Los estudios de opinión pública de la región latinoamericana muestran que en la última década la inseguridad se convirtió en la principal preocupación ciudadana. Entre las dimensiones que se analizan, algunos gobiernos, organismos internacionales y la sociedad, culpabilizan a los medios de comunicación de acrecentar la preocupación por la recurrencia de noticias sobre delitos. Sin embargo, las evidencias sobre su incidencia son dispares, y los distintos tipos de recepción de una misma noticia están condicionados por una serie de variables. Este artículo retoma las principales discusiones sobre la recepción de los relatos mediáticos de la inseguridad a partir de estudios de países anglosajones y latinoamericanos. Se propone contribuir a la necesaria discusión sobre el papel de los medios y su vínculo con la opinión pública en este sensible tema.
Public opinion studies in Latin America show that in the last decade insecurity has become the main public concern. Among the arguments analyzed, we can see that some governments, international organizations and societies blame the media of increasing people's fear by continuously reporting on crime. However, evidence on its impact is unclear, and the different types of reception that emerge from the same news report are conditioned by a number of variables. This article discusses the main arguments over the reception of crime reports, based on Anglo-Saxon and Latin American studies. Thus, we propose to contribute to the discussion on the role of the media and its connection to public opinion on this sensitive subject.
El sentimiento de inseguridad, el delito urbano y el papel de los medios de comunicación constituyen escenarios de actuales —y candentes— debates para la opinión pública. La preocupación por el crecimiento del delito se incrementó en los últimos veinte años como consecuencia de la implementación de un nuevo modelo económico, y por los cambios que experimentó el propio delito. En consonancia, los medios de comunicación ampliaron la difusión de hechos policiales (tanto en cantidad como en espacio televisivo), lo que los posicionó, desde ciertos sectores de la opinión pública, como culpables del aumento del sentimiento de inseguridad.
Partiendo de estas premisas, en este artículo proponemos retomar los principales debates sobre el impacto de los medios de comunicación en el temor al delito. Para ello revisaremos la literatura de los estudios dedicados a investigar el tema, tanto en el campo anglosajón como en la región latinoamericana. Sabemos que los medios gráficos y audiovisuales poseen modelos enunciativos propios en cada soporte, pero aquí tomaremos las características más generales y regulares de ambos discursos con el fin de lograr reflexionar, en pocas páginas, sobre la problemática. El objetivo no es ni reafirmar ni negar el impacto de los medios, sino plantear ejes de debate que contribuyan a justipreciar su incidencia hoy.
La inseguridad, principal preocupación ciudadanaEn la última década, la inseguridad se ha posicionado como la principal preocupación ciudadana, tal como demuestran distintas encuestas de la región latinoamericana, que la ubican en el tope de las inquietudes nacionales al superar problemas como el desempleo, la corrupción o la inflación. Por ejemplo, un estudio diacrónico de la consultora Latinobarómetro muestra que la delincuencia se configura como el principal problema de importancia en la región que asciende, con vaivenes, desde 2004 en adelante.
Suele afirmarse que la inseguridad posee dos dimensiones: por un lado, la objetiva, que refiere a las tasas de delitos elaboradas con base en denuncias efectivas y en las encuestas de victimización (que recogen los hechos denunciados y los no denunciados); por otro, la dimensión subjetiva, que se refiere al grado de temor y a otros sentimientos expresados por los individuos, y que se miden en distintas encuestas ya incorporadas como una dimensión en las mediciones oficiales de victimización.1 En relación con los datos objetivos, el estudio de Latinobarómetro muestra que, si bien el subcontinente redujo la pobreza de 48.3% a 33.2% entre 1990 y 2008, la desigualdad sigue siendo muy profunda: el 20% más rico concentra 57.8% del ingreso. La medida usual de desigualdad, el coeficiente de Gini, alcanza valores en los países de la región que ningún país europeo y sólo uno en Asia soporta. Al mismo tiempo, 10 de los 20 países con mayores tasas de homicidios del mundo son latinoamericanos. En relación con la dimensión subjetiva, el mismo informe muestra que durante 2011, un promedio de 33% de los entrevistados aseguró haber sido él (o algún familiar) víctima de un delito, es decir, 1 de cada 3 latinoamericanos fue víctima o tuvo una víctima en su círculo familiar cercano durante el último año. En el cuadro expuesto a continuación, se evidencia que los países con mayor porcentaje de victimización son México, Perú, Argentina, Costa Rica y Colombia, con más de 38%.2
País | Nivel de Victimización | Tasa de Homicidio |
---|---|---|
México | 42 | 18.1 |
Perú | 40 | 5.2 |
Argentina | 39 | 5.5 |
Costa Rica | 38 | 11.3 |
Colombia | 38 | 33.4 |
Bolivia | 37 | 8.9 |
Brasil | 32 | 22.7 |
Ecuador | 32 | 18.2 |
Nicaragua | 31 | 13.2 |
Paraguay | 30 | 11.5 |
Uruguay | 30 | 6.1 |
Chile | 29 | 3.7 |
República Dominicana | 27 | 24.9 |
Fuentes: Latinobarometro 2011; Global Report on Homicides. unocd
De este modo, los datos de la consultora dan cuenta de los altos niveles de incongruencia entre el nivel de victimización y la tasa de homicidios en los distintos países, lo que muestra que no hay una relación necesaria entre victimización por distintos delitos, como hurtos y robos y homicidio. Por el caso, los países del cono sur tienen bajas tasas de homicidio pero niveles de victimización significativos.
Por otro lado, una preocupación que ha ido en aumento es la probabilidad de convertirse en víctima del delito. Esa sensación es en parte autónoma de los datos objetivos de criminalidad, ya que incluso países con altas tasas de delito se equiparan con otros con menores tasas, cuando se mide el temor. En promedio, durante 2011, casi 40% de los latinoamericanos aseguró que “todo o casi todo el tiempo” teme ser víctima del delito, mientras que 37% dijo que el sentimiento aparece “sólo algunas veces”.
Este fenómeno también se verifica en Europa, donde durante la última década el sentimiento de inseguridad aumentó de 22% a 28%, pese a que disminuyó la victimización. Estas cifras, de todos modos, son muy inferiores a las que muestra América Latina.3
Coherente con ello, la representación mediática del delito experimentó una transición cuantitativa y cualitativa, tanto en medios gráficos como audiovisuales. La noticia policial tradicional se ha convertido en “noticia de inseguridad” y adquiere nuevas características: generalización (“todos estamos en riesgo siempre y en cualquier lado”), fragmentación (un relato episódico de cada hecho, sin el contexto ni las causas generales), una creciente centralidad en las víctimas, frente a lo cual el debate sobre la criminalidad adquiere una fuerte emocionalidad, una figura que se repite como objeto de temor, el delincuente joven varón y pobre y la apelación a “olas o modas delictivas” (un tipo de delito que parece en cada momento ser el más frecuente, pero que cuando se controla con los datos objetivos, no suele haber variado mucho en su ocurrencia y su objetivo era generar un mayor impacto). Sin embargo, no hay acuerdo entre estudios que muestren una relación directa entre estos cambios y el aumento del temor ciudadano, aunque sí hay consenso en que los medios contribuyen a crear una agenda social sobre delitos existentes y riesgos posibles, como muestran distintos trabajos locales e internacionales.4 Este escenario permite inferir que la alta exposición mediática de lo criminal y de lo inseguro podría tener alguna incidencia en la expansión del sentimiento de inseguridad, e incidir por lo tanto en la opinión pública sobre este sensible tema.
En este marco, entendemos que la percepción que la opinión pública construye no sólo se da a través de la experiencia personal o de la información transmitida mediante las redes de comunicación interpersonal, sino también que está íntimamente relacionada con lo que los medios de comunicación transmiten. La percepción del delito y la inseguridad es influida tanto por el lugar que ocupa el tema en la agenda establecida por los medios como por el modo en que se realiza la cobertura del delito. La televisión, como experiencia vicaria central de la actualidad es una de las formas de victimización indirecta más importante.
El impacto de los mediosComo vimos, la percepción de la opinión pública acerca de la criminalidad y el delito aparecen como mayores de lo que realmente son cuando se evalúan estadísticas oficiales acerca de estas cuestiones. Se instala así el debate sobre si los medios “reflejan” lo que realmente sucede o más bien lo exageran.
No es una novedad la alta presencia de delitos violentos en los medios; sin embargo, menos claro es el impacto que esto tiene en la población. Sobre lo primero, vale la pena plantear las reflexiones de Lagrange acerca de la acusación a los medios de transmitir una realidad deformada. Él se pregunta sobre el ideal de transparencia mediática subyacente en tales acusaciones. Argumenta que los criterios de selección de los medios respecto del crimen no son muy distintos de los que los guía en otros ámbitos: se narra lo que sale de la cotidianeidad.5 Como lo demuestra Sherizen, la probabilidad de la cobertura mediática de un delito es proporcional a su rareza y no a su frecuencia.6 Lagrange se pregunta entonces: ¿Por qué los medios deberían guiarse por la frecuencia? ¿Por qué deberían decidir su elección por la distribución estadística? Afirma que los medios deben elegir hechos que permitan comprender la realidad; en tal sentido, propone abandonar la idea de “deformación” y pensar de otro modo en la relación entre medios y delitos. Una de sus preocupaciones es la disociación de cada noticia de su contexto y su puesta en uno construido donde, por ejemplo, un ataque de un joven a un anciano será un síntoma de problemas generacionales; varios hechos con un vago parecido serán considerados una “ola” de un tipo de delito. Una primera cuestión es que, si bien se acepta que la exposición a los medios contribuye a aumentar la preocupación por el crimen al configurar una agenda societal, no es tan claro el impacto sobre el temor personal. Los distintos estudios tienden a coincidir en la centralidad de los contextos de validación intersubjetiva. Para que haya temor, debería cumplirse, en primer lugar, una condición de resonancia: que la víctima sea alguien “común”, parecida a uno, azarosamente elegida, que viva en un barrio comparable al propio.
Una segunda línea de estudio se preocupa por el tipo de mundo que el consumo televisivo en general promueve. Los trabajos de Gerbner y su equipo mostraron la correlación entre mayor audiencia de televisión y el sentimiento de vivir en un mundo mezquino y riesgoso.7 La teoría del cultivo postula entonces que la experiencia indirecta adquirida desde el consumo televisivo suplanta muchas veces a la experiencia directa como fuente primaria para el desarrollo de las creencias sociales.
Desde esta perspectiva, se intentó delimitar las consecuencias que producen los mensajes televisivos no intencionales y destinados a un público masivo, y que cultivan en los televidentes ciertas asunciones básicas acerca de la realidad social y su funcionamiento. Se presume que cuanto más se exponga un individuo a la televisión, más también se parecerá su propia visión de la realidad a la presentada por ella. Con todo, no es un efecto mecánico: estos estudios también subrayan el imperativo de resonancia: el efecto de la TV es amplificado cuando la experiencia personal es similar a la que se ve en la TV. En este sentido, y a partir de nuevas investigaciones, una de las tesis más importantes de Gerbner es la que indica que el principal efecto de la exposición a la violencia mediática no es tanto el incremento de los comportamientos agresivos sino la profundización de las sensaciones de victimización, de riesgo y vulnerabilidad personal.
Heath y Petraitis muestran que esa imagen negativa del mundo es aplicable a todo el mundo, excluyendo el propio, que aparece, al menos parcialmente, preservado de la degradación moral.8 Las hipótesis de Gerbner también fueron desestimadas: Sparks argumenta que la visión de crímenes ficcionalizados contribuye a una idea de un mundo con un final en que la justicia se restaura y, por ende, esto ayuda a hacer frente al temor en lugar de acrecentarlo.9
A partir de estos avances, nos preguntamos cómo decodifican las audiencias la información sobre el delito urbano, qué impacto tienen las noticias de inseguridad en la vida cotidiana y qué usos le dan los telespectadores a este tipo de información. Estos interrogantes son algunos de los que organizarán el apartado siguiente, donde presentamos las principales discusiones acerca del papel de los medios de comunicación en el sentimiento de inseguridad.
Consumo de medios y el temor al delito: los debatesComo explicitamos en la introducción, nuestra intención en este artículo es presentar las principales discusiones de los estudios anglosajones pioneros en este campo de estudio, para, sin extrapolar los resultados a nuestra región, tomarlos como punto de partida y relacionarlos con las investigaciones latinoamericanas.
En los estudios anglosajones, consideramos que se han planteado distintos ejes de discusión en cuanto a los posibles efectos de las emisiones delictivas. Uno de los principales debates se centra en las variaciones en el impacto de las noticias policiales que se difunden por medios locales en relación con las cadenas nacionales. Aquí se abren dos miradas: la primera es la de quienes sostienen que en las ciudades más pequeñas (que no son metrópolis), las noticias nacionales sobre el delito no sólo no causarían temor, sino que además reforzarían un sentimiento de seguridad local (debido a que las noticias muestran generalmente un aumento del delito en las ciudades capitales).
En tal dirección, Liska y Baccaglini,10 en su investigación sobre el impacto de las noticias en diarios en distintas ciudades norteamericanas, acuñaron la idea de “sentirse seguro por comparación”. Los delitos mediatizados causan temor cuando las noticias son locales, mientras que cuando han sucedido en otros lugares, se refuerza la idea de que “acá no es tan malo como en otros lados” y, por ende, se refuerza la sensación de seguridad del hábitat; es decir, las noticias sobre robos o asesinatos en otros puntos del país lograban reforzar la opinión positiva sobre la seguridad del entorno o de la propia localidad, que se enaltecían por comparación.
En el mismo sentido, Eschholz, Chiricos y Gertz sostienen —luego de un exhaustivo trabajo que exploró la relación entre el consumo de noticias policiales y el miedo al delito en doce muestras de audiencias y seis tipos de programas— que las noticias policiales nacionales no provocan temor mientras que las locales sí.11 El realismo de las imágenes y la proximidad funcionan como rasgos influenciables, así como la frecuencia, es decir, la cantidad de veces que se repite la misma noticia policial. Otras investigaciones señalan que el consumo de noticias locales incrementa el temor al delito sólo en las personas que viven en barrios con altos índices de delitos violentos. La sensación de inseguridad tiene lugar cuando se produce algún tipo de confirmación entre lo que los entrevistados ven en la televisión y lo que perciben en su vida cotidiana.12
No obstante, algunos investigadores especializados relativizan la relación de las noticias en el miedo al crimen e incorporan otras variables que inciden en él, como la fuente que emite la información, la percepción de las noticias como “realistas” o “exageradas” y el lugar donde sucedió el delito.13 Cuando la gente confía en un canal de noticias o en un diario determinado, las noticias logran una credibilidad mayor que si la misma información es emitida por otros medios de menor confianza para la audiencia. Asimismo, la cercanía física con el lugar donde se cometió el delito, generalmente acompañada en los informes audiovisuales por un mapa virtual, opera como un mecanismo activador del sentimiento de indefensión y aumenta el temor. También es necesario considerar diversas variables sociodemográficas, como las tasas reales de delitos, la experiencia previa como víctima y la condición de género y edad que influyen en el modo del consumo.
Otro eje de discusión que podemos señalar se centra en las diferencias según los soportes que emiten las noticias de inseguridad, principalmente en medios gráficos y audiovisuales. En este sentido, la mayoría de los investigadores coincide en que los noticieros tienen una influencia mayor que los medios impresos en las percepciones y creencias de la gente, mientras que otras investigaciones encuentran que hay matices.
En general, las noticias delictivas en televisión suelen ser episódicas, es decir, se centran mayormente en los casos que afectan la vida cotidiana (asaltos en la calle, robos en propiedades, etcétera), mientras que los diarios privilegian una cobertura temática, que muestra tendencias delictivas y contextualiza los casos. Para Gilliam e Iyengar, la principal diferencia entre los dos estilos de coberturas se basa en el modo en que la audiencia o los lectores les asignan responsabilidad al origen del delito y a otros problemas públicos.14 En su investigación, encuentran que la cobertura episódica se relacionaba con televidentes que culpan del delito a autores individuales y apoyan penas más duras para los delincuentes en pos de preservar el orden del establishment. La cobertura temática, preponderante en los diarios, promueve, en cambio, una mirada a favor de las causas del delito como resultado de un problema social y, por lo tanto, genera opiniones críticas hacia las políticas estatales.
Grabe y Drew proponen una mirada interesante sobre esta cuestión. En su estudio de consumo de medios, muestran que, a diferencia de la lectura en diarios, las noticias televisivas inciden en las estimaciones del riesgo en un ámbito general (“el país es inseguro”) y no personal. Concluyen que el carácter sensacionalista del infotainment en la cobertura televisiva del crimen insensibiliza a la audiencia acerca de su propia vulnerabilidad.15
Un tercer punto de cuestión que plantean los estudios anglosajones se centra en la incidencia mediática según el género televisivo que se consume: series de ficción (crime drama), programas magazines, de entretenimiento, noticieros o reality shows de policías. Distintos géneros televisivos representan situaciones relacionadas con el mundo del delito, tanto desde la ficción como desde la no ficción, como películas, series, programas de debate, reality shows, programas magazines, documentales y de entretenimiento. Estos géneros, muy populares en el mundo anglosajón, se emiten en casi todos lados por medio de la televisión satelital y, en los últimos años, también gracias a la expansión de Internet. Por ejemplo, en los canales de cable proliferan series televisivas que recrean situaciones delictivas (crime drama), así como programas sensacionalistas, de entretenimiento o reality shows de policías. Algunos estudios especializados señalan que las series de ficción tienen más incidencia que los noticieros y aseguran que la audiencia de las series aprende el uso de medidas preventivas frente a ciertas situaciones (como casos de ataque sexual en la vía pública, o un robo a mano armada) de las representaciones ficcionalizadas. Otros le reservan un papel importante a la incidencia de los realities de policías tanto en la consolidación de una imagen estereotipada del criminal como en la configuración del sentimiento de inseguridad.16
Por último, un fuerte debate que plantean los estudios anglosajones es acerca de si la experiencia previa con el delito refuerza o, por el contrario, impide los efectos de los medios de comunicación. En su estudio, Gross y Aday encuentran que la audiencia que había tenido alguna experiencia con el delito aumentaba su temor a partir del consumo de la información delictiva. En las entrevistas se percibían a sí mismos más temerosos frente al delito violento, el uso de drogas, el delito de propiedad, y expresaban gran malestar en caminar solos por la noche en su vecindario. Los investigadores hipotetizan que hay un efecto de realce no sólo de la sensación de vulnerabilidad personal, sino también de distintos riesgos en general.17
En síntesis, las principales discusiones se hallan marcadas por los siguientes ejes: por un lado, el impacto de las noticias locales y las nacionales, la credibilidad en la fuente que emite la información, el realismo de las imágenes, así como la frecuencia y la atención; por otro, las diferencias en la recepción de noticias delictivas en distintos soportes y en los distintos géneros mediáticos; por último, otro punto de discusión es si la experiencia previa con el delito refuerza o impide los efectos de los medios masivos de comunicación. En este apartado, sistematizamos los avances sobre el tema de la literatura angloamericana, en el que desde hace más de veinte años se estudia el tema. En las próximas líneas, nos centraremos en los trabajos de la región latinoamericana acerca del papel de los medios de comunicación en las percepciones de la (in) seguridad ciudadana.
América Latina: la importancia del contextoLos estudios angloamericanos mostraron ciertas recurrencias que permitieron trabajar sobre ejes de debates acerca del tema. En la región latinoamericana, en cambio, la producción académica no es demasiado prolífica, lo que dificulta establecer debates tan claramente, aunque consideramos posible delinear aportes significativos al campo.
Como señalamos en el primer apartado, la región presenta ciertas particularidades, como las altas tasas de delito y del sentimiento de inseguridad. La preocupación por la inseguridad es más relevante que en los países centrales, y la experiencia con el delito, más cercana y frecuente. Lo anterior incide en que el nivel de preocupación de los gobiernos y de los especialistas sobre el impacto de la inseguridad sea mayor. En relación con los medios, las representaciones tienden a ser realmente sensacionalistas, conservadoras y, en algunas naciones, lisa y llanamente macabras, como muestran distintos estudios que han indagado en los contenidos de la noticia policial.18 Además, se agrega la polarización entre medios oficialistas y opositores en ciertos países: allí la información sobre inseguridad entra dentro de las controversias y cuestionamientos sobre los modos de informar.
Un dato destacable es que los ciudadanos prestan mucha atención a las noticias. Entre quienes leen y miran más noticias se encuentran Uruguay (81.3%), Panamá (79%), Jamaica (78.5%) y Costa Rica (78.5%). Le siguen, entre otros, Chile y Perú (72.4%), Argentina (61.6%), México (55.4%) y Brasil (53.6%).19 Las personas con mayor nivel de educación, quienes viven en áreas urbanas, los hombres y los que están más interesados en política consumen más noticias. Por el contrario, los de menores recursos económicos o aquellos que viven en áreas rurales suelen estar menos interesados. El mismo informe relevó el nivel de confianza y credibilidad que los ciudadanos le otorgan a los medios de comunicación. Entre los que más confían están los entrevistados de Brasil (69.9%), Uruguay (69.1%), Chile (66%) y Costa Rica (65.7%). Por otro lado, los de Perú (55.1%) Bolivia (55.3%) y Argentina (53.6%) se ubican entre los más escépticos, aunque, el promedio de confianza es alto en toda la región y los medios se ubican entre las instituciones que concitan más aprobación en un subcontinente escéptico de sus instituciones;20 es decir, a pesar de que los medios están en el centro del debate, perdura una importante confianza en ellos.
En el próximo apartado, presentamos los principales aportes de las investigaciones latinoamericanas, agrupadas según algunas dimensiones que han tenido mayor impacto en la región.
Cercanía y credibilidad de la fuenteLos estudios cualitativos de la región permiten dilucidar las variaciones del impacto de las narrativas delictivas según el grado de cercanía o de distancia que las audiencias establecen hacia las víctimas y los victimarios. Así lo ilustra el trabajo de Schramm en una etnografía de audiencias jóvenes sobre el caso del “Indio Galdino” (un líder indígena que fue quemado vivo por cinco jóvenes de clase media alta en Brasilia).21 El grado de cercanía y familiaridad o distancia de las audiencias con la víctima y los victimarios resultó determinante: los adolescentes que mantenían identificación de clase con los jóvenes acusados por el asesinato se mostraban afectados de un modo particular e intentaban defender a los imputados porque actuaron “por presión del grupo”. Para otros, la distancia que los separa de los asesinos era más significativa y se promovían una identificación con la víctima. En otras palabras, la relevancia del contexto personal en la interpretación de la noticia es una de las conclusiones más importantes de la investigación: el grado de cercanía y familiaridad o distancia de las audiencias con las realidades planteadas en las noticias resultó determinante a la hora de ejercer valoraciones.
También en un estudio que realizamos en Buenos Aires, en dos barrios con alta percepción de temor al delito, las noticias policiales que lograban mayor pregnancia en la audiencia eran aquellas cercanas o que establecían alguna empatía con la víctima. Recibir desde un noticiero la información de un delito “cercano” es uno de los factores que configuran la “presión ecológica”, ya que la noticia actúa como anticipación de una eventual victimización personal y, por ende, es una fuente de temor.22
Ahora bien, ¿qué sucede con la recepción de noticias de inseguridad en contextos barriales que presentan altos índices delictivos? Investigadores de Costa Rica realizaron grupos focales en La Carpio, un barrio de la capital señalado por los medios como foco del delito.23 Para la mayoría, la estigmatización mediática se traducía en un sentimiento de vergüenza y tendía a percibirse desde las categorías que los medios y otras instituciones habían generado sobre los habitantes. A su vez, algunos sujetos entendían que el interés de los medios por la criminalidad se vinculaba con la posibilidad de “aumentar el rating”, y el principal sentimiento que provocaban estas emisiones no era el temor por la inseguridad, sino el “dolor por los hechos de violencia que ocurren en el barrio y que son amplificados por los medios”; es decir, los individuos no reciben de forma pasiva los discursos negativos sobre sus espacios, sino que confrontan con ellos y producen sus propias reelaboraciones. En síntesis, los medios inciden en las percepciones de la seguridad siempre que exista una consonancia intersubjetiva, algún tipo de confirmación entre la información que reciben de la televisión y lo que perciben en su vida cotidiana. La clase social, la propia reflexividad como consumidor de noticias, las identificaciones de clase y de edad, y la consonancia subjetiva entre lo que las noticias muestran y la percepción de la realidad circundante inciden en las variadas formas de recepción de los medios.
Otros estudios señalan que el encuadramiento, la forma en que se presenta una noticia influye en su decodificación, lo que se conoce como estudios de framing, que podría traducirse como encuadre o enmarcación. En relación con la inseguridad, el impacto tiene que ver con la contextualización de la noticia o su falta, la relevancia del tema de la juventud, la droga o el crimen organizado, y distintos elementos del encuadre que inciden en la generación de temor, crítica o xenofobia en el público. Una misma noticia, con un encuadre distinto, tendrá un impacto más vinculado, por ejemplo, al atribuir el delito a problemas sociales o a la droga, o a culpar a grupos que resulten estigmatizados por esos mismos encuadres.
En la especificidad de las noticias sobre inseguridad, podemos hablar de un “efecto framing”, que se vincula con los procesos de atribución de responsabilidad: las creencias sobre las “causas” del delito y sobre los responsables de su “tratamiento”. Los encuadres noticiosos influyen en las actitudes, en las creencias y en el nivel de complejidad cognitiva con que las personas reflexionan sobre los asuntos sociales.
Un claro ejemplo de la aplicabilidad de esta teoría es, a nuestro entender, el estudio dirigido por Igartua, en el que un grupo de personas fue expuesto de manera experimental a una noticia sobre los inmigrantes en España. A un grupo se le mostró una noticia con un encuadre basado en el conflicto (donde se vinculaba la inmigración con el incremento de la delincuencia en el país), frente a otro grupo que leyó la noticia con un enfoque económico (donde se destacaba la contribución económica de los inmigrantes en el país). El resultado fue que el primer grupo desarrolló un mayor porcentaje de ideas centradas en la vinculación entre inmigración y delincuencia (“hay una situación de gran inseguridad en España”) y, de manera complementaria, una menor proporción de pensamientos relacionados con la contribución económica de la inmigración para el país. Además, se generaron más respuestas de crítica respecto de la inmigración (“la delincuencia aumentará si crece el número de inmigrantes”) y consideraban en mayor medida que recibir ciudadanos extranjeros constituía un problema importante para el país. Para los investigadores, estos resultados manifiestan que la manera de enfocar una noticia genera efectos cognitivos y actitudinales. “El tipo de encuadre ejerció un efecto significativo en la canalización cognitiva, en la percepción de importancia de la inmigración como problema, en la opinión general hacia la inmigración y en las creencias sobre las consecuencias para el país”.24
En síntesis, los encuadres de los textos manifiestan la ausencia o presencia de ciertas palabras clave, fuentes de información o imágenes. Asimismo, los receptores poseen esquemas propios, que pueden o no coincidir con los de los periodistas y los textos, por lo que la cultura es como un “almacén” de frames que se suelen invocar con regularidad.25
El lugar de los medios en la percepción de seguridad en el país y en el barrioComo explicitamos en la introducción, el Latinobarómetro muestra que en todos los países la percepción de inseguridad en el país es mucho mayor que la percepción de inseguridad en el propio barrio o comuna de residencia. Un análisis diacrónico arroja que el porcentaje de población que considera que la delincuencia aumentó en el país se mantiene en niveles casi constantes en los últimos diez años: en 1995 lo pensaba 80%; en 2001, el guarismo llega a 93%, y luego desciende paulatinamente hasta 83% en 2011. Paradójicamente, los datos muestran que, en promedio, ese año, 64% de los latinoamericanos admitió que se sentía “muy seguro” y “medianamente seguro” en su barrio. La percepción de un aumento general del delito coincide con una sensación de relativo aseguro local. En este punto, debe reflexionarse sobre el impacto de los medios en explicar esta discordancia, a partir de algunos ejemplos. Al explorar la relación entre los consumidores de noticias delictivas en televisión y la valoración de la seguridad del país en Costa Rica, se encontraba una asociación consistente entre ambas variables: 78.3% de quienes miraban noticieros consideraron que el país era “nada o poco seguro”; en contraste, este porcentaje disminuía frente a la percepción local. Mientras tanto, un 66.7% de quienes no se informaban por televisión valoraban al país como “nada o poco seguro”. En Colombia, Jorge Bonilla Vélez y Omar Rincón estudiaron el impacto de las noticias policiales en jóvenes. En una investigación exploratoria dirigida por Jorge Bonilla Vélez y Omar Rincón,26 se les propuso a jóvenes de entre 15 y 20 años que mencionen programas considerados violentos, y los noticieros obtuvieron el primer lugar. Los investigadores consideran que este fenómeno se debe a que la información televisiva desempeña un papel fundamental en la presentación de la violencia (asociada a la guerrilla) como problema público, que logra transmitirle a la audiencia joven “los asuntos de violencia sobre los cuales hay que pensar”; es decir, entienden que hay un efecto de agenda setting,27 ya que los temas relevantes tanto para los noticieros como para los jóvenes fueron los relacionados con guerras, terrorismo, asesinatos, masacres, corrupción política e inseguridad por los grupos guerrilleros. Por un lado, los jóvenes aseguraban que la violencia que miraban en las noticias “no les parecía lejana”, y que era un reflejo de su país, pero cuando se indagó sobre la seguridad en su propio barrio, la mayoría afirmó que no identificaban su cotidianeidad con lo que mostraban los noticieros.
Cabe agregar una particularidad de la región centrada en que la cuestión de la inseguridad no es exclusividad de las grandes metrópolis y se ha extendido a ciudades intermedias y pequeñas; por ende, las noticias nacionales difunden también lo que sucede en otros lugares del país u otros barrios. Más allá de que se perciba o no en el presente y en el lugar donde se viva, un juicio que aumenta es que en el futuro la situación va a empeorar, al extenderse la inseguridad al lugar. Por ejemplo, en un pequeño pueblo absolutamente tranquilo a 500 kilómetros de Buenos Aires, observamos que la influencia central era la televisión y la presentación diaria en los noticieros nacionales del “saldo de inseguridad” de la jornada, centrado en Buenos Aires.28 A esto se agregaba las noticias y rumores sobre hechos acaecidos en las ciudades intermedias cercanas. En torno a la recurrente imagen mediática de la “ola de inseguridad”, se generaba inquietud por el probable desplazamiento de dicha ola hasta el tranquilo pueblo, porque “la policía los corra” y se vayan al interior buscando “nuevos lugares donde la gente no esté tan precavida”, o porque primaba la idea de un contagio: una suerte de evolucionismo degradatorio desde los centros urbanos mayores hacia los más pequeños. En otras palabras, se afirmaba la seguridad objetiva del lugar, pero la inseguridad subjetiva ya se había instalado. Es preciso entonces analizar el impacto de los medios en ciudades grandes, intermedias y pequeñas porque posiblemente esté mostrando una influencia importante en la imagen generalizada de países peligrosos.
Reflexiones finalesEn este artículo, presentamos un recorrido conceptual y teórico de los estudios sobre los medios de comunicación y la inseguridad que indagaron en el tema desde la perspectiva recepcióncirculación de estos contenidos. La revisión de literatura que conformó esta articulación teórica no pretendió ser exhaustiva, sino que recuperó aportes específicos sobre la recepción mediática de la inseguridad, y estuvo circunscrita mayormente a las producciones académicas latinoamericanas que trabajaron en el tema. Las distintas investigaciones muestran el modo en que los discursos mediáticos de lo inseguro se imbrican en la vida cotidiana, incidiendo sin dudas en la opinión pública acerca del delito.
Como vimos, tanto los estudios angloamericanos como los latinoamericanos intentan discernir el papel de los medios en la construcción de la inseguridad como un problema público de importancia. A la hora de hacer un balance, sin embargo, las dimensiones que se entrecruzan en cada estudio varían, lo que dificulta establecer algún tipo de generalidad en el campo. A este panorama, se suma el problema metodológico, ya que las investigaciones latinoamericanas utilizan técnicas cualitativas, mientras que los angloamericanos priorizan métodos cuantitativos para sus análisis.
Sin embargo, los estudios que relevamos y sistematizamos en este artículo muestran que el papel de los medios es importante en la construcción de la inseguridad como una preocupación ciudadana estable, tal como muestran las encuestas de opinión pública. Pero hay matices.
Los distintos tipos de recepción que surgen de una misma noticia se hallan condicionados por una serie de variables. En primer lugar, por la evaluación que el público hace del medio en cuestión, a partir de distintos grados de confianza previos. En segundo lugar, por una serie de variables ligadas a los propios individuos, en particular, la experiencia de victimización y la percepción de cercanía o lejanía geográfica y/o social con el caso noticiable, y otras como el género, la ideología socio-política y la edad, específicamente.
En síntesis, consideramos que el sentimiento de inseguridad es un analizador válido para pensar las formas de percepción de la realidad, puesto que el individuo está obligado a definir cuán seguro o inseguro es el mundo a su alcance, y los medios desempeñan un importante papel en este proceso. La percepción de espacios, momentos y grados de inseguridad será un dato imprescindible para realizar —o dejar de realizar— determinadas acciones. No sólo las prácticas individuales, sino que una determinada definición de la seguridad se negocia en el ámbito privado-familiar, a fin de permitir o vedar comportamientos de los otros cercanos. Esta definición de la seguridad/inseguridad del entorno se le impone al individuo con la fuerza de lo real, sin ser un mero reflejo de la situación de seguridad objetiva del lugar en que se vive y se transita.
Por otro lado, el temor al crimen permite pensar en cuestiones ligadas a la política. La relación entre preocupación securitaria y cultura política es un tema central sobre el cual estudios recientes en Francia marcan un punto de inflexión. Robert y Pottier, en un trabajo con base en encuestas de opinión, publicado en 1997, muestran la persistencia durante dos décadas de un “complejo conservador” en el que se aglomeraban la preocupación securitaria, el rechazo al aborto, la xenofobia y el apoyo a la pena de muerte.29 Ciertos atributos hacían las veces de “antídoto” durante todo ese tiempo en contra de tal síndrome conservador: ser de izquierda, tener mayor capital cultural, ser ateo o agnóstico. Esto cambia en un estudio más reciente, publicado por los mismos autores. Emerge un nuevo grupo, los “neoinseguros”, para quienes se autonomiza la cuestión securitaria de los otros elementos del síndrome autoritario y se ubican dentro de los grupos antes exorcizados de tal preocupación.30 La extensión de la preocupación securitaria parecería tener un poder de corroer diferenciaciones políticas persistentes hasta hoy. Figura 1
Aquí se observa una diferencia con los trabajos realizados en países centrales, donde el temor al delito se halla menos extendido y, en general, tiende a coincidir con los sectores punitivos. Cuando la preocupación por el delito se expande, como ha sucedido en América Latina, la inquietud por el tema se procesa a partir de las ideologías previas. No obstante, hay un proceso de sedimentación por el cual existe una presencia constante de la preocupación por el tema en la vida cotidiana y en los medios, lo que tiende a generar un paulatino corrimiento hacia posturas más punitivas. Figura 2
Temor a ser víctima de un delito Total América Latina 2007 - 2011 - Totales por país 2011
P. ¿Cuán frecuentemente se preocupa Ud. de que pueda llegar a ser víctima de un delito con violencia?
¿Todo o casi todo el tiempo, algunas veces, ocasionalmente, nunca?
Fuentes: Latinobarómetro 2007 - 2011.
En efecto, el sentimiento de inseguridad es un problema en nuestra región, además del delito mismo. Los medios tienen un lugar en él. No son responsables del todo, claro está, pero tam-poco tienen un lugar neutro. Los medios inciden, pero con tasas de delito altas, sin confianza en instituciones como la justicia y la policía, el temor seguirá liderando en la agenda pública y mediática. Figura 3
Más allá de esta dicotomía a modo expositivo, en este artículo entendemos la inseguridad como una percepción o un sentimiento, ya que, cuando las tasas de delito bajan, el sentimiento de inseguridad sigue estable o incluso se incrementa. Eso demuestra que el concepto de inseguridad “expresa una demanda, la sensación de una aporía en la capacidad del Estado de garantizar un umbral aceptable de riegos que se perciben ligados al delito” (26). Ver Gabriel Kessler y Denis Merklen, “Una introducción cruzando el Atlántico”, en Robert Castel, Gabriel Kessler, Denis Merklen y Numa Murard, Individuación, precariedad, inseguridad: ¿desinstitucionalización del presente?, Paidós, Buenos Aires, 2013.
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