Ante el crítico y conflictivo escenario socioambiental de nuestro país, se expone una aproximación analítica al antagonismo social y a los procesos de subjetivación política de las luchas socioambientales. Se buscan analizar los modos en los que se activan ciertos impulsos de autodeterminación política y de autorregulación social para la defensa y gestión de los bienes comunes naturales. Se trata de la emergencia, el fortalecimiento y actualización de una política comunitaria que va prefigurando un orden alternativo al dominante. Un debate fundamental para la sobrevivencia humana frente a la crisis civilizatoria que el mundo vivo enfrenta.
Facing the critical and conflictive socio-environmental scenery in our country, we expose an analytical approach to social antagonism and the processes of political subjectivation of the socio-environmental struggles. We seek to analyze the modes in which impulses of political self-determination and social self-regulation are activated for the defense and management of the communal natural assets. We are talking about the emergence, strengthening and update of a communitarian politic which prefigures an alternative to the dominant order. We deal with a fundamental debate for the human survival in view of the crisis of civilization faced by the living world.
En la última década ha sido notable el ascenso de la conflictividad socioambiental en toda América Latina y en México, debido a una renovada estrategia de despojo y expropiación de lo común, la cual se expresa y al mismo tiempo se produce por la implantación de un nuevo sistema agroalimentario en manos de grandes transnacionales, a costa de la exclusión masiva de los pequeños productores rurales; así como por la continuidad, profundización, intensificación y expansión de proyectos encaminados al control, extracción, explotación y mercantilización de bienes comunes naturales, de la mano del desarrollo de numerosos proyectos de infraestructura carretera, portuaria y enclaves turísticos.
Claramente, estas políticas tienen su correlato en un álgido ciclo de luchas socioambientales, que en nuestro país son protagonizadas por pueblos indígenas y comunidades campesinas, además de los casos de vecinos, habitantes o afectados ambientales de las ciudades u otras espacialidades urbanas organizados para enfrentar diversos tipos de megaproyectos o desarrollos de infraestructura. En suma, se trata de decenas de sujetos colectivos que, entre las diversas problemáticas, luchan por la cancelación de presas hidroeléctricas, o de las más de 24 mil concesiones otorgadas por el gobierno mexicano en los últimos 12 años para el emprendimiento de proyectos de minería a cielo abierto, o contra la autorización de la siembra de maíz transgénico. Hay otro conjunto de resistencias que pelean contra proyectos de infraestructura carretera, ferroviaria, portuaria y aeroportuaria, emprendimientos que en conjunto están orientados a la reducción de costos y tiempos para la circulación de materias primas extraídas o de mercancías producidas. En las costas, existen comunidades de campesinos y pescadores que defienden sus tierras y la biodiversidad terrestre y acuática ante las presiones de los megaproyectos turísticos. En las ciudades, como es el caso de la Ciudad de México, existen decenas de movimientos en los barrios y pueblos originarios que luchan por impedir el proceso de urbanización y desarrollo de infraestructura sobre tierras de cultivo y de conservación. O muchas otras comunidades, colonias o barrios, que ya sufren algún tipo de afectación ambiental relacionada con su contigüidad a rellenos sanitarios, basureros a cielo abierto, confinamientos de residuos tóxicos, descargas industriales y residuales a ríos y otros cuerpos de agua. Y qué decir de las catástrofes derivadas de la explosión de ductos de petróleo en el centro del país, o de las comunidades aledañas a los campos de exploración, perforación y extracción en el sureste mexicano. En suma, se trata de una multiplicidad de resistencias que defienden sus territorios o que enfrentan los amagos del despojo, con las terribles consecuencias de devastación y sufrimiento ambiental.
Ante el crítico y conflictivo escenario socioambiental de nuestro país, nos interesa presentar una aproximación analítica al antagonismo social y a los procesos de subjetivación política de las luchas socioambientales, de “las formas y las dinámicas de conformación de subjetividades políticas en torno a (…) experiencias colectivas surgidas de relaciones de dominación, conflicto y emancipación”.1 Específicamente nos interesa rastrear cómo las tramas de conflictividad relacionadas con el despojo pueden generar o activar renovados horizontes de lo político para la defensa y gestión de los bienes comunes naturales. Se trata de la emergencia, fortalecimiento y actualización de una política comunitaria que no está garantizada de antemano, ni se encuentra exenta de contradicciones, pero es a través de ella que se puede ir prefigurando un orden alternativo al dominante.2
Pasemos pues, a pensar los aspectos más importantes de las trayectorias del antagonismo de las lucha socioambientales, centrando nuestra atención en los impulsos de autodeterminación política y en las formas de autorregulación social para hacer común la vida. Cabe señalar que, estos rasgos han sido conceptualizados como parte de un movimiento teórico que tiene su centro en la lucha misma, y en el que, de ninguna manera, pensamos que se trate de relaciones enteramente armónicas con la naturaleza, sino de sujetos atravesados por profundas contradicciones producidas por la vida en el capitalismo, cuyos modos de relación con la naturaleza no están regidos por prácticas totalmente sostenibles o desmercantilizadas. Sin embargo, sostenemos que cuando se activa un proceso de resistencia contra el despojo pueden llegar a producirse nuevos modos de reapropiación social de la naturaleza y de comprensión de lo ambiental, argumento que detallaremos más adelante.
Claramente un rasgo fundamental de estas luchas es su carácter territorial. Se trata de entramados comunitarios, entendidos como “sujetos colectivos de muy diversos formatos y clases con vínculos centrados en lo común y espacios de reproducción de la vida humana no directa ni inmediatamente ceñido a la valorización del capital”,3 que en este caso, tienen como particularidad su anclaje a un territorio determinado. En este sentido, las luchas socioambientales se caracterizan por la generación de un vínculo común con la tierra, el territorio y la naturaleza, centrado en la producción de valores de uso, aspecto vital para garantizar la subsistencia. Desde esta perspectiva, lo común y su cuidado es producto de la actividad humana, del hacer concreto orientado al disfrute cualitativo y directo de la riqueza social.
Ahora bien, pensemos en las múltiples y diversas formas o ámbitos de existencia de lo común. Ciertamente se encuentra la riqueza común del mundo material, en específico de los bienes comunes ecológicos o naturales como el agua, la tierra, los minerales y los bosques existentes en el ámbito local, tanto de la superficie como del subsuelo, conocidos también a nivel planetario como global commons, en los que se incluye la atmósfera o los océanos. Además, están los bienes comunes culturales; o sociales, como la salud y la educación; o lo común en el acceso a los medios de comunicación, el espacio electromagnético y la red de internet. Incluso, lo común existe, como lo plantea Negri y Hardt, en los saberes, lenguajes, códigos, información, afectos, como parte del resultado de la producción social necesaria para la interacción. En síntesis, lo común está asociado a lo que Dyer-Witherford reconoce como las esferas de lo ecológico, lo social y la red, y por mi parte agregaría lo cultural.4
Desde mi perspectiva, lo común se configura a través de una serie de sentidos, significados y prácticas sociales colectivas atribuidas a algún ámbito o medio que se usufructúa o produce mediante la cooperación humana, organizado bajo regulaciones autónomas o no plenamente sometidas a la lógica mercantil y/o estatal.
Si bien la existencia de lo común atraviesa la historia de la humanidad desde sus orígenes hasta la actualidad, con el despliegue del sistema capitalista se desata una lucha a muerte por subsumir y negar los sentidos y prácticas de producción de lo común. Tales batallas son enfrentadas por sujetos colectivos que emprenden variados procesos de defensa de aquello que se quiere despojar.
En este sentido, lo común adquiere profundo sentido si se piensa como categoría crítica, que siguiendo a Bonefeld, se trataría de “un concepto social que denota la existencia pervertida de las relaciones humanas”,5 lo que nos lleva a colocar la lucha contra el capital en el centro del análisis, en tanto lo común existe como negación del capital y su materialidad es expresión de la inestabilidad y fragilidad de las relaciones capitalistas incapaces de mercantilizarlo todo.
De modo que, pensar lo común como categoría crítica contribuye a iluminar el antagonismo histórico entre lo común y las formas variadas del despojo capitalista desde los inicios de la acumulación originaria, como pasaje histórico en Europa occidental en el siglo XIV, hasta nuestros días. Y es que la historia del capital es la historia de la subordinación del valor de uso al valor de cambio. Así, la generalización de la mercancía como la forma de la producción y la riqueza de la sociedad capitalista ha implicado el quiebre de una racionalidad adherida al valor de uso de la producción social y al trabajo concreto.6
De ahí que los proyectos del capital en su carrera por ocupar y apropiarse de los territorios en disputa, impongan una temporalidad abstracta centrada en la valorización del valor, misma que entra en tensión con las espacialidades y temporalidades locales.7 Se trata de una lucha por funcionalizar y enajenar el espacio, por transformarlo en un espacio abstracto a través de la eliminación de sus formas y modos de vida.
Dichas territorialidades están constituidas por un denso tejido de relaciones sociales y de entramados comunitarios en torno a la producción de lo común, que aún con largas historias de división, pueden llegar a cohesionarse frente a la tensión que produce la temporalidad del capital. De modo que la dimensión espacio-temporal de lo local se expresa en una red de poder social que de modos múltiples existe en la vida cotidiana. Se trata de redes territoriales o asociaciones variadas de lo social, que en forma de relaciones de parentesco, etarias, estudiantiles, laborales o de afinidad, comienzan a funcionar como un soporte básico y primario para la lucha.
En las experiencias que he estudiado, la amenaza de los megaproyectos con su correlato ineludible de contaminación y despojo, va produciendo una oposición comunitaria, un NO que irrumpe ante la imposición, derivando –la mayoría de las veces– en un llamado autoconvocado, autónomo e intuitivo para la creación de un espacio colectivo de información y deliberación ante la desesperación e indignación que producen los procedimientos antidemocráticos, las irregularidades, las ilegalidades y la falta de información. Rasgos comunes en la mayoría de los procedimientos gubernamentales que buscan apresurar decisiones fundamentales para la implementación de los proyectos de despojo.
Y es que el interés por el desarrollo económico se vuelve una urgencia del Estado y de los intereses de acumulación e inversión “nacionales” o “trasnacionales” que implican una enorme fuerza política, mediática y, en muchas ocasiones represiva. El interés local por la vida comunitaria y conservación de los ecosistemas es, en comparación, una fuerza mucho más pequeña, que sin embargo, sostiene una resistencia anclada en la movilización y en la participación de los pueblos capaz en algunos casos, de obstaculizar los procesos de acumulación del capital, mediante el retraso o directa paralización de la implementación de los megaproyectos.8
Los cuestionamientos frente a la injusticia del poder y la indignación que produce la imposición van cultivando una experiencia de insubordinación atravesada por impulsos de autodeterminación. Se trata de la conformación de subjetividades políticas que van revelándose en naciente tensión con el monopolio y enajenación correspondiente a la política estatal. Hablo de impulsos, porque siguiendo a Holloway, no podemos pensar en la autodeterminación plena mientras las relaciones capitalistas sigan reproduciéndose, sino en impulsos constantes hacia la autodeterminación, que sólo pueden ser comprendidos como un proceso social.9 Bajo esta lógica, sin duda estos impulsos de autodeterminación no siempre se cristalizan en formas políticas más duraderas, o capaces de resistir o superar de manera continua la imposición. Sin embargo, lo cierto es que, más allá de la duración de las formas comunitarias de lo político, los tiempos extraordinarios de la lucha renuevan las capacidades sociales de autodeterminación.
Entonces, la emergencia de subjetividades políticas, es decir, la conformación de sujetos socio-políticos que se conforman colectivamente, se organizan y actúan en relación con algún asunto político en común,10 es posible por lo que Gramsci denominó el buen sentido de las clases dominadas,11 que se caracteriza por un tipo fundamental de conocimiento construido por la experiencia de lucha de los de abajo y que se potencia frente al violento avance del despojo. Luego entonces, podríamos decir que el buen sentido de los de abajo es una grieta –como ruptura con las relaciones sociales capitalistas–12 que hace posible que el desafío explícito florezca en medio de la dominación; un NO que es capaz de irrumpir como discontinuidad cuando se han superado los umbrales de la tolerancia.
Y, es que estos sujetos colectivos no son en absoluto un simple agregado de individuos, de grupos, de movimientos, sino una suerte de “iluminación” de la cual surgen esbozos de una nueva subjetividad.13 De hecho, el acontecimiento de lo comunitario aparece como negación de la forma individuo, unidad básica del proyecto de la modernidad capitalista.14 Basta recordar que, la introducción del individualismo ha estado relacionada con el reemplazo de la socialización comunitaria por la socialización mercantil, bajo la forma individuo y, una contraparte colectiva, que se ha compensado con la invención de una comunidad imaginada representada en la figura del Estado nacional.15
Cabe aclarar que el acontecimiento de lo comunitario por sí mismo no logra romper con las lógicas opresivas que históricamente han constituido las dinámicas colectivas de este tipo de sujetos sociales. Lo que si ocurre es que ante el conflicto se tienden a cuestionar o a problematizar aquellas lógicas a partir de la recreación y actualización de lo comunitario. Se trata de una lucha que va adquiriendo un carácter mucho más explícito, en la que ni la dominación, ni la emancipación están garantizadas de antemano.
En ese camino, la actualización de las tramas comunitarias incluye el fortalecimiento de los lazos con el territorio, proceso que además tiende a potenciarse con lo que Martínez Alier denomina lenguajes de valoración no mercantiles,16 que desde nuestra perspectiva actúan como formas culturales activas de los de abajo que se nutren de la experiencia histórica de vida en un territorio determinado. Los lenguajes de valoración no mercantiles contrarios a los lenguajes de valoración económicos, en ocasiones se construyen a partir de vínculos de larga duración con el territorio, tejidos por historias que se conectan entre sí a partir de la memoria colectiva.
Dicho lo anterior, la defensa del territorio no puede explicarse solamente como la emergencia de una nueva sensibilidad política de los pueblos con su entorno, sino como actualizaciones de lo que Ceceña llama “mundos de vida no predatorios”.17 De aquí que la memoria aparezca como una de las fuentes más potentes en la conformación de la conciencia colectiva condensada al calor de la resistencia. Es entonces que la política de la memoria cuando llega a operar como dispositivo de resistencia, no se funda en ver hacia atrás como un gesto nostálgico o romántico, sino como una manera de ir más allá de las relaciones sociales que los oprimen, es decir, como un proceso de transformación que parte de la negación de las expresiones más agresivas y predatorias del capital.18
La memoria como conciencia colectiva además, permite iluminar y potenciar los usos de la reapropiación social de la naturaleza para la satisfacción de necesidades humanas. Esto va clarificando la relación entre la estimación de los beneficios que la naturaleza brinda; y la lucha que debe generarse para defender los bienes y preservar el modo y los medios de vida con los que se cuenta.
En este marco, la auto-organización se convierte en una dinámica central para coordinar la cooperación social ante la evidente incapacidad, corrupción, complicidad entre gobiernos y empresas, y la limitación de los marcos institucionales y mecanismos de participación formal para frenar o desactivar los proyectos de expropiación. En este sentido, si bien en algunas coyunturas estos movimientos apelan a la utilización de canales institucionales y recursos jurídicos para retrasar o frenar el cercamiento de lo común, en la mayoría de los casos se evidencia una fuerte apuesta a la acción directa no convencional y disruptiva como principal herramienta de lucha para la presión política, así como a la articulación y coordinación con otras organizaciones sociales y experiencias de resistencia.19
Generalmente, hay una tendencia a dotarse de estructuras poco rígidas de organización, experimentándose formas organizativas basadas en la democracia directa, el uso de la figura asamblearia, mecanismos horizontales de toma de decisiones y para la participación de los miembros.
A este respecto, en las espacialidades rurales lo comunitario está menos erosionado, y pese a las presiones del capital y el Estado, continúa siendo un eje central de organización de la vida social-espacial. Cuando surgen estos movimientos de oposición tienden a hacer uso de las estructuras tradicionales comunitarias de organización para la deliberación y toma de decisiones de los temas relacionados con el conflicto.20
Mientras que en las espacialidades urbanas, la comunidad política concreta se encuentra –la mayoría de las veces– profundamente desgarrada, puesto que las abstracciones y ordenamientos del capital han logrado mayor cristalización y un eficaz reordenamiento de la vida social –o por lo menos así aparentan hacerlo–. Sin embargo, no habría que perder de vista que hay una lucha –la mayor parte del tiempo intersticial– por recrear lazos colectivos, y hacer común la vida urbana.
Lo cierto es que, tanto en espacios rurales como urbanos, las fisuras que estas luchas producen en la política institucional, están relacionadas con la incipiente generación de espacios públicos no estatales, inaugurando “novedosos escenarios de vivencia democrática y autogestiva, permitiendo retirar del Estado y de los agentes privilegiados del sistema capitalista el monopolio exclusivo de la definición de la agenda social”.21 Se trata de una política situada localmente y conjugada en tiempo cotidiano, una política no separada del hacer, que enfatiza la re-apropiación de las capacidades políticas y la voluntad colectiva autodeterminada por parte de las comunidades.
Como parte de la emergencia de subjetividades políticas, podemos ubicar la activa participación de las mujeres en los espacios comunitarios y la paralela modificación –por lo menos tendencialmente– de las formas de habitar la vida cotidiana, como interrupción de las relaciones históricas patriarcales de dominación. Se trata de procesos de subjetivación en marcha que coexisten conflictivamente entre los nuevos modos de relación y la propia tradición atravesada por la dominación que lucha por reproducirse.
Desde la perspectiva de Silvia Federici, los regímenes de propiedad comunal han comprendido márgenes mayores de acción para las mujeres, porque ante los pocos o nulos derechos sobre la tierra que éstas han tenido, lo común ha resultado fundamental como espacio de producción y de sociabilidad.22 De ahí que lo común, históricamente, haya estado relacionado con las economías de cuidado o de sustento en las que el papel de la mujer ha sido central.23 Es entonces que, el cercenamiento de lo común, implica necesariamente el debilitamiento de lo femenino y su capacidad de proporcionar apoyo y sustento a las actividades comunitarias.
Pese a esta larga historia de dominación sobre lo femenino, lo común se produce y reproduce en el amplio y denso espectro de la vida, en buena medida, por las actividades de cuidado y sustento de las mujeres en beneficio de la comunidad. En cierto modo, los conflictos socioambientales y la recreación de una política comunitaria antagónica al capital van revelando la capacidad productiva de las mujeres más allá de lo reproductivo, incluso con intervenciones inéditas en espacios que tradicionalmente habían estado dominados por los hombres. Esta capacidad de cuidado y recreación de lo común está relacionada con lo que Gutiérrez denomina política en femenino,24 la cual durante los tiempos de conflicto se potencia y se vuelve parte del poder comunitario para la defensa del territorio.
De aquí, que lo político, la comunidad y el territorio entretejan potentes capacidades contra el cercamiento de lo común y la asimétrica batalla contra el capital. Se trata de capacidades sociales en torno a la recuperación de lo político, a la recomposición comunitaria, al arraigo con el territorio, así como a la imaginación, experimentación y fortalecimiento de modos de autorregulación social basados en la solidaridad y la sostenibilidad para hacer común la vida.
En suma, se trata una racionalidad ambiental, entendida no como “la ecologización del pensamiento, ni un conjunto de normas e instrumentos para el control de la naturaleza y la sociedad, para una eficaz administración del ambiente”, sino como “una teoría que orienta una praxis a partir de la subversión de los principios que han ordenado y legitimado la racionalidad teórica e instrumental de la modernidad”.25
Al respecto, la configuración de sistemas de saber a contrapelo de la ciencia dominante adquiere suma relevancia. Tal es el caso de los discursos contra- expertos, en los que se van esgrimiendo y detallando los argumentos del rechazo y resistencia popular,26 constituidos a través de la propia práctica, los aprendizajes compartidos con otras organizaciones y mediante el contacto con organizaciones no gubernamentales y especialistas o profesionistas independientes. Estos elementos técnicos son procesados y articulados en un saber independiente al hegemónico, con capacidad de interpelar a gobiernos y empresas, e incluso de intervenir y formular soluciones a los problemas socioambientales.
Como parte de estos sistemas de saber, de igual forma aparecen los aprendizajes de epidemiología popular que las comunidades van adquiriendo, sin la ayuda de instituciones expertas ni de gobiernos, a partir de la reunión de datos e información científica para comprender las enfermedades que padecen.27 Esto se produce en aquellas comunidades que ya enfrentan algún grado de afectación o sufrimiento ambiental y en las que, ante la impunidad y negligencia del poder, se vuelven fundamentales las capacidades sociales de autocuidado y diagnóstico colectivo.28
Es entonces que la emergencia y recomposición del pensamiento ambiental abre la posibilidad de reconstruir formas de vida basadas en la solidaridad y la sostenibilidad a contracorriente de la devastación y violencia del capital. A este respecto, existen diversas experiencias comunitarias en todo el país, que además de defender sus bienes naturales, fortalecen y experimentan nuevos modos de gestión de lo común, basados en una serie de prácticas, mecanismos y métodos colectivos para garantizar la reproducción de la vida. Tenemos el caso de las comunidades que no sólo se niegan a sembrar maíz transgénico y a usar los paquetes tecnológicos promovidos por los gobiernos, sino que continúan produciendo la milpa y utilizan, e intercambian, semillas autóctonas, lo que fortalece la autonomía y soberanía alimentaria de sus comunidades. La Radio Ñomndaa “La Palabra del Agua”, una experiencia de comunicación entre varias más, que ha potenciado la integración, cooperación y colaboración entre las comunidades, convirtiéndose en un referente para la información y la organización en la lucha por la autonomía, la defensa del territorio, la libertad de expresión y el uso de la lengua originaria. Los cheranenses29 han logrado constituirse como municipio autónomo regido por usos y costumbres, y han recuperado y echado a andar un conjunto de disposiciones y prácticas colectivas para la toma de decisiones, como es el caso del Consejo Mayor y del Consejo Operativo; así como la Ronda Comunitaria para la protección de su territorio, lo que en suma, les ha dotado de mayor capacidad para cuidar su bosque y defenderse de los talamontes. O muchas experiencias más que han desarrollado proyectos productivos para la autogestión, y otras, como es el caso de la comunidades de Capulalpam de Méndez en Oaxaca que han logrado expulsar a las empresas papeleras de sus territorios y han logrado el control de sus bienes forestales, de la mano de una serie de alternativas puestas en marcha por la comunidad, entre las que destacan sus propias empresas comunitarias, basadas en el ecoturismo y en el aprovechamiento sustentable de sus bienes naturales.
Sin lugar a dudas, estos sistemas de saber y la apropiación de tecnologías son centrales para resistir al despojo capitalista y la consecuente devastación ambiental. Y es que, en medio del debate sobre las alternativas para enfrentar la crisis civilizatoria y ante las falsas soluciones que los gobiernos y corporaciones han impulsado dentro de la llamada “economía verde”, la respuesta que se apunta desde diversas latitudes y movimientos de abajo está orientada a fortalecer los entramados colectivos y los esfuerzos de recomposición comunitaria en espacialidades urbanas y rurales para la producción, gestión y recreación de lo común.
Sin lugar a dudas, la supervivencia y protección de los bienes comunes constituye una condición fundamental para la continuidad de la vida, la cual puede seguir y potencialmente estar a cargo de sujetos comunitarios, a partir de formas de autorregulación social que incorporen entre sus principios frenos y controles al mal uso de los recursos. Se trata de experimentar modalidades comunitarias que, mediante la confianza, la reciprocidad, la cooperación y la comunicación, hagan posible la gestión de lo común sobre la base de una relación sostenible con la naturaleza.
Definitivamente, estas luchas han logrado iluminar aspectos vitales para la sobrevivencia humana frente a la crisis civilizatoria que el mundo vivo enfrenta. Han ayudado a que problematicemos nuestra relación con la naturaleza, y a que entendamos la urgencia de la construcción de alternativas basadas en la solidaridad y la sustentabilidad.
Bajo esta mirada, consideramos que la defensa de lo común ante el despojo capitalista habilita un renovado horizonte de lo político para gestionar la vida más allá del ámbito público, ligado a lo estatal, y del ámbito privado, en relación con el mercado. Se trata de una política que actualiza, reinventa, prefigura e irradia un hacer común capaz de resistir, negar, subvertir y desbordar al capital y sus diferentes mediaciones orientadas a la valorización del valor. Un debate fundamental para la sobrevivencia humana frente a la crisis civilizatoria que el mundo vivo enfrenta.
Modonesi, Massimo (2010), Subalternidad, antagonismo, autonomía. Marxismos y subjetivación política, CLACSO, Buenos Aires, p. 16.
Las reflexiones que en este artículo se presentan se nutren fundamentalmente del trabajo de campo realizado desde 2008, en el marco de mi investigación doctoral “Luchas por lo común. Antagonismo social contra el renovado cercamiento y despojo capitalista de los bienes naturales en México”. Algunos de los sujetos colectivos con los que he trabajado son la Agrupación un Salto de Vida del Salto en Jalisco, el Consejo de Ejidos y Comunidades Opositores a la Presa la Parota (CECOP) y Radio Ñomndaa de Guerrero, el Consejo de Pueblos Unidos en Defensa del Río Verde (COPUDEVER) de Oaxaca, el Frente de Pueblos de Anáhuac de Tláhuac, el Frente Amplio Opositor de San Luis Potosí y la Tribu Yaqui en Sonora.
Gutiérrez, Raquel (2011a), “Pistas reflexivas para orientarnos en una turbulenta época de peligro” en Gutiérrez, Raquel (editora) Palabras para tejernos, resistir y transformar, Pez en el árbol, México, pp. 13- 14.
Entre los trabajos que se retomaron para pensar en las formas o dimensiones de existencia de lo común se encuentra (Negri y Hardt, 2011: 10); (Dyer-Witherford, 2007); (Simone y Giardini, 2012); y (Madrilonia.org, 2011: 57).
Bonefeld, Werner (2001), “Clase y constitución” en Bajo el Volcán, Posgrado de Sociología, BUAP, núm. 2, Puebla, p. 158.
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Por estructuras tradicionales nos referimos a la propiedad colectiva de la tierra, al sistema de cargos, la asamblea comunitaria, el tequio o la fiesta, propias de las comunidades indígenas en México.
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Para mayores referencias ver: Gutiérrez, Raquel (2011b), “Los ritmos del Pachakuti. Cómo conocemos las luchas de emancipación y su relación con la política de la autonomía”, revista Desacatos, núm.37, septiembre-diciembre, CIESAS, México, D.F.
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El sufrimiento ambiental aparece en muchos territorios como indicio del cercenamiento de lo común y de severos conflictos de contaminación y devastación. Siguiendo a Barreda, el sufrimiento ambiental tiende a vivirse desde el ámbito individual, como angustia personal, lo que encubre la violencia del capital como problema global y consustancial a su lógica. El sentido común dominante niega estas enfermedades y mantiene la desconexión con las causas que las originan, de hecho, como comentan Auyero y Swistun, la mayoría de las veces resultan contradictorios los significados que los propios habitantes otorgan a las enfermedades y malestares sociales con las causas del problema. Ver Barreda, Andrés (2011), “Riquezas y miserias de la civilización petrolera” Oilwatch Mesoamérica, 5 de septiembre. Auyero, Javier y Débora Swistun (2008), Inflamable: Estudio del sufrimiento ambiental, Editorial Paidós, Buenos Aires.
Desde abril de 2011, la comunidad purépecha de Cherán en Michoacán, ha logrado impulsar un proceso organizativo para detener a los talamontes relacionados con grupos del crimen organizado, que no sólo venían extrayendo madera de los bosques, sino además realizando una serie de robos, extorsiones, secuestros contra la población. Los agravios cometidos han reducido considerablemente los bienes forestales, de 27 mil hectáreas sólo quedan 7 mil. Para la defensa de su territorio los cheranenses están poniendo en práctica formas de participación y de toma de decisiones colectivas, logrando además, el reconocimiento estatal para regirse por usos y costumbres.