Sr. Director: He leído con interés el estudio publicado recientemente1 sobre la ética en las relaciones de los médicos con la industria farmacéutica, así como el comentario editorial2. Como el tema nos afecta a todos, querámoslo o no, he creído interesante hacerles llegar mi experiencia personal al respecto: y es que hasta hace 2 meses, un sentimiento de culpa invadía mi trabajo hasta hacer infeliz mi labor asistencial y enturbiar mis relaciones personales. Todo comenzó hace unos años, al constatar que la investigación médica y muchas de las decisiones derivadas de ella, las reuniones científicas, los congresos de las diferentes especialidades... estaban sustentados, tanto técnica como económicamente, por la industria farmacéutica. Hasta ese momento había creído que los médicos nos guiábamos por criterios puramente científicos, pero poco a poco se consolidó en mi cabeza la idea de que sobre esos criterios se mezclaban poderosos intereses económicos y políticos.
Paulatinamente, esta constatación hizo que empezara a asumir mi papel como médico de atención primaria dentro de la organización sanitaria actual. Mi conciencia se adaptó para encontrar como justificados los regalos que me llegaban a través de los delegados de los distintos laboratorios: material de papelería, libros médicos, cursos de formación, financiación para congresos... Al fin y al cabo, repercutía en mi formación teórica y, por tanto, en mejorar las actitudes y habilidades con mis pacientes.
Pero las ofertas de la industria farmacéutica no se limitaron únicamente a eso y me vi tentado y acepté algún que otro regalo de tipo personal e incluso viajes recreativos.
No tardé mucho en encontrar que estaba plenamente justificado aceptarlos: estos entretenimientos conseguían hacerme olvidar el ajetreo de la consulta diaria (siempre sobrecargada) y, puesto que mejoraban mi ánimo, también mejoraban la actitud y el trato personal dispensado en mi trabajo.
Por supuesto, como contrapartida tácita, la prescripción a mis pacientes tenía presente las distintas especialidades farmacéuticas. Esto último es lo que empezó a causarme la sensación de pérdida de libertad en mis actuaciones y una mala conciencia. Tanto fue así que se generó en mí un sentimiento de culpa que mermaba mucho mi felicidad.
Pero hoy todo ha cambiado. La culpa se ha desvanecido. Puedo decir con orgullo que he conseguido una excelente adaptación a mi trabajo. Y ya no hay asomo de duda en mis decisiones ni en la aceptación de los regalos de parte de la industria farmacéutica ni de sus contrapartidas. Una terapia psicológica, bien llevada por un equipo de profesionales del ramo, me ayuda 3 veces por semana a desculpabilizarme y a conseguir mi bienestar anímico. Desde luego, ellos son los responsables de haber obrado este milagro. ¡Ah... y además no es nada caro!... un prestigioso laboratorio farmacéutico se encarga de la minuta mensual del equipo psicológico que me atiende.