Introducción
En el manual diagnóstico y estadístico DSM-IV-TR1 se definen los rasgos de personalidad como patrones persistentes de formas de percibir, relacionarse y pensar. Se convierten en trastornos de personalidad cuando son inflexibles y desadaptativos y se apartan acusadamente de las expectativas de la cultura del sujeto, tienen su inicio en la adolescencia o al comienzo de la edad adulta, son estables en el tiempo y causan un deterioro funcional significativo o un malestar subjetivo. El DSM-IV-TR señala once trastornos de la personalidad: trastorno paranoide de la personalidad, trastorno esquizoide, trastorno esquizotípico, trastorno antisocial, trastorno límite, trastorno histriónico, trastorno narcisista, trastorno de la personalidad por evitación, trastorno de la personalidad por dependencia, trastorno obsesivo-compulsivo de la personalidad y trastorno de la personalidad no especificado. Además, en su apéndice se proponen, para estudios posteriores, el trastorno depresivo de la personalidad y el trastorno pasivo-agresivo de la personalidad.
La presencia de un trastorno psiquiátrico en personas con problemas con el consumo de drogas se denomina diagnóstico dual. Es, por lo tanto, un subtipo de comorbilidad2. La presencia de trastornos de la personalidad en personas con problemas con el consumo de drogas es un tema relevante, tanto por el alto porcentaje de prevalencia como por la necesidad de tenerlo en cuenta en el momento de planificar el tratamiento.
En el reciente estudio de Stinson et al3 señalan que el 44,0% de las personas con algún trastorno por consumo de sustancias tiene un trastorno de personalidad. En el estudio Epidemiological Catchment Area (ECA) del National Institute of Mental Health, realizado con 20.291 sujetos, se analizó la prevalencia de los trastornos psiquiátricos y por consumo de sustancias. El instrumento de evaluación utilizado fue la Diagnostic Interview Scale, basado en los criterios DSM-III. El 42,7% de los sujetos con abuso o dependencia de la cocaína presentan un trastorno de personalidad antisocial; en el caso de los consumidores de heroína es de un 36,7%, en los de cannabis un 14,7% y en los de alcohol un 14,3%4.
Un gran número de estudios realizados con población que está en tratamiento por problemas con el consumo de sustancias apuntan porcentajes muy altos de prevalencia de trastornos de la personalidad en consumidores de cocaína. Calsyn y Saxon5 señalan que el 97% de los consumidores de cocaína en tratamiento ambulatorio tienen un trastorno de la personalidad. Para Weiss et al6 un 74% de los consumidores de cocaína en tratamiento presentan al menos un trastorno de personalidad, y un 69% de estos los mantienen tanto en períodos de abstinencia como de consumo. Sonne y Brady7 señalan que un 66,7% cumplen el criterio de trastorno de personalidad en el momento de entrada a tratamiento, y el 51% lo cumple tras doce semanas de tratamiento. Karan et al8 concretan más y señalan que el 48% de los consumidores de cocaína en tratamiento ambulatorio tienen un trastorno de personalidad y el 18% tienen dos o más; entre los que reciben un tratamiento ambulatorio intensivo o están hospitalizados, el porcentaje de prevalencia asciende al 75%. Skinstad y Swain9 recogen porcentajes de asociación entre el 30 y el 70% y Ochoa10 porcentajes entre el 50 y el 74%. Sanz y Larrazabal11 señalan, en un estudio realizado con una muestra española, un 64,3%. Conviene señalar que la prevalencia de los trastornos de la personalidad en la población sana se sitúan entre el 10-15%12.
En relación con cuáles son los trastornos de la personalidad más frecuentes entre los consumidores de cocaína, distintos estudios7,10,11,13,14 apuntan hacia los trastornos límite y antisocial.
Respecto a la necesidad de tener en cuenta la asociación entre consumo de drogas y presencia de trastornos de personalidad para diseñar el tratamiento, Martínez y Trujillo15 recogen las consecuencias de la presencia de trastornos de personalidad en los consumidores de drogas si no se aborda de forma adecuada: dificultad para alcanzar la abstinencia con frecuentes recaídas en el consumo, baja adherencia al tratamiento y abandono del mismo, consumos importantes de otras sustancias diferentes a la que motiva el tratamiento, uso abusivo y erróneo de los psicofármacos y deterioro de la relación paciente-terapeuta, entre otras. A esto hay que añadir que un importante problema de la asociación de la cocaína con determinados trastornos de personalidad, como el límite y el antisocial, es que con frecuencia aparecen conductas violentas16.
Uno de los principales problemas que encontramos al abordar la evaluación de los trastornos de personalidad en consumidores de drogas es el instrumento de evaluación que se utiliza. El Inventario Clínico Multiaxial de Millon (MCMI-II)17 evalúa la presencia de patrones de personalidad, no realiza diagnóstico de trastorno de personalidad pero establece dos puntos de corte. El primero, tasa base (TB) superior a 74, indica sospecha de presencia de un trastorno, y una TB superior a 84, indica sospecha de presencia y gravedad de dicho trastorno. Sugiere la presencia de trastornos de personalidad y para confirmarlo se debe aplicar otro tipo de instrumento como las entrevistas diagnósticas. De esta manera reducimos el tiempo de evaluación, ya que administraríamos la entrevista indicada para el trastorno que sospechamos que presenta.
Muchos estudios han utilizado el MCMI-II en consumidores de drogas y más concretamente en consumidores de cocaína18. Calsyn y Saxon5 lo utilizaron para evaluar los distintos trastornos de personalidad presentes en consumidores de cocaína y de opiáceos que inician tratamiento. El 90% de las personas con dependencia de la heroína y el 97% de los dependientes de la cocaína presentan un trastorno en el eje II. Concluyen que es un instrumento útil para el diagnóstico psiquiátrico en consumidores de cocaína y heroína. Campbell y Stark19 evaluaron las características psicopatológicas y de personalidad en una muestra de consumidores de distintas sustancias en el momento de la entrada a tratamiento, con el fin de determinar si hay diferencias en función del tipo de sustancia consumida. Concluyeron que no hay perfiles diferentes en función de la sustancia consumida, excepto en el caso de los consumidores de anfetaminas.
Donat et al20 utilizaron el MCMI para comparar tres grupos de consumidores diferentes: dependientes del alcohol, dependientes de la cocaína y dependientes de múltiples sustancias. Concluyen que las diferencias entre los tres grupos se establecen más en función del sexo, edad y raza que por la sustancia consumida. Craig y Weinberg21 realizan una revisión de los estudios que han utilizado el MCMI (I y II) para evaluar a sujetos que abusan de sustancias. Consideran que el MCMI-II puede ser utilizado en esta población con distintas finalidades: identificar a sujetos que tienen un problema de abuso de drogas (escalas B, abuso de alcohol, y T, abuso de drogas), evaluar las características de personalidad de un paciente en el que ya conocemos que hay problemas de abuso, y determinar si hay relación entre la puntuación obtenida y los resultados de un determinado programa o tratamiento. Además, estos autores consideran que las tasas de prevalencia de trastornos de personalidad que se obtienen con el MCMI son similares a las obtenidas con las entrevistas psiquiátricas estructuradas. También apuntan que este autoinforme puede estar sobrevalorando la presencia de paranoia entre los consumidores de sustancias. Establecen la existencia de cuatro clusters: el primero formado por sujetos con estilo narcisista o antisocial, el segundo con estilo pasivo-agresivo o evitativo, el tercero con estilo dependiente y el cuarto son sujetos con una psicopatología importante que pueden ser considerados pacientes psiquiátricos. McMahon et al22 analizaron las características de personalidad y los estilos de afrontamiento en relación con los abandonos del tratamiento en sujetos con abuso de cocaína. Para determinar las características de personalidad utilizan el MCMI-II y señalan que es un cuestionario con validez, estabilidad, fiabilidad y clínicamente útil con sujetos con problemas con el consumo de sustancias. Estos autores concluyen que no se puede establecer un perfil determinado de personalidad que esté relacionado con el abandono de los programas de tratamiento. Flynn et al23 utilizan el MCMI-II para evaluar la presencia de indicadores del deterioro psiquiátrico en una muestra en la que se compara a los sujetos en función de su «droga preferida», cocaína o heroína. Nadeau et al24 encontraron utilizando el MCMI-I25 que el 88,2% de los sujetos en tratamiento por problemas con el consumo de drogas tiene una TB superior a 84 en al menos una escala del eje II.
En España contamos con el estudio realizado por Mestre et al26, en el que compararon a través del MCMI-II las características de personalidad de consumidores de cocaína y consumidores de heroína que demandan desintoxicación de dichas sustancias. Encontraron diferencias significativas en las escalas de personalidad límite y evitativa, en las que los consumidores de cocaína tienen puntuaciones más altas. Pedrero et al27 también utilizaron este instrumento para evaluar la prevalencia y la intensidad de los trastornos de personalidad en una muestra de consumidores de distintas sustancias con diagnóstico de abuso o dependencia. Encontraron que el 83% de los sujetos tienen una puntuación TB superior a 74 en, al menos, una de las escalas, y en los consumidores de cocaína los más frecuentes son el pasivo-agresivo y el dependiente, y en las escalas de personalidad patológica destaca la límite. Pedrero y Segura28 evaluaron la relación entre la presencia de trastornos de personalidad a partir de la utilización del MCMI-II y la dificultad en el manejo clínico. De la muestra total de 78 sujetos, 13 son consumidores de cocaína. Concluyen que son los patrones autodestructivo, límite, histriónico y evitativo, los que tienen una mayor dificultad de manejo entre los pacientes con problemas por consumo de sustancias. Pedrero14 evaluó la presencia de trastornos de personalidad en una muestra de 166 sujetos en tratamiento ambulatorio por consumo de drogas. Entre las conclusiones obtenidas destaca que los resultados son similares a los obtenidos con la versión anterior del MCMI, y a los de otros estudios realizados con el MCMI-II.
Por lo tanto, el importante número de estudios que ha utilizado el MCMI-II para evaluar a consumidores de drogas nos ha llevado a seleccionar este instrumento para la realización del presente estudio.
El objetivo del presente estudio es evaluar, con el MCMI-II, en personas con dependencia de la cocaína que están en tratamiento en centros de drogodependencias, si hay diferencias en función de las características sociodemográficas, psicopatológicas y del consumo de drogas entre los sujetos con sospecha de trastorno de personalidad y los que no lo presentan.
Material y métodos
Participantes
Fueron evaluados para la realización del estudio 119 sujetos que estaban en tratamiento en seis centros públicos de tratamiento de drogodependencias de Galicia, pero 17 fueron eliminados por diversas razones. Un sujeto no cumplía los criterios para el diagnóstico de dependencia de la cocaína evaluados con la SCID-I29, y tres sujetos llevaban más de seis semanas de abstinencia, por lo que fueron eliminados del estudio. Doce cuestionarios fueron eliminados por superar el índice de sinceridad 590 en el MCMI-II y uno por ser el índice de validez igual a 2.
Por lo tanto, la muestra final del estudio está formada por 102 sujetos, 87 hombres y 15 mujeres, con diagnóstico de dependencia de la cocaína y que estaban en tratamiento en centros públicos de drogodependencias de Galicia. De los 102 participantes, 89 estaban en tratamiento ambulatorio y 13 en tratamiento residencial.
La muestra fue seleccionada entre el 23 de septiembre de 2003 y el 28 de abril de 2005. Los criterios de inclusión en el estudio fueron: estar en tratamiento por consumo de cocaína como droga principal, existencia de dependencia de la cocaína según los criterios del DSM-IV-TR y llevar un mínimo de tres y un máximo de seis semanas de abstinencia en el consumo de cocaína. Los criterios de exclusión fueron la presencia de alteraciones psicóticas graves y la incapacidad de responder a los instrumentos de evaluación utilizados.
Instrumentos
Se ha utilizado el MCMI-II para evaluar los patrones de personalidad y determinados síndromes clínicos, en su versión española de Millon17. Consta de 175 ítems con respuesta dicotómica (verdadero o falso). Una puntuación TB superior a 74 indica sospecha de presencia de un trastorno, y superior a 84 indica sospecha de presencia y severidad de dicho trastorno. Utilizamos para el presente estudio el punto de corte de TB superior a 84 para determinar una mayor probabilidad de presencia de trastorno de personalidad.
Para analizar las variables sociodemográficas y características del consumo de cocaína elaboramos una serie de ítems que administrábamos al inicio de la evaluación. Estos ítems evaluaban, entre otros aspectos: sexo, edad, estado civil, nivel de estudios, situación laboral, urgencias hospitalarias, edad del primer consumo de cocaína, frecuencia en el consumo de cocaína en los 6 meses previos al inicio del tratamiento, vía principal de consumo, realización de tratamientos previos por consumo de drogas, consumo de heroína alguna vez en su vida, presencia de problemas relacionados con el consumo de cocaína (cardiovasculares, por la vía de consumo utilizada, depresivos, y déficit cognitivos), y cuánto le ha afectado el consumo de cocaína en el ámbito laboral y familiar, en las amistades, la pareja, salud física, salud mental y problemas con la justicia.
Entrevista clínica estructurada para el DSM-IV (SCID) diseñada en su versión española por First et al29, para evaluar la dependencia de la cocaína.
Test para la Identificación de Trastornos por Uso de Alcohol (AUDIT), diseñado por Saunders et al30, para evaluar la existencia de consumos de alcohol de riesgo y la sospecha de dependencia del alcohol. La versión española que utilizamos es la de Contel et al31.
Otra herramienta ha sido el Inventario de Depresión de Beck (BDI), la versión que utilizamos es la de Beck et al32 en su versión española de Vázquez y Sanz33, y el Inventario de Ansiedad Estado-Rasgo (STAI), en su versión española de Spielberger et al34.
El cuestionario de 90 síntomas revisado (SCL-90-R) nos ha servido para evaluar el malestar subjetivo y determinados síntomas, en su versión española35. Utilizamos las puntuaciones de los tres índices generales: índice general sintomático (IGS), total de síntomas positivos (TSP) e índice de malestar (IM).
Se realizó una evaluación global del paciente por el terapeuta de referencia a los tres y seis meses de la evaluación inicial. Cuando se evalúa a un sujeto, su psicólogo debe determinar en una escala tipo Likert de cero a cuatro cómo considera que se encuentra el sujeto en las áreas psicopatológica, familiar/social, laboral y judicial. A los tres y seis meses de la evaluación inicial el psicólogo debe cubrir nuevamente este cuestionario e indicar además si el sujeto ha realizado nuevos consumos de cocaína desde la evaluación inicial (a través de la realización de analíticas de orina semanales), y si muestra adherencia al tratamiento (el terapeuta determina si el paciente ha asistido a las citas). Para determinar la existencia de nuevos consumos y para la validación de la abstinencia se realizaron analíticas de orina a los tres y seis meses de la evaluación inicial en todos los sujetos.
Procedimiento
Los pacientes eran seleccionados consecutivamente por los psicólogos de los centros de drogodependencias, entre septiembre de 2003 y abril de 2005. Si cumplían los criterios de inclusión en el estudio eran citados para ser evaluados por nosotros independientemente. Todos los sujetos firmaron el consentimiento informado para participar en el estudio.
La evaluación inicial se realizó en 102 sujetos que estaban en tratamiento. El criterio utilizado para determinar el momento de la evaluación era el mantenimiento de la abstinencia en el consumo de cocaína un mínimo de tres semanas.
A los tres y seis meses no se vuelven a administrar los instrumentos psicométricos de la evaluación inicial al paciente. Únicamente se pasa la «evaluación global» al terapeuta, por lo que tenemos información de la evolución del paciente y adherencia al tratamiento, según el terapeuta, y mantenimiento de la abstinencia (con las analíticas de orina).
Respecto a las tasas de abstinencia, a los tres meses no conocemos en 14 sujetos si habían vuelto a consumir cocaína o no (porque abandonaron tratamiento, fueron derivados o no hay análisis de orina). A los seis meses no tenemos datos de nuevos consumos en 19 sujetos. A los tres meses disponemos de datos de 88 sujetos y a los seis de 83.
Respecto a las evaluaciones que hacen los terapeutas, a los tres meses contamos con la evaluación de 94 sujetos y a los seis meses de 82. No tenemos la evaluación de aquellos sujetos que abandonaron tratamiento, fueron derivados a otros centros o cambiaron de terapeuta.
A los tres meses fueron evaluadas 6 personas de las que no teníamos datos de abstinencia en el consumo de cocaína (porque no realizaron los controles de orina), pero consideramos no desechar esa información porque los resultados de evolución y tasas de abstinencia se utilizan de forma independiente en una parte del estudio.
Tratamiento estadístico
Se utilizó el paquete estadístico SPSS para Windows (versión 14.0). Se realizaron análisis de frecuencias, tablas de contingencia con el estadístico Chi cuadrado y análisis discriminante, utilizando el método de introducción por pasos sucesivos.
Resultados
El 66,6% (n = 68) de la muestra presenta una puntuación TB superior a 84 en al menos una de las escalas de los patrones básicos de personalidad o en las escalas de personalidad patológica. Por lo tanto, este es el porcentaje de la muestra que tiene probabilidad de presentar un trastorno de la personalidad. Además, según Millon, una TB superior a 84 también indica severidad en el trastorno.
El 33,8% tiene una puntuación superior a 85 en solo una de las escalas, el 30,8% en dos de las escalas, el 25% en tres escalas, y el 10,4% restante tiene una puntuación superior a 84 en más de tres escalas.
Las escalas básicas de la personalidad en las que un mayor número de sujetos tienen una TB superior a 84 son (tabla 1): la pasivo/agresiva, un 33,3% (n = 34); la antisocial, un 22,5% (n = 23); y la narcisista, un 18,6% (n = 19). En las escalas de personalidad patológica destaca la escala límite, con un 7,8% de la muestra (n = 8).
El siguiente análisis que realizamos fue comparar a los sujetos que tienen probabilidad de presencia de algún trastorno de la personalidad (n = 68) con los que no la tienen (n = 34), en función de diversas variables sociodemográficas, características del consumo de drogas y características psicopatológicas (tablas 2, 3, 4 y 5).
Entre las variables sociodemográficas que fueron analizadas (sexo, edad, estado civil, nivel de estudios alcanzado y situación laboral al iniciar el tratamiento), ninguna ha sido estadísticamente significativa.
En las variables relacionadas con el consumo de drogas encontramos diferencias significativas entre las personas que tienen sospecha de presencia de trastorno de la personalidad y los que no la tienen, en varias. En los problemas derivados del consumo de cocaína, el 70,6% de las personas con sospecha de trastorno de la personalidad (n = 48) afirma que el consumo de cocaína les ha producido déficit cognitivos, frente al 47,1% (n = 16) de los que no tienen trastorno de personalidad que afirman tener dichos déficit (χ2(1) = 5,368, p < 0,05). En la variable «Cuánto le ha afectado el consumo de cocaína...» en diversas áreas, encontramos diferencias significativas en las áreas de pareja y en salud mental. El 60,3% de las personas con sospecha de trastorno de la personalidad (n = 41) afirman que el consumo de cocaína les ha afectado mucho-muchísimo en sus relaciones de pareja, frente al 50,0% (n = 17) de los que no tienen trastorno de personalidad (χ2(2) = 6,741, p < 0,05). Respecto a la salud mental, el 44,8% de las personas con sospecha de trastorno de la personalidad (n = 30) afirma que el consumo de cocaína ha afectado mucho-muchísimo a su salud mental, frente al 17,6% (n = 6) de los que no tienen trastorno de personalidad (χ2(2) = 7,241, p < 0,05). En el resto de las variables sociodemográficas y características del consumo de drogas evaluadas no hemos encontrado diferencias significativas entre las personas con dependencia de la cocaína con y sin presencia de trastorno de la personalidad.
En el grupo de variables psicopatológicas que hemos evaluado es donde hemos encontrado un mayor número de diferencias significativas entre ambos grupos. En ansiedad estado, el 67,6% de las personas con trastorno de la personalidad (n = 46) tienen una puntuación por encima de la media de la población general, frente al 23,5% (n = 8) de los que no tienen trastorno de personalidad (χ2(1) = 17,708, p < 0,001). En ansiedad rasgo, el 79,4% de las personas con trastorno de la personalidad (n = 54) tiene una puntuación por encima de la media de la población general, frente al 47,1% (n = 16) de los que no tienen trastorno de personalidad (χ2(1) = 11,020, p < 0,01).
En el BDI utilizamos el punto de corte de 19 señalado por Beck et al36 para establecer la sospecha de presencia de depresión. El 39,7% de las personas con trastorno de la personalidad (n = 27) presenta sospecha de depresión, frente al 2,9% (n = 1) de los que no tienen trastorno de personalidad (χ2(1) = 15,384, p < 0,001).
Con el SCL-90-R analizamos dos aspectos. En primer lugar, comparamos ambos grupos en función de las tablas de población en las que se sitúan (normal, témporo-madibular y psiquiátrica), y a continuación comparamos las puntuaciones medias de ambos grupos en las distintas escalas de este cuestionario. El 42,6% de las personas con trastorno de la personalidad (n = 29) se sitúan en la tabla de población psiquiátrica (sujetos con patología psiquiátrica franca, probablemente encuadrable en un diagnóstico psiquiátrico específico35), frente al 11,8% (n = 4) de los que no tienen trastorno de personalidad (χ2(1) = 18,277, p < 0,001). En todas las escalas del SCL-90-R se han obtenido diferencias significativas, siendo superior la puntuación media de las personas dependientes de la cocaína con sospecha de trastorno de personalidad en todas ellas (tabla 5): en somatización las medias son 0,42 (desviación típica [DT] = 0,44) y 0,76 (DT = 0,71) (t(100) = 2,592; p < 0,05); en obsesión/compulsión 0,62 (DT = 0,54) y 1,15 (DT = 0,71) (t(100) = 3,794; p < 0,001); en sensibilidad interpersonal 0,51 (DT = 0,55) y 0,96 (DT = 0,70) (t(100) = 3,229; p < 0,01); en depresión 0,53 (DT = 0,49) y 1,21 (DT = 0,78) (t(100) = 4,614; p < 0,001); en ansiedad 0,40 (DT = 0,44) y 0,88 (DT = 0,76) (t(100) = 3,414; p < 0,01); en hostilidad 0,32 (DT = 0,38) y 0,78 (DT = 0,71) (t(100) = 3,479; p < 0,01); en ansiedad fóbica 0,21 (DT = 0,28) y 0,51 (DT = 0,62) (t(100) = 2,655; p < 0,01); en ideación paranoide 0,55 (DT = 0,57) y 1,06 (DT = 0,60) (t(100) = 4,081; p < 0,001) y en psicoticismo 0,31 (DT = 0,37) y 0,46 (DT = 0,35) (t(100) = 4,374; p < 0,001). En los índices generales el resultado es el mismo. En IGS las medias son 0,46 (DT = 0,35) y 0,95 (DT = 0,56) (t(100) = 4,676; p < 0,001), en el TSP 27,35 (DT = 15,52) y 44,57 (DT = 18,07) (t(100) = 4,747; p < 0,001) y en elIM 1,48 (DT = 0,41) y 1,90 (DT = 0,53) (t(100) = 4,049; p < 0,001).
Otro de los aspectos que evaluamos fue la evolución de estos sujetos a los tres y seis meses de la evaluación inicial (tablas 6 y 7). Como criterio utilizamos el mantenimiento de la abstinencia en el consumo de cocaína y la evaluación que realiza el terapeuta en el momento de la evaluación inicial, a los tres y a los seis meses de la misma. En el mantenimiento de la abstinencia no hay diferencias significativas entre el grupo de personas dependientes de la cocaína con trastorno de personalidad y el grupo sin trastorno de personalidad. Respecto a la evaluación que realiza el terapeuta hay diferencias significativas en el área psicopatológica en la evaluación inicial, a los tres y a los seis meses. En los tres casos, los terapeutas consideran que los sujetos con sospecha de trastorno de la personalidad tienen un peor funcionamiento en el área psicopatológica: en el momento de la evaluación inicial los sujetos con una TB inferior a 85 tienen una puntuación media de 1,25 (DT = 0,84) y los de una TB superior a 84 de 1,67 (DT = 0,90) (t(95) = 2,237; p < 0,05). A los tres meses de la evaluación inicial los sujetos con una TB inferior a 85 tienen una puntuación media de 0,83 (DT = 0,82) y los de una TB superior a 84 tienen de 1,25 (DT = 0,93) (t(92) = 2,109; p < 0,05). A los seis meses de la evaluación inicial los sujetos con una TB inferior a 85 tienen una puntuación media de 0,84 (DT = 0,85) y los de una TB superior a 84 de 1,36 (DT = 0,89) (t(80) = 2,490; p < 0,05). También hay diferencias significativas en el área de funcionamiento laboral a los tres meses de la evaluación inicial, los sujetos con una TB inferior a 85 tienen una puntuación media de 0,62 (DT = 0,86) y los de una TB superior a 84 de 1,29 (DT = 1,22) (t(85) = 2,637; p < 0,05). Por lo tanto, las personas con trastorno de personalidad tienen un peor funcionamiento en el área laboral a los tres meses.
El análisis discriminante que realizamos, utilizando como variable de agrupación la presencia o no de un trastorno de personalidad (tablas 8, 9 y 10) sobre las variables analizadas en el estudio, señala que con la puntuación en las variables STAI estado, BDI y problemas en la relación de pareja derivados del consumo de cocaína podemos clasificar correctamente (presencia-ausencia de trastorno de personalidad) al 75,5% de los sujetos evaluados (Lambda de Wilks = 0,694, χ2 = 35,961; p < 0,001).
Discusión
El 66,6% de las personas con dependencia de la cocaína que están en tratamiento y que hemos evaluado para el presente estudio tienen una puntuación TB superior a 84 en al menos una de las escalas de personalidad del MCMI-II. Entre las escalas básicas de personalidad destacan la pasivo-agresiva y la antisocial, y entre las escalas de personalidad patológica destaca la escala límite.
Este porcentaje de trastornos de personalidad es similar al encontrado en otros estudios que han utilizado instrumentos de evaluación diferentes. Weiss et al6, utilizando como instrumento de evaluación la entrevista diagnóstica para trastornos de personalidad SCID-II, obtuvieron que el 74% de las personas con dependencia de la cocaína tienen, al menos, un trastorno de personalidad. Sonne y Brady7 también utilizaron la SCID-II y encontraron que el 66,7% de los sujetos de una muestra con dependencia de la cocaína cumple los criterios de, al menos, un trastorno de personalidad. Sanz y Larrazabal11 utilizando el IPDE (International Personality Disorder Examination)37 encontraron en personas con dependencia de la cocaína que un 64% presentaba trastornos de personalidad, de los que el 59,1% presenta más de uno. En nuestro estudio el 66,2% presenta más de un trastorno de personalidad.
La destacada prevalencia del trastorno pasivo-agresivo en el presente estudio (denominado más recientemente como trastorno negativista) también coincide con los resultados de estudios previos14,19,23,24,27,28. Una posible explicación a estos altos porcentajes la encontramos en el estudio publicado recientemente de Pedrero et al38.
Otro de los análisis que realizamos fue determinar si hay diferencias entre el grupo de personas con sospecha de trastorno de personalidad y sin presencia de dicho trastorno, en función de las características sociodemográficas, de consumo y psicopatológicas. No encontramos diferencias en ninguna de las variables sociodemográficas evaluadas. Respecto a las características del consumo de drogas, encontramos que las personas con trastorno de personalidad consideran que el consumo de cocaína les ha causado más problemas a nivel cognitivo, y les ha afectado más en las relaciones de pareja y en su salud mental, que las personas que no presentan trastorno de personalidad.
Las variables en las que encontramos más diferencias entre ambos grupos son las psicopatológicas. Las personas con trastorno de personalidad tienen una mayor probabilidad de tener puntuaciones en ansiedad rasgo y estado por encima de la media de la población sana, sospecha de presencia de depresión evaluada con el BDI, situarse en las tablas de población psiquiátrica del SCL-90-R, y puntuaciones más altas en todas las escalas de síntomas que evalúan este cuestionario. No encontramos diferencias entre ambos grupos respecto a la existencia de problemas con el consumo de alcohol.
Respecto a la presencia de nuevos consumos de cocaína a los tres y seis meses de la evaluación inicial, tampoco encontramos diferencias entre ambos grupos. Este dato no coincide con lo apuntado por Martínez y Trujillo15 sobre la existencia de frecuentes recaídas en el consumo y dificultad para alcanzar la abstinencia en los consumidores con trastorno de personalidad. En cuanto a la evaluación que realiza el terapeuta en el momento de la evaluación inicial, a los tres y seis meses de la misma, el grupo de trastornos de personalidad tiene un peor funcionamiento en el área psicopatológica en los tres momentos de la evaluación, y en el área laboral a los tres meses. La existencia de un peor funcionamiento en el área psicopatológica era un dato esperable, ya que son personas que tienen probabilidad de presentar un trastorno de personalidad.
Por lo tanto, la principal aportación del presente estudio es que la asociación entre problemas con el consumo de sustancias y presencia de trastornos de personalidad no implica una evolución tan negativa en el tratamiento como señalaban estudios previos11,12,15,39. Una posible explicación es que en este caso los terapeutas conocían, debido a la evaluación que se realizó previamente, la existencia de dichos trastornos, por lo que durante el tratamiento ya actuaron sobre ellos, disminuyendo así las consecuencias negativas sobre la evolución en el tratamiento del consumo de drogas que puedan tener los trastornos de personalidad.
El análisis discriminante apunta que a partir de tres variables, puntuación de los sujetos en el BDI, en STAI estado y consecuencias del consumo de cocaína en la relación de pareja, podemos clasificarlos correctamente en el grupo de presencia de trastornos de personalidad o en el de ausencia de trastornos de personalidad en un 75,5% de los casos.
Por lo tanto, no encontramos diferencias importantes entre ambos grupos respecto a las variables sociodemográficas y características del consumo de drogas. Las principales diferencias se encuentran en las áreas psicopatológicas evaluadas, como cabía esperar, donde el grupo de personas con dependencia de la cocaína y sospecha de trastorno de personalidad presenta un peor funcionamiento psicopatológico. Pero también debemos destacar que las personas con trastornos de personalidad no presentan una mayor probabilidad de realizar nuevos consumos de cocaína a los tres y seis meses de la evaluación inicial. Por lo que coincidimos con el planteamiento de Marlowe et al40 de que parece no haber relación entre la presencia de trastorno de personalidad y los resultados del tratamiento. En el presente estudio, las únicas variables en las que había diferencias significativas según su terapeuta a los tres y seis meses de la evaluación inicial son el funcionamiento psicopatológico (esperable debido al posible trastorno de personalidad) y el funcionamiento laboral a los tres meses, aunque ya no hay diferencias a los seis meses.
La utilización del MCMI-II para analizar la presencia de trastornos de personalidad puede ser una limitación, debido a sus limitaciones para realizar diagnósticos. Mestre et al26 consideran que el MCMI-II puede estar sobreestimando la presencia de trastornos de personalidad en la población toxicómana, y aconsejan la utilización de una entrevista diagnóstica para confirmar la presencia de los trastornos de personalidad. Pero la revisión de Craig y Weinberg21, de los estudios que han utilizado el MCMI (I y II) para evaluar a sujetos que abusan de sustancias, consideran que las tasas de prevalencia de trastornos de personalidad que se obtienen con el MCMI son similares a las obtenidas con las entrevistas psiquiátricas estructuradas.
La ventaja de utilizar el MCMI-II es que nos permite planificar la intervención terapéutica en función de los patrones de personalidad del sujeto y detectar la posible existencia de un trastorno de personalidad que debe ser confirmado a través de una nueva evaluación con la entrevista diagnóstica específica para ese trastorno. Por lo tanto, reducimos el tiempo de evaluación y además disponemos de información para diseñar el tratamiento.
Como conclusión, este estudio muestra el importante porcentaje de personas con dependencia de la cocaína que tienen asociados uno o más trastornos de personalidad. En el presente estudio, y utilizando el MCMI-II, dos de cada tres sujetos presentan, al menos, un trastorno de personalidad. Los trastornos asociados influyen en la evolución del tratamiento, por ello debemos evaluar siempre la posible presencia de trastornos de personalidad y tenerlos en cuenta dentro del tratamiento que apliquemos.
Los autores declaran que no existe conflicto de intereses.
Correspondencia:
A. LÓPEZ DURÁN
Universidad de Santiago de Compostela.
Departamento de Psicología Clínica y Psicobiología.
Campus Universitario Sur.
15782 Santiago de Compostela. España.
Correo electrónico: alduran@usc.es
Recibido: 17-07-2006
Aceptado para su publicación: 11-06-2007