La experiencia de la extranjería fue parte constitutiva de la vida de Zygmunt Bauman, profundamente inscrita en las encrucijadas, desastres y conmociones del siglo xx. Autodefinido como un “forastero de la cabeza a los pies y hasta la médula”, su experiencia personal de extranjero, definida menos por el pasaporte que por el estatus precario y la falta de pertenencia de todo extranjero, se entretejió con una mirada intelectual exiliar sobre el mundo social, en la que la incertidumbre se conjugaba con la libertad de pensamiento. Así, desde una posición que asume la extranjería como un “estar en la frontera”, “fuera de”, la condición de extranjería se volvió para este autor en un mirador epistemológico privilegiado.
The experience of foreignness was a constituent part of Zygmunt Bauman's life, deeply inscribed in the crossroads, disasters, and shocks of the 20th century. Self-defined as a “stranger from head to toe and to the marrow,” his personal experience as a foreigner -defined less by the passport than by the precarious status and lack of belonging of every stranger- was interwoven with an exile intellectual view on the social world, in which uncertainty was combined with freedom of thought. Thus, from a position that assumes foreignness as a “being on the edge,” “out from,” this condition became for Bauman in a privileged epistemological viewpoint.
El 9 de diciembre de 2017 se apagaba una de las voces más importantes del pensamiento sociológico contemporáneo. Cuando iniciaba la tarde, moría Zygmunt Bauman, miembro de la generación intelectual que vivió las grandes crisis de la cultura de Europa Central (a la que pertenecieron también Leszlek Kolakowsky y Czeslaw Milosz), testigo y víctima de las grandes encrucijadas, desastres y conmociones del siglo xx (nazismo y comunismo), que convirtieron al refugiado, al exiliado, al migrante, al expatriado, al nómade, al prisionero de guerra y al desalojado en los grandes personajes anónimos del siglo, y uno de los pensadores más influyentes en el pensamiento social, político y cultural de nuestros días.
Autor de una prolífica obra (alrededor de cincuenta y siete libros, de autoría única o en forma de conversaciones con otros intelectuales, así como de un vasto número de ensayos) que examinaba la realidad del mundo contemporáneo, su impacto rebasó el ámbito académico, convirtiéndose en un intelectual público que logró llegar a millones de lectores en el mundo, no sólo por las incontables conferencias y entrevistas que ofreció a los más diversos medios de comunicación, sino también gracias a un lenguaje ajeno a conceptos crípticos, que apela de manera sensible a experiencias cotidianas de los seres humanos, como el amor, las redes sociales, el trabajo, la educación, el consumo, la delincuencia, la relación con los medios de comunicación, etc. Ganador en 1989 del Premio Europeo Amalfi de Sociología y Ciencias Sociales, del Premio Theodor W. Adorno en 1998 y en 2010 del Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades, Bauman influyó notablemente en numerosos investigadores, pero también en movimientos sociales integrados por jóvenes activistas provenientes de las más diversas corrientes políticas.
Y sin embargo, a pesar de haber sido un referente importante en las ciencias sociales contemporáneas, Bauman fue un “outsider” del “establishment” académico y la experiencia de la extranjería fue parte constitutiva de su vida, personal e intelectual. Aunque ni su vida ni su trabajo teórico giraron en torno a la cuestión judía, es sin duda la extraterritorialidad propia de la condición judía la que marcó su itinerario existencial e intelectual. Bauman lo afirma explícitamente cuando señala: “El significado de mi ser judío es que estoy en todas partes fuera de lugar” (Kilminster y Varcoe, 1992: 226). En una entrevista concedida en 1992 a Richard Kilminster e Ian Varcoe, publicada como apéndice al libro Intimations of Postmodernity, se definía así: “I am, I was, and remain, a stranger” (“Soy, fui y sigo siendo un extraño”) (Kilminster y Varcoe, 1992: 226); asimismo, en uno de sus últimos libros, Esto no es un diario (2012), que recoge fragmentos y reflexiones diversas, se caracteriza a sí mismo como un “forastero de la cabeza a los pies y hasta la médula” (Bauman, 2012: 124).
Nacido en Poznan, una pequeña ciudad ubicada en la frontera con Alemania -y por lo tanto, atravesada por guerras, invasiones y anexiones-, criado en una Polonia nacionalista y violentamente antisemita, educado lejos de las prácticas religiosas judías y sin relación con el universo religioso y la tradición cultural que fueron centrales durante siglos al mundo judío europeo, la huida de su familia a la Unión Soviética, en septiembre de 1939, lo salvó de las experiencias del ghetto, el campo de concentración y el exterminio. Educado en la Rusia estalinista, autodefinido y definido también por el entorno soviético como “polaco”, su identidad judía fue un problema a su regreso a Polonia. Bauman se hizo miembro del Partido Comunista a partir de un profundo malestar ante la injusticia social; afín a una ideología política internacionalista como lo era el marxismo, el antisemitismo lo expulsó del ejército en 1953 y de la vida universitaria en 1967, despojándolo de su nacionalidad y colocándolo en situación de apátrida y exiliado en su propio país. La expulsión de la universidad y el desarraigo consiguiente gatillaron en Bauman la conciencia de su otredad y extranjería, y marcaron la inquietud inicial en torno a uno de los temas que serían también clave en su pensamiento: la identidad. En sus palabras: “No había lugar donde pudiera considerar que yo encajaba [...] En todos y cada uno de los sitios yo estaba [...] fuera de lugar” (Bauman, 2005a: 33).
En esas difíciles circunstancias, emigró a Israel, pero su estadía allí fue corta. Relaciones difíciles con el mundo académico israelí, falta de sintonía con el sionismo, rechazo al nacionalismo de ese país, desencanto con los vientos que ahí soplaban después de la Guerra de los Seis días, entre otras cosas, lo llevaron a emigrar nuevamente, instalándose desde principios de la década de 1970 en Inglaterra, sin sentirse parte cabal de ese país, aunque escriba en inglés (idioma que no es su lengua materna y que lo acerca a la extraterritorialidad lingüística a la que se refería George Steiner al reflexionar en torno a escritores como Borges, Beckett o Nabokov) (Steiner, 1971). Pero también en la Universidad de Leeds -ubicada en la periferia del sistema universitario inglés- mantuvo una distancia institucional y académica: su origen polaco lo dejaba al margen de las formas predominantes de la sociología, tradicionalmente dominada por académicos franceses, alemanes o estadounidenses. Se desplazó por la sociología, la filosofía y la antropología, rompiendo fronteras disciplinarias, y desarrolló sus reflexiones en los bordes de los grandes sistemas teóricos redondos y acabados. Tampoco perteneció nunca a la Asociación Sociológica Británica ni fundó una escuela sociológica. En sus propias palabras, confesaba: De hecho, nunca pertenecí realmente a ninguna escuela, orden monástica, familia intelectual, grupo político ni camarilla de intereses; no solicité admisión en ninguno de esos colectivos y, menos aún, hice nada especial para merecer una invitación de cualquiera de ellos; tampoco ninguno me reclamará como “uno de los nuestros” en sus listas de miembros [...] Me imagino que estoy condenado a seguir siendo un forastero hasta el final, pues carezco de las cualidades indispensables de un insider de los círculos académicos convencionales: lealtad a una escuela, conformidad con sus procedimientos y disposición a acatar los criterios de cohesión y regularidad refrendados por la escuela en cuestión. Y, sinceramente, no me importa (Bauman, 2012: 124).
Pero, aun desplazado entre naciones, hogares y lenguas, Bauman afirma con vehemencia: “Nunca he soñado en pertenecer” (Bunting, 2003) y reitera: La sensación de estar desplazado me ha acompañado hasta donde puedo recordar [...] Admito de buen grado que la condición de desplazado me ha parecido agradable, incluso profundamente satisfactoria y, considerando respecto a qué he sido desplazado, también una elección honesta éticamente loable (Bauman, 2012: 277).
En esta línea, ciertamente, la condición de extranjería fue para Zygmunt Bauman un mirador epistemológico privilegiado. El extranjero, en su ambivalencia, constituye una figura amenazante porque, al estar “afuera”, la suya es una atalaya externa desde la cual observar y evaluar a quienes están “adentro”. La extranjería es, ciertamente, no-pertenencia y precariedad, pero también es alteridad que permite develar lo oculto y lanzar una mirada lúcida sobre la opacidad de lo establecido. Ella es pérdida provisional y carencia de certezas, pero también distancia y contrapunto -desde los márgenes- a todo universo que se supone acabado o perfecto. La extranjería hace preguntas que nadie pregunta, cuestiona lo incuestionable, pone en tela de juicio lo indiscutible. La extranjería implica vivir en medio de la incertidumbre, hablar “desde otro sitio”, asumir el desarraigo como condición existencial. Desde esta posición de extranjería, a la que liga asimismo con una vocación universalista, Bauman, ajeno a toda adhesión a ideologías o perspectivas particularistas, desconfía de todo nacionalismo -a su juicio, fuente de las mayores perversiones sociales del siglo xx y espacio privilegiado para el desarrollo de tendencias totalitarias.
Aunque el interés académico de Bauman por el tema del “extranjero” se remonta a los inicios de su carrera, formulaciones más acabadas y precisas pueden encontrarse en artículos publicados a fines de los años ochenta e inicios de los noventa (Bauman, 1988a; 1988b; 1996) y, ciertamente, en los textos clave de su obra más reciente (Bauman, 2002; 2005a; 2005b; 2010) que dibujan la cartografía del paisaje social contemporáneo. Agudo observador de la realidad social, en una metáfora de dos palabras -“modernidad líquida”- condensó “el espíritu de los tiempos” y las formas de vida de la realidad que vivimos, impredecibles e inciertas, de contornos vagos e inasibles. Zygmunt Bauman fue el lúcido fotógrafo de un mundo en el que la desregulación económica, la proliferación de empleos inestables, el flujo de capitales extraterritoriales y volátiles, la flexibilización del mercado de trabajo y la pérdida de derechos sociales, la revolución científico-tecnológica, las transformaciones en las dimensiones de tiempo y espacio, la sustitución de la ética del trabajo por una nueva ética del consumo, el debilitamiento de la política y la precarización de la ciudadanía han generado un sentimiento de precariedad social, desconcierto e inseguridad ante un mundo que no ofrece seguridades a las que aferrarse y que lleva a los ciudadanos a ceder gustosamente su libertad en aras de seguridad, al tiempo que la desterritorialización física y cultural ha convertido a la extranjería en metáfora de la condición generalizada de desarraigo que caracteriza nuestra contemporaneidad en un mundo de diásporas, de flujos culturales y espaciales transnacionales, que problematizan las nociones de pertenencia y arraigo. La “modernidad líquida” constituiría, así, desde la perspectiva baumaniana, una “geografía de la extraterritorialidad” poblada de figuras en tránsito, en la que los flujos mó viles desdibujan las identidades fijas y las historias heredadas, convirtiendo a la extranjería en una experiencia humana extendida y universal.
En este sentido, Bauman escribe: “El mundo en que vivimos parece estar poblado principalmente por extranjeros: se diría que es el mundo de lo extranjero. Vivimos rodeados de extranjeros, entre los cuales nosotros también lo somos. En un mundo así, no es posible confinar a los extranjeros o mantenerlos a distancia. Es preciso convivir con ellos.” Y agrega: “La mayor parte de nuestros contemporáneos son extranjeros. Poco sabemos de sus vidas y menos todavía las comprendemos” (Bauman, 1994: 66).
Inscribiendo siempre su pensamiento en las problemáticas que están en el corazón de nuestras sociedades, mucho antes de que Gran Bretaña votara por el Brexit o de que Donald Trump llegara a la presidencia de Estados Unidos, Bauman alertaba sobre el debilitamiento de la democracia como régimen político que ya no genera la confianza de los ciudadanos, por su incapacidad para dar respuesta a problemas sociales en un clima social de incertidumbre y ansiedad. Si los pilares que apuntalaban al individuo en la “modernidad sólida” -un Estado fuerte, una familia estable, un empleo fijo- se han disuelto y si la inseguridad social y existencial se ha apoderado de la ciudadanía, el descontento social es proclive para la aparición de hombres (o mujeres, como el caso de Marine Le Pen) fuertes, “vendedores de ilusiones”, que prometen alternativas de matices totalitarios -un totalitarismo cuya memoria es ya ajena a la memoria social-, en una perversa transacción entre una oferta de seguridad a cambio de poder. Si a esto se agregan, señala Bauman, los gigantescos flujos migratorios en los que millones de seres humanos -por razones económicas o políticas- llegan a Europa o Estados Unidos, el miedo al inmigrante acrecienta y refuerza la incertidumbre social, convirtiendo a éste -la encarnación de la mayor vulnerabilidad- en un blanco fácil sobre el cual descargar la frustración y el resentimiento por vivir una existencia precaria.
Activo y lúcido hasta el final de su vida, Bauman dedicó uno de sus últimos libros (Bauman, 2016) a examinar las olas migratorias procedentes del Medio Oriente, África y los Balcanes, abalanzadas sobre Europa por conflictos bélicos, pobreza, persecuciones o violaciones de derechos humanos, agravadas hasta el límite por la migración de centenas de miles de personas huyendo de la persecución y los conflictos en Siria, Afganistán e Irak. Ciertamente, esta inmigración masiva desató, según Bauman, no sólo los demonios de la inseguridad y el miedo al Otro, sino la vulnerabilidad y desprotección de los propios residentes europeos.
Los recién llegados, que no necesariamente provienen de la pobreza, sino de guerras en las que han perdido su lugar en la sociedad, en su calidad de migrantes y refugiados actúan como espejo de los miedos del residente, interpelándolo desde el desamparo, pero confrontándolo con su propia extranjería. Porque ser extranjero no necesariamente significa venir de otro país. Extranjeros pueden ser también, según Bauman, quienes por efectos de la re-estructuración laboral (recesión, rebaja de salarios o desempleo) quedan condenados al deambulaje urbano o la pérdida de hogar o, en el mejor de los casos, a vivir en la proliferación de trabajos parciales, temporales y contingentes, aun en sectores profesionales. Si en la sociedad moderna la exclusión se vivía como una circunstancia temporal, en la sociedad globalizada propia de la “modernidad líquida” pasa a convertirse en permanente, cuando “las calles cuidadas se degradan, las fábricas desaparecen junto con los trabajos, las habilidades ya no encuentran comprador, el conocimiento se vuelve ignorancia, la experiencia profesional se vuelve una carga, las redes de relaciones laborales se desmoronan” (Bauman, 1996: 29). Extranjeros pueden ser también, en un mundo marcado por el consumo, los desempleados, las madres que viven del subsidio, los pordioseros e incluso las minorías indígenas (Bauman, 1999). En palabras de Julia Kristeva: “Todos estamos convertidos en extranjeros dentro de este mundo más ancho que nunca, más heterogéneo que nunca bajo su aparente unidad científica y comunicacional” (Kristeva, 1991: 126).
Las diásporas se han pluralizado, expandido y universalizado. La extranjería se ha vuelto, según Bauman -siguiendo a Sartre, Camus y Kafka- una condición humana universal: la mayoría de nuestros contemporáneos son extranjeros, nosotros mismos también. La extranjería no es sólo un desafío al aquí y ahora, sino que ella misma se ha convertido en cotidianeidad. Extranjero puede ser, así, cualquiera de nosotros, pues en un mundo signado por la incertidumbre y la provisionalidad, “hace falta muy poco para que el arraigado se vea arrancado de sus raíces y para que el feliz y sosegado pierda su lugar al sol”, en palabras de Elie Wiesel (Wiesel, 1991).
En este sentido, afirma Zygmunt Bauman, la extranjería se ha vuelto una condición humana universal. ¿Alguien puede decir hoy que “pertenece”? ¿Quién de nosotros tiene el suelo seguro bajo los pies? Frente a esta aterradora incertidumbre, los recién llegados, aun en su vulnerabilidad y carencia de derechos, condensan todas las amenazas; son los adversarios que encarnan todos los miedos y su aparición masiva hace consciente la fragilidad e inestabilidad de la presunta seguridad de la vida, atizando un clima político explosivo y un vuelco hacia los partidos nacionalistas y de ultraderecha. Los migrantes y refugiados, extranjeros que deambulan ilegalmente, sin garantías, sin documentos y sin protección alguna, provocan, así, una situación de pánico en los países receptores, redimiendo la autoestima de quienes, aun en una situación de precariedad social, “¿sí pertenecen?”, exacerbando el odio, las identidades excluyentes, la exclusión, el nacionalismo autoritario, el resentimiento, y el chauvinismo xenófobo que ocupan ahora un lugar preponderante en la vida pública. Odio y miedo alientan el rechazo del Otro, del extraño, del extranjero. La evocación nacionalista sustituye, así, los lazos de cohesión social perdidos al tiempo que el miedo al extranjero y la oferta de fortalecer fronteras se vuelven un capital político para exacerbar fervores racistas y xenófobos.
Zygmunt Bauman sabe de qué habla. Vivió desde su infancia el rechazo hacia el “Otro”. Vivió la guerra, la persecución, las purgas y el exilio. Marcado por las catástrofes del siglo xx (nazismo, estalinismo, antisemitismo), ubicado en los márgenes o extramuros de la academia institucional, indignado intelectual y moralmente por la indiferencia de la opinión pública frente a los que hoy sufren (migrantes y refugiados carentes de ciudadanía en un mundo dividido en estados territoriales que asocia derechos humanos con ciudadanía), Bauman exigía en sus últimos escritos que la opinión pública se comprometiera con los “outsiders”, los excluidos y los extranjeros. Con su potente voz crítica y elocuente, proveniente de haber conocido de cerca los peores excesos del siglo xx, Bauman le habla al presente y reivindica, una vez más, el potencial del pensamiento social: contribuir para que los seres humanos aspiren a que el mundo se convierta en un lugar mejor.
Sobre la autoraGilda Waldman es licenciada en Sociología por la Universidad de Chile, así como maestra y doctora en Sociología por la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la unam. Es profesora titular de la cátedra de Teoría Social en la misma Facultad. Es miembro del Sistema Nacional de Investigadores (sni), nivel ii. Sus líneas de investigación son: historia y memoria, literatura y sociedad, y teoría social. Entre sus últimas publicaciones destacan: “Apuntes para una cartografía (parcial) de la literatura latinoamericana a lo largo de los últimos cincuenta años. Del boom a la nueva narrativa” (Revista Mexicana de Ciencias Políticas y Sociales, 2016); “Memoria” (Léxico de la vida social, 2016); “Reflexiones (y una breve travesía literaria) por los desiertos de la frontera norte de Chile y México” (Cadernos de Letras, Brasil, 2016).