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Vol. 74.
Páginas 187-192 (septiembre - diciembre 2017)
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50 AÑOS DESPUÉS
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Inicio agradeciendo la presencia de todos ustedes a esta ceremonia, la cual tiene como objetivo recibir un reconocimiento por cinco décadas de trabajo académico en mi querida Universidad NacionalAutónoma de México. Celebrarlo es un hecho significativo y conmovedor, que me produce satisfacción, felicidad, orgullo y otros sentimientos más.

Como sociólogo no puedo pasar por alto su significado social, particularmente en esta cruda etapa que vivimos. Comenzaré por preguntarme: ¿debo celebrar?, ¿ustedes deben premiarme con su compañía y cariño? ¿la sociedad efímera y superficial que prevaleciente hoy día, tiene que agasajar a un trabajador que llega a 50 años de actividad?

Recuerdo que el ingreso a la Escuela Nacional Preparatoria No. 1, ubicada entonces en el viejo barrio universitario de la Ciudad de México generó en mí un pensamiento y una actitud perceptiva sobre lo que hoy denomino mi identidad unamita, la cual entiendo como el conjunto de rasgos y características que he asumido de esta gran institución, lo que me da un profundo sentido de pertenencia, que lejos de cerrarme ante la otredad, me ha permitido conocerla, comprenderla y, en algunos casos asimilarla y adaptarla, para explicar e incidir en diferentes ámbitos de la realidad social, sin perder la referencia de mis raíces socio culturales.

Sin duda, mi estancia en la unam me ha formado como profesionista, pero más valoro la sensibilidad adquirida en esta Facultad de Ciencias Políticas y Sociales respecto a mi pasado y a la complejidad del contexto cotidiano humano, social y político, así como el enorme reto que significa su cambio y/o transformación.

Diferentes asignaturas, impartidas por grandes maestros, me mostraron la perspectiva analítica, critica y activa, para descubrir, conocer, comprender y, sobre todo, para actuar. Mis profesores fueron maestros que no se circunscribieron sólo al trabajo en aula. Eran –y por fortuna, algunos siguen siendo– intelectuales y activistas. Personajes como don Pablo González Casanova, quien cimentó en mí el interés por el Diseño de la investigación, área esencial para construir conocimiento de forma sistemática, racional y objetiva. Don Enrique González Pedrero, quien mostró a mi generación la trama teórica e histórica del poder y su dinámica participativa. Muchos más, para fortuna mía, fueron los maestros de un nivel sobresaliente con quienes estudié, comprendí y me comprometí con el zoon politikon. Pero, hay dos catedráticos especiales en mi vida de estudiante en esta institución, doña Isabel Horcasitas y don Ricardo Pozas Arciniega. Ellos, no sólo con sabiduría, sino también con cariño me formaron y prepararon para ir a la gente, en particular a los pueblos originarios y, con ello, confirmar mi vocación y compromiso social. Fueron mis maestros y tutores en el sentido amplio del término. Precisamente en 1967 –hace 50 años– cuando cursaba el cuarto año de la carrera, tuve el privilegio de ser de los primeros becarios de esta Facultad, desempeñándome como ayudante de profesor y auxi- liar de investigación de don Ricardo Pozas Arciniega.

Deseo rememorar que mi rol tanto de estudiante como de ayudante de profesor en el año de 1968 fue impactante, pero al mismo tiempo contundente y excepcional para valorar teorías, métodos, técnicas y estrategias, que abordábamos en el aula y discutíamos en los pasillos. La perspectiva de enseñanza y activismo de los movimientos estudiantiles nos inclinaban a la acción-reflexión-acción y así pude contar con argumentos derivados del estudio de lo real, lo cotidiano; de las personas, los grupos, las clases sociales y la sociedad como un todo.

Ser testigo y actor del trascendental movimiento de 1968, me generó un reto: la congruencia. No sólo memorizar los discursos y conceptos de la obra de los teóricos, sino producir, aunque mínimos, algunos cambios y la gran ilusión y atrevimiento: pugnar por la transformación social. Fue entonces cuando me aboqué a crear proyectos sociales de bienestar, que brindaron al menos lo fundamental a los pueblos.

Como profesor, asumí el reto de preparar a los jóvenes estudiantes en llevar “...la universidad al pueblo…” (Dixit: David Alfaro Siqueiros). Tomé a las organizaciones sociales como la estrategia y trabajamos con pueblos y comunidades en diferentes sitios de la República Mexicana. (Hago un paréntesis para agradecer la presencia de miembros de la Familia Zavala del pueblo Tetelpa, de Zacatepec, Morelos. Igual de don Manuel Barragán Rojas, de Huajuapan de León, de la Mixteca Oaxaqueña. Ellos brindaron su confianza y apoyo para lograr nuestros propósitos académico-sociales, que –por cierto– siempre documentó la gran Gaceta UNAM).

Durante mi camino sociológico y siendo congruente con mi concepción, he realizado investigación en múltiples espacios sociales, con personas, grupos, pueblos, movimientos, instituciones y organizaciones. Lo he hecho así, porque no acepto los discursos sofisticados, estériles, carentes de sentido, que sólo quedan en lamentaciones o en impresionantes discursos y repetidores de frases, casi en tono santificado.

Mi praxis ha tenido lugar vinculando la unam a la sociedad y ha sido un privilegio, pues además de formarme como profesional, también me permitió descubrir el sentido histórico, humano y social de la educación, lo que condujo a mi preparación como profesor. Fue en esta Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la unam, como en otros espacios más –de forma sobresaliente la Escuela Nacional de Trabajo Social– donde supe y comprendí que un profesor es quien tiene sapiencia en algún campo, pero también vocación por hacer de la educación un camino hacia la igualdad y la felicidad, una promesa ante la enorme adversidad y un medio para adquirir destrezas para ser activo, participante y transformador. También concebí y asumí que un profesor dialoga, orienta, acompaña y nunca adoctrina. Su convicción y pasión es la educación, dirigida a pensar y razonar, siempre a partir de lo real. Por eso, decidí que debía asumir la docencia como compromiso de vida. Las lecturas de pedagogos contemporáneos, particularmente latino americanos, me condujeron a enseñar con amor, pasión, convicción y compromiso.

En la actualidad, cuando los grandes espacios mundiales del poder han impuesto una educación instrumentalista que sólo capacita al estudiante en la ejecución de operaciones acordes con modelos y estrategias para el dominio internacional, las instituciones educativas nacionales, particularmente las públicas y autónomas, deben ser reflexivas, críticas y tienen que asumir la responsabilidad de enseñar con un marco histórico, económico, político y social, consecuente con sus orígenes y su contexto, dirigido a formar estudiantes que sean capaces de diseñar, crear y edificar, siempre al lado de la gente. Si no es así, la educación por la que han luchado filósofos, profesores y activistas, sólo será útil para intereses productivistas y mercantilistas.

He llegado a 50 años de actividad laboral aquí en esta Universidad de la nación mexicana, de carácter pública, autónoma, laica y gratuita. Entonces, ahora soy un viejo… Si, un viejo y no un adulto mayor, ni de la tercera edad. Soy un profesor viejo… Yme honra mucho, pues durante mi formación me enteré del significado y función que ha tenido ese sector social en la historia de los pueblos del mundo. Los viejos han sido depositarios de la sabiduría no por decisión de alguien, ni por decreto, sino simplemente por la experiencia acumulada a lo largo de los años.

Lamentablemente, tenemos un modelo económico social de tipo efímero, donde no sólo los objetos, sino también la gente somos desechables. Los viejos estorbamos y debemos irnos. En este modelo económico mundial insensato y en absoluto ocaso está ubicado el sistema político nacional, que además de sometido, es injusto, lo que se evidencia, por ejemplo, con la forma simplista y discriminante al zanjar la demanda de trabajo de los jóvenes, excluyendo a los viejos.

Irracional y reprochable es esa estrategia desde perspectivas, lo mismo económicas, que sociales y, sobre todo humanas, pues se ignora y desprecia la sabiduría, que para los jóvenes es el conocimiento acumulado que hay que considerar como referente. Viejos y jóvenes debemos constituir unidad en una división social del trabajo, donde cada uno realice, coordinadamente, lo que sus potencialidades le conceden. Visto con una perspectiva analítica y crítica, la población vieja también representa un bono no sólo demográfico, sino de conocimiento y experiencia social.

En este contexto de mi vejez, comparto que en la unam la mayoría de los viejos no queremos irnos; si bien es cierto que nuestra potencialidad física ha disminuido, no sucede lo mismo con la intelectual. Sabemos que nuestro trabajo es más trascendente, pues está sustentado en la experiencia. Para nosotros seguir compartiéndolo no sólo es un deseo, sino un compromiso con nuestra universidad, con nuestra nación y con la sociedad en general.

Para lograr esa aspiración y compromiso de los académicos viejos, el reto radica en crear un procedimiento que permita aprovechar para la universidad de la nación mexicana la sabiduría de los viejos en actividad y hasta de los jubilados. Una comunidad de viejos que aporte su pensamiento, vocación, creatividad, experiencia e identidad, representaría un gran patrimonio. Aclaro, no estoy pidiendo gerontocracia, ni presencia indefinida. No, cada uno de nosotros, al margen de la edad, percibe objetivamente sus debilidades y limitantes y, a partir de esa catadura, debe partir en el momento en el que su presencia sea difícil y además deje de ser satisfactoria, lo que implica que ya no es propicia para la comunidad con la cual nos enlaza no únicamente un trabajo, sino un gran afecto; un gran amor.

Por eso, no puedo omitir expresar una inconformidad, que estoy seguro suscriben muchos viejos, y también jóvenes con una perspectiva analítica. Reconozco que en la UNAM tenemos un buen trato en nuestro desempeño y hasta excepcional en la forma que se nos ofrece partir, pero no admito que se haya asumido como política y estrategia esa lógica de la llamada sociedad líquida, pues en diversos casos se presentan tratos discriminatorios y excluyentes hacia los viejos. Destaco, específicamente que el término renovación de la planta académica cae dentro de la trama efímera y superficial, que no es congruente con el espíritu unamita. Pido que ese vocablo, su contenido y consecuencias, sean sustituidos por uno adecuado con la filosofía de nuestra institución. Mi propuesta es que hablemos y actuemos en el fortalecimiento de la planta académica, pero no de renovarla. El reto está en fijar el tipo de actividades que debemos compartir con los jóvenes que nos permitan ceder la sabiduría que poseemos.

Experiencias de diversos tipos han sucedido en mis 50 años de quehacer académico, que diariamente me enseñan y retan a seguir preparándome en la obra que la sociedad nos confiere a los maestros, y lo hago con interés, curiosidad y compromiso. Hoy, veo con emoción que la forma de trabajo docente que he implementado la recuperan profesores que fueron mis alumnos, algunos de ellos también adjuntos. Con orgullo valoro que se convierte en una práctica en la enseñanza de las ciencias sociales y las humanidades, lo mismo en la educación media superior, que en la licenciatura y el posgrado.

Concluyo dando respuesta a los cuestionamientos con los que inicié:

Sí debo celebrar mis 50 años como profesor unamita y con ello exaltar el gran patrimonio intangible que en saber acumulado constituimos todos los viejos académicos.

¡Gracias por estar conmigo en este día inolvidable ¡Su presencia es mi mayor homenaje

¡Gracias a mi unam por acogerme durante 50 años en su academia

¡Gracias, muchas gracias

Palabras expresadas el 23 de mayo de 2017, en el Homenaje por 50 Años de Trayectoria Académica en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la unam.

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