Resulta difícil hablar de alguien al que se ha querido mucho y que ya ha desaparecido pues siempre se tiende de forma involuntaria a destacar las virtudes y quitar trascendencia a sus defectos. Sin embargo, lo único que puedo hacer es tratar de exponer honestamente mis vivencias y sensaciones de trabajar a su lado.
Coincidí con «Don José» de forma casual; me dieron la plaza de ayudante suyo de cupo quirúrgico en un concurso de traslado y lo que pensaba que iba a ser una corta etapa de transición para, una vez en Sevilla, buscar «algo mejor», se convirtió en unos años que los considero de los más gratos de mi vida profesional.
Mi mente de residente recién acabado y con una experiencia limitada no concebía que fuera posible que, fuera del gran Hospital, existieran sitios, que para mi eran desconocidos, en los que se pudiera trabajar con la misma calidad que dentro, aunque con distintos medios.
Ese Don José para mi hasta entonces desconocido resultó ser una persona de una capacidad intelectual fabulosa, que había sabido formarse profesionalmente en parte de forma autodidacta y que supo ponerse en contacto con la floreciente escuela ortopédica Francesa donde consiguió los cimientos necesarios para luego con su capacidad de estudio y trabajo conseguir un primer nivel en la cirugía ortopédica Sevillana y Española.
En su Servicio del Hospital de San Juan de Dios había una gran experiencia y actividad en Ortopedia Infantil y del adulto, poniendo de manifiesto que lo fundamental para hacer un trabajo eficaz y productivo lo fundamental son los conocimientos, la capacidad de estudio y de trabajo y la ilusión. Por supuesto que los medios son necesarios, pero deben ser complementarios de lo primero y no al revés.
Fue socio fundador de las sociedades precursoras de las actuales SATO y SEMCPT (Sociedad Española de Medicina de Pie y Tobillo). Como buen científico no era dogmático y sabía cambiar cuando la experiencia de los hechos lo aconsejaba y supo incluir en su actividad las nuevas tecnologías como la artroscopia, las artroplastias, la instrumentación raquídea, etc.
Era ese jefe, ese maestro, al que no costaba trabajo obedecer pues no se imponía con autoritarismo sino con razonamiento y la autoridad se la ganaba porque era el más capacitado profesionalmente, no el que tenia el mando.
Era persona con criterio propio y que no se dejaba convencer sin argumentos, por eso no siempre gozó del beneplácito de las direcciones administrativas y del centro que prefieren siempre un «amén» por respuesta.
Hubo épocas difíciles con trabas administrativas que, no sé por qué motivo, en este país se le ponen a los que quieren trabajar con independencia. En estas fases él siempre decía «cuando surgen las dificultades no hay que desanimarse, hay que ponerse a estudiar, a estudiar y a estudiar».
En el momento actual, vista ya su desaparición con un poco de perspectiva, al sentimiento de pena de no poder contar ya con su presencia y su ayuda, se une la de pensar que no hemos estado a su altura para continuar su trabajo.
Siempre le recordaremos.