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Vol. 61.
Páginas 101-126 (mayo - agosto 2013)
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Madrigueras de piel y de casa: Cuerpos, sujetos y territorios políticos en Chile
Bodies, subjects and political territories in Chile
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Kemy Oyarzún
* Doctora por la Universidad de California, Irvine. Profesora asociada y coordinadora del Magíster en Estudios de Género y Cultura de la Universidad de Chile.
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Resumen

Esta discusión sobre biopolítica, producción y reproducción de la fuerza de trabajo se basa en la interpretación de entrevistas realizadas durante 2010, a trabajadores y trabajadoras de la agroindustria chilena de la VI y VII regiones. Más allá de un diagnóstico sobre las operaciones de poder sobre los cuerpos y la producción alimentaria, nos proponemos relevar los protagonismos de sexo y género en las profundas transformaciones económicas, sociales y políticas de sujetos reificados por el absolutismo del mercado; aquí el Estado ha sido fundamentalmente tanatológico en la dictadura y selectivamente tanatológico en la postdictadura.

Palabras clave:
Biopolítica
cuerpo
fuerza de trabajo
agroindustria
Abstract

This paper discusses biopolitics, production and reproduction of the labor force, based on the interpretation of interviews carried out during 2010 with agribusiness workers, the majority of whom were women of the VI and VII regions in Chile. Beyond a diagnose of the deployment of domination technologies tatooing the bodies and subjectivities involved in food production, both industrial and domestic, we foreground sexual and gender protagonisms in the profound social, economic and political transformations implied by market economies. Chile is a country where the State was fundamentally reduced to “politics of death” during the Pinochet Dictatorship, and selectively so during the Post Dictatorial period.

Key words:
Biopolitics
body
labor force
agroindustry
Texto completo

“Mi primer cuerpo se abrió al deseo. El segundo a su falta” Eugenia Brito, Emplazamientos

¿Consideraríamos biopolítica la reproducción de la fuerza de trabajo, el despliegue de “gasto” biofísico y psíquico que involucra “la producción de residuos en el cerebro, los músculos, los nervios, la mano del hombre”,1pero también los cuidados y el apego, los roces corporales, la leche, la mano en la escoba?¿Cuán “privada” sería la reproducción de la fuerza de trabajo si pensamos la familia en toda su dimensión sexual y socialmente reproductiva, si es precisamente en lo doméstico donde se realiza esa reproducción?. Más aún, si la organización neoliberal del trabajo anexa a la plusvalía el llamado “trabajo informal”, precario y temporal realizado fundamentalmente por mujeres en el nuevo orden agroalimentario mundial, ¿por qué no habría de ser trabajo también el doméstico, el más “informal” de los trabajos, el que en el caso de las trabajadoras temporales es doble producción alimentaria, una de consumo interno y otra para el mercado? ¿Es posible repensar como biopolítica la reproducción de la fuerza de trabajo, que tiene como protagónicos los cuerpos, los deseos y las actividades de las mujeres, nuda vida para el derecho y las ciudadanías, verdaderos desechos de la producción de mercancías, aunque esenciales para la reproducción del capital? En última instancia, ¿no es la abstracción del cuerpo (el del trabajo incluido) uno de los rasgos más definitorios del fetichismo de la mercancía?.

Ocupada con esas interrogantes, pasé un año yendo y viniendo a la Sexta Región de Chile, territorio afectado por el terremoto y el tsunami del 2010, junto a temporeras de anamuri (Asociación Nacional de Mujeres Rurales e Indígenas) y a un equipo interdisciplinario de estudiantes de pre y postgrado de la Universidad de Chile que se vincularon temprana y críticamente a las labores de reconstrucción del colectivo denominado “Cultura Viva”. Las asambleas ciudadanas, los grupos operativos, las diversas metodologías protagónicas y, particularmente, las entrevistas en profundidad, nos fueron abriendo capas geológicas y genealógicas de subjetividades (individuales y colectivas) cuya armazón se fragilizaba desde antes de la catástrofe y remitía a los precarios articulados entre cuerpos, territorios y poder, en el contexto de las profundas transformaciones neoliberales en curso desde el Golpe Militar y sostenidas durante toda la postdictadura. En otro estudio, me he detenido a analizar la asociación de la transición con “traición”, “transacción” o “negociado”, conceptos todos referidos persistentemente por los entrevistados en dos transiciones: a) aquella que marca el deslinde entre la Reforma Agraria de los años sesenta y la Dictadura Militar y b) otra, contemporánea, que remite al pasaje entre la dictadura y la postdictadura.2Esos deslindes me son útiles aquí para configurar el contexto, la enunciación de los relatos que aquí interpretamos a la luz de los debates sobre biopolítica.

Hemos estado interpretando aquí los relatos escritos y orales que recogimos a partir de las tensiones de la producción globalizada de cuerpos, sujetos y culturas, teniendo en cuenta que las identidades son efecto de producción simbólica y material. Precisamente, en tanto desecho de sujeto el biopoder afecta las relaciones de sexo y género. Políticamente, los más radicales debates en torno a los cambios identitario-culturales remiten a urgentes proyectos democratizadores de país: ciudadanías macro y micro, recomposición de movimientos plurales. Las ciudadanías de los cuerpos se han venido sumando a las ciudadanías públicas, a pesar de las resistencias. La res pública resuena en las cosas más cotidianas; la polis se subvierte en tanto también se tensiona por dentro, desde los propios bastidores del cuerpo, la cocina y la casa, espacios que supuestamente no podrían ser incluidos en los conceptos tradicionales de ciudadanía. Tajantes oposiciones como aquéllas existentes entre ethos de cuidado y ethos de justicia, supuestamente femenino y masculino respectivamente, vienen desplazados desde antes en estos territorios semi-rurales desplazamientos que, sin embargo, se aceleran en las actuales condiciones. Las segregaciones corporales implican la reducción del deseo de las trabajadoras a la maternidad y la obstinada “jibarización” de las múltiples dimensiones de ellas al ámbito de la reproducción de la fuerza de trabajo. Los relatos nos mostraron que las tareas de reproducción de la fuerza de trabajo se han ido privatizando de manera acelerada, que recaen en varones, mujeres, niños y niñas. Con esas dos operaciones, lo que los testimonios examinados en este texto enfatizan, es que el trabajo doméstico y por consiguiente, el ethos de cuidados, succionan las múltiples aspiraciones y deseos de las temporeras a proyectarse como sujetos deseantes, plenos y soberanos, aunque las crudas realidades les muestren cuán difícil les resulta concretar esas proyecciones.

Para Foucault,

la vida se convirtió desde entonces, a partir del siglo XVIII, en un objeto del poder. La vida y el cuerpo. Antes sólo había sujetos, sujetos jurídicos a los cuales se podía retirar los bienes, la vida también, por lo demás. Ahora hay cuerpos y poblaciones. El poder se hace materialista. Deja de ser esencialmente jurídico.3

Concretamente, aquí nos interesa la biopolítica en dos sentidos: 1) del cuerpo convertido en objeto directo de poder y 2) de la modificación de la relación cuerpo y política, allí donde se plantean diferencias históricas radicales entre administrar la muerte (Soberano) o administrar la vida (disciplina), entre tanatología y biopolítica propiamente tal.

La gran diferencia entre dictadura y postdictadura en Chile desde el punto de vista biopolítico es que la primera, como en el caso del nazismo, se convirtió directamente en estrategia tanatopolítica, reduciendo el Estado a aparato represivo, máquina de muerte. Todos los cuerpos disidentes eran físicamente desechables porque los únicos cuerpos que merecían la vida eran los del déspota y su estirpe. El propio cuerpo de la Nación aparecía “enfermo”–enfermo de diferencias satanizadas–. Por ello, para Augusto Pinochet, el holocausto de la diferencia resultaba “quirúrgicamente” necesario en pos del cumplimiento de su proyecto de refundación nacional. La inmunidad no sólo requeriría en ese contexto una depuración ideológica, sino la eliminación, tout court, de los cuerpos que supuestamente enfermaban a la Nación. La metáfora del cáncer marxista tuvo ese sentido. Sebastián Acevedo lo entendió y por ello respondió auto incinerándose, investido, marginado y reducido a la madriguera de su propio cuerpo.4Cuerpo disidente. Cuerpo incinerado. Algo similar ocurre con los Mapuche en huelga de hambre durante la postdictadura. “Las golpizas llevan a huelgas de hambre como único camino”,5insistirá un joven en huelga. Ser el cuerpo y no meramente poseerlo para la venta o el alquiler. Ser la nuda vida, el desecho. Alcanzar la soberanía propia apoderándose del cuerpo, apropiado para morir. Ahí la diferencia radical entre autoritarismo y liberalismo, respectivamente.

La postdictadura, sin embargo, no desdeñará la tanatología. Administrará la vida políticamente a nivel de la población, pero reservará, con un sentido materialista y economicista, la gestión tanatológica para los cuerpos marginales, aquellos para quienes la regulación de la higiene, el trabajo, la educación y la salud, estarán claramente subordinados a la plusvalía del capital. Si bien la diferencia entre vida y muerte es menor en dictadura, para los sujetos cuya vida está desregulada en la postdictadura, esa diferencia continuará siendo ínfima. Trabajar y vivir en esas condiciones, “no es vida”, dirá una de las entrevistadas, analizada en otro estudio.6 Éste es el sentido selectivo de la tanatología aplicada a la intersección de sexo, clase y raza. En las trastierras postfordistas chilenas, las políticas de población no se aplican de igual manera a todo el pueblo. Si bien Foucault distinguió entre docilizar, disciplinar y controlar en términos históricos como hitos que se dan en el tiempo, en nuestros países esas “fases” se yuxtaponen y superponen con dramática simultaneidad.

La madriguera de lo privado

Lo primero a hacer notar para los efectos de esta interpretación es la bifurcación entre el “afuera” y el “adentro”, oposición muy significativa para la relación entre cuerpo e identidad. “De la casa para adentro” y “de la casa para afuera” marcarán una diferencia histórica radical en el proceso de urbanización agroalimentaria de una región en la que las culturas campesinas transitarán cada vez más y con mayor celeridad a la urbanización. A su vez, se resignifican los vínculos entre soma y sema, entre las inscripciones del cuerpo y del habla en esa reorganización de la cotidianidad. En este contexto, se potencian rearticulaciones significativas entre lo doméstico y lo público, lo femenino y lo masculino, lo familiar y lo social.

No pienso el cuerpo en términos ontológicos. Tampoco como mera “fisiología”, aunque no me parece menor que fuera John S. Mill, quien sostuviera que el hombre es dueño absoluto de su propio cuerpo para venderlo o alquilarlo. La idea de propiedad corporal del liberalismo incluye la vida misma y por lo tanto también el cuerpo para el trabajo remunerado, no así el cuerpo ni los cuidados para sí. Cautiverio social, en contraste, sería el encierro que marca la nuda vida de las mujeres en la reproducción.7 Primer y primario aquel laboratorio del domus, donde el encierro fue y es aún el mejor territorio de control y disciplinamiento corporal: espacio concentrado, repartido, distribuido y ordenado en nombre del Soberano. No hubo mejor taller para la fábrica, la cárcel o la escuela que ese íntimo espacio doméstico, dulce garra del dominio y la docilización, no abarcado por los estudios foucaultianos porque no constituía directamente una regulación de población. Ni el perfeccionamiento de la anatomo-política ni el perfeccionamiento de la biopolítica, ni el descubrimiento de la disciplina, ni el descubrimiento de la regulación, abarcaron la trastienda de la familia. En la propia madriguera de lo doméstico veíamos emerger las tensiones entre cuerpos y dominios. La palabra domus, emparentada a lo doméstico, también nos habla de poder, potestad y autoridad. Domus, “dominio”, refiere a la facultad de controlar a otras personas o hacer uso de lo propio. A una trabajadora los padres le impidieron estudiar para que no saliera:

en el fondo mis papás no querían que estudiara, que ellos encontraban que darle estudios a alguien era como, como darle soltura, como dicen ellos, como darle libertad... yo creo que sentían que íbamos aser malas niñas(M25F; énfasis mío).

¿No es al calor del hogar donde se fraguan las identidades corporales y sexuales, tensionadas por formas específicas del poder-verdaderas madrigueras políticas, históricas e historizables?

Una de las trabajadoras entrevistadas insistía en que lo que pasa en la casa es mal visto: “me dicen: no, es que usted no sabe nada porque usted vive encerrada en su casa” (M25F). Luego, las contradicciones se acentuarán. Encerrada, ella no sólo “no sabría nada”. Su propia actividad resultaría invisible, desvalorizada, aparentemente no incorporada al concepto de trabajo, en la medida en que ni su producción de afectos ni de alimentos al interior de la casa habría pasado por el mercado. Por esto, otra temporera debe insistir:

Es que a mí me da mucho trabajo esta casa…, cuidar a las gallinas; yo tengo que cortar la madera y ordenar este tremendo patio, es mucho trabajo (N24F; mi énfasis).

Paradójicamente, sin embargo, para otras trabajadoras, precisamente el mundo de “afuera” es lo que debía ser evitado, al menos en la moralidad tradicional:

mi mamá así nos educó, de la casa pa´dentro, porque decía que así nadie iba a decir nada de nosotras (N24F); no quiero que mi hija ande suelta por ahí(N24F).

Adentro y afuera marcan entonces los límites establecidos para las economías políticas y morales de los cuerpos en las producciones agroalimentarias “off season”, en un país que, para 2005, era responsable de casi la mitad de las exportaciones del hemisferio sur a los lucrativos mercados, a las “sustentables” mesas de los países centrales.

Según un estudio de Abramo y Todaro, las mujeres están sobrerepresentadas en la economía informal.8 En 2003, en América Latina, la mitad de las ocupadas (50.1%) se ubicaba en la economía informal. Previo al trabajo de campo, los estudios secundarios nos mostraban que para el periodo comprendido entre los años 2009 y 2010, Chile había exportado 2.466.824 toneladas de fruta, equivalentes al 65% de la producción nacional, constituyéndose en el primer exportador del hemisferio sur, ocupando los primeros lugares como exportador mundial en varios productos, como la uva de mesa y la ciruela.9La agricultura chilena se había convertido en el empleador más grande y más desregulado de la tercera parte de las mujeres del país. En el caso expansivo de la fruta, el 84% de los trabajadores(as) durante la temporada alta son eventuales.10Allí se aplican las estrategias del “doble empleo”: trabajo permanente y temporal, involucrando a una mayoría de varones y mujeres respectivamente. Son nulos o frágiles los derechos esenciales del trabajo; la negociación colectiva es prácticamente inexistente para las trabajadoras. No hay prestaciones de seguridad social para el trabajo estacional, y sólo los servicios de salud precarios se aplican a las temporeras y temporeros. Los empleadores tienen el derecho a vetar las propuestas de los trabajadores11 en caso de haber negociación. Las trabajadoras deben agregar a esos malestares corporales, la doble o triple jornada diaria que muchas realizan como jefas de hogar, trabajando fuera y dentro de la casa y en menor caso, participando en los sindicatos.12

Como sabemos, a nivel local esas transformaciones implican de suyo pasar del viejo latifundio o minifundio a la agroindustria global. Ese proceso implica que la agroindustria temporal es quizás “el área donde los patrones de género acusan de manera más aguda la diferenciación de clase”.13Contraviniendo las demandas de una vida “puertas adentro”, las trabajadoras se fueron viendo obligadas a salir a los packings o a gameliar en las cosechas, “con las cajas de uva al hombro” (N24F) porque el sueldo de mimarido desgraciadamente no… no alcanzaba… o sea ahí como súper cuadradito (M25F). Ello no obsta para que, en la región, las mujeres produzcan para uso interno (por gusto dice una de ellas) pan horneado, crianza de gallinas y cabras, recolección de fruta, cosecha de algas y otros productos utilizados para la subsistencia diaria:

uno planta lechuga…pimentones, zanahorias, cebollitas, porotos, su matita de papas…harto alivio uno, no tiene que estar comprando todo…por gusto va y saca una matita de papa y hace su comidita…no la compra (DR 21FP).

Lo personal y cotidiano, los cuerpos mismos en sus actos de habla, transparentan las relaciones cotidianas de poder. En este sentido, las memorias de las mujeres entrevistadas relevan la historia inmediata y la situación laboral a partir de sus propias biografías y sus prácticas de memoria, estrechamente vinculadas a los lazos cotidianos vividos desde el ámbito de sus cuerpos y de la organización –supuestamente privada– de lo doméstico. La continuidad entre lo “privado” de la ética de cuidados y lo “público” del trabajo-mercancía, entre el valor de uso de la producción “privada” de alimentos y el valor de cambio de la producción agroalimentaria, entre la producción de afectos y la producción asalariada, se hacía presente en la medida en que para la temporera ambas actividades constituyen “trabajo”:14

trabajo desde hace 15 años, siempre de temporera, trabajando en los kiwis, uva, sólo temporadas cortas porque mis papás pasaban siempre enfermos, entonces tenía que salir con ellos al médico y cuidarlos, porque mi mamá temprano quedó en silla de ruedas…tenía que salir corriendo con ellos al médico casi todas las semanas… (N24F; énfasis mío).

yo t rabajé en los tomates… yo estaba trabajando pa’ poner luz en mi casa (M25F).

Fuimos advirtiendo que lo político ha tatuado la cotidianidad, la sexualidad, el género y la familia. La oposición binaria entre “antes” y “ahora” en este plano se entrecruza con la oposición entre “adentro” y “afuera”: “me entero que andan niñitas, lolitas, no sé po’… a las tres de la mañana con la cerveza, con el cigarro” (M25F). Las articulaciones entre cuerpo y cultura nos implican de suyo repensar lo micro-político no a expensas sino como registro diferenciado de lo macro político (el poder palaciego o el Estado).

Supuestamente, la nueva organización del biopoder absorbe el antiguo derecho de vida y muerte que el soberano detentaba y pretende convertir la vida en objeto administrable, lo cual nos insta una vez más a volcarnos sobre las nociones de biopolítica y biopoder. En los relatos que aquí nos ocupan, la inmediatez, la sexualidad y el cuerpo, constituyen una red microfísico-política que los diálogos protagónicos de nuestra propia producción de escucha no nos permitían desatender. Una nueva organización agroalimentaria se constata: “las mujeres han pasado de ser productoras de comida a ser consumidoras de comida basura” (A513 F). Se han venido anexando los cuerpos de hombres y mujeres a un rururbanismo propio de estas tres últimas décadas, con su sobrecarga de sometimientos materiales y desvalorización del tiempo trabajado, con sus pérdidas de lazos comunitarios e identidades fracturadas, con su incomunicación y sus desconfianzas, con sus nuevas colonizaciones corporales, deseantes y sexuales.

Primera y segunda piel

Para el derecho estadounidense el cuerpo es una mercancía. Para el sistema francés, en cambio, no se trata de algo traficable: la relación que establece la persona con su cuerpo, más que un derecho de propiedad, implica un derecho subjetivo relativo.

Cuerpo en sí mismo y cuerpo vivido, Didier Anzieu (1980) refiere al yo-piel como un proceso psicofísico que reconfigura las vivencias del interior y del exterior del cuerpo, allí donde el trauma o la violencia afectan la presencia de un espacio virtual que actúa como un tercero, separando y discriminando la carnadura de uno y de otro. Según Anzieu, las transacciones entre el yo/piel y el mundo constituyen operaciones que se dan a lo largo de toda la vida:

El desarrollo del aparato psíquico se efectúa en grados sucesivos de ruptura con base biológica; rupturas que, por una parte, le permiten escapar a las leyes biológicas y, por otra, hacen necesaria la búsqueda de un apuntalamiento de todas las funciones psíquicas en funciones del cuerpo.15

Carnal y ruidosa entonces, la producción vinculada al apego y por extensión a las prácticas de cuidado, encuentra en las funciones corporales su soporte: sonrisas y llanto, suavidad y violencia del contacto, calor y frialdad física, solidez y fragilidad del acunamiento, pecho “malo” o “bueno”,16alimentación, compañía, desapego. Comunicaciones táctiles, visuales, sonoras, olfativas son estos vínculos primarios. Sobre esos soportes psicofísicos habrá de configurarse posteriormente la pulsión sexual y la vida deseante. Nunca en grado cero. Tampoco en “estado salvaje”. Siempre transformándose en relación a las máquinas históricas concretas y sociales. La comunicación con el mundo es de “piel a piel” y de “cuerpo a cuerpo”.17MerleauPonty se jugó a la posibilidad de trastocar la relación cuerpocultura. Se vive en un universo de experiencias, en intercambio directo con los seres, las cosas, con y desde el propio cuerpo.

Para Braidotti,18 el cuerpo no es esencia ni mucho menos sustancia biológica. Antes bien, juego de fuerzas, el cuerpo emerge como producción deseante, proveedor y transformador de energía, superficie heterogénea de intensidades. Judith Bu-tler19 devela que el sujeto encarna siempre en movimiento, para desplazarse, móvil y performativo por la primera y segunda piel: hito en un proceso de fuerzas (afectos y desafectos) que se interceptan según variables tempo-espaciales, históricas y territoriales.

En el plano estrictamente biofísico, social y político, se ha venido disciplinando y controlando. Más también, y sobre todo en el régimen neoliberal, se ha venido “mal administrando” la propia vida. Por ello, en primer término, los relatos y nuestras experiencias de escucha nos obligaban a replantear la antigua relación entre bíos y zoé, entre vida humana y vida-especie. La nuda vida de Agamben, recogía aquel resto humano que queda al ser el sujeto despojado del derecho, porque es esa la vida que ha sido politizable desde los orígenes, vida anexada a la Ley, al Soberano. Luego, ese desecho de sujeto, eso que sobra del cuerpo en el hipercapitalismo es replicado por extensión a una población civil entera en el caso de los estados de excepción, sobre todo si éstos están insertos en situaciones neo y/o postcoloniales. Las dictaduras del Cono Sur son tatuajes de ello.

Constatábamos que no sólo se producía la reorganización del trabajo agroalimentario con el ingreso masivo de temporeras mujeres, sino que con ello se trastocaban radicalmente las fronteras entre primera y segunda piel, particularmente, a partir de los vínculos al interior de las familias. La auto percepción de cuerpos enfermos nos resultó abismante en todo el trabajo de escucha, en los emergentes de los trabajos grupales,20 en los relatos orales, en las entrevistas. Ello es especialmente relevante en relación a la producción de producción, constituida por la perpetuación de cuerpos que a futuro garanticen la venta de su energía al mercado laboral. Es, en ese proceso, que las trabajadoras irían cambiando profundamente la carnadura de sus identidades. Emergerían nuevos moldes laborales y alimentarios, distintas formas de matrimonio y cohabitación, junto al incremento inusual de mujeres jefas de hogar.

De la vida y la tanatología

Antes de hablar de sujeto, me parece indispensable pensar en los procesos, biotecnologías y disciplinas de la des-subjetivación?, forma perversa de tanatología, una de las cuales es la medicalización. La fertilización in vitro ha dejado al descubierto una estratagema neoliberal por excelencia: se introduce allí el fenómeno de los úteros rentables sin que el sujeto/cuerpo haya logrado reconocimiento en el ámbito del derecho. La penalización del aborto constituye otro ejemplo de des-subjetivación. En ambos casos, los úteros entran a circular en la superficie del socius, más allá o más acá de los derechos de las personas que los “portan”.

El economicismo ha implicado a nivel teórico una creciente brecha entre producción de alimentos y objetos (industria) y producción afectivo-sexual (reproducción de la especie y reproducción de la fuerza de trabajo). También un desconocimiento obstinado de lo cualitativo y de la subjetividad. Por otra parte, la falta de integración del pensamiento económico a los estudios culturales, ha llevado a desatender la dimensión comprehensiva del trabajo, reduciendo la noción de producción al rendimiento de la mercancía. En este sentido, el cuerpo-energía se engarza a la industria para adquirir valor “productivo” y ser visibilizado como bien social. En general, se restringe la noción de trabajo al mercado laboral y se presupone que no es trabajo la actividad “atípica”, tan generalizada en los países periféricos. Pero ese engarce es propiamente una operación del biopoder. Por otra parte, la energía afectivo sexual se invisibiliza como “improductiva” y “natural”, retornando al socius sólo como dispositivo de poder, estrategia de colonialidad del yo en su doble figura docilizadora: satanización y medicalización. Supuestamente, un cuerpo deviene patológico en la medida en que cesa de ser objeto de rendimiento y rentabilidad. En el caso del sexo femenino, el cuerpo no aparece como cuerpo para-si. Apéndice de la producción afectivo-sexual y reproductiva, se trata de “órganos sin cuerpo”, y, por tanto, “sin sujeto”. Me parece por ello importante relevar la compleja relación entre corporalidad y subjetividad en gran parte de la literatura sobre biopolítica.

Veíamos anteriormente que desde el punto de vista histórico, el pasaje de la biopolítica a la tanatopolítica tiene que ver con el nacimiento del nacionalismo, del sexismo y del racismo, canales de pasaje que hacen que la política de vida se transforme en política racial y en última instancia, en política de muerte. La invisible producción doméstica de alimentos, objetos, sujetos y relaciones contribuye a la supervivencia biológica de la sociedad, pero también reproduce identidades sociales y modelos vinculares. La preguntas por las condiciones en las cuáles se producen los “cuerpos”, las fronteras que los delimitan, y los saberes que los constituyen han venido adquiriendo relieve. Toda una economía política yace aquí para dar cuenta de los usos y abusos del sexo, del cuerpo y la sexualidad, microfísicas, bioéticas y biotecnologías de poder.

En este sentido, no he querido pasar por alto la reflexión sobre el proceso de reproducción de la fuerza de trabajo (ft) en relación al biopoder; una productividad que encarna en cuerpos e identidades sexuadas por el impacto que tiene el ethos femenino de cuidado en esa reproducción.21 La ft es generada en el marco de la familia. La discusión no está del todo instalada en la literatura biopolítica, aunque la ft ha tenido un contundente recorrido crítico, sobre todo a partir de Marx. Me refiero a Meillassoux y Topalov.22Ellos han sostenido que el precio de la ft es inferior a su valor, particularmente en países como los nuestros, que se caracterizan por procesos laborales atípicos desde el punto de vista capitalista, siendo precisamente esa peculiaridad la que da cuenta del importante soporte bio y psicofísico de aquella parte de la reproducción que no está cubierta por el salario. Hemos visto en qué medida la relación entre reproducción y producción se complejiza en el caso del trabajo temporal y de la invisible producción doméstica. El trabajo doméstico entonces produce un valor de uso que está contemplado en el valor de cambio de la ft, en el salario directo que percibe quien vende su energía física y mental en el mercado del trabajo. Sabemos que en la producción capitalista, la ft deviene mercancía. De ahí, la conocida cita de Marx: “el valor de la fuerza de trabajo es el valor de los medios de subsistencia necesarios para la conservación del poseedor de aquéllas”.23 Se supone que los medios de vida se extienden también a la “prole” para perpetuar la ft, cuyo valor radica en el valor total de otras mercancías requeridas para la producción y la reproducción de ésta. Como sabemos, en el postfordismo lo común es que el salario se ubique por debajo del valor de los medios de consumo requeridos para la reproducción de la ft. En Chile, esa situación se radicalizó en la dictadura y se ha perpetuado en la postdictadura, no cumpliéndose o precarizándose los tres requisitos que Meillassoux establece para el valor de la ft: el sustento de los trabajadores, su mantenimiento en períodos de desempleo y la sustitución de los y las trabajadoras a partir de su descendencia.

La neo liberalización de la agroproducción chilena ha implicado un tipo de desajuste entre “salario directo” e “indirecto” que vale la pena mencionar, con todas sus connotaciones bioéticas y biopolíticas. El primero refiere a la remuneración por la energía física y mental invertida durante la jornada de trabajo. Aquí, el salario no contempla ni la manutención ni la reproducción de la ft. Supuestamente, el segundo se distribuye por el Estado, pero sabemos que el postfordismo ha implicado no solo una desregulación de la relación entre trabajo y ft, sino sobre todo “jibarizar” el propio rol del Estado como proveedor o suplente de esa manutención. No sorprenderá a nadie, en consecuencia, que el Banco Mundial haya privilegiado ese rol para las mujeres. Serán las trabajadoras quienes deberán producir en la privacidad del hogar, el milagro de recuperar el fantasma que dejó la desaparición del Estado Keynesiano, supliendo ellas mismas la clásica noción de “canasta familiar”: “Invertir en las mujeres ofrece a los responsables de las políticas nacionales mayores rendimientos económicos y sociales al menor de los costos”.24 La práctica desaparición del llamado “rol social” del Estado, ha implicado el traspaso del salario indirecto a los hogares populares, sobre todo a las temporeras y a las jefas de hogar, cuyas cifras siguen escalando.

Es en este contexto que nos impactaron las referencias al agotamiento, a la enfermedad psíquica y física, a la reiterada mención de cuerpo y dolor por parte de las y los entrevistados:

Los mayores problemas que tenemos aquí es que los trabajos son sin contrato y no hay seguridad de nada. Las dos compañeras que se quemaron con químicos están muy mal, una no puede trabajar, tiene problemas con la vista y la piel (C6509F).

Los cuerpos expoliados constituyen la pervivencia de las políticas tanatológicas de la dictadura con un sentido de selección, marginación y segregación:

éramos 11 hermanos, yo era de las mayores, dos hermanos murieron en los hornos carboneros. Los encontraron muertos, no más. Mi hijo se quedó tontito por el horno, se desmayó, hace quince años, fue mal cuidado por el médico y ahora está mejor pero no puede trabajar, vive con nosotros (M523 F).

La agroindustria, las barriadas criminalizadas, los pueblos originarios son tangibles muestras de las políticas de muerte. Administrar la vida y dejar morir. Esa es la estrategia. El tiempo de vida se convierte en tiempo de muerte, particularmente en la actividad, en los trabajos, a partir del traspaso del salario indirecto a los hogares empobrecidos de nuestras trastierras:

Imagínese que yo soy una mujer enferma, que después de tantos años recogiendo fruta que me ha echado a perder las manos y la espalda y ahora tengo una enfermedad crónica con unos dolores que no me dejan dormir y para eso tengo que comprarme remedios que cuestan casi lo mismo que la jubilaciónencima que mi marido tiene diabetes y no le puedo dar lo único que yo se producir que son todo los tipos de dulces que hago con la fruta” (G526F).

Es un despojo lento, innombrado, invisible:

siento que no tengo vida; antes se hablaba de trabajar para el progreso. Ahora te dicen, ‘esto es lo que hay’ y si no te gusta, sonaste (A513 F).

De pieles, habla y subjetividad

Yo voy a los huertos y digo a veces “¡paren aquí porque están fumigando!”, y la gente sin ninguna protección; ni banderilla habían puesto…

Temporera, VIII Región

No es este el lugar de plantear en profundidad los problemas en torno al sujeto. Foucault advierte en varias ocasiones que la propia palabra remite a “sujeción”, dominio. Tampoco le preocupa saber cuánto se involucra el inconsciente en ese procesamiento biográfico de paradigmas socio-históricos para aprehender la subjetividad. Más bien, le interesa develar las intervenciones, las tecnologías, las estrategias, los usos y abusos, los dispositivos involucrados en la colonización del “yo”, de los cuerpos-energía, de la sexualidad concebida históricamente como tecnología de dominio.

En esta reflexión, más que interesarme por la “muerte del sujeto” en la postmodernidad, me mueve ir entendiendo en qué condiciones existenciales, concretas y políticas se dice o no se dice “yo”, en qué situaciones se invoca y practica la encarnación subjetiva, incardinación biopolítica que debería pasar por existir el cuerpo, por la inquietud de sí, por los cuidados de sí. No obstante, se vierte sobre la alteridad a expensas de sí. Aquí, la alteridad pasa a ser la cuestión primera: el bebé, los niños, los padres enfermos, el marido, los compañeros del sindicato: No hay algo que a uno lo pueda decir Yo soy.25 Decimos “yo” a un proceso que se forma en diversas identificaciones con otros en agencias de socialización (familia, iglesia, escuela, medios comunicacionales) que son peculiares, que condensan y articulan las condiciones materiales y simbólicas de una cultura dada. Baterías tecnológicas de los sujetos, esas instituciones. “Quien soy” se define en un campo de relaciones, tecnologías, tipos de discurso y estrategias de poder. Autoafirmación dialógica, entonces, más bien me interesa ir planteando las posiciones de sujeto, su performatividad y dinamismo, no solo en su estetización, sino a niveles micro y macro políticos, desde lo capilar a lo más ampliamente concebido como social. Más allá de las segregaciones en las que éstos han sido territorializados, prefiero ir abordando en sus nuevas interconexiones a los sujetos de producción, procreación, reproducción y creación.

Al historizar el cuerpo, la represión y sus subversiones, al plantearnos los sujetos como efectos de cultura, pasamos desde lo ontogenético (cómo se introyecta la noción de sujeto a nivel psíquico) a problemas mucho más directamente sociales: en qué condiciones se generan ciertas identidades, ciertas posiciones de sujeto. Nos podemos mover de lo individual a lo colectivo, sin olvidar que el concepto de individuación no es un concepto individual. Los momentos de conclusión que nosotros comúnmente llamamos “sujeto” no son sino resultado de una acción de las cosas sobre la piel, sobre los cuerpos vivientes. Lo que llamaríamos “sujeto” no es sino un momento de la dialéctica del cuerpo vivido, dialéctica que abraza al sujeto, a las cosas y a los seres con los que se relaciona: situación de mundo. Hemos heredado una tradición cristiana de moralidad que privilegia la renuncia de sí.26 Al hacerlo, hemos dejado muy atrás las tecnologías de autocuidado. Saber qué, quién se es ya no implica cuidarse sino conocerse, racionalmente, someterse a diversos dispositivos confesionales, autopunitivos, analíticos (del confesor al psiquiatra, sin dejar de mencionar las tecnologías disciplinarias de la pedagogía y la penalidad). La hermenéutica del “yo” tiene rasgos y recorridos propios en la cultura occidental y es capaz de agenciar para sí campos enteros de saber: economía, biología, psiquiatría, medicina, educación, criminología. En síntesis, podríamos decir que un sujeto construye identidad en un proceso de identificaciones, proyecciones e introyecciones. Sin embargo, esa “identidad” no es la única operación de los sujetos.

La hablante del epígrafe de esta sección enuncia “Yo”, consciente de su voluntad de expresión y de su discurso-acción: yo voy…y digo. Es una dirigente sindical. Su historia de vida muestra transformaciones radicales respecto a sí misma y a su relación con los y las demás. He querido concluir con ella por eso. En primer lugar, el trabajo se ha convertido para ella en opción:

Cuando tenía mis hijos chicos yo no podía trabajar, y mi trabajo es muy importante, yo les digo, es mi trabajo, mi sueldo`, con trabajo uno se siente más engrandecidan (C6509F; énfasis mío).

En segundo lugar, la hablante ha vencido el miedo a los juicios de las “chismosas”; le gusta trabajar y sale a organizar para el sindicato aunque le digan “vieja metía” (C6509F). Corajuda, se “mete en la jaula del león”. Es capaz de enfrentar a los patrones y vencer sus vigilancias, sus controles, sus listas negras. Los denuncia: “Hay demasiada prepotencia, nunca una termina de conocer al patrón” (C6509F).Devela las condiciones laborales y los pesticidas. Ha logrado la empatía de su pareja:

mi marido me apoya en mi trabajo como dirigente, “negra”, me dice, es para el bienestar de todos... mi marido no me dice nada por reunirnos aquí en la casa; hay otras compañeras que tienen problemas con el esposo por esto” (C6509F).

Esto no quiere decir que no tenga ni haya tenido conflictos entre la primera y la segunda piel, entre su deseo de transformación y su preponderante mandato de género para la reproducción. Como en el caso de la gran mayoría de las trabajadoras, siente culpa por dejar a los hijos:

estoy descuidando lo más importante que es el afecto de mis hijos, se sienten desprotegidos”. O “tenerlos en una sala cuna, eso es un lujo. Yo tengo una nieta y la cuido, estamos felices ahora, ella no está desprotegida. Mi hija está trabajando como temporera también y tiene 17 años (C6509F).

Más importante aún, esta dirigente se enfrenta a todo un sistema de valoración, lo desdice y se auto nombra, proceso en el que asume una posición de sujeto para sí y para otras:

Yo siempre he dicho que yo soy temporera, la palabra lo dice, nosotras somos de temporada, el nombre es lo que importa, a mí no me humilla el nombre, pero quiero que me respeten, que no dé vergüenza, es igual que me llamen asalariada.(C6509F).

La otra dirigenta entrevistada también insiste en la importancia de asumir un nombre, resignificar su valor, contraponer su afirmación a las prácticas invisibilizadoras:

Las temporeras no somos valorizadas; si no estamos nosotras !no hay exportación ninguna para el país y la agricultura! ¿Por qué somos tan mal valorizadas? Todo pasa por las manos de nosotras (M6609F).

Conclusiones

En un plano teórico, hemos puesto en práctica una crítica que emana de las nuevas condiciones, en la propia forja de los sujetos cotidianos: saberes incardinados en el sexo, en los cuerpos residuales y emergentes. Ello nos ha significado ejercer la crítica cultural generando saberes coyunturales que por concretos y auto reflexivos, dan lugar a subjetividades y prácticas de sentido incardinadas, capaces de proyectar las disputas con las máquinas hegemónicas más allá del fetichismo actual por lo pragmático, axiomático e inmediatista. Al biologismo de los cuerpos, a su naturalización, respondemos develando sus tatuajes biopolíticos y culturales. Al culturalismo abstracto, le debatimos con cuerpos y prácticas encarnadas en lo concreto, histórico y social. El diálogo crítico con la coyuntura es nuestro punto de partida para desmontar esencialismos y universales abstractos en tanto potencia la bisagra entre lo concreto, lo mediado y lo inmediato. Creemos que la desafección hacia los problemas cotidianos por parte del quehacer intelectual resulta tan enajenante a nivel metacrítico como a nivel estrictamente político: ella fragiliza el conocimiento y acrecienta la desvinculación del pensamiento con la vida, con lo vivido – dialéctica pulsional y transgresora de la energía en la cultura.

Me ha importado dejar al descubierto las perplejidades que acosan el campo de la cultura, el trabajo, el género. También la miseria que los circunda. Miseria de alma, pero además de infraestructuras, o sea miseria corporal. Siempre se trata del cuerpo, de cuerpos, energías en tensión con el lenguaje, pulsión contra discursos, fragilización de la simbólica. Por eso he intentado aquí enfatizar el cuerpo como espacio de ciudadanía. Ese es el marco de nuestro análisis e interpretación discursivos. La selección de nuestro cuerpo de estudio ha sido intencionada. Nuestras intervenciones y labores de escucha nos permitieron, más allá de un temprano diagnóstico sobre las políticas de reconstrucción post terremoto y tsunami de febrero de 2010, develar las operaciones de poder pre existentes en la agroindustria del país y resaltar el protagonismo de subjetividades reificadas por el hipermercado, aquí donde selectivamente el Estado postdictatorial viene perpetuando dispositivos tanatológicos utilizados desde la dictadura.

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