Sr. Director: Hemos leído con enorme interés el artículo de Gil et al, publicado recientemente en su revista, «Perfiles sociales, alimentación y predicción de trastornos de la alimentación en adolescentes urbanos andaluces»1, así como el comentario editorial que lo acompaña, «Atención al adolescente y detección de las alteraciones del comportamiento alimentario: tenemos que dar un paso al frente»2.
En primer lugar queremos felicitar a los autores por el excelente trabajo realizado. Creemos que es muy acertada la utilización de la versión abreviada del EAT (Escala de Actitud Alimentaria), el EAT-26, como instrumento de predicción de las alteraciones en los patrones alimentarios en la comunidad. Aunque este cuestionario no indique la presencia de una psicopatía subyacente, nos pone en alerta sobre un patrón de conducta alimentaria alterado, tal como indican Gil et al1. Posteriormente habrá que descartar si el adolescente cumple los criterios diagnósticos de los «trastornos de la conducta alimentaria» (TCA) y actuar en consecuencia.
También coincidimos con Aguilar2 en la dificultad que entraña la prevención de estos trastornos en los adolescentes ya que éstos, al no sentirse enfermos, no acuden al médico. Por eso, también consideramos de gran utilidad en estos casos el seguimiento de los protocolos que han sido elaborados para estos trastornos, como el del Ministerio de Sanidad y Consumo3, aunque han sido muy poco difundidos y/o utilizados, a pesar de estar a disposición de todos los profesionales que los soliciten.
Una de las mayores dificultades con que nos encontramos en la consulta diaria es el corto espacio de tiempo del que disponemos: ¿10 minutos por paciente? Además, en este grupo de edad debemos aprovechar cualquier consulta, por la razón que sea, para realizar las actividades de prevención que consideremos más oportunas. En este breve tiempo resulta imposible completar el EAT, aunque sea el abreviado con 26 ítems, pero sí podríamos realizar las «preguntas guía» que se recomiendan en el Protocolo antes mencionado3.
En este sentido, recientemente ha sido validado en español un cuestionario para la detección del riesgo de presentar TCA, denominado por su acrónimo en inglés: SCOFF4,5 (tabla 1). Su uso y formato son similares a los del test de CAGE, utilizado para la detección de problemas con el alcohol. Creemos que, por su brevedad y fácil interpretación, podría resultar de gran ayuda en atención primaria6.