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Vol. 68.
Páginas 9-47 (septiembre - diciembre 2015)
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Vol. 68.
Páginas 9-47 (septiembre - diciembre 2015)
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LA INTELECTUALIDAD LIBERAL BAJO LA GUERRA FRÍA: LA SEDE ARGENTINA DEL CONGRESO POR LA LIBERTAD DE LA CULTURA (1953-1964)
Liberal intelligentsia under Cold War: Argentinian branch of the Congress for Cultural Freedom (1953-1964)
A intelectualidade liberal durante a Guerra Fria: A sede argentina do Congresso pela Liberdade da Cultura (1953-1964)
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Karina Janello
Autor para correspondencia
kjannello@cedinci.org

Doctorante en Historia en la Universidad Nacional de La Plata (UNLP), magíster en Sociología de la cultura Instituto de Altos Estudios Sociales / Universidad Nacional de General San Martín (IDAES/UNSAM). Responsable del área de Biblioteca y Hemeroteca del Centro de Documentación e Investigación de la Cultura de Izquierdas en Argentina.
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Resumen

La Asociación Argentina por la Libertad de la Cultura (AALC), así como su referente mundial, el Congreso por la Libertad de la Cultura, fue un producto de la Guerra Fría cultural, que se articuló de modo original con los conflictos de la vida política local. Constituida en 1955 tras el golpe que derrocó a Perón, cuando la élite liberal ostentaba amplia hegemonía en el terreno de la cultura, cohesionada por el antiperonismo y asentada en el liberalismo cultural, se expandió sobre las redes intelectuales antifascistas construidas en los 30s, entre los que se encontraba la intelligentsia progresista del grupo Sur y una buena parte de socialistas. La AALC nucleó figuras reputadas, sobre todo de la izquierda, se asentó sobre una extensa red editorial y revisteril, promovió encuentros resonantes y se solidarizó con diferentes causas internacionales (incluso la Revolución Cubana). Embanderada en una noción de “libertad de la cultura” nutrida en la teoría del totalitarismo, piedra angular de su acción, su confrontación especular con los comunistas se libró en un escenario atravesado por la antinomia peronismo-antiperonismo que para 1960 ya excedía el horizonte de unos y otros. El curso de la Revolución Cubana y el compromiso de la nueva generación con una concepción político-cultural cada vez más distante de los valores liberales, marcarán el principio del fin de la hegemonía de la antigua intelligentsia y en consecuencia de la Asociación.

Palabras clave:
historia intelectual
intelectuales
liberalismo
Guerra Fría cultural
antiperonismo
anticomunismo.
Abstract

Argentinan Association for Cultural Freedom (AALC) and its global reference, the Congress for Cultural Freedom, were product of the Cultural Cold War. This organization had an original articulation with local politics. It was created in 1955, after the coup d’etat that overthrew Peron, when the liberal elite had a wide hegemony in the field of culture, amalgamated by the antiperonism and cultural liberalism. This organization was widespread over the intelligentsia's networks of antifascism created in the 30s, by the progressive “Grupo Sur” and socialist intellectuals. The AALC grouped recognized names from the left wing, worked over an extensive network of editorial and magazines, promoted public important meetings and expressed solidarity with various international causes (even Cuban Revolution). Under the notion of “cultural freedom” and Totalitarism, foundation of its theory, the AALC played in a confrontation with the communist intellectuals in a field where the antinomy of peronism/anti-peronism was decisive. The Cuban Revolution and the commitment of the new left generation increasingly distant from the liberal political-cultural values will cause the beginning of the end of the hegemony of the old intelligentsia and as a result the disappearance of the Association.

Key words:
Intellectual history
intelligentsia
liberalism
Cultural Cold War
Antiperonism
Anticomunism.
Resumo

A Associação Argentina pela Liberdade da Cultural (AALC) e o seu referente mundial, o Congresso pela Liberdade da Cultura, foi um produto da Guerra Fria cultural que conformou-se em uma forma original com os conflitos da vida política local. Nasceu em 1955, após o golpe de Estado que derrubou o presidente Perón, quando a elite liberal tinha uma ampla hegemonia no campo da cultura, fortalecida pelo antiperonismo e apoiada no liberalismo cultural, e expandiu-se sobre as redes intelectuais antifascistas construídas na década dos anos trinta, incluindo a intelligentsia progressista do grupo Sul e uma grande quantidade de socialistas. A AALC agrupou personagens importantes, especialmente da esquerda, trabalhou a partir de uma extensa rede editorial e de revistas, promoveu grandes reuniões, e solidarizou-se com diferentes causas internacionais (incluindo a Revolução Cubana). Reconheceu a noção de “liberdade de cultura” alimentada da teoria do totalitarismo, a pedra angular da sua ação, e a sua confrontação espetacular com os comunistas ocorreu num cenário atravessado pela antinomia peronismo/anti-peronismo que para 1960 excedia o horizonte de uns e outros. O curso da Revolução Cubana e o compromisso da nova geração com uma concepção político-cultural cada vez mais distante dos valores liberais definiram o início do fim da hegemonia da antiga intelligentsia e, consequentemente, da Associação.

Palavras-chave:
história intelectual
intelectuais
liberalismo
Guerra Fria cultural
anti-peronismo
o anticomunismo.
Texto completo
Escenarios de posguerra

Este trabajo busca recuperar una dimensión de una investigación previa, aún inédita, consagrada a estudiar las relaciones entre los intelectuales de la izquierda no comunista y el Congreso por la Libertad de la Cultura (CLC), centrada en el campo intelectual argentino pero inscripta dentro del escenario latinoamericano.1 El período abordado abarca desde la llegada de dicho Congreso al Cono Sur en 1952, hasta 1964, cuando el CLC se ve obligado a aggiornar sus sedes ante el amplio apoyo que concita la gesta cubana, iniciando una segunda etapa. Estos años, caracterizados por la centralidad que adquiere la intelligentsia en la formación de la opinión pública y su influencia en el campo político, han sido inscriptos por Fred Halliday en lo que llamó “la primera Guerra Fría” .2

Si bien existe un creciente interés sobre la cuestión de los intelectuales latinoamericanos de esos años, y a pesar de que el campo intelectual ha sido abordado en múltiples ocasiones, las acciones del CLC en la región, sorprendentemente activas y visibles, habían suscitado escasa atención hasta el presente, y en Argentina en particular, prácticamente ninguna. Con excepción del estudio de María Eugenia Mudrovcic sobre la revista Mundo Nuevo,3 concentrada en el escándalo provocado por la denuncia acerca de su financiamiento, y el epílogo del libro de Jorge Nállim, que presenta en rasgos generales la estructura de la sede argentina como correlato de su investigación sobre los intelectuales liberales entre 1930 y 1955,4 hasta la fecha no se le había dedicado un trabajo de mayor aliento. La centralidad que adquirieron en los últimos 25 años los estudios acerca de la “nueva izquierda” de las décadas del sesenta y setenta5 (por cierto indispensables para comprender los procesos que derivaron en sangrientas dictaduras), desplazó la atención y el foco de interés respecto de otros sectores que no se encontraban en el centro de la escena, pero que resultan necesarios para iluminar la complejidad total del campo.

Como característica particular, la relevancia del CLC debe ser evaluada atendiendo a la compleja red editorial que impulsó y a la posición que le tocó jugar en un campo dividido en dos sectores bien definidos: por un lado el mundo comunista con sus consignas por la paz, la democracia (popular) y el antiimperialismo; por otro, el mundo occidental por la libertad del pensamiento, la democracia (modelo americano) y contra el totalitarismo (las dictaduras supérstites en Europa, las dictaduras latinoamericanas, pero sobre todo el comunismo). En Argentina, una de las más importantes limitaciones en la literatura sobre historia intelectual dedicada a estudiar el período 1945-1960 reside en que las investigaciones se concentran sobre todo en los componentes conflictivos que involucraron a la intelligentsia local con el peronismo propiamente dicho.6 Sin embargo, el contexto internacional configura un eje transversal que se extiende de Este a Oeste y de Norte a Sur, aunque desde luego matizado por, y traducido a, los contextos nacionales y regionales. Es por lo tanto necesario además articular las pugnas locales con el nuevo escenario internacional surgido en 1945. Si Europa estuvo en el ojo de la tormenta de la Guerra Fría, América Latina no se sustrajo a su torbellino.

La presencia de la Asociación Argentina por la Libertad de la Cultura (AACL), institución que interpeló mayormente a los intelectuales del espacio de la izquierda progresista –liberales, por un lado, y socialistas, por otro– se convierte en un caso emblemático que evidencia cómo conflictos internacionales como la Guerra Fría se articularon con los ámbitos nacionales. Particularmente, la década del cincuenta ha sido poco abordada desde esta perspectiva, por lo que en este trabajo se espera poder aportar nuevas miradas que enriquezcan la comprensión de un momento de severos conflictos socio-históricos y coyunturales en la región.

En términos generales, en América Latina se podría ubicar al CLC dentro de un campo especular en que el espacio del “otro” fue ocupado por el comunismo soviético en los cincuenta y por el castrismo en los sesenta. Sin embargo, los matices y coyunturas propias de cada país dieron formas particulares a ese “otro”, como oportunamente ocurrió en el caso argentino donde la confrontación se dio mayormente con el peronismo.

Entre al anticomunismo y el antiperonismo

En Argentina, donde la lucha –primero contra el franquismo y luego contra las potencias del Eje– había embanderado en un frente común a las élites liberales, a los demócratas, a los comunistas y a los socialistas durante los años treinta y hasta el fin de la Segunda Guerra, la súbita emergencia del peronismo complejizó el panorama.7 Y si la instalación de un gobierno nacional-popular retrasó la integración argentina en el hinterland estadounidense embanderándola en una suerte de neutralismo pragmático que luego adoptaría el nombre de “tercera posición”,8 a inicios de los cincuenta y de modo creciente, la Guerra Fría entrará a jugar en el ámbito local, predisponiendo al debate y en muchos casos a la ruptura de aquel frente progresista, liberal-comunista.

Desde 1945, los posicionamientos en el campo de la cultura no estaban matrizados por la antinomia “comunismo/anticomunismo”, sino más bien por la de “peronismo/antiperonismo”.9 Pero a fines de la década, los comunistas comenzaron a ser medidos con la misma vara que los peronistas, pues podían ser aliados coyunturales del “totalitarismo peronista”. Varios acontecimientos van a alentar esta asociación: por un lado, en 1952, enmarcado en el debate dentro del PCA (Partido Comunista Argentino) sobre los posicionamientos frente al peronismo, el frustrado intento de acercamiento del Secretario General del PC (Partido Comunista), Juan José Real, al gobierno;10 por otro, la participación de nada menos que el poeta Pablo Neruda, de reconocida militancia comunista, en la recepción organizada en la USACH a la visita de Perón a su par chileno durante el mes de febrero del mismo año;11 estos dos hechos van a alimentar en el frente antiperonista el fantasma de la “traición comunista” (que reavivará el recuerdo del Pacto Ribbentrop-Mólotov de 1939).

Por otra parte, la Guerra Fría se filtraba a través de las nuevas organizaciones que comenzaban a instalarse en los países latinoamericanos. El Congreso Mundial por la Paz (CMP), por ejemplo, había convocado a los intelectuales comunistas y compañeros de ruta y en el mismo año 1949 había ya una representación local bajo el nombre de Consejo Argentino por la Paz (CAP).

La llegada del CLC a Buenos Aires no fue menos conflictiva en el marco del fuerte nacionalismo del gobierno y su discurso antiimperialista. En 1952, el crítico Robert Alexander había advertido que en América Latina “…the principal totalitarian danger at the present moment is that of Perón…”.12 Durante ese mismo año, la revista Liberalis, de los hermanos Agustín y Joaquín Álvarez, había publicado varias referencias al CLC exhortando a los intelectuales argentinos: “Es de esperar que… no se mantengan extraños a este movimiento y que sepan poner su pluma vigilante al servicio de los ideales de la libertad de la cultura, que son universales”,13 y las duras palabras de Arthur Koestler de la sesión inaugural de 1950: “Amigos: ¡la libertad ha pasado a la ofensiva! Los intelectuales se han despedido definitivamente de la neutralidad”.14

El posicionamiento de los comunistas respecto del peronismo y su participación en el CAP, por un lado, y el de los liberales y los socialistas respecto del CLC y con su antiperonismo militante, por otro, polarizaron las tensiones al interior de los espacios que compartían como la Sociedad Argentina de Escritores (SADE), el Colegio Libre de Estudios Superiores (CLES), la Asociación Cultural Argentina para la Defensa y Superación de Mayo (ASCUA) o los espacios de publicación como las revistas que durante esos años dejaron de lado su pluralidad y negaron sus páginas a los comunistas a la par que crecía la crítica y la confrontación.15

Como consecuencia de las disputas de 1952, en abril del año siguiente, luego del atentado ocurrido en la Plaza de Mayo contra el gobierno, los comunistas serán sospechados de acuerdos y ambigüedades: mientras un buen número de socialistas y liberales son encerrados en las cárceles con el argumento de ser “agentes del imperialismo” por su vínculo y simpatías con el CLC16 y se les niega luego el “certificado de buena conducta” necesario para salir del país, los comunistas disponen de cierta libertad de movimiento y, entre otras cosas, pueden asistir al Congreso Continental de la Cultura (CCC) organizado por Pablo Neruda en Santiago de Chile a fines de abril,17 así como al organizado por el CMP en Viena en el mes de mayo.

Tras el golpe que derrocó a Perón en 1955, la disyuntiva sobre cómo posicionarse frente al nuevo gobierno militar y cómo entender la obstinada lealtad de las masas peronistas, acéfalas de su líder, removió aún más las aguas y generó rupturas crecientes en las filas del frente antiperonista. Mientras el gobierno de la Libertadora, aplaudido por los liberales, adoptaba medidas económicas ortodoxas que desandaban el nacionalismo económico de Perón e intervenía los sindicatos, proscribiendo y censurando en igual medida a peronistas y comunistas, el PC “buscará la unidad de acción con los dirigentes obreros peronistas tanto en las luchas reivindicativas como en la oposición a las políticas económicas del gobierno golpista”.18 Desde el espacio liberal estos movimientos fueron leídos bajo la lente de la Guerra Fría: el factor común entre peronistas y comunistas era su totalitarismo. El espacio “democrático-liberal” juzgó con igual vara a unos y a otros (peronistas/nacionalistas o comunistas/socialistas no liberales) al son del enfrentamiento entre “mundo libre” y “mundo comunista”, entre los “Estados occidentales democráticos” (donde los nacionalismos eran considerados totalitarismos de derecha) y las repúblicas populares soviéticas. Ejemplo de ello son las declaraciones en 1955 del ministro de educación del gobierno de facto, Atilio Dell’Oro Maini, respecto a la reestructuración de la Universidad, que advertía que “no pueden profesar cátedras argentinas quienes han tenido o tengan dada su adhesión a las doctrinas totalitarias de derecha o de izquierda”;19 en términos simples, esto significaba que no sólo los peronistas, sino también los comunistas, quedarían excluidos de la universidad.

Aunque con una década de retraso respecto del “mundo libre”, el comunismo se había convertido en “la estrella máxima del momento político...”.20 Y mientras los liberales insistían en equiparar comunismo con fascismo y a su vez a éste con el peronismo, aquéllos buscaban desambiguar la asimilación recordando su participación en la lucha antifascista:

Aunque se quisiera, por pereza intelectual o por malicia, calificar de totalitarismo de izquierda a las experiencias y realizaciones de los países con regímenes socialistas, los resultados de estas impedirían establecer un paralelo, ni explícito ni implícito, con los regímenes nazi-fascistas. Es indudable que, cuando, adrede, se avecinan en una sola frase el totalitarismo de derecha con el supuesto totalitarismo de izquierda, se establece una comparación que insensatamente atribuye al supuesto totalitarismo de izquierda la significación real y comprobada del conocimiento que tenemos del totalitarismo de derecha, tal como reexperiencia de los sistemas nazifascistas.21

Guerra Fría cultural en América Latina

El CLC nace en Berlín en 1950 como iniciativa de un grupo de funcionarios políticos y de intelectuales resistiendo la ofensiva soviética en el campo de la cultura.22 Convocó un amplio espectro ideológico que iba desde la izquierda más antiestalinista –particularmente excomunistas, anarquistas, trotskistas y socialistas– hasta el liberalismo conservador, pasando por el liberalismo progresista y la democracia cristiana. Nació con apenas meses de diferencia con el Congreso Mundial por la Paz, de modo que las iniciativas de un lado y de otro no pueden ser pensadas sino de modo especular. Fue concebido como un espacio de activismo intelectual en defensa de la libertad del pensamiento, por oposición a la censura y el totalitarismo de corte comunista representado por los soviéticos en la década de los cincuenta y, en la siguiente, en nuestro continente, por el comunismo cubano y sus aliados. El CLC se definía antitotalitario, lo que en los términos de la Guerra Fría quería decir, antes que nada, anti-comunista. Ciertamente, el antitotalitarismo cuestionaba también a las dictaduras de derecha, aunque en el contexto de la posguerra ese cuestionamiento sólo derivaba en la consideración de que dichos regímenes destruían los valores que sostenían la convivencia democrática y favorecían la “desesperación” que “arrojaba a las masas hacia el comunismo”.23 Acaso la síntesis mejor lograda de este posicionamiento se encuentre en el aforismo del ensayista peruano Luis Alberto Sánchez –miembro del CLC desde sus inicios–: “Siembra dictaduras y cosecharás comunismo”.24 El anticomunsimo de las franjas intelectuales concentradas en el CLC, si bien enarbolaba la bandera del “mundo libre”, evitaba caer en una crítica severa al american way of life y aquellas realizadas al intervencionismo estadounidense en América Latina fueron muchas veces matizadas. Se autodefinían en una suerte de “tercera posición” que los colocaría a igual distancia de la URSS como de los EEUU, del comunismo opresor como del capitalismo salvaje, pero defendiendo el atlantismo. A pesar de ello, su discurso se diferencia de la propaganda anticomunista emanada del Departamento de Estado o de los sectores más reaccionarios y machartistas.25 Tampoco es el discurso anticomunista del nacionalismo católico o del tradicionalismo ultramontano.26 Estamos ante un anticomunismo que se quiere progresista, democrático e independiente de la influencia de las grandes potencias. Es así que los intelectuales asistentes a las conferencias del CLC eran juzgados, según la elocuente definición del cubano Raúl Roa cuando era miembro de la sede cubana del CLC: “con el apelativo de imperialista y con el marbete de comunista a quienes equidistan de los ‘congresos de la paz’ y de las ‘anfrictionías [sic] panamericanas’…”.27

La recepción de las ideas del CLC en el continente fue un proceso activo que interpeló fundamentalmente al campo intelectual progresista de izquierda en la región. Aunque surgido a nivel internacional, operó una apropiación y aclimatación a los procesos políticos y culturales de cada una de las naciones latinoamericanas. El CLC desembarcó en Chile en el año 1953 con la llegada su revista órgano: Cuadernos por la Librertad de la Cultura (1953-1965), editada en París, aunque durante el año anterior el exiliado español expoumista, naturalizado mexicano en los años de la guerra, Julián Gorkin,28 encargado de la organización del Congreso en América Latina, y el anarquista Belgo-chileno Louis Mercier Vega,29 ya habían relevado en una gira los países donde sería posible afincarse, identificando seis núcleos posibles (luego la estructura sería más o menos modificada) que concentraban los países de América Central y del Sur, a saber: un comité en Santiago que concentraría a Chile, Perú y Bolivia; uno en Montevideo como base para Argentina, Uruguay y Paraguay; otro en Bogotá con la representación de Colombia, Ecuador y Venezuela; un cuarto en México que concentraría los países de América Central (Guatemala, Honduras, El Salvador, Nicaragua, Costa Rica y Panamá; un quinto con asentamiento en La Habana para el Caribe; y por último Brasil, que, debido a su gran extensión y pluralidad, tendría dos sedes: San Pablo y Río de Janeiro.30

Entretanto, y simétricamente, el comunismo regional, como ya señalara, venía desplegando redes a través del CMP desde 1949 y se organizaba desde 1952 en el Congreso Continental de la Cultura (CCC) en Santiago, con la figura de Pablo Neruda como su intelectual faro y su promotor más entusiasta.31

Difusión argentina

La noticia de la constitución del CLC tuvo una recepción modesta pero inmediata en Buenos Aires gracias a los socialistas locales. Dos revistas se hicieron eco de su fundación: Índice, órgano de la Comisión de Cultura del PS, y Liberalis, una revista del liberalismo masónico y anticlerical. Ambas delinearían, en cierta forma, el tipo de adhesiones con las que iba a contar el CLC. Según los testimonios de Horacio D. Rodríguez32 e Isay Klasse,33 las novedades del encuentro de Berlín llegaron a la Argentina a través del periodista y militante trotskista Ernesto Bonasso,34 entonces residente en París y vinculado al socialismo francés, y fueron publicadas en Índice, donde se podían leer reconocidos nombres de la región como el socialista argentino Américo Ghioldi o el uruguayo Emilio Frugoni, tanto como personalidades de relieve internacional como el extrotskista americano Sidney Hook y el ensayista francés de procedencia anarco-sindicalista Michel Collinet, el viejo exiliado anarcotrotskista Víctor Serge, o el escritor inglés George Orwell, entre otros. Profundamente antiestalinista, eran frecuentes en sus páginas temas como el totalitarismo (dentro del que encuadra el sistema soviético),35 el Plan Marshall o los desafíos que planteaba la democracia. La noticia del CLC apareció en su número 8/9 (julioagosto, 1950), junto con su liminar “Manifiesto de la Libertad”.

Por su parte, Liberalis reunió aquella intelectualidad liberal masónica y laicista de tradición sarmientina que se remonta al siglo XIX. Constituían su equipo de colaboradores Francisco Ayala, José P. Barreiro, Carlos A. Erro, Vicente Fatone, Roberto Giusti, Ernesto Sábato y los hermanos Francisco y José Luis Romero, entre otros; todos ellos también colaboradores de Sur, de Victoria Ocampo, y futuros miembros de la AALC.

La Asociación Argentina

El régimen peronista con su retórica tercerista, su antiimperialismo nacionalista –que había disputado a los comunistas– y su vigilancia sobre el mundo de la cultura letrada, retrasaba el pleno ingreso de la Argentina en la Guerra Fría en la medida en que alentaba a casi todo el arco de la oposición (de liberales a comunistas) a mantenerse unido frente a lo que veían como un resabio fascista regional. Luego de las elecciones en que Perón es elegido para un segundo mandato (1952), con un panorama económico complejo y la percepción de un debilitamiento interno, el gobierno acentuó la violencia y la represión, polarizando aún más las distancias. Este debilitamiento alentó en la oposición la esperanza de caída del gobierno.

Ante este panorama inestable, el CLC entendió que la situación no era propicia para instalarse en Buenos Aires. Se creó para salvar la ausencia de la sección porteña una “sede rioplatense” en Montevideo, formada por una mayoría uruguaya y un representante argentino, el secretario general del PS (Partido Socialista) y antiperonista acérrimo, Américo Ghioldi, exiliado entonces en la capital oriental.36

Sin embargo, los comunistas, impulsados en parte por las políticas para Latinoamérica del PCUS (Partido Comunista de la Unión Soviética), y en parte por diferencias cada vez mayores con sus aliados liberales, con quienes disputaban “los tópicos ideológicos de defensa de la cultura” compartidos en el pasado frente al fascismo, intentaron crear su Congreso Argentino de Cultura (CAC) que seguía la línea del celebrado en Chile en 1953 bajo el liderazgo de Neruda.37 En este sentido, el comunismo se mostró eficaz a la hora de instalar los tópicos de “defensa de la cultura” y “defensa de la paz”, convirtiéndolos en banderas propias, incluso desde fines de los cuarenta, cuando inicia el CAP, y en 1950 –el mismo año de la inauguración del CLC en Berlín y tres antes de la llegada de Cuadernos a Latinoamérica– al lanzar Cuadernos de Cultura, dirigida por Héctor P. Agosti, uno de los intelectuales faro del PC.38

El CAC llamó a organizar un comité con el fin de reunir en Buenos Aires una asamblea de escritores e intelectuales argentinos para mayo de 1954. Se proponía deliberar bajo las advocaciones del paleontólogo Ameghino y el poeta Almafuerte, dos figuras del panteón liberal con las que los comunistas seguramente quisieron resguardarse de la censura o la represión gubernamental. Una de sus misiones sería “una de las más trascendentes: [...] aprobar la ‘Cartilla de derechos de la intelectualidad argentina’,39 para ser elevada al Congreso de la Nación”.40 La asamblea, aunque prohibida por ‘razones de seguridad y orden público’, logró reunirse clandestinamente y durante el mismo año el CAC se expandió con quince filiales a lo largo del país, logrando el reconocimiento de prestigiosos nombres internacionales vinculados al universo comunista que enviaron cartas de adhesión, como el de Joliot-Curie, Pablo Neruda, Diego Rivera, David A. Siqueiros, Juan Marinello, Nicolás Guillén, Jorge Amado, Jorge Icaza, Jean Kanapa y Henri Lefebvre, entre otros.41 Para agosto de 1955, con el debilitamiento del gobierno peronista y ante la inminencia del golpe militar, el CAC consigue reunirse nuevamente y elaborar por fin el “Proyecto de la ‘Cartilla…”’, que será aprobado en diciembre con Héctor P. Agosti como Secretario General del encuentro.42

Al mes siguiente, septiembre, finalmente el gobierno de Perón es derrocado por la Revolución Libertadora. En medio de un clima de exaltación de las libertades, comenzó entonces la confrontación del CAC con la futura AALC, replicando las que se venían dando en Chile desde dos años antes. El CAC vuelve a reunirse el 9 de diciembre y al terminar su asamblea aclara que el CAC

…presenta un programa que nadie ha objetado; sus enemigos, los hay, recurren al silencio o al engaño, fabrican movimientos paralelos para desviar a los intelectuales del verdadero camino. Pero estas tentativas tendrán el mismo resultado que las ensayadas en ocasión del ya histórico congreso continental realizado en Chile en 1953.43

La confusión en los nombres respectivos, CAC y AALC, Cuadernos de Cultura y Cuadernos del Congreso por la Libertad de la Cultura, son elocuentes respecto de la disputa encarnizada en torno a una idea fuerza: la Cultura, que había sido patrimonio común en la década de los treinta y comienzos de los cuarenta.

A pesar del impulso inicial del CAC comunista, ésta iba a ser su última reunión. La hegemonía liberal se consolidó con la llegada del general Aramburu a la presidencia, que inició una política persecutoria contra el PC. Mientras existió, el CAC interpeló al campo cultural en su conjunto, apareciendo como la extensión argentina del exitoso congreso inaugurado en Chile e instalando abiertamente en el contexto local las pugnas del campo cultural características de la Guerra Fría. A pesar de su proscripción, el comunismo mantuvo activas otras organizaciones como el CAP, extensión del CMP y adversario histórico y originario del CLC.44

Es en este complejo panorama que se inaugura la Asociación Argentina del CLC en diciembre de 1955. Las relaciones establecidas por el CLC con la intelligentsia liberal comenzaron incluso antes de 1953, pero la sede no se instaló porque, según declaraba Julián Gorkin,

No nos metemos con los gobiernos mientras no atenten contra la libertad de la cultura, la libertad de prensa y el derecho o la crítica […] Por eso no hemos querido que funcionara en Buenos Aires la representación argentina del Congreso por la Libertad de la Cultura durante la dictadura peronista.45

Sus palabras no pueden escapar a la contradicción. Mientras se acusa al gobierno de Perón de totalitario, el CLC abre otras sedes en países dominados por dictaduras, como fue el caso de Nicaragua bajo Somoza o Cuba bajo Batista. Aunque sin duda lo más significativo fue lo que podríamos llamar la marca de nacimiento de la Asociación Argentina: se consideró inoportuno crearla bajo un gobierno que, aunque autoritario, había surgido del veredicto de las urnas, mientras que su fundación se realizó bajo un gobierno militar (no menos totalitario y represivo) instalado tras un golpe de Estado, aunque profundamente anticomunista.

Al respecto, CLC había mantenido en los años previos a 1955 un doble discurso: una postura clara respecto al “totalitarismo de izquierda”, y otra ambigua respecto de los “totalitarismos de derecha”, en los que sólo cuadraban las dictaduras militares de cuño nacionalista y antiimperialista, postura que muchas veces los intelectuales latinoamericanos compartieron, aunque no en su totalidad. El año 1954, por ejemplo, fue complicado y determinó que muchos intelectuales decidieran no sumarse a las flamantes asociaciones del Congreso. Cuando ocurrió la invasión a Guatemala, Gorkin tuvo bastantes problemas para lograr una declaración en la “Primera Conferencia de los Comités del Congreso por la Libertad de la Cultura”46 que condenara el intervencionismo estadounidense. De hecho, Gorkin estaba “surpris de la violence quasi-unanime de la réaction des éléments démocratiques… en faveur d’Arbenz”.47 Los “elementos democráticos” no comunistas estaban de acuerdo con la revolución “agraria y democrática” que estaba realizando la Guatemala de Arbenz y coincidían en que la intervención estaba directamente relacionada con los intereses de la United Fruits.48

Lo ocurrido en Guatemala había despertado además a un debate sobre la “Resolución de Caracas”, resultado de la X Conferencia Interamericana (1954), que se imponía por sobre la “Carta de Bogotá”, elaborada en el marco de la IX Conferencia (1948). Mientras que en esta última se condenaba al comunismo internacional y “a cualesquiera otra forma de totalitarismo”, en la de Caracas había desaparecido de su texto “toda alusión o crítica a los totalitarismos diferentes del soviético”, según lo denunciaba en la misma revista Cuadernos Rómulo Betancourt, para quien “el fervoroso apoyo de los despotismos americanos a esa resolución es solo oportunista acomodo a la política oficial de Estados Unidos”.49

Es interesante observar que estos debates se planteaban en las páginas de la revista del CLC. Por unos pocos años, las intervenciones en sus pági-nas fueron elocuentes en relación con los debates de los medios intelectuales respecto a la situación latinoamericana frente a los Estados Unidos. El CLC no lograba disciplinar a los intelectuales latinoamericanos que esperaban un verdadero espacio de debate donde la crítica al panamericanismo y a la influencia de los Estados Unidos en la región estuvieran presentes. Por ejemplo, en 1959 Ferrandiz Alborz criticaba en un folleto de la sede uruguaya del CLC la distancia entre los acuerdos diplomáticos y lo que se esperaba como respuesta a las dictaduras, así como las contradicciones “particulares de cada república y las generales del continente, [que] originan un clima propicio al arraigo de esperanzas totalitarias”.50

En relación con la ambigüedad del discurso del CLC, y regresando a las declaraciones de Julián Gorkin sobre la sede argentina, estas sólo pusieron de relieve que los comunistas habían logrado encarar –aunque ya en un momento de debilitamiento del gobierno, como ya se mencionara– la lucha por la “defensa de la cultura” durante el peronismo, mientras que la lucha del CLC contra el “totalitarismo peronista” se había resumido a un llamamiento realizado a iniciativa del secretario de redacción de Sur, José Bianco, por la persecución y encarcelamiento de varios intelectuales, entre los que se encontraban Victoria Ocampo, Francisco Romero y Juan A. Solari, consecuencia de los hechos violentos de abril de 1953.51

Las relaciones de la intelectualidad liberal argentina con el CLC se dieron principalmente a través de aquéllos que participaban en la sede de Montevideo, donde destacaba el socialista Américo Ghioldi, que –recordemos– había participado desde 1953, e iba a cobrar un rol dirigente en la AALC. En septiembre de 1955, Ghioldi asistió a una conferencia en Milán, organizada por el Comité Internacional del CLC, como representante de la “intelectualidad liberal y democrática argentina”.52

Las relaciones entre la élite liberal argentina y el CLC también se ponen de manifiesto en las asiduas colaboraciones de los intelectuales que se agruparán en la AALC en la revista Cuadernos, principalmente aquellas de los miembros del grupo de redacción de Sur, tema que abordaré enseguida. Finalmente, gracias a la iniciativa del socialista Juan A. Solari y del demócrata cristiano Manuel Ordóñez,53 la AALC. se creó en Buenos Aires el 19 de diciembre de 1955. Sus fundadores se declaran fieles seguidores de

Rivadavia, Echeverría, Alberdi y Sarmiento, que presidirán nuestra labor, acreditan nuestra filiación histórica y comportan para nosotros, con el honor de sentirnos sus herederos, el compromiso de un deber imperativo: bregar por la consecución de la obra por ellos cumplida y profundizarla y extenderla, guiados siempre por lo que Mariano Moreno llamó “el genio invencible de la libertad”.54

Las expectativas sobre esta sede eran elevadas; en carta a otro exiliado español, Gorkin se entusiasma: la Asociación se ha constituido, escribe, “con las personalidades más importantes del mundo intelectual. Creo que no tardará en ser la Argentina uno de nuestros mejores y más activos Comités Latinoamericanos”.55 Y no exageraba, se trataba de algo así como la flor y nata de la intelectualidad argentina de esos años, ante la cual los comités de los comunistas, con sus “intelectuales proletaroides” (por utilizar la elocuente expresión de Max Weber), quedaban absolutamente empequeñecidos.

Sus fundadores son el científico y Premio Nobel Bernardo Houssay y el legislador socialista Alfredo Palacios (presidentes de honor); el crítico literario Roberto Giusti (presidente del CE); la escritora Victoria Ocampo, y el filósofo Francisco Romero (vicepresidentes); el dirigente socialista Juan A. Solari (secretario general); el crítico literario Guillermo de Torre (secretario de relaciones internacionales); y el exiliado español detendencia anarcoliberal, director del periódico España Republicana, Carlos Carranza (delegado del comité internacional). Además, fungían como vocales: el historiador socialista José L. Romero, entonces interventor y rector de la UBA (Universidad de Buenos Aires); el escritor Jorge L. Borges, ahora flamante director de la Biblioteca Nacional; el abogado y diputado radical, Santiago Nudelman; el ensayista liberal, Carlos Alberto Erro; el historiador y periodista socialista, director del diario El Mundo, José P. Barreiro; el filósofo Vicente Fatone; el reconocido dirigente del PS, Américo Ghioldi; el abogado y Procurador General de la Nación, Sebastián Soler; el historiador español exiliado Claudio Sánchez Albornoz; el abogado y subsecretario del interior Carlos P. Muñiz; el periodista de La Prensa José Santos Gollán; el representante demócrata de la Junta Consultiva Nacional, Manuel Ordóñez; el abogado y político del Partido Demócrata Progresista, representante de la Junta Consultiva Nacional, Horacio Thedy; el científico Alfredo Holberg; el músico y compositor Juan J. Castro; el socialista, jefe de redacción del periódico La Época, Walter V. Constanza; y Ernesto Sábato, científico y ex comunista que venía desarrollando una carrera ascendente como narrador y ensayista. Además se puede agregar una larga lista de miembros fundadores, completando un grupo que cubría prácticamente todos los sectores legitimantes dentro del campo de la cultura como universidades, medios de comunicación, sociedades intelectuales, gestión de gobierno y tendencias políticas.56

Las noticias se difundieron rápidamente: el diario El Mundo (29/11/1955) anuncia que se constituyó la Junta del CLC [sic] junto con un comité juvenil,57 que propone la planificación de una serie de conferencias y cursos a cargo de prestigiosos profesores de la UBA.58 Al respecto, el poeta Rubén Vela recuerda que era un programa muy ambicioso que contemplaba la formación de sectores de la juventud universitaria convocada en forma personalizada por delegados encargados de “hallar” en los medios académicos a jóvenes brillantes con “tendencias democráticas” interesados en participar en este proyecto.5960

En línea ya con la AALC, se lanzó en diciembre un ciclo de conferencias (“Cultura y Libertad”) dictadas en la FFYL (Facultad de Filosofía y Letras) de la UBA, inaugurado por el doctor Houssay y emitidas por radio El Mundo y el Círculo de la Prensa. La mayor parte de estos encuentros fueron realizados en espacios caros a la intelectualidad liberal de esos años como ASCUA (Asociación Cultural para Defensa y Superación de Mayo), el CLES (Colegio Libre de Estudios Superiores), la SADE (Sociedad Argentina de Escritores), el Centro Republicano Español (CRE) o las oficinas de la consagrada revista Sur.

A pesar de que El Mundo declara que se trata de una “Institución de carácter internacional … [que no] es expresión de ningún grupo político”, lo cierto es que desde Cuadernos se la delimita significativamente: “... reclamados por la intelectualidad liberal, democrática y socialista de la República Argentina, dispónense a visitar este país el profesor e historiador Luis Alberto Sánchez y el escritor Julián Gorkin”.61 En efecto, el abanico de intelectuales y políticos locales que interpeló el Congreso remite al mismo haz que animó el movimiento antifascista en la década de los treinta e inicios de la siguiente, que en 1945-46 integró la Unión Democrática y en 1955 formó parte del frente cívico-militar que impulsó y apoyó el golpe militar contra el gobierno de Juan D. Perón. Pero con una variante significativa: ahora quedará excluido, por obvias razones, el comunismo local.

La AALC instaló su sede de forma provisional en abril de 1956 en el barrio porteño de San Nicolás, donde hasta entonces funcionaba el Ateneo Pi y Margall del CRE y en octubre se traslada a un local propio del tradicional Barrio Norte, hábitat urbano de la élite porteña, donde se radicó también la central distribuidora de Cuadernos y donde más adelante se pondrá en marcha un proyecto editorial propio.62

Aun con la pluralidad de los nombres, al interior de la asociación, se pueden reconocer un número significativo de afiliados del PS:63 J.A. Solari, R. Giusti, A. Palacios, A. Ghioldi, J. L. Romero, C. Sánchez Viamonte, R. Vela, A. A. Latterdorf, J. P. Barreiro, W. Constanza y A. Zamora. Si bien es cierto que convocó numerosos académicos e intelectuales independientes, así como figuras de otras orientaciones,64 desde el punto de vista de las corrientes políticas, el peso de los socialistas es evidente: ninguna institución partidaria se involucró explícitamente con la Asociación, a excepción de la Comisión de Cultura del PS, que asumió públicamente la recepción de personalidades y conferencistas que llegaban al país y auspició algunos de los eventos.65

Por otro lado, cerca de una decena de los integrantes de la AALC formaban parte del Consejo de Redacción o colaboraban regularmente en la revista Sur y una treintena de nombres se vinculan estrechamente al mapa de las publicaciones liberales de la época. Por último, recordaremos que el Comité de colaboradores completo de la revista Liberalis, que difundiera en 1950 las noticias sobre la creación del CLC, se encuentra participando también en la AALC. Casi todos animaron o integraron a la vez instituciones liberales: R. Giusti, los hermanos Romero y Vicente Fatone en el CLES; Erro, director de ASCUA –donde a su vez participaban F. Romero, J. P. Barreiro y E. Sábato– y del Instituto de Estudios Americanos (IDEA), de la que formaban parte también Borges, Sábato y Barreiro, entre otros. Todos ellos miembros activos de la SADE, donde figuras como Borges, Babini, Erro, Fatone, Sábato, J. L. Romero, F. Romero, G. De Torre y V. Ocampo, formaban listas que disputaban el control de la Comisión Directiva a los intelectuales comunistas.

El CLC buscó reproducir en el área rioplatense (y encuentra eco) un sistema semejante al europeo, haciendo de nexo entre figuras intelectuales y políticas de diferentes espacios que compartían una ideología común definida por una clara oposición a lo que denominaban “totalitarismos de izquierda o de derecha” –sea el comunismo soviético, el franquismo español o los nacionalismos latinoamericanos–,66 la democracia liberal como sistema ideal de gobierno y una simpatía (inicialmente no reconocida, pero afirmada con los años) hacia la política hegemónica de EEUU. Conviene resaltar que los intelectuales de la AALC se percibían a sí mismos como anticomunistas no macarthistas, pero también creían que lo eran “por amor a la libertad”, tanto como consideraban que no eran del tipo de intelectual “liberal rezagado, antiestatista de estirpe manchesteriana, defensor de la omnipotencia e irresponsabilidad jurídica y moral del capitalismo”.67

Sur en Cuadernos, Cuadernos en Sur

En la participación de los integrantes del grupo Sur en la AALC destacaron los nombres de Victoria Ocampo, Guillermo de Torre y los hermanos José Luis y Francisco Romero, aunque no todos ellos colaboraron activamente en Cuadernos. Francisco Romero colaborará tempranamente con un breve ensayo68 y va a continuar publicando hasta su fallecimiento. Cuadernos lo destaca por su renombre –“nuestro eminente colaborador y amigo”– o por sus actividades en la AALC y en la revista, de la que pasa a formar parte del Consejo de Honor. La “Biblioteca de la Libertad”, proyecto editorial de la AALC, también publica su discurso de inauguración del local de la AALC en el volumen inicial de su colección, primero de una serie de 16, en colaboración con Juan A. Solari y Roberto F. Giusti.69 Ante su fallecimiento Cuadernos le dedica en enero de 1963 un editorial donde destaca el estrecho vínculo que los había unido.70

Al contrario de lo que podría esperarse, José L. Romero y Carlos A. Erro prácticamente no mantuvieron relación con Cuadernos. En el caso del primero, su participación en la AALC va a resultar cada vez más esporádica después de 1958 y a medida que se radicalice su trayectoria –junto a otros nombres reconocidos del socialismo como el de Alfredo L. Palacios.71 En cuanto a Carlos A. Erro, envía una única colaboración,72 aunque dicta conferencias y cursos en la AALC.73

A diferencia de ellos, el ensayista Héctor A. Murena, que se acerca con posterioridad a la AALC, cobra creciente visibilidad en Cuadernos a partir de octubre de 1961. Su presencia en el CLC se debe al “madrinazgo” de Victoria Ocampo, que lo recomienda a Salvador de Madariaga.74 Como resultado, Murena va a ser invitado a la reunión del décimo aniversario del CLC en Berlín (1960), lo que dará inicio a una prolongada relación. Además de trabajar en Sur, publicará para Cuadernos asiduamente.75 Su involu-cramiento será tal que llegará a dirigir la galería Cultura y Libertad del Centro Argentino por la Libertad de la Cultura en los sesenta, y algunos proyectos editoriales vinculados, como la Colección Tercer Mundo (ed. Sur), financiada por el ILARI, institución sucesora del CLC en la región.

Poco conocidas y menos recordadas, fueron las intervenciones de Jorge L. Borges en las revistas del Congreso. Dio a conocer en Cuadernos –y en su hermana francesa Preuves– ensayos y poemas hasta que en 1963,76 bajo la dirección de Germán Arciniegas, es invitado a formar parte del Consejo de honor de Cuadernos. Son los años en que Borges ha alcanzado renombre internacional, lo que le valió frecuentes invitaciones a los eventos del CLC. Un poco más tarde sería considerado por Mundo Nuevo como uno de los antecedentes del Boom literario de los sesenta. Su participación en la AALC data desde su fundación, dictó conferencias en el local de la calle Libertad, organizó encuentros auspiciados por la asociación en la Biblioteca Nacional, y colaboró con su firma en algunos llamados internacionales del Comité Internacional.77

En cuanto a la directora de Sur, compartió la vicepresidencia de la AALC junto a F. Romero. Sus formas de participación variaron entre la publicación de un folleto en la colección “Biblioteca Cultura y Libertad” del comité uruguayo78 y un ensayo que le republicó la “Biblioteca Cuadernos”.79 Al igual que Borges, asistió invitada a los distintos eventos internacionales del CLC. Pero fundamentalmente llevó adelante un próspero intercambio entre Sur y Cuadernos: de las revistas latinoamericanas, la que mayor espacio logró y la más beneficiada en Cuadernos fue sin duda Sur. Además de los colaboradores compartidos80 y los intercambios de avisos publicitarios, la revista de Ocampo fue reseñada en diversas oportunidades; como contrapartida se leen en Sur las reseñas de las revistas del CLC. También habían logrado distintos acuerdos editoriales y de distribución.81 Una década más tarde Sur va a ser distribuida por la editorial Alfa de Benito Milla, una de las figuras del Congreso en Uruguay. Por último, el CLC compraba a Sur ejemplares que distribuía en América Latina y Europa.82

Las colaboraciones de Ocampo en Cuadernos no son constantes, textos generalmente relacionados con sus experiencias personales (homenajes a sus amigos Alfred Metraux y Aldous Huxley),83 fragmentos de Testimonios, solicitados sobre todo en el período dirigido por Germán Arciniegas,84 y algunas reseñas de obras de Borges. Pero además de estas intervenciones más literarias, publicó dos textos de posicionamiento político sumamente elocuentes de las tensiones ideológicas que atravesaban al liberalismo antitotalitario y ponían en cuestión sus ambigüedades. En el primero se pronunciaba junto a un artículo de Arciniegas contra el frustrado alzamiento del general Valle en junio de 1956 y aprobaba el fusilamiento de los rebeldes (que para ambos autores eran parte del “totalitarismo peronista”); ambos escritores reafirman aquí su convicción y confianza en las políticas del gobierno de la autodenominada Revolución Libertadora;85 el segundo, publicado en agosto de 1961, era un texto de condena al gobierno de la Revolución Cubana por los fusilamientos de Playa Girón.86

Ninguna mujer logró tanta visibilidad en Cuadernos como Victoria Ocampo y ninguna revista latinoamericana lo consiguió tanto como Sur, con la que promovieron, entre otras cosas, un concurso de cuentos e incentivaron la colaboración de algunos escritores del grupo de Sur como Alberto Girri, Adolfo Bioy Casares, Silvina Ocampo, Eduardo Mallea, Ivonne Bordelois, Ernesto Sábato y Alejandra Pizarnik,87 entre otros, que colaboran en mayor o menor medida.

Por último, la editorial Sur publicó en 1965 Expresión del pensamiento contemporáneo. Una selección de los doce años de la revista Cuadernos del Congreso por la Libertad de la Cultura (“honrada por haber sido elegida para dar a conocer al público esta antología”) en la que se busca establecer relación, en un evidente juego de apropiaciones, con los ideales martianos: “Consideramos que los problemas tratados son, en líneas generales, peculiares a toda “nuestra América”, según expresión de Martí...”. La publicación de este volumen manifiesta con claridad la estrecha relación que unió a ambas revistas.

Disenso y ruptura

A pesar del perfil liberal progresista de muchos de los integrantes de la sede argentina, también hubo izquierdistas con un compromiso liberaldemocrático y marcadamente anticomunista, antinacionalista y antiperonista como tinte local. El PS se comprometió fuertemente con las actividades de la AALC y sus puestos directivos fueron ocupados casi en su totalidad por dirigentes de esta corriente. Durante los dos primeros años, hasta la llegada al gobierno del desarrollista Arturo Frondizi a comienzos de 1958, las actividades de esta sede fueron muy intensas e incluyeron una filial en Córdoba88 y un proyecto de publicación propio asociado a las editoriales socialistas.89

Sin embargo, ya en 1959 la AALC era una organización en declive, donde se realizaban actividades destinadas a un público anacrónico que no comprendía la nueva coyuntura social y política que se manifestaba en América Latina. Esta distancia se intentará salvar en a mediados de los sesenta con un plan de aggiornamiento a cargo del nuevo Instituto Latinoamericano de Relaciones Internacionales.90 En el reflujo de las actividades de la AALC jugaron varios factores: por un lado, la progresiva disgregación del frente antiperonista;91 por otro, las expectativas generadas por la UCRI de Arturo Frondizi. No es casual que una de las primeras figuras en apartarse de la AALC fuera Ernesto Sábato, que acompañará por algún tiempo la experiencia frondizista que dividió los pareceres sobre cómo pararse frente al fenómeno peronista.92 Por último, la Revolución Cubana provocará un quiebre inexorable. Si bien el CLC había apoyado al movimiento 26 de Julio93 y saludó la revolución en 1959,94 para 1961, el nuevo rumbo socialista que había adoptado Cuba obligó al CLC y a todas sus sedes a reposicionarse. La sede argentina, dirigida por miembros del Partido Socialista Democrático (PSD), tuvo que afrontar una nueva ruptura, ahora con los intelectuales que veían en el proceso cubano una luz de independencia latinoamericana frente a los EE.UU.

La convocatoria para constituir la AALC fue exitosa en los primeros años porque se vieron involucradas personalidades representantivas de la “alta” cultura argentina que coincidieron en los años más duros del peronismo en un frente común aliado en su contra. En este contexto, la coexistencia de diferentes líneas partidarias es el correlato de convergencias forzadas por la coyuntura. Pasados los primeros reacomodamientos con la Revolución Libertadora, estas coincidencias se debilitaron por una lucha interna que replicó las disputas que se libraban en el plano de la política. Por ejemplo, el PS se debatió en una dura pugna que llevó a su escisión a mediados de 1958 entre un ala “derecha” y una “izquierda” y se fracturó entre el PSD, radicalmente antiperonista, con N. Repetto, J. A. Solari y A. Ghioldi; y el PS Argentino (PSA), de tendencia izquierdista, acento antiimperialista y un antiperonismo menos desaforado, en el que, guiados por A. Palacios y A. Moreau de Justo,95 quedaron J. L. Romero, C. Sánchez Viamonte y A. A. Lattendorf entre otros.96

Las distancias entre la línea democrática y fuertemente antiperonista –identificada con un programa ideológico liberal anticomunista– y la línea renovadora –más izquierdista y empeñada en una mayor comprensión hacia las masas peronistas– del socialismo se trasladaron inevitablemente a la AALC, donde el PSD mantuvo el control. En su antiperonismo esta reafirmó crecientemente el credo liberal en el que se terminaron por diluir incluso los motivos clásicos de la retórica socialista (apelaciones al proletariado, la revolución social, etc.). La división del PS generó a su vez la partida del presidente de la AALC Roberto Giusti,97 y el ascenso de Solari a la presidencia: hacia marzo de 1958, Giusti renunció aduciendo haber sido llamado por “otros quehaceres intelectuales”, pidiendo que “no se interprete mi alejamiento como una discrepancia con ningún aspecto de la obra que realiza la Asociación...” puesto que “también he renunciado a la cátedra universitaria y a la secretaría del Colegio Libre de Estudios Superiores”.98 La sombra del conflicto en el PS y la derrota sufrida en los comicios de febrero de 1958 arrojan dudas sobre su argumentación. La dimisión parecía esperada, a los pocos días Solari respondió que lo lamentaba, pero aceptaba la renuncia. Para reemplazarlo consultó con Carranza, y este a su vez a Julián Gorkin, que instaron a solicitar a Francisco Romero que tomara el cargo; incluso Solari le pide al mismo Giusti: “te agradecería que hables con Romero, procurando convencerlo”.99 Las negociaciones fueron infructuosas y Solari quedó como presidente.

Si el Comité Ejecutivo de la AALC estuvo integrado desde sus comienzos por dirigentes socialistas que, con la excepción por J. L. Romero y C. Sánchez Viamonte, se alinearon con el “socialismo democrático”, el CJ concentró miembros del sector renovador que exigían cambios sustanciales en los modos tradicionales de entender los movimientos de masas en esa coyuntura histórica; el movimiento estudiantil de la UBA, de donde provenía la mayor parte del CJ, formaba un grupo con José L. Romero, “reclutado por el movimiento estudiantil” que sostenía consignas “antiperonistas” y “antifascistas”, pero también “anticapitalistas”.100 Un par de años después, la Revolución Cubana terminaría por enfrentar a ambos sectores y la AALC quedaba a cargo de los miembros del PSD que mantuvo su actividad de modo residual hasta 1964 cuando cambia su nombre y dirigencia.101 Por su parte, las referencias a las actividades del CJ desaparecen a partir de 1958 y lo tornan absolutamente inviable tras la ruptura del PS y la radicalización del movimiento estudiantil.102

El fin de la AALC: barajar y dar de nuevo

El CLC en la Argentina agrupó en sus primeros años a un sector progresista de la intelectualidad, heredero de los frentes antifascistas que habían surgido en los treinta.103 En un breve lapso, para comienzos de los años sesenta, su progresismo había quedado desbordado frente al discurso de las nuevas generaciones radicalizadas. La perspectiva que llevó a los liberales argentinos a respaldar la “Revolución Libertadora” comprendiéndola como una gesta de liberación popular semejante a la Libération de la France en 1944, sin margen siquiera para diferenciarse de las aristas más represivas e impopulares del gobierno militar (como los fusilamientos de 1956), que llevó también a ponerle sordina a cualquier condena de los golpes militares y las intervenciones estadounidenses en la región, aparecía como anticuada y reaccionaria en un campo intelectual cada vez más radicalizado hacia la izquierda.104

Pesó, pues, gravemente sobre las espaldas de la AALC su antiperonismo militante y su creación en 1955, acompañando el gobierno militar de la llamada Revolución Libertadora. La incapacidad de esta experiencia así como las que la siguieron para resolver el problema que representaban las masas peronistas sumió a la Argentina en una crisis política aguda, de la cual los sucesivos pronunciamientos y golpes militares no fueron más que su manifestación evidente. Difícilmente los intelectuales liberales y socialistas (y la propia AALC que los nucleaba) podían sustraerse a esta crisis, lo que se manifestó en agrias disputas, en la deserción de algunos de sus miembros prominentes (Sábato, J. L. Romero) y, en términos generales, en una pérdida creciente de su legitimidad en la escena pública. En el plano continental, el ingreso de la Revolución Cubana en el mundo comunista acompañada por la simpatía de una nueva generación de intelectuales, vino a aislar todavía más a una intelligentsia que se mostraba indiferente o incluso hostil a esta experiencia. El proceso de modernización que se manifiesta en la segunda mitad de la década de los cincuenta y se acentúa en la siguiente en diversos ámbitos de la cultura (universidad, prensa periódica, edición de libros, vanguardias literarias y plásticas, publicidad, vestimenta, etc.)105 contrasta con la persistencia por parte de los hombres y mujeres de la AALC en una retórica del escritor, su conciencia y su libertad (amenazadas por los procesos de masificación).

Las últimas noticias que tenemos de la AALC aparecen en los 15 números finales de la revista Cuadernos, entre 1964 y 1965. En estos años, el CLC ya había decidido una reestructuración de sus sedes latinoamericanas respondiendo ahora a la activa política cultural de Cuba, que culminará en la creación del ILARI (Instituto Latinoamericano de Relaciones Internacionales) y una nueva red de publicaciones entre las que vamos a encontrar a la polémica Mundo Nuevo dirigida por Emir Rodríguez Monegal y la sociológica Aportes. Este “aire modernizador” permitirá a las redes del CLC otros siete años de labor.

En el caso argentino, la sede cambia su nombre por el de Centro Argentino por la Libertad Cultural (CALC) en julio de 1964, y Juan A. Solari es reemplazado en la dirección por los periodistas Horacio D. Rodríguez y Oscar Serrat (también miembros del PSD) “quienes se ocuparán de la actividad sociológica”.106 Según expresa Rodríguez, el cambio se debió a que Solari tenía posiciones “anacrónicas” que no le permitían a la AALC alcanzar el ritmo que le imponían los nuevos tiempos.107 La modernización va a incluir el cierre de la sede cordobesa y la apertura de nuevas sedes en Rosario y Mar del Plata.108 Aunque algunos de los viejos integrantes de la AALC continuarán asociados de un modo u otro, sobre todo aquellos que acompañan la profesionalización de las nuevas ciencias sociales que promueve el ILARI, la mayor parte se renovará, dando lugar a un plantel más joven y modernizante. En estos nuevos años, el viejo debate del totalitarismo dará paso a nuevas ideas afincadas en las ciencias sociales y nuevos debates, sobre todo el que discutía las teorías del tercerismo y del desarrollismo, aunque esto será tema de nuevos desarrollos.

A modo de conclusiones

Una de las preguntas más complejas para responder, es si el Congreso por la Libertad de la Cultura, considerado como una organización intervencionista al servicio del Departamento de Estado de los Estados Unidos, fue exitoso en su incursión en Latinoamérica. En Argentina en particular, si se pondera como una cualidad la capacidad de convocatoria de un determinado proyecto, no puede dejar que reconocerse que consiguió convocar a personalidades de indudable prestigio, que funcionaron como garantes de la institución. La AALC, particularmente sobresaliente respecto del resto de las asociaciones latinoamericanas del Congreso,109 concentró un número importante de las personalidades más progresistas y humanistas de aquellos años, abarcando los más diversos espacios, desde la alta política (legisladores, embajadores, agregados culturales, ministros) hasta las bellas artes, pasando por los medios gráficos y radiales, los centros culturales de las diferentes comunidades, las universidades y los centros de estudiantes comprometidos con la defensa de la “cultura y la libertad como valores permanentes”.110 El proyecto no sólo promovió la sociabilidad intelectual en diferentes tipos de encuentros, sino también la construcción de una extensa red de publicaciones que articuló a sus propias revistas entre sí (la ya citada Cuadernos, Cultura y Libertad, Boletín de la Juventud y Congreso por la Libertad de la Cultura [Boletín] en Chile, Continente en Montevideo, Cadernos en Río de Janeiro, Letras por la Libertad y Examen en México, etc.),111 que además se amplificó con una serie de revistas y medios de prensa que promovían sus actividades y difundían sus ideas –como la revista Sur y el diario La Prensa en Buenos Aires, El Mercurio en Chile, El Día en Montevideo, Excelsior en México, diario El Tiempo y revista Eco en Bogotá, Política en Venezuela, Bohemia en Cuba, Humanismo de México/La Habana, entre muchas otras. Siguiendo el modelo europeo, el CLC se mostró eficaz a la hora de interpelar y articular un sector de la izquierda latinoamericana como estrategia para contrarrestar o neutralizar los avances de la intelectualidad comunista y/o nacionalista en la región. Sin embargo, esta estrategia terminaría por revelar sus límites al ser trasladada a un continente donde una parte creciente de la opinión pública progresista comienza a vislumbrar que la tutela liberal de los Estados Unidos constituía una amenaza de intervencionismo más riesgosa que una supuesta avanzada roja. Los sectores más lúcidos de las propias élites liberales eran conscientes del problema, esto es, de la difícil situación en que se encontraban, como lo revela elocuentemente el siguiente parlamento de Rómulo Gallegos, entonces presidente de Venezuela, en diálogo con un representante del Departamento de Estado de los Estados Unidos

...tanto ustedes como nosotros rechazamos el comunismo moscovita como una forma más de imperialismo, como una doctrina exótica, como un sistema de vida inaceptable. Pero ustedes le están dando fuerza por un simple error de perspectiva. Ustedes lanzan una tremenda campaña entre nosotros contra el cáncer, y es útil y justa, pero ocurre que nuestra mortalidad proviene de la tuberculosis, el primer mal al cual se debe atacar, y, claro, aunque atacar al cáncer es razonable, lo urgente para nosotros es atacar a la tuberculosis. De ahí que no les prestemos oídos. Ustedes quieren que los acompañemos en su campaña contra el comunismo, pero nosotros queremos, primero, acabar, con las dictaduras, que engendran el comunismo: si ustedes dan a las tiranías ostensibles y confesas trato de democracias, la reacción del hombre común será desconfiar de la democracia, seguir odiando a la tiranía y buscar el remedio por otro camino.112

Luego del vuelco que daría la región a partir de la Revolución Cubana, los funcionarios e intelectuales del CLC se verán obligados a reformular su proyecto latinoamericano. Comienza entonces, entre 1964 y 1972, una segunda etapa, en la que buscarán interpelar otras capas intelectuales y reestructurar sus redes editoriales y revisteriles. En este nuevo empeño, el Congreso intentará consolidar nuevas formaciones político-intelectuales que excedan el marco de las antiguas figuras liberales y socialistas propias de los cincuenta. Los novísimos “cientistas sociales” compartirán ahora el lugar con los “escritores”, las “asociaciones” serán reemplazadas por “centros de investigación”, y las intervenciones públicas de los intelectuales faro dejarán lugar a las encuestas sociológicas, lo que será objeto de nuevas indagaciones.

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Cfr. Plotkin, Mariano (1994), Mañana es San Perón, Ariel, Buenos Aires; Neiburg, Federico (1998), Los intelectuales y la invención del peronismo, Alianza, Buenos Aires; Altamirano, Carlos (2011), Peronismo y cultura de izquierda, Siglo XXI, Buenos Aires [1ra. ed. en ed. Temas, 2001]; Fiorucci, Flavia (2011), Intelectuales y peronismo, 1945-1955, Biblos, Buenos Aires.

Altamirano, Carlos (2011), op. cit.; Bisso, Andrés (2005), Acción Argentina: un antifascismo nacional en tiempos de guerra mundial. Prometeo, Buenos Aires.

En este caso, me refiero a la “tercera posición” que propuso el peronismo, muy distante de lo que se entendía como tercera posición desde la izquierda latinoamericana. Los debates sobre “tercera posición” vs “tercerismo” son demasiado extensos y sería imposible reproducirlos aquí. Para ampliar cfr. Ardao, Arturo; Real de Azúa, Carlos y Solari, Aldo (1997), Tercera posición, nacionalismo revolucionario y Tercer Mundo. Una teoría de sus supuestos, Cámara de representantes de la Rca. Oriental del Uruguay, Montevideo, vol. 3.

En espacios compartidos del campo cultural, los comunistas hicieron frente común con los liberales hasta iniciados los cincuenta. Hasta ese momento, los intelectuales comunistas rechazaban, entre otras cosas, la censura oficial y las políticas de la intervención nacionalista y clerical en la universidad, adhiriendo, junto a sus viejos compañeros de lucha antifascista, a una matriz cultural laicista y democrático, de apelaciones sarmientinas; pero luego la “desviación nacionalista-burguesa” del comunismo verá a esos mismos intelectuales enfrentados no sólo por la antinomia “peronismo-antiperonismo”, sino también por la de “comunismo-anticomunismo”. Aricó, José María (1988), La cola del diablo. Itinerario de Gramsci en América Latina, Puntosur, Buenos Aires.

Cfr. Aricó, J. M. (1988), op. cit.

En el marco de de un proyecto de Unión Económica Argentino-Chilena y de la firma del “Acta de Puerto Montt”.

R. Alexander a N. Nabokov, 14/7/1952, University of Chicago, IACF Records, S. II, B. 214, F. 5.

Giusti, Roberto F. (1952) “Por la Libertad de la Cultura”, Liberalis, Buenos Aires, núm. 18, pp. 4-9.

La neutralidad a la que se refiere Koestler no es ya la de la Segunda Guerra, donde se veía involucrado también el fascismo, sino que ahora no ser neutral significaba reconocer la actitud beligerante de la URSS en el contexto de la Guerra Fría. “El Congreso de la Libertad” en “Crónicas y comentarios”, Liberalis, Buenos Aires, núm. 10, 1950, p. 70.

No resultó fácil para el frente antiperonista definir posiciones internas relacionadas con la política internacional cuando necesitaban un frente común en lo nacional. Pero a partir de 1952 la divisoria de aguas se hizo bastante clara. Los enfrentamientos más visibles por los nombres que estaban involucrados fueron el de Héctor Agosti y Roberto Giusti en el seno de la SADE en1952, que se trasladó rápidamente a otras instituciones de cuño liberal como el CLES y ASCUA; y el de María Rosa Oliver y Victoria Ocampo en el seno de la revista Sur. La escritora participaba activamente en el CAP y una confrontación abierta en las páginas de la revista con Alfredo Weis determinó su alejamiento en 1953. Cfr. Jannello, Karina (2013b), “El ala izquierda del Grupo Sur. Tensiones entre Victoria Ocampo, María Rosa Oliver y Pepe Bianco a través de su correspondencia”, VIIas. Jornadas de Historia de las Izquierdas. La correspondencia en la historia política e intelectual latinoamericana, CeDInCI, 13-15 noviembre 2013, Buenos Aires.

Según una carta de L. Mercier Vega a M. Josselson, donde le informa de la detención de “nos amis Bonasso et Raurich. Il semble qu’un des prétextes invoques soit [sic] la liaison avec le Congrés, et la “découverte” des listes d’ adresses de symphatisants”. La información que transmite Mercier Vega tiene como fuente “le texte de la Jefatura de Policía de Buenos Aires”. [L. M. Vega a M. Josselson 1/5/53 y Telegrama de L. Mercier Vega, Sgo de Chile, [s.f.] en University of Chicago, IACF Records, S. II, B.214, F.7].

Me he referido al CCC y su confrontación con el CLC en Janello, Karina (2012), “El Congreso por la Libertad de la Cultura de Europa a Latinoamérica: El caso chileno y la disputa por las ‘ideas fuerza’ de la Guerra Fría”, en Izquierdas, Santiago de Chile, núm. 14, diciembre, pp. 14-52.

Altamirano, C. (2011), op. cit., pp. 65-66.

Frontini, Norberto (1955), “¿Totalitarismos?”, en Propósitos, núm. 105, p. 4.

Utilizando la expresión irónica de Barletta, Leónidas (1956) “El mejor anticomunismo”, en Propósitos, núm. 153, 30 de octubre.

Idem.

La bibliografía sobre el tema es amplia, a modo de referencia puede consultarse: Stonor Saunders, Frances (1999), Who Paid the Piper?: CIA and the Cultural Cold War, Granta, Londres; Scott-Smith, Giles (2002), The Politics of Apolitical Culture: The Congress for Cultural Freedom, the CIA and Post-War American Hegemony, Routledge, London; Scott-Smith, G., Krabbendam, H. (eds.) (2003), The Cultural Cold War in Western Europe 1945-1960, Frank Cass, Londres; Iber, Patrick (2015), Neither peace nor freedom. The Cultural Cold War in Latin America, Cambridge, Harvard University Press.

Aunque en su discurso el CLC se define antitotalitario en general, en los hechos muchas dictaduras latinoamericanas fueron disculpadas e incluso saludadas (como ocurrió, por caso, con la Revolución Libertadora en Argentina) y cualquier tendencia de izquierda radical podía ser interpretada como comunista, aunque mostrara respecto a los Partidos Comunistas diferencias evidentes, como ocurrió con Guatemala.

Sánchez, Luis Alberto (1955), “Viajero. Libertad con pan”, en Bohemia, La Habana, año 47, núm. 32, 7 de agosto, Supl. pp. 4-6.

Propaganda como aquella que promovía, por ejemplo, el Committee on Un-American activities en los cincuenta (Cfr. Organized Communism in the United States, Washington DC, 1953) no encajaba en el discurso del Congreso que buscaba nuclear al marxismo no estalinista. Nombres como el de Sydney Hook, Dwight Mac Donald o Hanna Arendt, miembros de la asociación estadounidense del CLC, no son fácilmente encuadrables en este anticomunismo furibundo.

Como el que se difundía a través de revistas como Estudios sobre el comunismo, dirigida en Chile por el sacerdote polaco Miguel Poradowski. Aunque algunos miembros del CLC como el exiliado residente en Chile Carlos de Baráibar buscaban acercamientos con estos espacios más reaccionarios, la respuesta del CE en París siempre fue negativa y estos intentos aislados en general no fueron compartidos por la mayoría de los miembros de las diferentes sedes.

Roa, Raúl (1956), “La Conferencia Interamericana por la Libertad de la Cultura”, en Bohemia, La Habana, año 48, núm. 43, 21 de octubre, pp. 48-51.

Julián Gómez García (1901-1987), alias Julián Gorkin, escritor ex-comunista exiliado. Fue uno de los fundadores del BOC, luego el POUM y el Movimiento Socialista por los Estados Unidos de Europa. También fue el colaborador más cercano de Víctor Serge, con quien, en el marco del Centro Cultural Ibero-Americano, funda la revista Mundo, a la vez que edita las revistas Análisis y POUM, la revista órgano del partido en el exilio. Para un perfil más detallado de Gorkin, cfr. Ferri Ramírez, Marc (2001), “Julián Gorkin, la vida de un luchador”, en Julián Gorkin, Contra el estalinismo, Laertes, Barcelona.

Nacido en Bruselas, su verdadero nombre es Charles Cortvrint (1914-1977). A los 16 años se encontraba militando en el movimiento anarquista belga y unos años más tarde, ya en París, se incorporaba a la Unión Anarquista. Pasó los años de la Segunda Guerra en el Cono Sur, y se asienta en Santiago, donde toma la nacionalidad chilena e intenta reunir una “segunda Zimmerwald” en contacto con los elementos internacionalistas dispersos de las redes del anarquismo. Cfr. Los Gimenólogos (2009), En busca de los hijos de la noche. Notas sobre los recuerdos de la guerra de España de Antoine Giménez, Pepitas de calabaza, La Rioja, España.

“Rapport de Julián Gorkin sur le Congress pour la Liberté de la Culture en Amerique Latine” [ca. 1953], en University of Chicago, IACF Records, S. II, B. 151.

Para el caso del CCC, cfr. Jannello, K. (2012b), op. cit.

Sucesor de Juan Antonio Solari en la gestión de dirección de la Asociación Argentina del Congreso por la Libertad de la Cultura (llamada Centro Argentino por la Libertad Cultural bajo su cargo), continuador de la tarea de Emir Rodríguez Monegal en la revista Mundo Nuevo y miembro fundador del CALC.

Militante juvenil del sector del PS, colaborador y difusor de la revista Índice. Más tarde lanzó la editorial Marymar, donde publicó autores de la intelectualidad liberal que orbitaron en torno al CLC. Montó también una distribuidora de libros (Tres Américas) encargada de difundir las publicaciones, entre otras, de Editorial Sur.

Ernesto Bonasso había establecido relaciones en Europa antes de la guerra con Víctor Serge y se vincula con el grupo surrealista que dirigió André Breton. Cfr. Tarcus, H. (2007), Diccionario biográfico de la izquierda argentina. De los anarquistas a la “nueva izquierda” (1870-1976), Emecé, Buenos Aires.

“Por régimen totalitario, debemos entender, a pesar de las oposiciones formales en sus orígenes, el régimen actual de Stalin y el difunto de Hitler” se manifestaba Collinet, M. (1950), “La Federación Democrática Europea”, en Índice, núm. 4, enero-febrero, pp. 77-82.

Político de carrera y director en varias oportunidades del periódico socialista La Vanguardia de Buenos Aires, había participado de la fundación de la agrupación multipartidaria antifascista Acción Argentina como miembro de la Junta Ejecutiva entre 1941 y 1942. En 1951, al brindar su apoyo al Gral. Benjamín Menéndez para un frustrado golpe militar contra el gobierno de Perón, debe exiliarse en Montevideo desde donde dirige una edición clandestina de La Vanguardia que sale como suplemento del semanario El Sol, órgano de difusión del PSU. Cfr. Tarcus, H. (2007), op. cit.

Sobre las disputas por las ideas fuerza y el CCC, cfr. Jannello, K. (2012b), op. cit.

Héctor Agosti, secretario de Cultura del PC, luego de participar activamente en la reunión de Chile del CCC en 1953, funda en Buenos Aires la Casa de la Cultura Argentina. Cfr. Tarcus, H. (2007), op. cit.

En este sentido, los comunistas buscaban adelantarse a la AALC que ciertamente buscaría replicar el “Manifiesto de los intelectuales y artistas” aprobado por el CLC primero en Berlín (1950) y después en Chile (1954), y que recién va a presentarse en Buenos Aires en una reunión regional en 1957.

Larra, Raúl (1954), “El Congreso Argentino de la Cultura” en Cuadernos de Cultura, Buenos Aires, núm. 17, pp. 112-113.

Passolini, Ricardo (2005), “El nacimiento de una sensibilidad política. Cultura antifascista, comunismo y nación en la Argentina: entre la AIAPE y el Congreso Argentino de la Cultura, 1935-1955” en Desarrollo económico, vol. 45, núm. 179, pp. 403-433.

“Congreso Argentino de la Cultura” en Propósitos núm. 109, 8 de diciembre de 1955.

Ibíd. [cursivas mías].

Por razones de espacio me limito aquí a esta breve referencia a un conflicto más profundo. Para una perspectiva que enfatiza esta confrontación, remito a mi tesis, El Congreso por la Libertad de la Cultura… (2012), op. cit. Para el Consejo Argentino por la Paz, ver Petra, Adriana (2013), “Cultura comunista y Guerra Fría: los intelectuales y el Movimiento por la Paz en Argentina”, Cuadernos de Historia, núm. 38, Santiago de Chile, pp. 99-130.

Gorkin, Julián (1955), “Quedará hoy constituida la Asociación Argentina por la Libertad de la Cultura”, en El Mundo, Buenos Aires, 19 de diciembre, p. 8.

Realizada en Santiago de Chile entre el 6 y el 14 de junio de 1954.

Gorkin, Julián (1954), “Rapport sur l’Amerique Latine”, University of Chicago, IACF Records, S. II, B. 214, F. 11.

Gorkin, Julián (1954), “La experiencia de Guatemala. Por una política de la Libertad en Latinoamérica”, en Cuadernos, núm. 9, pp. 88-93.

Betancourt, Rómulo (1954), “La Conferencia de Caracas, hora crítica del panamericanismo”, en Cuadernos, núm. 7, pp. 64-68.

Ferrándiz Alborz señalaba que “Los espíritus simples sacan consecuencias demasiado optimistas ante el hecho de que la Argentina, Colombia, Venezuela y Cuba derrocaran sus dictaduras gracias a la acción persistente de estudiantes y obreros, ayudados por sectores del ejército y de la iglesia, arrepentidos éstos, al fin, de haber elevado al poder y sostenido en él a los Perón, Rojas Pinilla, Pérez Jiménez y Batista… Sin embargo, después de esta empresa de los pueblos, se reúnen en Santiago de Chile los representantes de los gobiernos americanos y cuando se esperaba de ellos el sostenimiento del fervor democrático de los pueblos, respondieron con una afirmación de las dictaduras de Trujillo en Santo Domingo, de Somoza en Nicaragua y de Stroessner en Paraguay. La declaración de Santiago de Chile ha sido la ducha de agua fría capaz de enfriar la más enardecida fiebre democrática hispanoamericana”. Ferrándiz Alborz, Francisco, “Presentación” en Emilio Frugoni (1959), Meditación americanista, Continente, Montevideo, p. 27.

Bianco envió cartas a todos los amigos de Victoria Ocampo, entre otros a Denis de Rougemont, Gabriela Mistral y Octavio Paz, quienes buscaron interceder ante el gobierno de Perón por la liberación de la escritora y de los otros intelectuales. En ese momento, los liberales depositaron las esperanzas de liberación de los detenidos en Denis de Rougemont, presidente del comité ejecutivo del CLC y amigo personal de la directora de Sur, consiguiendo que este enviara una carta dirigida a Perón y que se publicara en Cuadernos un pequeño editorial con un pedido de liberación para los intelectuales que en poco más de dos años se congregarían en la AALC. Cfr. Jannello, K. (2013b), op. cit.

El Congreso por la Libertad de la Cultura [Celebración 10° aniversario]. [s.n.], [París], [ca. 1961].

Entrevista de la autora a Horacio Daniel Rodríguez, Buenos Aires, septiembre 2010.

Romero, Francisco; Giusti, Roberto; Solari, Juan Antonio (1958), Filosofía y Libertad / Por la libertad de la Cultura / Objetivos claros, acción fecunda, AALC, Buenos Aires, p. 69.

Carta de Julián Gorkin a Salvador de Madariaga, París, 11 de enero de 1956 [2304 AJGG-559-60], Fundación Pablo Iglesias, Madrid.

Otros miembros fundadores: el escritor y periodista fundador de la revista Liberalis, Agustín Álvarez; el ex-ministro de Obras Públicas de la provincia de Córdoba (1932) y ex director de la Dirección Nacional de Vialidad durante el gobierno de Agustín P. Justo, ingeniero Justiniano Allende Posse; el ex vicedecano de la Universidad Nacional del Litoral (UNL) y ahora interventor de la Facultad de Ciencias Exactas de la Universidad de Buenos Aires (UBA) para el gobierno de la Libertadora, José Babini; el delegado del gobierno vasco en Argentina y director del periódico Euzcko Deya de la comunidad vasca, Pedro de Basaldúa; el secretario del Movimiento por los Estados Unidos de Europa (organización también promovida por el CLC, que funcionaba en el mismo local de la AALC) y representante de los demócratas italianos en Argentina, Curio Chiaraviglio; el abogado y ahora miembro de la Junta Consultiva Nacional, Rodolfo Corominas Segura; el periodista y secretario de redacción del diario La Nación, Miguel A. Fulle; el liberal gaullista Alberto Guerin; el médico liberal Adolfo D. Holmberg; el escritor Eduardo Mallea; la dramaturga liberal Alcira Olivé; el dirigente socialista Nicolás Repetto; el escritor exiliado y representante de las Asociaciones Catalanas en Argentina, José Rovira Armengol; el liberal gaullista René Siderski; el artista plástico Raúl Soldi; el periodista Juan S. Valmaggia y el fundador de la editorial Claridad y ahora interventor del diario El Día de La Plata, Antonio Zamora.

“Constituyen en nuestro país la Junta del Congreso por la Libertad de la Cultura”, El Mundo, Buenos Aires, 29/11/1955, p. 8.

[Documento de constitución del Comité Juvenil de la AALC]. Fondo Rubén Vela, CeDInCI.

Entrevista a Rubén Vela, Buenos Aires, mayo de 2011.

El CJ se comenzó a constituir en octubre de 1955 cuando un grupo de jóvenes, entre los que se encontraban Rubén Vela, Mariano Grondona y Abel A. Latendorf, participó de una convocatoria organizada por el muy activo CJ Chileno del CLC para constituir un Comité Americano Juvenil; este grupo quedó como organizador del futuro CJ argentino. Después de diciembre de 1955, el CJ/AALC se formó con un sector liderado por Rubén Vela, Abel A. Latendorf y Mariano Grondona. Otro sector constituido por Ricardo Barreiro, Álvaro Laiño y Arno Pfaffe, del Ateneo Liberal, y un tercer grupo con Nora Moreau, Eduardo Peleteiro y Alberto Ros, de la Asociación Amigos de la Ciencia. El inicio no estuvo exento de conflictos, porque “…produce recelo la conducta y actitud de esos jóvenes, especialmente de Latendorf, quien en una de las reuniones ha llegado a decir que, para él, lo esencial es la lucha antiimperialista contra Norteamérica, por lo que no permanecerá en el Congreso si no se proclama esa posición en primer término…” [Carta de C. Carranza a Julián Gorkin, 11/02/1956, University of Chicago Library, IACF Records, S. II, B. 94]. El CJ fue creado oficialmente el 3 de diciembre de 1956, un año después de la propuesta inicial, una vez resueltas estas disidencias con la salida de Latendorf.

“Luis Alberto Sánchez y Julián Gorkin a la Argentina”, en Cuadernos, núm. 16, enero-febrero 1956, p.127. [Cursiva mía].

Además del sello editorial propio, el CLC financió una cantidad de editoriales vinculadas al espacio socialista en la que publicó diferentes colecciones de libros y folletos. Cfr. Jannello, K. (2013a), “Políticas culturales del socialismo argentino bajo la Guerra fría: Las redes editoriales socialistas y el Congreso por la Libertad de la Cultura”, en Papeles de Trabajo, núm. 12 (2° semestre 2013), pp. 212-247.

Dedicaré un breve espacio a este aspecto que ya he tratado en “Las políticas culturales del socialismo…”, op. cit.

S. Nudelman (UCR); M. Ordóñez (PDC), H. Thedy principal dirigente del PDP, etc.

La afirmación se desprende de los eventos anunciados en la prensa local. Demandaría una extensión mayor citar cada uno de ellos, detalle que realizo en mi tesis El Congreso por la Libertad… (2012), op. cit.

Según lo define Julián Gorkin su informe de 1953. “Rapport …”, op. cit. Mercier Vega coincide en parte en su propio informe con Gorkin, aunque agrega una advertencia: “Nous pouvons jouer un rôle essentiel en Amerique Latine, dans le domaine de la culture, à condition de tenir compte: …du sentiment anti yankee profondément ancré, de l’importance des secteurs “troisième force”…”. Mercier Vega, Louis, “Rapport sur le Congress pour la Liberté de la Culture en Amerique Latine”, París, 2 de junio de 1953, en University of Chicago Library, IACF Records, S. II, B. 214, F. 7. [Resaltado en el original].

Giusti, Roberto, “Prólogo” a Carlos P. Carranza (1959), Intelectual ¿Por qué eres comunista?, AALC, Buenos Aires, p. 139.

Romero, Francisco (1954), “Dos rasgos de la cultura occidental: la ciencia y la democracia”, Cuadernos del CLC, núm. 4, pp. 3-6.

“Adiós a Francisco Romero” en Cuadernos, núm. 68, enero de 1963, p. 2.

La distancia se consolidó finalmente con su participación en el Consejo Honorario de la Comisión Nacional de Solidaridad con la Revolución Cubana, aunque en los años del ILARI se van a restablecer las relaciones a través de la Cátedra de Historia Social de la UBA.

“Perfil de la Argentina en América” en Cuadernos, núm. 100, septiembre de1965, pp. 97-105.

Las conferencias organizadas por la AALC comenzaron en abril de 1956. Los temas variaron entre literatura, la juventud, la universidad, la reforma constitucional, la democracia, el mundo totalitario (siempre referido al mundo comunista), dictadura, mujeres, filosofía, libertad, economía, sindicalismo, así como también la situación de Bolivia y Cuba. Sería muy extenso enunciar todas las actividades realizadas a lo largo de los nueve años de su existencia.

“Quería hacerle una consulta y tal vez un pedido. No sé si ha leído usted a H. A. Murena, un joven escritor (poeta, ensayista y novelista) de mucha inteligencia […] se ocupa, ahora, de la Editorial Sur […] se me ocurriría (dado todo lo bueno que pienso de este escritor, de esta persona) que no sería desacertado invitarlo al Congreso que tendrá lugar en Berlín. Creo que Murena es muy capaz de serle útil a la causa que defiende ese Congreso y por muchas razones. Se necesita que los jóvenes de nuestra América jouent un rôle en ese combate […] ¿Cree usted que podría hacer algo?”. Carta de Victoria Ocampo a Salvador de Madariaga, Buenos Aires, 7 de mayo de 1960 [2304AJGG-559-60] en FPI, Madrid [subrayado en el original].

Héctor Murena en Cuadernos: núms. 53 (1961), 56, 65 (1962), 72, 75, 76, 77, 79 (1963), 83, 85, 87 (1964), 92 y 93 (1965).

Borges en Cuadernos: 15, 75, 76, 87, 100.

Entre los principales, firmó por la liberación de los intelectuales húngaros y en 1958 también un llamado a la intelectualidad democrática por la censura que sufre Cuadernos en Cuba.

Ocampo, Victoria (1959), Pasternak, Continente, Montevideo.

Ocampo, Victoria (s/f) , El viajero y una de sus sombras, Cuadernos, París.

Alfonso Reyes, Germán Arciniegas, Roberto Giusti, Américo Castro, Salvador de Madariaga, Raúl Vera Ocampo, Ángel Bonomini, Daniel Cossío Villegas, Eduardo Mallea, Dardo Cúneo, Octavio Paz, José Ortega y Gasset, Jaques Maritain, Vicente Barbieri, Alberto Moravia y Rómulo Gallegos, entre otros.

Por ejemplo, Sur era distribuida en Uruguay vía el CLC, según Ferrándiz Alborz: “Primero en “Cuadernos”, órgano en español del Congreso por la Libertad de la Cultura, luego en “Sur”, de Victoria Ocampo, que recibimos por conducto de dicho Congreso...” [Ferrándiz Alborz, F. “‘SUR’ y la nueva Argentina” en “Suplemento dominical” de El Día, enero 29 de 1956, Montevideo, p. 5.].

El CLC compraba entre 100 y 150 números por tirada con un 30% de descuento, lo que significaba más o menos entre 1000 y 1500 pesos de la época, según se desprende de la variada correspondencia entre C. Carranza y J. Gorkin en University of Chicago Library, IACF Records, S. II, B. 94.

En Cuadernos 74 y 81 respectivamente.

Puede leerse en una carta de Arciniegas a Ocampo el pedido: “No sé si sea excesivo pedirle que de cuando en cuando me envíe algo para Cuadernos… Pero querría en esta ocasión pedirle algo especial. Una especie de testimonio suyo como un glosario a los de los demás, como una ventana suya propia que se abre para contemplar este panorama general de lo que ha sido su propia experiencia. Si yo pudiera tener estas líneas suyas para Cuadernos, Ud. me haría completamente feliz.” [AVO 1-6-25] en AAL.

Arciniegas, Germán (1956), “Una revolución que duró doce horas” en Cuadernos, núm. 20, septiembre-octubre, pp. 25-27.

Originalmente en La Nación del 29 de abril de 1961, p. 3; luego en Cuadernos núm. 51 (agosto) 1961. Esta tensión fue señalada por María Rosa Oliver, amiga personal de Ocampo, miembro de la redacción de Sur y por entonces compañera de ruta de los comunistas, intercambio que concluyó en una dolorosa ruptura. Cfr. Jannello, K. (2013b), op. cit.

Pizarnik trabajó además por un lapso breve para la Secretaría del Comité Internacional del CLC en París, gracias a la mediación de su amigo, el embajador y poeta Rubén Vela. Entrevista con Rubén Vela, Buenos Aires, septiembre 2010.

Creada en junio de 1957, se constituyó con el socialista Dr. Enrique Barros (presidente), el socialista Gumersindo Sayago y el liberal decano de la Facultad de Derecho de la UNC, Santiago Monserrat (vicepresidentes). Como vocales: el médico Santiago Beltrán Gavier, el ensayista liberal Alfredo Cahn, la escritora Ma. Luisa Cresta de Leguizamón, el conservador Rafael Escuti, el socialista liberal Ceferino Garzón Maceda, el radical Reginaldo Manubents Calvet, el médico socialista Jorge Orgaz, Mario Piantoni, el director del periódico La Voz del Interior, Silvestre R. Remonda y el radical Mauricio Yadarola. Los estudiantes Isabel Cabezas y Norberto Ciaravino fueron sus secretarios. También fueron socios el rector de la UNC, Jorge A. Núñez; el filósofo Adelmo R. Montenegro; el decano de la F. de Filosofía y Humanidades, Tomás Pulgueira; los artistas plásticos Enrique Kessler y Antonio Pedone y Alberto Barral; los periodistas Félix J. Amuchástegui y Máximo H. Álvarez; el radical Carlos Becerra; el demócrata progresista Esteban Gorriti; el demócrata cristiano José A. Allende; el socialista Ignacio Justiniano y un obrero [sic] de nombre Ricardo Kohler. [Carlos Carranza, “Informe”, 31/05/1957, en University of Chicago, IACF Records, S. II, B. 216, F.2]. La sede cordobesa concentró mayormente a los socialistas y radicales reformistas de la Universidad Nacional de Córdoba, periodistas y nombres prestigiosos del ámbito cultural, replicando la estructura de Buenos Aires.

El proyecto consistía en publicar cuatro volúmenes por año que podían solicitarse a la central distribuidora de Cuadernos. Finalmente publicaron 16 volúmenes reunidos en la Biblioteca de la Libertad. Cfr. Jannello, Karina (2013a), op. cit.

El ILARI, conducido por Mercier Vega, se insertó fuertemente en la red de la nueva sociología, en diálogo y consonancia con espacios como el Instituto Di Tella, FLACSO, la CEPAL o el Centro Paraguayo de Estudios Sociológicos.

Cfr. Terán, Oscar (1993), op. cit.

El caso de Ernesto Sábato es otro caso emblemático que demuestra la complejidad del momento político y cultural. Dio su apoyo a la Libertadora en 1955 y fue nombrado interventor de la revista Mundo Argentino; sin embargo, en 1956 realizó una denuncia pública por torturas y por los fusilamientos consecuencia del levantamiento del general Valle, lo que le costó, además de su renuncia a la revista, la exclusión de los diferentes espacios de sociabilidad liberal que frecuentaba como la SADE, la AALC o la revista Sur. En 1958 acompañó la experiencia frondizista, siendo nombrado director de Relaciones Culturales del Ministerio de Relaciones Exteriores; sin embargo también renunció a este puesto en 1959 por discrepancias con el gobierno. Cfr. Sábato, Ernesto (1956), El caso Sábato. Torturas y libertad de prensa. Carta abierta al General Aramburu, Buenos Aires, [s/ed.]; y Sábato, E. (1972), Ernesto Sábato: claves políticas, Rodolfo Alonso, Buenos Aires.

Emilio Frugoni exponía en su texto Meditación americanista, op. cit. que “La revolución cubana aparece, desde su raíz y se afianza y amplía en toda su trayectoria, como la esforzada hazaña reivindicadora de un pueblo para el pueblo. Surge como una verdadera esperanza de eliminación de toda forma del viejo sistema de gobierno criollo en que el poder ejercido por la voluntad de un caudillo o de una camarilla oligárquica… Porque a la rebelión cubana la encabezaron civiles, hombres sin espíritu de cuerpo armado sino de masas populares ansiosas de libertad y emancipación…” Sin embargo, rápidamente la criticaron, fundamentalmente por el destino de la Asociación Cubana, que para 1960 fue censurada.

Alicia Moreau nunca participó de la AALC ni del CLC.

Tortti, María Cristina (2009), El “viejo” Partido Socialista y los orígenes de la “nueva” izquierda, Prometeo, Buenos Aires, 405.

Quien de todas formas había aceptado presidir la Asociación luego de mucha insistencia por parte Solari; según le comenta Carranza a Gorkin, Giusti “se resistía bastante”. Carta de C. Carranza a J. Gorkin, 5/1/1956, en University of Chicago, IACF Records, S. II, B. 94.

Carta de R. Giusti a J. A. Solari, 26 de marzo de 1958 [FS-7.42-1], CeDInCI.

Carta de J. A. Solari a R. Giusti, 29 de marzo de 1958 [FS-7.42-2]; C. Carranza a J. A. Solari [FS 3.109], CeDInCI.

Noé, Alberto, “Entrevista a Juan Carlos Marín”, [s/f; s/l], en www. antroposmoderno.com

Luego, en los años de renovación, el Centro Argentino por la Libertad de la Cultura, va a replicar la estructura interna de los años cincuenta, con miembros del PSD en la dirección (Horacio Rodríguez, Oscar Serrat) y uno del grupo de Sur (Héctor Murena).

Las relaciones entre el CE de la AALC y el CJ fueron tensas desde los inicios. Para Carranza y Solari, los jóvenes radicalizados eran más bien una molestia y así lo transmitían: “Y, ahora, una cuestión enojosa. Se trata del grupo juvenil. Están dando la lata y promoviendo algún conflicto”. Carta de C. Carranza a J. Gorkin, 11/02/1956, op. cit.

Idem.

“También en Buenos Aires...” en Cuadernos, núm. 86, julio de 1964, p. 89.

Entrevista de la autora a Horacio D. Rodríguez, op. cit.

Según consigna un informe, las actividades del CLC en Buenos Aires se extendieron a través de la cooperación de la Universidad de Rosario y el Instituto Municipal de Cultura en Mar del Plata. “Latin-American Programme. Mai 1963”, University of Chicago, IACF Records, S. II, B. 281, F.11.

Sobre todo por su duración: casi veinte años, desde 1953 hasta 1964; y luego, como CALC, hasta 1972.

Romero, F. (1958), “Filosofía y libertad” en F. Romero, R. Giusti, J.A. Solari, Filosofía y Libertad. Asociación Argentina por la Libertad de la Cultura, Buenos Aires, pp. 33-46.

Esta red se amplió en los años siguientes bajo el paraguas del ILARI.

Rómulo Gallegos citado por Luis Alberto Sánchez en “El movimiento comunista en América Latina” en Cuadernos, núm. 7, julio-agosto de 1954, p. 87.

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