La investigación es necesaria para el progreso de todos los ámbitos de la medicina, incluido el de la atención primaria de salud (APS). Ya desde el inicio de la reforma de la APS en nuestro país, se insiste desde múltiples foros en la necesidad de potenciar la investigación en APS. Es cierto que, desde la década de los ochenta, en que la realización de este tipo de actividades era poco más que anecdótica, se ha observado un incremento importante en el número de publicaciones y comunicaciones a congresos procedentes de centros de salud y de profesionales de APS1,2. Sin embargo, sería interesante analizar si este aumento en la cantidad se ha acompañado también de un incremento en la calidad y relevancia de las investigaciones. Aunque es cierto que estos aspectos han mejorado algo, es probable que no lo hayan hecho en el grado suficiente ni en el esperable a raíz de las expectativas creadas inicialmente. La mayor parte de la investigación que se realiza es puramente descriptiva y se lleva cabo de forma aislada, en muchos casos limitándose a la simple reproducción de estudios. Así pues, todavía estamos lejos de alcanzar un nivel de desarrollo de la investigación acorde con la importancia de la APS en el sistema sanitario.
Cada vez hablamos más de la necesidad de basar nuestra actuación en la evidencia científica, pero en raras ocasiones disponemos de la evidencia que necesitamos, ya que gran parte de las investigaciones que se realizan tiene una limitada capacidad de generalización y extrapolación de resultados, de manera que desconocemos cosas tan básicas como la frecuencia de muchos problemas de salud en la comunidad, la utilidad de pruebas diagnósticas en nuestro entorno o la eficacia de los tratamientos en la población y en las condiciones en que se utilizan habitualmente. Si todos estamos de acuerdo en que necesitamos estas informaciones, ¿por qué seguimos basando nuestras decisiones y recomendaciones en investigaciones realizadas en otros niveles asistenciales y en situaciones muy diferentes de nuestra práctica habitual?, ¿por qué no somos capaces de generar la información que necesitamos en nuestro propio ámbito, con nuestros propios pacientes y en las condiciones reales de nuestra práctica, para poder incorporarla en la toma de decisiones y en la elaboración de recomendaciones y guías de práctica clínica que utilizamos?, ¿por qué no investigamos más y mejor?, ¿por qué son tan escasos los estudios que abordan las verdaderas necesidades de información de los profesionales de APS?
Si realmente queremos contribuir a mejorar la salud y el bienestar de la población, es indudable que debemos disponer de la información adecuada para tomar las mejores decisiones sobre nuestros pacientes y mejorar la calidad y la eficiencia de la atención que prestamos. Esta información debe proceder de estudios de investigación metodológicamente correctos que aborden las preguntas de interés y cuyos resultados puedan ser extrapolados a la práctica del profesional de APS. No debemos conformarnos con aceptar que nuestra práctica se base en la información generada por estudios realizados en otros ámbitos asistenciales y en condiciones que la hacen difícilmente aplicable a nuestro entorno, en lugar de asumir el compromiso y el reto de realizar investigaciones de calidad sobre los principales problemas de salud de la población y las diferentes maneras de abordarlos, y con una orientación pragmática que permita trasladar los resultados a la práctica diaria en APS. No hay que olvidar que la sociedad demanda que los recursos sanitarios sean utilizados de la manera más eficiente posible para permitir la optimización, la sostenibilidad y la equidad en el Sistema Nacional de Salud.
Debemos reconocer que hay importantes dificultades para el desarrollo de investigaciones en APS, pero también aspectos positivos3. La APS ofrece una magnífica oportunidad para investigar, ya que en este nivel se atienden las enfermedades más prevalentes y en los estadios más precoces, y en él se resuelve la mayoría de los motivos de consulta. Además, la longitudinalidad de la atención, la capacidad para acceder a la población y la posibilidad de considerar el contexto familiar y comunitario convierten a la APS en el nivel idóneo para investigar multitud de problemas de salud. Sin embargo, la creciente presión asistencial hace que cada vez quede menos tiempo disponible para otro tipo de actividades, y mucho menos para investigación.
Por ello, siempre es una buena noticia que se publiquen estudios que intenten analizar las actitudes de los profesionales frente a la investigación. Estudios como el presente, aunque realizado en un ámbito limitado a un área de salud de Madrid, permiten llamar la atención sobre el problema y proporcionan algunos datos que pueden ayudar a solucionar, o al menos mejorar, esta situación.
Cuando hablamos de investigación se plantean algunas cuestiones importantes, como cuál es la mejor forma de medir la actividad investigadora en APS. Habitualmente se cuantifican las publicaciones y presentaciones a congresos, pero sin tener en cuenta su calidad ni su relevancia; además, en muchas ocasiones ni tan sólo corresponden a verdaderos estudios de investigación. La consideración de la cantidad por encima de la calidad y la relevancia produce en muchos casos el efecto contrario al deseado, ya que en realidad se incentiva la realización de estudios de pequeño tamaño, sencillos y rápidos de llevar a cabo y a menudo unicéntricos, en lugar de promover estudios multicéntricos, rigurosos y de la envergadura suficiente para proporcionar datos fiables que ayuden a responder a cuestiones relevantes.
Algunos datos del estudio merecen ser comentados. Por un lado, el escaso porcentaje de respuestas, que parece reflejar cierta falta de interés de los profesionales en estos temas. Aunque la cifra puede considerarse aceptable y habitual en este tipo de estudios, no por ello deja de producir un sesgo en los resultados, probablemente en el sentido de sobrestimar el interés de los profesionales hacia la investigación. Además, sobre una puntuación máxima de 80 puntos, los profesionales que responden tienen una media de 53; esta cifra, aunque los autores la consideran aceptable y similar a la del otro estudio que utilizó el mismo instrumento de medida, podría calificarse de insuficiente, y más si tenemos en cuenta el probable sesgo positivo debido a las no respuestas. Por otro lado, esta puntuación promedio no parece presentar variaciones significativas según las características de los profesionales. ¿Podemos considerar, por tanto, que hay un desinterés generalizado entre los profesionales de atención primaria españoles en relación con la investigación? Resulta difícil decirlo, pero esperemos que no sea así.
Por otro lado, los resultados correspondientes a las dificultades para realizar investigación en atención primaria son los habituales4: la elevada presión asistencial, la falta de tiempo, los déficit estructurales, la falta de formación, etc. Es cierto que son dificultades importantes, pero deberíamos preguntarnos si en muchos casos no corresponden más a excusas que a verdaderos obstáculos insalvables. Deberíamos afrontar decididamente estos problemas y reconocer que la promoción de la investigación no se limita a la realización de cursos de metodología, sino que se debe diseñar y poner en marcha estrategias organizativas dirigidas a fomentar e implantar una verdadera cultura de investigación entre los profesionales de la APS, a promover su desarrollo y a difundir sus logros, mediante líneas de actuación como el reconocimiento de la actividad investigadora, los tiempos de dedicación específicos y la figura del investigador, la creación de estructuras de investigación y de unidades de apoyo, la elaboración de planes de formación y capacitación que faciliten el intercambio de profesionales, la creación de grupos y redes de investigación estables que colaboren con otros niveles asistenciales, la colaboración con la Universidad a todos los niveles, etc. En este sentido, es fundamental el reconocimiento de las actividades de investigación por los equipos directivos, no como un lujo o un «capricho» de determinados profesionales, sino como una necesidad que ha de permitir mejorar la calidad y la eficiencia del sistema y que, por tanto, ha de ser incentivada y cuidada. Aunque ya se han puesto en marcha algunas iniciativas prometedoras, todavía queda mucho camino por recorrer. Cabe esperar que, con el esfuerzo y colaboración de todos, pronto podamos dejar de referirnos a la investigación como un futuro esperanzador para hablar de ella como un presente.