Se presenta un estudio ex post-facto de tipo descriptivo de medición única en un solo grupo que tiene como objetivo analizar la relación entre las conductas agresivas y de bullying de adolescentes en régimen de acogimiento residencial con su género y la práctica de actividad física. La participación de un total de 203 adolescentes en acogimiento residencial de la provincia de Granada (España) permitió el registro y la evaluación de las siguientes variables: conducta violenta, bullying, nivel de práctica de actividad física y modalidad y parámetros sociodemográficos. Los resultados mostraron que los adolescentes varones en acogimiento residencial presentan medias más elevadas en agresividad manifiesta o directa, mientras que el género femenino presenta índices de agresividad relacional más elevados. Predomina la realización de actividad física mediante deportes colectivos de contacto, cuya práctica es más frecuente en varones. Asimismo, se aprecian valores similares por modalidad deportiva en comportamientos agresivos y de bullying en jóvenes en régimen de acogimiento residencial. Como principal conclusión se muestra que los comportamientos agresivos de tipo manifiesto y reactivo son los más comunes en los adolescentes en acogimiento residencial, lo que revela baja capacidad de autocontrol.
A retrospective, descriptive study, with a single measurement in a single group is presented, in order to analyse the relationship between aggressive and bullying behaviours in adolescents in residential care. A total of 203 adolescents in residential care from the province of Granada (Spain) participated and the following variables were evaluated: Aggressive Behaviour, Bullying, Performance of Physical Activity, Modality of Physical Activity, and Socio-Demographic Factors. The results showed that male adolescents in residential care have higher averages in manifest or direct aggressiveness, whilst girls have higher rates of relational aggressiveness. The performance of physical activity is predominant, with contact group sports, being more common in males. Moreover, similar values are shown by sports modality, aggressive behaviours and bullying, in adolescents in residential care. As a main conclusion, it is shown that overt aggressive behaviour of reactive type is most common in adolescents living in residential care, which highlights low capacity of self-control in this population.
Desde los primeros estudios realizados por Olweus (1978) con adolescentes, las cifras de violencia y acoso escolar, posteriormente definidas como bullying, han aumentado de forma preocupante en todo el mundo (Cook, Williams, Guerra, Kim & Sadek, 2010; Povedano, Estévez, Martínez, & Monreal, 2012). De hecho, el estudio y el desarrollo de la violencia en la infancia y la adolescencia son temas de interés prioritario en el contexto científico, y así lo reflejan Díaz-Aguado, Martínez y Martín (2013), Fernández-Daza y Fernández-Parra (2013) y Sekol y Farrington (2016).
La violencia escolar se define como el uso de la fuerza o de la relaciones de poder por parte de los escolares con el fin de conseguir un objetivo, dominar o imponer algo (Cook et al., 2010; Elgar et al., 2013). Partiendo de este término, se ha acuñado recientemente el término bullying, el cual se basa en diversas formas de comportamiento agresivo que ocurren en detrimento del bienestar físico, psicológico y emocional de los adolescentes en el contexto escolar (Carrascosa, Cava & Buelga, 2015; Christensen, Fraynt, Neece & Baker, 2012; Elgar et al., 2013). A raíz de esta problemática, en España se elaboró el IIPlan Estratégico Nacional de Infancia y Adolescencia (II PENIA, 2013-2016), dirigido a personas menores de 18años, en el que aspectos como la agresión escolar y el bullying son fenómenos que generan gran preocupación y que deben ser minorizados. Bajo estas premisas, los estamentos educativos juegan un papel fundamental en las actuaciones de prevención e intervención sobre esta problemática, pues afecta al proceso educativo y al desarrollo de la personalidad de los jóvenes, entre otros aspectos (Estévez, Inglés, Emler, Martínez-Monteagudo & Torregrosa, 2012; Sekol & Farrington, 2016).
Estudios como los de Estévez, Jiménez y Musitu (2008) o Moreno, Estévez, Murgui y Musitu (2009) analizan las conductas violentas en menores y definen la agresividad manifiesta como aquella que genera un enfrentamiento directo entre el agresor y su víctima y desencadena un proceso de interacción física. Asimismo, estos autores definen la agresividad de tipo relacional como aquella que se produce de forma indirecta y que genera un aislamiento social de la víctima con sus pares (Estévez et al., 2008; Van Geel, Vedder & Tanilon, 2014). Moreno et al. (2009) establecen que esta última provoca un daño mayor y es más frecuente que la agresividad de tipo manifiesto, y además su detección es muy complicada. Asimismo, estos dos comportamientos pueden presentar subtipos como el puro —agresión por placer o diversión—, el reactivo —como respuesta a otra agresión— o el instrumental —cuando las conductas agresivas se emplean para conseguir objetivos concretos— (Estévez, 2005; Little, Henrich, Jones & Hawley, 2003). Ante este tipo de conductas las víctimas pueden reaccionar de forma diversa, tal y como recoge Cook et al. (2010), mostrando conductas de tipo sumiso o desafiante, las cuales pueden derivar en conductas agresoras, como señalan Gini, Pozzoli y Hymel (2014) y Liebert y Birnes (2010).
Estudiando este tipo de conductas en aquellos sectores de jóvenes que residen fuera del hogar familiar, en España se ha producido un incremento del acogimiento residencial según datos del IIPlan Estratégico Nacional de Infancia y Adolescencia (II PENIA, 2013-2016), el cual alude principalmente a la crisis económica presente desde hace años y que ha propiciado familias desestructuradas que no pueden hacerse cargo de los estudios de sus hijos. Esta panorámica, unida a los jóvenes que emigran y a aquellos que tienen a sus progenitores en centros penitenciarios, genera un amplio campo de investigación. En esta línea, estudios como el de Fernández-Molina, del Valle, Fuentes, Bernedo y Bravo (2011) tratan de conocer si existen diferencias en problemas de conducta según el tipo de acogimiento en el que se encuentra el adolescente (preadoptivo, residencial o con abuelos), o el de Fellmeth, Heffernan, Nuse, Habibula y Sethi (2013), el cual focaliza sus objetivos sobre la intervención socioeducativa en diversos contextos de acogimiento.
En referencia a las situaciones vividas en internados y casas de acogida, se pone de relieve la importancia de tomar medidas para paliar las situaciones de convivencia que tienen que afrontar los adolescentes. Una actuación para intentar disminuir las situaciones de estrés y ansiedad generadas por situaciones de acoso consiste en aumentar su capacidad para afrontar situaciones problemáticas y de riesgo, como sugieren Arán-Filippetti y Richaud (2011) y Mestre, Tur, Samper y Malonda (2011), y complementarla con una mejor cualificación profesional y psicológica de todas aquellas personas que conforman el núcleo familiar y profesional: cuidadores, profesores, personal administrativo y de servicios del internado.
Por otro lado, la actividad física supone un medio primordial para la transmisión de valores (Jiménez Castuera, Moreno Navarrete, Leyton Román & Claver Rabaz, 2015; Lara, 2011; Portolés & González, 2015) y que puede ayudar en la prevención y tratamiento de esta problemática. Las diversas disciplinas físico-deportivas aumentan claramente comportamientos prosociales que pueden disminuir conductas agresivas, como se manifiesta en investigaciones relevantes (Cook et al., 2010; Estévez et al., 2012). Aunque Stafford, Alexander y Fry (2013) señalan que la práctica deportiva puede ser transmisora de contravalores que convierten al deporte en un vehículo transmisor de elementos agresivos y nocivos para el desarrollo personal de los adolescentes y que desencadenan en procesos de bullying y agresividad que constituyen elementos de vulnerabilidad social, y Chacón-Cuberos et al. (2015) indican que la realización de un deporte competitivo o la pertenencia a equipos deportivos repercute en la creación de un ámbito propicio para generar conductas violentas.
Como consecuencia de lo expuesto, se plantean tres objetivos. El primero consiste en determinar el nivel de agresividad y bullying en adolescentes que residen fuera del hogar familiar, con el fin de concretar el tipo de conducta violenta más frecuente. El segundo persigue analizar las conductas violentas y situaciones de bullying en función del género de los participantes. Finalmente, se pretende definir el tipo de actividad física más practicada por los adolescentes y analizar las relaciones existentes con las conductas agresivas de los mismos.
Según estos objetivos se plantean tres hipótesis:
- 1.
El estudio de las conductas agresivas denotará mayores niveles para la agresividad manifiesta de forma global. Dentro de las categorías de agresividad, el tipo puro y el reactivo serán los que muestren mayores valores medios.
- 2.
Los chicos en acogimiento residencial presentarán niveles de agresividad manifiesta más elevados que las chicas, mientras en estas reflejarán puntuaciones de agresión relacional más elevadas. Existirán más acosadores en los varones y más víctimas en las féminas.
- 3.
Entre los tipos de práctica físico-deportiva, los deportes colectivos con contacto serán los más practicados. Los adolescentes que practiquen modalidades con contacto reflejarán conductas más agresivas.
Presentamos un estudio no experimental, ex post-facto, de carácter descriptivo realizado en adolescentes en régimen de acogida de la ciudad de Granada, en la comunidad autónoma de Andalucía (España). Se realiza una medición única en un grupo. La población de adolescentes en régimen de acogida de Granada (España) es de 695 jóvenes de ambos sexos, de los cuales se analizan un total de 203 sujetos inmersos en dicho sistema (57.1% hombres y 42.9% mujeres), de 13 a 17años (M=14.94años; DT=1.25), de los cuales el 14.8% (n=30) estudiaban en colegios públicos y el 85.2% (n=173) en centros concertados/privados, los cuales se ubican en distintas zonas de la ciudad de Granada y distribuidos en los cuatro cursos de la Educación Secundaria Obligatoria (ESO). La muestra (203 sujetos) es representativa en cuanto al número de alumnos que se encuentran en este sistema de acogimiento (n=695), asumiendo un error muestral del .05 con un nivel de confianza del 95.5%. La muestra requerida fue de 248 participantes que a lo largo del proceso, por muerte experimental, pasaron a 203. Para seleccionar los participantes se establece un muestreo aleatorio por conglomerados, como indican Santos, Muñoz, Juez y Cortiñas (2003).
Variables e instrumentosLa presente investigación tomó como referencia las siguientes variables:
Género. Se categoriza en masculino o femenino.
Conducta violenta en la escuela. Está fraccionada en dos categorías: Agresión Manifiesta o Directa (AM) y las subescalas Agresión Manifiesta Pura (AMP), Agresión Manifiesta Reactiva (AMR) y Agresión Manifiesta Instrumental (AMI); y Agresión Relacional o Indirecta (AR) y las subescalas Agresión Relacional Pura (ARP), Agresión Relacional Reactiva (ARR) y Agresión Relacional Instrumental (ARI). El instrumento empleado para la recogida de esta variable fue la Escala de Conducta Violenta en la Escuela, propuesta en su versión original por Little et al. (2003) y adaptada al castellano por el Grupo Lisis (Estévez, 2005). Este cuestionario se compone de 25 ítems (p.ej., «Para conseguir lo que quiero, no dejo que algunas personas formen parte de mi grupo de amigos/as»), los cuales son valorados mediante una escala de tipo Likert de cuatro opciones, donde la respuesta oscila entre los valores 1 (nunca) a 4 (siempre). Una vez puntuados, nos dan dos tipos de conducta violenta: Agresión Manifiesta o Directa (la cual se genera en un encuentro cara a cara donde el agresor es identificable por la víctima) o Agresión Relacional o Indirecta (considerada cuando el agresor permanece de una forma anónima). En el presente estudio se obtuvo un coeficiente de fiabilidad alfa de Cronbach de .824 para los ítems que miden la agresividad manifiesta y α=.722 para las cuestiones de la agresividad relacional, muy similares al α=.880 y α=.810 obtenidos por Musitu, Estévez y Emler (2007).
Bullying. Se emplea un cuestionario ad hoc compuesto por cuatro ítems de respuesta cerrada que categoriza el rol del adolescente en situaciones de acoso escolar con cuatro opciones de respuesta, según el adolescente sea acosador, víctima, testigo o ninguna de las anteriores. Se emplea para su recogida una hoja de registro con ítems concernientes a este parámetro (p.ej., «Nunca estuve involucrado pero fui testigo de abusos o acosos a otro compañero»). Para este instrumento se obtuvo una fiabilidad de α=.737.
Actividad física. Determina si el adolescente practica o no actividad física extraescolar al menos 3horas semanales.
Modalidad y tipo de actividad física. Se categoriza la práctica físico-deportiva en: (a)no practica; (b)deporte individual sin contacto (tenis, atletismo, natación, pádel, escalada…); (c)deporte individual con contacto (taekwondo, judo, lucha, kárate…); (d)deporte colectivo con contacto (fútbol, baloncesto, balonmano, rugby, waterpolo…) y (e)deporte colectivo sin contacto (voleibol, hockey hierba…). Se aportan ejemplificaciones para evitar errores de apreciación.
ProcedimientoDesde la Facultad de Ciencias de la Educación de la Universidad de Granada, en colaboración con la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación de la Universidad de Jaén (Áreas de Corporal en ambas instituciones), los grupos de Investigación HUM 653 y HUM 238 y en contacto con la Delegación Provincial de la Consejería de Educación de la Junta de Andalucía en Granada, se solicitó la colaboración de los centros educativos seleccionados en la capital a partir de un muestreo aleatorio por conglomerados de las categorías objeto de estudio. La dirección de cada centro fue informada sobre la naturaleza de la investigación y se solicitó la colaboración de sus alumnos/as. Una vez obtenidos los permisos correspondientes se adjuntó un modelo de autorización destinado a los responsables legales de los adolescentes pidiéndoles su consentimiento informado.
En todo momento se garantizó a los participantes el anonimato de la información recogida aclarando que su utilización sería solo con fines científicos. Los encuestadores estuvieron presentes durante la recogida de los datos que se llevó a cabo en sus aulas habituales durante un periodo regular de clase. La recogida se desarrolló sin ninguna anormalidad a señalar. En último lugar se agradeció a los docentes, orientadores y responsables su colaboración, informándoles del envío próximo de los datos obtenidos.
El estudio cumplió con las normas éticas del Comité de Investigación y Declaración de Helsinki de 1975. Se contó en todos los casos con el consentimiento informado de los participantes y se respetó el resguardo a la confidencialidad.
Análisis de los datosPara el análisis de los datos se utilizó el programa estadístico software SPSS 20.0 para Windows. Se emplearon frecuencias y medias para concretar los descriptivos básicos del estudio. Para determinar la relación entre variables se utilizaron tablas de contingencia y ANOVA o t de Student dependiendo de la naturaleza de las variables y sus categorías. La fiabilidad de los instrumentos empleados fue definida mediante alfa de Cronbach.
ResultadosLos descriptivos (tabla 1) señalan que los 203 adolescentes que tenían su domicilio en residencia eran en un 57.1% (n=116) de género masculino y un 42.9% (n=87) del femenino. Hemos de señalar también que el 81.8% (n=166) realizaban actividad física de una forma habitual y que la inmensa mayoría practicaba deportes de tipo colectivo (54.6%); las modalidades con contacto primaron (51.2%). En cuanto a los valores obtenidos en agresividad, tanto la AM como la AR obtuvieron valores similares (M=1.38 y M=1.33, respectivamente). En torno a sus subescalas, el tipo reactivo (AMR) fue el más valorado (M=1.65 y M=1.54, respectivamente), seguido de las agresiones puras y las instrumentales. Como dato final, hay que señalar que más de la mitad de los adolescentes (56.7%) indican haber presenciado casos de bullying sin encontrarse implicados. Destaca que el número de casos de víctimas (16.7%) es ligeramente superior al de agresores (10.8%).
Descriptivos de las variables
Género | |
Masculino | 57.1% (n=116) |
Femenino | 42.9% (n=87) |
Práctica de actividad física | |
Sí Práctica | 81.8% (n=166) |
No Práctica | 18.2% (n=37) |
Modalidad de actividad física | |
No Práctica | 18.2% (n=37) |
Individual con contacto | 12.8% (n=26) |
Individual sin contacto | 14.3% (n=29) |
Colectivo con contacto | 51.2% (n=104) |
Colectivo sin contacto | 3.4% (n=7) |
Conducta violenta (agresividad) | |
Agresividad manifiesta | M=1.38 (DT=.40) |
Manifiesta Pura | M=1.34 (DT=.46) |
Manifiesta Reactiva | M=1.65 (DT=.62) |
Manifiesta Instrumental | M=1.20 (DT=.33) |
Agresividad relacional | M=1.33 (DT=.32) |
Relacional Pura | M=1.24 (DT=.33) |
Relacional Reactiva | M=1.54 (DT=.49) |
Relacional Instrumental | M=1.22 (DT=.33) |
Bullying | |
Testigo, no involucrado | 56.7% (n=115) |
Acosador | 10.8% (n=22) |
Víctima | 16.7% (n=34) |
Ninguna de las anteriores | 15.8% (n=32) |
En cuanto al género (tabla 2), se detectaron diferencias estadísticamente significativas (p≤.05*) en cuanto a la modalidad deportiva, en la cual las chicas indican que no practicaban (34.5%) en mayor porcentaje que los varones (6%). Sobre los deportes individuales la práctica es similar. Sin embargo, en los colectivos ellos puntuaron la realización de modalidades con contacto en un 62.9% (n=73) frente a un 35.6% (n=31) para el género femenino. Hubo falta de correspondencia estadística en cuanto a la conducta violenta, puesto que en el género masculino se da en cifras más elevadas tanto la de tipo manifiesta como la relacional. Sin embargo, si estudiamos cada una de las subescalas, las puntuaciones son más elevadas en varones para la AMP y la AMR, así como en la ARR, manteniéndose valores similares en el resto de categorías de agresividad; en el caso del bullying, los datos arrojaron similitud por género (p=.060).
Relación del género según perfil físico-deportivo, modalidad, agresividad y bullying
Parámetros | Masculino | Femenino | χ2 |
---|---|---|---|
Modalidad deportiva | |||
No Práctica | 6.0% (n=7) | 34.5% (n=30) | .000*** |
Individual con contacto | 14.7% (n=17) | 10.3% (n=9) | |
Individual sin contacto | 13.8% (n=16) | 14.9% (n=13) | |
Colectivo con contacto | 62.9% (n=73) | 35.6% (n=31) | |
Colectivo sin contacto | 2.6% (n=3) | 4.6% (n=4) | |
Agresividad | |||
Manifiesta | M=1.45 (DT=.45) | M=1.30 (DT=.30) | .009** |
Manifiesta Pura | M=1.46 (DT=.53) | M=1.26 (DT=.34) | .036* |
Manifiesta Reactiva | M=1.77 (DT=.72) | M=1.50 (DT=.42) | .003** |
Manifiesta Instrumental | M=1.23 (DT=.34) | M=1.17 (DT=.32) | .171 |
Relacional | M=1.37 (DT=.32) | M=1.28 (DT=.30) | .033* |
Relacional Pura | M=1.26 (DT=.33) | M=1.21 (DT=.33) | .296 |
Relacional Reactiva | M=1.64 (DT=.52) | M=1.41 (DT=.42) | .002** |
Relacional Instrumental | M=1.23 (DT=.34) | M=1.21 (DT=.31) | .692 |
Bullying | |||
Testigo, no involucrado | 62.1% (n=72) | 49.4% (n=43) | .060 |
Acosador | 12.9% (n=15) | 8.0% (n=7) | |
Víctima | 12.1% (n=14) | 23.0% (n=20) | |
Ninguna de las anteriores | 12.9% (n=15) | 19.5% (n=17) |
p ≤ .05*; p ≤ .01**; p ≤ .001***.
En lo que respecta a la práctica de actividad física y modalidad deportiva y su relación con comportamientos agresivos y de bullying (tabla 3), los datos mostraron la no existencia de diferencias estadísticamente significativas (p≤.05*).
Agresividad, subescalas de conducta violenta y bullying según modalidad deportiva realizada
Modalidad deportiva | χ2 |
---|---|
Agresividad Manifiesta | p=.718 |
Agresividad Manifiesta Pura | p=.550 |
Agresividad Manifiesta Reactiva | p=.541 |
Agresividad Manifiesta Instrumental | p=.827 |
Agresividad Relacional | p=.802 |
Agresividad Relacional Pura | p=.318 |
Agresividad Relacional Reactiva | p=.925 |
Agresividad Relacional Instrumental | p=.709 |
Bullying | p=.457 |
El presente estudio, realizado en una muestra de 203 adolescentes en acogimiento residencial de la provincia de Granada, persigue como principales objetivos definir las conductas violentas de los mismos, situaciones de bullying y práctica de actividad física, así como establecer relaciones entre estas variables. Los adolescentes que tenían su domicilio en residencia o internado presentaron proporciones similares por género. Sobre los descriptivos relacionados con la práctica actividad física debemos indicar que uno de cada cinco participantes señalaba la no realización de forma habitual de esta, lo que confirma lo mostrado por Chahín-Pinzón y Libia (2011), quienes muestran altos niveles de sedentarismo e inactividad en poblaciones jóvenes, especialmente ocasionados por hábitos de ocio digital. También Chacón, Arufe, Cachón, Zagalaz y Castro (2016) establecen que a estas edades las chicas adolescentes presentan menores niveles de actividad física regular. No obstante, hemos detectado un incremento en la realización de deporte en este colectivo en acogimiento residencial frente al de otras poblaciones de la misma edad pero distinto estatus residencial, coincidiendo con Dominick, Saunders, Dowda, Kenison y Evans (2014), lo que podría deberse a una pobre educación de los colectivos juveniles sobre estilos de vida activos.
Entre las modalidades deportivas, la más practicada era la de tipo colectivo y de contacto, en coherencia con lo planteado por Bailey, Cope y Pearce (2013) o Isorna, Rial, Vaquero y Sanmartín (2012). Estos autores ponen de relieve que los deportes de tipo colectivo son los más practicados, destacando especialmente el fútbol, el fútbol sala y el baloncesto para el género masculino. En este sentido, pueden justificarse los resultados obtenidos en este este estudio, dado que los deportes colectivos con contacto fueron los más practicados por los varones.
En lo que respecta a las conductas violentas, se mostraron valores similares entre agresividad manifiesta y relacional, datos que concuerdan con los reportados por el informe del Defensor del Pueblo (2007), si bien la agresividad relacional, pese a ser menos visible que la manifiesta, puede llegar a tener consecuencias muy negativas en el ajuste psicosocial del adolescente (Casas et al., 2014; Moreno et al., 2009; Murrieta, Ruvalcaba, Caballo, & Lorenzo, 2014). Asimismo, la agresividad de tipo reactivo, caracterizada por la acción-reacción del binomio agresor-víctima, fue la más valorada por los adolescentes, tal y como muestran Estévez et al. (2008) en su estudio. Más de la mitad de los adolescentes indicaron que no eran agresores pero que habían sido testigos de situaciones de bullying. Estos datos confirman que dichos comportamientos y conductas están arraigadas en poblaciones de esta edad, en lo que coinciden Elgar et al. (2013) al hallar porcentualidades cercanas al 50% de involucración en actos intimidación, agresión o amenazas.
Las chicas realizan menos actividad física que los varones, conclusiones similares a las alcanzadas en los estudios de Castillo y Giménez (2011) y Cachón, Cuervo, Zagalaz y González (2015), quienes indican que en la mayor parte de los ámbitos occidentales la actividad física es un concepto arraigado a lo masculino frente a lo femenino. Asimismo, se detectó que los adolescentes varones preferían especialidades deportivas con contacto que se centraban exclusivamente en el fútbol (Isorna et al., 2012).
Las conductas violentas según el género de la muestra revelaron que el género masculino se asociaba a cifras más elevadas en agresividad manifiesta y relacional con respecto al femenino. Entendemos que estos valores se hallan condicionados por la estructura anatómica, fisiológica y psicológica del varón, que muestra una mayor fortaleza física (Kawabata, Tseng & Crick, 2014), mientras que las chicas fomentan más actitudes de índole verbal. En el caso del bullying, los datos arrojaron similitud por género, lo cual puede verse determinado por la procedencia de la muestra (centros de acogimiento residencial), que repercute de manera directa en la forma de vida de los adolescentes mediante la creación de hábitos comportamentales similares (Díaz-Aguado et al., 2013; Zurita et al., 2015).
En lo que respecta a la práctica de actividad física y modalidad deportiva y su relación con comportamientos agresivos y de bullying, los datos mostraron escasa relación, al igual que los estudios de Chacón-Cuberos et al. (2015) y Alfonso (2016). Al hilo de estudios como los de Magnan, Kwan y Bryan (2013) y Chahín-Pinzón y Libia (2011) se observan los beneficios, tanto fisiológicos como psicológicos, que aporta la actividad física, y cómo esta favorece el control de impulsos y los niveles de agresividad. Sin embargo, no debemos obviar lo plasmado por Sousa et al. (2011), quienes afirman que la figura del padre y/o la madre y del entrenador incide de forma negativa en los deportistas y que, conforme aumenta la edad de los adolescentes, las connotaciones agresivas van en aumento. Asimismo, Weinberg y Gould (2010) elaboran unas directrices a seguir en este campo, donde incluyen a medios de comunicación, agentes parentales, entrenadores y pares o compañeros como elementos a integrar.
Nuestro trabajo complementa numerosos estudios realizados en poblaciones adolescentes en relación con la conducta violenta y el perfil físico-deportivo, pero aporta un nuevo contexto como es el del adolescente en régimen de acogimiento residencial. Asimismo, entendemos que la principal limitación que nos invita a interpretar los datos con cierta cautela ha sido la de realizar un estudio de carácter transversal que no permite establecer relaciones causales, y no haber profundizado en la procedencia real de estos participantes. Otra importante limitación reside en la muestra empleada, pues aunque es representativa para los adolescentes en acogimiento residencial de la provincia de Granada, resulta limitada por el número de participantes y por no incluir adolescentes que residen en el domicilio familiar que permitan comparar este tipo de conductas.
En este sentido, planteamos en futuras líneas de investigación analizar las conductas agresivas tanto en adolescentes en acogimiento residencial como en aquellos que residen en el domicilio familiar, con el fin de poder comparar las diferencias existentes en este tipo de comportamientos según el lugar de residencia. Asimismo, resultaría interesante poder realizar un estudio de tipo longitudinal que permitiese determinar el desarrollo de este tipo de conductas con la edad. Por otro lado, la inclusión de variables como la victimización, la deseabilidad social o la autoestima resultaría esencial con el fin de dar una visión más amplia de la problemática objeto de estudio.
Como conclusiones, podemos señalar que la primera hipótesis se ha cumplido parcialmente, ya que las conductas agresivas de tipo manifiesto fueron más comunes que las de tipo relacional. No obstante, el tipo reactivo fue el más común dentro de las dos grandes dimensiones de conductas agresivas.
Se ha cumplido la segunda hipótesis planteada, pues los chicos en acogimiento residencial muestran índices de agresividad directa más elevados, mientras que las chicas presentan valores de agresividad relacional mayores. Existían más acosadores varones, mientras que había un mayor número de víctimas entre las féminas. Asimismo, predomina la realización de actividad física colectiva con contacto, siendo su práctica más frecuente en varones.
La tercera hipótesis de este estudio no ha sido confirmada, ya que se dieron valores similares entre víctima y agresores independientemente de la práctica deportiva realizada. Estos son propiciados por el contexto donde se realiza el estudio (centros de acogimiento residencial) y con proporciones análogas en cuanto a género y realización de actividad física.