Desde la teoría crítica, se propone pensar las luchas sociales a partir del despliegue de sus contradicciones y de la inestabilidad que producen en el orden existente. Para su comprensión, la autora propone una herramienta metodológica que implica el análisis sistemático, por un lado, de sus horizontes interiores, es decir, de sus aspiraciones políticas; y, por otro, de sus alcances prácticos, esto es, de los rasgos plenamente registrables durante el despliegue de las luchas. En este sentido, el registro sistemático de los alcances prácticos visibles durante el despliegue de las luchas, permite percibir, el horizonte interior que las sustenta y a partir del cual ellas mismas abren sus propias perspectivas, reinventándose de manera permanente y delineando horizontes de transformación política posible.
From critical theory, there is a proposal to think social struggles from the deployment of their contradictions and the instability they produce in the existing order. For its comprehension, the author proposes a methodological tool which implies the systematic analysis, on one side, of their interior horizons, namely, their political aspirations; and on the other, of their practical scope, that is, of the fully recordable features during the deployment of the struggles. Thus, the systematic record of the visible practical scopes during the deployment of the struggle, allows us to become aware of the interior horizon which sustains them and from which they themselves open their own perspectives, reinventing them permanently and outlining horizons of possible political transformation.
En el presente trabajo expongo los rasgos generales de la perspectiva metodológica para comprender los sucesos sociales que he desarrollado desde hace más de una década abrevando de dos fuentes. Por un lado, adscribo mis reflexiones a la tradición del marxismo crítico o abierto;1 por otro, la perspectiva que ahora expongo de manera formal, se nutre también de casi tres décadas de militancia en esfuerzos variados de transformación social y política de diverso tipo, llevados a cabo tanto en Bolivia como en México.
Organizo la exposición de mi plataforma teórica en tres acápites. En el primero exhibo mi punto de partida estableciendo las claves de inteligibilidad fundamentales para la comprensión de los fenómenos sociales y políticos más relevantes; en el segundo, esbozo la específica manera en la cual he abordado el seguimiento y comprensión del despliegue concreto de los antagonismos que desgarran el cuerpo social en múltiples niveles –locales, regionales, nacionales, más allá de las naciones, etc.– argumentando, además, que es desde donde se pueden percibirentender los caminos o vías de transformación política que se ensayan desde la lucha y, finalmente, en la tercera sección, presento una sinóptica reflexión sobre los horizontes políticos que distingo a partir del seguimiento de las luchas; cuya confrontación se hace evidente, sobre todo, en los momentos más álgidos de tales confrontaciones sociales. En esa sección también argumento que las condiciones de posibilidad de otras formas de lo político – no ceñidas ni plenamente concordantes con los cánones liberales contemporáneos– hunden sus raíces en plurales y múltiples entramados comunitarios de reproducción de la vida.
Entender a la sociedad como mosaico dinámico de antagonismos superpuestos y razonar desde la inestabilidadSon dos las ideas que para el estudio de lo social establezco como fundamentales:
- i)
Estudiar los asuntos sociales a partir de sus contradicciones
- ii)
Rastrear las contradicciones desde el punto de vista de la inestabilidad.
Entender a la sociedad como mosaico dinámico de antagonismos superpuestos significa estudiar los asuntos sociales a partir de la dinámica de sus contradicciones; lo cual es una de las propuestas centrales del marxismo.2 El alcance y amplitud de las contradicciones a estudiar establece y delimita las diversas corrientes y variantes dentro de tal perspectiva teórica. La especificidad de las corrientes críticas –de las cuales soy parte– ponen el centro de la atención en la lucha, esto es, en la manera en la que el antagonismo social, de manera polimorfa, se despliega en el cuerpo social exhibiendo su calidad desgarrada y presentando sus heterogéneos anhelos de transformación.
Algunas versiones influyentes –por lo general, “cerradas”– de la perspectiva marxista suelen afirmar que estudian los asuntos sociales, también, a partir de la lucha de clases. Sin embargo, la propia expresión “lucha de clases” está compuesta por dos términos: lucha y clases. Desde ahí puede rastrearse un abanico amplio de distinciones organizado en dos grandes bloques: hay una larga tradición sociológica que enfatiza el estudio de las clases y, sólo después, aborda la manera en la que tales clases “luchan”. Tal tradición sociológica de corte positivista –prevalenciente, entre otras, en la academia anglosajona– así como ciertas escuelas francesas más cercanas al estructuralismo, suelen concentrarse en la delimitación, primero, del “concepto de clase” y, luego, de las “clases” realmente existentes. Se entabla, partiendo desde ahí, una disputa en dos niveles: en primer lugar por el contenido mismo del concepto de “clase”; por otro, de los distintos y variados referentes –realmente existentes– que han de quedar abarcados por el “concepto de clase” una vez aclarado.
En contraposición con tales posturas, la tradición crítica coloca el énfasis de la reflexión en la lucha. Sólo desde la lucha, desde su despliegue, desde lo que ésta ilumina y devela, a partir de la sintaxis que exhibe y de la semántica que inaugura,3 es posible entender y distinguir –en caso de ser relevante– las clases que se confrontan. La contradicción que sistemáticamente se rastrea desde la perspectiva crítica, y en cuyo despliegue se indaga, es aquella entre el hacer y el capital.4 Se parte desde ahí en tanto se pretende enfatizar las dinámicas de la propia contradicción, en particular las maneras en que las diversas capacidades de hacer, crear y pensar anidadas en los cuerpos y mentes de los hombres y las mujeres concretos, son sujetadas por el trabajo objetivado convertido en capital, capturadas por la dinámica de valorización y, a la larga, enajenadas y convertidas en su contrario. Estos son eventos que siempre están en ocurriendo y nunca culminan; es decir, nunca están plenamente concluidos y una y otra vez tales capacidades humanas de hacer y crear escapan, erosionan, se confrontan y limitan ámbitos de la subordinación y explotación en los que quedan sujetos.
Ahora bien, aún entre las posturas críticas que ponen el acento en la comprensión de lo social a partir de la lucha es posible introducir otra distinción que ilumina el lugar específico desde el cual se razona. La lucha social, el despliegue de múltiples confrontaciones que una y otra vez sacuden y tensan el desgarrado cuerpo social –a diferentes escalas espaciotemporales y con distintos alcances de impugnación al orden general impuesto– pueden ser abordados desde el punto de vista de la estabilidad o de la inestabilidad; es decir, o bien desde la aspiración a la tendencial reconstitución-reordenamiento de tal contradictorio cuerpo social como unidad o totalidad pretendidamente estable, a partir del encausamiento y/o gestión de las contradicciones que lo desgarran; o bien desde la perspectiva de la amplificación de tales contradicciones. Hasta cierto punto, la perspectiva de la estabilidad subyace a las luchas revolucionarias dirigidas a la “toma del poder” entendido no única pero si principalmente como “ocupación” de aparatos e instituciones del Estado. Cabe hacer notar que razonar desde el punto de vista de la estabilidad establece una serie de dificultades al propio pensamiento crítico. Por ejemplo, compromete casi inmediatamente con la clasificación de las luchas –por lo general distinguiendo entre luchas sociales y luchas políticas– de acuerdo a la ambición totalizante5 que –supuestamente– las luchas sociales más generalizadas deben –acercamiento normativo– exhibir. Esto es, en tanto se entiende la lucha y su generalización como un proceso de inestabilidad de un cuerpo o complejo social supuestamente estable y tendiente a alcanzar –o a llegar a– otro estado estable; las propias acciones de lucha se clasifican a partir de la manera y cantidad en la que se proponen –según la postura en cuestión– alcanzar el nuevo momento de estabilidad.
En contraste con lo anterior, mirando desde la perspectiva de la inestabilidad, la cuestión central consiste en la sistemática destotalización de lo que hay y en la reconstrucción parcial de realidades nuevas que serán de manera permanente destotalizadas en una especie de camino sin fin, donde el porvenir no habita un hipotético futuro sino que se construye paso a paso disputando el hoy y el ahora en múltiples niveles. Así, la maraña de contradicciones sociales, de flujos de antagonismo y luchas clara, aunque dificultosamente, puede pensarse a partir de la inestabilidad; esto es, desde el conjunto de polimorfas aspiraciones y prácticas políticas que habitan en formas incómodas el cuerpo social, ocultas y constreñidas por el orden dominante, que se resisten a ser de nueva cuenta contenidas en formas políticas anteriores y que, más bien, se orientan sistemáticamente a erosionar y desbordar tanto los límites morales y políticos inscritos en el imaginario social, como las relaciones mando/obediencias conexos con aquellos. Por lo general, mirando lo que las luchas emprenden desde el lugar de la inestabilidad, es decir, desde la disposición a trastocar y subvertir lo que está establecido como fijo e inamovible se puede distinguir cómo lo que casi siempre está en disputa es la reapropiación colectiva –parcial y tendencialmente general– de lo que existe, comenzando por el tiempo y los medios de existencia6 hasta los llamados “recursos naturales” y todo tipo de riqueza social objetivada.
Ahora bien, cabe notar que pensar las luchas desde la contradicción y desde la estabilidad las suele colocar dentro de la clásica posición estado-céntrica de izquierda; en contraste, entender las luchas como despliegue sistemático de las contradicciones y razonar sobre ellas desde el punto de vista de la inestabilidad sitúa la mirada en el punto exactamente contrapuesto: en el del registro de la tendencial subversión y desborde de los límites anteriormente impuestos que ilumina los diversos –a veces difusos e incluso contradictorios– horizontes interiores que quienes luchan expresan, explican, practican y promueven. Así, la noción de horizonte interior es central en mi argumento. A partir de la revisión del trabajo de Bloch, en particular de sus reflexiones sobre lo que él llama “horizonte de deseo” a lo largo de la primera parte de El principio esperanza; bosquejo la noción de horizonte interior de una lucha como aquel conjunto de aspiraciones y anhelos, no siempre lógicamente coherentes entre sí, que animan el despliegue de una lucha colectiva en un momento particular de la historia y se expresan a través de ella.7Es un término, pues, para referirme a los contenidos más íntimos de las propuestas de quienes luchan, comprendiéndolos en su dificultoso surgimiento. Cabe hacer notar, además, que tales contenidos –que en su reiterada expresión diagraman y alumbran el horizonte interior de una lucha– con frecuencia son a su vez contradictorios, se exhiben sólo parcialmente, o pueden hallarse antes que en formulaciones positivas, en el conjunto de desfases y rupturas entre lo que se dice y lo que se hace, entre lo que no se dice y se hace, en la manera cómo se expresan los deseos y las capacidades sociales con que se cuenta, etc. La dificultosa comprensión del horizonte interior de una lucha o de un conjunto de luchas es, entonces, un punto central de esta propuesta.
Tales son los puntos de partida de mi postura metodológica, que como se puede notar se nutre de una serie de diálogos y trabajos colectivos: el acercamiento a la lucha como clave central de comprensión no se concentra en la posibilidad de cierre del proceso de lucha y/o reorganización del cuerpo social a partir del reacomodo de los antagonismos que lo desgarran. Más bien, asumiendo el curso de las luchas como flujos continuos aunque intermitentes de tales antagonismos desplegados, pone atención tanto en documentar y comprender lo alcanzado en cada episodio específico de impugnación colectiva del orden dominante –triunfo parcial suele llamarse a lo anterior– como también en percibirentender las novedades políticas que se producen en cada ocasión de las más variadas maneras, las aspiraciones colectivas explícitas y las no plenamente formulables que se vuelven audibles en los distintos episodios enérgicos de despliegue de la lucha y en las variadas maneras en las que se batalla para mantener abiertas las posibilidades de reapropiación de la riqueza existente en su diversidad así como en los heterogéneos ensayos que se ponen en juego para alcanzar breves momentos de equilibrio inestable, a partir de los cuales la historia continúa su camino.
Tales son, en un gran nivel de generalidad los puntos de partida.
¿Cómo podemos estudiar-entender los polimorfos flujos de antagonismo que desgarran la sociedad?Afianzando la mirada en el despliegue polimorfo y generalizado de los múltiples antagonismos que desgarran la sociedad, la cuestión ahora es cómo podemos entender las luchas y aprehender lo que en cada ocasión nos enseñan; en particular, sobre las posibilidades, más ciertas o incluso aquellas meramente insinuadas, de transformación social. Una de las maneras tradicionales para hacer esto es la identificación de sujetos sociales para, después de ello, escudriñar la manera cómo tales sujetos, así clasificados, luchan; estableciendo, además, formulaciones cerradas para calificar lo que se proponen. Este camino ha mostrado una y otra vez sus enormes dificultades para comprender los más álgidos fenómenos sociales en tanto antepone los conceptos a la realidad, en momentos –los de la lucha– en los cuales la insubordinación y la crítica práctica a las relaciones imperantes desbordan los conceptos clasificatorios previos y, muchas veces, los anulan.8
Ahora bien, las luchas necesitan sujetos de lucha,9efectivamente; y, más aún, la sintaxis profunda del castellano necesita para expresar contenidos, sostenerse en formulaciones estructuradas a partir de la tríada sujeto-verbo-complemento. Sin embargo, vale la pena avanzar con cuidado para no caer en una paradoja aparentemente sin solución. Nótese que estoy hablando de “sujetos de lucha” y no de sujetos sociales o sujetos políticos. Son las luchas las que constituyen a los sujetos de lucha y no viceversa. A lo largo del despliegue de las luchas se conforman, transforman, consolidan y/o evaporan distintos sujetos de lucha. Se distinguen y vuelven comprensibles justamente al poner atención en el curso concreto de cada lucha particular: en cada ocasión se visibilizan y distinguen los distintos conjuntos de varones y mujeres que se asocian, discuten, acuerdan, se proponen fines, resisten y luchan. Esos son los sujetos de lucha y es en ellos y en las acciones que los constituyen como tales, en quienes hay que poner atención a partir, justamente, de las luchas que despliegan. Para ello, antes que anticiparnos en la acción de nombrar, conviene rastrear las maneras cómo se expresa la nueva distinción clasificatoria que se autoproduce durante una lucha entre un conjunto específico de varones y mujeres que, además, por lo general se presentan como ligados entre sí mediante la visibilización de algún tipo de trama común: “Nosotros, gente sencilla y trabajadora”, “Nosotros los aymaras que habitamos estas tierras desde tiempos inmemoriales”, “Nosotros, los pueblos de Oaxaca articulados en una Asambea Popular”. Cómo se autodesignan aquellos quienes luchan constituye una pista central para la comprensión no sólo de lo que está en disputa en esa lucha particular sino de los alcances que tales acciones pueden tener; además de, por supuesto, develarnos al sujeto de lucha.
Entonces, el asunto central que sostengo es que no es fértil entender a los sujetos como constituidos previamente a la lucha que son capaces de desplegar. Por el contrario, la cuestión es atender a las luchas y hacerse una serie de preguntas tan simples como difíciles, procurando responderlas con el mayor cuidado. Tal serie de preguntas consiste básicamente en indagar: ¿Quiénes son los que en un momento determinado luchan? ¿A qué se dedican? ¿Cómo se asocian? ¿Qué tradiciones colectivas los impulsan? ¿Qué persiguen? ¿Qué fines los animan? ¿Cómo se movilizan, qué tipo de acciones despliegan, cómo las deciden y cómo las evalúan? ¿De qué manera gestionan, cuando aparecen, sus conflictos internos? ¿Cómo se autorregulan? ¿Cómo equilibran la tensión conservación-transformación?
Se trata, pues, de rastrear y documentar la manera en la que las luchas brotan y se presentan; reconociendo a los hombres y mujeres que, o bien resisten y se oponen a alguna –nueva– agresión, o se proponen conseguir algún propósito acordado en común. Registrar quiénes son las personas que se movilizan e impugnan lo que hay es una actividad muy diferente a aquella que consiste en “clasificar” a tales personas en categorías previamente establecidas. Así, las luchas son, en cada ocasión, protagonizadas por múltiples y heterogéneos sujetos de lucha que, desde su particularidad, imprimen a sus acciones rasgos distintivos y relevantes recuperando lo que saben y construyendo novedades a partir de ahí. Además, en cada lucha, aquellos hombres y mujeres que la protagonizan ensayan formatos asociativos y producen nuevas formas de cooperación; por lo demás, las formas asociativas casi nunca consisten en novedades plenas sino que, por lo general, se suelen recuperar, conservando y transformando, las tradiciones locales en las cuales, quienes luchan han sido formados y de donde casi siempre brotan sus capacidades tanto de creación como de insubordinación, adecuándolas, expandiéndolas o perfeccionándolas para los propósitos que persiguen.
Finalmente, algo muy relevante de esta manera de ver las cosas consiste en que, a partir del despliegue de las luchas, de las múltiples acciones de insubordinación e impugnación de lo que se impone, se abren caminos de transformación social y política; los cuales, en muchas ocasiones permiten ampliar las perspectivas de aquello a lo que se aspira. Es decir, el horizonte interior, las diversas aspiraciones políticas de las luchas, tampoco están contenidas de antemano en lo que inicialmente se afirma o se muestra al brotar una lucha. Más bien, es a partir del despliegue de la propia lucha común que se aclaran los caminos a seguir, se precisan los aspectos centrales a subvertir y se construye, paulatinamente, la capacidad material y la lucidez y precisión para ampliar los fines a alcanzar. Esto quiere decir que las luchas no pueden ser calificadas con antelación a partir de parámetros exteriores a sí mismas, clasificándolas mediante las clásicas distinciones elaboradas desde el poder (lucha democrática, lucha política, lucha social, entre otras etiquetas). Lo que sostengo es que las luchas, sobre todo cuando son amplias y se generalizan, cuando tendencialmente impugnan elementos centrales del orden de cosas existente, cuando se masifican y fortalecen; ellas mismas abren sus propias perspectivas, se reinventan a cada momento y delinean horizontes de transformación política posibles.
Las posiciones teóricas y políticas que desde una radicalidad aparente se empecinan en catalogar las luchas y se solazan en exhibir sus límites; lo único que hacen es contribuir al empantanamiento de las posibilidades anidadas en las propias luchas concretas. Entonces, no se trata de considerar que atrás de cada lucha se esconde la “hidra de la revolución” –como se decía acerca de las huelgas en el siglo pasado. Más bien, se trata de no perder de vista que son las luchas a través de sus acciones, logros y deliberaciones –y no los programas políticos, las clasificaciones ex ante o los diseños de lo posible exteriormente pergeñados– las fuentes que iluminan y dan contenido a las transformaciones posibles en cada ocasión.
Asentado lo anterior presento el siguiente “artefacto” práctico para comprender las luchas, para distinguirlas entre sí, no a partir de colecciones exteriores de rasgos que tales acciones colectivas exhiben o no, sino desde las posibilidades de transformación y las novedades políticas que ellas mismas despliegan.
El artefacto en cuestión consiste en la:
Contrastación sistemática del horizonte interior desplegado en las acciones de impugnación del orden establecido con el alcance práctico –material y simbólico– de tales acciones y luchas.
Veamos esto con cierto detalle pues es quizá el nudo práctico –la estrategia teórica– de esta propuesta metodológica. Para estudiar las luchas y aprender de ellas es necesaria una manera de volverlas comprensibles, de entender sus posibilidades transformadoras y de hacerlas comparables entre sí –aun en su singularidad. Es decir, si bien cada lucha dibuja y constituye un evento singular, al mismo tiempo presenta elementos comunes con otras experiencias en la medida en que en su despliegue desborda y/o niega tanto el orden político del capital como las categorías que desde cierta academia o desde el Estado se construyen para fijarlas y volverlas manejables. Conviene estar atentos a tales elementos comunes entre luchas singulares y distintas, a fin de habilitar posibles diálogos entre ellas que contribuyan a su eventual reforzamiento. Para tal fin, el artefacto propuesto propone la acción sistemática de contrastación entre el alcance práctico de una lucha y su horizonte interior. Por alcance práctico de una lucha entiendo el conjunto de rasgos y significados plenamente registrables a partir del seguimiento de la propia acción de lucha: su carácter local, regional, nacional o internacional; su capacidad para trastocar y suspender la norma-lidad capitalista de la vida cotidiana; la manera en la que rompe los tiempos dados y prestablecidos de la acumulación del capital y del mando político estatal, etc. El registro minucioso del despliegue de las luchas en sus alcances prácticos ilumina y permite percibir, también, el horizonte interior que se abre paso a través de ellas –o las dificultades para que ciertos rasgos broten o se expresen. Por ejemplo, las luchas locales, centradas en una acción defensiva específica, quizá en ocasiones puedan carecer de un alcance práctico demasiado ambicioso, aunque su horizonte interior puede ir poco a poco volviéndose profundamente subversivo. En contraste con ello, algunas luchas cuyos alcances prácticos son de gran relevancia, pueden incluir a su interior un confuso conjunto de tensiones y competencias que inhiben la expresión de sus posibilidades subversivas más enérgicas.
La contrastación sistemática de esta pareja de rasgos analíticos: alcances prácticos de la lucha y horizonte interior que se despliega en ella; permite una comprensión profunda del suceso social, auspiciando el reconocimiento de las novedades políticas que de ahí brotan y volviendo visible lo que de común se manifiesta en diversas luchas singulares.
Para cerrar esta sección y haciéndome cargo de las dificultades contenidas en la propuesta presentada, en particular dado el conjunto de problemas que suscita su expresión sistemática en el lenguaje –tal como ahora existe–, al exigir la continua vigilancia del abuso de formulaciones conceptuales ex ante para identificar y clasificar las luchas; presento un sustantivo distintivo que quizá puede ser útil para nombrar de manera directa, algunos de los rasgos más relevantes de la dinámica de despliegue de los antagonismos que desgarran a la sociedad.
En primer término, nombro “entramado comunitario” a una heterogénea multiplicidad de mundos de la vida que pueblan y generan el mundo bajo pautas diversas de respeto, colaboración, dignidad y reciprocidad no exentas de tensión y acosadas, sistemáticamente, por el capital. Al nombrar esta trama de reproducción de la vida con una expresión lingüística específica, pretendo no comprometerme con una formulación conceptual; pero sí establecer un término –que considero necesario– para designar ciertos saberes y capacidades que, en el terreno de las luchas me parecen relevantes: su carácter colectivo, la centralidad de aspectos inmediatos de la reproducción social –tramas que generan mundo– así como algunos rasgos que tiñen las relaciones –que tienden a ser de cooperación no exenta de tensión– entre quienes son miembros de tales entramados. Aclaro nuevamente: al hablar de “entramado comunitario” mi intención no es establecer un nuevo concepto que nos lleve al mismo punto de partida que fue criticado al comienzo de este trabajo. Mi intención es otra: brindar un sustantivo común que permita aludir –es decir, que nombre y designe– lo que una y otra vez se nos hace visible en aquellos momentos intensos de despliegue del antagonismo social: que quienes se insubordinan y luchan, quienes desbordan lo instituido y trastocan el orden, lo hacen con mucha frecuencia, a partir de la generalización de múltiples acciones y saberes cooperativos que anidan en las más íntimas e inmediatas relaciones de producción de la existencia cotidiana, sobre todo en aquellas relaciones no plenamente subordinadas a las lógicas de valorización del valor.10 El valor semántico de la expresión que propongo está, claramente, siempre a discusión; su uso –de tal expresión– nos permite, sin embargo, reflexionar sobre un último elemento que completa esta perspectiva: la existencia de formas de lo político distintas e inconmensurables –i.e. carentes de medida común– entre lo que desde los heterogéneos mundos de la vida se rebela una y otra vez contra lo que se le impone como presente inadmisible; y las distintas propuestas de reconstitución de órdenes de mando y acumulación –Estados se les suele llamar– que en los tiempos actuales sólo se distinguen entre sí a partir de los matices –sobre todo ideológicos– con que argumentan sus acciones.
Horizontes políticos que brotan desde las luchas contemporáneas: aproximaciones esquemáticasPara finalizar esta exposición introduzco esquemáticamente, en primer lugar, una breve panorámica de los rasgos más relevantes de dos horizontes políticos diferentes, que se han vuelto distinguibles a partir del conjunto de luchas de los últimos 20 años,11 protagonizadas principal, aunque no únicamente, por diversos entramados comunitarios tanto locales como más amplios, que se han expresado como luchas de pueblos, ayllus, consejos; o bien constituyendo asambleas, frentes, coordinadoras, confederaciones, etcétera.
A partir, sobre todo, del trabajo de indagar en las posibilidades de transformación política, económica y social desplegadas durante la ola de levantamientos y movilizaciones en Bolivia entre 2000 y 2005, distinguí la existencia de dos horizontes políticos confrontados y en competencia; si bien con posibilidades intermitentes, siempre plagadas de tensión, de colaboración entre sí. Los horizontes que, desde mi perspectiva, se hicieron visibles en ese país –y que hasta cierto punto pueden iluminar la reflexión y abrir el diálogo sobre otras experiencias– son los siguientes. En primer término, un horizonte nacional-popular centrado en la ambición de reconstrucción estatal y orientado por la voluntad beligerante –también expresada en las luchas– de construir nuevos términos de inclusión en la relación estatal, a partir, básicamente, de modificar la relación entre sociedad y gobierno, esto es, de modificar la relación de mando que organiza el vínculo estatal.12 En segundo término, durante los momentos más enérgicos de la lucha indígena, comunitaria y popular en Bolivia, también se volvió claramente visible un horizonte político comunitario-popular centrado en la disposición colectiva y sistemática a desbordar –alterando y tendencialmente reconstruyendo– la trama de relaciones políticas así como los formatos legales e institucionales existentes. El nudo central de este horizonte político al que denomino comunitario-popular no fue –ni creo que pueda ser– la reconstitución de ningún tipo de Estado; más bien, la cuestión central que desde este horizonte político fue puesto en el centro del debate político durante varios años fue la cuestión de la reapropiación colectiva de la riqueza material disponible, de la posibilidad de decisión sobre ella, es decir, de su gestión y usufructo. Aclarando lo anterior, de ninguna manera estoy afirmando que el carácter principal de tales luchas haya sido un anti-estatalismo extremo; más bien, lo que afirmo es que en Bolivia, entre 2000 y 2005 se visibilizaron con enorme claridad una clase de luchas no centradas en la ocupación del Estado sino orientadas, básicamente, por la reapropiación social de la riqueza material disponible que, además, pusieron en el centro de la discusión el carácter común –no privado– que tales riquezas y su administración debieran exhibir. Lo que se logró decir en torno a esto fue expresado con claridad a partir de lo que las luchas hicieron una y otra vez, aunque no alcanzó a ser formulado explícitamente en todas las ocasiones.13 Sin embargo, de acuerdo a lo que he argumentado a lo largo de estas páginas, rastreando los momentos más intensos de las luchas encontré una y otra vez desfases y contradicciones entre lo que hacían quienes luchaban y lo que decían; entre lo que respondían a los funcionarios estatales con quienes en ocasiones discutían y lo que inmediatamente después volvían a echar a andar. Creo haber registrado con cuidado las grandes dificultad para expresar la gran radicalidad de las ambiciones transformadoras que se desplegaron, sobre todo, durante los levantamientos y movilizaciones ocurridos entre 2001 y 2003.
Tal horizonte de transformación social de raigambre comunitaria-popular que puso en el centro del debate la cuestión de la reapropiación de la riqueza material comenzando por el agua, siguiendo con los hidrocarburos y continuando con la tierraterritorio y otra serie de bienes; implicó una fuerte sacudida al orden político liberal-capitalista que, entre otras cosas, centra la ambición de estabilización de la vida social en la construcción de Estado. Los aspectos políticos más relevantes de este horizonte, que se volvieron audibles y visibles durante los años más fértiles de las luchas, pueden resumirse en una formulación bastante simple aunque de gran densidad: las luchas se esforzaron sistemáticamente por la desmonopolización del derecho a decidir sobre aquellos asuntos generales que a todos incumben porque a todos afectan. Podemos llamar a esto, qué duda cabe, demo-cratización polifónica y radical de la sociedad;14 pero también podemos nombrarlo: inversión del orden de mando que busca instituir el derecho a decidir en común sobre la riqueza material de la que se dispone, es decir, Pachakuti.15
Así, con sus luchas, en las discusiones que abrieron y a partir de los logros que tuvieron, una y otra vez, los y las movilizadas empujaron a que se mantuviera abierta la deliberación pública de fondo sobre los asuntos relevantes de la conducción del país. Desde el espacio de la sociedad o, con más precisión, desde los variados entramados comunitarios en estado de rebelión, comenzaron a desorganizar una añeja y colonial relación de mando político excluyente, discrecional y monopolizadora de las decisiones políticas. Con sus acciones reconstruyeron una específica forma de lo político que no abreva ni directa ni únicamente de la herencia política más persistente de la modernidad capitalista: la centralidad del estado en la organización de la vida civil –y pública– centrada en la acumulación del capital. Más bien, alumbraron caminos de transformación social y política no centrados en la ocupación del aparato gubernamental; aunque sin despreciar la eventual fuerza que tal extremo podría brindar a la propia empresa de transformación social. Entre lo más relevante de esta forma de lo político está el protagonismo de tales entramados comunitarios, dispuestos una y otra vez a no ceder, mediante reiteradas luchas, la capacidad de decidir y establecer los caminos a seguir.
El horizonte político comunitario-popular cuyos rasgos principales he tratado de esbozar, insisto, no se expresó en Bolivia ni en un programa ni en una figura única o caudillo; más bien, se desplegó en el quehacer y en la deliberación colectiva sobre múltiples temas, estableció vetos colectivos a las decisiones inadmisibles que se trataron de imponer, abriendo espaciostiempos de rebelión múltiple donde se sembraron nuevos criterios morales acerca de la vida social. Es posible afirmar, entonces, que tal horizonte comunitario-popular se desplegó enérgicamente –aunque con duras dificultades para expresarse, insisto– desde la autonomía política y material lograda por heterogéneos entramados comunitarios tanto rurales como urbanos durante varios años. Tales novedades políticas que brotan en medio de las luchas, tienen la calidad de experiencias singulares, pero también contienen, creo, la posibilidad del diálogo y la conversación con otras luchas semejantes.
Tales son los rasgos epistemológicos principales, a mi manera de entender, de los asuntos sociales y lo relativo a la transformación social, partiendo y siempre aprendiendo de las luchas sociales que una y otra vez iluminan nuestras vidas.
Por marxismo crítico se entiende la reflexión que recupera las posturas teóricas desarrolladas especialmente por Adorno, Bloch y Horckheimer en el marco de la llamada Escuela de Franckfurt. Algunas veces se incluye también a Walter Benjamin en esta escuela. Para mi trabajo recupero dos cuestiones centrales de esta tradición de pensamiento. En primer término, la sistemática crítica de Adorno al programa científico positivista –basado en la identificación exhaustiva de los objetos a estudiar– así como su compromiso por abordar las dificultades de una teoría comprometida con la no-identificación, con la noidentidad. En segundo, la propuesta de Bloch –y también de Benjamin– por desanudar el estudio de lo social –y en especial de las luchas sociales– de la noción de tiempo homogénea y lineal típica de la modernidad capitalista dominante. En México, la tradición del marxismo crítico se cultiva en el posgrado en Sociología del Instituto de Ciencias Sociales y Humanidades de la BUAP, del cual formo parte junto a profesores como John Holloway, Sergio Tischler, Francisco Gómez Carpinteiro, etcétera. Si bien la responsabilidad por las afirmaciones y reflexiones aquí presentadas es únicamente mía; debo reconocer la profunda influencia que todos estos autores han tenido en mi trabajo; y también agradecer el clima de diálogo y discusión del que me nutro en el posgrado: son quizá los aportes de todos mis colegas los que me permiten ahora presentar mis puntos de vista de manera sistemática.
Recordar la conocida formulación “La historia hasta nuestros días es la historia de la lucha de clases” que es la pieza clave de comprensión marxista de la historia. La dificultad, como veremos está en la diversidad de interpretaciones que tal expresión puede entrañar.
Apelo a las nociones de sintaxis y semántica para expresar la idea de que en las luchas concretas subyacen una o varias gramáticas. La sintaxis, que se refiere al conjunto de reglas que organizan la producción del lenguaje; la recupero para comprender las formas del despliegue de la lucha. La semántica, en cambio, que es el puente para estudiar la relación entre el lenguaje y la realidad que se nombra; la rescato pues casi siempre, durante las luchas hay una aguda disputa por la manera en la que se expresan y designan los eventos.
John Holloway es quien con más profundidad ha trabajado sobre estos asuntos. En particular, ver su Agrietar el capitalismo, 2012.
Diversos y fértiles acercamientos a la dinámica de la lucha social como destotalización del orden del capital las ha desarrollado Sergio Tischler en múltiples trabajos. Para un acercamiento sintético a su postura sobre este punto revisar http://www.herramienta.com.ar/herramienta-web-12/revolucion-ydestotalizacion-una-aproximacion-agrietar-el-capitalismo-de-john-hol (consultado el 1 de febrero de 2013).
Notar que utilizo el término “modos de existencia” y no “modos de producción”. Recojo esta distinción de la lectura que Mina Navarro hace del trabajo de Massimo De Angelis, “Marx and primitive accumulation: The continuous carácter of capital´s enclosures” en The Commoner, núm. 2. En [www.commoner.org.uk]. Revisar, Navarro, 2013.
Nótese cómo en cada acción significativa de lucha vuelve a presentarse la dificultad de establecer quién es el sujeto de lucha, en tanto se difuminan y se quiebran los anteriores conceptos que buscaban identificar a tales sujetos. Se puede rastrear, entre otras, la clásica dificultad para dotar de contenido el concepto “clase obrera” que confrontan una y otra vez ciertas posturas de izquierda tradicional; similar dificultad confronta el concepto de “campesinado”, “pueblo indígena” o “movimiento social”.
La expresión “sujeto de lucha” es utilizada por Francisco Gómez Carpinteiro para dar cuenta del tipo de subjetividad insubordinada y antagónica que se manifiesta en cada lucha concreta. Algunos de sus argumentos pueden recuperarse en Gómez Carpinteiro, 2011.
Para una reflexión más amplia sobre el tema en relación con las luchas bolivianas de comienzos del siglo XXI ver Linsalata, 2012.
Mis reflexiones sobre estos asuntos se nutren claramente de los aportes zapatistas, cuya voz comenzó a dialogar con cada uno desde 1994. Sin embargo, la experiencia que más íntimamente conozco es la de las rebeliones y levantamientos que sacudieron Bolivia entre 2000 y 2005. En tal sentido, en esta sección planteo lo que sobre estas luchas aprendí, a partir de reflexionar sobre ello utilizando la herramienta teórica que expuse anteriormente. Una argumentación mucho más larga sobre todo esto puede revisarse en Gutiérrez, 2009.
Una variante acotada, contradictoria y siempre tímida de este camino es lo que llevó adelante el primer gobierno de Evo Morales y el Movimiento al Socialismo (MAS) entre 2006 y 2009. A partir del segundo período de gobierno –que comenzó en 2010– es evidente que lo que desde ahí se está haciendo es restringir la capacidad de participación política desde la sociedad, limitando de todas las maneras posibles la autonomía política de las organizaciones sociales a fin de consolidar, desde el Estado, un nuevo orden de mando. Esto último es un asunto totalmente distinto a los problemas más difíciles de la transformación política y social sobre los que versa mi argumentación.
Hay dos momentos en los que el nudo de la reapropiación social de la riqueza material fue claramente expresado: durante la Guerra del Agua en Cochabamba en 2000 y 2001 y también en la plataforma política que los hombres y mujeres aymaras elaboraron entre 2001 y 2002 durante la ola de levantamientos en esa región. El asunto político central que tales luchas pusieron a discusión fue la cuestión de la llamada “soberanía social”, es decir, el derecho a tomar directamente decisiones colectivas sobre los asuntos que competen a todos. Sobre este tema ver Gutiérrez, 2009.
La noción de “democratización polifónica y radical” no pretende ser un concepto en esta argumentación. Lo que se afirma es que las tendencias hacia la desmonopolización tanto del derecho a decidir, es decir, a que los más intervengan en la decisión sobre los asuntos que les incumben porque les afectan; tanto como la desmonopolización de la riqueza material, son los contenidos de una acción democratizadora que puede ser plural –por tanto polifónica– y al mismo tiempo profunda, por eso radical.
La voz aymara Pachakuti está compuesta de dos partículas: Pacha que significa tiempo-espacio, es decir, es un término que alude a las bases más íntimas y fundamentales de los supuestos cosmogónicos en las culturas andinas. Por su parte, kuti quiere decir vuelta, giro. Pachakuti entonces, refiere a la transformación profunda del espacio-tiempo que habitamos, a la subversión y alteración radical del orden existente.