Introducción
El consumo excesivo de alcohol produce enfermedades evitables y muerte prematura1,2, se relaciona con más del 40-50% de los accidentes de tráfico, principal causa de muerte en jóvenes y adolescentes2, incrementa los conflictos familiares, la delincuencia y los costes sociosanitarios3, y disminuye el rendimiento escolar4. El alcohol es una droga barata, legal, permitida, accesible y aceptada por la sociedad5. Varios estudios detectan un primer contacto a edades cada vez más tempranas6-8.
El conocido «botellón» (ingesta en poco tiempo de gran cantidad de alcohol, en la calle, durante el fin de semana) es el patrón que siguen los jóvenes imitando el consumo anglosajón9. Representa el modo de integrarse en el grupo2 y un medio de diversión ante la falta de alternativas de ocio.
De los estudios existentes sobre el consumo de alcohol en jóvenes, pocos analizan las motivaciones, cuya consideración permitiría impulsar políticas preventivas eficaces, como refleja la Encuesta sobre Drogas a Población Escolar de 200210. Por ello, este estudio pretende conocer el estado actual del consumo de alcohol en los adolescentes toledanos, sus motivaciones y las alternativas que proponen, con el fin de posibilitar intervenciones más efectivas.
Material y métodos
Se realizó un estudio observacional, descriptivo y transversal en 2 zonas de salud del área sanitaria de Toledo en mayo de 2003. La población del estudio la formaron escolares de tercero y cuarto de Educación Secundaria Obligatoria y primero de Bachillerato (entre 13 y 18 años) que cursaban sus estudios en 2 institutos de educación secundaria de Torrijos y uno de Toledo capital.
A todos se les entregó un cuestionario anónimo, diseñado ad hoc, que cumplimentaron en horario lectivo, con 32 preguntas la mayoría cerradas relativas a: edad, sexo, consumo experimental y regular de alcohol, consumo familiar y de amigos, cantidad consumida en unidades de bebida estándar (UBE); 1 UBE equivale a 10 g de alcohol puro (tabla 1), conocimientos y fuentes de información sobre el alcohol, consumo de otras drogas (legales e ilegales), motivos para el consumo y alternativas al «botellón».
El análisis estadístico se realizó mediante el programa R-SIGMA, aplicando la prueba de la *2 de Pearson para variables cualitativas y la de la t de Student para las cuantitativas.
Resultados
De los 631 adolescentes que cumplimentaron el cuestionario, desestimamos a 6 por superar los 18 años de edad. No hubo negativas a participar en el estudio.
De las 625 encuestas que finalmente se analizaron, 298 (47,68%) eran de varones y 327 (52,32%) de mujeres. El promedio de edad (± desviación estándar) fue de 15,4 ± 1,3 años. En la tabla 2 se presentan los principales resultados relacionados con el consumo de alcohol declarado y desagregados por sexos.
Hubo consumo experimental de alcohol en el 93,44% de los encuestados (intervalo de confianza [IC] del 95%, 91,12-95,19), en el 50% de ellos antes de los 14 años, sin diferencias significativas por sexo ni procedencia. La media de edad en que se probó el alcohol fue de 13,25 años (IC del 95%, 13,11-13,39). La edad de prueba fue más temprana en varones y en el ámbito rural (fig. 1).
El 52,0% (IC del 95%, 48,0-56,13) afirmó haberse embriagado alguna vez, sin diferencias por sexos, pero sí en el medio de procedencia (fig. 2), porcentaje que crece al aumentar la edad (fig. 3). A los 16 años más de la mitad se había emborrachado alguna vez, siendo la media de edad de la primera borrachera de 14,02 años (IC del 95%, 13,82-14,22).
El 69,60% bebía regularmente los fines de semana (IC del 95%, 65,84-73,31) sobre todo cubatas (74,70%), cerveza (56,56%) y vino (37,47%). La media de alcohol ingerido en todo el fin de semana fue de 9,65 UBE (IC del 95%, 8,78-10,52), siendo superior en varones y en el medio rural (fig. 4). Los jóvenes de zonas rurales bebían más en los bares (67,89%) que en la calle (56,53%), mientras que los de áreas urbanas preferían la calle (76,27%) al bar (45,76%).
Un 8% consumía alcohol a diario (IC del 95%, 6,05-10,48), hecho significativamente más habitual en varones que en mujeres (el 11,07 frente al 5,19%; *2 = 6,52; p < 0,05), sin diferencias al respecto entre los medios rural y urbano.
El consumo familiar fue del 28,89% y en el grupo de amigos del 90,80%, y había una asociación entre este hecho y el consumo de alcohol los fines de semana (*2 = 56,55; p < 0,001).
Consideraba que el alcohol es una droga el 56,06% (IC del 95%, 54,09-61,97), sin diferencias según el sexo o el medio de procedencia. El 52,09% creía que consumir 4 cañas al día no era mucho. Los problemas que asociaban al consumo de alcohol se exponen en la tabla 3. Las fuentes de información más mencionadas fueron: el colegio (69,88%), los padres (67,10%) y los medios de comunicación (62,03%). Respecto al consumo de otros tóxicos, fumaba el 31,92% (IC del 95%, 27,65-35,02), más las chicas (*2 = 7,37; p < 0,001), con asociación significativa entre este hábito y el consumo de alcohol los fines de semana (*2 = 67,02; p < 0,001). De las drogas ilegales más probadas, los porros ocupaban el primer lugar (34,84%), seguidos de las pastillas (6,86%), la cocaína (5,86%) y la heroína (1,34%); no consumía este tipo de sustancias un 63,81%.
Entre los motivos para beber alcohol (fig. 5), destacó la «diversión», aunque se iniciaran en su consumo por curiosidad. Las alternativas de ocio propuestas (fig. 6) eran sobre todo el acceso a salas dotadas de ordenadores y a actividades deportivas. Más del 75% desconocía la existencia o puesta en marcha de programas por la Administración dirigidos a este colectivo..
Discusión
Una de las mejores formas de aproximarse al conocimiento del consumo de bebidas alcohólicas y sus motivaciones son las encuestas de base poblacional mediante cuestionarios anónimos autoadministrados11. Puesto que el alcohol es una sustancia legal y socialmente aceptada en nuestra cultura, cuyo consumo no comporta ningún estigma que condicione la sinceridad de las respuestas, salvo en casos de abuso o dependencia4, creemos en la validez interna de nuestro trabajo. Por otro lado, la mayoría de los estudios consultados están en la línea de lo hallado en el nuestro, salvo datos puntuales que no creemos alteren la validez externa.
El consumo de alcohol es un hábito muy extendido entre los jóvenes, con un amplio rango (43,7-92,13%) de adolescentes que lo han probado2,4-8,11-14. En nuestro estudio supera el 93%, lo que muestra una tendencia creciente en la actualidad. El contacto inicial ocurre hacia los 13-14 años, tal como refleja la Encuesta sobre Drogas a Población Escolar 200210, aunque hay algunas referencias que lo sitúan por debajo de los 10 años2,11. La gravedad de este inicio a edades tan tempranas reside en la mayor frecuencia de consumo posterior15, la adopción de otros hábitos de riesgo16 y la aparición de alteraciones orgánicas y/o psicológicas17.
La ingesta es excesiva, pues superan los 80 g en un corto período al menos una vez al mes, por lo que estos consumidores entran dentro del grupo de bebedores de riesgo18, según recomienda la Organización Mundial de la Salud y el grupo de expertos del PAPPS (Programa de Actividades Preventivas y Promoción de la Salud)17. Conforme avanza la edad, se incrementan el número de consumidores y la cantidad ingerida14, siguiendo un patrón nórdico de
consumo de grandes cantidades durante los fines de
semana2,5,8,16,19,20 en bares, pubs y discotecas19,21, lo
que explica las frecuentes borracheras en adolescentes4,5,16,12,21,22. No hallamos diferencias significativas entre embriaguez y sexo, lo que nos hace pensar que, aunque el consumo es superior (en cantidad y frecuencia) en varones2-4,23, existe un cambio en el comportamiento femenino frente al alcohol6, con una tendencia a igualar al de los varones durante los fines de semana8,14,21,22.
Sí existen diferencias significativas entre los medios rural y urbano respecto a experimentación, número de borracheras y lugares de consumo, quizá por la mayor permisividad horaria10 y el menor coste de las bebidas en el primero. Este hecho pone de relieve que las conductas de riesgo de los adolescentes están influidas por el hábitat16,21,22.
No hay duda de que tener amigos bebedores es un factor asociado significativamente al consumo de alcohol de los jóvenes2,3,10,22,23. En cambio, éste no se asocia al consumo familiar2,4,14, pero sí a la estructura de la familia7, pues la percepción de insatisfacción en este ámbito y/o el alcoholismo en alguno de los progenitores se han señalado como factores causales del abuso de alcohol en adolescentes24,25. Sin embargo, aunque el inicio del consumo tenga lugar en el ámbito familiar con motivo de fiestas o celebraciones11, el determinante es la influencia que ejerce su grupo de iguales2,4,14.
Nos alegra que el colegio y la familia se antepongan como fuentes de información sobre el alcohol y sus efectos a los medios de comunicación, ya que, aunque éstos sean potenciales agentes de salud, a veces crean alarmas sociales al tener el «tiempo» en contra y precisan una estrecha colaboración con los sanitarios para ofrecer una información veraz26. Aun así, la información de los adolescentes es insuficiente7,11,27, pues casi la mitad cree que el alcohol no es una droga4, menos de la mitad sabe la cantidad de alcohol/día que supone un riesgo para la salud12 y sólo un porcentaje menor cree que no produce dependencia6. Tienen una baja percepción del riesgo, vinculada a un mayor consumo, quizá debida al clima de tolerancia social y familiar que perciben desde la infancia7, junto con la minimización de los riesgos por parte de la sociedad y la influencia publicitaria17. Sin embargo, muestran interés por recibir información, aspecto en el que coinciden con la postura de la población española reflejada en el Eurobarómetro28, que aboga por las campañas informativas (54,9%) como primera medida de lucha.
Los adolescentes, colectivo de alto riesgo y muy vulnerable a los efectos nocivos del alcohol29, deben conocer las repercusiones individuales, familiares y sociales de su consumo. Los profesionales sanitarios no adoptamos una actitud más activa frente al problema porque nuestro consumo es similar al de la población general25 y tenemos una ardua tarea, que incluye modificar las expectativas favorables que los jóvenes tienen respecto al alcohol (diversión, mejora de las relaciones sociales)23, participar en los programas educativos escolares que deben preceder al inicio de las conductas negativas para la salud3,4,6,7,16,30 como medidas de prevención primaria y diagnosticar lo antes posible el abuso de alcohol7 mediante cuestionarios de cantidad/frecuencia o entrevista semiestructurada31 en prevención secundaria, e intervenir a través del consejo1, sin olvidar los programas de disminución de daños y riesgos32.
Los padres, como agentes centrales de intervención, deben crear un ambiente familiar positivo con un modelo racional, controlado y poco permisivo respecto al consumo de bebidas alcohólicas10,24, que sí se ha mostrado efectivo, a lo que deberían sumarse la adopción de políticas globales de lucha contra el alcohol que apoyaran el esfuerzo de profesores, padres y sanitarios para alcanzar los objetivos propuestos en lo que a jóvenes y alcohol se refiere.
En este sentido, todas las alternativas que los jóvenes proponen son factibles si contamos con la colaboración de las Administraciones regionales y locales. Sólo es necesario un mayor esfuerzo para difundirlas y hacerlas más accesibles a los jóvenes.
Para finalizar, creemos que debería estudiarse la efectividad de toda intervención dirigida a la prevención del consumo de alcohol, con el fin de disponer de herramientas válidas para reducirlo y retrasarlo.
Agradecimientos
A Yolanda Sánchez del Viso y a Luis Campillo Marcos, por su participación en la recogida de información.