El infarto cerebral es una patología con gran impacto en la salud pública de nuestro país. Al ocluirse el flujo sanguíneo de una arteria cerebral se produce una cascada de eventos moleculares que llevan al daño neuronal. En esta condición, queda un tejido con circulación limítrofe alrededor del infarto, la llamada penumbra isquémica, que es potencialmente recuperable, sólo si se produce rápidamente la reperfusión. La recanalización precoz del vaso ocluído es la terapia más efectiva en el infarto cerebral agudo.
En la última década ha habido importantes avances en el manejo de esta patología. Estudios de gran escala han mostrado el beneficio de la trombolisis intravenosa administrada en las primeras tres horas del inicio de los síntomas, el beneficio de la trombolisis intraarterial en las primeras seis horas, el uso de antiplaquetarios en las 48 horas iniciales y la importancia del adecuado manejo de las condiciones médicas asociadas, en unidades especializadas (“stroke unit”), para mejorar el desenlace. Las estrategias actuales se orientan a expandir la ventana terapéutica por sobre las tres horas clásicas y evaluar maniobras que tengan más beneficios en los pacientes de mayor gravedad.