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En muchas ocasiones, la fiebre era un síntoma secundario y en otras una parte esencial, aunque no la característica dominante de una enfermedad. La atención de los médicos hacia la fiebre se centró en las consideradas esenciales o idiopáticas, un amplio grupo que incluía dos tipos: las periódicas o intermitentes y las continuas, utilizándose como puente entre ambas para intentar reforzar la unidad fundamental de las fiebres, las llamadas remitentes<span class="elsevierStyleSup">1</span>. Así surgieron diversas clasificaciones de las fiebres orientadas casi siempre por los tipos de síntomas que producían, resultando más confusas las atribuciones causales, en ocasiones solapadas entre sí, que mezclaban unas enfermedades con otras.</p><p class="elsevierStylePara">La fiebre tifoidea es un buen ejemplo de esta ceremonia de las confusiones, siguiendo su rastro aparece ubicada en diversas clasificaciones semiológicas a la vez, y pasó mucho tiempo hasta que pudo encontrar su propia entidad nosológica, gracias a la anatomía patológica y al descubrimiento de su germen causal<span class="elsevierStyleSup">2</span>. </p><p class="elsevierStylePara"><span class="elsevierStyleBold">Tifo, tifus, ¿pero qué </span><span class="elsevierStyleItalic"><span class="elsevierStyleBold">typhus</span></span><span class="elsevierStyleBold">? </span></p><p class="elsevierStylePara">El uso del término <span class="elsevierStyleItalic">typhus</span> tuvo un carácter polisémico y se aplicó a un buen número de enfermedades febriles. Derivado del latín, y a su vez del griego, tifus significa humo, vapor, estupor, miasma dañino; también proviene de él la acepción tufo: vanidad, jactancia, altivez, y se relaciona con los verbos: humear, arder lentamente y aturdir<span class="elsevierStyleSup">3</span>.</p><p class="elsevierStylePara">Boissier de Sauvages, profesor de la Facultad de Medicina de Montpellier, reintroduce el vocablo en la tradición médica occidental en su <span class="elsevierStyleItalic">Pathologia Metódica</span> (1759), denominando así uno de los 5 géneros de las fiebres continuas y agrupando en él 3 especies diferentes, el <span class="elsevierStyleItalic">typhus</span> maligno, el nervioso y el de las cárceles<span class="elsevierStyleSup">3</span>. Es a partir de este momento cuando empieza a utilizarse en inglés, alemán y francés (<span class="elsevierStyleItalic">typhus</span>), en italiano y portugués (<span class="elsevierStyleItalic">tifo</span>) y en castellano (<span class="elsevierStyleItalic">tifo o tifus y derivados como tifoso, tifoide o tifódico</span>)<span class="elsevierStyleSup">3</span>.</p><p class="elsevierStylePara">Hasta finales del siglo xix, antes del inicio de la bacteriología, el término se aplicó a 4 grandes enfermedades, peste (<span class="elsevierStyleItalic">typhus d´Orient</span>), fiebre amarilla (<span class="elsevierStyleItalic">typhus icterode, typhus amaril</span>), fiebre tifoidea (<span class="elsevierStyleItalic">typhus abdominal</span>) y de forma genérica como tifus al que actualmente identificamos como tifus exantemático (<span class="elsevierStyleItalic">typhus exanthematicus</span>)<span class="elsevierStyleSup">3,4</span>. Todas ellas producían un cierto estupor o modorra febril.</p><p class="elsevierStylePara">La fiebre tifoidea siguió un proceloso recorrido hasta encontrarse a sí misma e independizarse. En el texto de Boissier de Sauvages, el <span class="elsevierStyleItalic">typhus</span> maligno, de las cárceles y el castrense eran probablemente tifus exantemático o rickettsiosis, pero las denominaciones como <span class="elsevierStyleItalic">typhus nervosus, febris putrida, intestinalis, gastrica o mucosa</span> podrían ser la fiebre tifoidea<span class="elsevierStyleSup">5</span>. Aparece difusamente en las clasificaciones de la <span class="elsevierStyleItalic">Nosografía de las fiebres esenciales</span> de Philippe Pinel (1798) y posteriormente surge una serie de contribuciones anatomopatológicas y observaciones epidemiológicas que la van enmarcando<span class="elsevierStyleSup">2</span>. Prost (1804) describe las ulceraciones mucosas en sujetos fallecidos de fiebres adinámicas; Petit y Serres (1812) describen las lesiones intestinales y de los ganglios mesentéricos y la llaman fiebre enteromesentérica; Bretonneau (1819) fija el lugar exacto de su ubicación en las placas de Peyer del intestino, dándole el nombre de dotinentería (botón o forúnculo del intestino)<span class="elsevierStyleSup">2,5</span>. El trabajo desarrollado durante 6 años en el Hospital de la Charité de Paris condujo a Pierre Louis a describir que la fiebre que asolaba la ciudad por aquellos días, conocida por varios nombres, producía manchas rosadas lenticulares y diarrea, y observó mediante autopsias que producía cambios en las placas de Peyer del intestino grueso. Le dio el nombre de fiebre tifoidea y publicó un texto con sus hallazgos: «Investigaciones anatómicas, patológicas y terapéuticas sobre la enfermedad conocida bajo los nombres de gastroenteritis, fiebre pútrida, adinámica, atáxica, tifoidea, etc.» en 1829; la minuciosidad de sus anotaciones usando un «método numérico» creado por él se considera como la introducción de la estadística en medicina<span class="elsevierStyleSup">1,2</span>. La completa distinción entre fiebre tifoidea y tifus exantemático se produjo en años sucesivos, con numerosas aportaciones de diferentes autores franceses, ingleses, alemanes y norteamericanos, Gerhard (1835) y especialmente William Jenner (1849), que tras sus trabajos en el London Fever Hospital, clarificó la identidad de las 2 enfermedades<span class="elsevierStyleSup">1</span>.</p><p class="elsevierStylePara">La contagiosidad de la fiebre tifoidea también fue objeto de controversia. William Budd, médico inglés contemporáneo de Snow, pionero de la epidemiología y de la desinfección, observó durante sus años de trabajo como médico rural la transmisión fecal-oral de la fiebre tifoidea a través del agua y los alimentos, que plasmó en una obra clásica, <span class="elsevierStyleItalic">Tiphoid fever</span> (1873)<span class="elsevierStyleSup">6</span>. No pudo ver cómo finalmente el mismo año de su muerte se descubría el germen causal de la enfermedad. En efecto, en 1880, el patólogo y bacteriólogo alemán Carl Joseph Eberth, que enseñaba en la Universidad de Zurich, identificó la <span class="elsevierStyleItalic">Eberthella typhosa</span>, llamada así en su honor y que muy poco después Georg Gaffky, también alemán y discípulo de Koch, consiguió aislar en cultivo puro a partir de muestras del bazo de pacientes infectados, abriendo así la posibilidad de producir vacunas.</p><p class="elsevierStylePara">En años posteriores dos contribuciones permitieron mejorar el aislamiento y el cultivo del bacilo, la prueba de aglutinación de Widal (1896) y el método de hemocultivo de Schottmüller (1900). Estos adelantos permitieron identificar la <span class="elsevierStyleItalic">infection paratyphoidique</span> apuntada en 1896 por Achard y Bensaude, corroborada por varios investigadores y que orientaba a una nueva forma de salmonelosis; Hugo Schottmüller fue el primero en reconocer y dividir el bacilo paratifoideo en 2 grupos; los médicos alemanes Albert Brion y Heinrich Kayser le dieron el nombre de paratifoidea A y B.</p><p class="elsevierStylePara">Pero si la fiebre tifoidea la produce el bacilo de Eberth, ¿por qué se denomina <span class="elsevierStyleItalic">Salmonella typhi</span>? Nos encontramos aquí ante una cuestión paradójica. Durante aquellos años iniciaba su carrera profesional el médico estadounidense Theobald Smith, considerado el primer patólogo y bacteriólogo con proyección científica internacional de aquel país. Ingresó como inspector en el Bureau of Animal Industry (BAI), cuya misión consistía en investigar enfermedades que afectaban al ganado, como la pleuroneumonía bovina, fiebre de Texas, cólera de los cerdos o tuberculosis bovina. Fue en ese período cuando descubrió una nueva especie de bacteria, la <span class="elsevierStyleItalic">Salmonella choleraesuis</span>, que él pensaba producía el cólera de los cerdos. Más tarde se observó que no era así y que este bacilo era una infección secundaria. No obstante, el vocablo <span class="elsevierStyleItalic">Salmonella</span> quedó atribuido a la bacteria que descubrió y que, por extensión, pasó a reunir un conjunto de gérmenes que afectaban al intestino. El jefe de Smith en el BAI era Daniel Elmer Salmon, un veterinario que reclamó la paternidad del descubrimiento en un congreso y forzó a Smith a bautizar al germen con su nombre. Aunque colaboraron estrechamente, a ellos se debe la demostración de que mediante gérmenes muertos se podía inmunizar a animales vivos, una vía muy interesante para las futuras vacunas contra el tifus y el cólera, su relación personal fue tensa. Smith acabó yendo a enseñar a la Universidad de Harvard y dirigir el Laboratorio de Vacuna y Antitoxina de Massachussets, desarrollando una amplia carrera; en 1889 descubrió la <span class="elsevierStyleItalic">Babesia</span>, causante de la fiebre de Texas, y describió el fenómeno de la anafilaxia, reacción de Theobald Smith<span class="elsevierStyleSup">7,8</span>. </p><p class="elsevierStylePara"><span class="elsevierStyleBold">La influencia de la guerra en la creación de una vacuna </span></p><p class="elsevierStylePara">La fiebre tifoidea ha causado a lo largo de la historia millones de muertos. «La ignorancia, la inmundicia, la pobreza, la falta de higiene, los movimientos de población, la mala organización sanitaria y las guerras han sido los factores contribuyentes a su propagación»<span class="elsevierStyleSup">9</span>. Todos ellos comunes también a otras enfermedades, como la malaria, el tifus o la tuberculosis. Sin embargo, la primera enfermedad que estimuló la producción de una vacuna inducida por sus devastadores efectos en los ejércitos fue la fiebre tifoidea.</p><p class="elsevierStylePara">En la guerra de Crimea (1853-1856), los ejércitos ingleses y franceses sufrieron el triple de bajas por enfermedades que por heridas de batalla; parecidas proporciones se observaron en la Guerra Civil estadounidense (1861-1866) o en la Guerra Franco Prusiana (1870-1871), donde las tropas alemanas tuvieron 73.393 casos y 6.965 muertos por fiebres entéricas<span class="elsevierStyleSup">9</span>.</p><p class="elsevierStylePara">Estos conflictos bélicos corresponden, no obstante, a una época prebacteriológica; en la Segunda Guerra de los Bóers (1899-1902), que enfrentó en Sudáfrica a los ingleses con los colonos holandeses (llamados <span class="elsevierStyleItalic">bóers</span> o <span class="elsevierStyleItalic">afrikaners</span>) por hacerse con las minas de oro del Transvaal, quedó en evidencia de una forma tímida la efectividad de una vacuna contra la fiebre tifoidea.</p><p class="elsevierStylePara">Una notable controversia, una más en el terreno de la paternidad por los descubrimientos científicos, nos sitúa en 1896, cuando dos grandes investigadores se atribuyen el hallazgo de la vacuna antitifoidea<span class="elsevierStyleSup">10</span>. Por un lado, el inglés Almroth Wright y, por otro, el alemán Richard Pfeiffer. La bacteriología estaba en plena efervescencia y distintos grupos, siguiendo la estela de Pasteur y Koch, trabajaban para producir vacunas siguiendo líneas similares. Haffkine, bacteriólogo ruso del Instituto Pasteur, hizo una visita a Wright, que trabajaba como profesor de Patología en los Servicios Médicos de la Armada Británica en Netley, y le comentó sus planes para resolver una nueva vía contra el cólera en la India y que quizá podría probarse algo similar con la tifoidea<span class="elsevierStyleSup">9</span>. Hasta entonces sus ensayos con vacuna atenuada, iniciados en 1892, no obtenían buenos resultados y tenían muchos efectos adversos.</p><p class="elsevierStylePara">Wright, que estaba haciendo experimentos con la fiebre de Malta, vuelve sus ojos hacia la tifoidea y tras varios ensayos publica en <span class="elsevierStyleItalic">Lancet</span> (19 de septiembre de 1896) dos experimentos, «Horse-typhoid vaccination» y «MD and JS, officers of the Indian Medical Service Typhoid-vaccination»; en este último expone que había inoculado un cultivo muerto de bacilo tifoso a 2 oficiales médicos con éxito. MD son las iniciales de Maxwell Dick, que recibió hasta 4 dosis sucesivas del preparado (31 julio, 14 agosto, 5 septiembre, 25 septiembre). Los artículos fueron publicados sólo 8 días después de completar la primera fase del estudio en caballos y dos semanas después de la tercera inoculación en humanos<span class="elsevierStyleSup">9</span>). Una prisa extrema, sin revisión por pares que, al parecer, era frecuente para tomar delantera en lo investigado.</p><p class="elsevierStylePara">Pfeiffer y su colega Wilhelm Kolle, que trabajaban en el Instituto Koch de Berlín, publican el 12 de noviembre de 1896 otro artículo anunciando una vacuna profiláctica en humanos contra la fiebre tifoidea. No mencionan el trabajo de Wright, pero sí otras aproximaciones anteriores. En años sucesivos y en distintas revistas aparecen artículos que justifican la primacía de cada uno. Wright llegó a dudar si fue o no el primero; en 1904, llega a decir que si bien Haffkine le había sugerido probar inoculaciones con el sistema pasteuriano (atenuación de gérmenes vivos), fue una conversación con Pfeiffer lo que le hizo pensar en la inactivación por el calor<span class="elsevierStyleSup">10</span>. Hay que entender la rivalidad y las ambiciones personales de los científicos en el clima político que se vivía en la época, con una tensión creciente y una lucha por la supremacía entre las distintas potencias a todos los niveles, que desembocaría poco después en la Primera Guerra Mundial.</p><p class="elsevierStylePara">Sea como fuere, la discusión continúa todavía; ambos grupos de investigadores llegaron a las mismas conclusiones y el mérito debe ser compartido. La indudable relevancia de esta vacuna es la consideración de ser la primera que utiliza un método de producción alternativo al de Pasteur y estima la posibilidad de usar gérmenes muertos inactivados por el calor. Tanto es así que ese mismo año, Kolle obtiene la primera vacuna inactivada contra el cólera, superando los primigenios esfuerzos de Jaime Ferrán (1884-1885) y Haffkine (1892), que utilizaron la vía de la atenuación.</p><p class="elsevierStylePara">Pero volviendo a Wright, tras los ensayos preliminares reseñados, probó su vacuna durante 1898 en 4.000 voluntarios del ejército inglés destacado en la India, con una preparación de bacilo muerto por el calor a 53 °C al que se añadía un 0,4% de lysol<span class="elsevierStyleSup">10,11</span>. Aunque los resultados fueron medianamente alentadores, ya que las reacciones adversas fueron considerables, Wright intentó persuadir a las autoridades británicas para que vacunaran al conjunto de tropas que formaron el contingente enviado a la Guerra Bóer en 1899. La autoridad británica permitió vacunar a los voluntarios que así lo desearan. Sólo 14.000 de los 448.000 soldados coloniales aceptaron el ofrecimiento.</p><p class="elsevierStylePara">Del total de 22.000 soldados británicos fallecidos en el conflicto, 7.792 fueron baja en batalla y el resto, unos 14.000, fallecieron por enfermedad; se atribuye a la fiebre tifoidea unas 9.000 muertes. Se había cobrado más víctimas que el enemigo. Las dudas y reticencias a la vacunación indujeron al gobierno a crear un comité para evaluar la efectividad de la vacuna que dio un informe negativo y el programa fue suspendido. Wright escribió años después al Secretario de Estado de la Guerra insistiendo en el tema y éste ordenó una nueva investigación, que fue supervisada por William Leishman (<span class="elsevierStyleItalic">leishmaniasis</span>); los soldados británicos destacados en ultramar sirvieron como conejillos de Indias. La conclusión fue esta vez positiva y la vacunación voluntaria fue restaurada en 1910 para los militares<span class="elsevierStyleSup">11</span>.</p><p class="elsevierStylePara">Almroth Wright alcanzó un gran prestigio en el campo de la inmunología; a él se debe la resolución del conflicto entre las teorías humoral y celular describiendo el fenómeno opsónico; llamó a estos factores opsoninas y tuvo entre sus discípulos a Alexander Fleming<span class="elsevierStyleSup">12</span>.</p><p class="elsevierStylePara">Nunca abandonó su actividad en favor de la vacuna antitifoidea. Al estallar la Primera Guerra Mundial, se reunió con Lord Kitchener para discutir la política de inmunización del ejército. Sorteando las habituales resistencias de algunos colegas se ordenó que las tropas fueran vacunadas antes de partir al frente. La organización de la campaña corrió a cargo de Leishman, amigo de Wright. Un 97% del ejército fue inmunizado con vacunas preparadas por el Real Colegio de la Armada en Londres que llegó a producir 10 millones de dosis durante la guerra (1914-1918), y es el único ejército combatiente cuyas tropas estaban inmunizadas al inicio de la misma. Los soldados franceses, no inmunizados, sufrieron 12.000 muertes por tifoidea frente a las 1.100 de los británicos, o las 227 de los americanos que también hicieron vacunar a sus tropas<span class="elsevierStyleSup">9,12,13</span>.</p><p class="elsevierStylePara">Estas políticas de inmunización incorporadas en todos los ejércitos dieron como resultado que la Segunda Guerra Mundial fuera la primera donde murieron más soldados por heridas de guerra que por enfermedades infecciosas<span class="elsevierStyleSup">11</span>. </p><p class="elsevierStylePara"><span class="elsevierStyleBold">Evolución y uso de las vacunas contra la fiebre tifoidea </span></p><p class="elsevierStylePara">A finales de la Primera Guerra Mundial se añadió a la vacuna tifoidea los organismos paratíficos A y B, creando la vacuna triple TAB que se utilizó para ayudar a prevenir los brotes epidémicos en el ejército. En los años veinte Alexander Besredka del Instituto Pasteur creó la vacuna Besredka Oral TAB, que fue muy usada en Francia y países bajo su influencia, aunque la absorción de una vacuna oral de virus muertos esté llena de incertidumbres.</p><p class="elsevierStylePara">Los análisis de los antígenos del germen se fueron describiendo, antígeno H o antígeno O, hasta que tras varios estudios realizados en los años treinta, Arthur Félix y sus colaboradores tuvieron conocimiento de un nuevo antígeno que resultó determinante para la producción de vacunas y que denominaron Vi, antígeno de virulencia, concluyendo que la virulencia y toxicidad de <span class="elsevierStyleItalic">Salmonella typhi</span> eran dos factores independientes, y que los anticuerpos para el antígeno O neutralizaban su acción tóxica mientras los del antígeno Vi representaban anticuerpos protectores<span class="elsevierStyleSup">14</span>. Félix propuso en 1941 el uso del alcohol en lugar del calor y el fenol para conservar mejor el antígeno Vi, preparándose de esta manera las vacunas TAB hasta mediados los años cincuenta.</p><p class="elsevierStylePara">La evaluación de la eficacia de la vacuna antitifoidea mediante ensayos clínicos bien controlados no se produce hasta los años sesenta, en que la Organización Mundial de la Salud (OMS) los auspicia tanto para la vacuna parenteral, como para la oral. Los parenterales se llevaron a cabo en Yugoslavia, Polonia, Guayana, Tonga y EE. UU., utilizando vacuna inactivada con acetona y obteniendo eficacias de un rango del 79-94%; dos de las mejores vacunas fueron desarrolladas por el Walter Reed Army Institute of Research. Mientras que los trabajos realizados en 1975 por Germanier y Furer, del Swiss Serum Institute, anunciaban la cepa Ty 21a de <span class="elsevierStyleItalic">Salmonella typhi </span>como candidata para una nueva vacuna oral viva. La adición de las vacunas paratíficas A y B a la tifoidea no probó beneficios sustantivos, por lo que se desaconsejó esta asociación<span class="elsevierStyleSup">15</span>.</p><p class="elsevierStylePara">La fiebre tifoidea tiene una incidencia anual de alrededor de 16 millones de casos en el mundo y ocasiona 600.000 muertes, a pesar de su fácil diagnóstico y de disponer de antimicrobianos efectivos. Cabe preguntarse por qué no se realizan programas de inmunización sistemáticos. La experiencia indica que la estrategia más eficaz para reducir la morbilidad consiste en mejorar las condiciones sanitarias de las regiones donde permanece endémica. La contaminación de aguas y alimentos son las principales fuentes de infección, y existe un mayor riesgo en los países pobres.</p><p class="elsevierStylePara">En varias ocasiones se han efectuado campañas de inmunización de masas, en lugares de alta incidencia, durante epidemias prolongadas con varias fuentes de transmisión de la enfermedad o en brotes focales. Como ejemplo, tenemos las intervenciones en Bangkok (Tailandia, 1977) con la vacunación de escolares de 7-12 años, en campos de refugiados kurdos (Irán, 1991) o en Dushanbe (Tajikistán, 1997), donde se inmunizó a soldados rusos<span class="elsevierStyleSup">16</span>. Los aceptables resultados no han consolidado la necesidad de generalizar las campañas, aunque en ciertas áreas endémicas o con deficiente infraestructura sanitaria es una alternativa que se debe considerar, dada la cada vez mayor resistencia a los antibióticos que se está produciendo<span class="elsevierStyleSup">16</span>.</p><p class="elsevierStylePara">En la actualidad, la vacuna antitifoidea es muy utilizada en medicina del viajero y constituye una recomendación habitual a turistas que viajan a zonas en riesgo. Las vacunas en existencia son las tradicionales de células inactivadas enteras, administradas por vía parenteral, que han quedado obsoletas, las vacunas de polisacáridos capsulares Vi purificado administradas vía intramuscular o subcutánea (Typhim Vi<span class="elsevierStyleSup">®</span>, Typherix) y la vacuna oral cepa viva atenuada Ty21a (Vivotif<span class="elsevierStyleSup">®</span>). La investigación va encaminada a desarrollar nuevas cepas atenuadas de <span class="elsevierStyleItalic">Salmonella typhi</span> oral que puedan administrarse en una sola dosis<span class="elsevierStyleSup">17</span>. La última actualización realizada por los expertos de la OMS (SAGE) sobre fiebre tifoidea contempla la necesidad de una mayor sensibilización y de determinar prioridades en el ámbito internacional para favorecer una mayor adopción de vacunas antitifoideas en países endémicos, de estimular la producción de vacunas de nueva generación y de poner en marcha mecanismos de financiación internacionales<span class="elsevierStyleSup">18</span>.</p><hr></hr><p class="elsevierStylePara"><span class="elsevierStyleItalic">Correspondencia: </span><br></br> Dr. J. Tuells.<br></br> Departamento de Enfermería Comunitaria, Medicina Preventiva y Salud Pública e Historia de la Ciencia. Universidad de Alicante. Campus San Vicente de Raspeig. 03080 Alicante. España. <br></br> Correo electrónico: <a href="mailto:tuells@ua.es" class="elsevierStyleCrossRefs">tuells@ua.es</a></p>" "pdfFichero" => "72v10n02a13141181pdf001.pdf" "tienePdf" => true "bibliografia" => array:2 [ "titulo" => "Bibliografía" "seccion" => array:1 [ 0 => array:1 [ "bibliografiaReferencia" => array:18 [ 0 => array:3 [ "identificador" => "bib1" "etiqueta" => "1" "referencia" => array:1 [ 0 => array:2 [ "contribucion" => array:1 [ 0 => array:3 [ "titulo" => "Gerhard''s distinction between typhoid and typhus and its reception in America, 1833-1860" "idioma" => "en" "autores" => array:1 [ 0 => array:2 [ "etal" => false "autores" => array:1 [ 0 => "Smith DC." ] ] ] ] ] "host" => array:1 [ 0 => array:1 [ "Revista" => array:6 [ "tituloSerie" => "Bull Hist Med" "fecha" => "1980" "volumen" => "54" "paginaInicial" => "368" "paginaFinal" => "85" "link" => array:1 [ 0 => array:2 [ "url" => "https://www.ncbi.nlm.nih.gov/pubmed/6998525" "web" => "Medline" ] ] ] ] ] ] ] ] 1 => array:3 [ "identificador" => "bib2" "etiqueta" => "2" "referencia" => array:1 [ 0 => array:2 [ "contribucion" => array:1 [ 0 => array:3 [ "titulo" => "Bretonneau y Louis: diferenciación y caracterización de la fiebre tifoidea" "idioma" => "es" "autores" => array:1 [ 0 => array:2 [ "etal" => false "autores" => array:1 [ 0 => "Laval E." ] ] ] ] ] "host" => array:1 [ 0 => array:2 [ "doi" => "/S0716-10182005000100017" "Revista" => array:6 [ "tituloSerie" => "Rev Chilena Infectol" "fecha" => "2005" "volumen" => "22" "paginaInicial" => "102" "paginaFinal" => "5" "link" => array:1 [ 0 => array:2 [ "url" => "https://www.ncbi.nlm.nih.gov/pubmed/15798876" "web" => "Medline" ] ] ] ] ] ] ] ] 2 => array:3 [ "identificador" => "bib3" "etiqueta" => "3" "referencia" => array:1 [ 0 => array:2 [ "contribucion" => array:1 [ 0 => array:3 [ "titulo" => "El léxico médico del pasado: los nombres de las enfermedades" "idioma" => "es" "autores" => array:1 [ 0 => array:2 [ "etal" => false "autores" => array:1 [ 0 => "Arrizabalaga J." ] ] ] ] ] "host" => array:1 [ 0 => array:1 [ "Revista" => array:5 [ "tituloSerie" => "Panacea" "fecha" => "2006" "volumen" => "7" "paginaInicial" => "242" "paginaFinal" => "9" ] ] ] ] ] ] 3 => array:3 [ "identificador" => "bib4" "etiqueta" => "4" "referencia" => array:1 [ 0 => array:2 [ "contribucion" => array:1 [ 0 => array:3 [ "titulo" => "Colonialismo, trasiegos y dualidades: la fiebre amarilla" "idioma" => "es" "autores" => array:1 [ 0 => array:2 [ "etal" => false "autores" => array:2 [ 0 => "Tuells J" 1 => "Massó P." ] ] ] ] ] "host" => array:1 [ 0 => array:1 [ "Revista" => array:5 [ "tituloSerie" => "Vacunas" "fecha" => "2006" "volumen" => "7" "paginaInicial" => "186" "paginaFinal" => "96" ] ] ] ] ] ] 4 => array:3 [ "identificador" => "bib5" "etiqueta" => "5" "referencia" => array:1 [ 0 => array:2 [ "contribucion" => array:1 [ 0 => array:3 [ "titulo" => "Una historia del bacilo de Eberth desde Junker hasta Germanier" "idioma" => "es" "autores" => array:1 [ 0 => array:2 [ "etal" => false "autores" => array:1 [ 0 => "Ledermann W." ] ] ] ] ] "host" => array:1 [ 0 => array:1 [ "Revista" => array:5 [ "tituloSerie" => "Rev Chil Infectol" "fecha" => "2003" "volumen" => "20" "paginaInicial" => "58" "paginaFinal" => "61" ] ] ] ] ] ] 5 => array:3 [ "identificador" => "bib6" "etiqueta" => "6" "referencia" => array:1 [ 0 => array:2 [ "contribucion" => array:1 [ 0 => array:3 [ "titulo" => "William Bud and typhoid fever" "idioma" => "en" "autores" => array:1 [ 0 => array:2 [ "etal" => false "autores" => array:1 [ 0 => "Moorhead R." ] ] ] ] ] "host" => array:1 [ 0 => array:1 [ "Revista" => array:6 [ "tituloSerie" => "J R Soc Med" "fecha" => "2002" "volumen" => "95" "paginaInicial" => "561" "paginaFinal" => "4" "link" => array:1 [ 0 => array:2 [ "url" => "https://www.ncbi.nlm.nih.gov/pubmed/12411628" "web" => "Medline" ] ] ] ] ] ] ] ] 6 => array:3 [ "identificador" => "bib7" "etiqueta" => "7" "referencia" => array:1 [ 0 => array:2 [ "contribucion" => array:1 [ 0 => array:3 [ "titulo" => "EID photo quiz. 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Revista Oficial de la Asociación Española de Vacunología (AEV) Vacunas tiene como objetivo contribuir a la difusión de los avances científicos en el campo de las vacunaciones preventivas de aplicación en seres humanos, tanto en el ámbito de la investigación básica como aplicada. Se pone especial énfasis en los aspectos relacionados con la planificación y evaluación (epidemiología de las enfermedades vacunables, desarrollo de programas de vacunaciones, evaluación de la eficacia, efectividad y eficiencia de las vacunaciones). La revista publica, en su versión en español y en inglés, Editoriales, Artículos originales, Artículos especiales, Revisiones, Estrategias y Programas vacunacionales. Hay también apartados sobre recensiones bibliográficas, noticias y congresos relacionados con su temática principal.
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