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Vol. 29. Núm. 2.
Páginas 72-80 (febrero 2002)
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Comentario: Necesidades de hierro en adolescentes
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JM. Andrés del Llanoa
a Hospital Río Carrión. Palencia.
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El hierro es un nutriente esencial para la especie humana. Se encuentra presente en todas las células y participa en diversas funciones vitales tales como: transportar oxígeno a los tejidos desde los pulmones por medio de la hemoglobina (unido al grupo prostético hem de la hemoglobina), facilitar el aporte de oxígeno a los músculos (unido al grupo prostético hem de la mioglobina), formar parte de sistemas enzimáticos respiratorios en el interior de las células a través de los citocromos de la cadena respiratoria mitocondrial e intervenir en reacciones enzimáticas en diversos tejidos. Un bajo nivel de hierro puede interferir en estas funciones vitales y aumentar la morbimortalidad.

Hay algunos períodos de la vida, como la adolescencia, en los que existe un crecimiento rápido, lo que implica un aumento en las necesidades de hierro.

Entre las fuentes de hierro hemos de tener en cuenta la carne, el huevo, los cereales, los vegetales, la fruta y los zumos. El hierro se absorbe mejor en su forma hem. Por el contrario, la absorción del hierro no hem es peor, aunque se ve facilitada por la ingestión de la carne y del ácido ascórbico en tanto que la ingestión de elevados aportes de calcio la retrasa1.

Las recomendaciones de ingesta de hierro entre los 11-18 años se encuentran en torno a 12 mg/día para los varones y alrededor de 15 para las mujeres2.

Clásicamente, la ferropenia puede evolucionar en tres fases sin solución de continuidad. En un primer estadio existe una ferropenia latente, en la que se produce una depleción de los depósitos de hierro del sistema reticuloendotelial, hígado, bazo y médula ósea. Analíticamente se identifica por unos valores bajos de ferritina sérica. En la evolución natural de la enfermedad aparece posteriormente una ferropenia sin anemia, en la que se observa una reducción de la sideremia, un aumento de la capacidad total de saturación de la transferrina (> 480 mg/dl) y una disminución del índice de saturación de la transferrina (< 15%). Por último, y si la enfermedad continúa evolucionando, aparece la anemia ferropénica, con la hipocromía y microcitosis características.

El déficit de hierro es la deficiencia nutricional más frecuente en nuestro medio. En el niño, este déficit puede producir retraso en el desarrollo y alteraciones en el comportamiento. Su prevalencia es muy elevada en el escolar y adolescente, existiendo una amplia variabilidad entre los diversos estudios. El rango puede oscilar entre el 4% en países escandinavos, un 8-12,6% en adolescentes navarros3 o pueden llegar a alcanzar valores de hasta el 25% en algunos estudios de muchachas adolescentes en Estados Unidos1. Este tipo de trabajos son escasos en nuestro país. Los estudios transversales o de prevalencia siguen siendo la cenicienta de los diseños epidemiológicos. Aunque se sitúan en los escalones inferiores de los niveles de calidad de la evidencia científica, hay que recordar que los estudios de prevalencia disponen de muchas ventajas, entre las que se encuentran su facilidad de ejecutar, ser relativamente poco costosos, permitir describir la distribución de la enfermedad, favorecen sugerir hipótesis y estudios analíticos y ser útiles en planificación sanitaria.

Por ello, hay que aplaudir el trabajo de Durà et al, de la Zona Básica de Salud de Estella-Lizarra, donde encuentran cifras de prevalencia de déficit de hierro del 8,6% en varones y del 12,6% en mujeres3, y les permite extraer conclusiones que implican la intervención y modificación del Programa de Atención al Adolescente en Área de Salud.

La ferritina sérica se considera un método diagnóstico válido que refleja el estado de los depósitos de hierro. Existe controversia en el punto de corte adecuado en los adolescentes para establecer el diagnóstico de déficit de hierro, lo que dificulta la comparabilidad entre los diversos estudios, si bien el valor más aceptado es 12 ng/ml. Hay que tener en cuenta que la ferritina sérica se comporta como un reactante de fase aguda y que se eleva en procesos infecciosos, inflamatorios, enfermedades hepáticas y neoplasias.

La cantidad de hemoglobina está en relación con la volemia y el incremento de la masa libre de grasa. El crecimiento más intenso de los varones durante el estirón puberal hace que, inicialmente, ellos necesiten más hierro. Solamente después de la menarquia, debido a la existencia de las pérdidas menstruales, las mujeres tienen un mayor riesgo de presentar ferropenia y necesitan mayores aportes de hierro.

No existe unanimidad en cuanto a las recomendaciones ofrecidas por los distintos grupos de expertos: la detección (screening) para el déficit de hierro en adolescentes (no gestantes) no está recomendada por la mayoría de las organizaciones, incluidas la Bright Futures, la American Academy of Family Phisicians y la United States Preventive Services Task Force4,5. Bright Futures recomienda el cribado selectivo en adolescentes con riesgo elevado de déficit de hierro. Entre los factores de riesgo incluye una elevada actividad física (especialmente en atletas varones), dietas vegetarianas, malnutrición y bajo peso, enfermedades crónicas o historia de grandes pérdidas sanguíneas con la menstruación (> 80 ml/mes)5. La Asociación Americana de Pediatría recomienda, al menos, un control analítico de hemoglobina y hematócrito para todas las adolescentes con menstruación preferiblemente a la edad de 15 años. En caso de problemas dietéticos, o si las condiciones clínicas lo exigieran, estos controles deberían ser más frecuentes6.

Bibliograf¿a
[1]
Nutrición en la adolescencia. En: Ballabriga A, Carrascosa A, directores. Nutrición en la infancia y adolescencia. 2.a edición. Madrid: Ergón, 2001; p. 449-91.
[2]
Recommended dietary allowances. 10th edition. Washington DC: National Academy Press, 1989;24:38.
[3]
Carencia de hierro en adolescentes (10-14 años). Aten Primaria 2002; 29(2):72-8.
[4]
S. Preventive Services Task Force. Guide to Clinical Preventive Services. 2nd edition. Baltimore: Williams & Wilkins, 1996; p. 231.
[5]
Bright futures: National Guidelines for Health Supervision of Infants, Children, and Adolescents. Arlington: National Center for Education in Maternal and Child Health, 1994.
[6]
Committee on Practice and Ambulatory Medicine. Recommendations for preventive pediatric health care. Policy statement (RE9535), 2000.
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