Los modelos de abordaje clínico tradicionales se han basado habitualmente en la evaluación cuantitativa y cualitativa de las enfermedades, haciendo de este paradigma el foco principal en la atención a los pacientes. Sin embargo, este enfoque se está modificando progresivamente de forma paralela a la aparición de nuevos perfiles clínicos, basados en una población más envejecida, con una alta prevalencia de multimorbilidad y polifarmacia, y en los que la trayectoria vital puede estar más influenciada por agentes diferentes al número de enfermedades como pueden ser la situación funcional, cognitiva o social, dejando desfasado el prototipo arcaico de la medicina basada en enfermedades aisladas1.
Algunos autores han descrito esta transformación como la «tercera transición o transición clínica», que ocurre cronológicamente tras la transición demográfica y la transición epidemiológica, y en sectores poblacionales como los ancianos queda especialmente patente que el manejo clínico tradicional no es adecuado para responder a sus necesidades. Esta transición, más que un desafío, es una necesidad para dichos pacientes, para los profesionales y agentes sociales relacionados con la salud, y para los sistemas sanitarios2.
Estas reflexiones han sido abordadas recientemente en el Informe mundial sobre el envejecimiento y la salud elaborado por la Organización Mundial de la Salud3. En el informe se enfatiza en la importancia de mantener la capacidad funcional en las personas mayores, y en que el envejecimiento saludable es algo más que la ausencia de enfermedad. Surge el concepto de capacidad intrínseca, y se define el envejecimiento saludable como el proceso de fomentar y mantener la capacidad funcional que permite el bienestar en la vejez. La capacidad funcional comprendería los atributos relacionados con la salud que permiten a una persona ser y hacer lo que es importante para ella, y se compone de la capacidad intrínseca de la persona, las características del entorno que afectan esa capacidad y las interacciones entre la persona y esas características. La capacidad intrínseca se articula con la combinación de todas las capacidades físicas y mentales con las que cuenta una persona.
La salud de las personas mayores se debe medir en términos de función y no de enfermedad, ya que la funcionalidad es la que determina la expectativa y la calidad de vida, así como los apoyos o recursos que requerirá cada sector poblacional. Además la situación funcional previa al desarrollo de discapacidad y dependencia es uno de los mejores indicadores del estado de salud y resulta mejor predictor de discapacidad incidente que la morbilidad4. Es por ello prioritario mantener el mayor de los niveles funcionales que permitan la autonomía de las personas mayores, y detectar aquellas situaciones de riesgo o fragilidad que permitan un abordaje precoz de situaciones de prediscapacidad y promoción de la salud en función de la mejor de las evidencias científicas5.
Un ejemplo de cómo este concepto está impregnando el sistema sanitario, podemos observarlo al cuantificar el número de valoraciones funcionales que se realizan en el Servicio Navarro de Salud-Osasunbidea, los cuales quedan registrados en la Historia Clínica Informatizada. Podemos ver el importante salto cuantitativo que ocurre durante los últimos años, fruto de una mayor conciencia del concepto de función y de la implementación de una estrategia dirigida a pacientes con necesidades complejas. La implantación de la estrategia Navarra de atención integrada a pacientes crónicos y pluripatológicos, en la que con una visión de asistencia integrada y mediante una estratificación poblacional se da importancia a la valoración global del paciente y a un plan terapéutico individualizado desde la triple perspectiva de respuesta a las necesidades clínicas, de cuidados y sociales, objetiva este cambio. Es en este contexto en el que se está integrando de forma progresiva el concepto de funcionalidad, como queda reflejado en la figura 1.
Como conclusión, debemos ser conscientes de que la medición de la capacidad funcional en términos cuantitativos, pasará a ser el paradigma de los objetivos de los sistemas sanitarios en los próximos años, siendo protagonista de la transición clínica que estamos viviendo.