He leído atentamente la investigación titulada «El suicidio en Castellón entre 2009 y 2015: ¿ayudan los factores sociodemográficos y psiquiátricos a entender las diferencias entre los ámbitos urbano y rural?»1. El posicionamiento crítico que intento sostener es hacia la postura epistemológica de la cual la investigación citada es una expresión y, por lo tanto, un ejemplo.

De acuerdo con los intereses por entender y comprender declarados por los autores, creo que la limitación principal del estudio ha sido caracterizar las diferencias en los suicidios en ambos espacios, sin que lo rural y lo urbano hayan sido discutidos como parte del problema mismo. No tengo dudas de que el método estadístico empleado por los autores ha sido congruente con su propia lógica de diseño. Sin embargo, mi postura crítica como investigador del tema surge en este caso cuando me pregunto acerca de las explicaciones que se están quedando fuera, y por el alcance de los resultados actuales para prevenir el suicidio con una mirada hacia la ruralidad o hacia la urbanidad. El intento de respuesta a estos 2 interrogantes guía esta misiva.

En la investigación en salud existe una larga tradición epistemológica que ha fragmentado la comprensión de lo social a través de factores más o menos relevantes, en torno a los cuales se acumula cada vez más evidencia. La investigación citada se ubica en este tipo de aproximaciones.

Según los datos del estudio sabemos que para la muestra total hubo una mayor tasa de suicidio entre los varones, y del medio rural. Sabemos que estos emplearon medios más letales. Consecuentemente, una estrategia de prevención podría dirigirse a los hombres como grupo en mayor riesgo. No obstante, podemos limitarnos a regular los medios que estos utilizan para atentar contra sus vidas, si no nos preguntamos qué significa ser hombre en uno u otro medio. La misma pregunta aplica para el caso de las mujeres.

La respuesta a esta pregunta implica conocer, por ejemplo, cómo se sanciona el intento del hombre en una sociedad patriarcal, que espera represión emocional, éxito y optimización del cuerpo masculino. En el contexto rural estas expectativas se refuerzan por una división tradicional en los roles de género, como parte de las actividades de producción tradicionalmente asignadas a los varones.

Varias investigaciones2–4 sobre el fenómeno del suicidio en contextos rurales y urbanos sostienen la necesidad de entender las vías a través de las cuales se viven y expresan las emociones en ambos espacios, a partir de las formas en que se organizan las familias, se distribuyen las responsabilidades y el tiempo libre, se accede a la educación, y el empleo. A esto se suman fenómenos actuales como el impacto de las políticas neoliberales en la reorganización de las familias, la migración y la ruptura de lazos afectivos entre sus miembros, así como en la precarización de las condiciones de trabajo, con un impacto diferencial para hombres y mujeres5,6.

Se pueden seguir discutiendo los resultados con apoyo de bibliografía congruente estadísticamente con los hallazgos, pero lo urbano y lo rural no son categorías universales. En términos de una aproximación comprensiva a contextos culturalmente singulares, iguales tasas de suicidio pudieran estar explicadas por procesos completamente diferentes.

Una forma de complementar o trascender la mirada factorialista y histórica sobre los espacios sociales, en este caso urbano y rural, consiste en entender el objeto de estudio como una red que expresa un contexto social. En esta lógica, uno u otro espacio podrían ser estudiados como formas relativamente estables de organización social, que norman y expresan las formas de ser y estar de individuos y grupos humanos. Recordemos que la salud mental no es solo un campo y una categoría de estudio, sino también el modo en que se vive cotidianamente.

Este tipo de miradas implica un esfuerzo inter y transdisciplinar. Por esta razón, mi posicionamiento crítico no es tanto hacia la investigación citada que ya fue, sino hacia la que pudo haber sido, y hacia las que están por venir. La utilidad de la ciencia depende tanto de las respuestas como de la posibilidad de cambiar las preguntas.