En este trabajo se analizan los datos de un estudio longitudinal a largo plazo con el objetivo de examinar las implicaciones de los rasgos psicopáticos infanto-juveniles, evaluados a través de la mCPS (modified Child Psychopathy Scale), en la conducta antisocial en la adolescencia. Se analizan los datos recogidos en 141 niños (edad media=7.80), que fueron seguidos seis y diez años más tarde. Los resultados muestran que los niños con altas puntuaciones en rasgos psicopáticos presentan en la adolescencia temprana niveles relativamente altos de problemas de conducta. Además, a lo largo de la adolescencia se produce en ellos un mayor incremento en implicación con amigos antisociales, consumo de cannabis y agresión proactiva. Así, los resultados muestran que los rasgos psicopáticos medidos en la niñez se asocian con un desarrollo más desfavorable, particularmente en indicadores que, como la agresión proactiva, se han vinculado clásicamente a la personalidad psicopática en adultos.
This research analyzes data from a long-term longitudinal project with the aim of studying the implications of childhood psychopathic traits (measured through the mCPS; modified Child Psychopathy Scale) in adolescent antisocial behavior. Data from 141 children (mean age=7.80), followed-up six and ten years later, were analyzed. Results indicate that children high in psychopathic traits show relatively high levels of behavioural problems in early adolescence. Moreover, throughout adolescence they show a higher increase in their involvement with antisocial peers, cannabis use, and proactive aggression. Thus, results show that psychopathic traits measured in childhood are linked to a more unfavorable development, particularly to indicators classically associated to adult psychopathic personality (e.g., proactive aggression).
La heterogeneidad en los patrones de conducta antisocial es un tema que ha adquirido un enorme interés en del estudio de los problemas de conducta y la criminalidad. Más que una entidad unitaria, hoy sabemos que la conducta antisocial puede adoptar diferentes manifestaciones, determinantes y vías de evolución (Wolf y Ollendick, 2010), de forma que en las últimas décadas se han multiplicado los intentos por establecer taxonomías de conducta antisocial que permitan comprender el fenómeno de un modo más preciso y abordar con herramientas más afinadas la intervención. En este sentido es una tarea prioritaria la identificación de aquellos individuos que presentan un mayor riesgo de comportamiento antisocial severo, persistente, versátil y violento. La distinción entre conducta antisocial “de inicio adolescente” y “de inicio temprano”, subrayada por Moffitt (1993) entre otros, ha tenido un gran poder heurístico, al deslindar un subgrupo de individuos que presentan comportamientos antisociales tempranos y que tienen una mayor probabilidad de desarrollar una trayectoria antisocial crónica y de gran intensidad.
Sin embargo, cada vez se ha ido acumulando más evidencia de que esta distinción puede ser insuficiente (Romero, 2001; Waller, Hyde, Grabell, Alves y Olson, 2015). Hoy se sabe que dentro de los comportamientos antisociales con inicio temprano pueden identificarse a su vez diferentes trayectorias de evolución (López-Romero, Romero y Andershed, 2015), de forma que se hace necesario especificar qué características tienen los niños/jóvenes que presentan un mayor riesgo de presentar un perfil de comportamiento antisocial más problemático y violento. Particularmente en los últimos años, una amplia corriente de investigación ha centrado su atención en la detección temprana de rasgos de personalidad de corte psicopático.
El concepto de personalidad psicopática ha sido enormemente fructífero para el estudio y la predicción del comportamiento antisocial en adultos (Muñoz, 2011; Patrick, 2006). La constelación de rasgos afectivo-interpersonales (frialdad emocional, falta de empatía, manipulación, narcisismo) e impulsivo-conductuales (falta de planificación, dificultades de autocontrol, necesidad de estimulación) que configuran la personalidad psicopática ha generado abundante investigación durante décadas. Así, se ha mostrado que la psicopatía en adultos contribuye a predecir el riesgo de reincidencia (e.g., Pedersen, Kunz, Rasmussen y Elsass, 2010), violencia (e.g., Walsh y Kosson, 2008) y también permite anticipar una mala respuesta al tratamiento (Salekin, Worley y Grimes, 2010).
Dada la relevancia del concepto de psicopatía para clasificar, predecir y explicar el comportamiento antisocial adulto y dadas las dificultades para intervenir sobre individuos con personalidad psicopática en la adultez, la extensión del concepto de psicopatía a la adolescencia y a la niñez ha ido ganando protagonismo en la literatura sobre el comportamiento antisocial. De hecho, en años recientes se ha producido toda una explosión de estudios que intentan identificar un subgrupo de niños con un estilo personal psicopático y examinar los correlatos, determinantes y pronóstico asociados al mismo (Frick, Ray, Thornton y Kahn, 2014). La psicopatología del desarrollo ha propiciado el estudio de la psicopatía como un concepto evolutivo que se va gestando y desarrollando desde la niñez a través de cadenas de transacción entre el individuo y el ambiente y que va presentando diferentes manifestaciones en diferentes etapas del ciclo vital (Fox, Jennings y Farrington, 2015). Así, un amplio número de investigaciones (véase, por ejemplo, la revisión de Frick et al., 2014) han mostrado la asociación de los rasgos psicopáticos con una variedad de disfunciones conductuales como la agresión y delincuencia. Así mismo, la identificación de correlatos cognitivos, emocionales y neurobiológicos semejantes a los de la psicopatía adulta han proporcionado solidez al estudio de la personalidad psicopática en la niñez y la adolescencia (Frick y Ray, 2015; Frick y White, 2008). La relevancia que ha adquirido este caudal de investigaciones queda reflejada de hecho en la reciente incorporación del especificador “con emociones prosociales limitadas”, dentro del trastorno disocial, por parte del DSM-5 (APA, 2013).
Dentro de esta área de investigación, los estudios longitudinales son una pieza especialmente apreciada, con el fin de conocer qué consecuencias presentan los rasgos psicopáticos cuando se miden en la niñez en etapas posteriores de la vida. Precisamente, en este estudio se analizan los datos recogidos en un estudio longitudinal a largo plazo que estudia desde la niñez la evolución de los problemas de conducta. El objetivo fundamental del trabajo que aquí se describe es conocer si un patrón de rasgos psicopáticos identificados en la niñez se asocia con dificultades conductuales y psicosociales evaluadas a través de diferentes informantes en la adolescencia. Además, se pretende estudiar si los rasgos psicopáticos medidos en la niñez conllevan una evolución diferencial de los problemas de conducta durante la adolescencia, incluyendo la vinculación con amigos antisociales, consumo de drogas y conducta agresiva.
Por otra parte, a pesar del interés suscitado por los rasgos psicopáticos infanto-juveniles, la necesidad de instrumentos de evaluación con adecuadas garantías psicométricas es todavía un reto pendiente. Aunque se han desarrollado múltiples instrumentos (Kotler y McMahon, 2010) y algunos de ellos son ampliamente utilizados en la investigación de este campo (i.e., Antisocial Process Screening Device, APSD, Frick y Hare, 2001; Inventory of Callous Unemotional traits, ICU, Frick, 2004) se han realizado numerosas llamadas de atención sobre las debilidades metodológicas de los instrumentos de uso más extendido (López-Romero, Gómez-Fraguela y Romero, 2015; Romero, Luengo, Gómez-Fraguela, Sobral y Villar, 2005; Sharp y Kine, 2008), debiendo explorarse diferentes alternativas de evaluación. En este trabajo se parte de los informes proporcionados por los padres a través de la (modified) Child Psychopathy Scale (Lynam, 1997; Lynam y Gudonis, 2005), que ofrece puntuaciones en los dos factores que tradicionalmente han caracterizado la psicopatía adulta. La utilización de la mCPS en esta investigación proporcionará evidencias para la validez de constructo y permitirá ofrecer nuevos datos sobre su utilidad predictiva a largo plazo.
MétodoParticipantesLos participantes en este estudio forman parte del estudio longitudinal UDIPRE iniciado en 2002 para el estudio de la evolución de los problemas de conducta y de factores asociados. En la evaluación inicial (T1) realizada en el curso académico 2002-2003 participaron 192 niños (72.4% varones) escolarizados en 34 centros educativos de educación primaria. De los participantes iniciales se obtuvieron datos relevantes para este estudio (rasgos psicopáticos) en 141 (70% varones) con edades comprendidas entre 6 y 10 años (media=7.80) residentes en zonas urbanas (39%), semiurbanas (36%) y rurales (25%) de Galicia. En dos seguimientos posteriores, realizados en 2009 (T2) y 2013 (T3), fueron evaluados respectivamente 102 y 105 participantes. Las edades medias en estos seguimientos fueron 13.79 y 17.40.
Variables e instrumentosPara los objetivos de este estudio se consideraron en T1 los rasgos psicopáticos y los problemas de conducta externalizantes. En T2, cuando la mayoría de los participantes se encuentran en la adolescencia temprana, para los fines de este estudio se consideraron diversas medidas de conducta antisocial, consumo de drogas, competencia social y rasgos psicopáticos. Esto permitirá conocer si en la adolescencia temprana los niños que presentaban rasgos psicopáticos durante la infancia muestran indicadores de mayor desajuste social y personal. En T3 (adolescencia tardía), con el fin de examinar la evolución de los problemas de conducta, se tomaron de nuevo medidas de conducta antisocial (incluyendo conducta agresiva) y consumo de drogas. Para la evaluación de los problemas de conducta durante estos seguimientos, con el fin de superar los problemas asociados a la varianza de método compartida cuando todos los instrumentos son cumplimentados por el mismo informante, se optó por una perspectiva multi-informante. Así, en T2 (adolescencia temprana) se recogieron datos en los padres, los profesores y los propios chicos y en T3 (adolescencia tardía) fueron informantes los padres y los chicos. A continuación se indican las variables específicas y los instrumentos considerados en cada recogida de datos.
T1 (2002-2003). Rasgos psicopáticos y problemas de conducta. Para la evaluación de los rasgos psicopáticos en la niñez se utilizó la Child Psychopathy Scale (modificada, mCPS; Lynam y Gudonis, 2005). La Child Psychopathy Scale, originalmente desarrollada por Lynam (1997), fue elaborada partiendo de los descriptores de psicopatía que conforman la PCL-R (Hare, 2003). La versión modificada excluye los ítems relativos a conducta antisocial, de forma que pretende ser una medida más “pura” de personalidad psicopática, incluyendo los aspectos afectivos e interpersonales (e.g., ausencia de remordimientos, manipulación, pobreza de afecto, grandiosidad), que configuran el factor 1, y los aspectos más impulsivos (e.g., susceptibilidad al aburrimiento, falta de planificación, dificultades de autocontrol), que configuran el factor 2. Los 55 ítems de la escala (e.g., “¿intenta aprovecharse de otras personas?” “¿procura culpar a otros de lo que hace?”) se contestan en formato “Sí/No”. La escala fue cumplimentada en este estudio por los padres/madres de los participantes; los coeficientes alfa obtenidos en esta muestra fueron de .79 para el factor 1 y .81 para el factor 2.
La dimensión externalizante de la Child Behavior Checklist (CBCL; Achenbach, 1991a) fue utilizada como medida de los problemas de conducta problemática en el primer momento del estudio. Esta escala, clásicamente utilizada en los estudios sobre problemas de comportamiento en la niñez y la adolescencia, incluye ítems relativos a agresión y otras conductas antinormativas que son cumplimentados por los padres/madres con un formato de respuesta de tres puntos (de nada cierto a muy cierto). El coeficiente alfa en T1 para esta escala fue de.85.
T2 (2009). Conducta antisocial, consumo de drogas, competencia social y rasgos psicopáticos.
- a)
Instrumentos aplicados a los padres/madres. Además de la Child Behavior Checklist (CBCL; Achenbach, 1991a), que permite evaluar los problemas de conducta problemática de los chicos (alfa en T2=.82), se utilizó también la escala de trastorno de conducta de la Disruptive Behavior Rating Scale (DBRS; Barkley, 1997) con el fin de captar los problemas de comportamiento más severos. Esta escala presenta a los padres 15 comportamientos antisociales (e.g., “ha forzado a alguien sexualmente”, “ha destrozado el coche, casa o edificio de alguien”), extraídos de la definición de “trastorno disocial” del DSM IV, ante los cuales los padres deben indicar si han sido realizados por su hijo en los últimos 12 meses (formato de respuesta “Sí/No”). El coeficiente de consistencia interna alfa fue de .78.
Además, con el fin de tener medidas específicas de distintos tipos de agresión se utilizó la Escala para Padres de Agresión Reactiva/Proactiva (Dodge y Coie, 1987), una escala breve (seis ítems) que permite evaluar la implicación en conductas agresivas premeditadas e instrumentales (agresión proactiva; e.g., “amenazar o acosar a alguien”) y conductas agresivas emocionales como reacción a provocaciones reales o percibidas (agresión reactiva; e.g., “gritar a alguien cuando siente que ha sido molestado”). El alfa para ambas escalas fue, respectivamente .80 y .83 en esta muestra.
Los padres/madres proporcionaron también información acerca de la competencia social de los adolescentes a través de la Escala de Competencia Social Fast Track (Conduct Problems Prevention Research Group, 1995). Esta escala proporciona a través de 12 ítems con un rango de respuestas de cinco puntos (de nunca a frecuentemente), medidas de habilidades prosociales/de comunicación (e.g., “comparte sus cosas con los demás”) y habilidades de regulación emocional (e.g., “sabe calmarse cuando está alterado”). El alfa en esta muestra fue de .83 y .84 respectivamente.
Como medida de rasgos psicopáticos en la adolescencia temprana, los padres/madres cumplimentaron el Inventory of Callous-Unemotional Traits (ICU; Frick, 2004), que examina específicamente las características de corte afectivo (insensibilidad, afecto superficial, indiferencia) implicadas en la personalidad psicopática y que han sido consideradas desde algunos modelos como los ingredientes nucleares de la psicopatía (White y Frick, 2010). El ICU, que desde su publicación ha sido ampliamente utilizado en la investigación sobre psicopatía infanto-juvenil, consta de 24 ítems (e.g., “intenta no herir los sentimientos de los demás”, “expresa sus sentimientos abiertamente”) a los que se responde en una escala de respuesta de 0 (en absoluto) a 4 (totalmente cierto). El alfa para la escala fue en este estudio de .82.
- b)
Instrumentos aplicados a los profesores. Para la evaluación de los problemas de conducta percibidos por los profesores se utilizó la escala externalizante del Teacher Report Form (TRF; Achenbach, 1991b), otra escala ampliamente conocida en la que los profesores informan, con un formato de respuesta de 0 (nada cierto) a 2 (muy cierto), sobre dificultades de comportamiento perturbador (alfa=.74).
Así mismo, a través de los profesores se obtuvieron también puntuaciones en rasgos psicopáticos a través del ICU (Frick, 2004), que fue descrito en líneas anteriores (alfa=.88).
- c)
Instrumentos aplicados a los adolescentes. El Cuestionario de Conducta Antisocial (CCA; Luengo, Otero, Romero, Gómez-Fraguela y Tavares-Filho, 1999) permitió evaluar a través de 37 ítems (e.g., “coger cosas en tiendas abiertas”, “escaparse de casa”) la implicación autoinformada en conductas antisociales durante los últimos 12 meses, en una escala de respuesta de 0 (nunca) a 3 (con frecuencia). La consistencia interna (alfa) en esta muestra fue de .78.
Una evaluación específica de los patrones de conducta agresiva se realizó a través de la versión autoinformada de la Escala de Agresión Reactiva/Proactiva (Dodge y Coie, 1987), ya descrita (alfa=.79 y .76 respectivamente).
La vinculación con amigos antisociales se evaluó a través de la Escala de Implicación con Amigos Antisociales (adaptada de Thornberry, Lizotte, Krohn, Farnworth y Jang, 1994), con cinco ítems que evalúan el contacto con amigos que llevan a cabo conductas antinormativas (e.g., “robar o quedarse con cosas que pertenecen a otros”, “amenazar, asustar o atacar a otras personas”). La consistencia interna (alfa) de la escala en esta muestra fue de .73.
El consumo de drogas fue evaluado a través del Cuestionario de Consumo de Drogas (Luengo, Romero, Gómez-Fraguela, Garra y Lence, 1999), que incorpora un amplia variedad de indicadores relacionados con el uso de sustancias, como la frecuencia y cantidad de consumo de tabaco, alcohol y cannabis.
T3 (2013). Conducta antisocial y consumo de drogas
- a)
Instrumentos aplicados a los padres. Con el fin de conocer la evolución de los problemas de conducta desde T2 a T3, en este estudio se consideraron nuevas mediciones a través de informes de los padres, con la escala externalizante del CBCL (alfa=78) y la Escala de Agresión Reactiva/Proactiva (alfa de .78 y .82 respectivamente).
- b)
Instrumentos aplicados a los adolescentes. En esta parte del seguimiento, se tomaron medidas autoinformadas de conducta antisocial (CCA; alfa=.83), conducta agresiva (Escala de Agresión Reactiva/Proactiva; alfa de .75 y .72 respectivamente), implicación con amigos antisociales (Escala de Implicación con Amigos Antisociales; alfa=.78) y consumo de drogas (Escala de Consumo de Drogas).
En la recogida inicial de datos (T1), tras el primer contacto con los centros educativos y la petición de permisos a los padres/madres, se realizó un screening a través de una escala breve de problemas de comportamiento externalizante (véase López-Romero, Gómez-Fraguela et al., 2015; López-Romero, Romero et al., 2015), de forma que participaron en el estudio niños con niveles elevados y bajos de problemas de conducta. De los casos seleccionados para la participación en el estudio longitudinal, el 87% de las familias accedieron a participar. A estas familias se les aplicó los cuestionarios por parte de personal especializado. Para los seguimientos posteriores se retomó el contacto con las familias a través de teléfono y/o correo postal. Las que accedieron a participar fueron evaluadas en los centros educativos donde los chicos se encontraban escolarizados en ese momento o en locales culturales de sus lugares de residencia. Los instrumentos aplicados a los profesores (mayoritariamente tutores) fueron facilitados a estos por el equipo de investigación y recogidos diez días más tarde en los centros educativos. En los dos seguimientos considerados para los objetivos de este estudio se realizó una comparación de los individuos participantes con los que no participaban en la investigación y se observó que no existía atrición diferencial en función de la edad pero sí en función del género y de los problemas de conducta externalizantes, con mayor pérdida de varones (p=.03) y de los participantes que en T1 tenían más problemas de conducta (p=.004). Este es un patrón común en los estudios con problemas de conducta, debido a la mayor inestabilidad psicosocial y a la menor motivación para la participación a largo plazo en personas con más alteraciones comportamentales.
Análisis estadísticosEn primer lugar, con el fin de identificar grupos homogéneos de niños de acuerdo con sus niveles de rasgos psicopáticos, se realizó un análisis cluster (método de distancia máxima), considerando las puntuaciones en T1 obtenidas para los rasgos psicopáticos (factor 1 y factor 2 del mCPS).
Los clusters obtenidos se compararon en las mediciones tomadas en T2 para conducta antisocial, consumo de drogas, competencia social y rasgos psicopáticos. Dado el amplio número de medidas consideradas y la existencia de múltiples informantes, se utilizaron MANOVA con cada uno de los conjuntos de variables, en los que se consideraron las mediciones provenientes de los distintos informantes. Esto permitió conocer si en la adolescencia temprana existen diferencias en el funcionamiento psicosocial en función de las puntuaciones en rasgos psicopáticos que los individuos habían obtenido en la niñez.
Finalmente, se realizaron análisis de varianza con una medida intersujeto (el grupo–clúster–al que pertenecen los participantes) y otra intrasujeto (el momento de la recogida de datos: T2 o T3). De este modo, examinando si existe interacción significativa entre el grupo y el tiempo, se comprueba si entre T2 (adolescencia temprana) y T3 (adolescencia tardía) se produce una evolución diferencial en los distintos indicadores de problemas de conducta.
ResultadosIdentificación de grupos homogéneos en función de los rasgos psicopáticosEn primer lugar, a partir de las puntuaciones en los dos factores del mCPS (F1: rasgos afectivo/interpersonales, F2: impulsividad), el análisis clúster (jerárquico, con máxima distancia como método de agrupación y distancia cuadrada euclidiana como medida para definir la distancia entre los grupos) delimitó dos grupos de participantes, uno de ellos formado por 116 participantes y otro por 25. Comparados ambos grupos en las puntuaciones en rasgos psicopáticos, se encuentra que el grupo más reducido (n=25) está conformado por participantes con puntuaciones significativamente más altas en las dos dimensiones psicopáticas en comparación con el grupo más amplio (media 18.73 frente a 9.77 en el factor 1, p<.001; 15.28 frente a 8.11 en el factor 2, p<.001).
Estos dos grupos de niños no difirieron en edad pero sí en género, con más chicos (p=.03) en el grupo de “altos” rasgos psicopáticos (92%) que en el de “bajos” rasgos psicopáticos (67%). También existen diferencias significativas en este primer momento en problemas de conducta externalizante, con mayores puntuaciones (p<.001) en el grupo de participantes altos en rasgos psicopáticos (media de 33.44 frente a 15.15).
Así pues, el análisis clúster identifica dos grupos de niños que difieren en sus puntuaciones en ambos rasgos psicopáticos en el primer momento de la evaluación: un grupo de niños emerge como un grupo con altas puntuaciones en rasgos psicopáticos (afectivo/interpersonales e impulsivo/conductuales) y además difiere en distribución de género y en problemas de conducta respecto al grupo de bajos rasgos psicopáticos. Estos dos grupos de niños fueron a continuación comparados en las variables evaluadas en la adolescencia temprana (T2) y, de acuerdo con el planteamiento inicial del estudio, se examinó su evolución entre la adolescencia temprana (T2) y la adolescencia tardía (T3). Dadas las diferencias en género y en problemas de conducta, estas variables serán introducidas en los análisis posteriores como variables de control para aislar más puramente las implicaciones de los rasgos psicopáticos en etapas posteriores de la vida.
Comparaciones en T2 (adolescencia temprana)Los dos grupos de participantes identificados en la niñez como altos y bajos en rasgos psicopáticos fueron comparados en los distintos conjuntos de variables que son tomados como criterio en este estudio: conducta antisocial, consumo de drogas, competencia social y rasgos psicopáticos.
En primer lugar se tomaron los indicadores de conducta antisocial procedentes de diferentes informantes: escala externalizante del CBCL, trastorno de conducta de la DBRS, agresión reactiva y proactiva informada por padres y chicos, conducta antisocial autoinformada en el CCA e implicación con amigos antisociales. El análisis multivariable mostró diferencias significativas en este conjunto de variables, F(8, 95)=202.11, p<.001, η2=.41. En la figura 1 se presentan las puntuaciones estandarizadas correspondientes a los dos grupos en cada una de las variables examinadas dentro de este conjunto, que muestran cómo en la mayoría de las variables las puntuaciones estandarizadas son superiores a la media en el grupo de niños que habían sido altos en rasgos psicopáticos.
La aplicación de la corrección de Bonferroni para detectar diferencias en variables específicas mostró que se presentan diferencias significativas (p<.005) en las variables de problemas de conducta externalizante del CBCL, F(1, 101)=10.85, p<.001, agresión proactiva informada por los padres, F(1, 101)=21.52, p<.001, y agresión reactiva informada también por los padres, F(1, 101)=34.01, p<.001.
En cuanto a consumo de drogas, se compararon los ítems de frecuencia anual y cantidad de consumo de tabaco, alcohol y cannabis, sin que se encontrasen diferencias significativas para este conjunto de variables, F(6, 85)=1.75, p=.73.
Sí se encontraron diferencias, sin embargo, en las variables de competencia social (habilidades prosociales/comunicativas y habilidades de regulación emocional), F(2, 105)=288.30, p<.001, η2=.50. En la figura 2 se representan las puntuaciones estandarizadas en estas variables para los dos grupos, con puntuaciones bajo la media para el grupo de altos rasgos psicopáticos.
El análisis univariado, tras la corrección de Bonferroni, mostró que se establecían diferencias significativas (p<.025) en las dos variables: habilidades prosociales/comunicativas, F(1, 100)=12.84, p<.001, y habilidades de regulación emocional, F(1, 100)=10.01, p<.001.
Finalmente, cuando se comparan las puntuaciones en T2 para los rasgos psicopáticos de dureza/insensibilidad emocional, evaluados a través del ICU, el análisis multivariante también señala diferencias significativas, F(3, 93)=20.31, p<.001, η2=.56, con puntuaciones estandarizadas sobre la media para el grupo que en T1 había sido identificado como alto en rasgos psicopáticos Estas puntuaciones medias estandarizadas se presentan en la figura 3.
El examen de las diferencias en variables específicas después de la corrección de Bonferroni mostró que los grupos difieren significativamente (p<.016) en la dureza/insenibilidad informada por los padres, F(1, 95)=10.07, p<.001, y también por los profesores, F(1, 95)=9.87, p<.001.
Evolución diferencial desde T2 (adolescencia temprana) a T3 (adolescencia tardía)Para conocer si ambos grupos presentan en la adolescencia diferentes patrones de evolución en conducta antisocial y consumo de drogas, se examinó si existía interacción entre el grupo (altos y bajos en rasgos psicopáticos) y tiempo (T2, T3) para las variables relevantes evaluadas en ambos momentos: conducta antisocial, agresión reactiva y proactiva, implicación con amigos antisociales y consumo de drogas (frecuencia y cantidad de consumo anual tabaco, alcohol y cannabis).
Los análisis de varianza 2×2 no mostraron interacciones significativas para las escalas globales de conducta antisocial, informadas por los padres (CBCL–externalizante), F(1, 98)=1.32, p=.623), o por los chicos (CCA), F(1, 101)=1.75, p=.52). Sin embargo, sí se encontraron interacciones significativas en los otros campos evaluados de los problemas de conducta, como la implicación con amigos antisociales, F(1, 100)=8.21, p=.006, la frecuencia de consumo de cannabis, F(1, 97)=4.32, p=.02, y la agresión proactiva, tanto informada por los padres, F(1, 99)=15.05, p<.001, como por los chicos, F(1, 98)=12.53, p<.001. En las figuras 4–7 se representan gráficamente las interacciones, a través de las medias marginales estimadas.
Como se observa en las gráficas de interacción, el grupo que había sido identificado como con altos rasgos psicopáticos en T1 muestra una evolución más desfavorable a lo largo de la adolescencia. Partiendo en la adolescencia temprana de un mismo nivel de implicación con amigos antisociales, consumo de cannabis y agresión proactiva autoinformada, a lo largo de la adolescencia los chicos que habían mostrado altos rasgos psicopáticos experimentan un aumento que es detectado como significativamente mayor por el análisis de varianza. En el caso de la agresión proactiva informada por los padres se partía de niveles ya más altos en el grupo con altos rasgos psicopáticos T1, pero la evolución a lo largo de la adolescencia traza diferentes líneas, con un aumento, t(21)=3.15, p=.009, en el grupo con altos rasgos psicopáticos y un descenso, t(79)=1.95, p=.03, en el grupo con bajos rasgos psicopáticos. Esta evolución diferencial no se produce en la agresión reactiva: no se encuentran interacciones grupo x tiempo significativas ni en la informada por los padres, F(1, 99)=1.06, p=.85, ni en la informada por los chicos, F(1, 18)=1.01, p=.89. Ambos grupos evolucionan de forma semejante en estos indicadores a lo largo de la adolescencia: hay un descenso semejante en ambos grupos cuando se atiende a los informes de los padres (medias de 2.14 y 1.94, en el grupo de altos rasgos psicopáticos; medias de 1.66 y 1.44 en el grupo de bajos) y un ascenso semejante también en ambos grupos cuando se atiende a los informes de los chicos (medias de 2.44 y 2.75 en el grupo de altos rasgos psicopáticos; medias de 2.21 y 2.36 en el de bajos).
DiscusiónComo se ha señalado en la introducción, el concepto de psicopatía, aplicado a los adultos es un concepto bien asentado en la psicología clínica y forense. Décadas de investigación, en gran parte basadas en la conceptualización de Cleckley (1941) y en los desarrollos psicométricos de Hare con la PCL-R (Hare, 2003) han permitido afianzar la utilidad de este concepto para la predicción de un patrón de conducta antisocial severo, reincidente y violento. La necesidad de comprender cómo se desarrolla este perfil de personalidad a lo largo de la vida, la necesidad de una detección temprana, dadas las dificultades que entraña el tratamiento de la psicopatía adulta (Losel, 1998) y la atención a la heterogeneidad de los problemas de conducta infanto-juveniles han promovido el interés por el estudio de los rasgos psicopáticos en la adolescencia y en la niñez. Los intentos por definir un perfil de rasgos psicopáticos en niños y adolescentes no son totalmente nuevos (e.g., McCord y McCord, 1964), pero ha sido especialmente en los últimos años cuando se ha producido una amplísima eclosión de estudios en esta línea. Si hace poco más de una década este era un tema emergente (Romero, 2001), recientemente este tema se ha convertido en un área de atención prioritaria en la literatura científica sobre personalidad, problemas de conducta y violencia. A pesar de los avances que se han producido en la delineación de los correlatos conductuales, cognitivos, personales y biológicos de los rasgos psicopáticos infanto-juveniles, son todavía escasos en esta área los estudios longitudinales a largo plazo (Frick et al., 2014) que permitan conocer cómo los rasgos psicopáticos en la niñez se asocian a peculiaridades en el comportamiento en etapas posteriores de la vida. El presente estudio contribuye a proporcionar datos que avalan la relevancia de estos rasgos en su relación con las conductas antisociales futuras.
Así, los resultados han mostrado que los niños con puntuaciones relativamente altas en rasgos psicopáticos (afectivo/interpersonales e impulsivo/conductuales) muestran seis años más tarde niveles más altos de problemas de conducta y específicamente conductas agresivas, incluso cuando se controlan los niveles previos de alteraciones externalizantes. Además, se observa que estos niños presentan en la adolescencia peores habilidades de regulación emocional y de comunicación, un aspecto que ha sido escasamente estudiado en la literatura previa (Frick et al., 2014) y que merece mayor atención no sólo para comprender los patrones de interacción social vinculados a los rasgos psicopáticos sino también para el desarrollo de estrategias de intervención.
Además de mostrar que los niños con rasgos psicopáticos presentan en la adolescencia temprana indicadores de mayor disfunción psicosocial, los resultados también indican que estos niños siguen presentando seis años más tarde niveles relativamente altos de dureza emocional, incluso cuando esta es evaluada con un instrumento diferente al originalmente utilizado. En los últimos años se ha hecho especial énfasis en la centralidad de los aspectos emocionales (falta de empatía, insensibilidad emocional, ausencia de sentimiento de culpa) dentro del patrón psicopático infanto-juvenil y, aunque la relevancia de los diferentes rasgos psicopáticos (afectivos, interpersonales, impulsivo/conductuales) sea todavía una cuestión a debate (Colins et al., 2014), el ICU, como medida del “corazón” afectivo de la psicopatía infanto-juvenil, ha adquirido gran popularidad en este campo (López-Romero, Gómez-Fraguela et al., 2015; López-Romero, Romero et al., 2015). La incorporación del ICU en este estudio longitudinal, una vez fue puesto a disposición de la comunidad científica, ha permitido comprobar que existe continuidad entre los rasgos psicopáticos evaluados en la niñez y específicamente la dureza emocional evaluada seis años más tarde. Debe señalarse, además, que la incorporación de diferentes informantes ha permitido ir más allá de constatar la estabilidad de los rasgos psicopáticos utilizando una misma fuente de datos (e.g., López-Romero, Romero y Villar, 2014; Pardini, Lochman y Powell, 2007) para comprobar la existencia de consistencia temporal transinformante, de forma que en la adolescencia los chicos que habían presentado rasgos psicopáticos en la niñez no sólo puntúan alto en dureza emocional cuando son de nuevo calificados por sus padres, sino también por sus profesores.
Además de plasmar el perfil de problemas de conducta en la adolescencia temprana, este estudio examinó cómo se desarrollan las conductas externalizantes a lo largo de la adolescencia en individuos que en la niñez presentaban altos y bajos rasgos psicopáticos. Los resultados mostraron que no existe un patrón específico de evolución para la conducta antisocial como medida global, pero sí para otros indicadores de disfunción conductual. Así, se produce un mayor aumento en la implicación con amigos antisociales (un indicador de riesgo de conducta antisocial bien refrendado por la literatura previa; Laird, Criss, Pettit, Dodge y Bates, 2008) y un mayor aumento en el consumo de cannabis; se encuentra, pues, que los rasgos psicopáticos, de acuerdo con lo que han sugerido otros estudios (Chabrol, van Leeuwen, Rodgers y Gibbs, 2011) y de acuerdo con la literatura sobre adultos (Hemphill, Hart y Hare, 1994), parecen presentar también implicaciones relevantes para el estudio del consumo de drogas ilegales.
Merece la pena destacar, por lo demás, el perfil de resultados que se obtiene en la evolución de la conducta agresiva, ya que se encuentra diferente evolución para el grupo de individuos que en la niñez mostraron altos rasgos psicopáticos; pero este desarrollo diferencial se encuentra específicamente en la agresión proactiva. La distinción entre agresión proactiva y reactiva ha tenido un alto poder heurístico en la investigación sobre conducta antisocial (e.g., Penado, Andreu y Peña, 2014) y se ha mostrado particularmente relevante en el estudio de la psicopatía (e.g., Cornell et al., 1996). Así, la agresión proactiva, fría, premeditada, en busca de metas personalmente gratificantes se ha considerado más asociada al núcleo de la psicopatía que la agresión más reactiva y emocional, que se vincula en mayor medida a desregulación emocional y hostilidad (Raine et al., 2006). Este estudio muestra el poder de los rasgos psicopáticos en la niñez para predecir el aumento de la agresión, específicamente proactiva, durante la adolescencia. Es destacable también que este desarrollo diferencial de la agresión proactiva se demuestre tanto con los informes de los padres/madres como de los propios chicos. Hemos visto que los informes de padres y chicos difieren, y este es un resultado común en la investigación sobre problemas de conducta (De Los Reyes y Kazdin, 2005), que puede responder a la amplitud de contextos, más allá de la familia, en los que se expresa la conducta agresiva en la adolescencia. Aun así, la evolución más negativa dentro del grupo con rasgos psicopáticos queda constatada con diferentes informantes. Hemos visto también que esta evolución diferencial no se produce con la agresión reactiva, donde de nuevo existe disparidad de percepciones entre los informantes, pero donde se produce una evolución paralela en ambos grupos.
En definitiva, este estudio ha permitido constatar en un plano longitudinal a largo plazo cómo los rasgos psicopáticos medidos en la niñez se relacionan con mayores dificultades conductuales y aumentos en la agresión proactiva durante la adolescencia. Estos resultados permiten subrayar la relevancia de los rasgos psicopáticos infanto-juveniles para entender el desarrollo posterior de la conducta antisocial. De hecho, se ha propuesto que los rasgos psicopáticos infanto-juveniles en sí mismos sean objeto de atención clínica por su potencial papel en el curso del desarrollo (Rutter, 2012), una propuesta que está siendo estudiada para la próxima versión de la CIE. Por otra parte, estos resultados, que son coherentes con la propia red nomológica de la psicopatía, proporcionan validez añadida al mCPS informado por los padres, un instrumento que no ha sido ampliamente examinado en la literatura previa y que en este estudio muestra su utilidad para la detección de rasgos psicopáticos en etapas tempranas de la vida. La evaluación adecuada de los rasgos psicopáticos infanto-juveniles se muestra todavía controvertida (Colins et al., 2014; Feilhauer, Cima y Altz, 2012). Contar con resultados provenientes de diferentes instrumentos permitirá avanzar en su perfeccionamiento y en la valoración de las posibilidades y límites de cada uno de ellos.
Este estudio de las implicaciones de los rasgos psicopáticos a largo plazo presenta también limitaciones. Así, la utilización de informes oficiales de conducta delictiva podría ser un buen complemento a la aproximación multi-ínformante de este estudio; asimismo, la ampliación del tamaño muestral permitiría dotar de mayor poder a los análisis estadísticos para detectar diferencias entre los grupos. Por otra parte, este trabajo, a través de un análisis clúster “centrado en la persona”, examinó el desarrollo de niños que reúnen una constelación de rasgos psicopáticos; desgranar los rasgos específicos más implicados en la predicción de la conducta antisocial a largo plazo contribuirá a matizar el mapa de relaciones predictivas. Estudios futuros, por lo demás, deberán profundizar en las diferentes líneas de evolución asociadas a los rasgos psicopáticos. En este estudio hemos centrado nuestra atención en tendencias generales de evolución, pero es previsible que en un período de seguimiento amplio puedan identificarse diferentes trayectorias de desarrollo dentro de cada uno de los grupos. La delineación de estas vías de evolución y de los factores asociados a ellas permitirá un análisis más preciso de qué ingredientes favorecen un peor pronóstico en los niños con altos rasgos psicopáticos.
De hecho, el estudio de los rasgos psicopáticos infanto-juveniles debe abrir una puerta a la intervención. La identificación de las características asociadas a los rasgos psicopáticos debe permitir ajustar las intervenciones a sus particularidades conductuales, cognitivas y psicosociales. Algunas vías de trabajo en esta línea han resultado prometedoras (Hawes, Price y Dadds, 2014) y merecen ser desarrolladas sistemáticamente.
Conflicto de interesesLos autores de este artículo declaran que no tienen ningún conflicto de intereses.
FinanciaciónEste trabajo pudo ser realizado gracias a la financiación recibida en proyectos competitivos por parte del Ministerio de Educación (Dirección General de Investigación; SEC 2001-3821-C05-03; BSO2003-01340/PSCE) y de la Delegación del Gobierno para el Plan Nacional sobre Drogas (2012I024 “Predictores tempranos del abuso de alcohol y otras drogas: estudio longitudinal y seguimiento de un programa de prevención indicada”).