Dado el importante papel que ocupa la hipertensión arterial en la práctica clínica diaria, cualquier avance o aportación que permita conocer nuevos aspectos relativos a su diagnóstico, evaluación, tratamiento o seguimiento es recibido con gran interés por parte de los profesionales. En este sentido, la automedición de la presión arterial (AMPA) se va introduciendo en los últimos años como una herramienta útil en el manejo del paciente hipertenso; su valor diagnóstico al eliminar la reacción de alerta, su utilidad para valorar la variabilidad de la presión arterial, su aportación en la valoración del efecto antihipertensivo de los fármacos, su buena correlación con la afección de órganos diana, etc., son ventajas ampliamente contrastadas y que superan con claridad las limitaciones del método1, por lo que su utilización es recomendada por los consensos internacionales sobre hipertensión arterial vigentes en la actualidad.
Por otra parte, uno de los grandes retos con los que se enfrenta la práctica clínica actual es la consecución de una participación activa del paciente en el control de sus procesos en general y de la hipertensión arterial en particular. La implicación de los pacientes en el proceso de atención es necesaria para modificar actitudes y comportamientos en aspectos tan fundamentales como el cumplimiento terapéutico sin cuya mejora, no puede olvidarse de que las tasas de incumplimiento alcanzan el 30-40% de los pacientes hipertensos2, es difícil avanzar en el grado de control del proceso.
En este contexto, el estudio Dioampa trata de mostrar, por encima de sus utilidades ya mencionadas, el potencial papel de la AMPA en la concienciación y motivación del paciente hipertenso y, como consecuencia de ello, la presumible mejora en el cumplimiento terapéutico y en el control del proceso. La hipótesis de partida parece acertada; si fuésemos capaces de implicar a nuestros pacientes en la valoración y seguimiento de su proceso, en este caso mediante la realización de AMPA, probablemente lograríamos incidir de forma positiva en la concienciación y motivación respecto de su enfermedad, lo que daría lugar a un mayor seguimiento del tratamiento indicado lo cual, en definitiva, redundaría en un mayor control del proceso, y todo ello apoyado en experiencias previas positivas3-5. Pero los resultados alcanzados no son todo lo positivos que pudiera desearse y contrastan con los obtenidos en los estudios antes mencionados; si bien en un primer momento se consigue un aumento del porcentaje de control, este efecto positivo se diluye a corto plazo sin que se obtenga un aumento en las tasas de adhesión terapéutica y de control del proceso.
Son múltiples los trabajos publicados referentes al problema del incumplimiento terapéutico en pacientes hipertensos2. Hay evidencias que constatan que la implicación del paciente en el proceso de atención contribuye a la mejora del cumplimiento, pero probablemente sea poco realista pensar que una intervención aislada podría dar solución a algo tan complejo como el incumplimiento terapéutico; éste es un problema de etiopatogenia multifactorial que representa un patrón de conducta que tiende a reproducirse en el tiempo; además, los mejores resultados para su abordaje se obtienen con técnicas combinadas y mantenidas en el tiempo, ya que el empleo de una técnica aislada tiende a ser escasamente eficaz y sus beneficios disminuyen con el tiempo6,7.
Respecto al otro gran objetivo analizado en el estudio, el grado de control de los pacientes hipertensos, sin duda la falta de adhesión terapéutica es uno de los factores más importantes en los escasos resultados nacionales e internacionales, pero hay otros factores que también se deben tener en cuenta en la valoración del problema, como son el infradiagnóstico o el tratamiento por debajo de las necesidades reales8,9. Estos factores dependen también de las actitudes y los comportamientos, pero en este caso no de los pacientes, sino de los profesionales.
El artículo puede servirnos para situar la AMPA en su verdadera dimensión; no se trata de un método maravilloso que como «bálsamo de fierabrás» suponga la solución a todos los problemas que nos plantean los pacientes hipertensos, pero en ningún caso debe llevarnos a rechazarlo por sus limitaciones, ya que éstas son superadas de manera amplia por sus utilidades claramente constatadas.