El trabajo de Meneses et al1 realizado en el ámbito escolar de varias Comunidades Autónomas y que se presenta en este número de Trastornos Adictivos nos devuelve otra imagen más del comportamiento adolescente en nuestros tiempos. Y esta imagen no es tan positiva como uno quisiera haber encontrado.
Como observador externo, vinculado al mundo educativo pero en edades más adultas, quedo atónito ante las tasas mostradas por algunas de las conductas estudiadas. Así, un 12% de los encuestados han estado implicados en algún accidente de tráfico (¡antes de los 19 años!), un 58% de las relaciones sexuales parece haberse producido sin protección y casi el 10% de los encuestados reconoce relaciones sexuales no consentidas.
Entiendo que estas cifras representan por sí mismas un llamamiento a padres, educadores y sociedad con relación al tipo de conducta adolescente que los adultos estamos generando en nuestra cultura hedonista y consumista.
Me llaman la atención también las diferencias interétnicas descritas en el estudio. Con un 17% de estudiantes autoconsiderados «no blancos» (grupo denominado «otros»), siendo nacidos fuera de España un 8,1% del total, podemos entrever la existencia de una población emigrante, de segunda generación, muchos de ellos españoles de nacimiento, pero que parecen distanciarse en los tipos de conductas de los «autóctonos». Más violencia, más consumo de drogas y conducción de vehículos bajo sus efectos, junto a tasas más elevadas de conductas sexuales de riesgo e intimidatorias. Los datos indican que la integración de estas nuevas generaciones de ciudadanos no es completa y tampoco discurre por los cauces deseables.
Las diferencias entre Comunidades Autónomas están sometidas a riesgo de sesgos, de acuerdo a los autores. Aun así, su hallazgo resulta interesante e invita a especular sobre su significado. Los adolescentes vascos parecen optar más por conductas de riesgo de carácter autoagresivo (consumo de drogas) que por las de carácter agresivo hacia los semejantes (conducción en estados de riesgo, peleas). Asumiendo la señalada posibilidad de sesgos, la presión social sobre las conductas de riesgo en el País Vasco podría ser superior a la de otros lugares y basarse en un modelo adulto: «haz lo que quieras contigo pero no dañes a tus semejantes». Si esto fuera así, se me ocurren dos explicaciones. O bien el modelo vasco de formación en hábitos saludables incide menos en aspectos individuales (dado que los aspectos colectivos reflejados por la práctica deportiva parecen similares) o bien las razones son otras, por ejemplo, mayor presión policial sobre delitos de circulación viaria y sobre violencia.
Finalmente, una alerta sobre un factor de discriminación reflejado en multitud de estudios previos y que éste confirma, una vez más: las chicas adolescentes realizan menos deporte que sus homónimos varones. De nuevo, algo falla en nuestro modelo sociocultural vigente.
Desde aquí, una invitación a los autores para que reproduzcan este estudio dentro de algunos años. Comprobaremos si hemos sido capaces de aprender y corregir en lo que respecta a nuestros adolescentes.