Como tantas otras veces, caminando por Canido, en las afueras de Vigo, pasé ayer por delante de la que tantos años fue tu casa.
Aparentemente todo estaba igual, el jardín, la paciega chimenea, la ventana entreabierta, pero no era cierto, una extraña melancolía me invadió, faltabas tú, pues hacía varios días que te habías apagado a tus 88 años, el 14 de mayo.
Cuántos recuerdos se me amontonaron, desde aquel día del verano del 64 en que en nuestro querido sanatorio Cristo de la Victoria, siendo yo estudiante para segundo de medicina, me dejaste ayudar a una intervención de varices y me diste una lección de anatomía quirúrgica, con la precisa disección del cayado de la safena, como habías aprendido a hacer de tu querido maestro D. Fernando Martorell en la policlínica Platón.
Siempre fuiste un hombre entregado a tu profesión con una gran dosis de pragmatismo que te hacía ir de forma natural a la esencia de las cosas sin perderte en sutilezas. Tu trayectoria profesional larga y fecunda, primero en Lugo y desde la década de los sesenta en Vigo, te permitió labrarte un muy merecido prestigio de especialista angiológico, y has sido durante muchos años la referencia en el sur de Galicia.
Te resististe durante años porque los protagonismos no iban contigo, pero no pudiste negarte ni a ser vicepresidente en la primera Junta Directiva de la Sociedad, ni a la organización, como Presidente del Comité local de las XVI Jornadas Angiológicas Españolas, celebradas en Vigo en junio de 1970, evento que todavía pervive en la memoria de nuestros mayores.
Descansa en paz, querido Óscar, después de más de 50 años de ejercicio profesional, bien merecido lo tienes, y también que la angiología viguesa, de la que fuiste el pionero, siempre guardará de forma imborrable tu recuerdo de persona buena y cabal.
