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Vol. 69.
Páginas 153-180 (enero - abril 2016)
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INTELECTUALES FRENTE A LA PRIMERA GUERRA MUNDIAL. ESPIRITUALISMO HUMANISTA, PACIFISMO Y PATRIOTISMO CONFRONTADOS EN LA POLÉMICA ROMAIN ROLLAND / THOMAS MANN
Intellectuals facing World War I. Humanist spiritualism, pacifism and patriotism opposed in the Romain Rolland/ Thomas Mann controversy
Intelectuais frente à Primeira Guerra Mundial. Espiritualismo humanista, pacifismo e patriotismo confrontados Na polêmica Romain Rolland / Thomas Mann
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Horacio Crespo
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Resumen

El estallido de la primera Guerra Mundial motivó tomas de posición de escritores, artistas y científicos que, en su mayoría, acompañaron con matices diversos el patriotismo que rodeó el comienzo del conflicto. Abordamos aquí las elaboraciones de dos escritores –Thomas Mann y Romain Rolland– que tomaron caminos divergentes y produjeron trabajos de mucho impacto que, posteriormente, trascendieron como fundamento de corrientes intelectuales y políticas de peso. Mann, germanófilo vehemente en 1914, influyó de manera considerable en la “revolución conservadora” alemana que desembocó en el triunfo del nacional-socialismo, aunque él se haya apartado desde 1922 con su “giro democrático”. Rolland, a su vez, con su rechazo radical de la guerra fue el centro del espiritualismo humanista que luego acompañaría vigorosamente la lucha antifascista. Reseñamos los argumentos que se cruzaron entre ellos, en una polémica que la historia intelectual no ha recuperado todavía, al ser opacada por la confrontación de los dos hermanos Mann en la misma, aunque fue sin duda Rolland el tercero y fundamental en la discordia. Estas participaciones polémicas en la lucha ideológica en torno a la Primera Guerra anticipan la figura del “intelectual comprometido” que tendría prolongada significación, también en América Latina, a partir de la segunda posguerra.

Palabras clave:
Primera Guerra Mundial
intelectual comprometido
humanismo
espiritualismo
patriotismo
pacifismo.
Abstract

The outbreak of World War I compelled writers, artists and scientists to make a stand. Most of these intellectuals followed, with a plethora of nuances, the patriotism surrounding the beginning of the conflict. This article discusses the work of two writers, Thomas Mann and Romain Rolland. Even though their paths diverged, the work produced by them impacted greatly and transcended as the foundation of significant intellectual and political trends. Mann, a vehement germanophile, in 1914 exerted considerable influence on the German “conservative revolution” that ultimately led to the national-socialism victory, in spite of the distancing that his 1922 “democratic turn” meant. Rolland, in turn, with his utter rejection of war was at the heart of the humanist spirit that afterwards nourished the antifascist struggle. I outline a polemic discussion that has not yet been recovered by intellectual history. The debate has been overshadowed by the dispute between the two Mann brothers but Rolland was the third and crucial party in this feud. Such controversial exchanges in the context of the ideological struggle on World War I anticipates the figure of the “engaged intellectual” that has had a long lasting significance (also in Latin America) since the second postwar period.

Keywords:
World War I
engaged intelectual
humanism
spiritualism
patriotism
pacifism.
Resumo

A eclosão da Primeira Guerra Mundial motivou escritores, artistas e cientistas pra tomarem uma posição. A maioria deles acompanharam com diferentes nuances o patriotismo que circulou ao início do conflito. Abordamos aqui o trabalho de dois escritores –Thomas Mann e Romain Rolland– que tomaram caminhos divergentes e produziram trabalhos de muito impacto que posteriormente transcenderam como fundamento de importantes correntes intelectuais e políticas. Mann, germanófilo veemente em 1914, influenciou consideravelmente na “revolução conservadora” alemã que levou ao triunfo do nacional-socialismo, embora ele tenha se distanciado desde 1922 com a sua “virada democrática”. Rolland, por sua vez, com a sua rejeição radical da guerra foi o centro do espiritismo humanista que depois acompanharia vigorosamente a luta antifascista. Revisamos os argumentos que se trocaram entre eles em uma polêmica que a história intelectual ainda não recuperou, sendo ofuscada pelo confronto dos dois irmãos Mann, mas onde Rolland foi certamente a terceira e fundamental pessoa na discórdia. Essas intervenções polêmicas na luta ideológica sobre a Primeira Guerra antecipam a figura do “intelectual comprometido” que teria prolongada significação também naAmérica Latina a partir da SegundaGuerra Mundial.

Palavras-chave:
Guerra Mundial
intelectual engajado
humanismo
espiritismo
patriotismo
o pacifismo.
Texto completo

Intempestivamente, la guerra europea se precipitó en el verano de 1914. La historiografía reciente muestra que en las semanas posteriores al atentado de Sarajevo todavía resultaba poco verosímil una contienda generalizada; asimismo, sin absolver a ninguno de los grandes actores, este renovado enfoque expresado en el libro de Cristopher Clark cuestiona la completa responsabilidad de la Alemania del Káiser en el origen del enfrentamiento bélico, tal como se alegó en Versalles y se convirtió en un mito que persiste hasta nuestros días. Muestra, en cambio, de qué manera el aventurerismo serbio se combinó con las ambigüedades de Austria-Hungría, las ambiciones de la Rusia zarista, la beligerancia del presidente francés Poincaré, las distracciones británicas y las angustias y el mal cálculo de Berlín, para desencadenar la catástrofe.1 Este nuevo equilibrio en la visión de las “culpas históricas” permite abordar las posiciones intelectuales de los actores contemporáneos con menos prejuicios que las aproximaciones críticas precedentes, siempre contaminadas de aquellas versallescas imputaciones y absoluciones.

Este trabajo está dedicado a estudiar las posiciones opuestas que en el inicio del conflicto sostuvieron dos escritores entonces ya muy reconocidos, Thomas Mann y Romain Rolland –quien obtendría el Premio Nobel de Literatura en 1915, mientras Mann lo recibiría en 1929–, prolongadas luego en una polémica de singular significado, ya que se refirió a conceptos fundamentales como la legitimidad de la guerra y del patriotismo, las formas singulares que adoptó la cultura burguesa en sus desarrollos históricos concretos, los alcances y límites del humanismo, el sentido de la democracia en Alemania. No sólo esto; la recuperación de la controversia motivada por la Gran Guerra, recogiendo la experiencia de Zola en el affaire Dreyfus e, inclusive, la lucha de Víctor Hugo contra Napoleón III, permite comprender que la figura del intelectual comprometido –fundamental a partir de la construcción sartreana de la inmediata segunda posguerra y de gran influencia en América Latina hasta hace dos décadas– tomó forma y cobró fuerza en el inicio del “corto siglo XX”, según lo acuñó Hobsbawm. Como argumentamos aquí, lo hizo a partir de dos vertientes –el conservadurismo germánico y el humanismo espiritualista burgués– por cierto muy ajenas al radicalismo político que luego sería su carácter distintivo, inclusive en el período de entreguerras.

Thomas Mann

Lukács identificó a Thomas Mann como quien en su época experimentó con mayor intensidad “lo alemán” y “lo burgués” al afrontar en su obra los problemas históricos de ambas condiciones con actitud dolorosa y trágica y con más profundidad que cualquier otro autor contemporáneo.2 En torno suyo el filósofo marxista húngaro supo dibujar la trama de la impotencia del proyecto democrático de la burguesía alemana –y de las trágicas consecuencias que esto supuso para la historia europea y mundial–, tal como la anticipara Marx después del fracaso de la revolución de 1848. Mann resulta así paradigmático de los escritores cuya grandeza radica en ser “espejo del mundo”.3

En el autor de Los Buddenbrook pueden reconocerse tres líneas decisivas en su formación como joven artista: desde 1894 inicia la frecuentación de la música de Wagner; en 1895 se precipita en su inmersión en Nietzsche; entre 1899 y 1900 realiza intensas lecturas de Schopenhauer.4

Mann recorría así un itinerario que engarzaba esas tres grandes figuras filosóficas y estéticas y concretaba una cultura de cuño “auténticamente alemán, propio de la actualidad y del futuro”,5 lo que subraya la representatividad de su obra en el sentido indicado por Lukács. Lo “alemán” se expresaba en inevitable filiación guillermina, inmerso en la introspección decadentista y no ajeno a las pulsiones del imperialismo y de la “paz armada” que conducirían a la catástrofe de 1914, tal como se muestra en el ambiente autobiográfico refinadamente elaborado en La montaña mágica, que debe ser entendida, al menos en parte, en clave de Zeitroman, novela de su tiempo, y no sólo en la interpretación más conocida de Bildungsroman, novela de “formación”. En una conferencia en Princeton University en 1939 Mann la calificó como Zeitroman, “novela de su época” en un sentido histórico y, sin duda, esta gran obra puede ser tomada como un documento y testimonio excepcional respecto de las condiciones espirituales alemanas en el momento del estallido de la Primera Guerra Mundial.6

Éste es el Mann que en la inmediata primera posguerra es partícipe de la “revolución conservadora”, un equívoco creciente que se resolverá con el “giro democrático” del novelista, escenificado con notoriedad el 13 de octubre de 1922 con la conferencia Sobre la república alemana dictada en la Sala Beethoven de Berlín,7 que Mann asocia con Goethe y Tostoi, un ensayo producido ese mismo 1922 derivado de una conferencia pronunciada en su ciudad natal, Lübeck.8 Ambos, junto con Experiencias ocultas, serán luego caracterizados por Mann como “vástagos espirituales directos de la gran novela madre”, La montaña mágica, concebida en 1912, interrumpida por la guerra y, luego, por la elaboración de esos trabajos.9

Goethe fue crucial en la evolución de Mann, según la genealogía que de sí mismo construyó el escritor ya maduro. Sin embargo, es “en Schiller y no en Goethe, en quien el joven Thomas Mann se encuentra a sí mismo” afirma Bernhard Blume.10 Esta filiación fue enturbiada considerablemente por el mismo Mann a partir de su “conversión” democrática, ya que también Goethe –como forjador de los valores humanistas de la cultura burguesa– será paulatina y crecientemente incluido por el escritor en su formación y recorrido. Esta tardía filia goethiana llegará a ser tan dominante en Mann que en 1932, al inaugurar el Museo Goethe en Fráncfort, llegó a ver al genio de Weimar como tutelando su formación juvenil, “reajustando así, sin más ni más, todo su pasado” como apunta, certero, Blume. Según la versión revisada y reformulada de su trayectoria goethiana, escrita en el año del Centenario del autor de Fausto, Mann afirma haber tenido “admiración, fascinación, apasionamiento […] infinita inspiración” con Wagner, Schopenhauer, Nietzsche y Tolstoi, pero también “reservas, encantadoras dudas, escépticas objeciones, apasionada desconfianza” sobre ellos, mientras “no así con Goethe”, con quien habría vivido en total identificación.11 Esta centralidad de Goethe elaborada por el Mann maduro, que culminará en Lotte en Weimar (1939) y Doktor Faustus (1947), no puede separarse de la fractura política e ideológica ya mencionada respecto de la república de Weimar y la democracia, su exilio de 1933 y su enfrentamiento con el nacional-socialismo. Este giro debe ser subrayado como elemento diferencial entre dos épocas en su trayectoria, y resulta crucial para examinar la turbadora posición de Mann en la Primera Guerra Mundial que aquí nos ocupa.

En efecto, la reacción entusiasta y patriótica de Thomas Mann al estallar la guerra es considerada por uno de sus más eminentes estudiosos como “el mayor enigma” a resolver en su biografía.12 La contienda fue asumida desde la perspectiva del círculo de Munich que rodeaba al novelista, quien residió con breves intervalos en la capital bávara entre 1894 y 1933. En 1910, ya respetado escritor, Mann inició lo que sería una larga relación intelectual con Ernst Bertram, ensayista y poeta (1884-1957), integrante del círculo de Stefan George y autor de Nietzsche. Ensayo de una mitología,13 quien dibujaría una interpretación del filósofo de Sils-Maria muy apreciada en los años de entreguerras, que influyó en el propio Mann, en Hesse, Benn y Gide, entre otras personalidades de la época. Bertram integraba el mencionado círculo muniqués del escritor –junto con Hauptmann, Hofmannsthal y el director de orquesta y compositor Wilhelm Furtwängler, entre otros–, y sus opiniones fueron muy acreditadas por Mann. Es más, éste recibiría el Premio “Nietzsche” en 1919 por Consideraciones de un apolítico junto con Bertram, distinción estrechamente vinculada a la hermana del filósofo Elizabeth Förster-Nietzsche, racista antisemita, nacionalista y visceralmente antidemocrática.14

En las primeras semanas del conflicto Mann escribió Gedanken im Kriege (“Pensamientos sobre la guerra”), ensayo publicado en la revista berlinesa Neue Rundschau en noviembre de 1914,15 en el que sostenía la beligerancia alemana, y que –como veremos– sería objeto de duras críticas por parte de Rolland. También publicó en 1915 Federico II y la gran coalición, donde utilizó el antecedente de la invasión del rey prusiano a Sajonia en la guerra de los Siete Años para reiterar su defensa de la violación de la neutralidad belga por Alemania, contraponiendo el “destino histórico”, el “genio demoníaco” y el “deber heroico” al argumento político-moral del respeto de los compromisos internacionales esgrimido por los enemigos de la Alemania de Guillermo II.

Romain Rolland frente a la guerra

Romain Rolland (1866-1944) tempranamente abandonó la fe católica, se inspiró en Spinoza y Tolstoi y cultivó la pasión por la música que recorre su obra. Colaboró con Charles Péguy en Cahiers de la Quinzaine, en los que publicó entre 1904 y 1912 Jean-Christophe,16 introduciendo la novela-río en la literatura francesa. Su tema central es el de las sucesivas crisis de un espíritu creador, personificado en Jean-Christophe Krafft, músico alemán con rasgos de Beethoven y también del autor, a través de las cuales Rolland trabaja el tema de la armonía de opuestos, que postulaba como necesaria síntesis entre los hombres y las naciones. Su tono épico se entrelaza con vetas de profundo lirismo, en analogía con un poema sinfónico en el que cada movimiento es comprensible en sí mismo, pero cuya plena inteligibilidad se logra con el engarce en el conjunto. En los tramos finales de Jean-Christophe está presente la percepción de la tensión entre las potencias y la creciente amenaza bélica, y en sus cartas de esta época Rolland expresó su convicción de que la rivalidad franco-alemana tendría un mal final y, premonitoriamente, que el único futuro positivo para Europa radicaba en el entendimiento entre estas dos grandes naciones.

En agosto de 1914 una abrumadora mayoría de intelectuales franceses y alemanes adhirieron al entusiasmo patriótico en sus respectivos países. Otros, los menos, se refugiaron en el silencio. Y muy pocas voces se alzaron contra la euforia belicista. Romain Rolland fue la más clara y fuerte de ellas. Su diario de 1914-1919 es un testimonio fundamental de las posiciones de la corriente espiritualista frente a la guerra, la exaltación patriótica, las redes entre intelectuales antibelicistas, y también acerca de las variaciones del clima político y moral europeo durante su transcurso.17 En el momento de suprema angustia motivada por el estallido de la lucha Rolland se definió como una personalidad “esencialmente religiosa” (Diario, 5-7 de agosto de 1914, I, p. 8) y se mostró abrumado por la tremenda tragedia:

Estoy anonadado. Quisiera estar muerto. Es horrible vivir en medio de esta humanidad demente, y asistir, impotente, a la bancarrota de la civilización. Esta guerra europea es la catástrofe más grande de la historia desde hace siglos, la ruina de nuestras más santas esperanzas en la fraternidad humana (Diario, I, p. 6)

El hecho más característico de esta convulsión europea es, como he dicho, “la unanimidad” por la guerra; unanimidad hasta de los partidos más opuestos a la guerra nacional, por definición y por esencia moral: como los socialistas y los católicos. [...] Me encuentro solo, excluido de esta comunión sangrienta (Diario, I, p. 7,).

El 22 de agosto, tres semanas después de iniciada la hecatombe, anotó:

Es la agonía moral que me causa el espectáculo de esta bancarrota de la civilización, de esta humanidad loca que sacrifica sus más preciosos tesoros, sus fuerzas, su genio, sus más altas virtudes, su fervor de abnegación heroica, al ídolo mortífero y estúpido de la guerra (Diario, I, p. 12).

La casi unanimidad de las opiniones socialistas a favor de la guerra –lo que Lenin caracterizaría como la bancarrota de la II Internacional– lo consterna como un severo retroceso de la civilización, aunque registra la posición de los socialistas italianos, acorde al pacifismo de sus principios, y opuestos al imperialismo alemán y austriaco, causantes de la guerra (Diario, I, p. 19). También resalta la declaración contra la guerra de los socialistas alemanes Karl Liebknecht, Rosa Luxemburg, Clara Zetkin y Franz Mehring (Diario, I, p. 80). Asume su casi total soledad en Europa, y se pregunta el porqué de la casi completa defección de los hombres de izquierda, que encuentra en las debilidades del racionalismo:

[…] que han consagrado la vida a su socialismo internacional, y que, a la primera oportunidad, lo reniegan en pensamiento y en hecho; es que no son religiosos, sólo creen en la razón; y la razón no basta para combatir la sinrazón (Diario, I, p. 7).

Rolland, a quien su edad y un grave accidente sufrido en 1910 excluían de la movilización militar, se exilió en la neutral Suiza –donde se encontraba para su tratamiento anual de sus afecciones respiratorias y viviendo una intensa experiencia amorosa– y allí residió hasta 1937, con un breve regreso a Francia entre 1919 y 1922. En una carta a Gabriel Séailles,18 del 15 de enero de 1915, expuso claramente el sentido de su permanencia allí:

Si me he establecido momentáneamente en Suiza, es porque éste es el único país desde el cual podía seguir manteniéndome en relaciones con espíritus de todas las naciones. Aquí puedo sentir los latidos del pulso de esta Europa en guerra, y hasta cierto punto puedo penetrar su vida moral y juzgar sus ideas, no como francés, como alemán o como inglés, sino como europeo (Diario, I, pp. 171-172).

Rolland dirigió una carta abierta a Hauptmann, en la que recordaba la invasión a Sajonia por el rey de Prusia Federico II –utilizada como vimos por Mann en un sentido contrario–, por lo que no le sorprendía la violación alemana de la neutralidad belga, que consideraba un crimen deshonroso, expresando su horror ante el incendio de Lovaina por las tropas alemanas.19 A pesar de esta toma de posición, Rolland pasó a ser extremadamente impopular en Francia por una serie de artículos de tono pacifista publicados en el Journal de Genève en septiembre y octubre de 1914, reunidos luego como libro con el título de Au dessus de la mêlée (Por encima de la contienda).20 La guerra agudizó el marginamiento de Rolland respecto de las corrientes dominantes de la intelectualidad francesa y, al no tomar el partido patriótico, concitó los ataques de la prensa nacionalista, mayoritaria, tanto francesa como alemana.

Referiremos aquí algunos de los comentarios efectuados en su Diario acerca de los intelectuales pacifistas en el mundo alemán y austríaco. Stefan Zweig le señalaba que prácticamente todos los escritores alemanes que vivían en Suiza estaban en secreta connivencia con su gobierno, excepto Hermann Hesse, exiliado en Berna. Zweig también llamó también su atención respecto de un noble alemán, Fritz von Unruh, aristócrata criado con los hijos del Káiser a punto de que tuteaba al Kronprinz, pero terriblemente expuesto en la guerra, y en su diario, –del que Zweig conoce fragmentos– “describe escenas atroces, a cuyo lado los relatos de Barbusse parecen pálidos”.21 Espigamos algunos nombres y actitudes opuestos a la guerra de la extensa revisión efectuada por Rolland. El escultor Rodin le escribe el 1° de octubre de 1914:

Hay más que una guerra. Ese azote de Dios es una catástrofe de la humanidad que separa las épocas. El sibaritismo de la inteligencia es productor de esos cataclismos suicidas en masa (Diario, I, p. 44).

A su vez, el filólogo Robert Curtius:

Nunca llegaré a ver en esta guerra sino una espantosa calamidad, una prueba trágica de la debilidad y de la locura humana. […] Toda guerra es un horror, un fracaso, una renuncia a todo ideal de moral humana, un retroceso hacia la época de la fuerza bruta, una abdicación del espíritu (Diario, I, p. 57).

En contraste, Rolland no vacila en calificar a Barrès como “el ruiseñor de la carnicería” (Diario, I, p. 97).

Rolland, en una carta de respuesta a André Gide, –quien en una misiva del 20 de Octubre calificó a la guerra como “abominable conflicto” y que afirmaba ser “alguien que, como usted, tenía amigos en Alemania, y que no consigue odiarlos”–, dice al autor de Los alimentos terrestres:

Es menester que los hombres como nosotros, en el alto interés no sólo del espíritu europeo, sino de su pueblo mismo, se desprendan vigorosamente de esta atmósfera mortal. Es menester que nosotros, que tenemos el privilegio de conocer a los mejores de la Alemania intelectual, nos mantengamos en relaciones estrechas con ellos, que empleemos la confianza que siguen teniendo en nosotros. Debemos lealmente tratar de entenderlos; no es en alocuciones oficiales y marcadas por el visto bueno de la policía prusiana donde se expresa su verdadero pensamiento; se expresa en sus cartas; se expresaría mejor todavía en conversaciones, si pudiera, como en ello me esfuerzo, hacer que unos cuantos de ellos viniera a Ginebra, para explicarse. Es posible que lo consiga […]. Quisiera que pudiésemos reconstituir, en el corazón mismo de la tormenta, la unidad moral de la élite europea. Quisiera intentarlo, al menos (Diario, I, p. 61).

Idea central, la de una responsable élite europea del espíritu, que reiterará luego:

¿Por qué no tratar de limitar los estragos de la guerra, manteniendo al abrigo a la flor y nata del pensamiento, como antaño hacía la Iglesia, cuyos monasterios, entre los pueblos en lucha, preservaban el trabajo y la paz del espíritu? (Diario, I, p. 175).

Pero, a la vez, una élite que en realidad ha defeccionado:

Si yo y mi fe no hemos sido conmovidos, en cambio, ¡que revelación que habrá traído esta crisis acerca de los hombres, y sobre todo de la élite intelectual! ¡Cómo esos pensadores, tan orgullosos, tan celosos de su razón, tan penetrados de los grandes principios de libertad, de humanidad, los han renegado pronto y totalmente, los han pisoteado! No los olvidaré, más tarde, cuando los vea profesar de nuevo, una vez restablecida la paz, su pensamiento libre y fraternal para todo cuanto es humano. ¡Eso no les cuesta nada! No tienen el valor de defenderlo una hora contra el asalto de la bestialidad despierta. ¡Que débiles sois, amigos míos! (Diario, I, p. 41).

Señala que no hay en Europa una gran autoridad moral desde la muerte de Tolstoi y dirige una fuerte crítica al Papa, incapaz de hacer oír a su “rebaño” su veto contra la guerra. El Sumo Pontífice, Pío X, sabe, según Rolland, que su llamado a la paz sólo sería obedecido por pocos, y no se atrevió a preferir esa pequeña minoría pura y fiel a la gran Iglesia de las combinazioni; se contenta con melancólicos balidos, como si no dispusiera de sanciones espirituales. “El indigno vicario del Príncipe de la Paz sólo es despiadado con los débiles” (Diario, I, p. 7); comenta en los mismos términos la muerte de Pío X:

[…] este buen sacerdote, que hizo tanto daño a las almas religiosas más elevadas, que reservó sus rayos a los más verdaderos cristianos, sólo fue intransigente con los débiles, político con los fuertes. La guerra europea no le arrancó más que un balido de dolor inútil, y su muerte (Diario, I, p. 11, 19-20 de agosto de 1914).

Y el nuevo papa, Benedicto XV, en su primera encíclica condena, pero ¡al socialismo! (Diario, I, p. 123).

Comienza un repaso de las defecciones: sus amigos Louis Gillet, Jean-Richard Bloch, el “viejo Lavisse” (Diario, I, p. I, pp. 9-10), Henri de Regnier, Bergson, –quien afirma desde la presidencia de la Academia de Ciencias Morales francesa que “la lucha empeñada contra Alemania es la lucha misma de la civilización contra la barbarie”, y se pregunta Rolland: “¿Era el papel de un Bergson decir semejantes palabras?”–, el historiador Karl Lamprecht, que predica que la lucha de Alemania es contra la barbarie oriental, “cada cual pretende que su causa es la de la libertad contra la barbarie”, Maurice Maeterlinck, Gerhardt Hauptmann, el filósofo Eucken, Wilhelm Wundt que predica “la guerra santa”, Richard Dehmel, Anatole France, pidiendo ser alistado con setenta años, Saint-Saëns que “derriba a Wagner […] sigue su campaña solapada contra Wagner”; Wells “el liberal, acaba por defender al zarismo” (Diario, I, pp. 14, 19, 24, 25, 27, 37, 46, 169, 170). Friedrich Gundolf, famoso crítico, principal discípulo de Stefan George, publicó en la Frankfurter Zeitung del 11 de octubre de 1914 Tat und Wort im Krieg, un “artículo demente” –el calificativo es de Rolland–, en el que afirmaba:

[…] los lloriqueos sobre las obras maestras destruidas [básicamente Lovaina y la catedral de Reims] (cuando son sinceros) son el efecto de un falso y vano concepto de la kultur. La kultur no es “tener y gozar”, sino, “ser, producir, devenir, crear, destruir, cambiar”; y Atila tiene más que ver con la kultur que todos los Shaw, Maeterlinck y d’Annunzio juntos […] Quien tiene la fuerza de crear puede también destruir […] El mundo contra el cual combatimos [los alemanes] está caduco: una Europa gastada y un Asia informe. Francia e Inglaterra han cumplido su tarea, ya no tienen más secretos, más porvenir. Sólo Alemania no está todavía acabada […] Es un caos en formación. Nuestro pueblo es el único que tiene todavía juventud, y el derecho y el deber de resucitar Europa” (cit. en Diario, I, p. 52).

Excelente polémica epistolar de Rolland con Erich Gutkind.22 Este último, a pesar de su declarado pacifismo, dirigió una carta a Rolland (27 de octubre de 1914), en la que desestima las críticas por el ataque a la catedral de Reims y el incendio de Lovaina por las tropas alemanas. Gutkind afirma que todas las naciones son partícipes del “salvajismo de la guerra de los pueblos modernos”. En una muy buena síntesis de un estado de espíritu que se refleja en muchas voces alemanas del momento –notoriamente Thomas Mann–, y que es un eco profundo del proceso cultural alemán de las tres décadas anteriores y del posterior desarrollo en los años de 1920, Gutkind expresa a Rolland:

Pero me da pena que usted nos hable del nivel de la Protestlerei humanitaria. Es el punto de vista de la filosofía inglesa, que mira al individuo como real y su bienestar como el más alto de los bienes. Sentimos una sacudida que nos arranca de la paz que era la peor descomposición. La generación burguesmente humanitaria desaparece, y de nuevo marchamos por el camino del deber trascendente del hombre, donde se cumple el hombre-Dios. Es un camino de terribilidad cuajada de peligros y de exaltación dionisíaca. La caótica salvaje destrucción es un órgano necesario y creador […] Lo que aquí triunfa es la irrupción de la marea divina. Está caracterizada por Eckhart, J. Boehme, por Bach, Beethoven, Goethe, Nietzsche, Schelling, Jean-Paul, pero en modo alguno por Kant, que es de raza inglesa y proviene de los folletinistas Bacon, Locke y Hume.

Rolland responde ejemplarmente, desde un elevado humanismo espiritualizado:

Es hermoso ser sobrehumano. Es más hermoso y difícil ser humano. Alemania vive, desde Nietzsche, en una suerte de delirio perpetuo. Su misticismo apoplético le impide ver la realidad. No me interesa Dioniso y los fantasmas metafísicos. Mis semejantes no son dioses, sino pobres seres que reclaman su pan cotidiano, los humildes hombres, mis hermanos. No tengo interés en establecer el reino de lo Eterno y de lo Absoluto en la tierra. Esas quimeras magníficas, perseguidas por todas las religiones, una tras otra, han inundado la tierra de lágrimas y de sangre. Desconfío de los hombres elegidos y de los pueblos elegidos. El triunfo de un pueblo elegido se compra demasiado caro con el sufrimiento de millares de inocentes. Pascal decía: ‘Quien quiere hacerse el ángel se hace la bestia’. Ahora nos damos cuenta. Dioniso está ebrio de la borrachera de los ilotas […] Mi ideal de vida es más humilde. No se eleva a las sublimes alturas donde está uno expuesto a tropezar, a cada recodo del camino, con el cortejo de las Bacantes con sus panteras de la India. Ni siquiera llega hasta el sueño del mayor bien. Hacer un poco menos daño, disminuir el sufrimiento: ese es todo mi esfuerzo y toda mi esperanza. […] No invoco el nombre de los profetas de Judea, ni de los Zarathustra de Germania. Invoco a Montaigne, que confesaba que no sabía si sabía algo, y para quien la primera sabiduría era la duda, y la primera virtud la indulgencia. En medio de los leones que ríen y de los morteros de 420, mi voz le producirá el efecto de la de un grillo. Pero llegará la hora, así lo espero, en que disipada la tormenta, se oirá la vocecilla del grillo en la gran paz de los campos (Diario, I, pp. 70-73).

También empiezan a oírse algunas voces críticas; el profesor Ferdinand Vetter:

[…] atribuye la responsabilidad de esta guerra a los gobiernos de todas las grandes potencias [...] Confía en que esta guerra tendrá por lo menos el efecto de mostrar a los pueblos la insensatez de los grandes Estados y llevarlos a la realización de un ideal democrático y federativo (Diario, I, 28, 18de Setiembre de 1914).

Igor Stravinsky, que visita a Rolland, tiene una posición antialemana y algo pro-rusa (Diario, I, pp. 31-33, 21 de septiembre de 1914); Georges Brandes se manifiesta por la paz (Diario, I, 28); por el contrario, Werner Sombart se muestra como un patriotero.

Rolland acerca de Nietzsche, son sutileza e ironía:

Pero una página (magnífica) del Zarathustra de Nietzsche muestra cuán responsable, sin saberlo, es este hombre de la deformación moral de Alemania [Cita de esa página, acerca del la paz para la guerra, el valor, la virtud de la obediencia] A medida que adelantaba en mi lectura, quedaba pasmado por el carácter profético de esas palabras, que definen formidablemente al alemán de hoy. Se ve en qué se transforma la palabra de un sabio cuando cae en la multitud. Un superhombre es un espectáculo sublime. Diez o veinte superhombres comienzan a ser molestos. Pero cuando hay unas cuantas centenas de millares que unen esa exaltación de orgullo a su mediocridad o a su bajeza natural, nos encontramos frente a un azote de Dios, como el que acaba de asolar a Bélgica y a Francia (Diario, I, p. 118).

Dignamente, Rolland reproduce en su Diario una amplia transcripción de un artículo de Franz Pfemfert que es “una carga a fondo contra los que quieren regimentar a Nietzsche”,23 fabricar un Nietzsche a la medida de los “alemanes de estos días”, entre los que anota a Werner Sombart y a Elisabeth Förster-Nietzsche, la hermana del filósofo. Pfemfert muestra a través de contundentes citas un Nietzsche “cuyo odio por lo prusiano, por lo alemán, no puede ser superado por ningún extranjero”, y Rolland se sorprende de la permisividad extrema de la censura alemana al dejar publicar este trabajo (Diario, I, pp. 366-367).

Rolland, abocado a lo que llama teorías “peligrosas”, se refiere a Das Kulturideal und der Krieg, un opúsculo de Adolf Lasson,24 profesor de la Universidad de Berlín, publicado en 1868, época en que “los alemanes no habían llegado aún al estado de brutalidad dionisíaca en que los vemos”. La obra “es un catecismo de la fuerza del Estado, soberana absoluta, superior a todo derecho y a toda moral”, soportado solamente por “el derecho del más fuerte”, “un monstruoso documento, de una grandeza y una franqueza siniestra […] una suerte de Príncipe de Maquiavelo […] un acto de realismo lúcido y sin piedad”. Pero, reflexiona Rolland, puede admitirse que este tratado se escribiera “para sí mismo y para una pequeña aristocracia de hombres de Estado, viriles, desengañados, pesimistas, heroicos, dispuestos a cargar con todos los crímenes por la grandeza de su nación”, pero fue reeditado en una colección popular, y allí está el “daño espantoso”, al

[…] dar a la muchedumbre, a los cerebros débiles y enfermos, un licor demasiado fuerte que necesariamente ha de llevarlos a un delirio homicida. Es menester que sean unos insensatos, como esos intelectuales alemanes, para que pongan semejantes doctrinas al alcance del pueblo. Era fatal que ese pueblo […] cayera en esa locura de orgullo, de brutalidad, de fanfarronería, que se jacta de sus crímenes como de una fuerza más (Diario, I, pp. 121122).

Rolland también reproduce una carta de Arthur Schnitzler, en la que el autor vienés desmiente un artículo supuestamente de su autoría publicado en Rusia en el que se habría burlado de Tolstoi, atacado a France por plagiario y desmerecido a Shakespeare en comparación con Hauptmann.25 Dice el dramaturgo:

Más tarde, cuando vuelva la paz, recordaremos dolorosamente que hubo un tiempo en que debíamos gritarnos unos a otros, por encima de las fronteras, la seguridad de que todos amábamos a nuestra patria, pero que a pesar de eso no habíamos perdido la justicia, el juicio y el reconocimiento, o para hablar más sencillamente, que nunca habíamos perdido completamente la razón (Diario, I, p. 121).

Rodeado de tanta tragedia, hay momentos todavía para el humor: Rolland comenta jocosamente el patrioterismo en la publicidad de cepillos de dientes y dentífricos en L’Écho de Paris.

La crítica de Rolland a Mann

Wilhelm Herzog (1884-1960), dramaturgo, historiador de la literatura y la cultura, berlinés y pacifista, estudió economía, germanística e historia del arte en Berlín. Publicó en 1905 un trabajo sobre Georg Christoph Lichtenberg – inclasificable científico, filósofo y autor satírico admirado por Schopenhauer, Nietzsche, Freud y Wittgenstein–, y otro sobre Von Kleist en 1907. Editó la revista literaria Pan y entre 1914-1915 y 1919-1929 Das Forum, en Munich, periódico que abogaba por la paz, se hizo partícipe de la radical República de Baviera presidida por el crítico teatral Kurt Eisner en 1918, editó el diario Die Republik entre 1918 y 1919 y militó en el Partido Comunista Alemán entre 1920 y 1928. En 1929 publicó Die Affäre Dreyfus, luego convertido en película y obra teatral. Al estallar la guerra, en su revista muniquesa Das Forum, Herzog rechazó el grosero patrioterismo bávaro. En sus páginas Lion Feuchtwanger se burlaba del entusiasmo patriótico de los muniqueses.26 En su número del 11 de enero de 1915 Herzog publicó amplios fragmentos de Por encima de la contienda de Rolland y fustigó a Thomas Mann con un duro juicio –”libre y viril” dice Rolland– acerca del artículo Gedanken im Kriege, que Rolland había ya criticado con acritud en Los ídolos.27 Respecto de Herzog, seguramente recordando esta crítica, Mann destilará, al final de la guerra, una ponzoñosa opinión antisemita y reaccionaria en su diario, fruto de su enemistad política-literaria:

En nuestro país se asocia al poder un puerco literario arribista como Herzog, que se ha dejado mantener durante años por una estrella de cine [la actriz Erna Morena, esposa de Herzog entre 1915 y 1921, con quien tuvo una hija, H.C.], un hombre que en el fondo sólo piensa en el dinero y tiene espíritu de comerciante, uno de esos elegantes de mierda como todos los señoritos judíos de las grandes ciudades, que no comía al mediodía si no era en el bar “Odeón”, pero que tampoco le pagaba las cuentas a Ceconi por los arreglosque le hizo en esa cloaca que tiene por dentadura. ¡Ésa es la revolución! Está controlada práctica y exclusivamente por judíos.28

Pese a su primer entusiasmo con Herzog, Rolland luego tomó distancia del editor:

Me entero –dice en agosto de 1915– que a Wilhelm Herzog se le juzga bastante mal en Munich, y que sus convicciones no parecen muy firmes; siguen la moda, aun cuando aparentan contrariarla. Me dicen que Herzog fue violento partidario de la guerra al principio (Diario, I, p. 400).

Rolland nos proporciona un testimonio inapreciable del clima espiritual reinante entre los exiliados pacifistas alemanes en Suiza en el relato de la visitaque hizo a Hermann Hesse en su villa alpie delosAlpesde Oberland, en el que registra el afectuoso intercambio entre ambos. En el transcurso del extenso diálogo, Hesse afirmó que –a diferencia de Francia– a los pacifistas no los “toman en serio” en Alemania, donde los consideran trasnochados herederos de Goethe y Herder; agrega que “esos nombres nos protegen algo”. A pesar de todo, el tipo cosmopolita es menos raro, sobre todo menos nuevo en nuestro país que en Francia. No lo quieren, pero no lo persiguen”, remata Hesse (Rolland, Diario, I, pp. 401-402). La figura del “tipo cosmopolita” mencionada por Hesse evoca de inmediato al “literato de civilización” de Thomas Mann, tal como en tono acerbo describiría a su hermano Heinrich en Consideraciones de un apolítico.

Stephan Zweig se encontraba de vacaciones en Flandes durante la crisis del verano de 1914, y a duras penas pudo regresar a Austria en un último tren de fines de julio. Ya en Viena escribió artículos patrióticos en Neue Freie Presse,29 justificando la alianza de Austria conAlemania con el argumento de resistir el cerco construido por la Entente y Rusia. Envió una carta a Rolland en la que decía adiós a sus amigos extranjeros para seguir el destino de la patria (Rolland, Diario, I, p. 35); éste le respondió enviándole un ejemplar del artículo Au-dessus de la mêlée, recordándole el ideal europeo compartido y afirmando que, por el contrario, él no decía adiós a ninguno de sus amigos. Se suscitó así una copiosa correspondencia en 1914 y 1915, en la que a pesar del desacuerdo en torno a la guerra, ambos sostuvieron el principio de la fraternidad como regla básica de civilización y las tareas de ayuda y colaboración con prisioneros y poblaciones afectadas por la lucha. A este respecto, Rolland trabajó en la Agencia de prisioneros de guerra, organizada por la Cruz Roja Internacional, a la que donó la mayor parte del Premio Nobel de Literatura obtenido en 1915.30

Zweig se fue acercando al humanismo de su corresponsal –publicará en 1921 una biografía suya y lo llamará cher maître–,31 y envió a Rolland el artículo de Thomas Mann “Gedanken im Kriege”. Conviene seguir las reflexiones del autor de Au-dessus… al respecto: elprimer comentario en su diario es tajante: “lo más terrible que hasta ahora leí de un intelectual alemán”. El examen de Rolland es detenido y lapidario. Mann distingue entre kultur y civilización. Ésta es “razón, ingenio, escepticismo”, mientras que kultur:

[…] es la organización intelectual del mundo, una necesidad salvaje, sangrienta, terrible. La kultur es ‘die Sublimierung der Damonischen’ [la sublimación de lo demoníaco]. Thomas Mann muestra la identidad del ideal de la kultur (o del intelectual alemán) y el del militarismo. Su primer principio es la organización. La fusión del entusiasmo y del orden produce el espíritu de sistema. Siguen las demás virtudes, entre ellas el desprecio de lo que se llama “seguridad” en la vida burguesa. Describe el éxtasis en que la guerra ha echado a los artistas alemanes, su renacimiento moral. La guerra ha sido una purificación, una liberación (Diario, I, pp. 99-100).

Mann se burla de Francia, “una mujer que provoca y empieza a gritar en cuanto la tocan”; para él la catedral de Reims “es el fruto del fanatismo, y el verdadero sentimiento de la Francia jacobina sería desinteresarse de eso”, y protesta “rabiosamente” –dice Rolland– contra Bernard Shaw y otros que hablan de democratizar y civilizar a Alemania. Para Mann solamente la victoria de Alemania asegura “el descanso”de Europa, yaque una Alemania vencida “no se daría por satisfecha hasta que volviera a su lugar”, sentencia premonitoria de las décadas por venir, antes y después de 1945. Finalmente, Mann realiza en su ensayo un apasionado interrogarse acerca del “ser alemán” (Diario, I, pp. 99-100). La repulsa de Rolland frente al artículo de Mann es vigorosa, compartida por Zweig, quien dice en carta a Rolland:

[…] cuando encuentre a Thomas Mann, dentro de veinte años, me negaré a estrecharle la mano. Semejantes páginas deshonran a un hombre, y tanto más cuanto mayor es su valor (Diario, I, p. 101).

Es más, ruega a su interlocutor que no juzgue a los escritores alemanes solamente por lo que dicen –caso Thomas Mann–, sino por su silencio:

El silencio es una opinión. Rilke, Heinrich Mann, Schnitzler, y cuántos de los mejores han callado. Más tarde hablarán; en el tiempo del odio de los pueblos, su palabra era vana; pero ahora es cada vez más clara la oposición moral al odio.32

Eduard Korrodi, jefe de redacción de la Neue Zürcher Zeitung,33 trata de tomar la defensa de Thomas Mann “aun cuando obra algo a lo prusiano”.34 Rolland responde de inmediato al periodista y editor suizo:

Reconozco en él [Thomas Mann] a un gran escritor; pero le niego el nombre de sabio. No es sabio acentuar, como lo ha hecho orgullosamente, la oposición entre Alemania y el resto de Europa, entre la kultur alemana y la civilización de las demás naciones. No es sabio tratar, como lo ha hecho, con insultante desprecio, no sólo al gobierno francés, sino a toda Francia, y sobre todo a su ejército, en el momento en que éste infligía al ejército alemán la derrota del Marne. Sé que ciertos oficiales alemanes han protestado por ese menosprecio torpe y sin dignidad que por sus adversarios tiene T. Mann. Y tienen razón, pues los Gedanken im Kriege han hecho a Alemania un gran mal en la opinión extranjera; y un daño tanto más duradero cuanto mayor talento tiene el autor (Diario, I, pp. 271-272).

Los argumentos de Romain Rolland contra Mann de su Diario se reprodujeron en su artículo “Les Idoles”, publicado en Le Journal de Genève el 4 de diciembre de 1914 (Diario, I, pp. 114; 123), incluido luego en Por encima de la contienda.35

Consideraciones de un apolítico. la respuesta de Mann

Consideraciones de un apolítico se publicó en el otoño de 1918.36 El texto está construido a partir de la magistral recuperación de la tensión dialéctica entre el arte y la política, suscitada por la guerra. Al iniciarse ésta, en agosto de 1914, Mann percibió que él era uno con Alemania, en un violento despertar del instinto político “de su dormitar en la insensatez pura” (Consideraciones, p. 18); su libro, producto de esta experiencia, fue “un extenso reconocimiento de la esfera nacionalista-conservadora en una forma polémica, sin pensar en la fijación de una posición definitiva.Apenas lo hube concluido, en 1918, me separé de él”, debido al rechazo que generó entre los conservadores germanistas, por los contactos personales con esos círculos que lo aterrorizaron y por el surgimiento del fascismo que oponía nacionalidad con humanidad.37 Se iniciaba así la conversión de Mann a la democracia.

Consideraciones de un apolítico tuvo para su autor un estatuto problemático y, como afirma en el prólogo, no puede calificarlo de “obra”, de “composición”, sino más bien de “remanente”, de “residuo”, “resto”, “huella”, “sedimento” de los años de la guerra, aunque en él se exprese el ethos alemán como idea orgánica y siempre presente. No es otra cosa, y nada menos, que “estocadas dialécticas en la niebla”. La dubitación de su autor respecto a la entidad de este escrito también da cuenta de la época espiritualmente atormentada y dolorosa en la que fue concebido. Es “obra de artista”, “escritos de artista”, pero también fruto de la suspensión de la obra artística –Mann suspendió entre 1914 y 1918 la redacción de La montaña mágica, que había iniciado en 1913 y que terminaría recién en 1924– para dejar paso a los “torpes afanes en torno a la cuestión política”. Este pórtico al volumen es un riguroso y deslumbrante ejercicio de introspección en torno a las condiciones de la creación artística e intelectual. Y también acerca de los tiempos que corrían, el “¿por qué?” del afán por estos problemas, la pregunta de “¿qué diablos le importaba?”. La respuesta de Mann es clave para comprender el pasaje al compromiso del intelectual con la esfera política más allá de la propia realización artística:

Pero me importaba, me incumbía real y apasionadamente, y me parecía imprescindiblemente necesario esclarecer estos problemas, de alguna manera, según mi mejor saber, entender y capacidad. Pues los tiempos eran de tal índole que ya no podía distinguirse diferencia alguna entre lo que incumbía y lo que no incumbía al individuo; todo estaba agitado, revuelto, los problemas bullían mezclándose unos con otros y ya no era dable separarlos, se revelaba la conexión, la unidad de todas las cuestiones del espíritu, allí estaba el problema del propio hombre, y la responsabilidad ante él abarcaba asimismo la necesidad de una toma de posición política y de una decisión de la voluntad en tal sentido (Consideraciones, p. 83).

La política es vista por Mann como una relación participativa y pasional con el Estado y sus asuntos. Separándose de Hegel, Mann sólo ve en el Estado un aparato técnico, una cuestión de especialistas, y que los dominios sustantivos del espíritu humano –religión, filosofía, arte, poesía, ciencia– les son ajenos, y está al margen, por encima, fuera y a menudo contra ellos. La espiritualidad oficial, uniformada y reglamentada, desafía a la ironía, que para Mann es un elemento imprescindible de la creación artística (Consideraciones, p. 169). Para el Mann de 1914-1918 la opinión de que el destino del hombre se resuelve en lo estatal y social es “repulsivamente inhumana”. En cambio, para el “literato de la civilización” –figura en la que identifica a su hermano Heinrich, a Rolland y a toda la corriente racionalista heredera de la Ilustración– esta postura responde a un esteticismo repudiable. Mann se pregunta por el patriotismo ¿no es una posición de carácter político, y en cuanto tal, fuera del interés del artista? Duda, vacila.

La guerra, sin embargo, colocó al patriotismo en una esfera diferente de la política e hizo emerger el carácter específico de cada gran nación europea; en el individuo despertó la necesidad de conocerse a sí mismo, de cobrar conciencia nacional subjetiva y, por ende, de fundirse en el patriotismo. La guerra favoreció y provocó puntos de vista y sentimientos “primitivos”–en el sentido de inmediatos, vitales, no tamizados por la cultura libresca, y también ancestrales, originarios– y entre ellos el de considerar a los pueblos como individuos míticos, retomando así el “ver y sentir de un modo popularmente primitivo”, punto en el que el artista, aunque burgués, puede llegar a lograrse como tal. El pueblo aparece en Mann no como el agregado de voluntades atomizadas propio de la democracia, ocupándose de cuestiones técnicas del Estado, sino como el protagonista que convirtió la patria en su causa y el entusiasmo fue su vehículo de expresión: libre así de los obstáculos interpuestos por el Estado y la política, “acaso haya visto por vez primera la patria” (Consideraciones, pp. 171-172). Con este sentimiento, Mann se asoma a un camino peligrosamente demagógico, en el que anida el proceso que en el transcurso de los años veinte y treinta va a llegar al paroxismo pseudo-místico del nacional-socialismo, punto de arribada de la mayoría de los intrincados senderos de la “revolución conservadora”.38 En el intersticio abierto por una cita, asoma el fermento intelectual de este sentimiento exaltado: Mann se basa nada menos que en el violento antisemita Paul de Lagarde,39 que acuñó algunas de las ideas básicas adoptadas luego por el nacional-socialismo con la mediación de Rosenberg: la expansión alemana hacia el Este, la construcción de una Mitteleurope bajo dominio germánico, y un “cristianismo alemán” depurado de sus raíces judías, especialmente de la herencia de San Pablo.

Mann se separa prestamente de la fanfarronería chauvinista, ya que “más de un canalla puede hacerse la ilusión de ser menos canalla porque puede autocalificarse de canalla alemán” (Consideraciones, p. 173). Impugna absolutamente el disolver el yo en la nación: se identifica con Goethe – quien rechazó a Napoleón– y en el Von Kleist del Berliner Abendblätter –el patriota antifrancés de 1810-1811–, y desde esta ubicación precisa ataca acremente al “literato de la civilización”, su hermano Heinrich. Desde aquí también contextualiza su ensayo de 1914 “Pensamientos en la guerra”, el objeto de la crítica de Rolland en “Los ídolos”, como una “precoz y rápida improvisación” cuyo objetivo había sido mostrar el deseo de servir y ayudar a Alemania y dejar en claro donde estaba su corazón a través de una eclosión sentimental y ética (Consideraciones, p. 181), reivindicando su distinción entre “cultura” y “civilización”, eje de su reflexión. En buena medida, también, la confrontación entre dos formas espirituales: el Aufklärung, la ilustración y el humanismo, y el Ehrenkoden, el ethos del honor y del heroísmo.

Finalmente, entra de lleno en la irónica respuesta a Romain Rolland, escritor de “alto coturno”, “de reputación europea” (Consideraciones, p. 183), y su “infinitamente bienintencionado librito” sobre la guerra. El eje del argumento de Mann contra Rolland es la hipocresía del escritor francés, la confusión en cuanto al belicismo de la política francesa, el encubrimiento que hace con su retórica de las verdaderas acciones e intereses de la democracia francesa. 40 La reflexión de Mann es que el movimiento de Alemania fue supremamente defensivo, en cuanto estaba en juego la supervivencia de Alemania como nación frente al acoso de la Entente, robustecido por la política francesa de alianza con el zarismo en julio de 1914. De allí extrae la justificación moral de sus posiciones.

A manera de conclusión

En Consideraciones de un apolítico la polémica con Rolland juega como la segunda hoja de un díptico, en el que absolutamente toda la atención de la crítica posterior ha sido dedicada al primer destinatario de la crítica de Mann, su hermano Heinrich. Si bien la importancia biográfica y cultural de la compleja relación entre los hermanos Mann está fuera de toda discusión, el olvido del papel de Rolland no permite aquilatar la significación completa de las múltiples aristas que tuvo la controvertida posición de Thomas Mann en 1914-1918 y su sentido en la cultura europea del momento y posterior, en la época de entreguerras. En este trabajo hemos pretendido recuperar precisamente la densidad de la confrontación de Thomas Mann con Rolland –que permite superar la connotación familiar y aún “provinciana” alemana (en el sentido que da Ernst Robert Curtius a esta calificación) que presentaría Consideraciones de un apolítico si se lo limita a un episodio de la rivalidad entre Thomas y Heinrich Mann– en los términos indicados en su título: patriotismo frente a espiritualismo y pacifismo, para poder mostrar la operación de conceptos culturales aún más generales que se vinculan a grandes corrientes europeas seculares: el conservadurismo en pugna con la compleja y no siempre bien avenida amalgama del racionalismo ilustrado y el espiritualismo humanista ejercido como pacifismo en la coyuntura de la gran guerra europea.

Por otro lado, la superación del olvido de Rolland –que hoy comienza a ser subsanado por la historiografía cultural europea– es importante en el estudio de la historia intelectual de América Latina por la gran influencia cultural y política que su obra tuvo sobre la intelectualidad “progresista” en las décadas de los veinte y treinta, e inclusive en los comienzos de la segunda posguerra, eclipsado luego por el auge de la corriente existencialista.

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Doctor en Estudios Latinoamericanos por la Universidad Nacional Autónoma de México. Profesor-investigador en la Universidad Autónoma del Estado de Morelos. Líneas de investigación: Historia regional de México, historia intelectual de América Latina siglo XX.

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Ibíd., p. 234. Las citas de Mann están tomadas del trabajo de Blume.

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Ibid., p. 23

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Gabriel Séailles (1852-1922), filósofo neokantiano, especialista en estética, profesor de historia de la filosofía en la Sorbona. Fundó la Liga de los Derechos Humanos en 1898, promovió las universidades populares y la escuela laica. Defendió la inocencia de Dreyfus. Amigo de Jean Jaurès, en 1914 se opuso a la guerra.

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Rolland, Romain (1915), Au-dessus de la Mêlée, Librairie Paul Ollendorff, Paris, 163 pp. El artículo que da su título al libro fue publicado el 22 de septiembre como suplemento del Journal de Genève.

Von Unruh fue publicado en Zurich por Korrodi en la Neue Zürcher Zeitung. La referencia a Von Unruh en Rolland, Diario, I, p. 72. Fritz von Unruh (1885-1970) fue hijo de un general amigo de Hindenburg, de familia aristocrática, compañero como cadete de dos hijos del Káiser. Oficial de caballería, fue obligado a retirarse del ejército en 1912 por su obra dramática Offiziere (Oficiales, 1911). Adhirió al expresionismo, fue autor de teatro, poeta y novelista. Se desempeñó como voluntario en la Primera Guerra Mundial. En su mencionada obra de teatro y en su diario de guerra sobre la batalla de Verdún, Opfergang (Sacrificio, 1916), cuestionó los valores del honor patriótico y reveló los horrores de la guerra de trincheras. Se convirtió en una de las voces alemanas más comprometidas con el antimilitarismo en el período de entreguerras. Enfrentó al nazismo, exiliándose en 1932 en Francia y en 1940 en Estados Unidos. En 1957 publicó su autobiografía, Der Sohn des Generals (El hijo del general).

Eric Gutkind (1877-1965), filósofo alemán de origen judío, autor esotérico y místico. Estudió antropología con Bachofen, y también filosofía, matemáticas, ciencias e historia del arte. Sobre conceptos gnósticos, expresó creciente interés por la Kabbala judía. Perteneció a un círculo de intelectuales pacifistas, y algunos místicos, con Walter Benjamín, Martin Buber, Wassily Kandinsky, Franz Oppenheimer, Walther Rathenau, Romain Rolland, Upton Sinclair y Rabindranath Tagore. En 1910 publicó Siderische Geburt -Seraphische Wanderung vom Tode der Welt zur Taufe der Tat (Nacimiento sidérico. Peregrinación seráfica desde la muerte del mundo hasta el bautismo de la acción), que sirvió de punto focal para ese círculo. Después de la guerra inspiró el manifiesto del New Europe Groups y Gutkind escribió numerosos artículos en la revista literaria The New Age. Exiliado en 1933 enseñó en la New School en Nueva York. Influenció notablemente a toda la corriente cultural contemporánea new age.

Franz Pfemfert (1879-1954), escritor, fotógrafo retratista, editor y político alemán. En 1911 fundó en Berlín la revista Die Aktion –que apareció hasta 1932–, órgano difusor junto a Der Sturm del expresionismo alemán, pero más vinculada a la izquierda alemana. Apoyó a los diputados socialdemócratas que votaron contra los créditos de guerra en 1914, y al año siguiente fundó una pequeña organización, el Antinationale Sozialistenpartei (Partido Socialista Antinacional). Cercano a Rosa Luxemburgo, se unió a la Liga Espartaquista. Fue miembro del Partido Comunista alemán por un breve tiempo, militó en su ala de extrema izquierda y en 1920 publicó en Die Aktion “La enfermedad infantil de Lenin… y la Tercera Internacional”, contra el famoso folleto del jefe bolchevique El izquierdismo enfermedad infantil del comunismo. Huyó de Alemania en 1933 y se refugió en Checoslovaquia, a partir de 1936 en Francia y en 1940 logró huir a México, donde murió.

Adolf Lasson (1832-1917), filósofo alemán de origen judío, nacionalista prusiano, influenciado por la escuela histórica del derecho. Pontificaba la fuerza creadora de la guerra, y su función para el fortalecimiento del Estado. Su sentencia: “Respetar tratados y convenios no es una cuestión de derecho, sino de conveniencia”, aplica a la violación de la neutralidad belga por Alemania en 1914.

Un ensayo de muy fuerte crítica a la guerra con notas de 1915-1918, publicado posteriormente [1939,Über Kriegand and Frieden]: Schnitzler, Arthur (1948), De la guerra y la paz, Emecé Editores, Buenos Aires.

Lo menciona Rolland, Diario, I, p. 117.

Rolland, Diario, I, p. 169.

Mann, Thomas, Diarios, entrada del 8 de noviembre de 1918 [día del inicio de la revolución en Alemania], citado en Bayón, “Una composición”, p. 26.

El periódico líder en la Viena de Francisco José, de tendencia liberal, publicado entre 1864 y 1939. El editor entre 1908 y 1920 fue Moritz Benedikt.

Rolland, Diario, I, Cuaderno II, p. 42, 45, 31 de octubre de 1914.

Zweig, Stefan (1921), Romain Rolland: Der Mann und das Werk, Literarische Anstalt, Rütten & Loening, Frankfurt am Main, 266 pp.; edición en castellano, Zweig, Stefan (1935), Romain Rolland. El hombre y su obra, Editorial Imán, Buenos Aires.

Zweig, S., carta a Rolland desde Viena, 21/4/1915, Rolland, Diario, I, p. 291.

Eduard Korrodi (1885 -1955), periodista, ensayista y crítico literario suizo. Estudió lengua y literatura alemana en la Universidad de Zurich, donde nació. Editor literario de la Neue Zürcher Zeitung entre 1914 y 1950. En 1936 escribió críticamente acerca de la literatura del exilio alemán, y Thomas Mann le respondió en una carta abierta en la que por primera vez se expresó públicamente contra la Alemania nazi.

Cita de Korrodi en Rolland, Diario, I, p. 270.

Rolland, R. (1915), “Les idoles”, en Au-dessus de la Mêlée, pp. 84-96.

Mann, Thomas (1918), Betrachtungen eines Unpolitischen, S. Fischer, Berlin, reimpresión, 1920; 2a ed., 1922; definitiva, S. Fischer Verlag, Frankfurt, 1956; en castellano, 1978,Consideraciones de un apolítico, traducción León Mames, Grijalbo, Barcelona, 600 pp.

Mann, Thomas, conferencia Mis tiempos, pronunciada en Chicago en 1950, y citada por Erika Mann en la introducción a la edición definitiva de 1956, cfr. Consideraciones de un apolítico (1978), pp. 23-24.

Faye, Jean-Pierre (1974), Los lenguajes totalitarios, Taurus, Madrid, 978 pp.

Paul de Lagarde (1827-1891), autor de los Deutsche Schriften (Escritos alemanes, 1878-1881, reeditados en 1920). Nació en la capital prusiana, hizo estudios de teología, filosofía y lenguas orientales en Berlín y Halle entre 1844 y 1847, proseguidos en exégesis bíblica en París y Londres en 1852. Profesor de colegio público en Berlín a partir de 1854, siguió con los estudios bíblicos y orientales, y en 1869, siendo uno de los más eruditos conocedores de la Biblia Septuaginta, se convirtió en profesor de lenguas orientales de la Universidad de Gotinga, ya bajo la sujeción prusiana.

La polémica con Rolland se desarrolla en el capítulo 6, “Contra la razón y la verdad”, de Consideraciones de un apolítico, especialmente pp. 182-206.

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