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Vol. 49. Núm. 2.
Páginas 253-290 (julio 2015)
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La época Monte Albán IIIB-IV y los Zapotecos
Monte Albán periods IIIB-IV and the Zapotecs
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Bernd Fahmel Beyer
Universidad Nacional Autónoma de México/Instituto de Investigaciones Antropológicas, Circuito Exterior, Ciudad Universitaria, Coyoacán México, Distrito Federal, C.P. 04510
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Resumen

Este trabajo se centra en los conceptos que subyacen a la periodización arqueológica de Oaxaca para analizar lo ocurrido durante los periodos IIIB y IV de Monte Albán. La crítica al esquema de Caso, Bernal y Acosta deja entrever que el desarrollo cultural de esta ciudad no fue igual al que se ha observado en su hinterland, donde la convivencia entre diversos grupos étnicos llevó a la complejidad social que caracterizó al valle durante el Postclásico. Aunque los resultados de los reconocimientos de superficie se prestan para cuestionar el enfoque étnico de la arqueología tradicional, sin éste la disciplina corre el riesgo de estancarse en la clasificación de objetos y la museografía de los hallazgos.

Palabras clave:
Oaxaca
Arqueología Zapoteca
cronología
Abstract

This paper focuses on the conceptual framework that underlies Oaxaca's archaeological periodization and the cultural process proposed for Monte Albán's periods IIIB and IV. A critical look at Caso, Bernal and Acosta's development scheme reveáis that this city diverged from other sites in the valley, where the interaction of different ethnic groups generated a rather complex social system. Although the results of extensive surface surveys question the use of an ethnic approach to archaeology, without it the discipline is at risk to devote itself only to the classification of objeets and their display in museums.

Keywords:
Oaxaca
Zapotec Archaeology
chronology
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Introducción

Las exploraciones arqueológicas en Oaxaca han bosquejado una larga secuencia cultural que inicia en el horizonte Paleoindio y termina con la integración del mundo indígena al contexto europeo de los siglos xvi y xvii. Buena parte de la información ha sido obtenida en sitios que merecieron la atención de los grandes proyectos institucionales, aunque también ha habido investigaciones menores, cuyos resultados no han sido incorporados al esquema general. Los nombres dados a las grandes épocas, periodos y fases provienen del entorno académico en el cual trabajó Alfonso Caso, y no necesariamente se refieren a los ensamblajes [assemblages] materiales hallados en determinados lugares.

Como marco histórico del mosaico cultural que distingue a la entidad, la propuesta de Alfonso Caso, Ignacio Bernal y Jorge Acosta (1967) da sentido al devenir de los pueblos que ocuparon los valles centrales y a la diversidad que se observa en los grupos étnicos actuales. Las contribuciones de John Paddock (1970a, 1970b, 1983a, 1983b) a la discusión sobre el paso del Clásico al Postclásico se apegan, en general, a las ideas de Bernal (1965a, emsp 1965b), aunque en su reconstrucción de los hechos procura vincular de forma directa el material arqueológico con los acontecimientos documentados en las fuentes coloniales. Por su parte, Richard MacNeish et al. (1967), en su proyecto sobre el valle de Tehuacán y Kent Flannery en sus trabajos sobre Guilá Naquitz (1986) y otros sitios del Formativo (Flannery et al. 1981) se refieren a las épocas tempranas.

Ahora bien, estudios recientes han cuestionado los planteamientos de la arqueología étnica y favorecido la aplicación de modelos teóricos a la distribución espacial de los materiales. Este procedimiento, sin embargo, ha confundido a muchos lectores, tanto especialistas como aficionados, que desean entender las divergencias que resultan con respecto a la historia elaborada por Alfonso Caso et al. (1967). En esta discusión figuran arqueólogos destacados, cuyos propuestas innovadoras merecen la atención en este trabajo. Otros autores han laborado en la caracterización de los ensamblajes que forman parte de la secuencia cultural oaxaqueña, sin aventurarse en la problemática que representa la periodización de los materiales. Sus contribuciones son importantes, pero a la luz de los argumentos de Thomas Kuhn (1971) y Robert Zeitlin (2000) conviene mantenerlas como respaldo de los planteamientos que puedan surgir en el futuro sobre los asuntos que falta resolver.

Así las cosas, queda clara la necesidad de iniciar un debate más amplio sobre las transformaciones ocurridas durante la época IIIB-IV de Monte Albán y las distintas maneras de entender la continuidad en los sitios del valle que fueron ocupados entre el Clásico tardío y el siglo xvi.

Antecedentes*

Tras una brillante carrera como arqueólogo, y la elaboración de importantes trabajos sobre la cerámica prehispánica de Oaxaca, en 1965 Ignacio Bernal redactó el capítulo del Handbook of Middle American Indians intitulado “Archaeological Synthesis of Oaxaca”. En este apretado resumen de la información obtenida hasta entonces señala

Muchas personas están preocupadas por el “bautismo étnico” de los vestigios arqueológicos. Acá sólo daremos un nombre étnico a las antigüedades que muy probablemente fueron hechas por los pueblos históricos con los cuales las vinculamos; no lo haremos con las culturas de los periodos tempranos o con aquéllas cuya conexión con el horizonte histórico no sea evidente. Por lo tanto, sólo aplicaremos el nombre zapoteco a las culturas de Monte Albán IIIA y posteriores cuyos descendientes, física y culturalmente, sin duda son los zapotecos del siglo xvi y de hoy. No consideraremos a una cultura como mixteca a menos que tenga los rasgos característicos de los mixtéeos del siglo xvi. Así, esperamos librarnos del peligro de realizar atribuciones étnicas falsas, sin caer en el extremo contrario de desvincular las culturas arqueológicas de las históricas y etnográficas (Bernal, 1965a: 788-789).1

Sobre la distribución geográfica de los asentamientos zapotecos del Post-clásico tardío añade:

[...] fuentes históricas indican que la ocupación de Tehuantepec y buena parte del Istmo por los zapotecos ocurrió poco antes de la Conquista, pero los objetos ahí encontrados se parecen mucho a los del valle de Oaxaca. Aunque no provienen de excavaciones estratigráficas, sí sugieren la existencia de establecimientos zapotecos en el Istmo desde el periodo Clásico de Monte Albán [...]. Por otro lado, el extremo norte y algunas de las partes occidentales del valle de Oaxaca se han considerado mixtecas; pero la cerámica colectada en sitios como Suchilquitongo o Cuilapan es fundamentalmente zapoteca, o más temprana. Sólo un delgado estrato superficial pertenece a una invasión mixteca, muy cercana al momento de la conquista española (Bernal, 1965a: 794).2

Aunque los estudios recientes de la lengua zapoteca y sus variantes han enriquecido este panorama, la información brindada por Bernal es suficiente para los propósitos de este trabajo.** A ésta agrega, más adelante, los tipos cerámicos que halló en los recorridos efectuados con Lorenzo Gamio y una valoración general de la situación arqueológica del valle:

[...] cerca del 90 por ciento de los tiestos recolectados en todos los sitios fue clasificado con facilidad como tipos de Monte Albán. Los demás 10 por ciento comprendían, sobre todo, tipos conocidos fuera del valle, que también suelen encontrarse en Monte Albán. Por otro lado, en los pocos sitios visitados fuera del valle, el porcentaje de tiestos que no caben en la tipología de Monte Albán subió rápidamente a un 60 por ciento. Ya que esto aplica a todos los periodos, podemos hacer una deducción importante: todo el valle de Oaxaca ha tenido una historia en común y constituye una unidad ecológica en la cual las mismas culturas se han sucedido unas a otras en el mismo orden (Bernal, 1965a: 795-796).3

Ahora bien, para Bernal el periodo IIIB de Monte Albán representa

[...] el climax y el fin de Monte Albán. Toda la ciudad parece haber sido reconstruida; casi todos los monumentos que se pueden ver hoy, al igual que muchas inscripciones jeroglíficas y tumbas, pertenecen a este periodo [...] No obstante, su definición y sobre todo su diferenciación del periodo IV son difíciles, porque la cultura de ambos es prácticamente la misma y lo que los separa es un suceso importante pero netamente local — el fin de Monte Albán. Por lo tanto, casi todos los sitios del valle tienen vasijas que pueden ser del periodo IIIB o igualmente del periodo IV, ya que no pueden ser clasificadas por separado. En Monte Albán no ha sido posible diferenciar estas cerámicas de forma apropiada, a pesar de las extensas exploraciones y numerosas tumbas. Sin embargo, hay algunos objetos del valle de Oaxaca que no han sido hallados en Monte Albán, y que indudablemente son tardíos. Esto sugiere que el estudio de los sitios tardíos en el valle podrá ayudar a resolver el problema (Bernal, 1965a: 804) (cursivas del autor del presente).4

De lo anterior se desprende que tanto en Monte Albán como en otros sitios del valle,

[...] cualquier cambio ocurrido entre los periodos IIIB y IV sólo fue somero, y que más bien estamos tratando con dos subfases de un periodo largo en vez de dos periodos. La distinción se hizo debido a que la caída de Monte Albán lo señala así. Esto no significa que todos sus habitantes se fueron, sino que la parte ceremonial fue abandonada; sus edificios ya no fueron reparados, y tampoco se construyeron nuevos. En cambio, debieron levantarse casas y usarse nuevas tumbas. Monte Albán se tornó en un cementerio habitado (Bernal, 1965a: 804) (cursivas del autor del presente).5

Con respecto a la segunda sub-fase indica que hay evidencia de ella en casi todos los sitios del valle: “In many places this culture, identified with Period IV at Monte Albán, seems to have survived until the Spanish conquest, though becoming more and more mixed or associated with the Mixtee culture” (Bernal, 1965a: 806); o sea, enfatiza que en muchos lugares la cultura identificada con el periodo IV de Monte Albán parece haber sobrevivido hasta la conquista española, aunque más y más mezclada o asociada a la cultura mixteca. Sobre esta última se expresa de la siguiente manera:

No pienso que sea riesgoso afirmar que los mixtéeos históricos fueron los portadores de la cultura Mixteca-Puebla en la región oaxaqueña [sic], aunque ello no significa que fueran sus iniciadores o portadores principales. De hecho, el mismo estilo se encuentra también en la fase final de la Chinantla y del área cuicateca. Esto recuerda el problema, del que ya hemos hablado, del papel que pudieron haber jugado otros pueblos en el desarrollo de las antiguas culturas de Oaxaca (Bernal, 1965a: 789-790) (cursivas del autor del presente).6

Finalmente ofrece una posible explicación al deterioro déla industria cerámica clásica, aunque con ella cierra las puertas a la susodicha participación de otros pueblos en el proceso cultural del valle:

En contraste con los periodos más antiguos, no hemos encontrado nada en esta época que venga de fuera. Al parecer, la cultura zapoteca se repliega sobre sí misma y se desliga de los eventos que dan cauce a Mesoamérica. Yo creo que esta total introversión fue responsable de la marcada decadencia estética y tecnológica durante el periodo IV [...] El proceso de “industrialización” se observa no sólo en la falta de individualidad, sino en las cantidades [...] La cerámica del periodo IV es abundante aunque displicente en calidad, como si hubiera sido producida en masa y sin cuidado (Bernal, 1965a: 805-807).7

La supuesta decadencia del periodo IV condujo a John Paddock a relacionar los materiales arqueológicos con la información documental del siglo xvi, y a enlazar el devenir de los habitantes del valle con el de los mixtéeos. Para ello pinta un escenario en el cual los primeros pudieron ser expulsados de su habitat por los serranos —para retornar al valle posteriormente (Paddock, 1970b: 225, 1986: 6-7). Las circunstancias que habrían llevado a dicho desplazamiento se resumen así:

Desde el abandono de Monte Albán como ciudad en funciones durante el siglo x hasta la conquista española, la cultura de los zapotecos del valle se nombra Monte Albán IV; pero de hecho, y en muchos sentidos, fue la continuación ininterrumpida de IIIB, incluida la paulatina caída que dio inicio mucho antes [...] El único intento conocido de establecer un nuevo estado zapoteco fue la legendaria, y arqueológicamente aún no comprobada centralización en Zaachila [...] Como demuestra Bernal, para entonces Mitla no era como la vemos ahora, centrada en un grupo de espléndidos palacios al norte del río. Su centro estaba definido por basamentos con templos, y no por grupos de palacios, al sur del río. Tanto los basamentos como los palacios de los periodos IV y V están representados en la cima de un cerro fuertemente fortificado a las afueras de la ciudad [...] El que una fortaleza tal fuera parte de la comunidad y — al parecer — solo presente vestigios de los periodos tardíos apunta hacia el surgimiento del militarismo [...] Hacia finales de IIIB y principios de IV, cuando Lambityeco era abandonada, hubo un auge constructivo en Yagul [...] El que éste coincida con los inicios de la construcción de la fortaleza de Mitla sugiere un movimiento generalizado hacia la ocupación de sitios fortificados y naturalmente protegidos, como reflejo de los cambios que estaban ocurriendo en toda Mesoamérica (Paddock, 1970b: 210-212).8

Tiempo después, Marcus y Flannery (1990: 196-197) pusieron en duda la expulsión de la población local para favorecer la idea de una adopción gradual de la cultura identificada con el periodo V. Para que arraigara esta propuesta hubo que discutir primero, empero, los resultados de las investigaciones realizadas en Lambityeco y el papel que desempeñó este lugar durante el periodo IV. La presencia de tipos cerámicos foráneos y la producción local de imitaciones halladas en éste y otros sitios del valle merecieron atención especial (Paddock, 1970b: 212-213), aunque Bernal ya las había comentado previamente:

El periodo IV da inicio con la aparición de elementos toltecas, en el sentido más amplio [...] en el valle no se conocen esculturas con una obvia influencia tolteca [pero] hay una serie de vasijas, nuevas en Oaxaca, que muestran influencia tolteca, posiblemente indirecta [...] El mejor ejemplo es el grupo de vasijas que copia la pasta, el color, y las formas de la vajilla Anaranjada Fina, característica de este periodo en Mesoamérica. Solamente en Monte Albán se han recuperado 36 ejemplares, y en el valle los tiestos de este estilo son comunes en muchos sitios. Por otro lado, tenemos dos vasijas del tipo Plumbate Tohil halladas en Monte Albán (Bernal, 1965a: 806-808).9

El hallazgo de estas vajillas en contextos que no guardaban más relación con el complejo cultural tolteca causó severos dolores de cabeza a quienes querían detallar la secuencia arqueológica de Oaxaca y diferenciar los materiales clásicos del inventario cultural postclásico (Marcus y Flannery 1990: 194-196). Muy diferente fue el caso de las inscripciones en piedra del periodo IV, cuyo formato recuerda los registros dinásticos de los códices mixtéeos. Aunque su estilo difiere de todo lo visto antes, no incluye elementos que puedan ser relacionados con la iconografía de los pueblos vecinos:

[...] las inscripciones más sencillas del periodo III, realizadas con base en combinaciones de símbolos y figuras muy grandes en comparación con la superficie de las piedras en que fueron labradas, dan lugar al uso de piedras menores que fueron cubiertas con escenas finamente talladas y considerable detalle [...] Aunque esta descripción parezca sugerir una influencia mixteca, los elementos en sí difieren claramente de aquellos que se encuentran en las inscripciones mixtecas (Paddock, 1970b: 213).10

Los estudios tecnológicos de la cerámica G3M contribuyeron de manera importante a la comprensión del periodo IV y su transición hacia el periodo V. Para Caso et al. (1967: 447-448) el G3M era un indicador de la época V que surgió a la par del G3 de Monte Albán, pero inspirado en los objetos cerámicos de la región mixteca. Los análisis de Feinman et al. (1990), en cambio, dejan en claro que el G3M del horizonte Postclásico representa el culmen de la tradición cerámica gris del Clásico. Su repertorio formal es semejante al de otras regiones de Mesoamérica, lo que significa que los talleres alfareros ubicados en el valle no fueron mixtequizados repentinamente.

La Época Monte Albán IIIB-IV

Con base en la definición de Ignacio Bernal (1965a: 804), que trata a esta época como dos subfases de un periodo largo en vez de dos periodos, los autores de La cerámica de Monte Albán asientan que:

El problema no es distinguir esta época de la anterior o sea la III-A ni de la que viene después, la V o Época Mixteca; estriba en saber si puede subdividirse en dos periodos, uno de ellos más antiguo que llamaríamos III-B, y el otro más reciente que llamaríamos IV. [Lo que las exploraciones nos dicen sobre el abandono y la destrucción de la ciudad] parece no manifestarse de un modo claro en la cerámica [...] Quizá la explicación más plausible sea que la ciudad no fue abandonada de golpe, sino que lentamente fueron destruyéndose algunos templos y palacios, mientras que otros continuaban siendo habitados y que en algunas partes se seguía la construcción de tumbas y de las estructuras que se levantaban sobre ellas. Esto nos explicaría el aumento en importancia de otros centros económicos, políticos y religiosos en el Valle donde concentraron el interés de la población e hicieron descuidar, poco a poco, la vieja ciudad sobre el cerro [...] Si además consideramos que la cerámica de esta época [...] en parte coexiste con objetos mixtéeos que caracterizan a la Época V, que existía en el Valle de Oaxaca cuando llegaron los españoles, tendremos que considerar que la Época III-B-IV comprendería desde 750? a 1500 (Caso et al., 1967: 381-382).

Sobre la cerámica de la época mixteca, en particular, añaden que:

Los barros característicos de esta Época V son naturalmente diferentes a los de las épocas anteriores; pertenecen a los tipos que se encuentran en la Mixteca [pero] Esto no quiere decir que los objetos hayan sido necesariamente importados de la Mixteca al Valle de Oaxaca. Son demasiado abundantes, no tanto en Monte Albán, pero sí en otros sitios como Yagul y Cuilapan para que esto parezca probable. Debe tratarse de copias locales de formas y barrosoriginarios de la Mixteca. Junto con estos tipos, que por las razones anteriores hemos llamado mixtéeos (poniendo una M al fin de su nombre, v.g. G3M), encontramos piezas fabricadas con los mismos barros tradicionales de Monte Albán y con las mismas formas que consideramos zapotecas. lista asociación es la que demuestra la contemporaneidad parcial a la que ya nos hemos referido de Monte Albán TV y V [...] Estos nuevos tipos, como sus nombres lo indican, son prácticamente iguales a los mismos tipos sin la M ya estudiados anteriormente. Por ello les hemos conservado esos nombres que señalan una relación aunque no una identidad. En fragmentos que no indican una forma concreta es imposible distinguirlos de sus epónimos de las épocas antiguas de Monte Albán, salvo en que a veces son más delgados y más finamente pulidos. El tipo G3M es, con mucho, el más abundante; no sólo es un gris delgado y pulido sino que con frecuencia presenta diferentes tonos, aun en la misma vasija (Caso et al., 1967: 447-448).

Ante resultados tan contundentes, John Paddock (1970b: 225) elaboró un resumen de la arqueología oaxaqueña en el cual plantea una cuestión que por mucho tiempo mantuvo viva la discusión sobre el Postclásico en el valle de Oaxaca: “Debido a que hubo una masiva invasión Tetlamixteca del valle, y la mayoría de los pueblos en los valles de Etla y Tlacolula fueron subyugados, si no poblados por los invasores, ¿cómo sabemos si la cultura Monte Albán IV no fue simplemente dada de baja y reemplazada por la cultura Monte Albán V de los Tetlamixteca?”11 Aunque la mayoría de los autores recientes no se pronuncia a favor de una invasión mixteca, la duda de Paddock persiste entre quienes atribuyen a los serranos el tipo G3M y la cerámica policromada. En este contexto, Richard Blanton (1978) propuso que el material arqueológico no necesariamente refleja una situación histórica o una identidad étnica en particular:

Acá nos distanciamos de Caso et al. y su noción de que la cerámica del periodo IV pertenece a la tradición zapoteca del valle, contemporánea con los materiales mixtéeos del periodo V. La cerámica del periodo V se encuentra en todos los lugares que hemos recorrido, tanto en las comunidades que debieron ser zapotecas como en las comunidades mixtecas. Sentimos que el periodo V es simplemente el periodo Postclásico tardío del valle (Blanton, 1978: 27).12

Cabe aclarar, que a diferencia de lo asentado previamente, en la Tabla 1.3 el autor fecha los inicios del periodo V alrededor de 950. Visto así, los periodos IIIB y IV quedan ubicados en el Clásico tardío, para ser reemplazados — como dice Paddock — por la cultura Monte Albán V. Kent Flannery y Joyce Marcus (1983) secundaron esta idea, subrayando la confusión que se generó al denominar mixteca a la cerámica gris de Monte Albán V:

Nombrar mixteca a la cerámica policroma o al tipo Yanhuitlán Roj o-sobre-crema quizá no esté tan mal, pero sentimos que referirse de esta manera a las vajillas grises G3M va en contra de toda la evidencia arqueológica de los últimos 10 años. Brockington (1973) ve al G3M surgir del complejo cerámico gris de los zapotecos del Clásico en Miahuatlan; nosotros vemos lo mismo en San Sebastián Abasólo [...] en una cueva en las afueras de Mitla se produjeron miles de vasijas G3M [...] la cerámica G3M predomina en las ruinas de Guiengola [...] Efectivamente, la mayor diversidad dentro del G3M ocurre en el valle de Oaxaca [...] y es más común en áreas con hablantes del zapoteco que en Yanhuitlán en la Mixteca. De hecho — para enfatizar el caso — si la cerámica G3M es mixteca, entonces los zapotecos no existieron durante el Postclásico tardío. Sin embargo, llamar zapoteco al G3M simplifica las cosas en demasía [...] Por lo tanto proponemos que se entienda a la cerámica G3M simplemente como la cerámica utilitaria que dominó la producción alfarera del valle de Oaxaca durante la época Monte Albán V, y concluimos que fue usada por todos los que se encontraban en la región en ese momento — zapotecos, mixtéeos, o aztecas. En nuestra opinión, su utilidad para determinar la etnicidad de los sitios, las residencias, o los entierros es próxima a cero (Flannery y Marcus, 1983: 278).13

Este nuevo esquema cronológico para los periodos IIIB-IV y V no sólo modificó el significado de numerosos sitios que Caso et al. (1967: 381-382) situaron en el Postclásico, sino la manera de entender las excavaciones de Lambityeco y el material que se obtuvo en los reconocimientos arqueológicos del valle. Debido a que en un principio Blanton no encontró en Monte Albán los indicadores del Clásico tardío hallados en Lambityeco, se pensó que buena parte de la gran ciudad había sido desocupada hacia finales de IIIB. Al descubrirse que en el valle hubo varios centros de producción cerámica del periodo IV que no estuvieron relacionados con Lambityeco, empero, la falta de dichos indicadores en Monte Albán ya no fue significativa. Las siguientes dos citas describen cómo es que Blanton (1978) aceptó que hubo una ocupación extensa en Monte Albán durante el periodo IV:

Cuando efectuamos el reconocimiento original de Monte Albán, parecía que el ensamblaje [assemblage] consistía en un IIIB “puro”, ya que no se reconoció en la superficie ninguna de las categorías típicas de Lambityeco, una comunidad bien conocida del periodo IV [...] Posteriormente abandonamos esta opinión, aunque sólo fuera por el momento. En el curso de su reconocimiento arqueológico de la parte central del valle de Oaxaca, Kowalewski identificó lo que a su sentir fueron varios centros de producción cerámica del periodo IV, cada uno con una esfera de distribución diferente y no relacionada con Lambityeco [...] Por lo tanto, la ausencia de materiales parecidos a los de Lambityeco no es evidencia de una falta de ocupación en Monte Albán durante el periodo IV (Blanton, 1978: 27).14

La historia demográfica de la ciudad desde su máximo en IIIB hasta el periodo V se desconoce debido a la falta de cerámica diagnóstica del periodo IV. Es probable que hubiera una población sustancial en Monte Albán durante el periodo IV, aunque la plaza principal estuviera abandonada. De las 172 tumbas excavadas por los arqueólogos del INAH, Sejourné consideró que 138 eran adecuadas para realizar un análisis del simbolismo ritual funerario en Monte Albán, 40 de las cuales pertenecen al periodo IV [...] Acosta (1965: 831) menciona un “enclave” del periodo IV en la pendiente norte de Monte Albán, donde se encuentra la mayoría de las tumbas de este periodo. Entre los tiestos colectados durante nuestro reconocimiento sólo algunos fechan en el periodo IV, como nuestra categoría 3030 [Fine Orange], y éstos fueron hallados cerca de la cima del cerro. Durante el periodo V el grueso de la población de la ciudad vivía lejos de la cumbre de Monte Albán, a lo largo de su base (Blanton, 1978: 101).15

Entre los tipos cerámicos de Lambityeco que comenta Blanton se encuentra el Anaranjado Fino Z o Balancán, pero no el X o Y que son más tardíos. En Monte Albán, en cambio, el tipo Y apareció en ofrendas que se hallan debajo de pisos de estuco intactos. Esta situación la explica Paddock de la siguiente manera:

En Monte Albán continuó cierta actividad constructiva después de que surgió y desapareció Lambityeco. Sin embargo, la cultura de Lambityeco no se puede acomodar en [el periodo] Monte Albán IIIB debido a que incluye muchos rasgos que no forman parte de IIIB, y varios de estos rasgos fueron identificados (antes de iniciar los trabajos en Lambityeco) como marcadores del periodo IV en las excavaciones de Monte Albán. De ahí que el complejo cerámico del periodo IV parecería dar inicio con bastante anterioridad al término de la fase constructiva IIIB en Monte Albán (Paddock, 1983b: 187).16

Los marcadores del periodo IV que menciona Paddock incluyen el Plumbate Tohil, hallado en Monte Albán y otros lugares del valle. Caso y Bernal (1965: 892-893) también se refieren a una copia local del Anaranjado Fino que es relativamente frecuente y aparece en sitios como Yagul y Monte Albán. Este tipo está asociado al Plumbate, ya que han sido encontrados juntos. Las formas de este “pseudo-Fine Orange” reproducen las vasijas “garra de tigre” y los cajetes esféricos de inspiración local, o copian las vasijas cilindricas con base anular de la costa atlántica. Sin mayor discusión del valor diagnóstico de dichas cerámicas, reportadas en todas las regiones de Mesoamérica (Fahmel, 1988), Paddock concluye que:

Un subproducto de las excavaciones en Lambityeco ha sido la mejor comprensión del periodo IV de Monte Albán. Este periodo ha sido difícil de definir porque no se conocía bien en Monte Albán; Lambityeco fue el primer sitio “puro” del periodo IV en ser excavado. La confirmación de Blanton de que Monte Albán siguió habitada durante el periodo IV (excepto por la plaza principal) apoya nuestra impresión de que Lambityeco fue ocupada antes de que la plaza principal de Monte Albán fuera abandonada, y que una parte de la población de Monte Albán continuó ahí tras el desplazamiento de la gente del periodo IV de Lambityeco hacia otro lugar — quizá la cercana Yagul. Seis de siete fechas de radiocarbono de Lambityeco se agrupan entre 640 y 755 A.D., lo que nos da una estimación presuntamente confiable (Paddock, 1983a: 201).17

Estas ideas no contravienen la definición original de la época IIIB-IV (Caso et al. 1967), aunque las fechas de radiocarbono obtenidas en Lambityeco reducen dramáticamente la duración del periodo IV, y con ello la del periodo IIIB. Tal ajuste permitió a Blanton (1978) relacionar el abandono de la gran plaza de Monte Albán con la caída de Teotihuacan y el supuesto fin del militarismo oaxaqueño:

El abandono de la plaza principal sin duda refleja el colapso de la institución política que tuvo su centro en dicho lugar. Desde mi punto de vista, por lo menos dos factores pudieron haber causado esa desaparición: Primero, y más importante, es que a principios del siglo vii A.D. Teotihuacan empezó a mostrar signos de decadencia [...] En algún momento, poco después del año 700 A.D., Teotihuacan fue abandonada masivamente y nunca recuperó su estatus como centro regional clave [...] Si el sistema político encabezado por Monte Albán creció en importancia durante el periodo III como respuesta al expansionismo militar de Teotihuacan, entonces el colapso de ésta habría reducido considerablemente el valor de una alianza militar en el valle de Oaxaca. Quizá la élite de las sociedades asociadas en el valle percibió que no valía la pena apoyar a la capital y a la institución política centrada en ella. La pérdida de este apoyo habría sido desastrosa para una capital política que carecía de una orientación económica fuerte (Blanton, 1978: 103).18

El interés por vincular el abandono de la ciudad con la intrusión masiva de grupos Tetlamixtecas y la historia post-tolteca de Oaxaca llevó a Paddock (1983b), por su parte, a subrayar la necesidad de escudriñar otros sitios para tener un panorama más amplio del sistema económico y político del periodo IV:

Lambityeco sugiere fuertemente que para 700 A.D., y probablemente algunas décadas antes, Monte Albán estaba en proceso de abandono. Para entonces Lambityeco era independiente en un grado significativo. El que esa independencia indique la pérdida del estatus de capital regional de Monte Albán no se puede determinar, sin embargo, con los materiales de Lambityeco solamente; deberíamos tener una lista de sitios del periodo IV, con fechas. Lambityeco, al igual que Miahuatlan, se sitúa bien como un desertor temprano del sistema económico y político de Monte Albán (Paddock, 1983b: 187-188).19

Desde la perspectiva de Michael Lind (1992), quien participó en las excavaciones de Lambityeco, el material de este sitio sugiere un desenlace diferente. Tras discutir los periodos IIIB y IV como un solo complejo cultural, menciona la presencia del Plumbate Tohil y el Anaranjado Fino Silho en Monte Albán, donde los contextos los ubican entre 900 y 1000 dC. Por otro lado, en Lambityeco

[...] el Anaranjado Fino Silho también se ha encontrado en el escombro de las últimas residencias construidas en los Montículos 190 y 195. Además, fechas arqueomagnéticas de 1035 d.C, 1050 d.C. y 1065 d.C. fueron obtenidas asociadas a un cajete trípode del tipo Anaranjado Fino Silho encontrado encima de las ruinas de la última residencia en el Montículo 190 [...] Las secuencias de Monte Albán y de Lambityeco, entonces, concuerdan (Lind, 1992: 182).

Ahora bien, los reconocimientos llevados a cabo en el valle central indican que en esta área los sitios IIIB son comunes, excepto en la porción oriental, donde la ocupación parece haber sido escasa. Es ahí en donde Stephen Kowalewski (1983) encontró dos grupos de sitios espacialmente separados que parecen haber tenido ocupaciones Monte Albán IV, aunque no se hallan sitios con complejos cerámicos semejantes al de Lambityeco:

Al norte y occidente del valle central existen partes con una serie de ocupaciones del Clásico tardío que parecen haber persistido hasta el Postclásico. Acá se podría argumentar la continuidad cerámica entre las vasijas gris -cremosa (sic) del Clásico [...] y el complejo arenoso-crema del Postclásico. El último consiste en vasijas utilitarias semejantes al Yanhuitlán Rojo-sobre-crema [...] No se les encuentra en Monte Albán, y son muy raras en el valle de Tlacolula [...] Tentativamente sugeriría que al inicio de Monte Albán IV hubo una disminución en la población de la parte noroeste del valle de Oaxaca, con una posible persistencia en pequeños asentamientos al occidente del valle central, y una concentración de la población restante alrededor de varios cerros fortificados en el valle de Etla.

Otro grupo de asentamientos que aparentan ser Monte Albán IV fue localizado en los cerros ubicados al oriente de la confluencia del río Salado y el río Atoyac [...] Cabría señalar, sin embargo, que el área cubierta por estos asentamientos tenía algunos sitios IIIB, lo que sugiere que la ocupación inició cuando Monte Albán aún era fuerte [...] En esta área los componentes del Postclásico temprano (Monte Albán IV) están definidos por la preponderancia de vasijas grises sin decoración, incluyendo ejemplos de los tipos G-35 y G3M temprano que estilísticamente son distintos a los de Monte Albán y Lambityeco, y en algunos aspectos quizá diferentes a los materiales postclásicos de Yagul y Cuilapan. Todo ello indica la existencia de varios centros de producción con esferas de distribución separadas en el periodo IV (Kowalewski 1983: 188-190).20

Dichos contextos enriquecieron la base de datos del periodo IV armada con la información obtenida en Jalieza y los sitios que Donald Brockington localizó en el área de Miahuatlan:

Al sur del área central la mayoría de la población del periodo IV residía en varias comunidades grandes [...] Con mucho, el sitio más grande del área reconocida es lalieza [...] Afortunadamente el área IV del sitio no coincide significativamente con las ocupaciones Illa y V, por lo que podemos verlo, en esencia, como un sitio con un solo componente (Blanton et al., 1982: 117-118).21

Además del complejo cerámico que evoca el origen de la vajilla gris fina G3M de Monte Albán V en la vajilla gris del periodo IV, el sitio 1A [al sur de Miahuatlan] produjo un tiesto de “Anaranjado Fino Z o Balancán” [...] Este espécimen se asemeja al Anaranjado Fino Bal-ancán descubierto por Paddock en los niveles que corresponden al periodo IV de Lambityeco (Kowalewski, 1983: 190).22

La información recabada posteriormente en el valle de Tlacolula, donde predominan los sitios del periodo IV (Kowalewski et al., 1989: 266 y 291), confirmó la distribución diferencial y complementaria de los materiales asignados al Clásico tardío y terminal, lo que creó nuevas paradojas que aún no han sido resueltas (Kowalewski et al., 1989: 301-305). Antes de entrar al debate sobre el significado de estos materiales conviene, empero, rescatar algunos de los argumentos empleados para distinguir e interpretar los periodos IIIB y IV en Monte Albán. En este sentido, Marcus y Flannery (1990) señalan que:

En los escombros hallados sobre las estructuras abandonadas del periodo III Caso encontró un complejo cerámico diferente, al que originalmente nombró periodo IV [...] Este era un ensamblaje [assemblage] cerámico mucho más monótono, dominado por grandes vasijas burdas del tipo que ahora conocemos como G-35, pero con una serie de formas adicionales como las ilustradas en las Figuras 317 a 375 de Caso, Bernal y Acosta (1967). Aunque había vasijas del tipo garra de murciélago e incensarios o braseros adornados con pequeños conos [...] la cerámica del periodo IV era estéticamente poco llamativa si se le compara con la cerámica extravagante de los periodos previos (Marcus y Flannery 1990: 192).23

En seguida los autores se refieren al trabajo tipológico de Kowalewski (1983: 190) y Kowalewski et al. (1989: 251-254), quienes han:

[...] identificado variantes regionales en la cerámica IIIB y IV [...] En fechas recientes el reconocimiento de los patrones de asentamiento del valle de Oaxaca [...] ha brindado la oportunidad de refinar aún más los diagnósticos de los periodos IIIB y IV [...] Por lo tanto, las diferencias entre IIIB y IV son aquéllas que uno esperaría encontrar entre la subíase temprana y la tardía de una fase más larga [...] En la mayoría de los casos, las diferencias entre IIIB y IV implican porcentajes (sic) o proporciones (sic) entre un tipo y otro, no sólo su presencia o ausencia (Marcus y Flannery 1990: 194-195).24

Hasta acá las nuevas apreciaciones coinciden con las ideas de Ignacio Bernal (1965a: 804), es decir, “estamos tratando con dos subfases de un periodo largo en vez de dos periodos. La distinción se hizo debido a que la caída de Monte Albán lo señala así”. La cuestión medular, sin embargo, nunca fue resuelta debido a que los datos recuperados en el valle exigen un análisis global más amplio y una explicación satisfactoria de los cambios acaecidos en la ciudad al final del Clásico. Entrampados en este debate, Marcus y Flannery (1990) concluyen que:

Con el paulatino debilitamiento de Monte Albán después del año 600 A.D., los centros del valle como Zaachila, Cuilapan, Macuilxochitl, Lambityeco, Mitla y Matatlán, y los que se encontraban en los cerros como lalieza aumentaron en importancia [...] Así empezó un periodo durante el cual los zapotecos ya no fueron gobernados por una capital central sino por numerosos centros que competían entre sí [...] Los periodos implicados son Monte Albán IIIB (aproximadamente 500 a 750 A.D.) y Monte Albán IV (aproximadamente 750 a 950 A.D.); y desafortunadamente la cerámica de los periodos IIIB y IV es difícil de diferenciar (Marcus y Flannery 1990: 191).25

Para inicio de la década de 1990 el material arqueológico dejaba en claro que el abandono de la gran plaza de Monte Albán divide al periodo IIIB en dos fases: la primera de ellas correspondiente al apogeo de la ciudad, y la segunda al florecimiento de los sitios que tiempo después conservaron las tradiciones del Clásico. Al mismo tiempo, y de forma paralela, se dieron los sitios y contextos conocidos como periodo IV, que también comprenden dos fases de desarrollo. Desde este punto de vista, los mapas del valle de Oaxaca que ilustran la distribución de los materiales IIIB y IV (Kowalewski, 1983: 188-189; Kowalewski et al., 1989: 266 y 291) dan señas de ser complementarios —y no de sucederse el uno al otro en el tiempo. La duración y problemática de cada fase aún está abierta a discusión, ya que el material excavado por Leopoldo Batres, Jorge Acosta y John Paddock en la Plataforma Norte de Monte Albán, o los contextos hallados por Richard Blanton y Stephen Kowalewski et al. recrean un panorama mucho más complej o de lo que puede describirse linealmente o plasmarse en una cuadro periódico (Kowalewski et al., 1989: 305). En su resumen de la información obtenida en el valle, Marcus y Flannery (1990) aclaran que:

El proyecto Patrones de Asentamiento de Oaxaca encontró 1073 sitios Monte Albán IIIB y IV; de éstos, 629 fueron asignados a IIIB y 444 a IV. La distribución de estos sitios, sin embargo, ha provocado un debate ya que la mayoría de los lugares asignados a IIIB ocurren en el valle de Etla y el valle Central, mientras que la mayoría de los lugares asignados a IV ocurren en los valles de Tlacolula y Zaachila-Zimatlan. Esto sugiere que están implicadas diferencias regionales [sic] y cronológicas [sic] [...] Kowalewski et al. (1989: 252) (sic) sugieren que los lectores incomodados por tales diferencias regionales pueden combinar, si así lo desean, los sitios del periodo IIIB [...] y los del periodo IV [...] en un solo mapa, llamándolo “Monte Albán IIIB-IV”. No obstante, advierten que la combinación de los sitios enmascararía algunas de las mejores diferencias cronológicas entre IIIB y IV (Marcus y Flannery 1990: 195-196).26

Antes de terminar hay que mencionar la periodización bosquejada por Michael Lind (1992), cuya secuencia de fases es muy simple porque desvincula el material arqueológico del proceso cultural que se está investigando. El subdividir un periodo no representa mayor problema, ya que Caso, Bernal y Acosta (1967) lo hicieron varias veces empezando por la época I de Monte Albán. Pero dejar de lado los antecedentes referidos en este trabajo y privilegiar la seriación tipológica sobre el estudio horizontal de los contextos no sólo denuesta la complejidad del registro arqueológico sino las múltiples formas y maneras de relacionarse que tuvieron las antiguas sociedades de Oaxaca. Aunque la cerámica no refleja la identidad étnica de sus fabricantes, sí forma parte de ensamblajes [assemblages] o constelaciones culturales de orden simbólico y funcional que merecen ser estudiados para diferenciar a los usuarios de uno y otro grupo social.

La Época Monte Albán V

Si para Caso, Bernal y Paddock la cultura de la época V representa la influencia y presencia mixteca entre los habitantes del valle, los planteamientos netamente arqueológicos de Blanton y Kowalewski ven al periodo V como el horizonte Postclásico del valle de Oaxaca. Sin embargo, hay ocasiones en las que identifican el periodo IV de Monte Albán con el Postclásico temprano u horizonte Tolteca y el periodo V con los desarrollos posteriores (Blanton, 1978: 27; Blanton et al., 1982: 6). Tal división se explica de la siguiente manera:

El Postclásico fue un periodo de más de 800 años, en el cual se discierne una sola transición cerámica. El ensamblaje [assemblage] cerámico del periodo V dura unos 600 de aquellos años. Sugerimos que la permanencia de los estilos cerámicos indica un sistema regional más estable durante el Postclásico. Desde luego podría argumentarse que dentro del periodo V ocurrieron cambios mayores que no podemos detectar debido a la falta de una cronología más fina [sic]. Sin embargo, hemos argumentado que los cambios que se observan en los periodos de Monte Albán son la consecuencia de cambios en la organización política y económica. Por lo tanto, la relativa ausencia de cambios en la cerámica del Postclásico tardío es evidencia fuerte de que comparativamente fue un periodo estable (Blanton et al., 1982: 115).27

Marcus y Flannery (1990), por su parte, contemplan la posibilidad de subdividir el Postclásico en tres fases conforme al orden de aparición de los materiales que lo distinguen. Al ubicar el G3M en la primera fase, y reconocer que evolucionó de la vajilla gris del periodo IV, empero, sitúan a este periodo en el Clásico tardío junto con el periodo IIIB, y no en un supuesto Postclásico temprano como lo sugieren Blanton et al. (1982). Desde su punto de vista,

Ignacio Bernal (comunicación personal) predijo hace muchos años que algún día sería posible subdividir a Monte Albán V en tres fases, definidas de la siguiente manera:

1. Una fase V temprana que emerge del perido IV y presenta la cerámica gris G3M junto con Yanhuitlán Rojo-sobre-crema importado de la Mixteca, pero carece [sic] de cerámica policromada.

2. Una fase V media, en la cual los polícromos de estilo Mixteca-Puebla [...] se unen alG3M y al Yanhuitlán Rojo-sobre-crema, pero carece [sic] de metales.

3. Una fase V tardía, que se extiende al siglo xvi y cuenta con todos los elementos del V medio, pero con los metales (cobre, plata, oro) (Marcus y Flannery 1990: 199-200).28

Con respecto al G3M ya referimos lo que Caso, Bernal y Acosta (1967:447-448) pensaban de esta cerámica, además de comentar sus antecedentes tecnológicos en la vajilla gris del Clásico (Feinman et al., 1990). Sobre la cerámica policromada de Monte Albán, en cambio, Caso et al. señalan que:

Desde el punto de vista de la calidad [...] los objetos encontrados en Monte Albán no pueden compararse con la magnífica cerámica policroma que procede de la Mixteca en lugares como Yanhuitlán, Nochixtlán, Chachoapan y Coixtlahuaca. [En Monte Albán, este tipo de cerámica] es de un barro color café claro, muy delgado y bien pulido, cubierta con un baño generalmente de color naranja o rojo, y sobre él la decoración pintada con una gran riqueza de colores, usándose algunos que no hemos visto en ningún otro lugar, sino en esta cerámica, por ejemplo un color lila, o bien un color gris con reflejos metálicos [...] Las formas más frecuentes son cajetes de paredes cónicas, fondo plano, con pies cilindricos largos, rematados en forma de cabeza de animal, o bien planos en forma de almena. Como hemos visto, estas formas también se encuentran en la cerámica gris pulida, que es mucho más frecuente que la policroma [...] Además del cajete de fondo plano, con o sin pies, existen otras formas menos abundantes [...] la olla de cuerpo globular, alto cuello, con vertedera en forma de jarra de crema, y asa redonda [...] vasijas en forma de tecomate [...] platos de fondo plano y borde horizontal muy amplio [...] sahumadores o braseros que consisten en una especie de taza semiesférica de fondo plano, con dos pequeñas asas sobresalientes, con un agujero en el centro [... y ...] vasos en forma de garra de felino (Caso et al., 1967: 465-466, 471).

Desafortunadamente, los autores no analizaron los diversos tipos de cerámica policromada hallados en el valle ni las características de sus diseños, dejando abierto el tema de su relación con los policromos de la Mixteca. De igual manera, nunca llegaron a discutir los objetos de metal hallados en las tumbas clásicas de Monte Albán y su filiación con la metalurgia del Postclásico, lo que hasta la fecha repercute en el desconocimiento de su tecnología, la procedencia de los metales y los mecanismos de su distribución. No obstante, enfocaron otro recurso que requería de un estudio detallado: la arquitectura tardía del extremo oriental del valle, y en particular los grupos de edificios de tipo palacio. Al respecto, Bernal (1965a: 796) propone que en Mida, Matatlán y Yagul hay una serie de vestigios mixtéeos que presentan elementos de otra cultura no definida. Más que un estudio formal de las estructuras, empero, ofrece una interpretación social y funcional de las mismas:

Con el arribo de la influencia mixteca, o mixtecoide como prefiero llamarla [se] construyeron aquellos palacios extraordinarios que destacan no sólo por ser diferentes a los edificios más antiguos del área, por su tamaño y su mérito arquitectónico, sino por representar un modo de vida aparentemente desconocido previamente en el valle [...] el énfasis se puso en las habitaciones del jefe o de los jefes, y no en las de los dioses, en fuerte contraste con Monte Albán. La influencia mixteca parece haber traído, no sólo en este sentido, un grado de secularización considerable a la cultura de Oaxaca, aunque sería absurdo pensar que el poder sacerdotal desapareció o que el culto a los dioses disminuyó (Bernal, 1965a: 811).29

Flannery y Marcus (1983) comparten estas ideas, pero consideran que el carácter secular de los palacios no necesita ser atribuido a un nuevo grupo étnico:

Sin lugar a dudas, la arquitectura de Monte Albán V difiere de la del periodo III así como ésta difiere de la del Formativo. Pero en ningún lugar de la Mixteca — ni en Sa’a Yucu — vemos prototipos arquitectónicos que nos convenzan que la arquitectura Monte Albán V resultó de una invasión mixteca. Seguramente los arquitectos zapotecos estuvieron al tanto de las nuevas tendencias e innovaciones que surgían en amplias áreas de Mesoamérica [...] El estado postclásico fue, después de todo, una forma de gobierno constituida por poder político y fuerza militar más que por una religión de estado, y el alto estatus del gobernante postclásico requería de una residencia elaborada [...aunque...] es difícil que la religión fuese relegada a una posición insignificante (Flannery y Marcus, 1983: 279).30

Tiempo después, el estudio detallado de los palacios y las pinturas de Mida permitió descubrir una serie de vínculos con la arquitectura y la pintura del Clásico que dan un matiz diferente a las relaciones que hubo entre la gente del valle, los serranos y otros grupos del Altiplano Central (De la Fuente y Fahmel 2005; Fahmel, 1991,2007,2014).

Ahora bien, si en un principio fue John Paddock (1970b: 127-128) quien impulsó la hipótesis sobre una invasión masiva de los mixtéeos, la lectura detallada de las fuentes etnohistóricas lo llevó a reconsiderar sus planteamientos y adoptar una posición más objetiva. El tema de la etnicidad y su relación con el material arqueológico, sin embargo, continuó siendo importante dentro de su perspectiva histórica:

Debido a que en la ciencia moderna no hay pruebas contundentes, quizá debiéramos considerar la posibilidad que [...] la cultura Monte Albán V no resultó de una invasión física de los mixtéeos, sino de la difusión de ideas y el comercio de objetos procedentes de la Mixteca — ideas y objetos que fueron aceptados por una población siempre zapoteca. La aceptación de ideas foráneas por los zapotecos sería contraria a las actitudes que en esta materia conocemos de Monte Albán IIIB-IV; pero la gente cambia [...]

De haber habido una invasión mixteca debería haber dos tipos de vestigio cultural en el valle durante los últimos años previos a la conquista española, uno correspondiente a los zapotecos y el otro a los mixtéeos. De hecho, eso es lo que encontramos: Monte Albán IV y Monte Albán V son dos culturas bastante diferentes en términos arqueológicos, tal y como lo sugieren las fuentes documentales. Dos pueblos distintos vivían en el valle al mismo tiempo, y las discrepancias en sus gustos y tradiciones eran acentuadas por sus relaciones hostiles [...]

Incluso en el año 1580 — después de más de tres siglos de convivencia - la Relación de Cuilapa menciona que ’los otros indios de esta región zapoteca (en la que se encuentra este pueblo) son muy diferentes de estos indios [mixtéeos] por varias razones’; y continúa enlistando algunos detalles de esas diferencias. La Relación de Chichicapa confirma que para los indios del valle, o al menos para los españoles que los observaban, había dos grupos que contrastaban: habla de los zapotecos con su nombre, y continúa diciendo que ’los indios mixtéeos [tienen] otra lengua y linaje propio’ (Paddock, 1970a: 378).31

Así las cosas, no es posible omitir el comentario de Flannery y Marcus (1983) sobre la confusión que ha generado el uso de la cerámica arqueológica para la comprensión de la cultura como un todo:

Vemos una modesta presencia mixteca en el valle de Oaxaca, como resultado de alianzas matrimoniales estratégicas entre las casas reales mixtecas y zapotecas, y entendemos las “guerras” como conflictos locales [pero] abogamos por la separación de dos asuntos: las culturas zapoteca y mixteca por un lado, y la cerámica del Postclásico tardío por el otro. La confusión arqueológica aumenta en proporción directa con nuestra incapacidad de tratar a éstas como asuntos separados (Flannery y Marcus, 1983: 279).32

Discusión

La necesidad de entender la manera cómo se estructuró y qué es lo que justifica la periodización del proceso cultural identificado en el valle de Oaxaca implica desglosar y conocer cada uno de los campos conceptuales en los que se ubican los elementos del discurso arqueológico (cfr.Kuhn, 1971). En el plano ontológico, por ejemplo, se encuentran las formas de ver el objeto de estudio, ya sea desde la historia, lo étnico o lo material, y el énfasis que se pone en la adaptación ecológica, el desarrollo económico, la evolución política o la dinámica social. En el plano epistemológico se hallan los esquemas y modelos procesuales que explican el ordenamiento de los datos y su ubicación en fases, periodos y horizontes. Para ello traducen los análisis del material recuperado en el campo en abstracciones equiparables al dato etnográfico y documental. El tercer plano comprende la metodología y los pasos a seguir para la obtención y el estudio de la información básica, ya sea a través de lecturas en gabinete, reconocimientos de superficie o excavaciones. El propósito inmediato de los análisis es conocer la continuidad y el cambio en las características de los materiales y su distribución espacial.

Ahora bien, durante el siglo xx fue común que el trabajo de campo se realizara sin una reflexión teórica previa, lo que no significa que se le desestimara ya que toda investigación se erige sobre un paradigma que puede o no ser explicitado. De ahí que el discurso inicial sobre los antiguos habitantes de Oaxaca se inscriba dentro del particularismo histórico boasiano, y que los ensamblajes arqueológicos fueran interpretados como culturas que se sucedieron en el tiempo y el espacio. Cada ensamblaje habría tenido su propio ritmo de evolución, como si se tratase de una cultura etnográfica aislada de los pueblos circundantes. Los cambios se explicaron desde la hermenéutica o mediante factores externos que, en caso extremo, habrían incidido catastróficamente. La etnología se abocó a los aspectos tangibles e intangibles de las culturas etnográficas, lo que permitió establecer analogías y relaciones de correspondencia con las culturas arqueológicas.

A final de cuentas, las características de la cultura material y los cambios detectados en ella se vincularon con las condiciones ambientales del valle y con diversos sucesos históricos, entre los que destaca el ascenso político y cultural del Estado encabezado por Monte Albán y la convivencia de sus habitantes con grupos foráneos a partir del Clásico tardío. Para Flannery y Marcus (1983:279), el problema central de esta reconstrucción se encuentra en la lectura del material a través de los datos etnográficos, a sabiendas que la cultura y la identidad étnica son construcciones abstractas que se manifiestan de muy diversa manera. Sin embargo, cuando Ignacio Bernal (1965a: 804) o Caso, Bernal y Acosta (1967) hablan de la época IIIB-IV sin referirse a los grupos etnolinguísticos que habitaban la región a la llegada de los españoles, advierten que las dos subfases o periodos —ubicados en diferentes localidades del valle— se relacionan con el auge y el desenlace de las tradiciones asociadas con Monte Albán. Dicha noción, apegada a las propuestas de Willey y Phillips (1958: 36-39), había de entenderse como algo independiente de las tipologías y de otros procesos sociales ocurridos durante el transcurso del abandono de la ciudad. Este planteamiento no arraigó entre los investigadores que entendían ulperiodo como una determinada estructura político-social relacionada con un ensamblaje material que por necesidad metodológica precede o sucede a otro ensamblaje en el tiempo y en el espacio. Las consecuencias de esta divergencia en la forma de pensar se comprenden mejor si se consulta la definición que propuso Alex Krieger para el estadio y el periodo:

Para los propósitos del momento, consideraré al “estadio” como un segmento de una secuencia histórica en un área dada, caracterizado por un patrón económico dominante. Los aspectos generales de la vida económica de los pueblos pasados, y el bosquejo de su estructura social pueden ser inferidos, frecuentemente, de los vestigios arqueológicos y relacionados con fenómenos similares, ya sea que se conozcan o desconozcan las fechas [...] El término “periodo”, en cambio, puede considerarse que depende de una cronología. Por lo tanto, el estadio puede ser reconocido por su contenido solamente, y de existir fechas precisas para éste en un área determinada, podría decirse que el estadio existió ahí durante tal y cual periodo (sic). Más aún, el mismo estadio puede aparecer en diferentes momentos o periodos en diferentes áreas, y concluir también en diferentes fechas. El estadio también puede incluir varios complejos culturales distintos y divisiones temporales menores. Al respecto hace falta una buena discusión (Krieger apudWilley y Phillips 1958: 68-69).33

Al revisar los datos sobre los periodos I a IIIB elaborados mediante la información recuperada en los reconocimientos del valle se constata que, en general, comprenden abstracciones muy elaboradas acerca de las estructuras políticas y económicas que fueron la causa de la distribución espacial de los materiales. En el caso del periodo IV, sin embargo, no se discuten a fondo tales estructuras ni su relación de consecuencia con las que habrían caracterizado al periodo IIIB -amén de explicarse la manera como habrían muerto las tradiciones culturales del Clásico. Para Kowalewski et al. (1989) una discusión de este tipo depende, meramente, de la obtención de fechas precisas que permitan ordenar el cúmulo de información que se tiene de los sitios registrados:

Desafortunadamente [...] el valor de nuestros resultados sobre estas fases volátiles [es decir, IIIB y IV] está limitado por dificultades cronológicas. No podemos describir con fechas absolutas la secuencia de eventos que enmarca el colapso de Monte Albán, y no siempre estamos seguros de cuáles asentamientos son contemporáneos. Pero debido a que los reconocimientos identificaron los sitios clave, debería ser posible asegurar las fechas que resolverán el problema (Kowalewski et al., 1989: 251).34

La dificultad que representa la diferenciación de los materiales IIIB — IV y la ubicación temporal de los sitios con base en fechas arqueométricas, acompañada de una visión antropológica que no plantea situaciones que pudieran explicar el desarrollo, la convivencia y el traslape de diversos ensamblajes condujo, finalmente, a que el paso al periodo V se vinculara con un cambio económico y político generalizado y con la transformación repentina de toda la cultura material. La línea de pensamiento que lleva a esta propuesta se puede rastrear a través de las siguientes citas:

Interpretamos el periodo IIIA [350-500] como un momento de intenso desarrollo de las fuentes de energía locales por Monte Albán, en respuesta a la disminución de los impuestos imperiales y la creciente amenaza de Teotihuacan. Los patrones de asentamiento de IIIB parecen dar fe de una estrategia de desarrollo fallida. La Figura 7- Figura 71 es el mapa de los sitios IIIB en el área reconocida. Una breve mirada a este mapa lo convence a uno que hubo grandes cambios en el área después de haberse alcanzado la máxima densidad poblacional durante IIIA. Para los tiempos en los que se usaban los tipos cerámicos que identificamos como IIIB había mucho menos sitios ocupados, y una reorientación del sistema regional como lo conocemos hacia la zona central del valle. Por razones que sólo podemos adivinar, el desarrollo masivo de la región sureña mostró que no era una estrategia viable a largo plazo (Blanton et al., 1982:103).35

Los sitios identificados como IIIB tienen ensamblajes cerámicos semejantes al que vimos en Cerro Atzompa [...] La alfarería identificada como periodo IV difiere del ensamblaje de Atzompa en varios sentidos, aunque las diferencias no siempre se detectan fácilmente, y en especial cuando el investigador de campo está mirando tiestos enlodados y erosionados. Si bien hay cierta variación en los ensamblajes IV dentro de la región, en general se distinguen de los ensamblajes IIIIB en que 1) muestran más afinidad con la cerámica de Lambityeco (Paddock, Mogor y Lind 1968), 2) en algunos casos presentan indicadores conocidos del periodo IV como la imitación del Anaranjado Fino, y, 3) en algunos casos representan la transición al periodo V por contener tiestos G-3M, pero no con las formas Monte Albán V. Nuestro mayor problema sigue siendo la posibilidad que pequeñas áreas de ocupación IIIB puedan estar ocultas dentro de los sitios mayores IV, como lo es Jalieza (Blanton et al., 1982: 103).36

Después de que esta forma particular de pegamento regional [esto es, Monte Albán] se disolvió, la región estuvo segmentada temporalmente, pero de ello evolucionó un sistema regional en el cual la integración fue de carácter comercial, y no gubernamental (aunque las instituciones gubernamentales siguieron existiendo) [...] a diferencia del periodo Clásico en su conjunto, nuestra evidencia indica que durante el Postclásico hubo más gente con acceso a una gama de bienes más amplia, y que la calidad de dichos bienes fue mayor que la vista en cualquier otro periodo previo. Podríamos argumentar que las instituciones gubernamentales del Postclásico tardío no fueron capaces de dirigir, controlar o reorganizar los sistemas de producción y distribución para generar impuestos (Blanton et al., 1982: 134).37

Al margen de estas conclusiones, pero sin soslayar la información en que se basan, parecería que la definición de Krieger y el esquema de desarrollo basado en tradiciones culturales siguen siendo la mejor opción para delinear el devenir de los pueblos que habitaban el valle de Oaxaca (Willey y Phillips 1958: 38; Caso et al., 1967; Marcus, 1983: 8-9). No obstante, hay que subrayar que el proceso cultural debió ser mucho más complejo de lo que revela la cerámica arqueológica, y que su desenlace se ubica en el contexto de los acontecimientos históricos del Postclásico tardío. En este sentido, Bernal señala que:

[...] algunos sitios concluyeron su historia prehispánica con el periodo IV. Esto no significa que fueron abandonados — muchos de ellos aún siguen ocupados —pero que los mixtéeos no los ocuparon, como sabemos de las fuentes históricas [...] el número de ruinas, la abundancia de materiales, y el gran tamaño de algunas de las ruinas apuntan hacia una población muy densa en el valle de Oaxaca. Cálculos aproximados sugieren que a partir del periodo IIIB la población era muy parecida a la actual, aunque sólo se trata de una estimación (Bernal, 1965a: 796).38

Ya que la distribución espacial de los tipos cerámicos diagnósticos de IIIB y IV es complementaria no es necesario plantear el abandono de los sitios ocupados durante el Clásico tardío ni el desplazamiento masivo de la población hacia otros lugares del valle (Marcus y Flannery 1990:195-196;Lind, 1992:180;Fahmel, 2007). En un entorno de transformación y cambio es más probable que el deterioro de la vajilla gris del Clásico, referido por numerosos autores, se diera a la par con el surgimiento paulatino del G3M. Este último pertenece a la misma tradición cerámica y habría sustituido a los tipos previos por su mayor calidad. En este contexto, los atributos del G3M que sirvieron a Caso et al. (1967) para definir a la cultura Monte Albán V como mixteca dejan de ser significativos. Ello no significa, empero, que a la población del valle le fuera desconocida la Mixteca. De hecho, hay materiales que sugieren que un sector de la población tenía formas de ser y ver el mundo relacionadas con los pueblos de la sierra, e incluso más allá. Para delimitar y explicar esta situación es imprescindible valorar los alcances del periodo IIIB y la variabilidad que se empieza a observar dentro del material asignado al periodo IV. Es posible que la información contenida en los documentos históricos permita rastrear las causas y consecuencias de dichas relaciones, pero su utilidad para identificar a los serranos establecidos en el valle “es próxima a cero” (Flannery y Marcus, 1983: 278). De ahí que corresponda a la arqueología refinar su metodología y desarrollar los análisis que ayuden a reconocer las adaptaciones sociales, tecnológicas y ambientales que aseguran la pertenencia del individuo a algún grupo étnico — todo ello en un marco conceptual que tome en cuenta las tradiciones de larga duración.

Más allá del proceso cultural y de la periodización e interpretación del material arqueológico se encuentran otros problemas que merecen ser atendidos. El más importante atañe la supuesta relación entre la cultura IIIB-IV de Monte Albán y la cultura zapoteca del siglo xvi. Quizá sea válido demostrar la continuidad mediante los elementos que se observan en las respectivas tradiciones cerámicas. Sin embargo, aplicar el nombre zapoteco “a las antigüedades que muy probablemente fueron hechas por los pueblos históricos con los cuales las vinculamos” (Bernal, 1965a: 788-789) sin contemplar los cambios simbólicos y funcionales que debieron acompañar la convivencia y adaptación a nuevos contextos sociales, justifica la crítica que muchos autores jóvenes han hecho a la arqueología tradicional. Pero entonces, ¿no habría que quitar el término zapoteca de todas las publicaciones, excepto en donde se trata de los hablantes de esa lengua?

Al respecto se puede agregar que en los trabajos de Bernal (1965a) y Caso et al. (1967) los periodos adquieren su carácter de las relaciones interregionales que dominaron el valle durante un momento dado. No por ello se les debe entender como estadios, ya que lo importante es la dirección e intensidad de los vínculos mantenidos con otras regiones mesoamericanas. La época IIIB-IV, como se ha dicho antes, comprende dos periodos o subfases, en los que prevaleció la interacción de Monte Albán con el valle, por un lado, y la convivencia entre los habitantes del valle y los colonos de la sierra y más allá, por el otro. La tipología cerámica de estos contextos no difiere sustancialmente, aunque en la arquitectura, la pintura mural y la iconografía se reconocen elementos que tienen que ver con el entorno cultural ampliado, y que más tarde sobresaldrán como diagnósticos del Postclásico tardío. Si el paulatino abandono de Monte Albán y la ocupación ininterrumpida del valle significan algo para la arqueología se debe, pues, a que los distintos portadores de la cultura representan el desenlace de la época IIIB-IV y el paso a una nueva formación social dominada por las relaciones con el Altiplano Central y el régimen colonial.

Ahora bien, como la dinámica relacional de conexión, desconexión y transformación descrita por Caso, Bernal y Acosta (1967)caracteriza todas las épocas de Monte Albán, siendo especialmente notoria durante la época I en la ciudad y la época II en los sitios del valle, ¿por qué conflictuarse y encajonar las dos subfases de la época IIIB-IV en las postrimerías del horizonte Clásico? La razón que se ha dado tiene que ver con el estatus de Monte Albán como capital del Estado “zapoteco” y la supuesta amenaza que habría representado Teotihuacan para los oaxaqueños (Blanton et al., 1982: 103). Este argumento, sin embargo, no tiene sentido ya que la fundación de Monte Albán precede a la de Teotihuacan y su función como centro rector del sistema político oaxaqueño perduró hasta el siglo x (Fahmel, 2007; Lind, 1992:178). De ahí que las fechas de radiocarbono obtenidas en Lambityeco sólo sirvan para señalar el fin de la ocupación en ese lugar y no para fijar el término del periodo IV en general (Paddock, 1983b: 187-188).

Antes de abordar la cuestión mixteca y los planteamientos sobre la época V hay que volver a los mapas del valle y profundizar en la distribución del material cerámico de los periodos IIIB y IV. Si bien Flannery y Marcus (1990: 195-196) subrayan que la “mayoría de los lugares asignados a IIIB ocurren en el valle de Etla y el valle central, mientras que la mayoría de los lugares asignados a IV ocurren en los valles de Tlacolula y Zaachila-Zimatlán [lo que] sugiere que están implicadas diferencias regionales y cronológicas [sic],” otros autores insisten en manejar los mapas por separado. Así, Flannery y Marcus (1990: 195-196) apuntan que según Kowalewski et al. (1989: 252) (sic) “los lectores incomodados por tales diferencias regionales pueden combinar, si así lo desean, los sitios del periodo IIIB [...] y los del periodo IV [...] en un solo mapa, llamándolo ’Monte Albán IIIB-IV”. No se trata, empero, de un mero formalismo ya que va de por medio el desenlace de un proceso cultural milenario que se integró, poco después, a otros procesos de mayor escala. Resulta imperioso, por lo tanto, contrastar el mapa de los periodos IIIB-IV con el de la época IIIA, por un lado, y con los mapas de la época V y colonial por el otro (Kowalewski et al., 1989:316; Taylor, 1972:25). La continuidad en el asentamiento demuestra que la ocupación del valle, si no la de algunos sitios en particular, nunca sufrió grandes interrupciones y que las hipótesis planteadas por John Paddock (1970b: 225) y Kowalewski et al. (1989) sobre el abandono y la reocupación de grandes extensiones de territorio no tienen sustento. Pero si no hubo movimientos de población ni intrusiones masivas de gente foránea, ¿cómo se explica la evolución tecnológica y formal déla vajilla G3M, o la repentina aparición de la cerámica policromada? Al respecto conviene recordar lo que Bernal decía de los tolteca-chichimeca y de su papel en los cambios culturales del Postclásico:

El periodo IV da inicio con la aparición de elementos toltecas, en el sentido más amplio [...] hay una serie de vasijas, nuevas en Oaxaca, que muestran influencia tolteca, posiblemente indirecta [...] El mejor ejemplo es el grupo de vasijas que copia la pasta, el color, y las formas de la vajilla Anaranjada Fina, característica de este periodo en Mesoamérica (Bernal, 1965a: 806-807).9

Si las formas cerámicas del Postclásico provienen de otras regiones de Mesoamérica, como son los valles de Puebla y Tlaxcala, y la iconografía empleada en la decoración policroma se parece a la de los códices mixtéeos, queda claro que los habitantes del valle no se cerraron al contacto con los pueblos vecinos y que éstos contribuyeron a las innovaciones formales y tecnológicas que caracterizan la época V. En este sentido, Flannery y Marcus (1983) enfatizan el valor cronológico del tipo Yanhuitlán Rojo-sobre-crema y su presencia en numerosos sitios del valle. También comentan el hallazgo del Puuc Slate, el Anaranjado Fino Balancán y el Plumbate Tohil, y los vínculos comerciales que debieron mantenerse con las Tierras Bajas del sureste (Marcus y Flannery 1990: 199). Cabe aclarar, empero, que en Monte Albán las exploraciones de Leopoldo Batres (1902) en el Grupo del Vértice Geodésico hallaron una vasija Puuc Slate que contenía varios jades mayas del Clásico tardío, y que el Plumbate recuperado por Alfonso Caso debió ser manufacturado y comerciado entre los siglos ix y xi dC (Fahmel, 1988). En esta fase temprana del horizonte Tolteca se ubican también las innovaciones que distinguen a los palacios de Mida y su pintura mural (Fahmel 2014). La representación de personajes que pertenecen a los mitos chichimecas conduce así a una nueva pregunta, es decir, si dicha pintura y la cerámica foránea antes mencionada se pueden relacionar con el quehacer de los toltecas y los nonoalcas que habitaban el sur de Puebla y la Cañada de Tehuacán.

Una vez visualizada la extensión horizontal y vertical de la cerámica atribuida a los periodos IIIB y IV, y la influencia de las culturas vecinas en el material de la época V, cabría determinar cuáles sitios del periodo IV se ubican en las postrimerías de IIIB y cuáles otros se desarrollaron de forma paralela. Asimismo, tendrían que analizarse con sumo cuidado los contextos en los que aparecen los objetos diagnósticos del Clásico tardío, las distintas variedades del G3M y la cerámica policromada. Para entender el impacto que tuvo esta última en los habitantes del valle es indispensable explorar las consecuencias de los trabajos de Feinman et al. (1990) sobre la vajilla G3M y sus probables centros de producción. Aunque Eréndira Camarena (s.f.) detalla la tradición formal e iconográfica de los diferentes tipos policromados, valdría la pena contemplar la permanencia o desaparición de otros objetos de carácter figurativo que fueron comunes durante la época IIIB-IV. Así, por ejemplo, es urgente averiguar si las urnas — y los dioses que representan — se conservaron en el ámbito doméstico y ritual de los sitios que continuaron habitados hasta el Postclásico tardío.

Por último, queda la necesidad de integrar a la base de datos mesoamericana la información generada sobre la metalurgia oaxaqueña y profundizar en la producción y distribución de objetos metálicos en la sierra mixteca y en el valle. Al respecto se observan grandes avances en el trabajo de Martha Carmona (2003), aunque falta discutir las piezas que empezaron a circular en Teotihuacan, Monte Albán y el valle del Motagua hacia finales del siglo vii (Bernal, 1965a: 808; Armillas 1991; Cabrera y Hosler 2011) y su relación con aquéllas que poco más tarde fueron comunes en el occidente y sur de Mesoamérica.

Reflexión final

La simplificación del trabajo arqueológico, si no la de los análisis tecnológicos, ha conducido en muchos casos a que se pierda el significado de los ensamblajes recuperados en el campo y a que se les interprete mediante analogías que pasan por alto los procesos históricos y las relaciones interculturales de cada región. De ahí que las tablas periódicas empiecen a carecer del atractivo y del valor que alguna vez tuvieron como instrumento explicativo. En su obra intitulada Analytical Archaeology, David Clarke (1978: 10) desaprueba esta forma de trabajar y aclara que “si los ’factos’ arqueológicos obtienen su significado de otro contexto, entonces podremos tener más ’factos’ pero poca información adicional”. Desde esta perspectiva, Robert Zeitlin (2000) plantea que el material arqueológico recabado en Oaxaca permite todo tipo de interpretación, y que la validez de los resultados obtenidos siempre podrá ser debatida.

Para el caso de la época IIIB-IV y el proceso cultural que distingue al valle de otras regiones oaxaqueñas, los planteamientos han sido muchos, aunque falta investigar numerosos sitios que permanecieron ocupados hasta el arribo de los españoles (Bernal, 1965a: 806). Esta carencia obliga a reconsiderar la idea que durante el Clásico tardío y el Postclásico sus habitantes vivieron aislados y en paz, ya que las fuentes son claras al mencionar las difíciles relaciones políticas, económicas y sociales que mantuvieron con los mixtéeos, los mixes, los chontales y los mexicanos. Al enfatizar su introversión (Bernal, 1965a: 805; Paddock, 1970b: 174; Blanton et al., 1982: 134) la arqueología olvidó que los herederos de las tradiciones culturales del Postclásico también son los custodios de múltiples experiencias que les permiten enfrentar los retos de la convivencia diaria, tanto en su entorno inmediato como en el área cultural mesoamericana y mucho más allá.

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La traducción de los textos citados es del autor; se encuentran en su idioma original en las notas al final del artículo.

Many people are much concerned with the "ethnic baptism" of archaeological remains. Here we shall give ethnic ñames only to those antiquities which in all probability were produced by the historie peoples to which we link them; we shall not do this with cultures of early periods or with those whose connection with the historie horizon is not evident. Thus, we shall apply the ñame Zapotee only to those cultures of Monte Alban IIIA and later, whose descendants, physically and culturally, are undoubtedly the Zapotees of the 16th century and today. We shall not consider a culture as Mixtee unless it has traits characteristic of the Mixtees of the 16th century. Thus, we hope to free ourselves from the danger of false ethnic attributions without falling into the opposite extreme of making no linkages whatsoever between archaeological cultures and those of the historical or ethnographic horizon (Bernal, 1965a: 788-789).

[...] historical sources indícate that the oceupation of Tehuantepec and a large part of the isthmus by the Zapotees took place shortly before the conquest, but objeets found there are very like those in the valley of Oaxaca. Although they do not come from stratigraphic excavations, they at least suggest Zapotee establishments in the isthmus from the Classic period of Monte Alban onwards [...] On the other hand, the extreme northern andsomeof the western parts of the valley of Oaxaca are considered Mixtee; but the pottery eolleeted in places like Suehilquitongo or Cuilapan is fundamentally Zapotee or earlier. Only a thin stratum on the surface belongs to a Mixtee invasión, very near to the time of the Spanish conquest (Bernal, 1965a: 794).

Puede mencionarse, por ejemplo, que con base en la apreciación de los habitantes de San Baltazar Chichicapan el zapoteco de este lugar se parece más al del Istmo que al de los pueblos vecinos. De ahí la posibilidad que su gente mantuviera estrechas relaciones con la costa antes del año 300 dC, y que más tarde los señores de Monte Albán dieran prioridad a la ruta comercial que pasaba por el valle de Tlacolula y la ciudad mercado de San Dionisio Ocotepec. Este camino habría desvinculado a las poblaciones tempranas y emparentado la variante lingüística de Teotitlán del Valle con la de Ocotepec. Los tipos cerámicos hallados por Robert y Judith Zeitlin en Laguna Zope confirman esta idea, ya que durante las fases Kuak del Preclásico tardío terminal y Niti del Protoc-lásico (200 aC-300 dC) aparece en el Istmo una cerámica monocroma gris de pasta fina derivada de la cerámica gris característica de los periodos Monte Albán I tardío y II. Otras similitudes incluyen diseños incisos, la producción de vasijas zoomorfas con vertederas, los cajetes o platos con borde efigie, las vasijas con asa vertedera, los soportes de vasija huecos de tipo mamiforme, los cucharones con mango acanalado, la incisión de líneas concéntricas “peinadas” en el fondo de los cajetes y la aplicación de un acabado de estuco policromado en la superficie de las vasijas ceremoniales (Zeitlin y Zeitlin 1990: 412-415).

[...] nearly 90 per cent of the sherds eolleeted on all the sites were easily classified into Monte Alban types. The remaining 10 per cent were mainly of types from outside the valley, which are usually found at Monte Alban also. On the other hand, on the few sites visited outside the valley, the percentage of sherds which did not fall into Monte Alban types rose rapidly to about 60 per cent. Since this applies to all periods, we can make an important deduction: the whole valley of Oaxaca has had a common history and is an ecological unit in which the same cultures have succeeded one another throughout in the same order (Bernal, 1965a: 795-796).

[...] the climax and the end of Monte Alban. The whole city appears to have been rebuilt; nearly all the monuments which can be seen today, as well as many glyphic inscriptions and tombs, belong to this period [...] Its definition and above all its differentiation from Period IV are never-theless difficult, because the culture of both is practically the same and what separates them is an important but purely local event — the end of Monte Alban. Thus, nearly all the sites in the valley have pottery which could be Period IIIB but equally well Period IV; thus, they can not be classified separately. In Monte Alban it has not been possible to distinguish these ceramics properly, in spite of extensive explorations and numerous tombs. There are some objects from the valley of Oaxaca, however, which have not so far been found in Monte Alban, and which are doubtless late. This suggests that study of late sites in the valley might help to solve the problem (Bernal, 1965a: 804).

[...] any changes between Periods IIIB and IV were only slight, so that we are dealing rather with one long period with two subphases than with two periods. The distinction was made because it was marked in Monte Alban by its fall. This does not mean that all its inhabitants left it, but that the ceremonial part was abandoned; its buildings were not repaired, and no new ones were built. Instead, houses must have been put up, and many new tombs made and used. Monte Alban became an inhabited graveyard (Bernal, 1965a: 804).

I do not believe it risky to affirm that the historie Mixtees were the bearers of Mixteca-Puebla culture in the Oaxaca región, although this does not signify that they were its initiators or principal bearers. In fact, the same style is also encountered in the final phase of the Chinantla and of the Cuicateca área. This recalls the problem, of which we have already spoken, about the possible role play ed by other peoples in the de velopment of the ancient cultures of Oaxaca (Bernal 1965 a: 789-790).

In contrast with the older periods, we have found nothing at this time which comes from outside. It appears that Zapotee culture turns in on itself and becomes detached from the stream of events in Mesoamerica. I believe that this complete introversión was responsible for the marked aesthetic and technical decadence in Period IV [...] The process of "industrialization" is seen not only in lack of individuality but also in quantity [...] Pottery of Period IV is abundant although of indifferent quality, as though carelessly mass-produced (Bernal, 1965a: 805-807).

From the abandonment of Monte Albán as a functioning city during the tenth century un til the Spanish conquest, the culture of the Valley Zapotees is called Monte Albán IV; but it was in fact an unbroken continuation of Illb in most ways, including the slow decline that had set in long before [...] The only known effort to establish a new Zapotee state was the legendary, and still archaeologically unproven, political centralization upon Zaachila [...] Mitla, as Bernal shows, was not then as we see it now, centered upon a group of splendid palaces north of the river. Its center was instead south of the river, marked by groups not of palaces but of temple-crowned pyramids. Both the pyramids of period IV and the palaces of V are represented on the top of a heavily fortified hill outside the city [...] That such a fortress should become a part of the community and should bear remains only of the late periods — as it seems to do — is more than suggestive of the rise of militarism. [...] At just about the time of the abandonment of Lambityeco, around the end of Illb and the beginning of IV, there was a great building boom at Yagul [...] Coinciding as it seems to with the beginning of building at the Mitla fortress, this suggests a general movement to fortified and naturally defensible sites, a local reflection of a change occurring throughout Mesoamerica (Paddock, 1970b: 210-212).

Period IV begins with the appearance of Toltec elements, in the broadest sense [...] we know of no sculptures showing obvious Toltec influence in the valley [...] there is a whole series of vessels, new to Oaxaca, which show Toltec influence, possibly indirect. [...] The best example is the group of vessels which copy the paste, color, and shapes of Fine Orange ware, which is so characteristic of this general period in Mesoamerica. In Monte Alban alone, 36 examples of this style ha ve been recovered, and sherds are common at many sites in the valley. On the other hand, we have two plumbate vessels of Tohil type found at Monte Alban (Bernal, 1965a: 806-808).

[...] the simpler inscriptions of period III, made with combinations of symbols and figures that are very large relative to the stone surfaces on which they are carved, give way in period IV to the use of smaller stones covered with much more finely carved scenes including considerably more detail [...] Although this description might seem to suggest a Mixtee influence, the elements themselves are clearly distinct from those found in Mixtee inscriptions (Paddock, 1970b: 213).

Since there was a massive Tetlamixteca invasión of the Valley, and most of the towns in the Etla and Tlacolula Valleys were subjugated if not populated by the invaders, how do we know Monte Albán IV culture was not simply cut off and replaced by the Monte Albán V culture of the Tetlamixteca? (Paddock, 1970b: 225).

Here we depart from Caso et al. in considering that Period IV pottery pertains to the Zapotee tradition in the valley, contemporaneous with the Mixtee Period V materials. Period V pottery has been found everywhere we have surveyed so far, including in eommunities that must have been Zapotee, as well as in Mixtee eommunities. We feel that Period V is simply the valley's Late Postclassic period (Blanton, 1978: 27).

To cali polychrome pottery or Yanhuitlán Red-on-cream pottery Mixtee is perhaps not so bad, but we feel that referring to the G3M gray wares in this way runs counter to all the archaeological evidence of the past 10 years. Brockington (1973) sees G3M growing out of the Classic Zapotee gray ware complex at Miahuatlán; we see the same thing at San Sebastián Abasólo [G3M jars were produced by the thousands in a cave outside Mida [...] G3M pottery dominates the ruins of Guiengola [...] Indeed, the major diversity of G3M oceurs in the Valley of Oaxaca [...] and it is more common in áreas with Zapotee speakers than at Yanhuitlán in the Mixteca. In fact — to state the case most strongly — if G3M pottery is Mixtee, then the Zapotee did not exist at all during the Late Postclassic. However, to cali G3M Zapotee would also be an oversimplification [...] We therefore propose to regard G3M gray ware simply as the dominant utilitarian ceramic made by the potters of the Valley of Oaxaca during Monte Alban V times, and we conclude that it was used by virtually everyone — Zapotee, Mixtee, or Aztec — who happened to be in the región at that time. In our opinión, its utility for determining the ethnicity of sites, residences, or burials is cióse to zero (Flannery y Marcus, 1983: 278).

When we originally did the Monte Albán survey, it looked as though the Monte Albán assemblage could be "puré" IIIB, since none of the categories typical of Lambityeco, a known Period IV community [...] was noted on the surface. We have subsequently abandoned this opinión, at least for the time being. During the course of his archaeological survey of the central part of the Valley of Oaxaca, Kowalewski identified what he feels were several Period IV ceramic production centers, each with sepárate distribution spheres unrelated to Lambityeco [...] The absence of Lambityeco-like materials at Monte Albán, therefore, is not evidence for the absence of Period IV occupation at Monte Albán (Blanton, 1978: 27). Las categorías empleadas para graficar la extensión de la ocupación en Monte Alban se enlistan en la Tabla 1.2 y el Apéndice II del trabajo de Blanton.

The population history of the city from the time of the Illb máximum to Period V is unknown due to the lack of diagnosticity of Period IV pottery. There was probably a substantial population at Monte Albán during period IV, even though the Main Plaza was abandoned. Of the 138 tombs that Sejourné found suitable for an analysis of funerary ritual symbolism at Monte Albán out of the 172 tombs excavated there by I.N.A.H. archaeologists, 40 pertained to Period IV [...] Acosta (1965: 831) refers to a Period IV "enclave" on the north slope of Monte Albán proper where most of the tombs of the period were found. Only a few sherds collected as part of our survey are known to date to Period IV, our category 3030 [...] and these were found near the top of the hill. By Period V the bulk of the city's population was living away from the top of Monte Albán proper, along its base (Blanton, 1978: 101).

Some construction went on at Monte Albán after Lambityeco had come and gone. Yet Lambityeco's culture cannot be accomodated in Monte Albán Illb, for it includes many traits that are not a part of Illb, and quite a few of these traits had already been identified (before work began at Lambityeco) as marks of Period IV in the Monte Albán excavations. Period IV as a ceramic complex would thus seem to begin well before the end of Illb as a construction phase at Monte Albán (Paddock 1983c: 187). Los rasgos característicos del periodo IV en Lambityeco se encuentran listados en Paddock (1983b: 202-203).

One by-product of the excavations at Lambityeco has been an increased understanding of the Monte Albán IV period. This period has proved hard to define because it was poorly known from Monte Albán; Lambityeco was the first "puré" Period IV site to be excavated. Blanton's confirmation that Monte Albán was still occupied in Period IV (except for the Main Plaza) is added support for our impression that Lambityeco was occupied before Monte Albán's Main Plaza was abandoned, and that some occupation at Monte Albán continued after Lambityeco's Period IV people had moved on — perhaps to nearby Yagul. Six of seven radiocarbon dates from Lambityeco cluster between A.D. 640 and 755, giving us what is presumably a reliable estímate (Paddock, 1983a: 201).

The abandonment of the Main Plaza no doubt reflected the collapse of the political institution centered there. As I see it, at least two factors may have been causes of the demise: First, and more important, was the fact that, beginning in the seventh century A.D., Teotihuacan was beginning to show signs of downfall [...] Sometime shortly after A.D. 700, Teotihuacan was massively abandoned, never to regain its status as a key regional center [...] If the regional polity at Monte Albán had grown in importance during Period III in response to the military expansionism of Teotihuacan, then the collapse of that center would have considerably reduced the valué of a military alliance in the Valley of Oaxaca. The élite in the cojoining societies in the valley may have increasingly found it not worthwhile to support the capital and the political institution centered there. Any decline in such support would have been disastrous for a political capital lacking a strong economic orientation (Blanton, 1978: 103).

Lambityeco strongly suggests that Monte Albán was, by A.D. 700 and probably by quite a few decades before, in process of abandonment. Lambityeco by then was independent in significant degree. Whether that independence indicates loss of regional capital status for Monte Albán cannot be determined by any amount of material from Lambityeco alone, however; we should have a list of Period IV sites, with dates. Lambityeco, like Miahuatlán, is well placed to be an early deserter from the Monte Albán economic and political system (Paddock, 1983b: 187-188).

In the northern and western parts of the Central Valley áreas are a series of Late Classic occupations that appear to have persisted into the Postclassic. Here one might make a case for ceramic continuities between the gris-cremosa waresof the Classic [...] and the obviously Postclassic sandy-cream complex. The latter consists of utility wares and vessels similar to Yanhuitlán Red-on-cream [...] They are not found at Monte Albán, and are very rare in the Tlacolula Valley [...] Tentatively, I would suggest a significant decline in population at the beginning of Monte Albán IV in the northwestern part of the Valley of Oaxaca, with perhaps some persistence in small settlements in the western part of the Central Valley área, and with the concentration of remaining populations in the Etla Valley around several fortified hilltop locations. Another group of apparent Monte Albán IV settlements was located in the hills just east of the confluence of the Río Salado and the Río Atoyac [...] It might be noted, however, that the same área covered by this proposed Monte Albán IV pattern had a few Illb sites, suggesting that the occupation had already begun while Monte Albán was still going strong [...] Early Postclassic (Monte Albán IV) components in this área are defined by the preponderance of undecorated gray wares, including examples of types G-35 and early G3M which are stylistically distinct from those of both Monte Albán and Lambityeco, and perhaps different in some respects from the Postclassic materials from Yagul and Cuilapan. All of this indicates the existence of several Period IV ceramic production centers with sepárate distribution spheres (Kowalewski, 1983: 188-190).

South of the Central área most of the population in Period IV resided in several large communities [...] By far the largest Period IV site in the survey área is Jalieza [...] Fortunately, the IV área of the site is not significantly coterminous with the Illa and V occupations, so we can view it as essentially a single component site (Blanton et al., 1982: 117-118).

In addition to a ceramic complex which suggested the growth of Monte Albán V G3M fine gray ware out of Period IV gray ware, Site 1A yielded a sherd of "Z or Balancán Fine Orange" [...] This specimen parallels Paddock's disco very of Balancán Fine Orange in Period IV levéis at Lambityeco (Kowalewski, 1983: 190).

In the rubble above the abandoned structures of this Period III, Caso found a different complex of pottery, which he originally called Period IV [...] This was a much drabber ceramic assemblage dominated by large crude bowls of the type we now know as G-35, but with a whole range of additional shapes like those shown in Figures 317 Figures 317 through 375 of Caso, Bernal, and Acosta (1967). Although there were effigy bat claw vessels, and incensé burners or braziers studded with the kind of low spikes sometimes seen on dog collars, Period IV pottery was aesthetically unexciting compared to the more flamboyant ceramics of earlier periods (Marcus y Flannery 1990: 192).

[...] has identified regional variation in Illb and IV pottery, such as variants of G-35 bowls from the Central Valley of Oaxaca which are stylistically distinct from the G-35s at both Monte Albán and Lambityeco [...] More recently, the settlement pattern surveys of the Valley of Oaxaca [...] have provided an opportunity to refine the diagnostics of Periods Illb and IV still further [...] Thus, the differences between Illb and IV are about what one would expect to find between the early and late subphases of one long phase phase [...] In most cases, the differences between Illb and IV involve percentages or proportions of one type to another, not simple presence or absence (Marcus y Flannery 1990: 194-195).

With the gradual decline of Monte Albán after A.D. 600, valley-floor centers like Zaachila, Cuilapan, Macuilxochitl, Lambityeco, Mitla, and Matatlán, as well as hilltop centers like Jalieza increased in importance [...] Thus began a period [...] during which the Zapotee were ruled not by one central capital, but by numerous competing centers [...] Unfortunately, the outlines of this important period remain sketchy, for the simplest and most basic of reasons. The periods involved are Monte Albán Illb (roughly A.D. 500-750) and Monte Albán IV (roughly A.D. 750-950); and unfortunately, the ceramics of Periods Illb and IV are often difficult to distinguish (Marcus y Flannery 1990: 191).

The Oaxaca Settlement Pattern Project found some 1073 sites of Monte Albán Illb and IV; of these, 629 sites were assigned to Illb, and 444 to IV. The distribution of these sites has sparked debate, however, since most localities assigned to Illb occur in the Etla and Central valleys, while most localities assigned to IV occur in the Tlacolula and Zaachila-Zimatlán valleys. This suggests that there are regional, as well as chronological, differences involved [...] Kowalewski et al. (1989: 252) suggests that readers who are made nervous by such regional differences can, if they choose, combine the Period Illb sites [...] and the Period IV sites [...] into a single map, calling it "Monte Albán IIIb-IV". However, they warn that such a combination of sites would also mask some of the best chronological differences between Illb and IV (Marcus y Flannery 1990: 195-196).

The Postclassic was a period of over 800 years, in which only one ceramic transition is readily discernible. The Period V ceramic assemblage lasts for nearly 600 of those years. We suggest that the conservatism in ceramic styles indicates a more stable regional system in the Postclassic. It could be argued, of course, that major shifts which we are unable to detect in the absence offiner chronological control oceurred within Period V. We have argued, however, that the changes observable in the ceramic assemblages of the Monte Albán periods were consequences of changing political and economic organization. The relative absence of change in the Late Postclassic ceramics, then, we hold, is strong evidence that this period was comparatively stable (Blanton et al., 1982: 115).

Ignacio Bernal (personal communication) has for many years predicted that it will one day be possible to divide Monte Albán V into three phases, minimally defined as follows: 1. An Early V, growing out of Period IV, which contains the usual G3M gray ware, along with imported Yanhuitlán Red-on-cream from the Mixteca, but lacks polychrome. 2. A Middle V, in which polychromes of Mixteca-Puebla style [...] join the already-present G3M and Yanhuitlán Red-on-cream, but which lacks metal. 3. A Late V, extending into the sixteenth century, which has all the elements of Middle V, plus metal (copper, silver, gold) (Marcus y Flannery 1990: 199-200)

With the arrival of Mixtee influence, or Mixtecoid as I prefer to cali it [...] they built those extraordinary palaces which are remarkable not only for their differences from the older buildings in the área, their size and their architectural merit, but also because they belong to a way of life apparently unknown previously in the valley [...] emphasis is on the dwelling of the chief or chiefs rather than on that of the gods, in violent contrast with Monte Alban. Mixtee influence appears, and not for this reason only, to have brought a considerable degree of secularization to Oaxacan culture, though it would be absurd to think that priestly power had disappeared or the worship of the gods diminished (Bernal, 1965a: 811).

To be sure, the architecture of Monte Albán V differs from that of Period III, just as the architecture of Period III differs from that of the Formative. But nowhere in the Mixteca — ñor at Sa’a Yucu — do we see architectural prototypes that convince us that Monte Albán V architecture resulted from a Mixtee invasión. Presumably the Zapotee arehiteets were aware of new trends and innovations over a wide área of Mesoamerica [...] The Postclassic state was, after all, a form of government integrated more by political power and military forcé than by state religión, and the escalated status of the Postclassic ruler demanded an elabórate residence [however] religión was hardly relegated to an insignificant position (Flannery y Marcus, 1983: 279).

Since there are no absolute proofs in modern science, perhaps we should consider the possibility that [...] the Monte Alban V culture resulted not from a physical invasión by Mixtees, but from a diffusion of ideas and a trade in objeets from the Mixteca — ideas and objeets accepted among an always Zapotee population. A Zapotee acceptance of outside ideas would be quite contrary to what we know of Zapotee attitudes in such matters during Monte Alban IIIB-IV; but peoples do change [...] If there was in fact a Mixtee invasión, there should be two different kinds of cultural remains in the Valley during late preconquest times, one corresponding to the Zapotees and the other to the Mixtees. In fact, this is what we find: Monte Alban IV and Monte Alban V are two quite distinct cultures as seen archaeologically, just as the documents suggest they ought to be. Two different peoples lived in the Valley at the same time, and the discrepancies in their tastes and traditions were accentuated by their hostile relations [...] Even in 1580 — after over three centuries of cióse coexistence — the Relación of Cuilapa could say that ’the other Indians of this Zapotee región (where this town is settled) are very different from these [Mixtee] Indians for many reasons’; and it goes on to list some details of the differences. The Relación of Chichicapa confirms that for the Valley Indians, or at least for contemporary Spanish observers of them, there were two contrasting groups: it speaks of the Zapotee Indians by ñame, and goes on to say that ’the Mixtee Indians [have] another language and lineage of their own’ (Paddock, 1970a: 378).

We see a modest Mixtee presence in the Valley of Oaxaca as the result of strategic marriage alliances between Mixtee and Zapotee royal houses, and regard any "wars" as local conflicts [thus] we plead for a separation of two issues: Zapotee and Mixtee culture on the one hand, and Late Postclassic pottery on the other. Archaeological confusión increases in direct proportion to our inability to treat these as sepárate issues (Flannery y Marcus, 1983: 279).

For present purposes, I will consider a "stage" to be a segment of a historical sequence in a given área, characterized by a dominating pattern of economic existence. The general economic life and outlines of social structure of past peoples can often be inferred from archaeological remains and can be related to similar phenomena, whether the dates are known or not [...] The term "period", on the other hand, might be considered to depend upon chronology. Thus a stage may be recognized by contents alone, and, in the event that accurate dates can be obtained for it in a given área, it could be said that the stage here existed during such-and-such uperiod. Further, the same stage may be said to appear at different times or periods in different áreas and also to end at different times. A stage may also include several locally distinctive culture complexes and minor time divisions. A great deal of discussion is needed on these points (Krieger apud Willey y Phillips 1958: 68-69).

Unfortunately [...] the valué of our results in these volatile phases [i.e., IIIB y IV] is limited by chronological difficulties. We cannot describe with absolute dates the sequence of events surrounding the collapse of Monte Albán, and we are not always sure which settlements are contemporaneous. But since the survey has identified the key sites, it now should be possible to secure the dates that will resolve the problem (Kowalewski et al., 1989: 251).

We interpreted Period Illa [300-500] as a time of intense local development of energy sources by Monte Albán in response to a diminishment in empire revenues and an increased threat from Teotihuacán. The settlement patterns of Illb seem to stand as testimony to the failure of the development strategy. Figure 7-1 is the map of the Illb sites in the survey área. Even a cursory glance of this map convinces one that major changes occurred in the survey área after the climax in population density during Illa. By the time the pottery types that we identify as Illb were in use, there were many fewer sites occupied, and there was a reorientation of the regional system as we know it to the valley's Central zone. For reasons we can only guess at, the massive development of the southern región proved not to be a viable strategy for the long run (Blanton et al., 1982: 103).

Sites we identified as Illb have ceramic assemblages similar to that we noted at Cerro Atzompa [...] Pottery we identified as Period IV differs from the Atzompa assemblage in several respects, although the differences are not always that easy to detect, especially when the surveyor is looking at muddy, eroded sherds in the field. Although the IV assemblages are somewhat variable within the región, they are generally distinguishable from the Illb assemblages in that they 1) show more affinity to the pottery from Lambityeco (Paddock, Mogor, and Lind 1968), 2) contain in some cases known Period IV markers such as imitation Fine orange, and, 3) finally, are in some cases obviously transitional to Period V in containing G-3M sherds but not in the Monte Albán V forms. Our biggest problem remaining in this regard is the possibility that small áreas of Illb occupation could be "swamped" in the larger IV sites, such as Jalieza (Blanton etal. 1982: 103).

After this particular form of regional glue [i.e., Monte Alban] dissolved, the región was temporarily segmented, but out of this a regional system evolved in which integration was primarily commercial, not governmental (although, of course, governmental institutions still existed) [...] in contrast with the Classic period as a whole, our evidence indicates that during the Late Postclassic, more people had access to a wider range of goods, and the quality of those goods was higher than had been the case in any prior period. Governmental institutions, we would argüe, during the Late Postclassic, were not able to direct, control, or reorganize systems of production and distribution for purposes of generating revenue (Blanton et al., 1982: 134).

[...] some sites finish their pre-Spanish history in Period IV. This is not to say that they were abandoned — many of them are still occupied today — but that the Mixtees did not oceupy them, as we already know from historical sources [...] the number of ruins, the abundance of material in them, and the large size of some, suggest a very dense population for the valley of Oaxaca. Rough calculations have suggested to me that the population from Period IIIB onwards was very near that of the present time, but this is only an estimate (Bernal, 1965a: 796).

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