La hipertensión pulmonar (HP) es un estado hemodinámico y patofisiológico que puede hallarse en diversas enfermedades clínicas, las cuales han sido clasificadas en seis grupos clínicos, con características definidas, de acuerdo con la última clasificación de Dana Point 20081.
La hipertensión arterial pulmonar representa la enfermedad que comprende a las entidades agrupadas en el grupo clínico I —compartiendo todas ellas un cuadro clínico similar y unas alteraciones patológicas idénticas a las presentes en la microcirculación pulmonar2—. Es, por tanto, este grupo I en el que se han centrado la mayoría de las publicaciones al respecto, debido a la disponibilidad de nuevos tratamientos específicos, que consiguen incrementar la supervivencia de estos pacientes con hipertensión arterial pulmonar, como objetiva el reciente metaanálisis realizado de Galié et al3.
Este impacto descrito en la supervivencia resulta, pues, de crucial importancia al enfrentarnos a una enfermedad rara (se estima una prevalencia de 15 casos por millón de habitantes) de fatal pronóstico —con una mediana de supervivencia inferior a los 5 años en la hipertensión arterial pulmonar idiopática—. Además, sigue siendo diagnosticada todavía en estadios avanzados (clases funcionales III y IV de la Organización Mundial de la Salud), como demuestran los diversos registros —incluyendo el español REHAP—, y para la que no existían fármacos realmente eficaces, exceptuando el epoprostenol y los bloqueantes de los canales de calcio, en los escasos pacientes que responden a éstos4.
Por otra parte, el concepto de actividad física y de entrenamiento de pacientes con HP se ha modificado sustancialmente en los últimos años5-14. Tras unas pautas iniciales conservadoras que restringían su realización a actuaciones moderadas, Mereles et al demostraron el beneficio —en términos de ejercicio y calidad de vida—, mediante un entrenamiento respiratorio en un estudio aleatorizado prospectivo de 30 pacientes con HP severa sintomática15.
Como resulta de sobra conocido, la evaluación de la capacidad funcional y de la tolerancia al ejercicio puede proporcionar una valiosa información diagnóstica y pronóstica en diversas enfermedades respiratorias, entre las que se encuentra la HP. Tradicionalmente, se ha venido empleando de forma generalizada el test de la marcha de los 6 minutos, un test de ejercicio submáximo práctico y sencillo de realizar, que permite además evaluar la eficacia de los nuevos tratamientos vasodilatadores específicos, si bien no se encuentra exento de ciertas limitaciones, como el posible "efecto techo" o su ausencia de validación en los pacientes más jóvenes16-19. Es en este último grupo de pacientes —junto a su utilización en proyectos de investigación— donde la ergoespirometría se va posicionando como la mejor técnica disponible en la evaluación de parámetros derivados de la capacidad aeróbica y de la eficiencia ventilatoria de pacientes con HP, como recogen las últimas guías y consensos publicados20.
Los estudios en población general indican que la práctica de una actividad física regular, estable y moderada ayuda a mejorar, tanto la salud física como la psicológica, incrementando así la calidad de vida. La determinación y mejoría de la actividad física cotidiana resulta también de especial importancia en la evaluación del impacto de ciertas actuaciones terapéuticas, especialmente en aquellos pacientes con HP y clases funcionales más avanzadas de la Organización Mundial de la Salud (III y IV), para los cuales no siempre puede ser posible la aplicación de las pruebas diagnósticas reseñadas con anterioridad.
En la actualidad, disponemos de numerosos métodos para valorar la actividad física diaria, tales como la observación directa, los cuestionarios y diarios autoadministrados, las técnicas de radioisótopos, el seguimiento de la frecuencia cardíaca, los podómetros y los acelerómetros. Estos últimos, a través de la medición del vector de desplazamiento, permiten realizar un registro continuo de la actividad durante varios días, alcanzando un elevado grado de precisión, de una forma sencilla, y con un coste relativamente bajo.
Los acelerómetros cuentan con diversas aplicaciones conocidas en el ámbito de la neumología21-26, como la monitorización de los movimientos respiratorios en las apneas y la evaluación de las tareas de pacientes con enfermedad pulmonar obstructiva crónica, donde un reciente estudio clínico publicado en este grupo ha concluido que la medición del grado de actividad física en condiciones de su vida habitual —utilizando acelerómetros— representa el mejor predictor de supervivencia en dichos pacientes con enfermedad pulmonar obstructiva crónica27. Por otra parte, la práctica clínica diaria constata que, además de la propia limitación derivada de la enfermedad hipertensiva pulmonar, algunos pacientes que contasen con otros hábitos adicionales — como importantes grados de sedentarismo o inactividad— podrían beneficiarse de su monitorización y control con estos sencillos dispositivos.
Si bien, previamente, se han descrito en la literatura algunas publicaciones en las que se han evaluado —a través de acelerómetros— nuevos vasodilatadores específicos en animales con HP28 (por ejemplo, perros en los que se ha utilizado sildenafilo), el interesante artículo de Carpio et al29 explora desde una vertiente novedosa la aplicación de esta sencilla técnica en la evaluación de pacientes con HP tratados —en este caso, con un antagonista de los receptores de la endotelina—, evaluando la clase funcional de la Organización Mundial de la Salud, el test de la marcha de los 6 minutos, y un cuestionario sobre actividad física (escala London Chest Activity of Daily Living) en un período de 3 meses.
Finalmente, el tamaño muestral del estudio de Carpio et al, así como la limitada duración del mismo permiten extrapolar conclusiones favorables con cautela. No obstante, además de los beneficios expuestos en el trabajo —incluyendo el relativo a calidad de vida y su correlación con la siempre deseable constatación sobre parámetros hemodinámicos, que también refrendan otras series—, el artículo abre, además, la puerta a la necesidad de establecer nuevos objetivos principales y secundarios en los ensayos clínicos de HP, donde el ambicioso impacto de la evaluación de las nuevas terapias en la morbimortalidad no siempre resulta posible en la vida real30-32.
*Autor para correspondencia.
Correo electrónico: jgaudo.hrc@salud.madrid.org (J. Gaudó Navarro).