El cine es un recurso de gran valor para reflexionar sobre diferentes aspectos de la ciencia. La bioética, por ejemplo, ha encontrado en algunas producciones cinematográficas con temática médica una vía para analizar las implicaciones éticas de situaciones que pueden darse en la práctica clínica.1 Los Estudios Sociales de la Ciencia y la Tecnología, por su parte, han puesto el foco de atención en películas en las que la ciencia está de una u otra forma presente con el objetivo de comprender las creencias y actitudes que la sociedad tiene respecto a ella.2 Los comunicadores, en cambio, se centran en el potencial que tiene el cine para transmitir de manera accesible aspectos teóricos o prácticos del ámbito científico al público no especializado.3
El séptimo arte no se ha olvidado de los dentistas. Son varias las películas en las que un odontólogo tiene un papel protagónico, como Flor de cactus, Sonrisas de New Yersey, El dentista o Thumbsucker. También hay otras que, si bien no se han servido de la odontología como un elemento central dentro de la trama, nos han regalado escenas memorables que acontecen en la clínica, como La pequeña tienda de los horrores, Marathon Man o Buscando a Nemo. Esta representación de la odontología en el cine no ha pasado desapercibida y ya se pueden encontrar estudios sobre la imagen de la disciplina que se proyecta al público.4 Además existen proyectos de visualización de películas con temática bucodental con propósitos académicos y educativos. El Festival de Cine y Dentistas, organizado en España por el Colegio de Dentistas de Navarra, constituye una audaz apuesta por ofrecer a la sociedad una imagen amable y lograr una mejora del conocimiento de los legos sobre la profesión mediante la proyección de películas y cortometrajes en los que se muestra la vida de algún dentista, situaciones típicas o paródicas de la práctica odontológica o características de la clínica, las técnicas y el instrumental.
La presencia de la odontología en el cine, debería ser considerada por el gremio como una oportunidad para analizar la imagen negativa que de la profesión tiene una parte de la sociedad. Esto porque, aunque los temas tratados son variados, no puede negarse que el más recurrente es el del miedo que provoca tener que ir a la consulta del dentista. El problema es que la representación en el cine de esta aversión no sólo es fruto de una imagen que se ha ido construyendo e imponiendo progresivamente, sino que además la consolida y prolonga.
En películas clásicas del cine mudo pueden encontrarse ya algunas expresiones de esos miedos. En Laffin Gas, de Charles Chaplin, un dentista le suministra óxido nitroso a un paciente para sedarlo antes de proceder con la intervención. Esta escena tiene gran valor histórico, pues muestra en 1914 la utilización clínica del NO2, producido por Humpry Davy en 1880. No obstante, lo más interesante sucede cuando el odontólogo se excede en la dosis dejando al paciente con un descontrolado ataque de risa, lo que obliga al genial Chaplin, ayudante de la clínica, a golpearle en la cabeza para acabar con sus carcajadas. Las técnicas de sedación para evitar el dolor en las prácticas quirúrgicas quedan exhibidas así como un elemento que causa recelo debido a la sospecha de la falta de pericia de los facultativos y a la imaginación de las consecuencias negativas que puede acarrear un mal uso del instrumental.
Otro de los miedos reflejado en el mismo film es el de quedar expuesto a alguien que no tiene siquiera credencial para ejercer la profesión. En una escena posterior de la película, el ayudante suple al odontólogo y trata a diversos pacientes sin tener el conocimiento suficiente, ni estar facultado para hacer ninguna intervención por sí mismo. En una atmósfera magistralmente cómica, Chaplin exhibe la desconfi anza que suscita el desconocimiento de la identidad y bagaje profesional de un dentista a quien visitamos por vez primera. Una situación similar la encontramos en otro clásico del cine mudo, Avaricia, de Erich von Stroheim. En este largometraje de 1924, el protagonista abre una clínica sin tener la titulación oficial. El problema del intrusismo, grave en cualquier área profesional, se agudiza en una práctica que en muchas ocasiones involucra un considerable dolor y en la que la que está en juego la salud y el bienestar del paciente.
Estas primeras representaciones de la odontología en el cine fueron sucedidas por producciones donde queda fijada la imagen del dentista como alguien que genera miedo. El gabinete clínico dental se convierte en un espacio de tortura, el dentista en un psicópata con bata blanca cuyo mayor placer es el dolor ajeno y el paciente en la víctima de prolongados tormentos bucales. En 1960, en La pequeña tienda de los horrores de Roger Corman, un dentista trastornado ejerce alegremente su profesión con el único objetivo de dañar a sus pacientes. Sólo un personaje masoquista como el que representa un jovencísimo Jack Nicholson disfrutaría del dolor de esa enajenada praxis cuyo resultado es una ridícula boca desdentada. La década siguiente se exhibe en los cines Marathon Man, de John Schlesinger. Esta película ha dejado en la memoria de los espectadores una de las escenas más reconocidas de dolor infligido en una silla dental. En esta ocasión es Dustin Hoffman quien sufre la tortura a manos de Laurence Olivier, quien da vida a un personaje basado en el Doctor Mengele, responsable de los crueles experimentos médicos llevados a cabo en los campos de concentración del Tercer Reich. La imagen de psicópata llega a su paroxismo en 1996 con El Dentista, de Brian Yuzna. Sin tener la calidad de las anteriores, la película muestra los trastornos mentales de un dentista que se venga de la infidelidad de su esposa en las bocas de sus pacientes.
Estas tres últimas películas representan el miedo que nos produce desconocer la salud mental de quien tiene a su cuidado una parte tan íntima y sensible de nuestro cuerpo como la boca. Las dos anteriores mostraban el recelo de no conocer la pericia, habilidades, experiencia y credencial experta del facultativo. Conocer este tipo de representaciones permite plantear estrategias de relación con el paciente para mitigar sus temores. Ante una primera visita, el odontólogo podría reducir la desconfianza comunicando de manera amigable algunos datos significativos de su experiencia académica o profesional. Para despejar cualquier duda sobre su salud mental, podría mostrar una actitud amable, sosegada y comunicativa.
En definitiva, se invita a la comunidad de odontólogos a que conozcan las manifestaciones culturales en las que aparece algún aspecto de su profesión y las utilicen para mejorar su imagen pública. En el caso de los miedos, la proyección recurrente de la figura del dentista como un personaje no confiable, les hará comprender mejor los motivos por los que mucha gente teme la consulta bucodental y estará en condiciones de desarrollar estrategias para aumentar la confianza, reducir los miedos y mejorar la atención de sus pacientes.
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