Sres. Directores: Actualmente, con el gran desarrollo de la literatura científica que se ha producido en los últimos años, los nuevos contenidos que se implantan en medicina están siempre fundamentados en referencias bibliográficas que se citan explícitamente. Por ejemplo, para introducir un nuevo fármaco en el mercado deben realizarse estudios con una metodología estandarizada que comprende 4 fases: fase I o pruebas de tolerancia con voluntarios; fase II o estudio clínico controlado de la eficacia terapéutica y toxicidad; fase III o amplio ensayo clínico empleando numerosos enfermos y hospitales, y fase IV donde se produce el lanzamiento al mercado.
Esto también debe ser así para todas las actividades que impliquen una actuación concreta hacia nuestros pacientes; por ejemplo, para la puesta en marcha del Programa de Actividades Preventivas y de Promoción de Salud (PAPPS) existen multitud de estudios previos que demuestran la eficacia o ineficacia de cada una de las medidas que van a ser implantadas, y siempre se hace referencia a estos estudios en los documentos de dichos programas1-5.
En nuestro centro de salud se reciben una media de 3 visitadores médicos6 al día, lo que supone aproximadamente 1.000 visitas/ año. Es habitual que dichos visitadores, aparte de la información verbal que nos transmiten, nos aporten folletos, instrucciones, impresos, normas... todos ellos destinados a ser entregados a los pacientes, con el objetivo de facilitarnos nuestra labor en la consulta diaria.
El fin último de estos folletos, en la mayoría de ocasiones, es producir una modificación de hábitos de conducta en nuestros pacientes.
Efectuando un análisis más en profundidad del tema, hemos analizado un total de 138 folletos diferentes, obtenidos tras recopilar todos los entregados en 1995 en nuestro centro de salud, de los cuales 19 eran exclusivamente informativos sobre enfermedades, 25 contenían dietas y 94 estaban formados por consejos prácticos para prevenir o mejorar patologías concretas (incluyendo ejercicios físicos).
Hemos observado que dichos folletos no contienen prácticamente nunca la fuente de donde se ha extraído la información.
De todos ellos, solamente en un caso, la denominada «Cartilla para el paciente de bronquitis crónica» se hace referencia a la autoría de la información del siguiente modo: «El contenido de este folleto representa las conclusiones y hallazgos propios de los autores, y no son necesariamente los de la compañía.»
En ninguno de los revisados se cita el nombre de los autores ni su procedencia.
Además, hemos de tener en cuenta que en algunos de ellos se aporta información muy específica que puede crear falsas esperanzas en los pacientes (por ejemplo, «el 70% de los pacientes afectados de retinopatía diabética sometidos a vitrectomía notan mejoría en la vista»).
Este hecho nos lleva a plantearnos una serie de cuestiones:
¿Está este material realmente apoyado y documentado científicamente? Si no es así, ¿qué estamos haciendo?
¿Resulta ético ofrecer a nuestros pacientes consejos que pretenden cambio de hábitos y costumbres no basados en estudios científicos? ¿En qué están basados?
Si los fármacos tienen una base bibliográfica accesible, ¿por qué no se incluye este tipo de información? Si existe, ¿por qué no se cita?
Además, en caso de que se produjese algún efecto indeseable secundario a estos consejos, ¿cómo podemos justificar que hemos actuado conforme a los conocimientos médicos actuales? ¿En qué basamos nuesta actuación?
Parece evidente solicitar a la industria farmacéutica, en beneficio de los pacientes y de los profesionales, que utilice criterios científicos admitidos por los profesionales en los folletos que distribuye para ser repartidos a los pacientes; es más, si se pretende una mayor profesionalización de los visitadores médicos, es importante que toda la información que nos transmitan tenga una base científica contrastada y adecuadamente documentada.