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Maurice Ralph Hilleman (1919-2005) tuvo un papel clave en el desarrollo de más de 3 docenas de vacunas, convirtiéndose en una leyenda del campo de la vacunología y de la salud pública<span class="elsevierStyleSup">1</span>.</p><p class="elsevierStylePara">La noticia de su fallecimiento, el 11 de abril de 2005, fue acompañada de titulares que le señalaban como «el vacunólogo del siglo xx», «creador de vacunas», «el hombre que más vidas ha salvado<span class="elsevierStyleItalic">», «pionnier de la recherche sur les vaccins</span>», «<span class="elsevierStyleItalic">top vaccine researcher</span>», «<span class="elsevierStyleItalic">master in creating vaccines</span>», «el descubridor de más de 40 vacunas». Con la sorna que le caracterizaba probablemente habría exclamado: «¡Por fin tengo una portada en el <span class="elsevierStyleItalic">New York Times</span>!». Porque Hilleman también ha sido reflejado como el gran desconocido, <span class="elsevierStyleItalic">misconociuto</span>,<span class="elsevierStyleItalic"> unsung</span>, incluso entre sus propios colegas. Un artículo de la revista <span class="elsevierStyleItalic">Nature</span><span class="elsevierStyleSup">2</span> recogía el comentario de Anthony Fauci, director del US National Institute of Allergy and Infectious Diseases, que decía: «Poca gente, incluso entre la comunidad científica, están enterados del alcance de las contribuciones de Hilleman. Pregunté recientemente a mis alumnos posdoctorales si sabían quién había desarrollado las vacunas de sarampión, parotiditis, rubéola, hepatitis B y varicela. No tenían ni idea. Cuando les dije que era Maurice Hilleman, me contestaron: 'Ah, ¿te refieres al tipo ese gruñón que viene a todas las reuniones sobre el sida'?». </p><p class="elsevierStylePara"><span class="elsevierStyleBold">De la granja a la universidad </span></p><p class="elsevierStylePara">Maurice Hilleman nació el 30 de agosto de 1919 en una granja cercana a Miles City en Montana, durante la pandemia de gripe más devastadora de la historia. Era el octavo hijo de Ann y Gustave Hilleman, una familia de origen alemán que eliminó de su apellido la segunda «n» dado el fuerte sentimiento antigermánico que surgió tras la Primera Guerra Mundial<span class="elsevierStyleSup">3</span>. Tras su alumbramiento, y ante la sorpresa del homeópata que atendía el parto, nació también una niña en estado casi inerme que falleció pese a los esfuerzos del médico por reanimarla. Pocas horas después del parto, con su hijo recién nacido entre los brazos, Ann empezó a sentirse mal, su cuerpo se agarrotó, los ojos se le pusieron en blanco, echaba espuma por la boca y sus piernas temblaban nerviosamente. Se trataba de una eclampsia. Ann supo que iba a morir, reunió a su familia alrededor del lecho, dio algunas instrucciones sobre el cuidado a sus hijos y pidió a su marido que la enterrara junto a su hija. Gustave cumplió su promesa. «Siempre pensé que había esquivado a la muerte», decía Maurice Hilleman<span class="elsevierStyleSup">3</span>.</p><p class="elsevierStylePara">Maurice vivió una temporada con sus tíos, aunque pasaba mucho tiempo en la granja familiar. «La vida no era fácil en una granja de una zona pobre del Lejano Oeste durante la Gran Depresión», decía<span class="elsevierStyleSup">4</span>. «Todo el mundo debe ganarse el sustento en las llanuras de Montana, donde la vida es brutal, veranos abrasadores e inviernos helados con la nieve cubriéndote la cabeza», le contaba a su hija Jeryl<span class="elsevierStyleSup">3</span>. Hilleman, con 10 años de edad, había sobrevivido a la difteria, a un tren de mercancías que casi lo arrolla cuando montaba en bicicleta y a un accidente en el río Yellowstone donde estuvo a punto de ahogarse<span class="elsevierStyleSup">3</span>.</p><p class="elsevierStylePara">Rodeado de animales, Hilleman se interesa por la biología, pero su esfuerzo por aumentar sus conocimientos era mal visto por la estricta Iglesia luterana a la que pertenecía su familia y que sus antepasados habían ayudado a fundar. A pesar de su rebeldía contra unas enseñanzas religiosas demasiado rigurosas, «cuando tenía 4 años decidí que todo aquello eran dogmas y mitologías», le quedó para siempre una firme creencia sobre la importancia de ayudar a sus semejantes<span class="elsevierStyleSup">5</span>.</p><p class="elsevierStylePara">Solía leer y releer <span class="elsevierStyleItalic">El origen de las especies</span> de Darwin, «supongo que me embelesaba porque la Iglesia se oponía a él, alguien que era tan detestado seguro que debía tener algo bueno»<span class="elsevierStyleSup">3</span>. Hilleman leía todo lo que podía encontrar sobre ciencia y los grandes científicos. Su héroe, y el de casi todos los chicos de Montana, era, sin embargo, Howard Taylor Ricketts. Una misteriosa enfermedad había atacado a los residentes del Valle Bitterroot, a principios de siglo, causándoles fiebre, intensas cefaleas, dolores musculares y baja presión arterial, tras lo que entraban en shock y morían. El gobernador de Montana llamó a Ricketts para que encontrara la causa de la enfermedad. Éste reclutó a estudiantes de la Universidad del Estado —algunos enfermaron y murieron—, para que le ayudaran. Para sorpresa de todos, el vector y el reservorio causante de la infección era una garrapata. La bacteria lleva el nombre de <span class="elsevierStyleItalic">Rickettsia</span> y la enfermedad fiebre de las Montañas Rocosas<span class="elsevierStyleSup">3</span>.</p><p class="elsevierStylePara">En la época que Hilleman vivía en Montana, las guerras con los indios se habían acabado, el tren Northern Pacific ya se había construido y apenas quedaban búfalos. Sus mejores amigos eran los pollos y jugaba a hipnotizar gallos haciendo una raya en el suelo. Además de los libros, su contacto con el mundo era a través de la radio. Los días con buenas condiciones meteorológicas podía conectar las ondas de la KFYR; así escuchaba programas como <span class="elsevierStyleItalic">Encuentro de científicos</span>, los de la Metropolitan Opera o los del Chicago Theater.</p><p class="elsevierStylePara">Después de acabar el bachillerato en la Custer County High, aquel chico cultivado carecía de planes para ir a la universidad. Ni la familia veía la necesidad, ni disponía de dinero para la matrícula. Encontró entonces trabajo como mozo de almacén en la tienda local de la cadena Penney. A las pocas semanas fue rescatado de aquel trabajo. Su hermano mayor, que estudiaba en un seminario, volvió al pueblo a pasar el verano y convenció a la familia para que el benjamín tuviera la oportunidad de seguir estudiando.</p><p class="elsevierStylePara">Ese otoño, Hilleman se matriculó en la Universidad Estatal de Montana. En 1941, tras su graduación como primero de su curso, en química y microbiología, obtuvo una beca para ir a la Universidad de Chicago. «Aquello era la meca, era el centro intelectual de la ciencia, el sistema de enseñanza era un reto, el profesor te decía: no me molestes y avísame cuando descubras algo»<span class="elsevierStyleSup">3</span>. Hilleman se puso a trabajar en un proyecto relacionado con las <span class="elsevierStyleItalic">Chlamydias</span>. Poco se sabía entonces sobre este grupo de gérmenes, algunos de ellos causantes de tracoma o enfermedades de transmisión sexual, y otros, de psitacosis. Hilleman supo desarrollar un sistema de anticuerpos para distinguir los diferentes subtipos del microorganismo. En su experimento tomó un tipo de <span class="elsevierStyleItalic">Chlamydia</span> encontrada en loros y la inyectó repetidas veces a los pollos; observó que se producían anticuerpos de <span class="elsevierStyleItalic">Chlamydia</span><span class="elsevierStyleSup">6</span>. «Viniendo de una granja, siempre tendré en el pollo a un buen amigo», decía<span class="elsevierStyleSup">5</span>. El trabajo le valió un doctorado en Microbiología y un premio que le fue entregado, curiosamente, por la viuda de Ricketts<span class="elsevierStyleSup">3</span>. </p><p class="elsevierStylePara"><span class="elsevierStyleBold">Tiempos de guerra y gripe </span></p><p class="elsevierStylePara">Corre el año de 1944; Hilleman deja Chicago tras obtener un empleo como investigador en el laboratorio de virus de la compañía farmacéutica Squibb & Sons, ahora Bristol-Myers Squibb, ubicado en New Brunswick, estado de Nueva Jersey.</p><p class="elsevierStylePara">Este laboratorio produjo en forma masiva vacunas contra el tifus por <span class="elsevierStyleItalic">Rickettsias</span>, que causaba estragos en la salud del personal militar durante la Segunda Guerra Mundial. Hilleman colaboró con Clara Nigg y Wendell Stanley en el desarrollo de un método para mejorar una vacuna contra la gripe. También continuó sus trabajos sobre <span class="elsevierStyleItalic">Chlamydias</span>. Aprovechando un informe de Sabin, produjo y desarrolló junto a sus compañeros una segura vacuna para uso comercial contra una fatal enfermedad cerebral: la encefalitis japonesa B. Fue utilizada en 1944 y 1945 para proteger a las tropas durante la ofensiva del Pacífico de la Segunda Guerra Mundial<span class="elsevierStyleSup">4,7</span>.</p><p class="elsevierStylePara">Acabada la guerra, Hilleman se traslada en 1948 al Instituto de Investigación Militar Walter Reed de Washington, creado para investigar cualquier tipo de infección que pueda influir en los resultados de las guerras. Permanecerá allí 10 años.</p><p class="elsevierStylePara">Su trabajo se centró en las enfermedades respiratorias con trascendencia epidemiológica para los militares. Para estudiarlas, se creó un nuevo departamento de investigación del que fue nombrado jefe. A finales de los años cuarenta sólo dos instituciones monitorizaban las cepas de virus de gripe circulantes en el mundo: el Instituto Walter Reed y la Organización Mundial de la Salud.</p><p class="elsevierStylePara">La pandemia de gripe española de 1918-1919, que había matado entre 20 y 40 millones de personas en el mundo, causaba preocupación por el riesgo de que pudiera reproducirse. «Mi primera tarea fue idear los medios para detectar y prevenir una posible 'nueva pandemia' de gripe. Observando los resultados de estudios seroepidemiológicos, prospectivos y retrospectivos<span class="elsevierStyleSup">8-10</span>, descubrí que se producían cambios a lo largo del tiempo, a veces progresivos y otras abruptos, en la especificidad antigénica del virus de la gripe que ahora son llamados <span class="elsevierStyleItalic">drift</span> y <span class="elsevierStyleItalic">shift</span>»<span class="elsevierStyleSup">4,7,11</span>. Las pequeñas mutaciones en su proteína de superficie <span class="elsevierStyleItalic">(drift)</span> permiten adquirir inmunidad natural a la población, pero cuando el virus experimenta un cambio genético mayor <span class="elsevierStyleItalic">(shift)</span> se convierte de facto en un «virus nuevo» para el que no hay creadas resistencias y que puede disparar una pandemia.</p><p class="elsevierStylePara">Hilleman tuvo un golpe de intuición cuando lee una noticia y pide al ejército que le traiga cultivos de víctimas de una gripe en Asia: «El 17 de abril de 1957, leí un artículo en el <span class="elsevierStyleItalic">New York Times</span> que daba una primera alerta de gripe en Hong Kong. Pensé, '¡Dios mío! ¡Es la pandemia, está aquí!'. Los estudios realizados nos permitieron predecir la aparición de la pandemia de gripe asiática de 1957 que no llegaría a Estados Unidos hasta el otoño, con la vuelta a clase en los colegios. En colaboración con instituciones (CDC, OMS) y distintas empresas, fue posible alcanzar la producción de 40 millones de dosis de vacuna antes del Día de Acción de Gracias, momento en que la pandemia alcanzó su pico y que, seguidamente, disminuyó de manera rápida»<span class="elsevierStyleSup">4,7</span>.</p><p class="elsevierStylePara">Estudios retrospectivos indicaron que la gripe asiática por influenza A (subtipo H2) fue la segunda verdadera pandemia del siglo xx, el virus de Hong Kong (subtipo H3) de 1968 fue causante de la tercera<span class="elsevierStyleSup">4</span>.</p><p class="elsevierStylePara">A principios de los años cincuenta, Hilleman lleva a cabo un trabajo de campo sobre la gripe tomando muestras a reclutas del Fuerte Leonard Wood en Missouri. Tras varias pruebas de laboratorio con material obtenido de tejido traqueal, consiguió aislar tres cepas de un nuevo virus que se propagaba en series. Éste fue el descubrimiento de los adenovirus. Posteriormente, desarrolló una vacuna de adenovirus epidémico en cultivos celulares de riñón de macaco que demostró una eficacia de 98% en un ensayo clínico realizado en el Fuerte Dix (1956). Esto ocurrió sólo 4 años después del descubrimiento del virus. La vacuna muerta de adenovirus fue autorizada para su distribución comercial en 1958 como aplicación pediátrica. </p><p class="elsevierStylePara"><span class="elsevierStyleBold">Las famosas paperas de una niña </span></p><p class="elsevierStylePara">Tras recibir una oferta de trabajo, Hilleman se traslada a la compañía Merck, donde es nombrado director de un departamento de investigación en virus y biología celular recién creado. Permanecerá allí desde su llegada, en Nochevieja de 1957, hasta su jubilación en 1984. Se dedicará al desarrollo de vacunas pediátricas. Como él señala: «Las vacunas a base de virus vivos atenuados, sarampión, parotiditis, rubéola, varicela y sus combinaciones fueron concebidas por nosotros como posibilidades de futuro en 1957, aunque en aquel tiempo eran en teoría, sólo sueños. La importancia del asunto radicaba en proporcionar una solución simple a una gran parte de los problemas originados por las enfermedades víricas infantiles»<span class="elsevierStyleSup">4</span>.</p><p class="elsevierStylePara">Cada una de las vacunas presentó problemas individuales que se fueron solucionando con los años. Así, la vacuna de sarampión original con la cepa Edmonston B. de Enders (1963), que resultó muy reactogénica, fue sustituida por una más atenuada, eficaz y segura modificación en la cepa Moraten. La vacuna del sarampión comercializada a partir de 1968 salvó millones de vidas.</p><p class="elsevierStylePara">En mitad de una noche de marzo de 1963, una niña de 5 años se levanta y acude al dormitorio paterno, febril y quejosa por su fuerte dolor de garganta. Su padre, microbiólogo, la examina y comprueba que padece unas paperas tras consultar un Manual Merck que tenía en casa. Ha enviudado 4 meses antes. Su mujer, Thelma, a la que había conocido en el instituto, ha muerto de un cáncer de mama. La niña se llama Jeryl Lynn, es la hija mayor de Hilleman, que corre a su laboratorio y trae medios para tomarle una muestra de la garganta. Al día siguiente, tenía que salir de viaje y para su vuelta quizás Jeryl Lynn estuviera curada. Aquel virus de parotiditis fue atenuado semanas después por su equipo. En los ensayos clínicos también participó Kirsten, su otra hija, como control. Finalmente, obtuvieron en 1967 una vacuna no neurovirulenta con alta capacidad de inmunización. «Jeryl Lynn se recuperó de sus paperas, pero el virus de las paperas nunca se recobró después de haber infectado a Jeryl Lynn»<span class="elsevierStyleSup">2</span>.</p><p class="elsevierStylePara">A estos éxitos siguieron los hallazgos de vacuna contra la rubéola (1969) y posteriormente las asociaciones bivalentes entre las tres vacunas (SP, SR, RP) que culminaron con la obtención de la triple vírica (SRP) en 1971.</p><p class="elsevierStylePara">Hilleman investigó también la vacuna contra la varicela (cepa KMcC, que no alcanzó una potencia aceptable, sí la obtuvo por el contrario la cepa japonesa OKA con la que se fabricó la vacuna a partir de 1995).</p><p class="elsevierStylePara">Una vacuna animal, la obtenida contra la enfermedad de Marek, una infección por herpes virus que afecta a los pollos y les produce cáncer, fue desarrollada en 1975 y, además de revolucionar la industria comercial de los pollos, representó la primera vacuna en el mundo contra un cáncer viral.</p><p class="elsevierStylePara">Al infatigable vacunólogo se deben contribuciones al desarrollo de vacunas de virus muertos como la de polio (el hallazgo del SV40), vacuna frente a la hepatitis B derivada del plasma (1968-1981) y la recombinante (1986), o la vacuna frente a la hepatitis A (1996).</p><p class="elsevierStylePara">Las vacunas bacterianas de meningococo A (1974) y B (1975), A y C (1975), A, C, Y, W135 (1982), la de neumococo 14 (1977) y 23 (1983) o la conjugada de <span class="elsevierStyleItalic">Haemophilus influenzae</span> (1989) también fueron desarrolladas por el grupo de Hilleman, que se interesó, además, por las del virus sincitial respiratorio o del rinovirus.</p><p class="elsevierStylePara">«Todo lo que toca este tipo se convierte en una vacuna, tenemos una deuda impagable con él»<span class="elsevierStyleSup">2</span>. </p><p class="elsevierStylePara"><span class="elsevierStyleBold">Cuestión de carácter </span></p><p class="elsevierStylePara">Mucho se ha escrito sobre la personalidad de Maurice Hilleman. Quizás por su origen tenía una firmeza rocosa y bastante seguridad en sí mismo. Solía decir que «en Montana las cosas se hacían. Tú construías un granero, levantabas una valla o ponías una puerta. Eran cosas reales. Luego todo el mundo salía afuera, cogíamos un balde de agua fresca y sentados encima de un tronco pasábamos una taza para celebrarlo. Es la misma sensación que uno tiene cuando consigue la licencia de una vacuna» <span class="elsevierStyleSup">5</span>. Alto y de firme apretón de manos, tenía un hablar suave pero sin rodeos y en ocasiones irreverente. Siempre mantuvo su reputación de quisquilloso, malhablado y con un particular sentido del humor. Tenía un especial don para las bromas, decía que «podía disfrutar de una buena carcajada a costa de un rival que, supongamos, produjera una vacuna que pusiera enferma a la gente»<span class="elsevierStyleSup">12</span>. Las bromas podían dar la impresión de que se trataba de alguien duro e insensible, pero su trabajo era cualquier cosa menos eso.</p><p class="elsevierStylePara">Contando la historia de cómo conoció a Lorraine, su segunda mujer, describía sus experiencias en 1962: «Tuve un par de citas. ¡Cristo! Encontrar mujer es una suerte tan aleatoria como el movimiento browniano. Nunca sabes si serán alcohólicas, si gastarán todo tu dinero o si tendrán enfermedades venéreas»<span class="elsevierStyleSup">2</span>. Tiempo después decidió buscar esposa entre el personal que había mandado su currículo para trabajar en la empresa Merck. Entonces le dijo a su ayudante que hiciera una preselección a su gusto y que le pasase una lista; él se encargaría de la decisión final. Lorraine resultó elegida. La historia revela el estilo burlón y provocador de Hilleman. En realidad, y según ella, Maurice la entrevistó para coordinar en el Hospital Infantil de Filadelfia ensayos clínicos sobre la parotiditis y el sarampión. Todo iba bien y él mantenía una actitud agradable, de pronto le preguntó: «¿Qué edad tienes?». Ella contestó 29 y él dijo: «Ah, creía que tenías 35». Al poco tiempo, se casaron y vivieron un matrimonio de 42 años<span class="elsevierStyleSup">3</span>.</p><p class="elsevierStylePara">Adicto al trabajo, pensaba que la jornada laboral de un científico es de 7 días a la semana. A diferencia de otros investigadores, Hilleman controlaba cada paso del desarrollo de sus vacunas, «caracterizaba los antígenos y los aislaba, hacía la investigación básica, supervisaba todo el proceso de ensayos clínicos. Después frecuentaba también el centro de fabricación para asegurarse de que la vacuna se estaba produciendo correctamente», comenta un antiguo jefe de Merck<span class="elsevierStyleSup">2</span>. Sobre esta meticulosidad y el efecto que producía, el propio Hilleman contaba que «solía entrar en conflicto con todo el mundo, creo que tengo un estilo inusual para dirigir, a pesar de eso sobreviví en Merck» y añadía, cuando le preguntaban si esa forma no delegada de mandar tendría sentido hoy en día: «Hace falta ser un bastardo y no creo que haya actualmente tipos que quieran tener esa dedicación»<span class="elsevierStyleSup">2</span>. </p><p class="elsevierStylePara"><span class="elsevierStyleBold">Hilleman y la vacunología </span></p><p class="elsevierStylePara">El interés de Hilleman por todo lo concerniente a la vacunología es palpable en toda su producción científica. A las comunicaciones sobre las vacunas que había investigado personalmente, podemos añadir sus consideraciones sobre los aspectos éticos en la experimentación<span class="elsevierStyleSup">3</span>, la cooperación entre instituciones<span class="elsevierStyleSup">14</span>, las armas biológicas y el bioterrorismo<span class="elsevierStyleSup">15</span>, la investigación aplicada en inmunología<span class="elsevierStyleSup">16</span>, el papel de la industria farmacéutica<span class="elsevierStyleSup">17</span> o las vacunas futuras<span class="elsevierStyleSup">18-20</span>. Mostró preocupación por la cadena de frío vacunal, «mantener el producto a bajas temperaturas desde el momento de su preparación hasta el momento en que es administrado al paciente»<span class="elsevierStyleSup">21</span>, y fue un pionero en la búsqueda de vacunas termoestables<span class="elsevierStyleSup">21,22 </span>y señaló: «Parece crítico para la OMS y el EPI sospesar el coste que supone mejorar algunas vacunas frente a los costes para establecer una efectiva cadena de frío. Ahora lo que importa es asegurar un efectivo transporte de vacunas"<span class="elsevierStyleSup">21</span>.</p><p class="elsevierStylePara">Aun trabajando para la industria supo manifestar su opinión en temas «calientes», como el memorando que entregó a su propia compañía sobre su preocupación acerca del excesivo contenido de mercurio (timerosal) en algunas vacunas (meningitis, hepatitis B). El informe interno fue aireado por la prensa y utilizado en las querellas originadas durante la polémica sobre mercurio y autismo. Como dijo un periodista, «podemos dar gracias a Hilleman por elegir una profesión donde la protección de los niños es más importante que la reputación de los que trabajan en ella». Un antiguo empleado de Merck aseguraba haberle oído que: «¡Conseguir licencias para productos vacunales no tiene que ver con la ciencia; es la política, no la ciencia, la que consigue las licencias para los productos!». No obstante, tiempo después de escribir su memorando, Hilleman revisó diferentes trabajos y concluyó que la cantidad de mercurio contenida en las vacunas no es dañina, una creencia basada en hechos irrefutables, por lo que lamentó haber escrito aquel texto<span class="elsevierStyleSup">3</span>.</p><p class="elsevierStylePara">Hilleman fue un gran defensor de la palabra «vacunología». Desde que Salk acuña el término en dos artículos (1977 y 1984), Hilleman lo incorpora a su vocabulario. Tras citarlo por primera vez en 1986<span class="elsevierStyleSup">23</span>, aparecerá posteriormente en una veintena de sus textos. Hilleman, ya retirado, está iniciando su etapa como gran revisor. En aquel artículo refería las motivaciones y dificultades que tienen la industria, los países ricos y los pobres para fabricar vacunas. También señalaba tres «eras» en la vacunología e inventa la expresión <span class="elsevierStyleItalic">polytopic vaccines</span> para la tercera época o vacunología moderna. Su intento de llamarla era del <span class="elsevierStyleItalic">polytopism</span> no tuvo éxito. Ahora, hay quien ha dicho que a esa etapa habría que llamarla «era Hilleman».</p><p class="elsevierStylePara">Su adhesión a la «vacunología» fue total. Se hace muy patente, sin embargo, que era un inventor de vacunas. En sus distintas definiciones siempre enfoca hacia el aspecto de investigación básica y la fabricación, olvidando otros escenarios de la vacunología.</p><p class="elsevierStylePara">Hilleman, a pesar de su fuerte carácter, supo dirigir equipos: «Los colegas hacen que las cosas ocurran, el equipo es el que lo hace». «Cuando se ponía a pensar, hundía su cara entre las manos y permanecía largo rato en silencio, una especie de trance. Luego te soltaba el sujeto de sus reflexiones que siempre solía comenzar con una imprecación. ¡Maldita sea!, dijo una vez, la ciencia debe producir algo útil. Es lo que hay que devolverle a la sociedad por el apoyo que nos presta»<span class="elsevierStyleSup">5</span>.</p><p class="elsevierStylePara">Hilleman, que conoció de cerca a Salk, Sabin o Koprowski, estaba entusiasmado con la posibilidad de erradicación de la polio, tal como había pasado antes con la viruela. «El camino al futuro es hacer que las enfermedades desaparezcan; ése es el poder de las vacunas». Las vacunas sintéticas y el seguimiento de los esfuerzos por encontrar una vacuna frente al sida fueron sus últimas preocupaciones. </p><p class="elsevierStylePara"><span class="elsevierStyleBold">Influencias, pares, Arrowsmith </span></p><p class="elsevierStylePara">Hilleman no gozó del reconocimiento popular de Salk, Sabin o Pasteur. Su proyección mediática no alcanzó la de estos investigadores, aunque sus contribuciones al campo de las vacunas fueron premiadas repetidamente por distintas instituciones científicas, académicas o gubernamentales.</p><p class="elsevierStylePara">Fue miembro de comités y sociedades científicas (U.S. National Academy of Sciences, Institute of Medicine of the National Academy of Sciences, American Academy of Arts and Sciences, American Philosophical Society) y recibió los mayores honores: The Lasker Medical Research Award, Award of the National Medal of Science, The Robert Koch Gold Medal, The Prince Mahidol Award 2002, Special Lifetime Achievement Award por la OMS, Sabin Heroes of Science Award, premio especial por Achievement and Legacy del CDC, The San Marino Prize, Albert Sabin Gold Medal o el Lifetime Achievement de la Sabin Foundation.</p><p class="elsevierStylePara">En ocasiones, se han debatido las razones por las que el hombre que más vacunas inventó es tan poco conocido o no recibió el Premio Nobel. Intentaremos enumerar las claves de ese bajo perfil público de Hilleman, alguna de ellas proporcionada por él mismo.</p><p class="elsevierStylePara">En su formación como persona, Hilleman siempre reconoció la influencia de Gustave, su padre, y Robert, su tío, que actuó como padre adoptivo durante su infancia. El primero, recto y conservador, el segundo, librepensador, atento y muy inteligente. Fueron los que modelaron su personalidad y le educaron en valores como la rectitud, la humildad, la curiosidad y el esfuerzo.</p><p class="elsevierStylePara">Su trayectoria científica está influida por ocho experiencias cruciales que inspiraron su trabajo. En primer y obligado lugar, los hallazgos de Edward Jenner, del que aprende el poder de las vacunas. Hilleman encabeza varios de sus artículos<span class="elsevierStyleSup">4,7,11 </span>con una frase contundente: «La ciencia de las vacunas y la inmunología fue creada por Jenner». En segundo lugar, Louis Pasteur, del que aprende que se pueden fabricar vacunas contra virus humanos peligrosos; éste había inventado la vacuna contra la rabia, la segunda dada a la humanidad. De Martinus Beijerinck, naturalista, botánico y microbiólogo holandés aprende qué son los virus, cómo se reproducen y cómo causan enfermedades. Jenner necesitaba vacas para producir su vacuna contra la viruela, Pasteur necesitaba perros o conejos. De Alexis Carrel aprende que los órganos de los animales pueden conservarse vivos fuera del cuerpo liberando a los científicos de la necesidad de manejar a todo el animal para probar vacunas. De Ernest Goodpasture, con quien trabajó a principios de los años treinta, aprendió que los virus pueden crecer en huevos, técnica que utilizó en sus vacunas de gripe pandémica o parotiditis. De Max Theiler aprende que los virus pueden atenuarse y fabricar vacunas haciéndoles crecer en células animales. Hilleman usó esta técnica cuando atenuó el virus de la parotiditis tomado de su hija y cultivándolo en células de embrión de pollo. Del equipo de investigación formado por John Enders, Thomas Weller y Frederick Robbins, que trabajaban en el Hospital Infantil de Boston, aprende a finales de los años cuarenta cómo cultivar células animales y humanas en el laboratorio, una técnica que se utiliza todavía para fabricar vacunas virales. Finalmente, de Jonas Salk, inventor de la vacuna inactivada contra la polio, aprende que las vacunas pueden ganar el corazón del gran público.</p><p class="elsevierStylePara">En sus artículos enumera varias etapas en la historia de la vacunología; la de Jenner, seguida por los que llama los cuatro gigantes, Pasteur, Koch, Von Behring y Ehrlich, y finalmente, la vacunología moderna, el período que cubre su carrera profesional<span class="elsevierStyleSup">4,7,11</span>. En estos textos se percibe el deseo de perdurar en el futuro, de exponer sus contribuciones, a modo de testamento científico. Hilleman narra el desarrollo, la evolución y los descubrimientos de vacunas a través de sus seis décadas como investigador. Su historia personal se convierte en el eje central, en la crónica de todo lo acontecido. Es evidente que, en palabras de Fauci, «la calidad y cantidad científica de lo que hizo era increíble»<span class="elsevierStyleSup">2</span>.</p><p class="elsevierStylePara">Uno de los grandes vacunólogos contemporáneos, Stanley Plotkin, que desarrolló la vacuna contra la rubéola y se ha aplicado también al estudio de vacunas contra polio, varicela, rabia, rotavirus o citomegalovirus, tiene en contraste con Hilleman un perfil más académico. Pediatra de formación y más inclinado hacia la docencia y la práctica hospitalaria, aunque también ha trabajado en la industria farmacéutica, Plotkin añade a su producción científica en revistas, un libro de texto. Su célebre <span class="elsevierStyleItalic">Vaccines</span> (1988) va por la cuarta edición y constituye una referencia obligada en la especialidad. Hilleman, por el contrario, no llegó a redactar un texto de envergadura similar; otra posible razón que explica su menor popularidad.</p><p class="elsevierStylePara">La labor de revisión, cada vez más valorada en la literatura científica, fue ejercida por Hilleman con notable acierto a lo largo de su carrera y especialmente durante los últimos 20 años de su vida. La colección en un libro de sus numerosos artículos de revisión, junto a los repasos históricos ya citados, probablemente constituirían un texto docente muy útil.</p><p class="elsevierStylePara">Hilleman se relacionó con la mayoría de científicos dedicados al estudio de las vacunas, colaborando o compitiendo con ellos. Sin embargo, no tiene un mentor. Retomando la comparación con Plotkin, éste evoca en su artículo «The late sequelae of Arrowsmith»<span class="elsevierStyleSup">24</span>, lo que ha sido su vida como investigador y reconoce expresamente a Hilary Koprowski como el hombre que le ayudó en sus inicios. En el texto se hace referencia a la novela <span class="elsevierStyleItalic">El doctor Arrowsmith,</span> de Sinclair Lewis, por la que obtuvo el Pulitzer en 1925. Plotkin señala la influencia que le produjo su lectura para determinar su vocación y también la de muchos microbiólogos, comparando a Koprowski con Gottlieb, el inmunólogo que aconsejará al joven protagonista, Martin Arrowsmith. Curiosamente, el artículo de <span class="elsevierStyleItalic">Nature</span><span class="elsevierStyleSup">2</span> sobre Maurice Hilleman refiere que «durante una larga entrevista, discutía a la vez sobre la novela <span class="elsevierStyleItalic">Arrowsmith</span> de Sinclair Lewis y sobre la última investigación en virus de la inmunodeficiencia humana o la tuberculosis, revelándose como un voraz lector».</p><p class="elsevierStylePara">Hilleman era capaz de reconocer a sus iguales; con motivo de su último homenaje, dijo, en señal de agradecimiento: «No hay mayor tributo que se pueda hacer a un científico que el reconocimiento de sus pares. Ustedes son mis pares en el mundo de la ciencia». El redactor del artículo añade que los pares de Hilleman cabrían en una cabina telefónica<span class="elsevierStyleSup">2</span>.</p><p class="elsevierStylePara">El relativo anonimato de Hilleman puede explicarse por varias razones. A pesar de su estilo irreverente, dominante, sus maneras confrontadoras y provocativas o de su autoconfianza, era un hombre humilde<span class="elsevierStyleSup">3</span>.</p><p class="elsevierStylePara">Anton Schwarz puso su propio nombre a la cepa de la vacuna contra el sarampión que descubrió, como hicieron Salk o Sabin con las de polio. Hilleman denominó a su vacuna contra el sarampión Moraten <span class="elsevierStyleItalic">(more attenuated enders)</span> en reconocimiento a los trabajos de John Enders. Su vacuna contra la rubéola se llama cepa HPV77-<span class="elsevierStyleItalic">duck</span><span class="elsevierStyleItalic">(high passage virus), </span>en homenaje a los trabajos de Meyer y Parkman. Después de ser el primero en identificar el virus de la hepatitis A, llamó a la cepa CR326. Las vacunas de las que sentía más orgulloso, contra las hepatitis B, se denominaron derivadas del plasma o recombinantes, y la de parotiditis, cepa Jeryl Lynn, en honor a su hija<span class="elsevierStyleSup">3</span>. Ninguna vacuna lleva su nombre.</p><p class="elsevierStylePara">Sólo estaba interesado en el producto, no en recibir reconocimiento por él<span class="elsevierStyleSup">1</span>. Su actitud ante un nuevo descubrimiento era más bien: «No es tan interesante» que «Yo, Maurice Hilleman, lo he hecho»<span class="elsevierStyleSup">3</span>. Muchos científicos hubieran estado contentos tras conseguir uno solo de los muchos logros de Hilleman<span class="elsevierStyleSup">1</span>.</p><p class="elsevierStylePara">Con todo, la razón más poderosa para justificar su anonimato es que desarrolló casi toda su carrera en la industria, sobre todo en los laboratorios Merck, donde estuvo desde 1957 hasta su retirada en 1984. Muy tardíamente, fue profesor adjunto de Pediatría en la Universidad de Pennsylvania, algo más bien honorífico. Ciertos comentarios resumen su forma de pensar sobre estos aspectos: «Si miras para atrás en la historia, la industria es como un leproso». «Cuando acabé mi tesis doctoral en la Universidad de Chicago», añade, «me comentaron que no entrenaban gente para trabajar en la industria y yo dije '¡qué demonios!, ahí es exactamente dónde voy a ir'»<span class="elsevierStyleSup">2</span>. Cuando la gente mira a los que investigan para la industria, les parecen serios, formales, faltos de humor y con intereses comerciales, frente a ellos, los investigadores universitarios tienen un aire más informal, más alegre o sin intereses pecuniarios. Es una falsa idea, pero ahí está. Los primeros aparecen poco en los medios de comunicación (Hilleman), los segundos se convierten en héroes mediáticos (Salk). Hilleman decía sarcásticamente que estaba trabajando para la «desagradable industria»<span class="elsevierStyleSup">3</span>. Cuando descubrió la vacuna contra la hepatitis B, se llevó a cabo un trabajo de campo que dirigió Wolf Szmuness. Los resultados se publicaron en el <span class="elsevierStyleItalic">New England Journal of Medicine</span>. Los medios de comunicación se volcaron en Szmuness, lo llamaban de todo el mundo para explicar la vacuna, hasta las instituciones de salud pública le atribuían el descubrimiento. Pero era un invento de Hilleman que sí aparecía entre los 9 autores del artículo. «No quise estar el primero, prefería que Szmuness contara que la vacuna funcionaba bien; si yo daba la cara ante la prensa, alguien podría pensar que intentaba venderles algo. Como yo era parte de la industria y se trataba de evaluar mi trabajo, éticamente debía permanecer en segunda fila»<span class="elsevierStyleSup">3</span>.</p><p class="elsevierStylePara">Sólo Max Theiler, investigador de la vacuna contra la fiebre amarilla, ganó un Nobel en 1951. Ni Salk, ni Sabin, ni Plotkin, ni Koprowski, tampoco el que probablemente más ha reducido la morbimortalidad de muchas enfermedades infantiles, Hilleman.</p><p class="elsevierStylePara">Sus interesantes trabajos sobre el interferón —fue el primero en purificarlo, en describir sus propiedades biológicas y en proponer un mecanismo de acción— hicieron que un gran número de científicos lo propusiera para el Nobel, meses antes de su muerte. Era su última oportunidad. Lamentablemente, un miembro del comité que otorga el premio sentenció que no se podía dar a alguien que trabajara para una compañía<span class="elsevierStyleSup">3</span>.</p><p class="elsevierStylePara">Siempre sostuvo que para progresar en investigación es necesaria una sinergia entre la universidad, el gobierno y la industria, animando a que se estrecharan los lazos entre las tres instituciones<span class="elsevierStyleSup">4</span>. Maurice Hilleman. que afirmaba «Siempre quise hacer algo útil», representa el espíritu de los hombres con pasión, sacrificio y entereza, cuyo trabajo resulta un regalo incomparable. </p><p class="elsevierStylePara"><span class="elsevierStyleBold">Financiación </span></p><p class="elsevierStylePara">Este trabajo se enmarca dentro del proyecto «Estudios sobre historia de la vacunología», que cuenta con financiación de la Dirección General de Salud Pública, Consellería de Sanitat, Valencia.</p><hr></hr><p class="elsevierStylePara"><span class="elsevierStyleItalic">Correspondencia:<br></br></span>Dr. J. Tuells.<br></br> Departamento de Enfermería Comunitaria, Medicina Preventiva y Salud Pública e Historia de la Ciencia. Universidad de Alicante. Campus San Vicente de Raspeig. 03080 Alicante. España.<br></br> Correo electrónico: <a href="mailto:tuells@ua.es" class="elsevierStyleCrossRefs">tuells@ua.es</a></p>" "pdfFichero" => "72v11n01a13150867pdf001.pdf" "tienePdf" => true "bibliografia" => array:2 [ "titulo" => "Bibliografía" "seccion" => array:1 [ 0 => array:1 [ "bibliografiaReferencia" => array:24 [ 0 => array:3 [ "identificador" => "bib1" "etiqueta" => "1" "referencia" => array:1 [ 0 => array:2 [ "contribucion" => array:1 [ 0 => array:3 [ "titulo" => "Vaccine: the controversial story of medicine''s greatest lifesaver. New York: W." "idioma" => "en" "autores" => array:1 [ 0 => array:2 [ "etal" => false "autores" => array:1 [ 0 => "Allen A." ] ] ] ] ] "host" => array:1 [ 0 => array:1 [ "Revista" => array:3 [ "tituloSerie" => "W" "fecha" => "Norton & Co" "volumen" => "2007" ] ] ] ] ] ] 1 => array:3 [ "identificador" => "bib2" "etiqueta" => "2" "referencia" => array:1 [ 0 => array:2 [ "contribucion" => array:1 [ 0 => array:3 [ "titulo" => "Maurice Hilleman." 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Revista Oficial de la Asociación Española de Vacunología (AEV) Vacunas tiene como objetivo contribuir a la difusión de los avances científicos en el campo de las vacunaciones preventivas de aplicación en seres humanos, tanto en el ámbito de la investigación básica como aplicada. Se pone especial énfasis en los aspectos relacionados con la planificación y evaluación (epidemiología de las enfermedades vacunables, desarrollo de programas de vacunaciones, evaluación de la eficacia, efectividad y eficiencia de las vacunaciones). La revista publica, en su versión en español y en inglés, Editoriales, Artículos originales, Artículos especiales, Revisiones, Estrategias y Programas vacunacionales. Hay también apartados sobre recensiones bibliográficas, noticias y congresos relacionados con su temática principal.
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