El objetivo principal del artículo es recuperar la noción de política prefigurativa como una potencial “unidad de medida”, que permita analizar los alcances y limitaciones de los innovadores modos de organización y lucha impulsados por los movimientos sociales latinoamericanos, con el propósito de confrontarla con algunas de las experiencias concretas que existen en América Latina. Luego de definir la política prefigurativa como un conjunto de prácticas y de relaciones sociales que, en el momento presente “anticipan” los gérmenes de la sociedad futura, se fundamenta por qué dicha categoría puede constituir una noción que resulta pertinente para el abordaje de este tipo de procesos novedosos, en los que los movimientos sociales emergen como un actor colectivo de peso, al momento de instalar en la agenda pública determinadas reivindicaciones y demandas, e incidir en las instituciones estatales, aunque sin integrarse ni subsumirse a sus estructuras gubernamentales.
The main objective of this article is to recover the notion of prefigurative politics as a potential “measuring unit” which allows for the analysis of the scopes and limitations of the innovative modes of organization and struggle put forward by the Latin-American social movements, with the purpose of confronting it with some of the concrete experiences that exist in Latin America. After defining prefigurative politics as a set of practices and social relations that, in the present moment, “anticipate” the germs of a future society, it is fundamented why this category might constitute a pertinent notion to approach this new processes, in which social movements emerge as a weighty collective actor by installing in the public agenda certain claims and demands, and influencing state institutions, but without their integration or subsumption to their government structures.
En lo que va del siglo XXI, las formas de articulación social y política han adquirido múltiples formatos, en permanente redefinición. Dentro de la tradición de experiencias inscriptas en perspectivas emancipatorias, se destacan los movimientos populares herederos de ciertas miradas de raigambre autónoma, que se plantean un tipo de construcción que se define por intentar “desde el ahora” producir transformaciones en sus propias prácticas de lucha, que anticipen –o “prefiguren”– la nueva sociedad a la que aspiran. Con variadas iniciativas, miradas e inserciones en sus respectivos territorios, muchos de estos movimientos latinoamericanos comparten una vocación común por reinventar la praxis política, a través de la apelación a la horizontalidad, la solidaridad, la conciencia crítica y el despliegue de diversas acciones de auto-organización territorial. En todos ellos se advierten las posibilidades de arraigo hacia nuevas formas de construcción política, así como límites cuya presencia marca la complejidad de los procesos de transformación social en su vínculo con lo estatal. A su vez, problematizar la relación de estos movimientos con los diferentes Estados latinoamericanos, a partir del nuevo milenio y en medio de una de las crisis capitalistas más profundas desde los años treinta, nos obliga a poner a prueba nuestras herramientas conceptuales y a plantearnos inevitables preguntas sobre los límites y posibilidades de las transformaciones radicales en los distintos espacios nacionales de la región.
Teniendo en cuenta este complejo panorama de mutación epocal, consideramos que la categoría de “política prefigurativa” puede constituir una noción que resulta pertinente para el abordaje de este tipo de procesos novedosos, donde los movimientos populares emergen como un actor colectivo de peso, al momento de instalar en la agenda pública determinadas reivindicaciones y demandas, e incidir en las instituciones estatales, aunque sin integrarse ni subsumirse a sus estructuras gubernamentales. En esta línea de investigación teórica, algunos autores han apelado a este concepto para dar cuenta de las prácticas radicales desplegadas por los sectores populares en su lucha por la transformación sustancial de la sociedad,1 avanzando en el análisis de la productividad teórica de dicha noción, y reconstruyendo su derrotero como categoría fructífera, a partir de la lectura detallada de la obra de autores de la tradición crítica del marxismo (tales como Marx, Gramsci, Thompson, Castoriadis y Basso, entre otros), quienes han brindado pistas teórico-interpretativas para desarrollar con mayor profundidad a este concepto. Más allá de los matices, en todos los casos lo han empleado para caracterizar a aquellas prácticas que, al decir de Mabel Thwaites Rey, aspiran a: la ampliación de formas autonómicas como anticipatorias del socialismo, como formas de construcción “ya desde ahora” de relaciones anti-capitalistas en el seno mismo del capitalismo, pero que sólo podrán florecer plenamente cuando se dé un paso decisivo al socialismo, a partir de la conquista o la asunción del poder político.2
Problematizar el derrotero de los movimientos populares latinoamericanos en este cambio de época, implica por tanto vincular a aquella categoría con la posibilidad de repensar las vías de transición al socialismo en estrecha articulación y tensión con las formas predominantes de acción política durante el pasado siglo, y en particular con las que han despuntado al calor de la emergencia de movimientos de nuevo tipo en la región en lo que va del presente siglo. En función de estos desafíos, el objetivo principal del presente artículo estriba en definir a la noción de política prefigurativa como una potencial “unidad de medida”, que resulte fructífera para analizar y medir los alcances y limitaciones de los innovadores modos de organización y lucha impulsados por los movimientos populares, con el ánimo de poder confrontarla con algunas de las experiencias concretas que existen en América Latina, de tal manera que nos permita un análisis teórico-político, tan riguroso como crítico, de dichos movimientos.
La noción de política prefigurativa como prisma teóricopolítico para el abordaje de los movimientos popularesSi bien el estudio de los llamados “nuevos movimientos sociales” y de las formas de protesta en general es uno de los grandes temas de las ciencias sociales contemporáneas, aunque pueda resultar paradójico –habida cuenta de la importancia crucial que tienen en el marco de las transformaciones operadas en las sociedades latinoamericanas durante las últimas dos décadas–hemos podido constatar que existe una escasa literatura especializada que, bajo el prisma de la categoría de “política prefigurativa”, refiera a las nuevas prácticas socio-políticas desplegadas por los diferentes actores colectivos surgidos recientemente en América Latina. Sin duda, abundan más aquellas que remiten a las dos perspectivas teóricas que han cobrado centralidad para el análisis y la investigación empírica de estos fenómenos: por un lado, aquellos trabajos orientados hacia la “movilización de recursos”, centrados en el concepto de “racionalidad” como elemento explicativo de la acción colectiva3 y, por el otro, los que destacan la noción de “identidad” como característica privilegiada que permite aprehender a los llamados movimientos sociales.4 Sin embargo, y más allá de las notables diferencias y contrastes entre estos dos enfoques, en ninguno de los dos casos se produce un rescate sustancial de la perspectiva mencionada.
No obstante esta hegemonía “epistémica” en el seno de las Ciencias Sociales, existen una serie de autores que pueden enmarcarse en la rica tradición del pensamiento crítico latinoamericano, y que sí han brindado elementos teóricointerpretativos para el análisis de los movimientos surgidos en las últimas dos décadas en nuestro continente, e incluso a problematizar el significante mismo de “movimiento social”. Cabe aclarar que no estamos en presencia de una corriente homogénea, sino ante todo frente a un crisol de intelectuales e investigadores que tienen como vocación común el descolonizar la matriz de intelección predominante en las Universidades y Centros de Investigación de América Latina y el Caribe, así como dialogar con estos procesos en curso desde una óptica crítica y comprometida. Entre ellos, podemos destacar a Raúl Zibechi y Michael Hardt (2013), quienes postulan la necesidad de hablar de “movimientos anti-sistémicos”, Claudia Korol (2007) y Ana Esther Ceceña (2008), que apela a la noción de “movimientos populares” o “emancipatorios”, Massimo Modonesi (2010), que remite a la denominación de “movimientos socio-políticos”, o Luis Tapia (2002) y Alvaro García Linera (2005), quienes en el caso de la región andina optan por el concepto de “movimientos societales”.
En sintonía con estas lecturas, el presente trabajo se ubica precisamente dentro de esta tradición subterránea de corte neomarxista, que buscar dotar de centralidad al antagonismo popular y a la territorialidad como ejes estructurantes de los movimientos latinoamericanos. En este sentido, optamos por hablar de movimientos populares y no de “movimientos sociales”, con el propósito de tomar distancia de las matrices anglosajonas y europeas antes criticadas, y a la vez restringir la aplicación de esta categoría a aquellos movimientos que no son de carácter meramente transitorio, y que conjugan el dinamismo popular, con “proyectos que rompan los límites actuales del programa capitalista y con la creación de fuerzas organizadas del pueblo que sustenten esos proyectos” (Korol, 2007).
Asimismo, consideramos sustancial resituar a la categoría de política prefigurativa como sumamente pertinente para el estudio de estos movimientos populares, a la luz de ciertas experiencias ya abordadas por nosotros y otros estudiosos (v.g. movimiento zapatista, asambleas barriales, movimiento sin tierra, movimientos piqueteros), brindando por tanto la posibilidad de aportar al análisis tanto de las nuevas formas de construcción política desplegadas en la región, como de los procesos políticos que se viven actualmente en contextos de persistencia de la matriz estatal neoliberal.
Se trata, entonces, de identificar en el accionar de estos movimientos populares, los nudos de potencialidad emancipatoria y los aspectos más problemáticos para su afianzamiento y expansión, desde una óptica contra-hegemónica y militante, aunque sin perder rigurosidad en el análisis teórico-político. En función de este objetivo prioritario, creemos que la noción de política prefigurativa aporta elementos interpretativas para potenciar una nueva “matriz de intelección” en pos de indagar en las formas de activación política de los sectores populares – organizados en el marco de movimientos de base territorial– en el contexto actual de América Latina, y colocando a su vez el foco de indagación tanto en sus respectivas dinámicas de edificación de embriones de una institucionalidad no capitalista en los espacios donde ensayan relaciones sociales de nuevo tipo, como en los vínculos específicos que mantienen con el Estado, en términos de demandas, incidencia en la configuración e implementación de políticas públicas, e incluso potencial antagonismo respecto de determinados aparatos estatales.
Consideramos que luego del auge de los estudios sobre “movimientos sociales” en la década pasada, hoy se torna necesario (re)pensar su accionar en función de un nuevo ciclo de protestas y generación de demandas diferente al anterior (el cual se caracterizó, más allá de los rasgos y matices distintivos en cada realidad nacional o regional, por el ascenso de las luchas sociales en contra de las políticas neoliberales, en un contexto signado por la imposición de planes de ajuste estructural).
Desde ya, la concreción de este ejercicio excede con creces al presente artículo, y requeriría sin dudas un estudio pormenorizado y articulado de las diferentes dimensiones que constituyen a buena parte de los movimientos populares latinoamericanos, tanto en los territorios donde despliegan sus proyectos políticos, como en función de las formas y modalidades a través de las cuales se vinculan con las instituciones del Estado desde una perspectiva “prefigurativa”. No obstante, intentaremos aportar algunas hipótesis de lectura que permitan trazar futuros planes de investigación y estudio colectivo para el conocimiento empírico y teórico-interpretativo, a partir de estudios de caso, del accionar de este tipo de movimientos socio-políticos en América Latina en la actual coyuntura. De ahí que si bien no perdemos de vista que nuestro análisis está lejos de agotar la caracterización de las diversas modificaciones, así como la emergencia y/o declinación de actores colectivos organizados como movimientos populares de base territorial, consideramos que puede fomentar el debate acerca de la necesidad de potenciar el pensamiento crítico latinoamericano, a partir de la incorporación de saberes y experiencias de producción colectiva de conocimiento, gestados por los propios movimientos que se pretende investigar.
La categoría propuesta para el abordaje de este tipo de movimientos requiere una serie de aclaraciones previas. Si uno de nuestros propósitos es el de esbozar un concepto teórico de nuevo tipo como es el de política prefigurativa, y que no ha sido sistematizado aún –hasta donde hemos podido indagar– por autor alguno, no está de más explicitar que existen diversos pensadores que han abordado esta noción, si bien no hay hasta el día de hoy un trabajo o investigación que reconstruya y problematice a fondo dicha categoría. Por ello, una primera cuestión que es preciso explicitar es que el presente artículo puede ser concebido como parte de un proceso de producción teórica de más largo aliento, que tiene como principal desafío el forjar una “expresión compuesta” como es la de política prefigurativa.
No cabe duda de que el significante “política” ha sido analizado y definido por la teoría y la filosofía política desde hace por lo demás dos mil años. Sin embargo, no ocurre lo mismo con la categoría de “prefiguración”. Y como supo expresar Louis Althusser, “es su conjunción particular (en este caso, la combinación específica de política y prefiguración, en el original vocablo de política prefigurativa) lo que produce un sentido nuevo, definido, que es el concepto teórico”.5 Al respecto, es interesante rescatar la distinción que formula este filósofo francés entre los discursos teóricos, referidos a objetos formales o abstractos, y los conceptos concretos, que remiten siempre a una realidad histórica particular. Si los primeros “no nos dan el conocimiento concreto de objetos concretos, sino el conocimiento de las determinaciones o elementos (los llamaremos objetos) abstractoformales que son indispensables para la producción del conocimiento concreto de objetos concretos”, los conceptos empíricos no son “puros datos, el puro y simple calco, la pura y simple lectura inmediata de la realidad. Ellos mismos son el resultado de todo un proceso de conocimiento, que incluye varios niveles o grados de elaboración”.6
Ahora bien, en nuestro caso específico hemos optado por contribuir a la elaboración de un discurso teórico (o abstracto) que sobrepase el alcance de los llamados discursos que versan sobre los objetos real-concretos. Esto significa que nuestro foco no va a estar puesto en ninguna situación histórica particular, aunque debamos referirnos en numerosas ocasiones a realidades históricas concretas. No obstante, es fundamental no perder de vista que “la teoría no se reduce jamás a los ejemplos reales que se invoca para ilustrarla, puesto que la teoría sobrepasa todo objeto real dado, puesto que concierne a todos los objetos reales posibles que se adapten a sus conceptos”.7 Por ello, el propósito último es aportar a la construcción de una categoría conceptual que nos permita leer e interpretar a los movimientos populares gestados en las últimos dos décadas en América Latina, pero también en otras sociedades que podríamos denominar –recurriendo al léxico gramsciano carcelario– “occidentales”.
Esta aclaración requiere no omitir otra tanto o más importante, como es la necesidad de concebir a la producción de este corpus teórico en relación inmanente con la intervención práctica (que dista que ser homologada con el mero “practicismo”). Nos consideramos tributarios de una larga y subterránea tradición que identifica al marxismo con la filosofía de la praxis. Por lo tanto, entendemos que la elaboración de conocimiento crítico no puede ser disociada de su dimensión transformadora, menos aún al momento de indagar en las potencialidades y los límites de los movimientos populares como actores colectivos en las sociedades contemporáneas. Así pues, nuestro interés por dilucidar la pertinencia de una categoría como la de política prefigurativa, está signado por la necesidad de aportar herramientas teóricoprácticas que permitan incidir en la realidad contemporánea, en particular de nuestro continente en ebullición. Y podemos afirmar sin temor a equivocarnos que la política prefigurativa late hoy en numerosas experiencias políticas contra-hegemónicas a lo largo y ancho de todo el continente, en particular en aquellos movimientos que aspiran a la construcción de poder popular de base territorial.8De ahí que quepa expresar que más que una noción elaborada estrictamente en el seno de las ciencias sociales, la política prefigurativa resulta una praxis que se viene ensayando con gran intensidad en los diversos espacios y territorios en disputa que existen en América latina, y que requiere aún ser “sistematizada”. Por lo tanto, podría decirse –siguiendo a los zapatistas– que en la actualidad “la teoría corretea a la práctica”, en la medida en que resultan escasos los estudios y documentos que den cuenta de este tipo de experiencias desde una óptica prefigurativa.
Una de nuestras principales guías de trabajo se centra en recuperar de manera complementaria la interpretación crítica que del marxismo realizan Antonio Gramsci y Lelio Basso, teniendo como noción en común a la política prefigurativa. En efecto, tal como hemos planteado en otros estudios,9 Gramsci concibe a la prefiguración, fundamentalmente durante su etapa juvenil, en términos de la necesidad de ir construyendo “ya desde ahora” los gérmenes de la nueva institucionalidad pos-capitalista, sin esperar a la tradicional conquista del poder para comenzar a transformar las relaciones sociales cotidianas, mientras que en Basso se constata una lectura dialéctica de las instituciones estatales, como constitutivamente contradictorias y signadas por la lucha de clases, de manera tal que cabe pensar en una política prefigurativa también dentro de ellas (bajo una original modalidad que él denomina “participación antagonista”), aunque sin descuidar las instancias de ejercicio de democracia de base, que doten de impulso a este prolongado proceso revolucionario, evitando su burocratización. Esto, desde ya, no contradice el planteo gramsciano. Antes bien, podríamos afirmar que Lelio Basso confiere mayor coherencia teórico-política a la llamada estrategia de “guerra de posiciones”, que Gramsci apenas pudo llegar a delinear en sus Cuadernos de la Cárcel.10
Así, si Gramsci concibe la política prefigurativa bajo la obsesión de conquistar la “autonomía integral” de los sectores subalternos a partir de ir generando en el presente las nuevas relaciones sociales a las que se aspira, Basso hace lo propio desarrollando una de las aristas más problemáticas e incómodas para el marxismo, como es la disputa en el seno mismo del Estado por incorporar la lógica antagonista (o prefigurativa) en su seno. Desde esta perspectiva, postulamos a su vez como hipótesis complementaria, que ambas dimensiones deben pensarse en términos de monismos articulables,11 que involucran tanto la búsqueda de autonomía integral como la intervención y disputa en el plano estatal a través de una participación antagonista; la contrahegemonía que se disputa a diario y desde abajo, con la presión popular por incorporar “elementos de la sociedad futura” en el seno del viejo ordenamiento jurídico-político.
Dicho esto, podemos destacar algunos rasgos distintivos de lo que, para Gramsci y Basso, significa desplegar una política prefigurativa: a) concebir a la revolución como un prolongado proceso y no un mero momento de “asalto abrupto al poder” (al estilo neo-jacobino de la Revolución Francesa); b) entender la dimensión prefigurativa simultáneamente en términos objetivos (los llamados “elementos materiales” que laten y germinan en el seno de las fuerzas productivas y en la esfera super-estructural de la sociedad) y subjetivos (vínculos sociales, “núcleos de buen sentido”, dinámicas organizativas, prácticas anticipatorias, etc.); y c) caracterizar a la praxis prefigurativa como una disputa integral, es decir, multidimensional, librada en todos los planos de la vida social (sean éstos económicos, culturales, educativos o estatales) desde una perspectiva de totalidad. En este último punto, hacemos propias las palabras del teórico estadounidense Carl Boggs, para quien la propuesta gramsciana –extensible, creemos, al propio Basso– implica que “el cambio revolucionario sólo puede ser considerado auténtico en tanto sea un cambio total, que abarque todos los aspectos de la sociedad, todas las dimensiones de la existencia humana”.12
En función de estos rasgos distintivos, cabe definir sintéticamente a la política prefigurativa como un conjunto tanto de prácticas como de relaciones sociales y condiciones materiales de existencia que, en el momento presente, “anticipan” los gérmenes de la sociedad futura. En el primer caso, dichas prácticas involucran tres dimensiones fundamentales, a saber: las de la organización (movimientos populares, colectivos, organizaciones de base, etc.), la acción colectiva (desdoblada en estrategias y tácticas, que bajo el lenguaje metafórico militar del período de encierro de Gramsci pueden condensarse en la denominada “guerra de posiciones”) y los sujetos (fuerzas sociales en pugna con vocación contra-hegemónica). En el segundo, aluden a “elementos materiales” y formas de regulación social y política que remiten a las llamadas condiciones “objetivas”.
Asimismo, podemos afirmar que en la acepción tanto de Antonio Gramsci como de Lelio Basso de “política prefigurativa” subyace, a su vez, una concepción más amplia, no solamente de la política y la sociedad existentes, sino también y sobre todo de su transformación. Es en este plano donde cabe plantear que en ambos autores existe una aspiración a repensar la transición al socialismo como un largo proceso que comienza antes de la toma del poder, y culmina mucho tiempo después de este momento bisagra. Por lo tanto, en la dinámica cotidiana de construcción política propuesta, opera la “anticipación” del nuevo orden venidero, “acelerando el porvenir” que haga posible la superación de las relaciones sociales capitalistas, sin esperar para ello a la conquista del poder. No obstante, sería ingenuo aseverar que en Gramsci (ya sea durante esta etapa juvenil o su período carcelario) y en Basso está presente una concepción evolutiva o reformista de esta estrategia prefigurativa, o la omisión de quiebres revolucionarios (“saltos” los llamará Basso en sus últimos escritos) en el avance hacia una sociedad sin clases. Antes bien, este proyecto emancipatorio prevé niveles de correlación de fuerzas que sin duda involucrarán alternadas dinámicas de confrontación, rupturas, ascensos y retrocesos, así como disputas no sólo semánticas sino económicas, culturales, educativas, sociales, e incluso político-militares.
El despliegue de políticas prefigurativa por parte de los movimientos popularesAhora bien, estas características generales enunciadas, deben sopesarse en función de una serie de hipótesis complementarias, que remiten no a un problema teórico-interpretativo, sino sobre todo a las tensiones y complejidades que se presentan hoy en día en buena parte de América Latina, al momento de intentar ensayar, por parte de los movimientos que aspiran a la construcción de poder popular, una estrategia de tipo prefigurativa. Previo a reseñar algunas de ellas, cabe mencionar que al dar cuenta del carácter novedoso de los movimientos populares de nuestra región, es preciso tener en cuenta que el mismo no necesariamente está vinculado con una cuestión cronológica, sino ante todo cualitativa. Definiremos entonces a estos movimientos, siguiendo a Michel Vakaloulis,13 como un conjunto cambiante de relaciones sociales de protesta que emergen en el seno del capitalismo contemporáneo, y que involucra el despliegue y permanencia en el tiempo de prácticas, vínculos y formas de organización popular que aspiran a prefigurar en el presente la sociedad futura por la cual luchan. Estas relaciones se desarrollan de forma desigual –pero persistente– en sus ritmos, su existencia reivindicativa, su constancia y su proyección en el futuro, así como en su importancia política e ideológica. El origen común es el conflicto, de forma directa e indirecta, con la materialidad de las relaciones de poder del capitalismo como sistema de dominación múltiple. No obstante, cabe aclarar que según esta concepción, el movimiento popular no constituye un proceso lineal que –en términos de una visión determinista de la lucha de clases– expresaría el carácter inexorable de las resistencias a los procesos de explotación y de opresión capitalista.
Hecha esta aclaración, podemos proceder a enumerar alguna de las hipótesis complementarias que nos permitan dotar de mayor inteligibilidad a nuestro prisma teórico-político. En primer lugar, consideramos que la construcción de organismos y proyectos de poder popular por parte de este tipo de movimientos tiene como precondición la creación y experimentación de nuevas relaciones sociales no escindidas de lo cotidiano: las cooperativas y escuelas rurales de los campesinos brasileños, los proyectos productivos, cuadrillas de trabajo, bachilleratos populares y centros de salud comunitaria gestados por los movimientos piqueteros, y las diver-sas instancias de autogobierno conformadas en los territorios zapatistas chiapanecos, constituyen en todos los casos instancias donde lo político, lo educativo, lo cultural y lo socio-económico, lejos de verse como compartimentos separados, se amalgaman concretamente. Estos movimientos, al igual que muchos otros de América Latina, plasman así de manera embrionaria, en sus prácticas territoriales mismas, los gérmenes de la sociedad futura por la cual luchan, en la medida en que ensayan “aquí y ahora” una transformación integral de la vida. Se amplía, pues, la esfera de lo político, arraigando cada vez más en el seno mismo de la sociedad civil y de las comunidades que habitan.
En segundo término, consideramos que la política prefigurativa desplegada por los movimientos populares latinoamericanos debe leerse en una clave bifacética, esto es, simultáneamente en términos de impugnación y autoafirmación propositiva. La creación de gérmenes o embriones de nuevas relaciones sociales, tiende a realizarse en el hoy, pasando de una inevitable lógica que Gramsci denominaba “luddista”, (centrada en la impugnación de planes de ajuste estructural, o bien en la vocación “destituyente” predominante en no pocos movimientos populares durante los años noventa), a una que cede paso a la edificación prefigurativa, sin esperar para ello la “conquista del poder” como algo inmediato. Esta caracterización nos reenvía a la clásica dialéctica entre reforma y revolución, que remite a problematizar cómo engarzar la lucha por necesidades concretas y cotidianas (evidentes en la mayoría de los movimientos desde su propia denominación identitaria, que alude al acceso a la tierra, al trabajo, o la autodeterminación territorial, por mencionar sólo algunas de las más relevantes), con la constitución ya desde ahora del horizonte estratégico anhelado. Y a la vez nos obliga a reactualizar el debate en torno a la “transición al socialismo” sobre nuevas bases. ¿Cómo pensar en rupturas, fisuras, grietas y embriones, que prefiguren, en diferentes dimensiones e intensidades, la sociedad futura? Un problema no menor al intentar responder esta pregunta, consiste en que los clásicos del marxismo han teorizado a la transición al socialismo, en buena medida, como un proceso que comienza a posteriori de la “toma del poder”. Casi sin excepciones, se ha priorizado el derrotero que conecta a la sociedad “posrevolucionaria” (identificada como aquella me emerge de la destrucción del Estado capitalista y la expropiación de los medios de producción a la burguesía) con el comunismo. Sin embargo, poco se ha indagado en torno al arduo y multifacético proceso de transición que haga posible esta transición. De ahí que un interrogante complementario sea el preguntarse ¿cuál es el rol de los movimientos populares en ese arduo mientras tanto? ¿A través de qué estrategias y tácticas pueden lograr conquistar aquel momento bisagra?
Las diversas y complementarias formas de construcción política puestas en prácticas por los movimientos populares enunciados, así como las elaboraciones teóricas e hipótesis formuladas por diferentes referentes del pensamiento crítico latinoamericano actual, constituyen una posible respuesta colectiva frente a este interrogante, aunque es importante entenderlas no sólo como contradicciones en movimiento (por su carácter dinámico, proactivo y “anticipatorio”), sino también en tanto que movimientos contradictorios (debido a su carácter provisorio y sus “impurezas” constitutivas). En tal caso, lo fundamental es poder concebirlas de esta manera y “cabalgar la contradicción”, en estado de “alerta epistémico” constante. Pero sobre todo, sopesar en qué medida durante este sinuoso tránsito prefigurativo, las instituciones, espacios y prácticas en la que se encarne el proyecto de transformación al que aspiran los movimientos populares, contienen mecanismos que, desde el inicio mismo y en forma progresiva, tienden a obturar la burocratización, la férrea división del trabajo y la condición “subalterna” de los sectores involucrados en ella.
En este sentido, un tercer punto a destacar, planteado con insistencia tanto por Gramsci como por Basso, es la necesidad de que el despliegue de una “política prefigurativa” aspire a grados crecientes de articulación, de manera tal que se evite caer en el “encapsulamiento” del movimiento en un ámbito acotado de mera incidencia local. Como ha expresado Daniel Bensaid, “la complejidad de las divisiones sociales, la multiplicidad de las resistencias, la intersección de las identidades plantean de una forma nueva el problema de su unidad y su convergencia”.14 De ahí que remate proponiendo que si la pluralidad de los movimientos sociales se impone como un hecho irreversible, la idea de su “autonomía relativa” debería, por lo mismo, derivar en una unidad (al menos relativa); concebida no como una evidencia espontánea, sino como un trabajo estratégico de unificación.15
En última instancia, más allá de las situaciones específicas de cada realidad nacional, la construcción de una alternativa de las clases populares oponible exitosamente a la dominación actual, ha requerido por parte de los movimientos de base el librar una intensa batalla que, además de política, ha sido “intelectual y moral”, en un contexto sumamente desfavorable para los cuestionamientos radicales en sus versiones conocidas. Asimismo, plantear la lucha por una sociedad mejor en el mundo de hoy supone hacer frente tanto a la fragmentación creciente en los distintos sectores sociales, como a la segmentación de problemáticas e intereses, lo que torna aún más compleja la posibilidad de unificación de las prácticas sociales y políticas, en torno a objetivos comunes, de manera tal que pueda darse positivamente el pasaje de lo que Gramsci denominaba momento “económico-corporativo”, hacia la fase “ético-política”.
Ahora bien, esta vocación universalista –señalada por Gramsci y Basso como requisito ineludible de toda estrategia prefigurativa– no debe confundirse con uno de los mayores flagelos de la izquierda ortodoxa: el llamado “hegemonismo”. Por el contrario, de acuerdo a gran parte de estos movimientos, de lo que se trata es de ejercitar una dinámica pendular y complementaria que, por un lado, apueste al fortalecimiento interno de los espacios de construcción prefigurativos (a través de la creación y consolidación de instancias de autogobierno conectados orgánicamente a la vida cotidiana, como “modus vivendi”) y, por el otro, intente generar de manera constante ámbitos de coordinación, irradiación y confluencia, en niveles que simultáneamente excedan y contengan la dimensión local y regional de las luchas. La cuestión, al parecer, estriba en cómo resignificar esta certera dinámica bifronte, creando alianzas y redes pluri-identitarias y cambiantes, en donde ninguna de las fuerzas socio-políticas que las conforme tenga más derecho a hegemonizar, que el que le da su comportamiento concreto en cada coyuntura histórica.16 Más allá de pensar desde y a partir de lo plural, para muchas organizaciones populares la cuestión gira alrededor de un dilema pendiente aún de resolver: cómo dar el paso de la multiplicidad de sujetos en lucha, hacia la proyección de un sujeto múltiple que, no obstante, continúe estando habitado por la diversidad, esto es, sin que se imponga la homogeneización como parámetro de coordinación y confluencia de experiencias disímiles y ricas en sí mismas.
Como cuarto punto relevante, cabe explicitar que si bien la política prefigurativa no puede ser concebida sólo desde las instancias estatales, resulta imposible una construcción de este tipo sin tenerlas en cuenta y vincularse de manera asidua con ellas, en tanto mediación ineludible de la vida social en el capitalismo, que atraviesa y condiciona las potencias expansivas de toda práctica política, o bien concebida como dimensión antagónica que deberá ser desarticulada en un contexto de ofensiva revolucionaria (el momento del “asalto”, que desde ya debe entenderse en un marco más amplio y de carácter procesual). La propuesta de una “participación antagonista” formulada por Basso resulta central en este sentido.17 Por contraste, en las últimas dos décadas muchas experiencias y proyectos políticos impulsados por movimientos populares, mostraron las múltiples dificultades que se presentan al intentar constituir espacios o territorios autónomos, cuyo horizonte inmediato termina siendo, en no pocas situaciones, lo que Miguel Mazzeo denominó irónicamente el “socialismo en un solo barrio”.18 De ahí que valga la pena recordar que la lucha es en y contra el Estado como relación de dominio, lo que implica pugnar por clausurar sus instancias represivas y de cooptación institucional, ampliando en paralelo aquellas cristalizaciones que, al decir de Mabel Thwaites Rey, tienden potencialmente a una sociabilidad colectiva.19 Esta lectura supone, a la vez, poner en cuestión tanto la concepción restringida de la política que predomina en las ciencias sociales, como la escisión tajante entre lo público y lo privado que es parte del “sentido común” dominante.
En este sentido, no está de más explicitar que no es posible pensar en términos excluyentes el apostar a formas de construcción prefigurativas y, al mismo tiempo, el establecer algún tipo de vínculo con lo estatal. Más que una opción dicotómica entre el mantenerse totalmente al margen del Estado, o bien subsumirse a sus tiempos, mediaciones e iniciativas, de lo que se trata, ante todo, es de diferenciar claramente lo que constituye en palabras de Lelio Basso (1969) una participación subalterna –que trae aparejada, sin duda, la “integración” creciente de los sectores populares al engranaje estatal-capitalista, mellando toda capacidad disruptiva real–, de una participación autónoma y antagonista, de inspiración prefigurativa. Esta última, a nuestro parecer presente en muchas estrategias desplegadas por movimientos en América Latina, requiere reestablecer un nexo dialéctico entre, por un lado, las múltiples luchas cotidianas que despliegan –en sus respectivos territorios en disputa– los diferentes actores del campo popular con vocación contrahegemónica y, por el otro, el objetivo final de trastocar integralmente a la civilización capitalista, de forma tal que cada una de esas resistencias devengan mecanismos de ruptura y focos de contrapoder, que aporten al fortalecimiento de una visión estratégica global y reimpulsen al mismo tiempo, aquellas exigencias y demandas parciales, desde una perspectiva emancipatoria y de largo aliento.
En contraposición, desestimándolo como lugar y momento importante de la lucha de clases, algunos movimientos populares han terminado cayendo –paradójicamente, en una óptica simétrica a la de la izquierda ortodoxa– en la tentadora eseidad que concibe al Estado como un bloque monolítico y sin fisuras, al que hay que ignorar, o bien asaltar remotamente cual fortaleza enemiga. En estos casos, se ignora que, si bien el Estado expresa el poder político dominante y como tal es un garante –no neutral– del conjunto de relaciones constituyentes de la totalidad social, las formas en que se materializa no deben sernos ajenas. Cabe por lo tanto recuperar la clásica dinámica de combinar las luchas por reformas sin perder de vista el objetivo estratégico de la revolución, como faro orientador de una práctica política de nuevo tipo, que en el “mientras tanto” de un contexto adverso o una correlación de fuerzas desfavorable, permita ir abriendo brechas que impugnen los “mecanismos de integración” capitalista, y prefiguren relaciones sociales poscapitalistas, convirtiendo así, embrionariamente, el futuro en presente. Este tipo de iniciativas, en la medida en que se asienten en la presión popular y la movilización constante de las y los de abajo, puede oficiar de camino que alimente y ensanche el horizonte por el cual luchan dichos movimientos, acelerando el porvenir.
En este sentido, podemos afirmar que el proceso de construcción contra-hegemónico y prefigurativo desplegado en las últimas dos décadas por parte de muchos movimientos y organizaciones populares, en particular en países como Bolivia, Ecuador y Venezuela, aunque también en Argentina, Brasil, México, Paraguay o Centroamérica, se ha centrado en una concepción dialéctica de las luchas impulsadas por los sectores subalternos, de manera tal que si el camino ha sido la disputa cotidiana en pos de reformas progresivas y de lograr un mejoramiento relativo de las condiciones de vida de los grupos más desfavorecidos, el cambio socio-político radical ha operado en buena medida como el objetivo estratégico que dotaba y dota de sentido a cada una de estas reivindicaciones logradas o bien por conquistar. No sin contradicciones, en muchos casos se logró conciliar, en palabras del joven Gramsci, “las exigencias del momento actual con las exigencias del futuro, el problema del ‘pan y la manteca’ con el problema de la revolución, convencidos de que en el uno está el otro”.20
Esto ha implicado que de la rudimentaria concepción del Estado como bloque monolítico e instrumento al servicio de las clases dominantes, se haya pasado a una caracterización más compleja tanto de lo estatal como de la praxis política misma. La estrategia de “guerra de posiciones” defendida por Gramsci y Lelio Basso aparece así como una sugestiva metáfora para denominar a gran parte de estas nuevas formas de intervención política que han germinado en los últimos años en la región, logrando distanciarse de los formatos propios del “vanguardismo” elitista y de la vieja estrategia de “asalto” abrupto al poder. A partir de ella, la revolución pasó a ser entendida como un prolongado proceso de constitución de sujetos políticos (encarnados, en nuestro caso, en movimientos populares de raigambre territorial) que si bien parten de una disputa multifacética en el seno de la sociedad civil, no desestiman las posibilidades de incidencia y participación en ciertas áreas del Estado –aunque más no sea desde una perspectiva “antagonista” al decir de Lelio Basso– en pos de transformar sustancialmente sus estructuras simbólico-materiales y avanzar así hacia una democratización integral del conjunto de la vida social.
Tal como ha expresado Lucio Oliver, en particular a partir de principios del nuevo siglo, […] las fuerzas populares de la sociedad civil se volcaron a la resistencia y protesta contra las políticas transnacionales y al calor de su movilización las sociedades desarrollaron experiencias significativas de defensa y reclamo de derechos, ciudadanía colectiva, poder local comunitario, democracia participativa, nación incluyente y de diversidad cultural, que habían sido ignorados o rechazados durante las dos décadas y media anteriores por los gobiernos latinoamericanos.21
Esto ha llevado a este autor a reconocer un pasaje de la resistencia (o condición de subalternidad) hacia una dinámica más de tipo ofensiva, por lo que en América Latina las recientes luchas políticas y sociales “han tenido una fuerte incidencia en el Estado, entendido en su sentido amplio, como expresión de una unidad orgánica ‘en crisis’ de sociedad política y sociedad civil”.22 En efecto, el protagonismo de los movimientos populares a lo largo y ancho del continente no debe acotarse meramente a los “repertorios” de protesta ejercitados en los espacios públicos del poder (plazas, carreteras, calles y avenidas), ni tampoco a los ámbitos relativamente apartados de estas instancias (barrios, villas, poblaciones, comunidades indígenas y asentamientos rurales), sino que debe poder incorporar, como foco de análisis, a las repercusiones que este tipo de luchas, proyectos auto-gestivos y dinámicas de movilización popular generan en el propio armazón institucional del Estado y en las políticas públicas que se ve forzado a desplegar (entendiéndolo, claro está, también como una cristalización material de relaciones de fuerzas, por definición inestable y en permanente metamorfosis). Sólo así, creemos, cobra un sentido integral la noción de política prefigurativa.
A modo de conclusión: los movimientos populares ante el cambio de épocaSin duda nuestra América constituye hoy un laboratorio de experimentación único en el mundo. Como han hecho notar numerosos estudiosos e investigadores, los sucesivos acontecimientos políticos y las experiencias inéditas de auto-organización y construcción de poder territorial, por parte de diversos movimientos de base, evidencian que no estamos ante una época de cambios, sino ante un cambio de época. Un claro ejemplo de ello es la profunda metamorfosis que han sufrido las luchas en las últimas décadas y el papel cada vez más relevante que juegan los movimientos indígenas y populares en la resistencia frente a la ofensiva capitalista en nuestra región. La crítica civilizatoria que expresan estos pueblos y organizaciones de raigambre rural y periurbana amerita, asimismo, repensar el esquema “productivista” que, salvo contadas excepciones, ofició como matriz incuestionable de tránsito hacia una sociedad socialista. En este punto, cabe reconocer cierta ambigüedad en los planteos de determinados teóricos del pensamiento crítico y de referentes de ciertos movimientos populares en lucha, respecto del “desarrollo de las fuerzas productivas” como premisas objetivas de prefiguración de la sociedad futura.23
Más allá de esta pertinente polémica alrededor de los modelos de desarrollo y crecimiento que contemplen, como problema real, la posibilidad de un desastre ecológico a escala planetaria, vale la pena insistir en que en varios países de América Latina se está viviendo un pasaje, si bien contradictorio y no lineal, de la dimensión económico-corporativa, tal como la definía Antonio Gramsci, hacia la ético-política. Esto implica concebir a las aspiraciones y los despliegues organizativos de movimientos como el zapatismo en México, el Movimiento de Trabajadores Rurales Sin Tierra (mst) de Brasil, el Movimiento Popular La Dignidad y la Corriente Villera Independiente en Argentina, la Confederación de Nacionalidades Indígenas (conaie) en Ecuador, el Movimiento de Pobladores en Lucha en Chile y la Federación de Juntas Vecinales (en especial en El Alto) y otras formas de poder territorial de raigambre aymara, como expresiones de una vocación universalista que intenta trascender la dimensión propiamente étnica, local o rural, contemplando simultáneamente como propias las demandas y aspiraciones del resto de los sectores subalternos, configurando así un nuevo proyecto de nación (o mejor aún, plurinacional) de raigambre plural, e incluso en algunas situaciones extremas llegando a “devenir Estado”, en el sentido gramsciano.
No obstante, cómo encarna esta lábil noción en cada situación específica no es algo predeterminado: así, el “devenir Estado” en Chiapas y Oaxaca asume la forma de una autodeterminación territorial de masas, que exige como precondición la autonomía estratégica de las múltiples comunidades en resistencia con respecto al aparato estatal mexicano, así como el ensayar formas prefigurativas de organización social y política en sus espacios de sociabilidad, mientras que en Ecuador, si bien no se omite esta dimensión, ella tiene como horizonte de visibilidad la “refundación” de la institucionalidad jurídico-política, a través de creación de un “Estado pluri-étnico” de nuevo tipo. Ni qué hablar de la experiencia boliviana, que combina de manera asimétrica y contradictoria estas aspiraciones con una propuesta anclada en lo que denominan “gobierno ejercido por los movimientos sociales”, o la variante venezolana, que evidencia una aguda tensión entre las posibilidades de radicalización e iniciativa desde la sociedad política, y de fortalecimiento y expansión de organizaciones autónomas de la sociedad civil que, a través de una “participación antagonista” al estilo de la propuesta formulada por Basso, nutran y puedan oficiar de instancias de control y democratización de las estructuras estatales, sin perder como faro la construcción del llamado “socialismo del siglo XXI”.
Al margen de las respectivas particularidades, en todos estos procesos de insubordinación aparece una estrategia que bien podría denominarse como “guerra de posiciones”, para utilizar la metáfora bélica del Gramsci carcelario. En el caso específico de Bolivia, cabe reproducir un planteo de neto corte gramsciano enunciado por Alvaro García Linera, el actual vice-presidente de este país andino: […] hoy, los movimientos sociales a la cabeza de organizaciones indígenas, campesinas y vecinales, están ante la oportunidad extraordinaria de definir con su participación directa la estructura de poder estatal y el nuevo sistema político que habrá de surgir de esta crisis. La pregunta es si hoy los movimientos sociales serán simples mecanismos de contención del poder de las elites o parte minoritaria de la nueva estructura de poder, o bien parte hegemónica, dirigente del nuevo sistema estatal.24
Más allá de los matices y polémicas alrededor de las potencialidades y límites de estas experiencias, algo resulta claro: no cabe pensar en respuestas de antemano. Por ello, a modo de cierre final quizás sea importante insistir en que la vigencia y profunda vitalidad interpretativa de la categoría de política prefigurativa, no debe opacar el necesario ejercicio de traducción, actualización y recreación de esta noción, en función de las tareas específicas que cada nueva situación política nos plantea en esta “unidad problemática” que es América Latina. El desafío, en suma, estriba en confrontar empíricamente a este potente trípode de intelección, con el crisol de luchas y resistencias que, de manera desigual y combinada, hoy circundan el subsuelo de nuestro irreverente continente, para sopesar hasta qué punto sale indemne de ese ineludible choque praxiológico. Este necesario ejercicio de análisis en profundidad, de las diversas experiencias concretas de los movimientos populares latinoamericanos, será sin duda tema de futuras investigaciones, aunque confiamos en que la historia absolverá a nuestra novedosa “unidad de medida”.
Al respecto, pueden consultarse los siguientes textos: Ouviña, Hernán (2004), “Zapatistas, piqueteros y sin tierra: nuevas radicalidades políticas en América Latina”, en Revista Cuadernos del Sur, núm. 37, Editorial Tierra del Fuego, Buenos Aires; Ouviña, Hernán (2007), “Hacia una política prefigurativa: algunas reflexiones e hipótesis en torno a la construcción del poder popular”, en VV.AA. Reflexiones sobre el poder popular, Editorial El Colectivo, Buenos Aires; Ouviña, Hernán (2011a), “Especificidades y desafíos de la autonomía urbana desde una perspectiva prefigurativa”, en VV.AA. Pensar las autonomías, Editorial Bajo Tierra, México; Thwaites Rey, Mabel (2004), La autonomía como búsqueda, el Estado como contradicción, Editorial Prometeo, Buenos Aires; Mazzeo, Miguel (2005), ¿Qué (no) hacer?, Editorial Antropofagia, Buenos Aires; Modonesi, Massimo (2010), Subalternidad, antagonismo, autonomía, Editorial Prometeo-clacso, Buenos Aires.
Thwaites Rey, Mabel (2004), La autonomía como búsqueda, el Estado como contradicción, Editorial Prometeo, Buenos Aires, p. 37.
Olson, Mancur (1992), La lógica de la acción colectiva, Editorial Limusa, México; Tarrow, Sidney (1997), Poder en movimiento, Editorial Alianza, Madrid.
Pizzorno, Alessandro (1994), “Identidad e interés”, en Revista Zona Abierta, núm. 69, Madrid; Melucci, Antonio (1994), “Asumir un compromiso: identidad y movilización en los movimientos sociales”, en Revista Zona Abierta, núm. 69, Madrid.
Althusser, Louis (1969), Sobre el trabajo teórico. Dificultades y recursos, Editorial Anagrama, Buenos Aires, p. 11.
Resulta imposible reseñar la inmensa cantidad de movimientos populares que emparentan sus prácticas y dinámicas de construcción con lo que denominamos política prefigurativa. A modo de simples ejemplos, podemos mencionar al movimiento zapatista y al Frente Popular Francisco Villa Independiente (México), al Movimiento de Pobladores en Lucha (Chile), al Movimiento Sin Tierra (Brasil) y al Movimiento Popular La Dignidad (Argentina). Cada uno de ellos tiene características distintivas; no obstante, en todos los casos estamos en presencia de organizaciones de base territorial que despliegan políticas prefigurativas en su accionar cotidiano. Para un análisis profundo de algunas de estas experiencias, puede consultarse (Ouviña, 2004 y 2011a).
Ouviña, Hernán (2007), “Hacia una política prefigurativa. Algunos recorridos e hipótesis en torno a la construcción del poder popular”, en VV.AA. Reflexiones sobre el poder popular, Editorial El Colectivo, Buenos Aires; Ouviña, Hernán (2011b), La noción de política prefigurativa. Un análisis de su productividad teórica a partir de la lectura de la obra de Antonio Gramsci y Lelio Basso, Tesis para optar al grado de doctor en Ciencias Sociales, Universidad de Buenos Aires.
En sus notas carcelarias, Gramsci apela a la metáfora militar de las “casamatas” (que son fortificaciones destinadas a defender tanto la artillería como las tropas propias) para aludir a aquellos espacios, instituciones y territorios que constituyen a la sociedad civil, y que pueden definirse como instancias que “amurallan” o resguardan al núcleo del poder estatal. Es importante aclarar que para Gramsci este tipo de “casamatas” y “trincheras”, si bien no son neutrales, deben ser concebidos como ámbitos de disputa y lucha cotidiana, donde cabe librar una batalla integral y prefigurar nuevas relaciones sociales, desde la perspectiva emancipatoria de los sectores subalternos. Apelando al lenguaje bélico, Gramsci denomina a este tipo de estrategia revolucionaria como un proceso complejo y multifacético de despliegue de una “guerra de posiciones”.
Con este concepto, se intenta dar cuenta de la unidad dialéctica en función de la cual la dualidad es sustituida por una relación de heterogeneidadcomplementariedad entre las partes. Para un desarrollo de esta noción, puede consultarse Della Volpe (1973), “Il principio di indentita tautoeterologica e la dialettica scientifica”, en Logica come scienza storica, Editorial Riuniti, Roma.
Vakaloulis, Michel (2000), “Antagonismo social y acción colectiva”, en Revista del Observatorio Social de América Latina, núm 2, Editorial clacso, Buenos Aires.
Al respecto, véase en particular Basso, Lelio (1969), “La partecipazione antagonistica”, incluido en Neocapitalismo e sinistra europea, Editorial Laterza, Bari.
Thwaites Rey, Mabel (2004), La autonomía como búsqueda, el Estado como contradicción, Editorial Prometeo, Buenos Aires.
Gramsci, Antonio (1991), “El problema de las comisiones internas. Apostilla”, en Escritos periodísticos de L’Ordine Nuovo, Editorial Tesis XI, Buenos Aires, p. 61.
Oliver, Lucio (2009), “Conflictos y tensiones en torno del Estado ampliado en América Latina: Brasil y México entre la crisis orgánica del Estado y el problema de la hegemonía”, Favela Gavia, Margarita y Guillén, Diana (coord.), América Latina: los derechos y las prácticas ciudadanas a la luz de los movimientos populares, CLACSO, Buenos Aires, p. 62.
Como advirtió Hebert Marcuse, la noción de “desarrollo de las fuerzas productivas” establece una continuidad entre el capitalismo y el socialismo. En efecto, de acuerdo al autor de Eros y civilización, en virtud de esta ausencia de quiebre cualitativo, la transición hacia una sociedad auto-emancipada sería en primer lugar un cambio cuantitativo, cuya característica fundamental radicaría en un incremento de la productividad. Véase Marcuse, Hebert (1969), “La obsolescencia del marxismo”, en La sociedad industrial y el marxismo, Editorial Quitaria, Buenos Aires. Por ello coincidimos con Ricardo Graziano en que “reconocer el desarrollo de las fuerzas productivas, tal como tiene lugar en la industrialización capitalista, como el factor desencadenante que permite realizar el ideal humano, entraña desconocer la dimensión política presente en el interior del proceso mismo de producción fabril”. Graziano, Ricardo (1990), “Marx frente a la democracia industrial”, en Revista Doxa, núm. 2, Buenos Aires, p.34. Si bien no es el objetivo de este artículo, cabe plantear como uno de los ejes más problemáticos que signan a los movimientos populares, a la ecuación “desarrollo de las fuerzas productivas = premisas objetivas para el inicio de la transición al socialismo”. En particular, la polémica en torno a las políticas extractivistas y neodesarrollistas denunciadas por numerosas organizaciones ambientales e indígenas, no hace más que ratificar la urgencia de este debate abierto.