Hastía tanto lamento estéril entre nuestros colegas, que el reciente artículo de Álvarez Montero1 publicado en Atención Primaria me ha hecho recordar.
Si bien en el artículo subyace una encomiable actitud constructiva, parte de una supuesta «mirada a la realidad» plagada de lugares comunes. Así, aunque el autor insta a «ir más allá de la queja permanente y de echar la culpa de todo a otros», su punto de vista recuerda al de los que esperan que todo les venga dado, y por tanto se quejan de «horarios interminables», «dedicación casi exclusiva a la asistencia a costa de docencia e investigación», «limitación de tiempo por paciente»... En un entorno laboral en el que contamos con el gran privilegio de poder diseñar agendas a nuestro antojo habría que considerar otra variable: ¿sabemos gestionar el tiempo?
Pero más sorprendente es la afirmación acerca del «escaso interés del contenido de la práctica cotidiana». Porque tenemos el abanico más amplio de situaciones clínicas que abordar, en las que cada uno se puede implicar en la medida de sus conocimientos y habilidades. Si se satura la agenda diaria de pacientes que consideramos que no necesitarían nuestra atención quizás sea porque no se haya hecho una adecuada labor educativa con ellos, ni se hayan fomentado suficientemente los autocuidados.
Y es que existen estilos de práctica profesional que generan esta situación. Muchos médicos, quizá desbordados por la masiva asistencia de pacientes a sus consultas, aplican lo que podríamos llamar, en un símil futbolístico, «echar balones fuera». Los pacientes son rápidamente despachados con una solicitud de exploraciones complementarias, una derivación a otro especialista o una receta de un fármaco supuestamente «específico» para el problema del paciente. En la mayor parte de los casos esto no va a resolver nada y el paciente volverá. Si además no se ha hecho una adecuada gestión de la agenda en cuanto a programación de futuras consultas, probablemente lo haga en el momento más inoportuno.
Otro estilo de práctica bastante común viene condicionado por una inadecuada formación en relación con la toma de decisiones clínicas, o por una perversión de las mismas debida a la inseguridad del profesional. Esto conduce a un exceso de solicitud de exploraciones complementarias y derivaciones, a una sobreprescripción de fármacos y, en definitiva, a una hipermedicalización de los usuarios de nuestras consultas.
Qué fácil es luego cargar las frustraciones personales en otras instancias: «los pacientes consultan por cualquier cosa», «abusan de los fármacos», o bien «el servicio de salud se limita a dar a los pacientes lo que piden».
Por supuesto que el gasto público en sanidad, en general, y en atención primaria, en particular, no es acorde al nivel de desarrollo de nuestro país. Por supuesto que deberíamos tener menos pacientes asignados y más capacidad resolutiva, con un mayor acceso a exploraciones complementarias y a ciertos tratamientos para los que no se justifica la catalogación como especialidades de uso hospitalario. Por supuesto que queda mucho por hacer para mejorar las condiciones de trabajo y dignificar la profesión.
Pero basta de tanto derrotismo y vamos a sacar el máximo partido a las posibilidades que tenemos.
Me gusta la cita inicial que se incluye en el artículo, de Viatge a Itaca de Lluís Llach. Pero más me gusta el texto original de Konstantinos Kaváfis2 en el que está basada, especialmente donde dice:
Cuando salgas de viaje para Ítaca,
desea que el camino sea largo,
colmado de aventuras, de experiencias colmado.
[...]
Mantén siempre a Ítaca en tu mente.
Llegar allí es tu destino.
Pero no tengas la menor prisa en tu viaje.