Mingitorio: del latín mingere, mear, orinar, miccionar, pi-piar, etc. Dícese del recipiente, receptáculo, aditamento, vasija, etc. Diseñado o destinado para recibir la orina en el acto de la micción.
Pocos o casi ningún dispositivo guardan tanta relación con la función primigenia del sistema urinario, especialmente del género masculino; como el Mingitorio (así con mayúscu-la), dada la extraordinaria importancia que se debe dar a la adecuada disposición del líquido llamado orina.
Seguramente en la prehistoria y épocas afines, la evacua-ción del contenido de la vejiga se realizaba en cualquier si-tio como podría ser a campo abierto, o en algún rincón de la caverna donde habitaban estos antepasados nuestros. Aun-que no se debe ignorar que esta actitud persiste hasta nues-tros días, ya que es frecuente ver a algunos congéneres realizando tan importante función, en plena calle, o “escu-dados” en algún poste, una barda, la puerta de un auto o entre dos vehículos estacionados; con el riesgo de ser sor-prendido por algún agente del orden, con las previsibles consecuencias. En alguna ocasión asistí a una boda, a invita-ción de un paciente; realizada en un lugar bastante rústico y cuando con mucha propiedad le inquirí al anfitrión sobre la localización de los baños, su respuesta fue: “saliendo de este salón (que era una bodega), todo es baño”.
Por lo anterior se puede concluir que este tema ha tenido una larga y constante evolución, de acuerdo a las culturas, época y geografía, así como a los usos y costumbres corres-pondientes (figs. 1, 2 y 3).
En épocas tan remotas como durante el imperio de Clau-dio en Roma, se implementó un dispositivo que denomina-ron mingere prestorium y el que en manos de un sirviente asistía continuamente a su amo, quien padecía una inconti-nencia urinaria extraordinariamente intensa.
Es conocido que en la época de los Luises, reyes de Fran-cia, era costumbre tener personal, que armados de un elegante orinal, recorrían los salones o jardines, para el ser-vicio de los comensales, que sin interrumpir sus charlas o actividades, pudieran aliviar las condiciones de una vejiga pletórica.
Mención especial merece un sacerdote católico francés de nombre Louis Bourdaloue (1632-1704), quien propició que para la función miccional de las damas de esa época se fa-bricaran mingitorios portátiles de configuración adecuada, para ser usados debajo de la gran cantidad de faldas y crino-linas que vestían tan encopetadas féminas y no tuvieran que abandonar el lugar donde el prelado en cuestión impartía unos larguísimos sermones; por esto se le llamó a este arte-facto: orinal de Bourdaloue o simplemente Bourdaloue.
De igual manera era habitual que en las cantinas de nues-tro país de los siglos XIX y XX, existiera entre la barra y los bancos correspondientes, un canal en el piso, donde los clientes pudieran orinar sin tener que interrumpir tan im-portante actividad. El aseo de las manos antes o después, carecía de importancia.
Por tanto podemos deducir que tan importante adminícu-lo ha tenido una larga evolución en cuanto a formas, mate-riales, sistemas que han caracterizado los diversos modelos de mingitorio a lo largo de su historia.
Existen referencias fotográficas, pictóricas, orales de la inmensa variedad de formas y ornamentación o austeridad que han tenido los orinales en su larga evolución; se han fabricado en maderas, desde las más humildes hasta las más finas y preciadas; en barro, cerámica y porcelana; en pel-tre; en latón, en bronce, plata y hasta en oro. En épocas más recientes se fabricaron en materiales que ofrecieran resistencia, durabilidad y disminución en su costo, como pu-dieran ser las diferentes opciones de los plásticos.
Las clases de poderío económico notable realizaron verdaderas obras de arte en la elaboración de estos orinales, logrando entornos de extraordinario valor arquitectónico.
La creatividad de los artesanos de diferentes países ha lo-grado plasmar su ingenio, humor y especial enfoque en varia-dos ejemplos de estos artefactos, ya sean fijos o móviles.
No se puede ignorar la sabia sentencia de que “la necesi-dad es la madre de la inventiva” y esto se corrobora cuando se encuentra que una lata de chiles jalapeños “La Costeña” o “Gálvez”, se constituyan en una magnífica, cuanto econó-mica nica y que un garrafón de agua purificada, adecua-damente recortado y fijado a una pared sean un muy servi-cial mingitorio.