La presión arterial está frecuentemente elevada durante la fase inicial del ictus, y generalmente desciende de forma espontánea durante las primeras horas o días tras la presentación del ictus. Algunos estudios han demostrado que la elevación de la presión durante la fase aguda del ictus se asocia a un mal pronóstico, aunque los resultados de estudios de observación han mostrado resultados no concluyentes y contradictorios. Una curva en U ha sido observado en la relación entre presión arterial inicial al ingreso y mortalidad por ictus.
No hay acuerdo general acerca de si la elevación de la presión arterial debe ser tratada, pero la mayor parte de guías recomiendan el tratamiento cuando existe una elevación persistente de la presión arterial igual o superior a 220 mmHg de presión arterial sistólica e igual o por encima de 120 mmHg de presión arterial diastólica. Incluso en estos casos es necesario evitar una reducción brusca o intensa de la presión arterial, debiéndose reducir de forma gradual y menos del 20%-25%. En los pacientes con ictus hemorrágicos o con ictus isquémicos en los que se deba iniciar tratamiento fibrinolítico o anticoagulante se debe evitar que la presión arterial esté por encima de 180/105 mmHg.
El incremento de la temperatura durante la fase aguda del ictus se asocia a una peor evolución neurológica, con un aumento notable de la morbilidad y mortalidad. Algunos estudios han demostrado que la hiperglucemia durante la fase aguda del ictus se asocia a un peor pronóstico, pero los resultados de distintos estudios no son concluyentes.
Blood pressure is frequently high during the initial phase of stroke and usually decreases spontaneously during the first hours or days after onset. Some studies have shown that high blood pressure during the acute phase of stroke is associated with a poor prognosis, although results from observational studies have shown inconclusive and contradictory results. A U-shaped relationship has been observed between initial blood pressure at time of admittance and stroke mortality.
There is no general agreement about whether the high blood pressure should be treated, but most guidelines recommend treatment when the rise entails persistent systolic readings of ≥220 mmHg and diastolic readings of ≥120 mmHg. Even in these cases, it should be necessary to avoid abrupt or intense blood pressure reductions in lieu of more gradual ones and which are less than 20 %-25%. In patients with cerebral hemorrhagia, or with ischemic stroke in which fibrinolytic or anti-coagulant treatment must be initiated, it must be assured that blood pressure levels are lower than 180/105 mmHg.
Temperature increases during the acute phase of stroke is associated with poor neurological evolution and a noteworthy increase in morbidity and mortality. Some studies have demonstrated that hyperglucemia during the acute phase of stroke is associated with a poorer prognosis, but the results of various studies have not been conclusive.