Ante la reciente publicación del estudio «Prescripción de benzodiacepinas y caídas en mujeres y hombres ancianos»1 en esta revista, quisiéramos realizar una serie de observaciones. La Estrategia de Promoción de la Salud y Prevención en el Sistema Nacional de Salud (SNS)2, aprobada en diciembre de 2013 por el Consejo Interterritorial del SNS, en el marco del abordaje de la cronicidad, ha hecho especial hincapié en la detección y manejo de la fragilidad y caídas en las personas mayores, siendo el uso adecuado de las benzodiacepinas (BZD) y los hipnóticos llamados fármacos Z (zolpidem, zopiclona) uno de los pilares esenciales para disminuir el riesgo de caídas en los ancianos, como se menciona en el estudio publicado.
Resulta significativo el hallazgo de que la dosis diaria definida (DDD) en ancianos de 65 o más años resultó encontrarse por encima de los valores recomendados en un 70% en los hombres y 58% en las mujeres, con al menos un 20% de politerapia de BZD y/o fármacos Z (existiendo evidencia de no superioridad frente a la monoterapia), con las dificultades que las dosis elevadas añaden a la posterior deprescripción de estos fármacos. Desde el año 2009 está disponible la versión española de los criterios Screening Tool of Older Person¿s potentially inappropiate Prescriptions (STOPP)-START, una herramienta mejor validada en España3 (frente a otras como los criterios de Beers), que recogen no solo los errores más comunes de tratamiento sino también la omisión en la prescripción, son fáciles de relacionar con los diagnósticos activos y la lista de fármacos que aparecen en la historias clínicas informáticas. Se sugiere que esta DDD elevada podría estar con relación a una infrautilización de intervenciones no farmacológicas (p. ej., medidas de higiene del sueño), terapias cognitivas o técnicas de mindfulness, y se plantea la reducción gradual de dosis asociada o no a terapia cognitivo conductual como procedimiento para la suspensión de los fármacos. No debemos olvidar que se ha propuesto que solo se debería prescribir una BZD como tratamiento del insomnio cuando las medidas de higiene del sueño han fracasado4, situación que resulta susceptible de abordaje en atención primaria, pero que no es infrecuente que no se haya intentado cuando se evalúa por vez primera a un paciente en consultas de salud mental. Frente a la afirmación de que las BZD de vida media corta presentan un menor riesgo de caídas, consecuencia de un menor riesgo de acumulación, otros estudios no han encontrado que dicha aseveración sea cierta, hallando similar riesgo de caídas independientemente de la vida media del fármaco empleado5. Además del riesgo de caídas, se ha observado que la retirada de las BZD mejora aspectos cognitivos y psicomotores6, y en muchas ocasiones la tolerancia hace que se desaparezca el efecto beneficioso del fármaco sobre el patrón de sueño (pérdida de eficacia, que sería un criterio STOPP para proceder a la retirada del mismo). En cuanto a la deprescripción en sí, echamos en falta la mención a otras estrategias que han demostrado eficacia, como la sustitución de las BZD de vida media corta o ultracorta por otras de vida media larga a dosis equivalente, para proceder a una retirada gradual de éstas, incrementando las tasas de éxito3,7. El uso de psicoterapia individual acompañado de estrategias individualizadas de deprescripción ha mostrado ser eficaz en una población con diagnóstico mayoritario de trastorno de ansiedad en tratamiento con BZD, como muestra un reciente estudio8 en el que las tasas de éxito (retirada total de BZD) alcanzaron el 57%, lo que confirma la importancia de asociar técnicas psicoterapéuticas4,8 a las pautas farmacológicas descendentes o de sustitución temporal por otros fármacos.
La responsabilidad de la deprescripción no debe recaer solo en el facultativo prescriptor, sino que, en aras de que los pacientes reciban una atención eficaz e integral, tal como exigen los principios éticos básicos de beneficencia, dignidad, integridad y justicia (como nos recuerda Fernando Lolas-Stepke en un artículo publicado en esta misma revista9), dicha responsabilidad debe ser compartida entre los distintos niveles asistenciales.