Sr. Director: El desarrollo de una sociedad de consumo mal entendida y una progresiva pérdida de valores ha conducido a que nos encontremos con unos jóvenes cada vez de menor edad, que impulsados por su inmadurez y, por qué no, también por la falta de control de sus padres, se introducen en fiestas, vacaciones y cada fin de semana en el consumo indiscriminado de alcohol, tabaco y otras drogas.
Sorprende la falta de conciencia de los problemas que una «borrachera» puede conllevar y la tolerancia con la que muchos padres afrontan esta cuestión, cuando en un servicio de urgencias y ante un cuadro de pancreatitis aguda tras una intoxicación etílica en un joven de 17 años su padre refiere al médico, delante del hijo, que «él tomaba varios cubatas todos los días y nunca le había pasado eso». O cuando en una familia ante esta conversación un adulto refuta a otro, con un adolescente delante, inquiriéndole si él nunca se había cogido un «pedo». En muchos ámbitos aún no hay un verdadero convencimiento de que las consecuencias de un solo exceso pueden ser muy graves.
Pero, ¿qué hacemos los médicos como prevención primaria? A pesar de los numerosos estudios sobre las complicaciones del alcoholismo crónico y de las intoxicaciones agudas1-3 y sobre la prevención primaria del alcoholismo4, contadas veces salimos los sanitarios «a la calle» (colegios, institutos, charlas a padres, periódicos, folletos de fiestas patronales, etc.) a hablar de estos temas.
Con esta carta sólo buscamos realizar una llamada de atención sobre un problema creciente y que también nos afecta a los médicos en nuestra faceta de prevención comunitaria de la enfermedad.