dar el tradicional “Grito de Independencia” ante la multitud que asistió al Zócalo; le acompañaban los titulares de los poderes Legislativo y del Judicial, el decano del Cuerpo Diplomático y el jefe del Estado Mayor Presidencial.
El 16 de septiembre de 1958 se realizó, como todos los años, el desfile militar que cruzó el Zócalo en que se concentró la multitud, y el 20 de noviembre de 1960 se realizó el desfile deportivo para conmemorar el 50 aniversario de la Revolución Mexicana,20 en el que los atletas y los trabajadores del Estado, ataviados con ropas deportivas, junto con los charros a caballo y las “adelitas”, entraron al Zócalo por la calle José María Pino Suárez, le dieron la vuelta y continuaron por la calle 5 de Mayo hasta el Monumento a la Revolución.
Ese 16 de septiembre, antes del desfile se reinauguró la Columna de la Independencia, cuya Victoria Alada (que el pueblo llama El Ángel y que es la escultura de la diosa que personificaba el triunfo en la mitología romana en actitud de ceñir una corona de laurel a los vencedores y césares) había sido restaurada tras caer durante el sismo de 7.9 grados en la escala sismológica de Richter ocurrido en la madrugada del domingo 28 de julio de 1957, en el cual murieron 68 personas. La prensa había anunciado que el presidente Adolfo Ruiz Cortines sería el encargado de retirar la manta que cubría “el Ángel”, pero un ventarrón se encargó de destaparlo tres días antes (Excélsior, 1958g: 1-A).
En la ceremonia para revelar el Ángel restaurado, el licenciado Gilberto Loyo, secretario de Economía, dio un discurso y la Banda Sinfónica de la Ciudad de México ejecutó una obertura (Excélsior, 1958k: 1-A). Para continuar con la celebración, las autoridades llevaron a cabo sendas verbenas populares el 16 de septiembre, una en el Zócalo y la otra en el Bosque de Chapultepec (El Universal, 1958a: 12).
Al final de la década de los sesenta, en 1970, en la Columna de la Independencia tuvo lugar una celebración popular que se volvió una tradición de la Ciudad de México y que continúa hasta hoy: el triunfo de la selección nacional de fútbol. Esta tradición popular se inició el domingo 7 de junio, cuando la selección mexicana le ganó 4-0 a la selección de El Salvador.
Desde el instante en que el árbitro árabe Kandil marcó el triunfo de México sobre El Salvador en el Estadio Azteca, durante más de doce horas seguidas la capital mexicana se convirtió en escenario de fiesta: todo empezó a partir de las 2pm, cuando los conductores de los automóviles que salían de ver el partido, comenzaron a tocar rítmica e incesantemente sus bocinas siguiendo las sílabas de la palabra México. Luego, en la Avenida Juárez, el Paseo de la Reforma desde El Caballito hasta la fuente de la Diana Cazadora, toda la llamada Zona Rosa21 y finalmente el Zócalo fueron invadidos por miles de personas de todas edades y por centenares de automóviles. Matracas, silbatos, bocinas, botes, y todos los objetos que son capaces de producir ruido, fueron empleados para repetir una y mil veces el estribillo de “¡Mé-xi-co, Mé-xi-co!”; otros, también lanzaban vivas a Brasil. En la Columna de la Independencia, las escalinatas y estatuas fueron ocupadas totalmente; había más banderas mexicanas que las celebraciones del 16 de septiembre; y ni la lluvia logró apaciguar el entusiasmo de los aficionados, que duró hasta la madrugada del lunes 8 (Tiempo, 1970: 86).
El principioEl 1° de diciembre de 1958, el licenciado Adolfo López Mateo tomó posesión como el 53° presidente de México (del 01 de diciembre de 1958 al 30 de noviembre de 1964) ante el Poder Legislativo. Con este acto político se inició la década de los sesenta y se celebró el último cambio de gobierno, marcado por una estrecha cercanía entre el presidente saliente y el entrante, legitimando al régimen político en uno de los más importantes ritos de poder: la sucesión presidencial. La prensa consignó el cambio presidencial en los siguientes términos: “El Palacio de Bellas Artes había sido habilitado como recinto oficial para la ceremonia de transmisión de poderes. Asistieron, aproximadamente cuatro mil invitados a la ceremonia (Bolaños Espinosa, 1958: 6).
Poco después de terminada la ceremonia de toma de posesión y el discurso, el nuevo presidente de la República salió, junto con Adolfo Ruiz Cortines, a presentarse ante el pueblo (Parra, 1958: 22). Abordaron, junto con el senador y general del ejército Vicente Dávila Aguirre, un automóvil descubierto que realizó el recorrido hacia el Palacio Nacional (Hewett Alva, 1958: 1). López Mateos iba de pie en el vehículo y, “al advertir que indistintamente se le ovacionaba a él y al señor Ruiz Cortines, pidió a éste que también se levantara de su asiento” (Parra, 1958: 1). La multitud gritaba “¡Vivan los dos presidentes!” y “¡López Mateos, López Mateos!”. Desde los edificios caían papelitos verdes y rojos hacia la calle, mientras el automóvil avanzaba por la calle 5 de Mayo hacia el Zócalo (Becerra Acosta, 1958: 38-A). En “la transformada Plaza de la Constitución”, había pancartas monumentales en los que “se veía lo mismo a don Adolfo Ruiz Cortines que al licenciado López Mateos” (Parra, 1958: 22).
A las 12 horas, el presidente entró a Palacio Nacional para iniciar sus labores. Ruiz Cortines aún lo acompañaba cuando entró al despacho presidencial, pues debía hacerle entrega de la oficina. Hablaron durante unos minutos, se abrazaron y, después, Ruiz Cortines abandonó el Palacio rumbo a su residencia particular. López Mateos se dirigió al salón de recepciones y, posteriormente, al balcón central de Palacio Nacional, a donde llegó a las 12:48 horas para presenciar el desfile militar, rodeado de los miembros de su gabinete (Hewett Alva, 1958: 13).
Cuando la muchedumbre congregada en el Zócalo ovacionó al licenciado López Mateos, también aparecieron “ruidosas manifestaciones de su simpatía para el Regente de la Ciudad, licenciado Ernesto P. Uruchurtu (…) como reconocimiento a la honorable labor que realizó en el pasado sexenio en beneficio de la comunidad capitalina”. Se escuchó, de nuevo, el Himno Nacional (Parra, 1958: 22). A las 14:13 horas, el presidente López Mateos abandonó el balcón y regresó a su oficina para recibir los saludos y felicitaciones de los funcionarios que lo esperaban en las antesalas (Hewett Alva, 1958: 13).
Ese 1° de diciembre de 1958, en el nuevo Zócalo surgía la década de los sesenta, en el centro de la capital de la República, en el centro del centro. En el territorio en el que se escenificaría el doble ritual de la cultura moderna de masas: el de la cultura abierta que se va consolidando a lo largo del decenio y que se confronta con las movilizaciones cerradas, y el de las masas cautivas por las corporaciones del Estado en apoyo a los gobiernos.
La apertura que se expresa en las concentraciones masivas en el Zócalo a las que llegaban las marchas con demandas políticas democráticas y los reclamos de libertad de los “movimientos sociales emergentes” contrastaron cada vez más con las movilizaciones tradicionales de apoyo a los gobiernos del régimen político de la Revolución Mexicana; estos actos masivos se convirtieron en concentraciones rutinarias instrumentadas por los dirigentes de los aparatos corporativos de control y en representaciones de los trabajadores organizados, que formaban las bases sociales de sustentación del régimen político.
La concentración de masas en el Zócalo se volvió el rito político que en la década de los sesenta evocaba el apoyo social masivo a la expropiación petrolera, movilización que 20 años antes, en 1938, fue el más importante acto de legitimidad presidencial y en el que culminó la institucionalización de las organizaciones de masas movilizadas por la Revolución Mexicana, concentración corporativa y espontánea que se fijó en la memoria colectiva –aún presente en los años sesena– del pueblo y los gobernantes como la más importante movilización de apoyo a un gobierno, y cuya repetición obligada por las burocracias como rito de apoyo social a los presidentes en turno, fue vaciando de contenido ideológico y político, mostrando un régimen que no pudo cambiar sus mecanismos de acreditación al ritmo que sociedad cambiaba su organización social y sus demandas políticas.
El desfase entre el régimen y la sociedad se expresa en el contraste entre los tipos de movilizaciones sociales que a lo largo de la década llegarían al Zócalo, plaza que paralelamente se fue volviendo el escenario de la represión a las demandas colectivas, violencia de Estado promovida por los gobiernos que irían mostrado, en cada acto de represión y utilización creciente de la policía y el ejército su último recurso político para mantener la estabilidad social. El régimen, anclado en su pasado, quedó imposibilitado tanto de moverse como lo hacía la sociedad como de construir nuevos recursos de legitimidad ideológica y de cultura política, y en el diseño y edificación de nuevos instrumentos institucionales de gobernabilidad y gobernanza.
El 1° de diciembre de 1958 la década de los sesenta empezaba en el nuevo Zócalo, espacio urbano en el centro de la República que mostraba la cultura de una sociedad crecientemente abierta que se iría consolidando a lo largo de estos años, apertura social que se fue confrontando con el régimen político de la Revolución Mexicana que mostraría sus límites políticos en cada acto de confrontación y uso de la violencia frente a los movimientos sociales.
CorolarioEn México, la sociedad de masas urbanas iniciada en los años sesenta culmina en el año 2005, al principio del siglo xxi, en el que el amcm llegó a 18 811 533 habitantes en una extensión de 559 946.09 hectáreas (5 599.46Km2), lo que la convertía en el tercer espacio urbano más grande del mundo (Conteo de Población y Vivienda de inegi, 2005).
Licenciado en sociología; doctor en estudios latinoamericanos por la Universidad Nacional Autónoma de México y doctor en sociología política por la Escuela de Altos Estudios de París. Investigador titular “C” de tiempo completo del Instituto de Investigaciones Sociales de la UNAM (México). Miembro del Sistema Nacional de Investigadores nivel iii. Sus líneas de investigación son: modernización y cultura; representaciones sociales; identidades y globalidad. Ha publicado siete libros como autor único, 43 artículos en revistas arbitradas de ciencias sociales y de circulación internacional, 28 capítulos de libros, 23 artículos de difusión y es editor de tres libros.
El autor agradece a Violeta Romo el apoyo prestado para la realización de este texto y a Blanca Beltrán su lectura.
También conocido coloquialmente como “El Zócalo”, formalmente es la Plaza de la Constitución de la Ciudad de México [N. de la E.].
Mentar la madre es, simplemente, mencionarla. La diferencia con respecto a una mención común, es que ésta se hace dentro de un contexto violento y tiene una connotación sexual, en tanto que la mentada clásica es “chinga tu madre”, lo que equivale a “ve y ten relaciones sexuales con tu mamá“. Esto crea un cuestionamiento al honor personal y familiar, así como también una fractura abierta del tabú del incesto. [N. de E.].
Antonio Castro Leal nació en la ciudad de San Luis Potosí, el 2 de abril de 1896 y murió el 7 de enero de 1981 en la Ciudad de México, licenciado y doctor en derecho por la Universidad Nacional, doctor en filosofía por la Universidad de Georgetown; fue rector de la Universidad Nacional de México (1928-1929), embajador ante la unesco (1949-1952) y miembro del consejo directivo de esta organización (1949-1954), en cuyo carácter consiguió que se fundara en Pátzcuaro, Michoacán, el Centro de Educación Fundamental de Adultos para la América Latina (crefal) y que el español, aparte del inglés y el francés, fuera declarado idioma de trabajo. Realizó importantes estudios sobre la literatura mexicana en la época de la Colonia, y sobre la novela de la Revolución, además de antologías y recopilaciones. Ingresó en El Colegio Nacional el 9 de agosto de 1948. Disponible en: <http://www.colegionacional.org.mx/SACSCMS/XStatic/colegionacional/template/content.aspx?se=vida&te=detallemiembro&mi=162> [Consultado el 23 de noviembre de 2015].
Además, el periodista Manuel Magaña Contreras afirma que: “Mientras en Europa las ciudades bombardeadas por la aviación aliada habían sido reconstruidas tales como eran antes de la Segunda Guerra Mundial para afianzar personalidad y soberanía, la capital mexicana bajo la piqueta uruchurtiana perdía identidad por la destrucción del paisaje urbano tradicional y de inmuebles patrimoniales en el Centro Histórico, pueblos y barrios”.
Las declaraciones del ingeniero Gilberto Valenzuela, subdirector encargado de la Dirección de Obras Públicas, se encuentran reproducidas en un artículo de Excélsior del 12 de septiembre de 1958: “Las obras ejecutadas en la Plaza de la Constitución por el Departamento del Distrito Federal tuvieron por objetivo principal, la dignificación de la plaza máxima de la República Mexicana, despejándola de toda suerte de trasuntos inconvenientes a fin de hacer resaltar en todo su esplendor los monumentos coloniales que la circundan, como la Catedral Metropolitana, el más bello del Continente y el Palacio Nacional, uno de los más importantes del mundo” (Excélsior, 1958b: 1-A).
En la convocatoria a la marcha se pidió a los trabajadores que portaran la bandera nacional, la rojinegra sólo se izó en las oficinas de las organizaciones obreras (Excélsior, 1938b: 1, 9).
Cuando Mao Tse Tung fundó la República Popular China, la plaza de Tiananmen solo podía dar cabida a alrededor de 70,000 personas. Poco después, ordenó que la plaza se reconstruyera para que cupiera “un conjunto de un billón”. Esto nunca se logró pero, una vez completada para 1959, la plaza podía dar cabida a 400,000 personas. Fue hasta después de la muerte de Mao, en 1976, que la plaza se expandió para que cupieran 600,000. Para lograr la plaza de aproximadamente cincuenta acres, tuvo que destruirse más de lo que se construyó (Hung, 1991: 90).
Durante la década de los sesenta, las movilizaciones fueron: en México, obreras en 1958, de médicos en 1965 y de estudiantiles en 68; en Moscú, la defensa masiva de la Perestroika y la Glasnost el 21 de agosto de 1991 en contra del golpe de Estado promovido por la “línea dura” de los miembros del Partido Comunista contra Mijaíl Gorbachov; en Beijing, las protestas de jóvenes en la Plaza de Tiananmén, ocurridas entre el 15 de abril y el 4 de junio de 1989, conocidas como “la revuelta de Tiananmén” en la que hubo una serie de manifestaciones lideradas por estudiantes en la República Popular China que representan el inicio de la apertura de China y el reclamo de las libertades individuales y ciudadanas.
La autoría de esta obra da origen a una disputa que colapsa la relación de amistad entre los tres (Reforma, sábado 4 de abril de 2015: 14).
Nombrada así en honor del monarca de la ciudad Estado de Texcoco, y principal aliado militar y político del Imperio Mexica [N. de la E.].
El debate sobre los efectos modernizadores en las sociedades latinoamericanas fue central en la sociología de la década de los sesenta. Uno de los sociólogos que discutió el problema fue el peruano Aníbal Quijano. Véase, Quijano (1967: 669-703). Uno de los textos clásicos sobre los procesos sociales de la década es fue el trabajo de Lipset y Solari (1967).
La comitiva del presidente fue recibida por un grupo en el que destacaban Sir Stanley Rous, presidente, de la Federación Internacional de Futbol Asociación (fifa) entre 1961 y 1974, así como presidentes de clubes profesionales y representantes del sector “amateur”.
La primer marcha la organizaron los estudiantes de izquierda de la Central Nacional de Estudiantes Democráticos (cned) para conmemorar el 15 aniversario del asalto al cuartel Moncada que dio origen a la Revolución Cubana, se organizó una marcha de Salto del Agua al Hemiciclo a Juárez, donde se realizó un mitin. La segunda marcha fue de protesta, organizada por la Federación Nacional de Estudiantes Técnicos (fnet), que convocó a una manifestación de la Plaza de la Ciudadela al Casco de Santo Tomás, a las cuatro de la tarde, para protestar por la invasión policiaca de las escuelas de educación media superior (vocacionales) 2 y 5 del Instituto Politécnico Nacional (ipn), y por la represión contra estudiantes, maestros y trabajadores de esas escuelas, tres días antes.
En 1952, García Barragán era gobernador de Jalisco y apoyó al candidato presidencial general Miguel Henríquez Guzmán, por lo que fue acusado de golpista y debió renunciar a la gubernatura; el presidente Gustavo Díaz Ordaz lo reivindico.
A punto de finalizar el mitin, se pidió a la multitud que fijara el día, la fecha y la hora en que se llevaría a cabo el debate público con las autoridades. Se acordó que éste se realizaría “en el Zócalo, como continuación de una asamblea permanente, el día 1° de septiembre, a las 10 horas, con difusión por radio y televisión”. (Ocampo Ramírez, 1966: 6-A) Acordaron también que una guardia permanecería en el Zócalo hasta ese día. Después, entonaron el himno nacional y comenzaron a encender antorchas de papel que iluminaron la plaza. La muchedumbre se dispersó y se retiró por las calles aledañas al Zócalo. A su paso, algunos pintaban consignas en los edificios. El Zócalo, mientras tanto, quedó resguardado por centenares de estudiantes que improvisaron tiendas de campaña con las mantas que cargaron durante la marcha (Ocampo Ramírez, 1966: 6-A).
El 12 de abril de 1958, a las 11:00 de la mañana, se intentó llevar a cabo un mitin del Movimiento Revolucionario del Magisterio (mrm) en el edificio de la Secretaría de Educación Pública para exigir un aumento salarial de 40% para los profesores de primaria. Cuando los maestros llegaron, el edificio estaba rodeado por fuerzas policiacas y, quienes lograron entrar, fueron desalojados por granaderos. Entonces, los profesores se dirigieron a la Plaza de la Constitución para realizar su mitin al pie del astabandera monumental. A las 11:50 de la mañana llegó un camión de granaderos y solicitaron a los maestros desalojar la plaza; ante la negativa de éstos, se rompió el orden y comenzó el enfrentamiento entre profesores y granaderos con el uso de granadas lacrimógenas. El núcleo principal del mitin buscó resguardo en la Catedral, hasta donde fueron perseguidos por la policía. Muchos maestros recibieron golpes y macanazos. Los maestros corrieron por la Avenida 5 de Mayo, lanzando consignas en contra de la “democracia del garrote”. Los granaderos volvieron a arremeter contra los maestros y, finalmente, se dispersaron. A las 12:10 del mediodía, los enfrentamientos estaban llegando a su fin y los granaderos comenzaron a abordar su camión. Más de veinte minutos después, un grupo de menos de cien maestros se reagrupó en la Avenida Juárez para protestar frente a los edificios de la prensa. Entregaron a los principales periódicos un escrito en el que denunciaban la violenta represión de la que habían sido víctimas. Fueron detenidas 14 personas, identificados por la Jefatura de la Policía como comunistas, entre los cuales figuraban José Encarnación Pérez Rivero, Anselmo Corona Galicia, Víctor Bonilla Olivares, Aureliano Ángeles Cayetano y Lucio Herrera Castro. Fueron también detenidos Daniel Mendoza Arias, Rodolfo Hernández Ortigosa, Jesús Valencia Pérez, José Hernández Cabrera, José Luis Rokefort Martínez, Manuel Couto Arenas, Héctor Escobar Yesmo, Teófilo Soriano Rivera y Servando Cruz Reyes. Otón Salazar estuvo entre los maestros heridos, pero la policía no pudo aprehenderlo (El Popular, 1958: 1, 8; Excélsior, 1958h: 1-A, 6-A, 12-A; Téllez, 1958a: 1, 8).
El 8 de agosto se creó el Consejo Nacional de Huelga (cnh), integrado por estudiantes y maestros de la unam, del Instituto Politécnico Nacional (ipn), la Escuela Nacional de Maestros, El Colegio de México, la Escuela Nacional de Agri-cultura Chapingo, la Universidad Iberoamericana, el Colegio de La Salle y algunas universidades estatales. Después se incorporarían otras instituciones como la Escuela Nacional de Antropología e Historia, la Escuela Normal Superior, el Conservatorio Nacional de Música, la Academia Mexicana de la Danza y la Universidad del Valle de México.
Texto del discurso disponible en “Jornadas Nacionales” (Tiempo, 1964:3-28). El discurso puede consultarse en línea en: Charles de Gaulle (16 de marzo de 1964). “Alocución pronunciada desde el balcón del Palacio Nacional de México - 16 de marzo de 1964”. La Fundación Charles de Gaulle. Disponible en: <http://www.charles-de-gaulle.es/16-de-marzo-e-1964-discurso-en-mexico.html> [Consultado el 11 de mayo de 2015].
En 1936, el Senado de la Republica oficializó el 20 de noviembre como la fecha para la conmemoración de la Revolución y en 1941 oficializó la celebración con un desfile deportivo.
Surgida entre las décadas de 1950 y 1960, entre algunas casonas y palacetes porfirianos entre los que se levantaron algunos rascacielos y edificios de corte funcionalista, la Zona Rosa es hoy también considerada una de las principales zonas de tolerancia en la ciudad tanto para la comunidad de Lesbianas, Gays Bisexuales y Transgénero (lgtb), como para las llamadas tribus urbanas. Ubicada en la Colonia Juárez, Delegación Cuauhtémoc de la Ciudad de México, en el denominado Corredor Turístico del Paseo de la Reforma, concentra gran cantidad de boutiques, hoteles, bares, restaurantes, galerías de arte, estudios de tatuaje, cafés, antros, librerías, sex shops y oficinas [N. de la E.].