Sres. Directores: El interesante artículo de Galgo et al, recientemente publicado en su revista, referente a la derivación de médicos de atención primaria (AP) a una unidad de hipertensión hospitalaria1, motiva a realizar alguna reflexión sobre aspectos de la tan traída y llevada «coordinación entre niveles».
El primer dato que llama la atención en el artículo es el hecho de haber encontrado 149 documentos de derivación los llamados por los autores «interconsultas» (IC) en un total de 368 historias revisadas (40,4%) y, en concreto, 94 documentos de un total de 201 pacientes derivados por médicos de AP (46,8%). Hace unos años, efectuamos un trabajo con el objetivo de valorar la calidad de la cumplimentación de los documentos de derivación y retorno de enfermos reumatológicos que llegaron en el plazo de un año a un servicio de reumatología desde AP2. Al revisar 588 historias, sólo encontramos 233 documentos de derivación (39,6%). En nuestro caso, como en el estudio comentado, sólo pudo disponerse de menos de un 50% de la información que se pretendía analizar. El tiempo, pues, no ha logrado por sí solo mejorar este indicador.
Como se señala en el trabajo, cabe la posibilidad de que parte de la pérdida pueda ser atribuida a los propios pacientes y, también, cabe pensar que los documentos remitidos a atención especializada desde AP no sean suficientemente valorados y que por ello no se archiven en el historial clínico. De hecho, esto sería una consecuencia real de la reconocida mala comunicación entre generalistas y especialistas3. Sin embargo, el trabajo de Galgo comprueba que no se obtienen cifras mucho mejores cuando se trata de pacientes remitidos por cardiología o por otros servicios del propio hospital: 61,1 y 52,4%, respectivamente (p=NS, en ambos casos).
En nuestra práctica cotidiana, en un servicio de urgencias de un hospital acreditado para la docencia pre y posgrado, donde médicos residentes de primer año atienden de entrada las consultas urgentes, es poco frecuente que los pacientes derivados no aporten el documento de derivación; por el contrario, sí resulta frecuente observar que los documentos de derivación de los pacientes remitidos al servicio por otros médicos no queden incluidos en la historia clínica. Nuestra impresión, coincidiendo con los autores del trabajo comentado y con otros4, es que ello no obedece a la calidad del documento, sino al desconocimiento por parte de muchos profesionales de la importancia (asistencial sobre todo, pero también legal, docente, investigadora, etc.) que en cualquier momento puede cobrar el mismo.
Por tales motivos, y con independencia de la calidad del documento (que como comprueban Galgo et al suele asociarse a una mejor derivación), siempre es deseable su conservación. La difusión de artículos como el comentado, y el «contagio» a los médicos más jóvenes de la práctica de guardar los documentos de derivación, pueden cambiar la situación actual, y una vez más mejorar la comunicación entre niveles3 y prevenir el mal uso de los recursos5.